—Ayer ya no la vi más —Arnold se acercó a ella, pero no mucho, también evitó mirarla a la cara. Se sentía apenado, pero por otro lado, no quería poner distancia entre ellos.
—Mi hermana tuvo prisa por irse —se encontraban en el lugar de costumbre, pero había algo poco habitual para Helga y eso era la incomodidad que sentía por tenerlo cerca. Lo cual era una tontería porque todo se derivaba de la noche anterior, pero la noche anterior no había pasado nada. Sí, se acercó mucho a ella, pero solo un poco más que en otras ocasiones y además todo era una actuación, así que no debía darle importancia, se dijo, respiró lentamente y se propuso actuar como siempre lo había hecho.
—Me imagino que se habrá llevado un buen sermón ¿Le hizo algo más? —preguntó con preocupación y ella entendió que se refirió a que la hubiera golpeado o algo así.
—No —lo miró directamente y sonrió un poco —. Olga no me haría nada. Lo tiene prohibido por órdenes expresas de mi cuñado.
—Su cuñado le tiene mucho cariño, ¿no es así? De hecho, se refiere a usted como «su hermanita».
Helga suspiró.
—Sí, así es él. Demasiado efusivo, a veces hasta infantil.
—Cuando lo conocí no me pareció infantil. Todo lo contrario, incluso me amenazó.
—¿Lo hizo? Bueno, debo de admitir que sí se puso furioso cuando creyó que era cierto lo de...nosotros, pero le duró un momento, en seguida se calmó. En realidad Doug es muy pacífico, no es capaz de matar ni una mosca.
—No lo sé, creo que tomaré mis precauciones por si acaso.
Helga lo miró un poco disgustada y negó con la cabeza.
—De acuerdo, me disculpo por eso último —dijo él—, me excedí un poco. Le parece si olvidamos el tema y viene a casa a tomar el té con Rose, ella lo apreciaría mucho.
La manera en la que se desarrollaba la plática los relajó a ambos.
—Está bien... —finalmente ella accedió y regresaron a sus caballos y emprendieron el rumbo hacía la casa —¿No es extraño?
—¿Qué cosa?
—Bueno… Seguir tratándonos de manera tan formal cuando se supone que nosotros...ya sabe... —¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba hablando de eso? Helga se arrepintió de inmediato de haber sacado el tema —Olvídelo,yo...
—Tiene razón, deberíamos cambiar eso, ¿no es así? Lo mejor es dejar de lado las formalidades, Helga, ¿estás de acuerdo?
Helga solo asintió y se concentró en el camino, mientras sentía el calor subir a sus mejillas.
Al ponerse la camisa fue que notó los rasguños en sus manos y brazos y algunos en su pecho, unos eran profundos pero no dolían. En unos cuantos días iban a desaparecer así que no tenían importancia, se dijo Doug, mientras continuaba con la tarea de vestirse.
Y tampoco importaba esa.
Volteo hacía la cama y miró a la mujer que estaba allí.
¿Cómo pudo confundirla en un momento con su hermanita?
Quizás tuvo la culpa el color de su cabello o el de sus ojos.
Se acercó más para echarle otro vistazo.
Su cabello tal vez, pues era del mismo tono dorado, pero sus ojos no, esos no tenían ninguna semejanza. Podía estar seguro de eso porque su falta de parpadeo le permitía ver sus pupilas con claridad.
La miró a todo lo largo y bufó.
—Debes ser una bruja —soltó él entre dientes.
Eso es lo que esa mujer era y lo había embrujado.
Hizo que en aquel callejón maloliente y poco alumbrado, la viera igual a su hermanita y que su sangre ardiera con fuerza, y así no se pudo negar cuando «esa» lo arrastró a aquella pocilga.
Él no era como Olga. Su lujuria solamente podía ser despertada por su Helga, pero esa furcia hechicera lo había conseguido. Logró que la poseyera y que gritara una y otra vez el nombre de su hermanita. Se mordió el labio hasta que sangró, había mancillado ese sagrado nombre y todo por esa pobre ilusa que creyó que podría dominarlo como seguramente acostumbraba hacer con otros perdedores, pero lo subestimó. Justo en el máximo umbral de la pasión a la que fue arrastrado a la mala, pudo verla como realmente era, una pécora que desbordaba obscenidad y gemía alto mientras sonreía triunfal por su fechoría, pero él la hizo dejar de sonreír y ahora su rostro estaba totalmente carente de expresión. Bueno, tal vez no, allí había un poco de terror impreso.
Centró su vista en el delgado cuello, en las marcas rojas que allí había.
Ya no hechizará a nadie más, pensó, y sobre todo él había limpiado su pecado al haber hecho ese acto de justicia. Ahora esa miserable alma podía empezar a arder en el infierno.
—¿Vas a salir, Olga? —la noche estaba por llegar y Helga había bajado para la cena, había estado en su habitación desde que volvió de la mansión Shortman y recién ahora era que se encontraba con su hermana.
—¿Acaso no es obvio?
Claro que lo era. Llevaba un elegante vestido y un peinado muy elaborado, pero no tenía por qué responderle así. Esta «nueva Olga» le resultaba en verdad muy chocante.
—Me refiero a que no sabía que tenías planes para esta noche.
—Todas las semanas tengo planes.
Así que iba a realizar su acostumbrada salida nocturna de cada semana.
—Pero no está Doug.
—Pero estoy yo para cumplir con el compromiso por ambos. Sabes que regresaré tarde, así que no me esperes.
—Nunca lo hago.
Helga recibió una mirada cargada de enojo y mejor se retiró.
Poco después Olga estaba subiendo al carruaje que había llegado por ella.
También ella creyó que al no estar su esposo, no requerirían de la presencia de ella, después de todo él es el importante y por eso ahora mismo es que estaba lejos, porque debía de encargarse de cosas que solo él podía hacer, pero si ella podía seguirle ayudando en sus negocios, lo haría porque se lo debía.
