CAPÍTULO 8

Aquel vestido arreglado tan apresuradamente para ella, resultaba perfecto. Incluso la hacía sentirse bonita, pero incluso así, cuando entraron cada una de uno de los brazos de Doug, todas las miradas se posaron sobre su hermana, pero era inevitable, Olga era una belleza.

Bueno...

No todos los ojos estaban puestos en su hermana, había un par de ojos verdes fijos en ella y se encontró con ellos por unos segundos, hasta que él desvió la mirada.

Le alegraba mucho verlo allí.

—Bien, iré a reunirme con unos socios, así que cuida mucho a nuestra hermanita. No queremos que hoy que luce tan bella, alguien quiera aprovecharse de ella.

«Demasiado tarde para eso», pensó Helga con amargura, viendo marchar a su cuñado y acompañando a su hermana hasta el círculo de amistades con quienes solía reunirse.

No pasó mucho tiempo para que Olga se quedara enfrascada en la plática y Helga aprovechó para escabullirse. Necesitaba encontrarlo para por lo menos agradecerle por todo lo que había hecho por ella y cuando lo localizó entre toda esa gente, vio con alivio que estaba apartado y solo.

—Se ve bien —dijo en voz baja Arnold y sin mirarla, en cuanto ella estuvo cerca, no quería que llamaran la atención, al menos no más de lo que ya lo hacía él por cuenta propia—, quiero decir, mejor que con aquellos torturadores vestidos de institutriz.

Eso le arrancó una sonrisa a Helga.

—Quería agradecerle...

Arnold levantó un poco la mano para evitar que continuara.

—No tiene nada que agra... —sus palabras murieron cuando ella tomó su mano entre las suyas y lo miró con preocupación.

—¡Dios! ¿Esto le pasó por ayudarme? —Helga examinaba los nudillos lastimados. Debió haberle pasado en aquella pelea, pensaba, tratando de ver si la otra mano se encontraba en las mismas condiciones.

Arnold tardó un poco en reaccionar y apartar su mano.

—Es la mano de un asesino, no debe olvidarlo —Arnold lo dijo con una expresión sombría que cubría su rostro —Ahora, lo mejor es que regrese al lado de su hermana y no se separe de ella esta vez. No crea que voy a estar vigilándola todo el tiempo. Él se marchó y Helga, de mala gana, siguió su consejo. Aunque... ¿Por qué le sabía tan mal que su encuentro terminara de esa manera tan abrupta?

En su rincón apartado al que fue a refugiarse, Arnold miraba su mano. Ella había sostenido con tanta suavidad esa mano y lo había mirado con tanta preocupación... A él... Un hombre que por lo que ella debía ya de saber, había asesinado a su esposa con esas mismas manos...

Deshizo el nudo que se formaba en su garganta y se reprendió mentalmente. No podía permitirse crear una luz en la oscuridad a la cual aferrarse. Ella solamente estaba agradecida, era todo.

El resto de la noche la vigiló a la distancia, aun cuando le dijo que no lo haría, estaba en esa fiesta solamente por esa razón. Estaba allí, aguantando todo lo que no le gustaba solamente para asegurarse de que ella estaría a salvo y no se marchó hasta después de que ella lo hizo.


Al día siguiente...

Realmente ese hombre era un enigma...

«Es la mano de un asesino, no debe olvidarlo»

Todos decían que era un asesino, incluso él y todos se sentían en peligro al tenerlo cerca, y sin embargo, fue en su ayuda cuando la atacó aquel hombre 'respetable' que su hermana le presentó. Sin mencionar que había resultado ser como su hada madrina, solucionando sus problemas de vestuario. Pensar así las cosas la hizo sonreír mientras detenía su caballo; había salido a dar su ya acostumbrado paseo y ahora estaba cerca de los límites de la propiedad Leshamp.

Hace unos días no lo habría dudado, hubiera dado media vuelta hacia la seguridad de su casa y muy lejos de la propiedad de su vecino, porque había aceptado como verdad lo dicho sobre el señor Shortman, pero ya no era así. Él era todo un enigma, no sabía casi nada sobre él, pero a pesar de eso Helga estaba segura de que él no era malo ni le haría daño, no después de todo lo que había hecho por ella.

