¡Rayos!
¡Rayos!
¡Rayos!
Fue lo único que pensó Mimi mientras su mirada mirada se perdía en la azulada mirada de aquel chico u hombre rubio. Su corazón latía a mil por segundo, su cuerpo temblaba por el nerviosismo que involucraba aquella situación y no era para menos, porque esa mirada era demasiado profunda y misteriosa, como el mar. No recordaba haber visto una mirada tan bella como la de él anteriormente.
Algo similar ocurría con Yamato, no recordaba cuando había sido la última vez que se encontró con una mirada tan dulce e inocente como la de aquella chica, era tan brillante como el sol y ese contacto la hacia calida.
—¿E?— Balbuceo Mimi rompiendo el silencio— Dis-disculpa yo no quería caer sobre ti.— Habló la chica nerviosa.
Yamato no pudo evitar sentirse un tanto extrañado al escuchar como esa chica le hablaba de "tú"
—N-no te preocupes.— Respondió.
Mimi se movió levemente y el rubio se dio cuenta que no estaban en una buena posición, así que, rápidamente se alejó de ella y se levantó. Pasó la mano por su ropa sacando el polvo y luego extendió su mano para ayudar a la chica.
La castaña observó su mano sorprendida y no dudó en tomarla para levantarse. Cuando ya estuvo de pies pasó la mano por su vestido intentando sacar el polvo.
—¿Estás bien?— Preguntó el rubio.
—¿E?— Balbuceo la castaña— S-si, estoy bien.— Alzó la mirada hacia él— Gracias a ti.
"A ti"
Bueno, era evidente que esa chica no sabía con quién estaba hablando, tal vez era nueva. La observó de pies a cabeza, no recordaba haberla visto anteriormente
—¿Y tú?— Preguntó la chica— ¿Cómo estás luego de aquel golpe?
Yamato hizo una mueca, sinceramente no había sido algo tan grave, en sus entrenamientos para la guerra había recibido peores estocadas— Estoy bien.— Respondió.
—Que bien.— Mimi suspiró y observó el árbol— No pensé que caería.— Siempre se había caracterizado por ser delgada, no pesaba mucho.
—Se nota que no pensaste.— Habló Yamato—En verdad estás loca ¿cómo rayos pensabas en escalar aquel árbol?— Preguntó el rubio— ¿Acaso no viste que sus ramas eran débiles por lo viejo que está?
—No, no lo vi.— Habló Mimi— Y lo siento, pero no tuve opción, necesitaba pasar el muro.
¿Pasar el muro?
—¿Querías atravesar el mundo?— Preguntó el oji-azul— ¿Es una broma, cierto?
—No.— Respondió— No lo es, en verdad necesitaba atravesar el muro.
—¿Por qué?
—Porque necesito escapar de aquí.
—¿Escapar de aquí?— Preguntó Yamato sorprendido.
—Si, escapar.— Contestó la castaña— Por eso quería atravesar el muro.
Yamato hizo una mueca y observó levemente el muro— Aunque hubieras llegado al final del muro no hubieras logrado mucho, al otro lado solo hay un acantalido que podría matarte si caes.
—¿Qué?— Preguntó Mimi sorprendida.
¡Rayos!
—Y-yo...— Balbuceo la castaña— Yo enserio pensé que si atravesaba el muro podría escapar, no me imaginé que...—Llevó una mano a su frente— Bueno, si lo pienso mejor hasta la muerte es mejor opción que estar aquí.
Yamato alzó una ceja sorprendido, era primera que escuchaba que una persona no quisiera vivir en el palacio, ya que generalmente ese era el sueño de todos los Otomanos debido a las comodidas y riquezas que poseía aquel lugar. Que alguien no quisiera vivir ahí era algo inusual.
¡Muy inusual!
—¿Por qué la muerte sería mejor opción que estar aquí?— Preguntó el rubio preguntó desconcertado.
—Porque es un lugar de miserables.
—¿Miserables?
—Si, miserables.— Respondió Mimi y tomó asiento al borde la fuente llevando sus manos al rostro— Miserables que me tienen encerrada como exclava contra mi voluntad, lejos de mi tierra, de mis amigos...— Su voz se quebró— De mi gente.
Fue en ese momento y al escuchar aquellas palabras cuando Yamato entendió que se trataba de una chica traída posiblemente como parte del nuevo grupo de mujeres al harem.
El rubio hizo una mueca, en verdad no sabía que hacer. La chica alzó el rostro y literalmente sintió una energía negativa recorrer su cuerpo al ver sus ojos llenos de lágrimas.
Se mordió el labio inferior y se acercó a ella.
—¡Hey! Tranquila.
