No es bien visto en una dama hablar mal de alguien cuando ese alguien está presente, pero hacerlo en su ausencia las exoneraba del pecadillo, así qué, tenían que aprovechar mientras Olga LeSham no estuviera, aunque propiamente no hablaban sobre ella, sino de su hermana.
—¡No puedo creerlo! De Rhonda lo entiendo, dado su nivel de desesperación, pero de ella... —dijo una, sin poner realmente atención en las cartas que tenía en la mano y con expresión escandalizada.
—Querida, ¿de verdad crees que no está tan desesperada? Si es así, te equivocas, digo, su padre no ha hecho buenos negocios en un buen tiempo, lo que me hace suponer que el dinero escasea y si a eso le sumas su edad... —dijo otra, quien cayó al llevarse una galleta a la boca.
—¿Qué edad tiene? ¿Veintitrés? ¿Veinticuatro? ¡Una solterona! —otra más habló, abanicándose con las barajas que sostenía.
—Así es. En resumen...todo un cóctel de desesperación —habló la última de las cuatro mujeres reunidas en ese juego de canasta y todas rieron, pero callaron de golpe cuando la persona que menos esperaban ver en ese elegante salón, llegó.
—¡Olga!...
—Querida, no te esperábamos.
—¿No? Pensé que hoy teníamos que reunirnos para organizar el evento de caridad —dijo Olga, sonriente y acercándose a ellas. Mirando atentamente a cada una de ellas y notando algo en sus rostros que no le gustó.
—Eso es para la próxima semana, creo que...que te confundiste un poco.
—¿Por qué tan nerviosa, querida? —la interrogó Olga.
—¿Nerviosa? ¿Yo? ¡Para nada! ¡Qué ideas tienes! ¿Por qué debería yo estar nerviosa, querida Olga?
—Tal vez porque estaban hablando mal de mi... —su sonrisa se había borrado y su expresión sería, poco o nunca vista por las presentes, perturbaba.
Todas callaron y se miraron entre sí.
¡Lo sabía! Solían verla como una mujer bonita pero muy tonta. Sin embargo, no lo era y no le gustaba que se divirtieran a sus costillas, era algo que la exasperaba en demasía, porque si se reían de ella, estaban haciéndolo también de Doug y a su esposo nadie lo insultaba de esa manera.
—Escucha, querida —con voz vacilante comenzó a hablar la mayor de todas —, no es de ti de quien hablábamos...
—Dile, tiene derecho a saber —intervino otra —, digo...si yo estuviera en su situación, me gustaría saber lo que pasa, para evitar que siga ocurriendo —todas estuvieron de acuerdo e instaron a la otra a continuar hablando.
—Bien... Voy a decírtelo... Olga, yo... siento mucho decirte esto, pero... tu hermana tiene un amante...
A Helga le sorprendió que su hermana entrara a su habitación sin llamar antes, pero no tanto como la expresión seria en su rostro, que solía ser siempre sonriente.
—¿Qué pasa, Olga? —Helga se levantó de la silla que ocupaba y caminó hasta su hermana, que se había quedado cerca de la puerta.
—¿Dónde estuviste ayer durante toda la tarde?
—Dando un paseo...
—Cierto, por eso llegaste tan cansada. No quiero imaginar en qué lamentable estado quedó tu caballo.
Helga no supo qué decir a eso. Era verdad, se suponía que había salido a cabalgar y no a caminar.
—Y tus nuevos vestidos los pagará papá, ¿no es así? —Helga asintió —¿Harás que tenga ese gasto sin consultarlo antes y sabiendo que sus finanzas no están bien? ¿No te sientes mal por eso?
—Bueno yo...yo no...
—¿No será que no te preocupa papá porque esos vestidos ya están pagados? … ¿Y Shortman fue quien se encargó de eso?
¿Cómo se había enterado su hermana de eso?
—¿No vas a negarlo?
—No —no tenía caso hacer eso si su hermana ya lo sabía, pero no se esperaba que Olga la tomará fuertemente por el brazo —¡Me lastimas!
—¿Cómo te has atrevido? ¿Cómo pudiste convertirte en la amante de ese hombre?
—¿¡Qué!? —chilló Helga.