Le debía a Doug que la hubiera elegido a ella, aun cuando no formaba parte de la rama principal y más reconocida de la familia.
Le debía a Doug que la hubiera sacado de aquella casa dónde se sentía asfixiada por la molesta compañía de su dependiente madre enferma de la cabeza.
Le debía a Doug que no la hubiera echado de su lado cuando cedió a los encantos de aquel seductor sirviente, del cual ya no recordaba el nombre, pero sí sus oscuros y atrayentes ojos tan diferentes a los de su marido.
Miró por la ventana, el carruaje se sacudió un poco, pero ella no apartó la mirada del exterior.
No quiso caer en la tentación, pero es que... En casa de sus padres siempre tuvo contacto limitado con otras personas, tan solo los sirvientes de siempre, aquellos en los que su padre confiaba que mantendrían la discreción y sólo había viejos o jóvenes muy enclenques, nada parecidos al hombre que fue su perdición, pero Doug le dijo que el mal no había llegado de fuera...que estaba dentro de ella.
Ella no era mala, ese fue su último pensamiento antes de que el carruaje se detuviera y ella bajara con ayuda del cochero.
Caminó sin vacilar hacia la puerta, su corazón comenzaba a aumentar el ritmo, pero ignoró eso y llamó.
Al abrirse, quedaron a la vista los hombres que esperaban por ella. Uno de ellos extendió la mano hacia ella.
—Bienvenida, te estábamos esperando con ansias... «Todos» ansiabamos tu llegada.
Olga sonrió de manera apenas perceptible y al dar la mano al hombre que la estaba recibiendo, sintió un estremecimiento.
Como siempre Doug tenía razón, siempre la tenía...
Ella llevaba la maldad por dentro y en esos momentos temblaba de emoción por la anticipación de lo que sabía estaba por venir. Esta noche ella podía dejar que por un rato la lujuria, que debía mantener a ralla todo el tiempo, saliera y sabía que iba a disfrutarlo mucho.
—Debo disculparme por mi hermana, pero está indispuesta y no podrá recibirla —se presentó Helga en el recibidor, diciendo eso a la desconocida mujer que esperaba allí.
—¡Oh! Lamento escuchar eso, espero no sea nada grave.
No, no lo era. Olga tan solo había llegado demasiado tarde a casa, durante la madrugada, y aún estaba durmiendo, pero no sería muy bueno decirle eso a la visitante.
—De cualquier manera con quien quiero hablar es con usted.
Helga se sorprendió con esas palabras de la mujer.
—¿Conmigo? —no tenía idea de que pudiera querer con ella, no la conocía, así que, ¿de qué asunto podría tratarse?
—Sí —la mujer metió la mano en su bolso de mano y sacó algo que le ofreció —. Una invitación para la fiesta que daré esta noche —Helga la tomó por no dejarla con el brazo extendido —, sé que es algo apresurado y me disculpo por eso, pero espero que pueda asistir.
—No sé si pueda.
—Yo espero que sí pueda hacerlo. Al menos haga el intento, se lo suplico.
Esa mujer extraña le estaba suplicando y eso era algo muy incómodo. Así que Helga asintió esperando con eso poner fin a tan peculiar reunión.
—La estaremos esperando —dijo la mujer al tiempo que se ponía de pie, luego caminó unos cuantos pasos y se detuvo y ante la sorpresa de Helga, sacó otra invitación —¿Podría entregarle esta al señor Shortman? —había cierto nerviosismo en su voz y en su rostro, y no esperó una respuesta, dejó la segunda invitación en la mesita de centro y se marchó rápidamente.
Helga permanecía quieta al otro lado del escritorio en espera de que él terminara de leer la invitación, se esforzaba para no mover las manos o pies y hacer notar su nerviosismo.
Cuando Arnold dejó la invitación y levantó la vista, ella habló.
—No entiendo qué es lo que pretende esa mujer. No la conozco, no es parte del círculo de amistades de Olga y mucho menos entiendo por que me pidió que yo se la...te la entregara.
Arnold pensó que realmente pecaba de ingenuidad.
—La anfitriona pretende que nosotros seamos los encargados de proveer el entretenimiento en su evento.
—¿En serio crees eso?
—Claro, ¿acaso no somos la pareja escándalo del momento?
—¡Qué tonta! ¡Cómo no me di cuenta antes!
—No tenías por qué hacerlo. No tienes la malicia con la que esa mujer cuenta.
—Pero...
—Pero —la interrumpió él —ahora lo importante es qué vamos a hacer, ¿asistiremos?
Había que seguir con la farsa, era algo necesario, así que...
—Lo haremos —dijo ella con voz convencida.
—Bien, está decidido. Ahora, si me disculpas tengo trabajo que terminar.
—¡Ah! Sí, entiendo. Iré con Rose —se levantó de la silla y caminó hacia la puerta.
—Hasta esta noche —le dijo él antes de que saliera.
—Hasta esta noche —respondió ella, mirándolo por un instante, para después salir del despacho.
Una vez que estuvo solo, Arnold soltó un sonoro suspiro.
¿En qué se estaba metiendo?
La invitación fue hecha para que ellos fueran el centro de atención y proporcionarán el espectáculo, tal como él lo había dicho y eso quería decir que las miradas estarían todo el tiempo sobre de ellos, y aunque ya debería de estar acostumbrado a cosas como cuchicheos y miradas fugaces, no se sentía precisamente preparado para recibir una atención tan descarada como la que sabía que les esperaba.
«No voy a ir»
Fue eso lo que le dijo su hermana cuando le informó sobre la invitación y así lo hizo, Olga la dejó ir sola.