—No.— La chica respondió abruptamente— No puedo tranquila, necesito escapar de aquí. Quiero mi vida de regreso, no estar corriendo peligro aquí.
¿Corriendo peligro?
—Aquí no corres peligro.
—Claro que sí.— Respondió la castaña— Los hombres que me trajeron hasta este lugar aniquilaron a muchas personas de mi pueblo, raptaron chicas como yo y las alejaron de sus familias, fácilmente podrían hacerme cualquier cosa.
Yamato hizo una mueca al escuchar aquello, sabía que todo eso era algo común para ellos, pero de tan solo imaginarlo provocaba que se sintiera extraño.
—¡Hey! No tengas miedo, lo malo ya pasó, ahora estás en el harem, a las mujeres que viven ahí no le hacen daño.
—No quiero regresar a ese lugar.— Respondió la oji-miel— Si lo hago me obligaran a estar con el sultán y no quiero.
"Estar con el sultán"
Yamato se mordió el labio inferior al escuchar esto, él era el sultán, así que, se estaba refiriendo a él.
—¿Por qué no quieres?
—Porque quieren obligarme a acostarme con él y no quiero.— Lloró la chica— Eso es un pecado.
—¿Un pecado?— Cuestionó el oji-azul.
—Si, un pecado.— Respondió Mimi— En mi tierra juntar a un hombre con una mujer sin estar casados es fornicación y mis padres me enseñaron que eso es malo, muy malo.
Por las palabras de Yamato supo al instante que aquella chica era extranjera y no Otomana, ya había escuchado que en otros lados el matrimonio era el sacramento más importante que una pareja estuviera junta.
—Según las leyes de este reino eso no es pecado.
—Lo sé, me lo dijeron.— Respondió Mimi— Sin embargo, eso no significa que no sea pecado para mi.— Suspiró— Mis padres me enseñaron que eso estaba mal, que no debía hacerlo y yo siempre he querido respetar sus enseñanzas, sobretodo con esto.— Tragó saliva— Además, no lo conozco ¿cómo rayos quieren que esté con un desconocido? Que pueda ser mi padre.
—¿Ser tu padre?— Preguntó Yamato sorprendida ante aquella declaración. Se suponía que él era el sultán y evidentemente no se llevaba por muchos años de diferencia con ella.
—Si, ser mi padre.— Respondió Mimi— Por ahí escuché que era un viejo apunto de morir, que tenía seis hijos y cuatro mujeres.
¿Seis hijos y cuatro mujeres?
Al parecer la castaña se estaba confundiendo, ya que le estaba describiendo a su padre, quién efectivamente había tenido seis hijos y cuatro mujeres.
—Creo que te estás confundiendo.
—No, claro que no.— Contestó la castaña— Yo misma lo escuché.
Yamato hizo una mueca— ¿Hace cuanto?
—El día en que me raptaron, hace una semana.— Respondió Mimi.
Una semana.
Bueno, hace una semana su padre si era el sultán, pero había muerto hace cuatro.
Lo mejor sería aclarar su duda.
—Chica no...
—¡Por favor, ayudame!— La castaña lo interrumpió antes de poder continuar hablando y posó su mano en su brazo derecho.
—¿Qué?
—Ayudame.— Respondió la oji-miel— A escapar, por favor, te lo suplico. Tu eres un hombre y al parecer en este reino solo los abodecen a ellos. Por favor, ayudame a escapar, no quiero estar aquí, todavía soy una niña, apenas tengo dieciseis años, quiero mi hogar.— Más lágrimas aparecieron en su rostro y sus ojos hicieron contacto visual con los suyos.
Yamato se mordió el labio inferior, por alguna razón desconocida ver aquella mirada suplicante y llena de lágrimas provocana que sintiera una puntada en el pecho. Nuevamente se perdió en esa mirada color miel, como hace unos segundos había hecho, en verdad sentía algo extraño, como una conexión. Esa mirada miel tan enternecedora e inocente no demostraban más que angustia. Era prácticamente un castigo ver como el rostro angelical de aquella chica se oscurecía por el dolor que evidentemente sentía.
—Chi...—Se detuvo antes de responder, quería decirle "chica" pero sabía que ella debía tener un nombre y la verdad es que tenía ganas de saberlo— ¿Cual es tu nombre?
—Mi...— Balbuceo levemente—Mimi.
"Mimi"
Un nombre bastante inusual, no recordaba haber conocido a otra chica que se llamara de esa manera.
—Mimi.— La tomó de los hombros— Lo mejor será que regreses al harem.
—Pero ya te dije que no quiero regresar ahí.
—Lo sé, pero, créeme no todo es tan malo como lo crees.— Habló el rubio.
