CAPÍTULO 4

—¿Hoy se intercambiarán los papeles? —Helga se detuvo a pocos pasos de su vecino, quien estaba dándole la espalda en el lugar en donde ella solía estar.

—Eso parece —Arnold no se giró al responder. No se esperaba que ella apareciera o tal vez sí, por eso una ligera sonrisa apareció en el momento en que escuchó el sonido de los cascos del caballo contra la hierba —Hoy soy yo quien necesitaba venir aquí a pensar...

—Ya veo, si molesto...yo…es mejor que me vaya...

Él volteó a mirarla.

—No es necesario, puede quedarse. Yo ya medité lo necesario y además tengo que regresar a mi trabajo —dicho eso caminó alejándose de ella y yendo en busca de su caballo.

—Pero... ¿Está todo bien?

—Sí, todo bien, tal vez mejor que en mucho tiempo —contestó Arnold mientras subía al caballo.

—Es bueno escuchar eso.

Él inclinó levemente la cabeza, en forma de despedida y se marchó, eso sí, con mejor ánimo debido a ese pequeño encuentro y podía dejar de lado un poco la angustia y ansiedad causadas por aceptar la invitación de Wellington.


Otro día más y una fiesta más a la que hay que ir.

Helga no estaba entusiasmada y no ayudaba sentirse un tanto asfixiada por su incómodo vestido y al parecer no era la única que la estaba pasando mal.

—¿Olga? ¿Estás bien?

—¿Por qué lo preguntas?

—Bueno... Se nota que algo te pasa...

—Te lo dije, querida, que tenías que cambiar tu actitud ¡Ya ves! Ya preocupaste a nuestra hermanita. Deberías disculparte.

—¡No! ¡Claro que no, Doug! —casi gritó Helga —No debes hacer eso, Olga. No es algo que me moleste, es solo que me preocupa no verte con tu habitual sonrisa, es todo.

Olga suspiró con fastidio, pero con toda la gracia que la caracterizaba, ni estando con ese estado de ánimo dejaba de lucir su perfecta belleza.

—Cierto, no he estado de buen humor, pero... ¿Por qué tiene ella que organizar una fiesta?

Helga por supuesto no entendió su respuesta.

—Bueno, ella es muy descarada, obviamente —Doug dijo, encogiendo los hombros al hablar.

—¿De quién hablan?

Fue Doug quien respondió.

—Rhonda Wellington, quien más.

—¡Su descaro no tiene límites! No sólo a nosotros nos envió invitación, todas nuestras amistades la recibieron también ¡Es indignante! —la voz de Olga era chillona y apresurada, había perdido completamente la compostura —¡No sé cómo voy a soportarlo!

—Podemos regresar a casa, no tenemos por qué ir —sugirió Helga.

—¡Claro que tenemos que ir!

Helga miró a su hermana muy sorprendida por su respuesta.

—Así es, debemos ir por mucho que eso nos cause molestia —ahora Doug hablaba.

—No entiendo...

—Es simple —dijo Olga —, nos invitó y nosotros vamos porque no hemos hecho nada que pueda avergonzarnos a diferencia de ella, así que, entraremos a la fiesta haciendo gala de nuestra dignidad y la honra que Rhonda no tiene.

Aquello había sido dicho con tanta contundencia que Helga ya no dijo nada más, no tenía caso.

Minutos después estaban cruzando la puerta principal de la gran residencia Wellington y la más joven de las Pataki no pudo quedar más sorprendida.

El brazo del que prácticamente «colgaba» la joven heredera de los Wellington, era ni más ni menos el de su vecino.

Helga se detuvo sin poder evitarlo, cosa que su hermana y cuñado no notaron porque hicieron lo mismo, aunque por distintas razones. Lo que no hicieron fue mirar directamente a los ojos verdes del hombre que se acercaba a ellos, cosa que sí hizo Helga, pero que también pasó desapercibido

—Bienvenidos —Rhonda Wellington los saludó con altivez cuando ella y su acompañante estuvieron frente a los recién llegados —Ellos son el matrimonio LeSham, Doug y Olga... Les presento a un invitado muy especial, el señor Shortman —Arnold rompió el contacto visual que hasta el momento habían mantenido él y Helga para mirar con cierto reproche a Rhonda, cuando ya no añadió el nombre a su presentación el nombre de la tercera invitada.

—Con permiso.

Helga de repente sintió un pequeño tirón por parte de Doug y volteo a mirarlo, mientras se veía forzada a caminar junto con él.

Un momento...

¿Doug y Olga estaban pálidos?

—Necesito sentarme —la voz de Olga sonó sofocada.

—¿Estas bien, Olga? —preguntó Helga.