—¡En lugar de tratar de conquistar al excelente pretendiente que te conseguí, te fuiste a revolcar con ese! —Helga negó y quiso hablar, pero su hermana la sacudió con violencia y le arrancó otro grito de dolor —¡No trates de negarlo ahora! ¡Lo vieron acompañarte el día que te retiraste temprano de la fiesta! ¡Vieron el lamentable estado en el que ibas y también vieron como subías a su carruaje! ¡Ese día te marchaste después de revolcarte con él! —entre el dolor que le provocaba el agarre de su hermana y sus acusaciones, Helga se encontraba sin poder hablar —¿¡Qué van a pensar de Doug!? ¡Estás viviendo bajo nuestro techo, pensarán que ha sido su culpa por no cuidarte! —la mirada de Olga parecía cada vez más perdida en la furia y la fuerza sobre el brazo de Helga aumentaba.
—¡Me duele!
—¡No te dolió manchar el nombre de mi esposo! ¡Ni tampoco arruinar tus posibilidades de lograr un buen matrimonio! ¡Vaya! ¡Ni siquiera tienes oportunidad de una mala unión! ¡Enredarte con ese hombre tan peligroso, te ha acabado socialmente! ¡Nadie va a quererte!
¿Arruinada socialmente? ¿Sin posibilidad de casarse?
Esas palabras acapararon su pensamiento.
Sabía que su padre resultaría herido por lo que estaba por hacer, pero era la oportunidad que había estado esperando para escapar del matrimonio. Junto toda su determinación y mirando fijamente a los ojos a su hermana, de un tirón se liberó de su agarre.
—No seré la primera ni la última en tener un amante —la fuerte bofetada que recibió, se añadió a la lista de las cosas inesperadas de aquella tarde.
Olga ya no dijo más, dio media vuelta y de la misma manera que llegó se fue, intempestivamente.
Poco después, desde la ventana de su habitación, Helga la vio subir al carruaje y marcharse a quién sabe dónde, pero era bueno que se hubiera ido, dejándola sola porque ella tenía algo importante que hacer.
—Señor, disculpe la interrupción, pero...
—¿Qué ocurre, George? —preguntó Arnold a su mayordomo que le hablaba desde la puerta, sin dejar de mirar lo que escribía.
—Está aquí la señorita que ya no iba a venir más...
—¿Qué? —levantó la vista con un movimiento tan brusco que dejó un rayón en el papel y pudo ver tras George, precisamente a la última persona que pensaba ver de nueva cuenta en su casa.
Helga pasó rápidamente por un lado de George y entró al despacho sin esperar a ser invitada.
—Necesito hablar con usted —cuando vio que claramente él iba a negarse, añadió —. Es sumamente importante, por favor, a solas.
Arnold resopló, pero indicó a George que los dejara solos y el mayordomo así lo hizo.
—Pensé que haría caso a mi petición, por lo visto fui muy ingenuo.
Se sentía como una niña siendo regañada, de pie en medio de ese gran y sobrio despacho y bajó la mirada severa de él.
—Iba a hacerlo. Al menos esa era mi intención, pero hay algo que tiene que saber.
¡Cielos! Ojalá se hubiera mantenido firme en sus intenciones y no la hubiera recibido, pensaba Arnold, mientras trataba de ignorar lo encantadora que le parecía en esos momentos, con las mejillas sonrojadas y mordiéndose el labio inferior con nerviosismos.
Él carraspeó y desvió la mirada.
—Lo que tenga que decir, dígalo y después márchese... Por favor —añadió lo último para suavizar lo rudo de lo dicho antes, pero fue inevitable hablarle así, no quería tenerla cerca. La escuchó tomar aire, pero no volteó a verla.
—Bien... —sonó la femenina voz con nerviosismo —vine aquí porque usted tiene que enterarse de que... somos amantes...
—¿¡Qué!? —él se levantó, haciendo rechinar la silla contra el piso —Creo que el golpe que se dio es más serio de lo que pensaba, tal vez sí debí mandar llamar al médico, aún puedo hacerlo...
—No necesito ningún médico. El golpe no me afectó y tampoco piense que estoy loca —'todavía', agregó en su mente, reconociendo con tristeza y miedo el destino que le deparaba, pero sintiéndose más decidida sobre lo que tenía que hacer —. Alguien nos vio aquella vez salir de la habitación y escabullirnos hasta su carruaje y por supuesto que no se guardó esa información para sí mismo. Y también se enteraron de que usted fue mi benefactor con Mademoiselle Babette... Así que...sumaron dos más dos y le dijeron a mi hermana que somos amantes.