—Si lo es, ya te dije que me harán hacer algo que no quiero.— Musitó Mimi— Por favor, ayudame.
—Si regresas al harem yo prometo ayudarte.
—¿Enserio?— Preguntó la castaña.
El rubio asintió—Si.
Mimi sonrió ante esto— Está bien.
Mientras tanto en un lugar a varios kilometros del palacio, mejor dicho en otra ciudad para ser más específicos en una gran mansión, un apuesto chico de veinte años de cabello castaño y alborotado, ojos cafés y piel bronceada caminaba por el gran jardín del exterior junto a un chico pelirrojo de ojos oscuros.
—Comandante Taichi, todo está listo para el viaje de mañana.— Habló el segundo chico.
El castaño volteo hacia él— ¿Todos mis hombres están listos, Koushiro?
—Si.— Respondió el pelirrojo— Todos dejaron sus puestos y están listos para recibir sus ordenes, los únicos que aún continuan en sus lugares respectivos son las tropas de la frontera como usted lo ordenó.
—¿Esas tropas fueron reforzadas?
—Si.— Contestó Koushiro— Treinta hombres se sumaro a las filas de la frontera.
—Muy bien.— Respondió Taichi y volteo hacia el pelirrojo— En mi ausencia tu tendrás que estar a cargo del resguardo de la frontera, no podemos darnos el lujo de que otra tropa enemiga pase por ella sin nuestro consentimiento.
—El reporte del ataque ya debió haber llegado al palacio ¿esperará respuesta?
—No.— Respondió el castaño— El consejo de guerra anual será pronto y como es de costumbre tengo que ir al palacio para organizar a todo el ejercito, lo que Yamato tenga que decirme me lo dirá en persona.
El pelirrojo alzó una ceja y observó al castaño confundido— ¿Yamato?— Cuestionó— ¿No será mejor dicho, sultán Yamato?
¡Rayos!
Pensó el castaño e hizo una mueca, todavía no se acostumbraba a decirle de esa forma.
—Se me había olvidado ese detalle.— Taichi admitió.
—Pues debería comenzar a acostumbrarte.— Habló el pelirrojo— Así como yo tuve que acostumbrarme a hablarle de "usted" y no "tú" por ser el nuevo comandante del ejército real.
El castaño sonrió de lado ante esto, aún era extraña esta situación, tener que madurar y pasar de ser amigos comunes como siempre a hablarse con "respeto" por los puestos que adquirian. El castaño alzó la mirada y observó hacia el horizonte.
Soy Taichi Yagami, hijo de una noble dama distinguida, Yuuko Yagami, y un poderoso, influyente y rico líder del imperio Otomano, Susumo Yagami, gran visir y comandante del ejercito del antiguo Sultán Hiroaki Ishida, antecesor de Yamato Ishida. Al ser el único hijo varón de mi padre merecía heredar su puesto y así fue, todas las tropas del ejercito del imperio Otomano están bajo mi mando desde que él fallecio. Soy la mano derecha del nuevo sultán Yamato al estar a cargo de sus tropas y debido a eso tengo poder, si yo no lo digo nadie moverá un dedo.
—Hermano.— Una voz femenina se escuchó en el lugar y Taichi al voltear su mirada se encontró con una chica de trece años de cabello castaño, ojos cobrizos y piel pálida que vestía un elegante vestido color rosa con todos blancos.
El castaño sonrió al distinguir a su hermana— Hikari.
La chica se acercó a él y tomó su mano— Me alegra verte, te andaba buscando.
Taichi besó la mano de su hermana en señal de saludo.
Hikari pasó su mirada hacia el pelirrojo— Buenas tardes Koushiro.
—Buenas tardes.— Respondió el nombrado.
—Lamento interrumpir.— Comentó Hikari.
—No te preocupes.— Contestó Taichi— Nuestra conversación ya estaba llegando a su fin.— Dirigió su mirada hacia el pelirrojo— Koushiro, encargate de todo lo que te dije.
—Si.— Respondió el chico— Ahora me encargo.— Dijo antes de voltear— Nos vemos después.
—Adiós.
—Adiós.
Koushiro caminó por el jardín en dirección a la salida. Taichi volteo hacia su hermana.
—¿Por qué me andabas buscando Hikari?
—Porque escuché las noticias nuevas luego del ataque.— Habló Hikari—¿Es verdad que adelantaste tu viaje a la capital hermano?
—Así es.— Respondió Taichi— El viaje será mañana temprano para llegar en la tarde a la capital, así que, tendrás que dejar todo listo esta noche...
—¿Tener todo listo?— Preguntó Hikari— Pero si yo no voy.