—Lo estará en cuanto pueda reponerse un poco.

En cuanto estuvo sentada, Olga comenzó a hablar bajito.

—¿Cómo pudo...?

—Tranquila —dijo Doug y luego se inclinó hasta quedar al nivel de su oído y añadió —asustarás a nuestra hermanita.

—¡Doug! ¡Amigo, que bueno verte!

—Lo mismo digo, Riley —Doug se apresuró a ir con el recién llegado y ambos estrecharon sus manos muy animados.

—¡Vamos con los demás, Doug! —pidió el recién llegado.

—¿Puedes encargarte de tu hermana? —le preguntó a Helga.

—Sí, sin problemas. Ve, no te preocupes.

—Siempre eres muy considerada, hermanita. Gracias.

En cuanto él se fue, Helga volvió a centrar su atención en su hermana, pero estuvieron solas por poco tiempo, unos cuantos segundos apenas porque llegaron varias amigas de Olga desde diferentes lados del salón y pronto pasaron de ser dos a ser un número bastante nutrido de mujeres que no paraban de hablar.

—¿Por qué está él aquí?

—Rhonda lo invitó y es obvio el porqué.

—¿Y por qué?

—Pues por qué va a ser, está claro que están comprometidos.

—¿Tú crees?

—Ya viste cómo lo tomaba del brazo y luego ese «alguien especial» con el que lo presentó.

«Hoy soy yo quien necesitaba venir aquí a pensar sobre algo en lo que me metí...»

«Sí, todo bien, tal vez mejor que en mucho tiempo»

¿En ese momento se estaría refiriendo a su compromiso?, se preguntaba Helga.

—¡Cómo si no supiéramos todos quién es él sólo con verlo!

—Yo no lo supe, hasta que dijo su nombre —intervino Olga, ganando la atención de todas y consiguiendo que guardaran un poco de silencio, pero solo unos segundos.

—¿Cómo?

—Lo dices en serio, Olga.

—Sí. Doug y yo nos mudamos aquí después de que...todo pasó...escuchamos sobre el asunto, pero jamás lo habíamos visto antes.

—¡Pero si es su vecino!

—Pero nunca hemos estado ni remotamente cerca de su propiedad, evitamos hacerlo a toda costa.

—Y hacen bien.

—Por supuesto que sí.

Justo cuando Helga estaba por preguntar por qué decían eso, alguien tocó su hombro y ella se giró de inmediato para ver quien había sido, encontrándose con un total desconocido.

—¿Aquí también están hablando del mismo tema que todos los demás? Me refiero al tema de la anfitriona y su «invitado especial».

—Si, también lo hacen.

—Pues que aburrido que todo aquí gire en torno a la misma situación. Después de todo ya es cuento viejo, harían bien en olvidarlo y buscar otra cosa que sacie su necesidad de cotilleo — Helga estaba un poco desconcertada ante ese joven de ojos y cabellos castaños, con una enorme sonrisa que daba la impresión de no desaparecer nunca y que hablaba con ella como si la conociera de años —. Al menos debería empezar ya el recital que Rhonda ha preparado para deleitarnos. No tiene tan mala voz, ¿sabes?

—No, no lo sé.

—¡Cierto! ¡Tienes poco tiempo por aquí! Bueno, yo puedo ponerte al corriente de todo y enseñarte a cerca de todo lo que debes saber.

—Se lo agradezco, pero...

—¿Dónde has dejado a tu hermana? —Doug apareció y se colocó a un lado de Helga —Buenas noches —se dirigió al acompañante de la joven —, Gregory, supe que tu padre te está buscando.

—¿Qué podrá querer ahora? Iré a buscarlo —antes de marcharse miró a Helga y dijo—. Tal vez no veamos más adelante —luego agradeció a Doug y finalmente se perdió entre los demás invitados.

—Espero que no te estuviera molestando, hermanita.

—Para nada.

—Es un buen joven, pero no es el correcto para ti.

—¿Cómo?

—Es un tanto inmaduro, lo mejor es que no lo frecuentes más.

—Gracias por el consejo y lo seguiré, no te preocupes.

—Me alegra escuchar eso. Ahora vamos por tu hermana, el recital no debe tardar en empezar.

Y así fue, el evento inició unos pocos minutos después de que se reunieron con Olga. Los lugares de honor los ocuparon los señores Wellington y el señor Shortman, a quien Helga miró de forma disimulada un par de veces y en ambas él tenía la vista fija en Rhonda.

¿Realmente estaban comprometidos?

Al terminar el recital el caos apareció, los invitados de inmediato abandonaron sus asientos, algunos fueron a felicitar a la joven Wellington, otros se reunieron de nueva cuenta con quienes estaban antes de que el espectáculo empezara y en ese momento Helga vio la oportunidad perfecta para escapar a un lugar tranquilo.