—Pues, iré inmediatamente a aclararle todo, en cuanto ella sepa cómo fueron las cosas...
—¡No!
—¿Cómo dijo?
—Es lo otro que vine a decirle... Quiero que mi hermana y todos sigan pensando eso de nosotros.
Arnold se dejó caer en su silla, cerró los ojos y se sobó con el pulgar y el dedo medio el puente de la nariz. Quizás fuera él quien verdaderamente cayó del caballo y tal vez aún estaba inconsciente y sumido en esa especie de loco sueño. Tal vez si cerraba los ojos y trataba de sumirse en la inconsciencia dentro de su inconsciencia, terminaría por despertar. Lo intentó por un par de minutos, pero nada pasó y finalmente volvió a abrir los ojos para mirar a la mujer que se estaba convirtiendo en su flagelo en muchos aspectos.
—¿Por qué querría usted hacer algo como eso?
—Porque no quiero casarme, no quiero quedar atrapada dentro de un matrimonio —o mejor dicho, no quería que nadie quedara atrapado junto a ella —, pero mi padre insiste y si no es de esta forma, arruinando mi reputación, no hay manera de que él desista de esa idea —no hubo vacilación en su voz, ni duda en su mirada. Al contrario, sus ojos centellearon llenos de decisión y le sostuvo la mirada a él y así ella pudo notar que repentinamente sus ojos se volvían vacíos, era como si se perdiera dentro de él mismo —Por fa...
—Está bien - no pudo evitar pensar en otra joven, una que no pudo escapar a un matrimonio que no deseaba y que terminó muy mal -. Si es lo que usted quiere, así será.
Eso fue tan repentino, que Helga terminó por tartamudear un poco al agradecerle.
—Es una gran oportunidad, Doug...
—No lo sé... —dio un trago al vaso de licor que sostenía en la mano y miró a los hombres sentados a su alrededor —Significaría estar fuera un par de semanas...
—Tal vez sean tres o cuatro, pero no te preocupes, nosotros cuidaremos de tu esposa —dijo otro, con tono insinuante y los demás soltaron una corta risilla.
Pero eso a Doug no le importó, como tampoco le importaba dejar sola Olga y al alcance de esos hombres, quién le preocupaba era Helga, tenía que estar cerca de su hermanita para cuidarla, protegerla. No podía confiar en nadie más para hacerlo, aun cuando le estaban ofreciendo un muy buen negocio.
El mayordomo entró y se acercó al dueño de la casa para decirle algo al oído.
—¡Vaya, LeSham! Te buscan afuera y al parecer es urgente.
—¿Quién? —preguntó levantándose de su asiento.
—Tu esposa, nuestra muy apreciada Olga, ha venido por ti —y antes de que Doug saliera por la puerta, le dijo en un tono bastante alto de voz —¡Piensa en lo que te hemos dicho! ¡Oportunidades así no hay muchas! —y menos para un poco brillante y anodino hombre que sólo tenía la posición en la que estaba ahora por la intervención de su esposa.
—¿Qué es lo que pasa, Olga? —preguntó de inmediato Doug, cuando se reunió con ella fuera de la casa.
Olga no respondió, sino que caminó hasta el carruaje. Una vez dentro, Doug volvió a preguntar la razón de que estuviera allí.
—Es por Helga...
—¿Qué le ha pasado a nuestra hermanita? ¡Habla ya!
—A ella nada, pero creí que era muy necesario que te enteraras de que tiene un amante...
Helga había vuelto a casa y su hermana aún no había regresado, eso la aliviaba y preocupaba al mismo tiempo, pero cuando escuchó el ruido del carruaje llegando, creció su expectación por lo que podría pasar.
Y como tal vez no era buena idea salir a recibir a Olga, decidió esperar en su habitación, yendo de un lado al otro con nerviosismo.
Sin embargo, no imaginó que en lugar de ver entrar a su Hermana, fuera Doug quien atravesó la puerta como una ráfaga que no se detuvo hasta estar frente a ella y en un rápido movimiento la tomó con rudeza por el mentón con una mano, haciéndola levantar el rostro y ella sólo se congeló. Nunca lo había visto así, con los ojos desorbitados, jalando aire con fuerza y sonoramente, era más parecido a estar frente a una bestia que frente al sosegado hombre que él solía ser.