—Eso era hasta hoy.— Habló el chico— Luego de los últimos acontecimientos creo que lo mejor será que vengas conmigo.
La castaña alzó una ceja sorprendida— ¿Enserio?
—Si.— Contestó el chico, luego del ataque había peligro y luego de la muerte de sus padres no podía dejar a su hermana expuesta a aquello, ella apenas era una niña y aunque en el lugar que vivían habían guardias, el mejor lugar donde podía estar era el harem del palacio, ya que, ahí podría continuar con sus clases y no estaría sola, como lo estaba en ese lugar— Estaremos bastante tiempo, ya que, es un consejo de guerra, esos son largos y generalmente luego de esto vendrá la campaña de guerra que al parecer será larga y prefiero que te quedes en el harem junto a las damas nobles.
—¿Consejo de guerra?— Preguntó la castaña— ¿Habrá guerra? ¿otra vez?
Taichi asintió— Luego de los últimos sucesos es lo más probable.
¡Oh no!
Pensó Hikari alamarda.
Eso no era bueno, al contrario, era pésima noticia para ella, su hermano yendo a esas guerras podía perder la vida, así como su padre y no le gustaba la idea, Taichi era lo único que tenía luego de la muerte de su madre.
—Pero si efectivamente comienza otra guerra ¿Es obligación que vayas?— Preguntó la castaña.
El chico alzó una ceja y volteo hacia ella— ¿A que va esa pregunta?— Preguntó— Tú sabes que es mi obligación, Hikari, soy el comandante del ejército.
—Si, lo sé, pero ¿por qué no solo envías a las tropas y tú mejor te quedas en casa conmigo?— Cuestionó la chica— No me gusta que vayas a la guerra así como nuestro padre, no quiero que te suceda algo.— Bajó la mirada— No quiero perderte a ti también.
Taichi hizo una mueca al escuchar estas últimas palabras de su hermana. Entendía la preocupación de su hermana, finalmente, luego de la muerte de sus padres era la única familia que tenía la pequeña, así como también ella lo era de él, tristemente no tenían más hermanos o hermanas, su madre no había podido concebir más.
—Hikari.— Se acercó a ella y tomó su mentón— No te preocupes por mi, no me perderás.
—Eso mismo digo nuestro padre antes de ir a su última batalla.— Habló la chica— Y luego nuestra madre se enfermó ¿lo recuerdas? No soportó tanta tristeza, eso mismo ocurriría conmigo si tú llegases a morir.
Taichi se mordió el labio inferior, no le gustaba recordar aquellos momentos de su vida, no habían sido buenos, ni para su familia, ni para él— Hermano, no seas pesimista. Entiendo que estés preocupada, pero es mi deber cumplir con mi labor de general del ejército así como nuestro padre.
—¿Aunque eso signifique arriesgar tu vida?— Cuestionó la castaña.
—Tristemente si.— Habló Taichi— Pero eso no significa que moriré, Hikari, yo sé defenderme, puedo luchar, confia en que estaré bien ¿si?
—L-lo siento, pero no puedo.— Hikari titubeo y unas lágrimas se asomaron por sus ojos.
El chico hizo una mueca ante esto y pasó su dedo pulgar por sus ojos secando sus lágrimas— Tranquila, hermana, yo estaré bien.— Besó su mejilla y la abrazó.
Hikari simplemente hizo una mueca, en realidad no le gustaba esa situación, saber que en cualquier minuto tu hermano puede morir al ser un guerrero provocaba que en esos meses de campañas de guerra no durmiera bien, al contrario, siempre se desvelaba rogando al cielo que su hermano regresara con vida, porque, tristemente no tenía a nadie más que él.
—Hermano.— Takeru se acercó al trono, pero paró en seco al darse cuenta de un pequeño detalle— Ejem...—Bajó la cabeza— Lo siento, buenas tardes mi sultán.— Hizo una reverencia.
Yamato sonrió de lado ante esto sin saber exactamente que decir o responder, el menor siempre lo llamaba "hermano" o de vez en cuando por su nombre, pero generalmente usaba la primera opción, sin embargo, ahora él era sultán y debía llarmalo de esa manera, con respeto.
—Takeru.— Pronunció el nombre del chico— Que bueno que llegaste.
—Disculpe la tardanza, pero mi entrenamiento duró más de lo esperado.— Respondió el menor.
—No te preocupes.— Contestó Yamato— Lo importante es que llegaste.
Takeru alzó la mirada—¿Por qué necesitabas hablar conmigo? ¿Ocurrió algo?
—Si.— Yamato respondió— Es sobre el consejo de guerra.
El menor alzó una ceja sorprendido— ¿Sobre el consejo de guerra?