Respiró hondo y apuró a su caballo para que siguiera adelante. Después de avanzar un poco pudo verlo aparecer a la distancia, en su caballo en la parte más alta de la colina. Él fijó su mira en ella, se dio la media vuelta y desapareció.

¡La vio y la ignoró!

¿Cómo podía hacerle eso?

Helga se sentía ofendida y realmente no pensó cuando hizo que su caballo corriera colina arriba, desafiando la advertencia de no ir más allá de ese lugar.

Arnold podía escuchar al caballo acercándose rápidamente. Ella no iba a atreverse, ¿o sí? Detuvo su caballo en espera de ver lo que ocurriría y giró rápidamente su montura cuando escuchó los cascos del caballo golpeando a corta distancia de él. El movimiento fue brusco y aparentemente muy inesperado para el caballo de su impertinente visitante, que se encabritó arrojando a la joven al suelo.

Arnold bajó de su caballo de un salto y corrió hacia ella. Llegó a su lado justo a tiempo para evitar que el caballo la golpeara, aunque el alivio que sintió por haber logrado evitar esa desgracia, desapareció en cuanto vio que ella no reaccionaba.

—No. No por favor... ¡Helga, despierta!—la tomó en brazos y de la mejor forma que pudo la subió junto con él al caballo para llevarla a la casa.


No quiso abrir los ojos, porque la cabeza le punzaba demasiado.

—¿Ya está usted consciente?

Le parecía conocer aquella suave voz femenina y la curiosidad pudo más que el dolor y abrió los ojos, encontrándose con el rostro de expresión amable de Rose.

—¡Qué alivio! Iré a avisarle al señor —dijo y desapareció.

—¿Señor? ¿Cuál señor? —se preguntó Helga a sí misma.

Fue entonces que cayó en la cuenta de que estaba en una cama que no era la suya. Echó un vistazo rápido alrededor, evitando moverse demasiado, y pudo percatarse de que estaba en una habitación con una decoración demasiado masculina.

«Iré a avisarle al señor»

¡Ese señor debía de ser Shortman!

Justo en el momento de su revelación, escuchó la puerta abrirse y giró tan rápido la cabeza en esa dirección, que el dolor fue tan fuerte que la hizo cerrar los ojos y soltar un gritillo.

—¿Está usted bien? —Arnold se apresuró a llegar a su lado.

Helga escuchó la conocida voz masculina muy cerca de ella y abrió los ojos. En efecto, estaba muy cerca de ella. Lo suficiente para darse cuenta de que sus ojos no eran totalmente verdes, sino que tenían un toque castaño.

Arnold, por su parte, pudo ver cuán profundo era el azul de sus ojos y encontró que debía de ser muy fácil perderse en ellos, cosa en la que él no debía siquiera pensar y se alejó deprisa.

—¡Todo por ser tan imprudente y cabeza dura! —la reprendió Arnold.

Ella se sorprendió por la manera en la que le habló y lo que le dijo, y no iba a permitir ser tratada así.

—¿Cómo acaba de llamarme? —Helga se irguió en su lugar y lo miró con el ceño fruncido, no solo por lo molesta que estaba, sino también por el dolor que aún sentía.

—¡Cabeza dura! ¡Así la llamé! —él soltó una especie de bufido —Aunque, pensándolo bien, no es una mala característica. Quizás es gracias a eso que usted sigue con nosotros en este mundo, por un momento pensamos que ya no era así... Nos ha dado un buen susto.

—¿Estuvo preocupado por mí?

Más de lo que él deseaba admitir, incluso para sí mismo.

—Por mí, más bien ¿Qué hubieran pensado si la encontraban tirada dentro de mi propiedad?

Realmente le desilusionó su respuesta, no entendía porqué y tampoco estaba dispuesta a admitir eso frente a él.

—Si no hubiera sido por esa posibilidad, ¿hubiera sido capaz de dejarme allí tirada? —seguía hablando con enojo, porque en verdad ahora estaba molesta con él.

—La idea de haber hecho eso, ahora es demasiado tentadora, créame.

—¡Pues lo hubiera hecho! ¡Era preferible eso a meterme a su habitación!