¿Cómo se había atrevido ella a eso? ¿Cómo pudo hacer eso su hermanita?...
Tan sólo le bastaría con deslizar su mano un poco más abajo, hasta su frágil cuello y hacerse poseedor de su último aliento para evitar que se perdiera aún más en la impureza... Necesitaría tan poco tiempo, aunque algo más de esfuerzo para hacer eso...
Pero no podía...
La soltó y le dio la espalda.
Simplemente no podía hacerle eso a ella, no tenía las fuerzas necesarias para eso.
—No es tu culpa... Ha sido ese hombre quien pervirtió tu alma... —apretó los puños, la amaba demasiado, más de lo que una vez amó a Olga, más de lo que amaba su propia existencia, mil veces más, tanto como para perdonarla —Si alguien tiene que pagar será tu amante... —dio un paso para alejarse de ella.
—¡No, Doug! —lo tomó por el brazo, aferrándose con fuerza a la manga de su saco —Escúchame, por favor...
No podía desoír su dulce y angustiada voz, se dijo él, así que se giró para verla.
—Te escucho, hermanita...
Rápidamente ella se puso a rebuscar en su mente las palabras correctas que debía usar. Cuando se le ocurrió aquella descabellada idea no pensó que fuera meter al señor Shortman en tan terrible situación, ahora tenía que convencer a Doug de no hacer nada contra él.
—El señor Shortman no es mi amante, le mentí a Olga.
¿Debería de creerle?
No, esa no era la pregunta...
¿Por qué dudo de ella? Esa era cuestión ahora, que su amada Helga lo miraba sin desviar la mirada, sin temor a que algo turbio pudiera ser descubierto, con esos ojos azules tan limpios que permitían mirar su alma... Un alma limpia...
Helga vio aparecer al Doug de siempre, relajado y sonriente, y casi suspira de alivio.
—Pero, ¿por qué hiciste eso, hermanita?
—Porque admitiendo eso toda posibilidad de matrimonio se arruina, eso dijo Olga y yo simplemente no quiero casarme.
¿Así que era eso? Claro, debió haberlo entendido antes. Ella no soportaba la idea de tener que entregarse a otro porque lo amaba a él.
—Hermanita, no era necesario que hicieras eso, con hablar bastaba —se acercó a ella, se sentía lleno de felicidad y quería abrazarla, pero se contuvo porque si lo hacía no iba a soltarla.
—Papá no entenderá solo con palabras. Sé que la mentira lo dañará mucho, pero en verdad creo que es la única forma en que va a renunciar al deseo de verme casada.
—Y claro, tampoco va a obligarte a casar con él tal Shortman, no te pondría en manos de un hombre tan peligroso ¡Bien pensado, hermanita! —palmeó su cabeza, como si de una niña se tratase ¡Típico de Doug!, pensó Helga.
—¡Pero él no es malo, ni peligroso! Ha sido amable conmigo y me ha ayudado aun sin tener obligación de hacerlo. Incluso ya fui a verlo para pedirle que no desmintiera el rumor, que me ayudara de esa manera y aceptó.
Aquel hombre era señalado por haber matado a su esposa, sin embargo, ¿Quién mejor que su Helga para ver la verdadera naturaleza de las personas?
—Si tú confías en ese sujeto, yo también lo haré. Aun así, iré a verlo.
—¿Para qué?
—Solo quiero dejarle en claro un par de cosas, pero tranquila, no pasará nada malo.
Era el segundo visitante inesperado que recibía en el día.
No lo conocía y no sabía qué pensar respecto a él, tan cómodamente sentado en la silla frente a él, con una copa de vino en la mano a la que le dio unos cuantos tragos, mientras permanecía sonriente, callado y mirándole fijamente.
—Señor LeSham...
—Llámeme Doug. Creo que está bien que nos permitamos algo de confianza, teniendo en cuenta el papel que representará para ayudar a mi hermanita.
Con 'hermanita' debía referirse a Helga, supuso Arnold.
—¿Y usted está de acuerdo con eso?