El sultán asintió— Necesito que te prepares porque vas a participar de él.
—¿Q-qué?— Preguntó Takeru sorprendido, debía ser broma, él jamás había participado en un consejo de guerra, ya que era menor de edad, aún no participaba en guerras y al tener escasas posibilidades para ascender al trono los consejeros de su padre no aceptaban su participación, así como a sus otros dos hermanos mayores quienes a diferencia de él si habían luchado por el trono, pero habían peresido.
—¿No te agrada la idea?
—¿E? N-No me molesta, pero...— Takeru bajó la mirada.
—¿Pero?— Cuestionó Yamato un tanto intrigado.
El menor hizo una mueca y suspiró— No creo que los líderes del ejército estén de acuerdo con esto.
—¿Por qué no lo estarían?— Preguntó el mayor.
—Por los últimos acontecimientos.— Habló Takeru— Y por las leyes.— Bajó la mirada— Tú sabes.
¡Rayos!
Yamato hizo una mueca al escuchar esto, ya que supo al instante de que trataba.
—Y-yo no debería estar aquí.— Habló Takeru.
—¡Hey! No digas eso.— Yamato lo interrumpió— Yo dije desde el principio que si ascendía al trono, tú vivirías.
—Lo sé, pero no creo que los demás estén de acuerdo.— Musitó el menor— Estas no son nuestras costumbres, jamás había ocurrido y...—Suspiró— No fue justo. Nuestros otros hermanos...
—Medios hermanos.— Corrigió rápidamente el mayor— Ellos simplemente eran hijos de nuestro padre, pero no estaban relacionados a nuestra madre.
—Si, lo sé.— Respondió Takeru— Pero nos criamos como hermanos, nunca nos importó que no tuvieras las mismas madres, ellos eran parte de nosotros, de nuestras vidas...—Bajó el rostro— De nuestro reino.
Yamato hizo una mueca ante esto, no le sorprendía que su hermano actuara así, finalmente al ser el menor y había recibido el amor de todos sus hermanos, sin excepción, además Takeru siempre se había destacado por ser un chico sensible y nobles sentimientos, era lógico que se sintiera así luego de todo lo que había ocurrido.
—Takeru.— Lo llamó— Hermano, entiendo como te sientes, pero no tenía opción.
—Lo sé y no te recrimino después de todo querías sobrevivir.— Habló el menor— Pero yo también merecía su destino.
—¡No!— Yamato lo interrumpió— No digas eso, no lo vuelvas ni a pensar, tú también merecias estar aquí y lo estás.
Takeru hizo una mueca— No lo merecía.— Suspiró— Simplemente me salvó ser hijo de la sultana madre, a diferencia de los demás.
—No te salvó aquello.— Habló el mayor— Los demás igual te estimaban y bastante.
—Pero no correrían el riesgo de mantenerme con vida.
—Claro que no.
—Claro que si.— Takeru insistió— Yo lo sé.
Yamato suspiró ante esto y se mantuvo en silencio mientras observaba eel temeroso rostro de su hermano. Debía admitir que esa situación era bastante difícil, sobre todo para él, compredía la postura de Takeru, no lo criticaba, sin embargo, él no podía aceptar aquello.
—Bueno, yo no soy ellos.— Habló el sultán y posó sus manos en sus hombros— Desde el día en que tú naciste yo le prometí a nuestros padres que te cuidaría y eso es lo que haré, porque eres mi hermano, y te quiero, jamás haría algo que te dañase.
—¿Y si te lo pidiesen?
—No digas eso.
—Lo siento, pero no puedo evitarlo.— Admitió el menor— Siempre fue arriesgado que dos personas herederas al trono estuvieran vivas, va contra nuestras leyes y tú sabes como eran los consejeros reales de nuestro padre.
—A mi me da lo mismo lo que digan o dejen de decir.— Habló— Tú eres mi hermano, que estés con vida es lo único que me importa.
Takeru sonrió de lado ante esto, en verdad lo hacia sentir bien aquellas palabras de su hermano mayor, saber que estaría con él, que lo protegería y que hiría contra las normas por su bien era algo totalmente reconfortante. Sin embargo, el miedo siempre sería parte de su vida, había nacido con un destino claro y que no sabía si lograría eliminar de manera definitiva.
—¿Taichi vendrá?— Preguntó Sora sorprendida.
—Si sultana.— Respondió Miyako mientras doblaba una ropa.
La pelirroja no pudo evitar sentirse extraña ante aquella declaración, ya que, hace bastante tiempo no veía al castaño, literalmente había perdido la cuenta de cuantas lunas habían pasado desde entonces.
—¿Y-y por qué?— No pudo evitar titubear mientras peinaba su cabello.