—Perdone si el señor la trajo a su habitación... —dijo Rose, entrando de nueva cuenta al cuarto, seguida de un hombre que llevaba una bandeja —Pero no contamos con otras habitaciones disponibles.

—¡Pues no debió atreverse a hacer eso! ¡No es propio hacer eso con una dama como yo!

—No me haga decirle lo que en este momento estoy pensando que es propio hacer con una «dama» entrometida como usted.

Helga estaba preparada para responderle, pero el hombre que acompañaba a Rose, puso la bandeja sobre la cama, cerca de ella.

—Debería de tomar un poco —le ofreció una taza de té —. Le ayudará a sentirse mejor.

Helga aceptó el ofrecimiento y mientras bebía aquel líquido, que para su sorpresa tenía un sabor muy agradable, miraba de vez en cuando a su molesto vecino, que, aunque tenía una expresión sería y evitaba mirarla, no abandonó la habitación y se instaló en una silla cercana a la cama.

Fue hasta el atardecer que dejaron que finalmente se levantara de la cama y regresara a su casa, por supuesto que no la dejaron ir sola, ni mucho menos le permitieron que volviera a subirse a su caballo. Así que se encontraba caminando de regreso con Arnold caminando a su lado, llevando de la rienda a su caballo. Recorrieron el largo camino hasta la propiedad Leshamp en silencio.

—Creo que aquí está bien —dijo Arnold, deteniéndose y extendiendo el brazo para entregarle las riendas a ella —Vaya con cuidado y trate de no cometer ninguna imprudencia.

Helga recibió las riendas y cuando él estaba a punto de dar la media vuelta, ella le habló.

—¡Espere!

Arnold se detuvo y la miró.

—¿Hay algún problema? —preguntó él.

—Gracias...

—Ya le dije porque lo hice, no quiero problemas.

Helga respiró hondo para no perder la calma y discutir con él, quería terminar de decirle lo que tenía planeado.

—No solo por lo de hoy, quería darle las gracias por todo lo demás que ha hecho por mi... Si hubiera algo que yo pudiera hacer por usted...

—Ahora que lo dice, sí lo hay... —Helga lo miró expectante, a la espera de su petición —Manténgase alejada de mí.

Fueron las contundentes palabras que Arnold dijo, antes de dar media vuelta y marcharse, esta vez sin detenerse.

Se había propuesto alejarse definitivamente de esa mujer. Por eso en cuanto la vio desde lo alto de la colina, dio la vuelta para no encontrarse con ella ¿Cómo podría haberse imaginado que ella iba a seguirlo y a terminar incluso en su cama? Definitivamente todo aquello tenía que acabar, a partir de ese momento no volvería a acercarse a ella o dejaba de llamarse Arnold Shortman.


—¿Segura que estás bien, hermanita?

—Sí, Doug. Ya te dije que solo estoy cansada —estaba de regreso en casa, pero continuaba sintiéndose un poco mal y estaba recostada.

—De acuerdo, entonces nos vamos.

Para su sorpresa, Doug le dio un beso en la frente y antes de cruzar volvió a preguntarle si realmente se sentía bien.

—Sí, de verdad lo estoy.

Helga suspiró una vez que él finalmente se fue. Era el día de su reunión exclusiva, lo cual resultó bueno porque si no se hubiera tenido que marchar seguramente hubiera insistido en quedarse toda la noche para vigilarla. Agradecía que la cuidara como si realmente fuera su hermano, pero a veces se extralimitaba.

Se acomodó mejor en la cama y bostezó.

Aun le dolía un poco la cabeza y estaba cansada. Por supuesto que no les dijo a Olga y Doug sobre su caída y la visita que hizo a su vecino, hubieran puesto el grito en el cielo. Definitivamente no le creerían que estuvo sola, indefensa y completamente a su merced, y en lugar de aprovecharse de eso, cuidó de ella.

«Manténgase alejada de mí»

No necesitaba decirle algo como eso. No era como si ella muriera por su cercanía, así que, por supuesto que iba a mantenerse alejada de él a partir de ese momento, pero no porque él se lo dijera sino porque ella quería.

¡Es más, iba a dejar de pensar en él!