—Estoy de acuerdo, sí. Ella confía en usted y yo confió totalmente en ella, sé que está haciendo lo correcto. Sólo hay algo que tengo que decirle al respecto —estaba frente a un sujeto temido por muchos, pero fácilmente podía ver lo poca cosa que era 'ese' en comparación suya, jamás estaría a su nivel y por supuesto que en lo referente a su Helga, nunca sería un rival.
—Lo escucho —Arnold no tenía más que decirle, su actitud lo desconcertaba y lo dejaba sin palabras.
Doug tomó otro trago, manteniendo largamente la copa entre sus labios, los cuales dibujaban una sonrisa que desapareció en cuanto retiró la copa.
—Sé lo que le hizo a su esposa… Y si usted se atreve a tocar a mi hermanita, conocerá realmente a Doug LeSham.
—No tengo porque darle explicaciones, ni hablarle sobre mi difunta esposa, pero lo que sí puedo asegurarle es que le doy mi palabra de que su hermanita no sufrirá daño alguno de mi parte. Además —Arnold se reclinó en su asiento —, solamente vamos a dejar que los rumores continúen, eso es todo.
—Bueno, en cuanto a eso... Quería pedirle algo… Tendré que salir por negocios, estaré fuera unas semanas ¿Podría usted...cuidar de ella?...
—¿Qué hace? ¿Despidiendo a su cuñado? —preguntó Arnold, bajando de su caballo y acercándose a Helga, que estaba de pie al lado de su caballo.
—No, Doug se fue antes de que amaneciera —sonrió con desgano, empezando a caminar —. Estoy buscando un poco de paz, lejos de mi hermana, está un poco pesada.
—Supongo que es de esperar, ¿no?... ¿O acaso esperaba que después de lo que le está haciendo creer, ella estaría muy feliz? —él caminaba a la par de ella.
—Si lo pone así, está de mejor humor del que se podía esperar —soltó una risilla.
Él la hizo detener su andar, poniendo su brazo delante. Había un hueco de tamaño considerable que ella no había visto y que ahora pudo rodear en vez de caer por su causa.
—No suelo escuchar demasiadas risas —dijo él, poniéndose a caminar nuevamente —, si no fuera por la señora Rose, creo que se me había olvidado cómo suenan, lo juro. Pero bueno, eso pasa cuando se tiene poca compañía.
—¿Hace cuánto tiempo que pasa eso? —preguntó ella al alcanzarlo —Me refiero a la falta de compañía.
—Cinco años, desde que mi esposa murió...mejor dicho, desde que la maté —no apartó la vista de ella para ver su reacción.
—Tanto tiempo en soledad... Ha debido ser muy difícil...
—Rose y su esposo han sido buena compañía —desvió la mirada, no esperaba la falta de reacción al mencionar su condición de asesino, mucho menos que lo compadeciera por su soledad.
—¿Su esposo? ¿Quiere decir que su mayordomo es...?
—Sí, George es el esposo de Rose.
—¡Vaya! No lo hubiera imaginado, son muy diferentes —la amable mujer era muy expresiva, en tanto que su esposo parecía tener más bien el rostro tallado en granito.
—Sí, en apariencia son muy diferentes, pero supongo que fueron afortunados al ser capaces de ver más allá de eso y darse cuenta de que eran el uno para el otro —notó que ella se detuvo y volteó a mirarla —¿Ocurre algo? —tal vez había dicho algo que no debía.
—Estamos acercándonos a su casa...será mejor que regrese...
Era verdad, Arnold no se había percatado de eso, ni siquiera sintió cuando comenzaron a subir la colina.
—¿No quisiera ir a tomar el té? Con Rose, quiero decir, pienso que a ella le alegraría mucho eso.
—Si a usted no le molesta...
—Ya rompió la regla de no ir a mi casa...Dos veces, ¡qué más da una tercera! Además, estaré muy ocupado, ni cuenta me daré de su presencia...
Sí, claro...
«Ni cuenta me daré de su presencia...»
Su voz y risas llegaban desde el jardín hasta su despacho, en gran medida gracias al silencio que reinaba en su propiedad, y la verdad, no le desagradaba.
Suspiró.
Además se estaba enterando de muchas cosas sobre ella, a Rose no le costaba sacarle información al parecer.
Definitivamente debió rechazar la petición de LeSham.