Helga estaba bastante nerviosa y honestamente de buena gana se hubiera quedado en casa, sin embargo ya había acordado algo con Arnold y era por eso que estaba caminando hacia la entrada del lugar de la fiesta.
Como era de esperar en el momento en que entró todas las miradas se dirigieron hacia ella y el silencio se hizo.
Estaba a punto de dar la media vuelta y marcharse cuando lo escuchó a sus espaldas.
—Traté de alcanzarte antes, pero no pude. Lo lamento — dijo Arnold en voz baja.
Helga quiso decirle que no importaba, que lo importante era que estaba allí, pero no pudo. La anfitriona se acercó a ellos y Arnold se puso a su nivel.
—Me alegra que hayan podido venir y...juntos.
—Agradezco su invitación, señora —se limitó a decir Arnold, sin negar o reafirmar lo que la mujer dijo —. Con su permiso —tomó la mano de Helga y comenzaron a caminar por el salón.
Él caminaba rápido, así que, Helga iba unos pasos atrás y fijó su mirada en sus manos unidas. Escuchaba los murmullos ahogados por donde pasaban y de repente él se detuvo y volteó a verla, bueno, primero miró hacia sus manos.
—Lo siento.
Sonó en verdad avergonzado, entonces no se había dado cuenta, pensó Helga. Arnold la soltó, pero ella continuó el agarre.
—Comprendo... —dijo Arnold después de unos segundos —Es mejor para el espectáculo.
Helga asintió, pero la verdad ni ella entendía por qué no lo había soltado.
La música empezó a sonar y una especie de media sonrisa resignada apareció en el rostro de Arnold.
—¿Mejoramos la función?
Ella no entendió a qué se refería, pero no preguntó nada mientras él la guiaba. Comprendió todo hasta que estuvieron en la zona asignada como pista de baile, en medio de otras parejas, que por supuesto los miraban con atención.
—No soy muy buena en esto, he practicado poco.
—Confía en mí —no era la primera vez que él pronunciaba esas palabras y tampoco era la primera vez que ella aceptaba así sin más. ¿Por qué eso causaba una enorme opresión en el interior de Arnold? Lo que fuera que le pasara tenía que dejarlo de lado, esto solo era una actuación, se dijo y se concentró en la música.
Hacía mucho que no bailaba. Demasiados años ya, recordó él, su último baile había sido el día de su matrimonio, a Cecile no le gustaban las fiestas y bailar no se le daba, al menos cuando él era su compañero, pensó él con tristeza, pero se sacudió esa emoción, al igual que sus pensamientos.
—Perdón —dijo Helga, disculpándose por tropezar con alguien, al tiempo que perdía el equilibrio y terminaba chocando contra el pecho de Arnold.
—Te tengo.
Helga escuchó el susurro masculino, mezclado con murmullos y risitas de alrededor, aunque lo agradable de su repentina cercanía le restó importancia a eso y a todo lo demás.
No debería aferrar así su cintura, pero ella aun podía tropezar y caer, ¿no es así?, pensaba él.
No era buena para el baile, pensaba ella. Eso le había dicho en una ocasión Olga, y tenía razón. De niña, cuando practicaba con ella para los muchos bailes en los que en esa época pensaba que asistiría, era torpe, arrítmica y poco grácil, pero ahora seguir la música y a su compañero de baile le resultaba fácil, aunque no era porque estuviera poniendo mucha atención a la melodía, era porque estaba concentrada en él.
Su cercanía era muy confortable.
Cerró los ojos e inclinó la cabeza un poco, sin llegar a tocar su pecho. Era agradable escuchar los latidos de su corazón, sentir su calidez y que su aroma, que le recordaba a la hierba recién cortada, la envolviera. Reconocía para sí, muy a su pesar, que no quería que ese momento acabara, pero de repente él se detuvo y ella levantó la cabeza mirándolo con extrañeza.
—La música se detuvo.
Le dijo él, mirándola directamente a los ojos.
—Sí, lo sé —contestó ella, sin desviar la mirada a pesar de que mentía, porque no se había percatado de eso.
—Creo que es buen momento para cambiar parejas —Rhonda Wellington apareció junto a ellos y con bastante destreza los separó, llevándose a Arnold y dejando a Helga con un joven que ahora se ofrecía como su pareja.
—Pensé que no te gustaba ser el centro de atención, por eso eras tan solitario todo este tiempo, ¿no? —Rhonda lo miraba con suspicacia, mientras le decía eso.
—Las personas cambiamos —no la miraba al hablarle, buscaba alrededor a Helga a quien había perdido de vista.
—¿Y ella es quien te hizo cambiar? ¡No me hagas reir!
—¿Por qué eso debería de provocarte risa? —hubo un rastro de molestia en su voz.
—Porque ella es tan demasiada poca cosa para lograr en alguien como tu, un cambio como ese, por otra parte si habláramos de mi...
—Tienes razón —dejó de buscar a Helga y miró a Rhonda al hablar —. Tu puedes hacer que cualquier hombre haga lo que quieras y que caiga rendido a tus pies —Rhonda sonreía con arrogancia —... Así que será mejor que concentres tus energías en alguien más. Conmigo ya no tiene caso, Señorita Wellington.
La sonrisa de Rhonda se borró y Arnold simplemente la dejó allí, en medio de todas aquellas parejas bailando y fue en busca de Helga.
Él no era alguien que acostumbrara comportarse así con nadie, pero el que la joven heredera de los Wellington tratara a Helga tan despectivamente, lo había exasperado demasiado.
Una mujer de rostro redondo y muy sonriente, que tenía la vista puesta en él, le señaló de una manera nada sutil hacia una dirección, Arnold por inercia volteó hacia allá y entonces la vio, sola y al parecer buscándolo.
Tuvo que caminar en espacios reducidos y con muchas miradas sobre él para reunirse con ella y eso fue en extremo incómodo.
