Spoilers: Humpty Dumpty, El niño de papá, El Engaño.

N/A: El monstruoso capítulo cuatro ya está aquí. No pienso extenderme más de lo necesario con esta nota, porque el episodio ya es de por sí interminable xD Sólo quería aclarar una cosilla, aunque ya lo hice en mi review de los primeros capítulos del fic "Hurt"(by la única e inconfundible NinfaCaddy). Es MUY posible que al leer este capítulo perciban cierta sensación de déjà vu xD No, les aseguro que ni se han equivocado de link ni ha habido intención de plagio del emotivo trabajo de mi querida Ninfa por mi parte. Al parecer ambas compartimos cierta fascinación con la lluvia y las sonatas a la luz de la luna, pero les aseguro que el parecido, inconsciente, queda ahí.

Dedicatorias: A SarahBD, por concederme tantos caprichos como a una primogénita mimada. Y por aguantar pacientemente la espera para entrar en el cuarto de baño xD También se lo dedico a mis amigos/lectores/revieweadores ya de toda la vida Dra. Franklin, Vic, Sid, Wils, Housean, Nightwish, NinfaCuddy, incoffeecity, Cris, Andrea y Hilda.


Deseo con total humildad que disfruten de este capítulo y que no decepcione sus expectativas, simplemente porque es el corazón de TSB. La escena que me persigue en sueños y que es a la vez mi orgullo y mi cruz. Espero haber cumplido con mi misión de reflejarla en papel lo más fielmente posible a como yo la siento y la visualizo en mi cabeza, y que no se queden roque al llegar a la tercera página xDDD

IV: The storm is broken…

In the middle of the night
speak to me
hold your mouth to mine
'cause the sky is breaking
it's deeper than love
i know the way you feel
like the rains outside
speak to me

The Storm is Broken, Moby.

Fuera llovía a mares. Y, por si no quedaba bastante claro, dentro, el punzante latido de su pierna no le permitía ignorarlo. Así que el ambiente no era menos sombrío a su alrededor. Con sólo el resplandor lechoso de las farolas de la calle que se colaba de las persianas del salón como única fuente de luz para guiar sus movimientos, Gregory House mantuvo una mano ejecutando el bajo con dedos ágiles sobre el teclado, mientras que con la otra sostenía indeciso su nuevo bote de vicodina. Dios bendiga a Jimmy por firmarle las recetas, a pesar de su buen juicio. En realidad estaba convencido de que Cameron se hubiera hecho pis de la emoción si en cualquier momento hubiera tenido que recurrir a ella, de haberse negado Wilson a ceder a su petición desesperada. Sor Cameron, de la hermandad de los tullidos desamparados. Exhaló un suspiro de exasperación. Era una niña. Joven, dulce, encantadoramente perfecta en todos los aspectos. Con aquel irritante sentido de la moralidad, de la justicia y de la caridad, esa falsa determinación y se romanticismo de los que luchan hasta la muerte por sus ideales, estaba hecha a medida para un Wilson o un Chase (quedarían fenomenal juntos en el yate de papá, surcando la Costa Azul, como sacados de un anuncio de Pantene). Quitando el hecho de la disparidad abismal de sus caracteres y que, a pesar de tener la mente muy sucia y la lengua muy larga, nunca había sido un asaltacunas, realmente no acababa de comprender por qué el salvarle de sí mismo se le había metido entre ceja y ceja a la muchacha.

Si era la cacería de un ideal…de un Santo Grial particular, aunque fuera algo tan loable sacado de una película Disney o de una de esas noveluchas de las Brontë (¿o eran Austen? Bah, la literatura inglesa iba toda de lo mismo: té…críquet…té…echar una canilla al aire…té), lejos de espolear esa sensiblería, él trataba de hacerla entrar en razón a la fuerza, sin mucho éxito. Si ella le pedía a gritos que la machacaran, él no se cortaba un pelo en humillarla hasta hacerla reaccionar. Y se tomaba esa molestia simplemente porque veía en ella potencial. Cierto, cuando la contrató habían pasado por su despacho decenas de jóvenes de tipo exuberante y piernas largas (muy muy largas) y con un currículum bastante más impresionante que el de Allison Cameron; no obstante, había decidido confiar en ella porque, de primeras, su infalible intuición le había señalado que aquella era la chica idónea para el puesto. Tan sólo necesitaba experiencia. Al contrario de lo que había extendido la rumorología popular, sus elecciones y selecciones eran meditadas, justificadas y tan lógicas como su propio método deductivo. Cameron era una chica perspicaz y con recursos, dedicada y trabajadora. Igual que Chase…Igual que Foreman. Sólo que menos rubia, negra y con una tasa inferior de testosterona en sangre. Además, su equipo necesitaba una Mamá Wilson capaz de "fingir" cuanto menos una fachada de empatía y honestidad. Era útil para su equipo. Alguien con quien los pacientes no sienten vergüenza a confesarse, y de quien las madres desesperadas desean ser objeto de simpatía al ser informadas de que sus hijos están al borde de la muerte. Alguien joven y hermoso en quien confiar.