Alejarse de ella era lo más sabio que hubiera podido hacer... Le estaba agradando bastante escucharla... verla... tenerla cerca...
Bufó.
Pero, por otro lado, ni siquiera estando al cuidado de la hermana y del cuñado había estado a salvo. Se negó a recordar la escena que vio al entrar en la habitación, aquella casi fatídica noche en que la ayudó.
Suspiró.
Sólo debía limitarse a ayudarle y cuidar de ella, hasta que el padre regresara y ella pudiera tener su libertad asegurada, lejos de un matrimonio que ella no quería.
Ojalá alguien hubiera hecho algo así por Cecile...
Rose fue realmente muy amable, disfrutó mucho de su reunión y el señor Shortman cumplió con lo que había dicho, no lo vio mientras estuvo en su casa. Fue hasta que llegó la hora de marcharse que él apareció para acompañarla de regreso. Aunque no hablaron.
—¿Irá al baile de esta noche? —preguntó Arnold cuando llegaron a los límites de su propiedad y era momento de separarse.
—Sí —suspiró —. Mi hermana dijo que no iba a renunciar a su vida social por mi culpa y que yo debía hacer frente a mi vergüenza. Creo que es su manera de castigarme.
—Poco castigo, creo yo.
—Tiene razón.
—Bien, entonces hasta esta noche. Vaya con cuidado
Antes de bajar del carruaje su hermana la miró severamente, pero no le dijo nada y Helga suspiró ante esa nueva actitud a la que su hermana recurría tanto últimamente. Fue hasta poco antes de cruzar la puerta que Olga habló.
—Por mi parte tengo la conciencia tranquila y podré tener la frente muy en alto cuando cruce la puerta. Espero que puedas hacer lo mismo, aunque lo veo difícil debido a la vergüenza con la que cargas —no se esperó para escuchar la respuesta y entró. Si estaba allí era porque Doug dijo que así debía de ser, pero estaba realmente enfadada.
Helga después de suspirar, la siguió.
En cuanto Helga entró, la explosión de murmullos comenzó. Su hermana se irguió más y se separó de ella, fue un claro mensaje de «estás sola» y por un momento se sintió desprotegida, pero encontrarse con un par de ojos verdes, entre los muchos que la miraban acusatoriamente, le hizo sentir mejor y ella también enderezó su espalda y se movió con toda la gracia que pudo entre los asistentes que estaban obteniendo un poco de entretenimiento a sus expensas.
Arnold no se acercó a ella, mantuvo su distancia. Creyó que era lo más sensato, ya eran suficientes los cuchicheos y miradas curiosas.
—Ya lo decía yo...
Rhonda de repente estaba al lado suyo, diciendo aquello y con una sutil sonrisa.
—¿Qué cosa es lo que ya decías?
—Que es falso el rumor sobre la hermana de Olga y tu. Sinceramente desde que lo escuché supe que era una tontería emparejarlos a ambos.
—¿Por qué dices eso con tanta seguridad?
—Porque estás buscando permanecer alejado, en vez de reunirte con ella y no es de extrañar que hagas eso, ella para nada es tu tipo y es demasiado poca cosa para que la relacionen contigo. Pero no te preocupes, ya me encargué de comenzar a desmentir ese bochornoso asunto y te aseguro que en estos momentos más de la mitad de los aquí presentes saben que todo fueron rumores absurdos y en unos cuantos días todo este mal trago habrá quedado olvidado.
—Gracias por decírmelo —sin decir más, Arnold se fue en busca de cierta joven a la que estaba ayudando y quién estaba sola a la orilla del salón, hasta donde él con andar firme se abrió paso.
Al verlo a Helga le dió la impresión de que él iba hacia ella procurando ser visto por todos.
Él llegó a su lado y se inclinó para hablarle casi al oído, aunque no en voz baja.
—Necesitamos hablar, vamos afuera.
¿Qué había sido aquello? Helga se preguntaba mientras lo veía mezclarse entre la gente y dirigirse a uno de los balcones. No importaba, se dijo y siguió los pasos de él.
Para cuando lo alcanzó, Arnold ya estaba afuera esperando a un costado de la puerta, ella pudo verlo en cuanto salió al balcón. Él no se movió de su lugar, así que ella tuvo que ir hacia él, después de cerrar la puerta.
