Helga no consiguió despertarse más temprano al día siguiente y terminó saliendo de su habitación bien entrada la mañana, cuando su hermana ya estaba en el jardín tomando el té, como acostumbraba.
—¿Ya te sientes mejor? —preguntó con una sonrisa, como era costumbre.
—Sí —respondió Helga, mientras se sentaba frente a su hermana.
—Te hubieras levantado antes, Doug tuvo que salir y se fue preocupado por ti.
—Lo siento, estaba cansada.
—Y... ¿Cómo hiciste para volver, si no usaste nuestro carruaje?
—¿No lo hice? —no se esperaba pregunta —La verdad me sentía tan mal que no me di cuenta, supongo que alguno de los sirvientes al verme así tomó un carruaje al azar para poder traerme.
—Sí, es lo más seguro… ¿Y? ¿Cómo te fue con el señor Bristol?
El suspiro de alivio que iba soltar, al ver que a su hermana le había bastado esa explicación para su desaparición, murió y un gusto amargo comenzó a subir por su garganta ante la mención de ese tipo.
—Disculpen, la buscan... —una de las sirvientas se acercó a ellas y Olga inmediatamente puso una expresión de fastidio en su bonita cara y se dispuso a levantarse —A usted, señorita —dijo, mirando a Helga.
—¿Quién puede buscarte a ti?
—No lo sé, Olga, pero iré a averiguarlo.
Helga no reconoció a la mujer que la esperaba de pie en el recibidor. Era ya mayor y con la cabellera gris, aunque su piel no mostraba muchas arrugas.
—Traigo un recado para usted, señorita —dijo la desconocida, con una suave sonrisa en el rostro, acercándose a ella y entregándole un sobre pequeño —. De parte del señor —añadió bajito, lo suficiente para que nadie que no fuera ella la escuchara.
Helga entendió muy bien a quien se refería.
—Muchas gracias, señora...
—Llámeme Rose, simplemente.
—Muchas gracias, Rose y dígale al señor que también se lo agradezco.
—Se lo diré —la mujer hizo una pequeña reverencia y se despidió.
Helga la miró retirarse, guiada por el mayordomo hacia la salida y cuando se quedó sola, volvió a mirar el sobre recién entregado.
Era un sobre lacrado con las iniciales AS.
La «S» era por su apellido, Shortman y entonces su nombre iniciaba con la letra «A».
Miró a su alrededor para comprobar que seguía sola y rápidamente rompió el sello y sacó la única hoja que contenía.
«Busque a Mademoiselle Babette, ella podrá ayudarla con su problema de vestuario. Puede ir a verla hoy mismo, ya me he encargado de todo».
Y eso era todo. No había saludo ni firma.
Rápidamente guardó la nota en el sobre, y a su vez, puso este en la bolsa de su falda, antes de volver con su hermana.
—¿Quién era? ¿Qué quería? —preguntó Olga en cuanto la vio.
—Sólo vinieron a traerme un recado sin importancia ¿Tienes planeado salir hoy? —cortó así las intenciones de su hermana de seguir con el interrogatorio.
—Si, tengo pensado comprar unas cosas.
—¿Puedo ir contigo?
—Está bien.
—Voy a prepararme entonces.
—¿No vas a comer nada?
Helga por respuesta sonrió y tomó uno de los platitos llenos con deliciosas galletas, antes de dar media vuelta y marcharse con rumbo a su habitación.
—¡Helga!
Ignoró el llamado de su hermana, quien seguramente iba a reprenderla, y se llevó una de las deliciosas galletas a la boca. Esa pequeña visita le había regresado un poco el ánimo y había sembrado la curiosidad y expectativa por lo que podría pasar.
Cuando entró a su habitación, vio de inmediato el saco negro sobre la silla.
—¡Qué tonta! Debí dárselo a Rose para que se lo entregara.
Dejó el plato con galletas encima de la cómoda y fue por la prenda masculina.
De momento lo guardaría.
—¿A qué quieres entrar? ¿No te bastan los vestidos que Doug te consiguió? ¿No te gustan? —aun con esa expresión afligida la mayor de las Pataki lucía encantadora.
Estaban frente al establecimiento de Mademoiselle Babette, Helga sabía que ese era el lugar porque el nombre estaba puesto en una elegante marquesina sobre la entrada, y Olga al parecer no estaba feliz con la idea de entrar a ese lugar.
—Claro que me gustan, es sólo que...quisiera ver si puedo conseguir algo más cómodo para vestir, tú sabes bien lo justo que me quedan los vestidos que tengo.
—¿Y crees que vas a conseguir algo aquí?
—Una de las chicas me recomendó mucho este lugar y...
—Por supuesto que debió recomendartelo, es el mejor de la ciudad, pero dudo mucho que tengan algo que venderte, hay que hacer los pedidos con mucha anticipación.
—No perdemos nada con probar, ¡vamos! ... Por favor.
El lugar era impresionante, los vestidos que estaban en exhibición y los que se veía que estaban trabajando en ellos, eran simplemente fabulosos.