¡Si, señor!

Cerró los ojos, dispuesta a dormir y justo en el momento en el que se encontraba sobre la línea entre la vigilia y el sueño, escuchó aquella voz masculina en la que ya no iba a pensar más...

...«Helga» ...

Abrió los ojos y se llevó la mano al pecho.

¿Por qué su corazón estaba latiendo tan rápido en ese momento?


—¿Señor?

Arnold se sobresaltó al oír la voz de su mayordomo desde la puerta.

—¿Sí?, George.

—Rose ha terminado de cambiar la ropa de cama ¿Necesita algo más?

—No, gracias. Pueden retirarse ya.

Era ya muy tarde, se suponía que ya debería estar dormido y sin embargo estaba allí, sentado ante su escritorio y sin hacer nada de provecho, pero no había querido ir a su habitación.

Un suave perfume floral aún permanecía flotando en el ambiente, impregnando su cama, por eso mandó que cambiaran todo lo que había estado en contacto con ella. No quería nada que le recordara su presencia en el lugar. Era momento de alejarse de tajo de esa joven que tanto lo perturbaba.

—Señor, espero pueda disculparnos por no estar preparados para la visita de la señorita esta tarde —Arnold sonrió de lado, dudaba un poco que a aquello pudieran llamarle «una visita» —, pero estaremos preparados para la próxima ocasión.

—No te preocupes, George. No habrá otra ocasión, la señorita no volverá a venir.

—Entiendo, señor. Buenas noches.

Después de hacer una leve reverencia, el hombre se marchó, dejando a Arnold en la soledad de su despacho.

Él estuvo resistiéndose un rato, pero finalmente deslizó suavemente el primer cajón de su escritorio y sacó de él un guardapelo regalo de Cecile el día de su boda.

Lo sostuvo con mucho cuidado en la palma de una de sus manos, mientras que con la otra lo abría. Dentro había lo único que aún conservaba de ella... Un mechón de su cabello y su retrato.

No sabía porque aún lo guardaba. No era como si necesitase algo para recordarla.

Ni a lo que él le hizo y el trágico final de su vida, eso era algo que no podría olvidar nunca.

El frío y la humedad proveniente del mar en la cercanía, traspasaban incluso la gruesa ropa que vestía.

¿Por qué Cecile había terminado en un lugar así, al otro lado del océano?

Le tomó más de medio año dar con su paradero. Aunque... Siendo honesto no lo hubiera logrado de no ser por el hombre con quien ella había escapado y que iba tan solo unos cuantos paso adelante de él, guiándolo hasta el lugar en que Cecile los esperaba. Realmente era una escena surrealista, si lo pensaba bien.

Arnold lo conocía bien o al menos eso creyó en el pasado, porque ciertamente jamás se imaginó que ese extranjero, compatriota de Cecile, que un día le suplicó por una oportunidad de trabajo y a quien llegó a ver como un amigo, pudiera ser capaz de volverse el amante de su esposa, y más aún, que fuera capaz de convencerla de abandonarlo, arrancándola así de su lado... Pero así había sido y Arnold envuelto en su dolor e impulsado por su orgullo herido, en cuanto descubrió lo ocurrido, salió a buscarlos, quería que ella regresará. No le importaba lo que había hecho, la amaba y podía perdonarla, sin embargo, no pudo darles alcance por sus propios medios, aun cuando sabía que estuvo varias veces cerca de ellos, prácticamente pisandoles los talones...

Y cuando el pasar de los días casi lo hicieron darse por vencido y justo preparaba su viaje de regreso, Bastian apareció delante de él para llevarlo con Cecile.

...

Cerró de golpe los ojos y el guardapelo.

—Ya está bien de recuerdos... —dijo, guardando la joya en el lugar que estaba destinado. Aún no quería ir a su habitación, así que, tomó algunos de los documentos que estaban sobre su escritorio —Si no voy a poder dormir esta noche, aprovecharé el tiempo —sentenció para luego ponerse a trabajar.

CONTINUARÁ...


Dos capítulos esta semana, creo que estoy retomando el ritmo y pronto actualizaré también "POR AMOR". Mil gracias por leer y hasta muy pronto.