—¿Sobre qué quiere hablar? ¿Qué pasa?
—La señorita Wellington se está encargando de desmentir nuestra relación.
—¡Por Dios! No había pensado en ella... Lo siento...
—¿Por qué se está disculpando?
—Porque no pensé en su prometida y en los problemas que tendría usted con ella por todo esto... ¡No me diga que ella quiere cancelar el compromiso! No me perdonaría si así fuera... De verdad lo sien...
Arnold tuvo que sostenerle ambas manos, porque manoteaba con ellas desordenadamente mientras hablaba y eso lo estaba desesperando un poco.
—No estoy comprometido con ella —resopló él —¿De dónde saca eso?
—Era lo que todo el mundo decía...pero...Entonces, ¿no es verdad?
—No. Rhonda no es mi prometida y nunca tuve ese tipo de intenciones con ella.
—¡Vaya! Y yo tratando de evitar que aquella noche la viera con su amante en el jardín.
—¿Qué usted hizo qué?...¿De verdad lo hizo?
Él estaba sonriendo y no era un atisbo de sonrisa, sino una grande ¿Sería consciente él de eso y de que se veía mucho más joven? O, ¿de que sus ojos brillaban por la diversión y lo hacían ver muy apuesto? ¡Un momento! ¿Ella acababa de pensar que él era apuesto? Soltó sus manos suavemente y giró un poco el rostro en un intento de evitar que viera su sonrojo ¿Por qué había pensado en eso de repente?
—Lo que...pasó en ese tiempo ya no importa... Ahora lo importante es solucionar lo que está pasando —dijo ella.
Arnold se puso serio de nueva cuenta.
—Tiene razón, sobre todo porque ya no basta con que yo no desmienta los rumores de lo nuestro...
—¿Qué quiere decir?
—Que habrá que actuar un poco.
—¿Cómo?
Arnold vio por el rabillo del ojo algo que llamó su atención y notó que pronto tendrían compañía, no tenían mucho tiempo.
—¿De verdad quiere seguir con esto? ¿Aun cuando no haya marcha atrás? ¡Si o no! —la apresuró, podía ver las siluetas tras la puerta, pronto la abrirían.
Helga asintió y con con una inesperada rapidez, se encontró con la espalda contra la pared y con su acompañante muy cerca, casi sobre ella, pero sin tocarla —Bueno, ya no puede haber marcha atrás —le susurró muy cerca del oído, tanto que pudo sentir la calidez de su aliento.
La piel de Helga se erizó y los propios latidos de su corazón resonaron con fuerza en sus oídos, después de escuchar aquel susurro grave y un tanto ahogado. Aun así, ella pudo escuchar un grito corto y agudo, seguido de unas risillas y entendió porque él había hecho aquello... Había comenzado la actuación...
En cuanto escuchó la puerta cerrarse y no escuchó mar ruido, puso su mano sobre el pecho de él y lo apartó, no necesito ejercer ninguna fuerza, supuso que él había entendido lo que ella quería.
—Lo siento, tuve que actuar rápido —habló él.
—No se preocupe, entiendo y le agradezco que acepte seguir ayudándome.
—Supongo que no tengo opción, usted es bastante persuasiva...
Helga quiso sonreír, pero no pudo. Estaba angustiada de no poder calmar a su agitado corazón. No deseaba tener esa reacción.
—Creo que es mejor que vuelva adentro —anunció Helga después de un rato de incómodo silencio.
—Yo me quedaré un poco más— dijo él y así lo hizo, entraría al salón una vez que su corazón se calmara, latía demasiado deprisa y solo esperaba haber sido lo suficientemente rápido en alejarse de ella y haber logrado que ella no lo hubiera notado cuando lo tocó. No lo emocionaba que ella fuera conocedora de lo que había provocado en él —. Ya no puede haber marcha atrás … —repitió y esta vez solo para sí mismo.
Cuando entró, ya no vio rastro de Helga.
—Su hermana la sacó de aquí. Al parecer a causa de lo ocurrido en el balcón —de nueva cuenta Rhonda estaba a su lado —o al menos creo que por eso lo hizo, pero bueno, lo lograste. Dejaste en claro que yo estaba equivocada.
La joven heredera lo miró llena de resentimiento.
CONTINUARÁ...
