Spoilers: Historias, Humpty Dumpty.
N/A: Mini-update según lo prometido. De nuevo, es un capítulo bastante breve, pero quizás no tan "light" como el anterior. Lo considero más un…ejercicio por mi parte, la exploración de un valor al que en la serie se le ha dado tanta importancia (como en la vida misma): la lealtad y la traición. Quizás no tenga demasiada conexión con el hilo argumental que subyace a TSB, pero cuando lo escribí sentí la necesidad de estudiar la relación entre dos de los personajes centrales de este culebrón, porque me fascina, y lo que uno de ellos está dispuesto a hacer para salvaguardar el bienestar del otro aunque éste no lo sepa.
Dedicatorias: Varios lectores (incoffeecity,Andrea, Giny Scully) se han subido en los últimos días a este disparatado carro con rumbo por determinar. Junto con los que ya estaban dentro (Lau, Dra. Franklin, Vic, Sid, Wils) ya forman una pequeña peñita que son el sueño de cualquier fanfictor. No me cansaré de agradecerles (o sea, que a aguantar xD) sus comentarios, su confianza, su fe en esta historia y los calurosos ánimos que me han brindado vía mail, mi LJ o el House Fans Foro. Espero no decepcionarles y que disfruten de esta nueva entrega. Mientras puedan… sonrisa malévola… porque el meollo del asunto…está por llegar.
III: "She was practiced at the art of deception/ Well, I could tell by her blood-stained hands" (You can't always get what you want, The Rolling Stones
She tied you
To a kitchen chair
She broke your throne, and she cut your hair
And from your lips she drew the Hallelujah
(Hallellujah, Leonard Cohen
- "¿Y por qué esa curiosidad por Cuddy?", preguntó perpleja.
- "¿Y por qué tu curiosidad por la suya?", replicó él.
- "¿Y por qué la tuya por la mía?"
- "PORQUE tú lo dejaste y estás casada y...la situación de ellos es muy diferente".
- "Solo tenía curiosidad, no tiene nada de malo".
"La curiosidad mató al gato", pensó para sí al percibir la suspicacia y el fastidio en el tono de su voz. Pero, como tantas otras veces, su talante le impedía formular en voz alta aquella censura disfrazada de advertencia… En lugar de eso, se limitó a murmurar un pobre "No, no tiene nada de malo". Después de todo, el ser humano era curioso e inquisitivo por naturaleza.
La vio alejarse con paso enérgico por el pasillo en dirección a su despacho, el taconeo enfurecido marcando el ritmo como si de una marcha militar se tratara. Probablemente, la picapleitos que llevaba dentro estaba en esos momentos maldiciendo a House por su falta de ética y de protocolo al invadir la privacidad de su jefa como si tal cosa, en lugar de solicitar su permiso primeramente. Sin embargo, él sabía que, en el fondo de todos los improperios y pensamientos mortales hacia su ex, subyacía el terreno minado de lo que hubo entre ellos. Y el resentimiento había aflorado con demasiada facilidad para una mujer que se jactaba de haber superado su relación con él. De modo que no sólo habían llegado a sus oídos los rumores sobre un tórrido lío entre su mejor amiga y su ex en la sala de resonancias, sino que, detrás del escepticismo y la incredulidad, parecían preocuparla realmente. Era inevitable que aquello sucediera antes o después, todos sabían que tenían una bomba de relojería en las manos, a punto de estallar, desde que Stacy había reaparecido activamente en la vida de todos. La cuestión era cuál de ellos (y las apuestas subían como la espuma) sería el primero en rendirse a lo obvio.
Aunque Wilson estaba acostumbrado a asumir servicialmente el papel de mejor amigo y consejero espiritual de todo el mundo, se encontraba en una encrucijada. Intereses encontrados tiraban de él en distintas direcciones. La responsabilidad que sentía hacia su mejor amigo desde hacía años, el honor de caballeros y el no tan racional instinto de defensa de los miembros del género que caracterizaba a los hombres, hacía inclinar su balanza de la justicia y la solidaridad hacia House, mas su frustrante orgullo le impedía aceptar casi cualquier ayuda que le ofrecía. Por otra parte, la ahora Señora Warner no ponía tantos reparos en agradecer de forma más efusiva los pequeños momentos en que le cedía un oído dispuesto a escuchar su retahíla de quejas o inquietudes. No porque él lo necesitara realmente, pero apreciaba esa indulgencia para con él.