—¿Te gustaría salir de aquí? —preguntó Arnold en cuanto estuvo frente a ella.
Helga asintió y se fueron.
—Espero que no haya sido difícil deshacerte de tu acompañante —dijo Arnold una vez que estuvieron fuera en el jardín.
—Lo pisé varias veces, te aseguro que me dejó ir de buena gana.
—Me alegra saber que no te causó problemas.
—Y la señorita Wellington, ¿fue un problema? —él no dijo nada y Helga interpretó su silencio como un «sí» —Ya veo, sigue interesada en ti.
—En mi no —hizo una mueca —. Su familia tiene problemas financieros, Wellington es bueno en los negocios, pero lamentablemente le gusta derrochar sus ganancias —sacudió un poco la cabeza —y supongo que Rhonda vio en mi dinero el final a esos problemas, pero espero que después de lo que dije le haya quedado claro que está perdiendo su tiempo.
Después de esa declaración, ambos se quedaron en silencio.
Helga pensaba que debería sentirse mal por la señorita Wellington, pero no lo hacía, de hecho sentía un poco de satisfacción y no entendía por qué.
Arnold la miraba disimuladamente, mientras ella parecía estar pensando en algo.
«...ella es tan demasiada poca cosa para lograr en alguien un cambio como ese...»
Recordó él las palabras de Rhonda que la menos preciaba tanto y Arnold no entendía el por qué, a sus ojos la joven que tenía a un lado no tenía nada que envidiar a Rhonda o a su propia hermana, y quería decírselo, quería que supiera que esa noche se veía hermosa, que siempre lo hacía.
Justo cuando él iba a hablar, ella lo miró.
Hermosa, pensó él, en cuanto sus ojos se encontraron.
« Ella es tan demasiada poca cosa»
Rhonda tenía una idea muy equivocada, Arnold hizo una mueca retorcida, la realidad es que quien no valía nada era él y no debía olvidarse de eso… Helga estaba demasiado fuera de su alcance.
—Comienza a refrescar —terminó diciendo Arnold —,deberíamos entrar.
Helga suspiró.
—A decir verdad no estoy lista para lidiar con los curiosos, pero en algún momento debemos volver, ¿cierto?
—¿Realmente debemos hacerlo? —él tampoco estaba listo para enfrentar lo que les esperaba allá adentro.
Ella entendió a qué se refería.
—No hay nadie que nos obligue a hacerlo, ¿verdad?
—Nadie… ¿Quieres darles algo de qué hablar por un par de días? —él señaló con un movimiento de su cabeza hacia el interior de la lujosa construcción en donde estaban todos.
—Eso suena bien —contestó ella con una sonrisa traviesa.
Bordearon la mansión por el jardín directo hacia la zona de los carruajes.
Se detuvieron frente al carruaje de los Leshamp y mientras él le ayudaba a entrar, le habló.
—Te seguiremos —dijo refiriéndose a George y a él —para asegurarnos de que estés bien.
—No es necesario...
Él pareció no escucharla o si lo hizo la ignoró, cerró la puerta del carruaje y le dio instrucciones al cochero para que partiera.
Minutos después, Arnold miraba entrar el carruaje en la propiedad de los Leshamp. Había sido una noche complicada, pero por fin podría regresar a la seguridad de su solitario «hogar», pero... ¿Por qué no se sentía bien por poder hacer eso como antes pasaba? ¿Por qué ahora no dejaba de desear estar a su lado?
Al día siguiente cuando Helga llegó a las afueras de la residencia Shortman se encontró con una escena totalmente diferente a lo acostumbrado.
Rose se acercó a ella, en cuanto bajó de su caballo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Helga sin dejar de mirar a Arnold y Goerge que estaban a la distancia.
Arnold vio a Helga acercarse y agradeció a su mayordomo, quien se retiró.
—Rose dijo que entraron a la propiedad, ¿es cierto?
—Así es.
—¿Todo está bien?
—Aún no lo sé, al parecer entraron por el lado oeste y debo de ir a revisar —al terminar de responderle volvió a la tarea de preparar la montura de su caballo.
Se veía muy diferente a como lucía siempre, pensaba Helga mientras lo miraba. Su ropa no era el tipo de traje formal que solía llevar, era una vestimenta más casual y lo hacía ver unos años más joven.
—Puedo ayudar si lo necesitas —ofreció ella.
—No es necesario, pero te lo agradezco —contestó él sin dejar de realizar su tarea.
—No conoce el lado oeste de la propiedad, ¿cierto señorita?
Rose llegó llevando una cesta y Helga la miró interrogante antes de responder.
—No, nunca he estado allí.
—Señor, ¿por qué no la lleva? Así, mientras usted está ocupado, ella puede disfrutar un poco del lugar, preparé algunos bocadillos.
—No sé si la señorita quiera ir —dijo mirando a Rose, la verdad a él no le hacía gracia la sugerencia, pero no podía molestarse con Rose con su voz tranquila y su agradable sonrisa.
—A decir verdad me gustaría hacerlo —contestó Helga para mayor molestia de Arnold.
Poco tiempo después cabalgaban juntos hacia esa parte de la propiedad desconocida para ella.
—¿Y? ...¿Crees que los intrusos causaron muchos daños?
—Eran solo unos críos. Cada cierto tiempo pasa, es como una prueba de valor para ellos— la miró a los ojos —, ya sabes, entrar a la casa del loco asesino —Helga quedó sorprendida, y entristecida a la vez, por oírlo referirse de esa manera sobre él mismo —. Lo más que pudieron causar debieron ser daños en la cerca.
—¿Hay una cerca en ese lado de la propiedad?
—Claro, de alguna manera se debe delimitar el terreno, ¿no es así?
—¿Y por qué no tienes una cerca también del otro lado? —señaló en dirección de casa de su hermana.