—Porque el consejo de guerra anual será pronto.
Sora hizo una mueca— Se me había olvidado ese detalle.— Depositó su cepillo de cabello en su escritorio.
—Al parecer estará fuerte este consejo de guerra.— Comentó la chica de cabello lila— Y no lo digo solo porque Yamato sea el nuevo sultán, si no por lo que se comenta del ataque en la zona Norte.
—¿Un ataque en la zona Norte?— Preguntó Sora sorprendida.
—¿No lo había escuchado?
—No.— Respondió la pelirroja— Nadie me había comentado de eso, Yamato y yo apenas nos hemos visto, y sus hombres no me hablan de esos temas.
Miyako tomó en sus brazos la ropa que había doblado y caminó en dirección a un mueble— Bueno, Ken me lo comentó y al parecer no es algo bueno, porque las tropas fueron egipcias.
—¿Egipcias?— Cuestionó la pelirroja— Ahí está exiliado Joe ¿cierto?
—Si mi sultana.— Respondió Miyako— En ese lugar está Joe.
Ahora tenía sentido porque Yamato no andaba de buen humor, no era para menos que estuviera preocupado por esa situación finalmente era algo grave, ese hombre era traidor.
—Que mal, mi sultán recién ascendió al trono y ya tiene problemas.— Habló la pelirroja mientras acomodaba un anillo en su dedo.
—Si.— Respondió la chica de cabello lila— Pero para su buena suerte tiene el apoyo del comandante del ejército, Taichi, quién a diferencia de los otros señores no fue exiliado porque apoyó al heredero indicado cuando Hiroaki murió.
Sora se mordió el labio inferior al escuchar esto, la verdad de las cosas es que ni ella aún podía creer que aquello había ocurrido. Taichi Yagami, el comandante del ejército, apoyó a su mayor rival, Yamato Ishida, para ascender al trono cuando este había tenido que enfrentarse a sus demás hermanos luego de la muerte del antiguo sultán, Hiroaki Ishida.
—Debe ser incómodo para usted esta situación ¿no?— Miyako comentó al ver el rostro de controversia que tenía Sora.
La pelirroja simplemente suspiró ante esto.
Miyako era una de las pocas personas que sabía toda la historia que había vivido con Taichi y Yamato hace un tiempo atrás, porque, era su amiga.
—Lo es.— Admitió la pelirroja.
Miyako guardó unos segundos de silencio observando a la pelirroja— Disculpe la pregunta pero ¿ustedes hace cuanto no se ven?
Buena pregunta.
—Desde...—Sora hizo memoria y nuevamente suspiró— No nos hemos visto desde que Kiriha tenía dos años.
A pesar de ser el comandante del ejército y mano derecha de Yamato, ambos no se habían visto hace mucho, ya que, Taichi vivía cerca de la capital y ella había permanecido este tiempo en el uno de los palacios en la zona Oeste mientras Yamato luchaba por su trono.
—Él todavía está enojado con usted ¿no?— Habló Miyako.
Sora hizo una mueca ante esto y bajó la mirada, tristemente las cosas entre ellos no estaban bien, a pesar de que se habían criado prácticamente juntos y eran amigos de toda la vida ahora apenas podían hablar
¿Por qué?
Porque ella había preferido convertirse en mujer de Yamato antes que estar con él.
Se mordió el labio inferior.
No le gustaba recordar aquello.
—Si.— Finalmente respondió la pelirrojo— Él todavía está resentido conmigo luego de todos los acontecimientos.
—No es para menos.— Comentó Miyako.
Sora bajó la mirada, sabía que las cosas no habían salido, que probablemente había hecho algunas cosas mal, pero el Yagami debía entenderla. Todo lo que hizo fue por su bienestar y el honor de su familia, quiás todavía no era esposa oficial de Yamato, pero ella era una sultana y en cualquier minuto su hijo podía ascender al trono convirtiendola en la mujer más poderosa de ese imperio.
La madre sultana.
—Yo simplemente hice lo que tenía que hacer.— Habló la pelirroja— Y fue lo mejor.
Mimi llegó al final del pasillo y observó a su alrededor, se suponía que debía regresar al harem, pero ese lugar era gigante, no tenía ni la más mínima idea de donde estaba ese lugar.
¡Rayos!
Observó a su alrededor, no sabía si iba en camino o no hacia su destino. Había dado miles de vueltas y vueltas, pero no había llegado al lugar donde pasó la noche.
Llegó al final del pasillo y se dispuso a doblar, pero apenas hizo esto ante sus ojos apareció el señor Gennai.