Pero la insistencia casi infantil de Cameron en cuanto a su persona empezaba a crisparle los nervios y su respeto por ella se iba a pique. Ojalá empleara esa obstinación y tenacidad en otros menesteres, como en superar ese turbio asunto del esposo muerto, pues notaba que había piezas en el puzzle que no acababan de encajar. Porque detrás de la cara de ángel había vislumbrado a una mujer como cualquier otra, con los mismos deseos primitivos y la misma sofisticada ambición, capaz de enredar y manipular para conseguir sus propios objetivos, por altruistas que estos fueran.

Nunca se las había dado de ser un gran conocedor de la mente femenina, si bien se consideraba un experto en su fisonomía y anatomía. Para nada había sido nunca un latin-lover, ni siquiera cuando se corría juergas locas en la universidad. Ése no era su estilo, si es que podía clasificársele siguiendo los cánones habituales. Se sonrió, henchido de orgullo. Tampoco encontraba demasiadas chicas a su medida dispuestas a salir con el bicho raro de la camada, pero tampoco le preocupaba. Nunca le habían interesado los compromisos… Y ahora estaba desentrenado, pero ello no significaba que hubiera olvidado lo que les hacía vibrar. De hecho, las atraía como moscas. Digno de estudio. Y aun así… ni siquiera a Stacy llegó a comprenderla del todo en el tiempo que vivieron juntos. Ni alcanzaba a entender el embrujo que había extendido sobre él, la atracción irrefrenable ni el poderoso control que sobre su razón y sus emociones ejercía el vívido recuerdo de la cadencia de su swing o de la música en su risa, o el pálpito interno de deseo al evocar el tono de su voz, sal y pimienta, cuando de sus labios se escapaba su nombre mientras hacían el amor. Detalles grabados a fuego en él. Imborrables como la cicatriz que desfiguraba su muslo. Y, sin embargo, algo tan vivo, tan apasionado, tan incontrolable había terminado casi del mismo modo precipitado en que había comenzado aquella mañana de verano. Caput. The End. C'est finit.

Podía afirmar sin demasiada reflexión que su relación más estable a largo plazo la había mantenido con su bastón, tras haberse divorciado rápidamente de aquella horrible silla de ruedas en que pretendieron postrarlo los fisioterapeutas hasta que reuniera fuerzas para iniciar la rehabilitación. Bueno, luego estaban las otras dos grandes constantes en su vida: la medicina, la amante que nunca le había defraudado, la precisa, la que no le guardaba secretos ni engañaba con mentiras, y su madre, a la que veneraba y recriminaba silenciosamente por su propio destino. Voluntariamente (¿o no?) enclaustrada en la asfixiante rutina del hogar y las ataduras del matrimonio con un esposo ausente, perdido en alguna misión allen de los mares, y un hijo precoz, inquisitivo y conflictivo al que torear desde el momento en que pronunció su primera palabra. Blythe House era una mujer sumamente inteligente, la admiraba por ello, aunque nunca se lo hubiera hecho saber con esas palabras. Tampoco era cuestión de un obcecado sentimentalismo filial. Reconocía las virtudes y los grandísimos defectos de sus padres con el mismo ojo clínico con que observaba a sus pacientes. Además, sospechaba que gran parte de su infalible intuición la había heredado de ella, si no había ocurrido lo mismo con su sensatez y cautela. Precisamente era eso lo que le mortificaba y le hizo acumular más rencor y reproches hacia su padre a lo largo de toda su adolescencia. El estereotipo de madre, esposa y ama de casa perfecta como sólo se ve en La Casa de la Pradera o La Tribu de los Brady, y había sacado adelante un hogar abandonado en el interior de una base militar en medio de la nada casi por sí sola. ¿Le había quedado otra opción? ¿Había tenido sueños su madre alguna vez? ¿Es que los avatares de la vida, esa mala perra, no habían concedido ninguna tregua ni oportunidad para realizar sus sueños…o había sido desde el mismo momento en que pasó de ser niña a mujer, ese autómata, ese animal de costumbres, domesticado y sumiso, de sonrisa perfecta y mirada apagada?

Apretó los párpados. Y la mandíbula. Con todas sus fuerzas. Dios, la pierna le estaba matando.

"The Show Must Go On" se convirtió en el inconformista lamento de Shostakovich con el brusco viraje de sus pensamientos.