Desde que se conocieron, House había sido más que un colega o un amigo para él, de hecho. En parte (y nunca se lo habría dicho ni por todas las entradas en primera línea para un partido de los Jersey Devils), le había considerado como al hermano mayor que le había sido arrebatado por el loco y oscuro mundo de la droga. En efecto, le había quedado un hermano menor, joven, juicioso, que le adoraba, pero la diferencia de edad entre los tres siempre le había hecho estar más apegado a Dave, a quien había admirado con fervor durante toda su infancia y gran parte de adolescencia. No es que se pareciera en lo más mínimo a House, por Dios, salvo por la incorregible afición por las motos, el cuero y la espantosa música rock de los setenta y los ochenta. Tampoco sabía explicar la razón exacta por la que había simpatizado tanto con House…simplemente suponía que era porque, en el fondo, y cada uno a su manera, eran dos tipos patéticos y estaban más solos que la una. El caso es que, con el paso de los años, se había convertido en su confidente y en la voz brutal que le hacía precipitarse en picado desde la nube de idealismo en la que se acomodaba a la dura realidad. Quizás lo hacía con el único fin de incordiarle, pero la experiencia le había demostrado que en la mayoría de ocasiones, las agudas palabras de House sólo lograban evitarle, a la larga, una caída aún más estrepitosa. El hombre tenía ese carisma, ese porte altivo, la lengua cáustica y el ingenio arrobador de un Cyrano cuando se lo proponía. Sin casi esfuerzo alguno, era capaz de volver locos a hombres y mujeres por igual. Definitivamente, admiraba el modo en que medía al resto de la humanidad por el mismo riguroso patrón. Su intuición, el que su mente fuera tres zancadas por delante de cualquier otra, provocaba tanto odio como envidia en el colegio de Médicos, no era ningún secreto. Era irritante, frustrante, cortante y demasiado visceral para su propio bien. Era incapaz de morderse la lengua o ceder, pero tenía la enorme fortuna de saber cuándo atacar y con qué para conseguir sus fines. Maquiavélico. Y, al mismo tiempo, él, el más noble de los mentirosos, era incapaz de afrontar que la mentira o la ocultación de la verdad en todas sus formas en el fondo no es un delito tan grave. Que en ocasiones la verdad, en lugar de hacernos libres, nos entierra en la fosa de nuestros propios miedos. Que la ignorancia a veces es lo único que nos devuelve la ingenuidad, el candor y nos humaniza. Desde el infarto, desde Stacy…o puede que incluso desde antes de todo eso, House había vivido en la fosa que él mismo había ido cavando y para la cual Stacy tan sólo mandó labrar una lápida. Una losa que House arrastra con dolor y dificultad, como las cadenas de un alma en pena, y con el único apoyo de su bastón.
La relativa complicidad e intimidad que, en contraste, existía entre Stacy y él, y que había perdurado, frente a todo pronóstico, más allá de la separación, venía avalada por la distendida camaradería que habían mantenido en el pasado. Incluso antes de que House y ella formalizaran su situación, solían pasar gran parte del tiempo los tres juntos, y luego con Julie, su segunda esposa. Una punzada de vergüenza le encendió las mejillas. Por su puesto, Cuddy solía recibir invitaciones tan a menudo como se acordaban de ella, pero la mayoría de ocasiones declinaba con una sonrisa amable, y retornaba a su actitud hermética, profesional. De ahí que hubiera ido desarrollando por Lisa Cuddy un afecto especial, sobre todo con el conocimiento de causa de que ambos debían ser unas de las pocas personas que realmente se preocupaban por el bienestar del insoportable de Greg. Y en los últimos tiempos, notaba que para ella iba haciéndosele cada vez más difícil ocultar este hecho, a la Junta, al resto de sus colegas, al equipo de House y a él mismo. El único que parecía ciego, sordo y mudo a la lucha diaria de la Decana del hospital era el propio interesado.