—Así que, aquí estás niña.— Habló el hombre— Te estuve buscando.—Se cruzó de brazos— Se supone que debías estar en tu clase de lectoescritura junto a las demás, pero faltaste ¿Dónde estabas?
—Y-yo...—La castaña quiso responder pero unos segundos tuvo intenciones de omitir lo que había ocurrido.
—¿Intentaste escapar, cierto?— Preguntó el hombre molesto.
La oji-miel se mordió el labio inferior ante esto ¿para que iba a mentir?— Si.
—¿Por qué?— Cuestionó Gennai.
—¿Qué no es obvio?— Preguntó Mimi molesta— No quiero estar aquí, no me gusta este lugar, no me gustan sus costumbres, este lugar es un infierno.
—Cierra tu boca, niña.— Exigió el hombre molesto y dejó caer a la chica al suelo.
¡Rayos!
Mimi pensó molesta al sentir el golpe en sus piernas.
—En verdad eres mal educada.— Habló el hombre— Dejas la comida, nos insultas, ayer hablaste de frente con la sultana madre y ahora te escapas de clases ¿acaso no sabes lo afortunada que eres de estar aquí?
—¿Afortunada?— Preguntó la oji-miel— Tal vez para usted y para todas las personas que han sido criados aquí, en cambio para mi es un castigo estar aquí.
—Castigo no es estar aquí, castigo es lo que tendrás ahora.— Habló Gennai.
¿Pagar?
Mimi hizo una mueca, ojalá esa paga fuera la muerte, ese había sido su anhelo desde que esos Otomanos habían acabado con sus padres, sin embargo, no había tenido el valor a suicidarse porque eso también era pecado y no quería terminar en el infierno por esa decisión.
—Si quiere mateme.
—No.— Respondió Gennai— Aunque te lo merecieras eso solo lo decide el sultán.— Dijo esto y se acercó a un mueble, sacó de el una fuente pequeña y un paño blanco— Toma.— Le lanzó los objetos— Tendrás que limpiar el suelo de la sala principal.
—¿El suelo de la sala principal?— Preguntó Mimi sorprendida.
—Si.— Contestó el hombre.
—P-pero ese lugar enorme, jamás terminaré.
—Es lo mínimo que puedes hacer.— Respondió Gennai— Luego de la forma en que te has comportado.
Yamato salió por el balcón de la sala del trono y respiró profundo, observando su alrededor. Desde ahí se veían la mayoría de instalaciones del palacio, el patio de entrenamiento, el salón de principal donde generalmente se hacian las obras sociales o fiestas, parte del harem, entre otras cosas.
Respiró profundo.
En verdad este había sido un día agotador y todavía no acababa.
¡Rayos!
Lamentaba no poder estar con su hijo, recién había regresado, sin embargo, ahora sus obligaciones eran otras, ya no podía solo estar con él y jugar.
No tendría tiempo para estar con su favorita, Sora, la madre de su hijo, ni ninguna otra mujer, al menos por esa noche.
Y tampoco ir a los entrenamientos nocturnos que de vez en cuando hacian con su hermano menor, Takeru.
En resumen, su vida nunca regresaría a ser lo que era, ahora tenía responsabilidades, un reino que organizar, ejercitos, etc.
Se mordió el labio inferior y pasó levemente su mirada por el salón principal. Muchas personas iban caminaban de un lugar a otro, en pocas palabras sus subditos, todos parecían estar ocupados en sus labores, entre ellas pudo divisar que una chica castaña se encontraba limpiando el suelo y...
¡Un minuto!
¿Ella no era la chica de antes?
¿Cómo era que se llamaba?
¿Mimi?
Alzó una ceja sorprendido.
¿Cómo rayos había recordado su nombre?
Eso era inusual, no siempre recordaba los nombres de sus súbditos. Aunque si lo pensaba bien ninguna persona había logrado dejar tan marcada en su mirada en su mente. Esos ojos color miel eran...
Inolvidables.
—Sultan Yamato.— Una voz lo sacó de sus pensamientos.
¡Rayos!
El rubio hizo una mueca ante esto y volteo encontrándose con Ryo— ¿Si?
—La Sultana madre solicita verlo.— Respondió el chico castaño.
—Dile que pase.— Contestó el rubio.
Ryo asintió y se encaminó hacia la puerta, cuando llegó ahí no pasaron muchos segundos cuando la mujer de cabello castaño y ojos azules se hizo presente en el lugar.
—Hijo.— Natsuko caminó hacia el rubio.
—Madre.
La mujer besó su mejilla— ¿Cómo estás?— Preguntó— Escuché que fue un día agotador.
¿Agotador?
Esa palabra no alcanzaba a describir todo.
—Tuve muchas cosas que hacer madre.— Respondió el rubio.