El jardín de la mansión Wellington era majestuoso, poseía una atmósfera hipnotizante y atrapó a Helga. Comenzó a recorrer los caminos flanqueados por arbustos y flores, sin pensar en donde estaba o a donde iba, estaba completamente ensimismada, hasta que unas voces cercanas llamaron su atención. Lo más prudente sería alejarse, pero las risas y cuchicheos ininteligibles provocaron su curiosidad, haciendo que sus pies la llevarán justo en la dirección contraria a la que debería ir. Buscó refugio entre los arbustos y las sombras que la falta de luz proporcionaba y encontró un lugar desde el cual podía ver sin ser descubierta.

Pudo ver a una pareja y de inmediato reconoció a la joven, era Rhonda y estaba abrazada de un hombre y las manos de él comenzaron a ir de arriba abajo a lo largo de la espalda de la pelinegra y un poco más allá, la mujer soltó una carcajada levantando la cabeza y él aprovechó el gesto para tener acceso a su blanco cuello, pero ese no era el señor Shortman.

A Helga la sorpresa la desbalanceó un poco e hizo ruido sin querer.

¡Dios!

Rhonda se separó un poco de su acompañante y dirigió la mirada hacia el escondite de Helga y el corazón de la joven comenzó a latir rápido, ¿la había descubierto? Aguantó la respiración y puso rígido cada uno de sus músculos en un intento de permanecer inmóvil y así tener la posibilidad de permanecer sin ser vista.

—¿Qué pasa, princesa?

—Creí escuchar algo.

¡Que no me descubra! Suplicó Helga en silencio y conteniendo la respiración.

—¿Quién podría estar allí? ¡Vamos, cariño, no te distraigas! —dijo él suplicante, atrayéndola de nueva cuenta, pero Rhonda volvió a separarse.

—¡Déjalo ya! Es mejor que volvamos, soy la anfitriona y los invitados querrán verme. Ya continuaremos con nuestra cita otro día —hablo Rhonda con tono sugerente y lo «arrastró», alejándose juntos del lugar.

Helga suspiró aliviada y decidió que también era su momento para volver, pero... ¿Cuál era el camino?

—No puedo creer que te hayas perdido —comenzó a auto reprenderse después de un par de minutos buscando el camino de regreso— ¡Sólo a ti te podía pasar!

—La verdad es que podría pasarle a cualquiera...

Helga casi salta al escuchar aquella voz que provenía de un lugar en donde no creía que hubiera alguien y menos que estuviera él.

—¿Por qué lo dice?

Arnold salió del lugar entre sombras en el que había estado desde que salió de la fiesta en busca de un poco de calma.

—Porque este jardín es un laberinto, es normal perderse cuando se entra en él por primera vez.

—Ya veo... ¿Y qué está haciendo aquí? —¿estaría buscando a su prometida?, se preguntaba Helga.

—Salí a tomar un poco de aire y a buscar un poco de calma. No estoy acostumbrado a estos eventos sociales...

—Yo tampoco y honestamente preferiría estar en casa —a pesar del fastidio en su voz, Helga sonrió levemente y él casi la imita —, pero me obligan a venir.

—¿Por qué?

Ella suspiró.

—Cosas de mi padre, él... —notó a tiempo que estaba a punto de hablar de más ¿Por qué siempre se le iba la lengua cuando hablaba con él? Miró a su alrededor cómo buscando el camino —Ya debería regresar, no quiero preocupar a mi hermana.

—Conozco el camino, puedo ser su guía —sin pensarlo le ofreció su brazo y antes de que se diera cuenta de lo que había hecho, ella aceptó el ofrecimiento. Eso lo dejó perplejo, fuera de Rhonda quien había dejado claras sus intenciones esa noche, esta joven era la primera en mucho tiempo que no actuaba con recelo a causa de su pasado y después de una noche de miradas acusadoras y de temor, este momento resultaba ser como un remanso de paz.

¿Por qué aceptó tomarle del brazo? No debió hacerlo, pensaba Helga ¿Qué tal vez si se encontraban con Rhonda? ¡Y qué si eso pasaba! Ella no tenía derecho a reclamar, ¿acaso no había estado con su amante? ¡Cierto! Tal vez aún estaban por allí y si se los encontraban, ¿qué haría entonces el señor Shortman?

—Pero, ¿de verdad conoce el camino?

—¿Qué? ¡Sí! Claro que lo conozco, he estado aquí muchas veces.

—Si, me imagino —se sorprendió a sí misma por el tono de reproche con que dijo aquello, ¿se habría dado cuenta él?