—No había sido necesario, nunca llegaron intrusos desde esa dirección. Aunque de haber sabido...
Helga lejos de molestarse por aquel comentario, sonrió. La actitud sombría que dominaba en él hacía un momento, había desaparecido y sus ojos verdes brillaban con cierto toque de diversión y eso le gustaba mucho a ella.
En verdad...le gustaba mucho...
—Hemos llegado, creo que te gustará este lugar.
Ella miró alrededor.
Aquel era un lugar realmente impresionante, incluso había un pequeño espejo de agua.
Arnold se desmontó y ella lo siguió.
—Este es un buen lugar para que esperes, mientras yo inspecciono.
Después de dejarla instalada, Arnold se dispuso a seguir con la labor planeada y en efecto encontró daños en una zona de la cerca oeste, pero era un daño menor y no le tomó demasiado tiempo repararlo.
Cuando regresó al lugar en el que había dejado a su vecina, la encontró mirando muy entretenida hacia un lugar cerca del lago.
—¿Qué estás mirando?
Helga no respondió, ni siquiera volteó a verlo. Le hizo señas para que no hablara, se acercara a donde ella estaba y viera en la misma dirección. Cuando Arnold lo hizo pudo ver un grupo de cerditos salvajes rebuscando entre la hierba cercana al lago, al poco tiempo se pusieron alertas e instantes después salieron corriendo.
—Eran lindos — dijo Helga, desilusionada de que se hubieran marchado.
—Yo solo espero que la mamá no esté cerca.
—¿Por qué? —lo vio por primera vez desde que volvió y por poco no lo reconoce, con su cabello desordenado y algunos mechones cayendo sobre su rostro, la piel un poco enrojecida por su exposición al sol y su ropa bastante desarreglada. Él no debía ser consciente de su aspecto, pensó ella algo divertida, ni de lo atractivo que se veía. Ese último pensamiento la hizo sonrojarse y auto reprenderse, ya eran demasiadas veces que pensaba en Arnold de esa forma y debía parar de hacer eso, se dijo.
—Porque pueden llegar a ser muy peligrosas, sobre todo si de proteger a sus crías se trata.
—¿En serio? Lo dices con mucha seguridad, ¿sabes mucho de cerdos? ¿Acaso creciste en el campo?
Le incomodaba hablar de él, así que miró alrededor y notó que ella no había tocado la comida hecha por Rose.
—No has comido nada.
—Estaba esperándote... —ella no entendió por qué lo que dijo provocó que él la mirara de una forma extraña, intensa... Aunque solo fue por un par de segundos porque le desvió la vista rápidamente —Es decir, pensé que tal vez tendrías hambre al volver, así que...
Arnold asintió y fue a tomar un lugar cerca de la cesta, pensando en que desde hacía mucho tan solo sus fieles sirvientes lo esperaban y le hacían compañía, así que haberla escuchado decir aquello le había gustado y mucho, pero no debía acostumbrarse a eso, ni desear que algo más ocurriera.
—Entonces... ¿Cómo sabes eso acerca de los cerdos?—preguntó Helga, sentándose a poca distancia de él.
—No vas a rendirte, ¿cierto?
—Soy muy persistente.
—Lo sé... —suspiró —De niño tuve de mascota un cerdo, Abner. Mi abuela me lo dio y yo me empeñe en saber lo más posible de ellos para criarlo bien.
—Esa es una mascota muy peculiar, hace parecer que tu abuela es una mujer muy interesante.
—Lo era...
Sus ojos se opacaron y miraba como sin verla, como si mirara lejos en el tiempo, tal vez a una época que añoraba y que jamás iba a volver y Helga no pudo evitarlo, extendió la mano para acomodarle una de las rebeldes ondas de cabello que caían sobre su rostro.
Arnold se sobresaltó al sentir su toque y salió del trance en el que estaba, solo para ser envuelto en otro por los ojos azules que habían capturado su mirada.
Ella pensó que él se alejaría, pero no fue así. Él tomó su mano y la llevó hasta su mejilla y entonces Helga lo acarició con suavidad. Su tacto era muy agradable, reconoció él, girando un poco el rostro, solo lo suficiente para poder presionar los labios contra la palma de su mano. Helga no la retiró y se permitió sentir el cautivante y agradable cosquilleo que provocó su contacto.
Si no hubiera sido por el graznido de una escandalosa ave, el momento no se hubiera roto y ellos no se hubieran alejado.
—Es mejor que comamos algo —dijo Arnold después de aclararse la garganta —, si regresamos con toda la comida haremos sentir mal a Rose.
—Tienes razón —Helga entonces se concentró en la comida y tuvo cuidado de guardar su distancia, al igual que él.
No mucho después regresaron, alejados y en silencio a la mansión Shortman.
Helga pretendía escuchar la plática de Rose, mientras saboreaba el delicioso té preparado por George. Nunca había probado un té como ese, que en muchas ocasiones la hizo preguntarse cuál sería el secreto de tan exquisito sabor, pero ahora ni en eso pensaba, su mente estaba concentrada en lo ocurrido hacía poco en su improvisado picnic.
—Hubiera conocido al señor hace algunos años...
Esas palabras sacaron a Helga de sus cavilaciones, dejó la taza sobre la mesa y preguntó.
—¿Cómo era él? Quiero decir... ¿Ha cambiado mucho? Si es así es porque debió pasar por momentos muy difíciles, ¿no es así?
La mujer frente a ella asintió.
—Por desgracia así fue... Perdió a sus padres muy niño y a su abuela no mucho después, quien estuvo más tiempo a su lado fue el señor Phil, su abuelo, aunque claramente no fue suficiente. Nunca se tiene suficiente tiempo con las personas que amamos.
Helga asintió, mostrando estar de acuerdo.