—Todo el mundo se sorprendió al no verte bajar a cenar.— Comentó Natsuko— Algunos te andaban buscando.
—Estoy un tanto cansado.— Contestó Yamato, no quería estar rodeado de tantas personas, así que había decidido cenar solo ahí.
—Ya me lo imaginaba.— Respondió la castaña— Y supuse que estarías aquí. Siempre fue tu sueño desde pequeño poder estar en el balcón del sultan.— Habló Natsuko observando al rededor— Y ahora, mira, no tienes prohibida la entrada porque eres el sultán.
Natsuko acarició la mejila de su hijo— Estoy muy orgullosa de ti y estoy sgeura que si tu padre estuviera vivo también lo estaría, él siempre quiso que ascendieras al trono.
Su padre quería que él ascendiera al trono.
Yamato repitió aquello en su cabeza.
Por eso había ejecutado a uno de sus hermanos.
¡Rayos!
Apretó el puño.
Se suponía que la leyes decían que el mayor era quién ocupaba el trono, salvo que este muriese los otros podían optar a ese puesto y eso había sido lo que su padre hizo al enviar a matar a su hijo mayor.
Suspiró.
—¿Estás segura que yo soy el más indicado para este puesto, madre?— Preguntó el rubio— Mi hermano, Thomas, siempre fue educado para este puesto, porque a él le pertenecía.
—No le pertenecía.
—Él era el mayor.
—Pero tu padre no quería que fuese el sultán.— Respondió la mujer—Él te privilegio a ti, porque quería que tu ascendieras al trono.
—¿Yo?— Preguntó Yamato— Lo dudo.— Suspiró— Lo que él no quería era que la madre de Thomas fuera la sultana madre, ya sabes que las cosas entre ellos no estaban bien, daba lo mismo quién subiera al trono, mis otros hermanos o yo, lo importante para él era que esa sultana no influenciara más en el imperio ¿no?
—No hablemos de esa mujer ¿si?— Habló Natsuko— Tú sabes que no me agradaba y ya no importa lo que ocurra con ella, está exiliada, es lo importante.
Yamato se mordió el labio inferior y guardó silencio, saber que estaba exiliada esa antigua sultana era una preocupación constante, porque facilmente podría unirse a sus enemigos, cosa que no quería.
Suspiró.
—Mejor hablemos de tus planes.— Habló Natsuko— Dime ¿es verdad que incluirás a Takeru en tu consejo de guerra?
—Si.— Respondió Yamato.
—Que bien, a tu hermano le hará bien participar en este tipo de actividades.
Yamato asintió— Si, pero no se veía muy convencido cuando le dije.
Natsuko hizo una mueca ante esto— No es para menos, tú sabes que a los líderes les gusta cumplir con la reglas y tristemente corren ambos un riesgo al estar él vivo.
El rubio asintió— Lamentablemente.
Y un silencio se hizo presente en aquel lugar.
—¿Te arrepientes?— Preguntó la mujer de un momento a otro.
—¿Q-qué?— Yamato alzó la mirada.
—¿D-De dejar a tu hermano vivo?
—¿Po-por qué preguntas?— Cuestionó el rubio.
—Porque supongo que esto no debe ser fácil, digo, finalmente era tu deber, pero por mi no lo hiciste, cosa que agradezco, sin embargo, eso no quita que te sientas extraño, hijo.— Habló la mujer.
Yamato alzó la mirada y observó a su madre, evidentemente sentía una gran controversia, cosa que no era para menos, finalmente ella le había rogado por el bien de su hermano, pero si lo miraba de su perspectiva él también tendría que pagar un precio por el bien de Takeru.
—Madre, nunca me arrepentiré de mi decisión.— Declaró Yamato— Takeru es mi hermano y lo quiero.
—Pero, los líderes son extrictos con las leyes.
—Si, tristemente lo son, sin embargo, yo soy el sultán y yo tomo las decisiones.— Habló Yamato firmemente— Y mientras yo esté vivo me encargaré de que él esté bien y sea respetado como debe ser, finalmente él también tiene la sangre real y es un principe.
Natsuko sonrió ante esto— Me alegra escuchar aquello.— Admitió aliviada— Pero ¿cómo lo harás para evitar los problemas con los líderes?
—Ya veré yo como me las arreglo.— Contestó el rubio.
Lo diría una y mil veces, porque ese sería su decreto real.
¡Su hermano no moriría!
Y era su última palabra.
+El fatricidio en el Imperio Otomano era algo común, ya que así el sultán aseguraba el trono para él y sus descendientes, en esta historia será un punto clave, ya veremos si Yamato logra romper con aquella tradición tan cruel.