Por supuesto, luego estaba la Doctora Lisa Cuddy, que no terminaba de cuadrar en el organigrama de su vida. Era su jefa… aunque en el fondo ambos sabían que jugaban en un tablero donde él terminaba pasando olímpicamente de las reglas e imponiendo las suyas. Normas, legales y morales, que ella se había saltado a la torera cuando mantuvieron la incómoda relación médico-paciente, el suceso que marcó definitivamente un antes y un después para su ¿relación? Momentos tensos como los que se habían repetido varias veces en las últimas cuarenta y ocho horas sólo servían para poner en evidencia la fragilidad de la tela de araña que habían tejido desde entonces, en la que caían y se enredaban cada x tiempo como una especie de ritual sado-masoquista. En otro tiempo habían sido compañeros, iguales en rango, categoría y nivel intelectual. Con Stacy como nexo, habían llegaron incluso a establecer una cierta confianza mutua…una peculiar amistad, si se podía llamar así. Y, sin embargo, nunca habían dejado de respetar la formalidad en su tratamiento: siguieron siendo Cuddy y House el uno para el otro, incluso en las reuniones privadas, lejos de la pompa, el protocolo y la austeridad de la administración y de la clínica. Esa extraña pero distendida dinámica había estimulado, para disfrute de ambos (no había duda de ello) y quebraderos de cabeza para Wilson, la lucha verbal que se habían declarado desde el momento de conocerse personalmente. Personalmente… porque los inicios de la montaña rusa que era su relación se remontaban muchos años antes de eso. Parecían siglos ya, pero las diferencias entre ambos entonces eran tan abismales como ahora, pues existía toda una larga y complicada carrera (¿de obstáculos?) entre ellos. Su propia arrogancia y los escrúpulos de la joven Cuddy tampoco se lo hubieran puesto fácil, de haberse dignado alguno de los dos a dar su brazo a torcer y hacer las debidas presentaciones en cualquiera de sus torpes y fugaces tropiezos en el campus. Y, pese a eso, frente a todo pronóstico y lo extremadamente improbable que hubiera resultado en cualquier otra circunstancia, habían logrado conectar de algún modo desde la distancia, y, como empujados por una mano obstinada y lianta, les hacía encontrarse una y otra vez en el mismo punto del laberinto. Él, escéptico acérrimo en lo relevante a la existencia de lo que la masa de borregos que poblaba el mundo llamaba comúnmente "destino", había acabado por aceptar la divertida paradoja que suponía la larga cadena de coincidencias que les había conducido a los dos a conocerse. Habían elegido ir a la misma Universidad, situada bastante lejos de casa para ambos. En su caso, porque sus más que mediocres resultados académicos en la Johns Hopkins y el informe disciplinario que llevaba un COPIÓN impreso en grandes letras rojas en su expediente no le habían dejado más alternativa si no deseaba terminar la carrera en Timbuctú. Y en el caso de Cuddy…bueno, tiempo atrás había deducido que habría escogido aquélla de entre las infinitas cartas de admisión con membrete prestigioso que probablemente se acumulaban en su correo (Harvard, Yale, Berkeley, Stanford, Princeton…) por escapar lo más lejos que su familia (dado que nunca hablaba de ella) podía permitirse (si el problema era el hogar dulce hogar, ¿por qué no huir más lejos, como había hecho él?). Y Ann Arbor tampoco estaba tan mal, ni siquiera para sus estándares.

De todos modos, Cuddy nunca había soltado prenda sobre su vida privada pre-universitaria, así que había interpretado ese silencio forzado como una señal de "prohibido el paso". Lo poco de ella que conocía se lo tenía que "agradecer" a Stace y a las aburridas galas benéficas que se organizaban de vez en cuando, y en las que la Doctora Lisa Cuddy trataba de satisfacer gustosamente los caprichos de morbosos benefactores en potencia…y al radar de House Inc.