—¿Y con su esposa, Rose? ¿Qué fue lo que pasó con la difunta señora Shortman? ¿Cuál es la verdad de lo que ocurrió con su esposa?
Rose suspiró.
—Lo siento, señorita, pero contarle sobre eso no me corresponde a mí... —puso su mano con gentileza en el hombro de la joven y sonrió con esa calidez que la caracterizaba —Hable con él, pregúntele —aconsejó.
Pero aunque deseaba hacerlo, no siguió su consejo ese día. Ni siquiera aunque tuvo la oportunidad en el camino de regreso a la propiedad Leshamp, en el que como siempre, Arnold la acompañó.
—Bien, entonces en eso hemos quedado, Shortman. Vendré la próxima sema...
Arnold miró al hombre que iba al lado suyo y que de repente se había detenido, luego miró en la dirección en la que este veía y entendió de inmediato el porqué de su comportamiento.
—Nos vemos luego —añadió el hombre y se marchó, no sin antes dedicarle una sonrisa de complicidad.
Arnold suspiró y caminó hacía la joven rubia y conocida que estaba de pie en la entrada del recibidor.
—Lo siento, no encontré a Rose ni en el patio de atrás, ni en la cocina, así que la estaba buscando...de haber sabido que tenías visita, yo no hubiera entrado hasta acá.
—No te preocupes, has hecho algo bueno —Helga lo miró sin comprenderlo —. Harrington no se caracteriza por ser precisamente discreto, eso quiere decir que pronto contará que te vio aquí y eso es muy útil a tu causa, ¿no es así?
—Tienes razón —admitió ella, pero eso no le quitaba lo apenada que se sentía, ni siquiera podía mirarlo a los ojos. Se mordió el labio inferior y Arnold desvió la mirada, no estaba bien que concentrara tanto su atención el gesto que ella estaba haciendo y mucho menos en sus labios.
—Rose no está —dijo él, centrando su atención en cualquier cosa de la casa con tal de no hacerlo en ella.
—¿No?
—Fueron a visitar a su hijo, van una vez al mes y duran un par de días con él.
—Ya veo... —¿por qué no le había dicho eso Rose el día anterior? —Entonces lo mejor es que me vaya.
Sí era lo mejor, añadió él mentalmente.
—Aunque si deseas puedes quedarte —¿por qué dijo eso? Era como si esas palabras se hubieran escapado sin su permiso.
Iba a retractarse, pero...
—¿En serio no te importaría si lo hiciera?
¿Por qué se emocionaba por eso? No debería hacerlo, Helga se reprendió mentalmente y miró apenada hacia otro lado.
Ninguno de los dos se miraba ahora y ella iba a retractarse, pero...
—Por supuesto que no me importa que te quedes —¡De nuevo! ¿Por qué dijo eso? Debió decirle que lo mejor era que se fuera —Puedo permanecer lejos...
—¿Cómo dices?
¿Dijo lo último en voz alta? No se dio cuenta.
—Quiero decir que...por mi no te preocupes, tengo cosas que hacer y permaneceré en mi despacho, mientras tú puedes quedarte por aquí, entreteniéndose con algo —hizo una pausa —¿Te gusta leer? —la miró de nuevo, después de todo ese rato y Helga asintió,mirándolo también
La biblioteca era enorme y los estantes para libros eran tan altos como las paredes de esta.
—¡Creo que lo encontré! —Gritó Arnold desde lo alto de la escalera que estaba usando para alcanzar el sitio en el que él supuso estaba un libro en específico.
Bajó con agilidad y pronto estuvo frente a ella, ofreciéndole un libro.
Helga lo tomó y una sonrisa se hizo presente en cuanto leyó el título.
—Supongo que sí es ese—dijo él.
—Si.
—Honestamente no imaginaba que te gustaran ese tipo de libros.
—Culpa de mi padre, estos temas de misterio e investigaciones policiacas le encantan.
La curiosidad apareció en los ojos de Arnold.
—¿Cómo es tu padre?
Helga no se esperaba esa pregunta, así que no respondió de inmediato.
—Es muy bueno en los negocios —dijo ella finalmente después de pensar un poco —, lo respetan mucho por eso —había orgullo en su voz —. A veces puede ser un poco estricto, pero solo lo necesario. Es justo con sus empleados. Tiene su lado divertido y le encanta tomar el rol de detective.
—Suena a que es un hombre muy interesante, pero mi pregunta iba más bien encaminada a su físico, quiero saber a qué atenerme cuando esté frente él después de que sepa lo «nuestro»
La boca de Helga se abrió graciosamente y luego se cubrió con el libro la cara.
¡Por Dios! no había pensado en eso tampoco.
—Pues... Mi papá... Él es...Él —no encontraba las palabras para decirle que su padre no era precisamente un debilucho, sino todo lo contrario y siguió tartamudeando un rato, hasta que escuchó una sonora carcajada. Quitó el libro de su cara y miró a Arnold. Él tenía la cabeza echada ligeramente hacia atrás y los ojos cerrados, aunque los abrió pronto y Helga pudo ver una chispa especial en aquellos ojos verdes, pero solo por un corto instante, porque de repente él regresó a su seriedad.
—Cuando estés lista para irte, avísame para acompañarte —después de decir eso, simplemente se marchó.
Ella estaba resultando ser muy buena para él y su cansada alma, pero él no era bueno para ella y eso no debía olvidarlo, se decía Arnold mientras caminaba a su estudio.
Ya entrada la tarde Helga anunció que debía marcharse, así que como Arnold ofreció, la estaba acompañando en el camino de vuelta.
Estaba bastante silencioso, mirando siempre hacia el frente, al menos era lo que hacía siempre que Helga lo miraba de reojo.
¡Qué diferencia había en esos momentos entre el hombre que cabalgaba a su lado, del que vio por unos segundos en la biblioteca esa mañana! ¿Qué había pasado para que así fuera?