—Wellington es uno de mis principales socios, por él es que estoy aquí, insistió demasiado en que yo asistiera.

—Me imagino que su hija también —¿de dónde había salido eso? ¿Por qué lo había dicho y con ese tono de enfado?

—¿Rhonda no le cae bien? —esa fue la conclusión a la que Arnold llegó por la manera en que ella estaba hablando —No la culpo, se comportó muy mal con usted esta noche.

Helga se mordió el labio para preguntar en qué monto había sido eso, no recordaba siquiera haber cruzado palabra con ella.

—Realmente no tuvo importancia —dijo de manera esquiva, tratando de imaginar a qué se refería él.

Lo curioso era que a Arnold sí le importaba porque no pudo saber su nombre ¿Cómo se llamaba? ¿Por qué no le preguntaba? o más bien, ¿por qué debería de preguntarle? ¿Por qué le importaba tanto saberlo? Clavó sus ojos en los de ella y de inmediato se sintió atrapado por ellos.

Carraspeó.

—Vamos por acá —apartó a la mirada de aquellos bonitos y brillantes ojos azules y dio un paso, pero notó la reticencia de ella para seguirlo —. En verdad conozco el camino... Confíe en mí...

Helga que trataba de retrasar el momento de irse para darle tiempo a Rhonda y su pareja de abandonar el jardín, no pudo hacer oídos sordos a aquella última petición hecha con tanta sinceridad.

Bajo la vista.

—De acuerdo, lo haré. Voy a confiar en usted.

¿Sabría ella el efecto que tenían sus palabras en él? No, seguramente que no tenía idea, no tenía por qué saber que la confianza que estaba depositando en él, cimbraba hasta el rincón más profundo de su alma.

Durante los siguientes minutos hablaron poco, aunque tampoco es que tuvieran mucho tiempo pues en unos cuantos minutos llegaron casi a la entrada del laberinto.

—Creo que a partir de aquí no tendrá problema si va sola —lo dijo Arnold porque estaban a escasos metros de casa.

—¿Y usted?

—A decir verdad, no tengo ganas de volver adentro, así que, me quedaré un poco más aquí y luego me marcharé.

—Entonces... Supongo que...

—¡Helga! ¡Hermanita!

—¡Doug! —la voz de su cuñado se escuchó cerca —¡Nos veremos después! —se despidió apresuradamente y recorrió lo más rápido que pudo el último tramo de arbustos y justo al salir se topó con su hermana.

—¡Hola, Doug!

—Así que aquí estabas, hermanita. Te he estado buscando, tu hermana no se siente bien y tenemos que irnos.

Tomó del brazo a Doug, haciéndolo caminar para alejarlo de allí.

—Lo siento, salí a tomar un poco de aire y el tiempo se me pasó —volteó para mirar el lugar en el que había estado, sintiéndose aliviada de que su acompañante de esa noche permaneciera bien oculto, lejos de la vista de Doug y de que él no supiera lo que su prometida estuvo haciendo.

Arnold se ocultó mejor, lamentaba la abrupta despedida, pero al menos ahora sabía su nombre.

—No es bueno que estés sola y menos esta noche.

—¿Por qué lo dices?

—Olvídalo y démonos prisa, Olga nos espera.

Su hermana ciertamente se veía mal, estaba pálida y cierto disgusto se dibujaba en sus perfectas facciones. Helga se sintió un tanto apenada por verla así y para no aumentar el dolor de cabeza que dijo tener, la joven se mantuvo en silencio durante el trayecto de vuelta a casa.

—Yo lo siento, Olga —dijo finalmente Helga ya dentro de la casa y caminando unos pasos atrás de Doug y su hermana.

—No tienes porqué disculparte, hermanita —dijo Doug, deteniéndose y haciendo que Olga también lo hiciera, y volteando a mirarla —. Su malestar no es tu culpa, ¿cierto, cariño?

—Así es, es culpa de Rhonda y su atrevimiento ¡No puedo creer que nos haya puesto en riesgo a todos! ...

—Cariño, tienes que descansar.

A Helga le pareció que su cuñado había interrumpido deliberadamente a Olga para evitar que dijera algo más.

—¿A qué te refieres con eso, Olga?

—Vamos, tenemos que irnos —insistió Doug.

Ahora sí, Helga estaba segura que Doug no quería dejar que hablara, aun así, su hermana lo hizo.

—¡A que no debió permitir la presencia del tal Shortman! ¡Ese hombre asesinó a su esposa!

FIN CAPÍTULO 4

Les dejo un capítulo más ^^ Gracias por tomarse el tiempo de leerlo.

**Pos cierto, la vez pasada se me pasó agradecer a fatima damian por agregar esta historia a sus favoritos**

Hasta el próximo capítulo.