House siempre sería House, impertinente, con sus aristas afiladas, y sólo Lisa Cuddy (abrió los ojos desmesuradamente al contabilizar los años) había aguantado una eternidad sin sangrar bajo sus pinchazos, incluso más que la propia Stacy. Quizás lo lograra por la culpabilidad que se había convertido en su segunda piel, o porque no le quedaba más sangre que derramar por el aguijón insistente de House…
Lisa había sido la única que, conociéndole desde siempre, había aprendido a tolerar sus manías y limitarle sus caprichos extravagantes. La única que le respetaba por quién es y no por lo que es o por lo que se ha convertido, a diferencia de Cameron. Le contrató cuando ningún otro hospital o clínica del país querían saber nada de un médico incapaz de acatar las normas y las obligaciones, tullido y dependiente de analgésicos para trabajar y que para colmo había coqueteado con el alcochol tras el abandono de su pareja. Ni siquiera su brillante currículum hubiera podido obrar el milagro de salvarle el culo. Sólo ella, se dio cuenta, le admira sin rencores o envidia, sin el idealismo y el romanticismo impresionables ni nociones ingenuas de la redención o reconstrucción de un corazón partido. La única que no cede a sus chantajes, que le para los pies sin renunciar a su dignidad y alimentar su narcisismo. Justifica sus decisiones ante la Junta, dando la cara por él y por su equipo, y había puesto en peligro su propio puesto de trabajo para mantenerle a flote, mientras la acosaban los rumores y las habladurías que reverberaban en los pasillos como un zumbido incesante.
Si Cuddy se había enamorado de House (alzó la ceja ante lo raro que sonaba), o si House abría los ojos de una vez y admitía por fin que en sus superficiales rifi-rafe diarios con ella, había algo más que la chiquillería de un adolescente hormonal que sólo babeaba por una delantera o una trasera… era problema de ellos. Tenían derecho a hablarlo y solucionar lo que fuera que quedara pendiente entre ellos, o lo que pudiera surgir, sin que nadie se inmiscuyera. Y con "nadie" se refería básicamente a Stacy, que a duras penas había comenzado a levantar los cimientos de una nueva vida con otra persona y ya se comportaba como el perro del hortelano…
Chasqueó la lengua. Resultaba ridículo cómo había esgrimido la excusa de su matrimonio con dedo acusador unos momentos atrás para que ella se olvidara de cualquier intentona de acercarse de nuevo a House si no era para salvarle el culo de alguna demanda por mala praxis. El sabía mejor que nadie que no se podía escoger a quién amar ni cuándo ni en qué circunstancias, y debajo de su aspecto de niño bueno y de respetado especialista, llevaba la letra escarlata grabada a fuego en la frente. Sin embargo, en su caso era distinto. Lo que había sentido por Laura…o por Julie, si se sinceraba consigo mismo, no podía haber sido amor. Siempre se había dejado engolosinar como un crío en una tienda de chucherías. Anhelaba, deseaba y sólo alcanzaba una dicha fugaz cuando tenía en sus manos lo que había contemplado desde lejos. Luego la emoción moría, la monotonía se cernía sobre él y buscaba angustiado, como un hombre abandonado a su suerte en el desierto, un oasis que encendiera la chispa en su interior. Al menos el amor aparentemente imperecedero, violentamente apasionado y contundente que House había llegado a confesarle que sentía por Stacy era real. Terriblemente desgarrador y auténtico. Y, hubiera sido una tortura contarle la verdad a su amigo, además de humillante, pero no podía evitar envidiarle por esos pocos años de tórrido affaire, de puro sentimiento y de inagotables disputas y reconciliaciones. Los rescoldos de la pasión entre ellos aún yacían incandescentes en el limbo del "y si…", y cualquier movimiento en falso, hubiera sido capaz de, para bien o para mal, reavivarlos y conducirlos a todos a la perdición…una vez más. No es que fueran incompatibles, más bien al contrario. Eran tan…idénticos que daba miedo a cualquiera que les conociera. En el fondo siempre supieron que la suya era una relación que estuvo condenada al fracaso desde el primer día.
Cuddy y House merecían una oportunidad para intentar encontrar la felicidad, juntos o por separado, como quiera que fuera el caso, pero debía concedérseles esa posibilidad, ese punto de partida para descubrirlo.
Por eso se negaba rotundamente a permitir que ninguna de las partes implicadas sufriera innecesariamente si él, espectador que se movía entre bambalinas del drama que se escenificaba entre las paredes acristaladas de aquel hospital, podía impedirlo de algún modo. Aunque para ello tuviera que mentir.