«Hable con él, pregúntele»
¿Sería prudente hacer eso?
«Hable con él, pregúntele»
No, no lo era, pero por otra parte era la única manera de saber el porqué de su forma de ser...pero...¿podría hacerlo?
«Hable con él, pregúntele»
La voz de Rose en su mente era muy persistente.
¡Qué remedio!
Tomó aire y apretó las riendas, dispuesta a soltar la pregunta.
—¿Qué fue...?
—Será mejor que no vengas mañana.
Hablaron al mismo tiempo.
—¿Qué?
—Aún no estará Rose y solamente te aburrirás. Mi compañía no es lo suficientemente buena.
Helga asintió en silencio y aflojó el agarre de las riendas, con la interrupción su valor se había ido y siguió cabalgando en silencio, hasta que se despidieron.
Al día siguiente Helga no tenía nada que hacer, solo daba vueltas por su habitación buscando en qué ocuparse, pero era inútil.
Suspiró con desgano.
No quería pensar en él, pero no podía evitarlo y quería ir a verlo.
«Será mejor que no vengas mañana»
Se dirigió a la puerta, dispuesta a salir, pero se arrepintió. Afuera no tenía nada que hacer tampoco, ni siquiera tenía a su hermana para platicar o discutir, mejor dicho, que era más bien lo que hacían últimamente. Olga había salido la noche anterior a otra de sus reuniones y había llegado bastante tarde, así que aún dormía.
Fue hacia su cama y se dejó caer en ella.
¿Qué podía hacer?
¿Y si daba un paseo por la ciudad?
Eso estaría bien. No había salido mucho, así que, ¿por qué no?
Usando el carruaje no tardó mucho en llegar al centro y entre todo el bullicio y lo mucho que había por ver en el mercadillo que estaba recorriendo, por fin había logrado distraerse.
—Miren a quien tenemos aquí...
Helga reconoció la voz de quien dijo aquello y con cierto desgano se volvió a mirarla.
—Buenos días, señorita Wellington.
Rhonda se le acercó.
—Seguramente crees que ganaste, pero la realidad es que yo te lo dejé porque realmente no me interesaba.
A Helga le molestó mucho su tono de voz, pero le molestó mucho más la manera en que la miraba y las palabras que dijo, y decidió que no iba a dejarse.
—No tenía idea de que estuvimos enfrascadas en una competencia y que yo resulté ganadora porque te retiraste —dijo Helga con ironía y se notó de inmediato que eso no le hizo gracia a su ahora declarada ex rival.
—Espero que te diviertas de la misma manera cuando le hagas frente a la que estaba antes que tú y según sé, sigue estando.
—¿Antes que...yo?...
—Me refiero a Mademoiselle Babette.
—¿Mademoiselle Babette? ¿Ella qué tiene que ver?
—Es la que estuvo antes que tú, incluso mientras su esposa vivía. Él la trajo directamente de Francia y aun ahora sigue siendo amante de Arnold y es con quién tendrás que compartirlo ¿No lo sabías?... —hizo la pregunta con maldad al notar su desconcierto y luego la miró con desdén para añadir —Yo hubiera logrado sacarla del camino, pero tu... —una sonrisa burlona apareció en su rostro —Tú no lo lograrías de ninguna manera, querida. Así que mucha suerte —dijo y se marchó.
—Mademoiselle Babette...
¿Ella en verdad es la amante de Arnold?
Eso podría explicar porque le fue tan fácil que ella le proporcionara aquel apresurado, pero perfecto guardarropa.
No le resultaba fácil pensar en Arnold como alguien que tuviera una amante.
No, definitivamente no podía imaginarse que eso pudiera ser cierto.
Rhonda Wellington le dijo eso solo para enfadarla y no iba a lograrlo, porque... ¿Por qué tendría ella que enfadarse? En realidad entre ellos no había nada y por otra parte, definitivamente Mademoiselle Babette no podía ser su amante.
Por ir sumida en sus pensamientos, ni siquiera se dio cuenta de que había empezado a caminar, cuando se detuvo miró a su alrededor para tratar de ubicarse y se dio cuenta de que estaba justo frente al local de la modista francesa y que este tenía un llamativo letrero de cerrado colgando de la puerta.
Aun era temprano para que un negocio cerrara y sobre todo habiendo tanta gente en las calles.
«Será mejor que no vengas mañana»
Pensó que le había dicho aquello para ahorrarle el aburrimiento a ella, pero...
«Duran un par de días con él»
Tampoco estaban Rose y George, entonces...
Lo que quería era privacidad para verse con su verdadera amante.
—¿No vas a cenar nada? —le preguntó Olga a su hermana, mirando su plato aun sin tocar, mientras que ella ya había apartado el suyo casi a terminar.
—No tengo hambre —Helga también apartó su plato.
—¿Qué pasó en tu paseo que te puso de mal humor?
—No pasó nada y no estoy de mal humor.
«sigue siendo amante de Arnold y es con quién tendrás que compartirlo»
Le molestó recordar esas palabras y como no quería más cuestionamientos de su hermana, se levantó, agradeció por la cena que ni siquiera probó y dio la buenas noches.
—Hoy también voy a salir—anunció Olga ante de que Helga cruzara la puerta y esta se limitó a asentir.
Cuando llegó a su cuarto fue directo a acostarse a su cama y se quedó viendo la tela que cruzaba la parte superior del dosel.
Mademoiselle Babette y Arnold… ¿Sería eso verdad?
Él no le había dicho nada sobre ella, aunque tampoco tenía porqué hacerlo.
Suspiró y puso una de sus manos frente a su cara, era la mano que Arnold había besado. Resopló y giró sobre su costado.