—¿Tienen ustedes cita? —la joven que les preguntó aquello, iba bellamente vestida y su porte era muy elegante.
—Pues yo... —¿tendría una cita hecha? Él dijo que se había encargado de todo, pero... ¿Qué era ese «todo»? De repente se sentía como una estúpida por estar allí, confiando sólo en una nota.
—Te lo dije, vámonos de aquí, Helga.
Justo cuando su hermana la tomaba del brazo, la joven frente a ellas exclamó.
—¡Ah! Es usted. La estábamos esperando. Venga conmigo, por favor.
Y así, ante el asombro de su hermana y el suyo propio, Helga fue conducida hacia otra habitación.
—Mademoiselle Babette —dijo la joven empleada al entrar y se dirigió hacia la mujer en un extremo de la habitación para decirle algo al oído, mientras Helga permanecía observando todo cerca de la puerta.
—Puedes retirarte, Marie —dijo la dueña del negocio, una muy hermosa mujer con la voz salpicada de un suave y agradable acento francés —Acérquese —le dijo a Helga, una vez que la empleada se marchó —. Así que es usted —la miró de arriba abajo, algo que incomodó mucho a la más joven de las Pataki —Bueno, no hay tiempo que perder. Veamos qué podemos hacer por usted.
Fue varias horas después, casi al atardecer, cuando Helga pudo volver a reunirse con su hermana y les entregaron algunos paquetes que contenían las prendas que habían logrado arreglar para ella.
—¿Quién va a pagar todo eso? —preguntó Olga preocupada.
Era verdad, Helga no había pensado en eso. Se emocionó tanto con el proceso, que dejó de lado ese detalle tan importante.
—No se preocupen por eso. Ya todo está arreglado —dijo Marie y se despidió de ellas.
«Todo está arreglado», justo eso decía la escueta nota que recibió esa mañana, pero no se imaginó que aquel 'todo' englobaba incluso el costo de las prendas.
—¿Qué fue todo eso? ¿Cómo conseguiste que te atendieran? ¿Y qué quiso decir con que lo del pago estaba arreglado? —con su dulce voz Olga comenzó su interrogatorio en cuanto salieron.
—Últimamente haces muchas preguntas, Olga —su hermana sólo la vio con expresión ofendida y Helga suspiró —. Tampoco estoy muy segura de que pasó, tal vez saben que Doug es tu esposo y por eso nos atendieron.
Claro, podía ser, pensó Olga. Después de todo, su marido era cada vez más reconocido e importante en la ciudad, pero...
—¡Doug no va a pagar por eso! ¿O sí? ¡Él ya te había comprado vestidos! —su cara mostraba cierto enojo y su voz sonó con un toque de enfadado, aunque sólo un poco.
—Tranquila, Olga —le dijo a su hermana, extrañada por esa reacción tan poco común en ella —. Los pagará papá... En cuanto regrese, claro.
—Está bien, supongo. Ahora regresemos a casa que por tu culpa ya se ha hecho muy tarde.
—¿Dónde estaban? —Doug apareció frente a ellas con los brazos cruzados, en cuanto atravesaron la puerta principal de la casa.
—Pues — comenzó a hablar Helga —...
—¡Nuestra hermanita está enferma! ¿Por qué la sacaste de aquí, Olga?
Raramente Doug se dirigía a su esposa con voz enojada, por lo que ambas se quedaron sorprendidas y en silencio, hasta que Helga habló.
—En realidad he sido yo la que insistió en salir, pero es porque ya me siento bien.
—Me tranquiliza escuchar eso —su cara seria y de enojo, quedó reemplazada por una sonriente y como solía hacer, fue hacía ella para rodearla por los hombros y llevarla con él —. Entonces, ¿a dónde fueron?
—De compras —contestó Olga, caminando detrás de ellos —e increíblemente, Mademoiselle Babette atendió a Helga y ahora mi hermanita bebé tiene vestidos nuevos.
—¿Es cierto eso? —Doug se detuvo para mirarla directo a los ojos, en espera de su respuesta y Helga asintió —¿Y los vestidos que yo te compré?
—Bueno...
—¿Acaso no te basta con esos? ¿No te gustan?
Realmente se veía afligido y Helga se sintió muy mal por eso.
—Sí, claro que me gustan —mintió, esperando sonar convincente —, es solo que me quedan algo pequeños y es algo muy incómodo, a veces hasta doloroso llevarlos puestos.
—¡Por Dios! —palideció —Debiste decírmelo —cambió de posición para tomar sus manos y besarlas, en un gesto que realmente contrarió a Helga, haciendo que diera un paso atrás, alejándose —¡Mañana mismo iré a pagar esos vestidos y a encargar más!
—No es necesario, Doug. Papá pagará a su regreso —volvió a mentir —, los vestidos que traje y un par más que mandaran después.
—Está bien, pero vamos, veamos qué fue lo que trajiste..
—Están en el carruaje, cariño —dijo Olga y Doug de inmediato mandó a traerlos.
CONTINUARÁ...