No entendía lo que le estaba pasando, pero no quería sentirse así. No quería este cúmulo de sentimientos asfixiantes en su interior, ¿a qué se debían y cómo podía desterrarlos?
Su mirada se quedó fija en las puertas de su armario y repentinamente se incorporó.
¡Aún no le había devuelto el saco que le prestó aquella vez!, recordó.
Se levantó de la cama y se dirigió al armario. Buscó en la parte más profunda la prenda y cuando la sacó la revisó. Estaba un poco arrugada, pero nada más, incluso aun tenía ese aroma a hierba recién cortada, tan característica de él.
Se puso a deambular por la habitación, mirando de tanto en tanto la prenda que llevaba entre sus brazos y entonces escuchó el ruido de un carruaje dejando la propiedad, eso quería decir que su hermana se había marchado ya a su reunión y también que ya era tarde.
¿Qué debía hacer?
Bueno...
Sólo debía de ir allá de entrada por salida y era mejor entregar aquella prenda que seguirla conservando, ¿cierto?
Agradeció que hubiera luna llena aquella noche y que su caballo no tuviera problemas en llegar.
Había una sola habitación tenuemente iluminada en toda la casa, el despacho de Arnold.
¿Estaría allí junto a esa mujer en ese momento?
Helga sacudió la cabeza. Si así fuera eso no le incumbía a ella. Solamente estaba allí para entregar algo que no le pertenecía.
Entró por la parte de la cocina y por fortuna conocía ese lugar, sabía donde guardaban las velas, así que tomó una y la encendió. Era la mejor manera de moverse por la casa de forma discreta.
—¿Qué tontería estás haciendo, Helga? —susurró, cuando ya estaba a unos pocos metros de donde suponía que él estaba. Miró hacia atrás, tenía la oportunidad de regresar sobre sus pasos, pero...
Estaba tan cerca ya...
Avanzaría sólo un poco más y si escuchaba que él no estaba solo, se marcharía, decidió.
No hubo nada que le indicara que Arnold estaba acompañado, lo comprobó incluso pegando el oído en la puerta, pero nada. Así que, sin titubear giró la perilla y abrió.
De inmediato pudo ver a Arnold sentado en el amplio y único sillón del lugar, y en la mesita de enfrente un par de botellas de licor vacías y una más siguiendo el mismo camino.
Arnold levantó la cabeza con desgano al oír el ruido de la puerta y se topó con la vista de una aparición, pero no la que solía ver en ocasiones como esa, en que permitía que el alcohol le nublara la razón y que su dolor fluyera sin contención.
—Esto es nuevo... Ahora eres tú quien ha venido a atormentarme —la pronunciación era torpe y sus palabras se arrastraban un poco.
Helga tuvo el presentimiento de que negar tal acusación no le valdría de nada, así que se limitó a caminar hacia él. Al llegar a su lado dejó el saco descuidadamente en el sillón.
—Al menos no has venido en compañía de ella —añadió él y con un movimiento de cabeza señaló hacia la pequeña mesa.
Ella miró y se dio cuenta de la existencia de un guardapelo. Tomó la joya y miró detenidamente lo que contenía. Había una foto de una mujer hermosa de aspecto frágil y aunque la imagen no tenía color, era fácil suponer que era la dueña del mechón de cabello castaño que complementaba los recuerdos allí guardando.
—Cecile...
Lo escuchó decir y cuando lo miró, lo vio coger la botella que aún no estaba vacía y tomar un buen trago, tosió al terminar y ella con preocupación se acercó más.
—Ella es la que debería de estar aquí para reclamarme... —rió con desgano —pero supongo que te mandó a ti, porque sabe que no quiero verte... —saber eso le dolió a Helga, pero apartó ese sentimiento y después de regresar a su lugar el guardapelo, y dejar a su lado la vela, preguntó.
—¿Qué es lo que tiene ella que reclamarte?
—Que la haya matado, por supuesto.
—¿Cómo lo hiciste? —continuó el interrogatorio, consciente de que no había marcha atrás.
—Casándome con ella.
—No comprendo... ¿Cómo puede eso matar a alguién?
—Pues así sucedió con Cecile... Casarme con ella solo la llevó a la muerte. La traje aquí pensando llenar su vida de momentos felices, pero únicamente logré que se sintiera aislada y llena de infelicidad y ni siquiera me dí cuenta de eso hasta que huyó con su amante y me confesó todo en su carta de despedida... —ahora él tomaba la joya, clavando su mirada en el par de reliquias puesto en ella —Y yo no fui capaz de simplemente dejarla ir, debí haberlo hecho, pero me aferré al amor que decía tenerle y los perseguí. La obligué a llevar a cabo una travesía arriesgada que su frágil existencia no resistió... —apartó la vista de del objeto que tenía en la mano para ver directamente a Helga a los ojos —La última imagen que tengo de ella es la de una Cecile debilitada, postrada en cama y casi en los huesos, y la última palabra que dijo antes de... antes de morir, fue un «perdón» dicho en un susurro ahogado —él volvió a tomar la botella, está vez Helga le impidió beber arrebatándole la botella y poniéndola lejos de su alcance. Luego tomó ambas manos entre las suyas y se arrodilló frente a él.
—Tú no la mataste...
—No con estas manos como todos creen —él se soltó de su agarre —, pero sí con mis acciones y no quiero que a ti te pase lo mismo... —él comenzó a acariciarle el cabello —por eso debes mantenerte lejos de mí, aun cuando mi mayor deseo es que te quedes a mi lado...
Helga no supo que le sorprendió más; si aquella declaración, el sentir de repente los labios de él sobre los suyos o que ella no se alejara y al contrario, que respondiera ávidamente a aquel demandante beso.
CONTINUARÁ...
Un capítulo un poco largo, pero espero que les haya gustado ^_ ^ y muchas gracias por darle una oportunidad a esta historia y leerla.