Rememoraba aquellos años y notaba un sabor amargo en el paladar, pero lo achacó a la última vicodina que había tomado. Después de todo, eran otros tiempos. Tiempos en que eran jóvenes increíblemente ingenuos con grandes aspiraciones y espíritu de competición. Copiones obsesionados con el sexo, el rock y los deportes, o empollonas luchando por una matrícula de honor. Un pasado en el que sus piernas, fuertes y ágiles, le habían convertido en el delantero más rápido del equipo de lacrosse, llamando la atención de un corrillo de admiradoras, a las que fingía ignorar al pasar junto a ellas. Un magnífico último año en que terminó convirtiéndose en el centro de las iras de sus compañeros de equipo, al hacerles perder el campeonato interuniversitario por querer convertir los partidos en una exhibición personal. El año en que por fin respiraron aliviados los pocos profesores a los que concedía la ocasional cortesía de su presencia en el aula, tanto por su marcha inminente, como por la llegada de nuevos fichajes, pizarras en blanco sobre las que escribir libremente, personajes mucho más disciplinados y obedientes, como Cuddy la novata, quien iba de un lado a otro con la nariz enterrada en un pesado tratado de anatomía o de fisiología. Era inevitable no reparar en ella, a pesar de que vivía encerrada en la biblioteca para mantener sus notas en el top-ten y de que él sólo pisara los aularios para entretenerse con las disecciones de cadáveres o jugar a ratos con el microscopio. Una tarde de aburrimiento, azuzado por los frívolos elogios de catedráticos y los jocosos comentarios que pasaban de boca en boca entre los alumnos, había decidido examinar… (espiar es una palabra muy fea) de primera mano el nuevo espécimen. Resultó ser como decían, una novata con un buen par de ovarios y otro buen par de razones para invitarla a salir, la cabeza en su sitio pero la boca muy grande, emprendedora y de armas tomar, capaz de discutir hasta el más mínimo detalle con pruebas en mano al pluscuamperfecto Doctor Becker hasta dejarlo en una posición delicada…y humillante, que hasta entonces sólo habían conseguido los agudos juegos de palabras que a él mismo le habían valido la expulsión de la clase de microbiología.

El latigazo de dolor que se disparaba en su muslo y le taladraba la mente había sobrepasado ya el umbral de lo humanamente soportable y le obligó a echar mano definitivamente del bote de vicodina si no quería caer redondo de la banqueta al suelo. Se acabó el ejercicio mental diario para prevenir el Alzheimer. Luchaba afanosamente por quitar el precinto y desenroscar la tapa del bote cuando le sorprendió un frenético martilleo en la puerta de entrada (¡maldita sea! ¿No descansaban de noche los mormones-chupasangre?). A regañadientes, y con el modo de ladrido de Dobermann activado, se arrastró hasta la puerta, bastón firmemente aferrado por la empuñadura, dispuesto a usarlo como arma mortífera.

El rictus de dolor debió verse superado por una definitiva mueca de estupefacción en su rostro cuando comprobó la identidad del intruso.

–"Puede que mi memoria no sea lo que era antaño, con la edad, el dolor y las horas que son…pero no creo que se haya convocado en el barrio una fiesta de camisetas mojadas sin mi conocimiento. De haberlo sabido, habría comprado las entradas por anticipado y Jimmy ya estaría aquí con las palomitas preparadas."

Por azar, destino o fatalidad, no podía tratarse de nadie más, y, al mismo tiempo, era la última persona que esperaba encontrar allí. La sempiternamente impecable y estoica doctora Cuddy permanecía congelada sobre el felpudo, como si la hubiera sorprendido tratando de irrumpir por la fuerza en su casa y estuviera elaborando mentalmente un plan de huida, cuan gacela asustada al escuchar el inconfundible crepitar de la tierra bajo las garras del león. Pero lejos del sol de la sabana africana, Cuddy estaba gozándose el temporal. Empapada. No, calada hasta los huesos. Aunque trataba de ocultarlo cruzando los brazos sobre el pecho, la fina (y diminuta) chaqueta de punto que llevaba se le pegaba al torso, al igual que los vaqueros, que se habían vuelto dos tonos más oscuros que el original por efecto de la cortina de agua que descargaban las nubes sobre ellos. Lágrimas de lluvia rodaban por sus mejillas y goteaban desde la punta de su nariz y barbilla temblorosa. Algunos mechones rizados habían escapado de su recogido y ahora se le pegaban a la frente y al rostro como una segunda piel.

Creyó oportuno tragarse demás comentarios sarcásticos hasta que estuviera a resguardo de aquel diluvio universal. Tampoco era cuestión de que su jefa la diñara por su falta de consideración. Hubiera sido demasiado complicado adoptar y reeducar a otro administrativo…

Se hizo a un lado y abrió la puerta lo suficiente para dejarla entrar. El relámpago (uhh, creepy) que escogió ese momento para desgarrar el cielo encapotado iluminó sus rostros. El trueno que le siguió bramó como el desasosiego y la inquietud en sus pechos.

– "Siento molestarte a estas horas, House, sé que es tarde y mañana es día laboral." – frunció el ceño. – "Bueno, para aquellos que madrugamos para estar puntuales en el trabajo, pero…"

– "Hey, para el carro, Ororo…"- la interrumpió bruscamente – "¿Te debo horas nocturnas de clínica o cualquier sucia tarea por ese estilo con la que jamás cumpliré que te haya obligado a invadir mi privacidad?"

Ella pasó por alto el insólito nombrete que le había endosado e intentó explicarse.

"No. En realidad… vengo por…motivos personales."

Y pronunció las últimas palabras con el tono de quien confiesa un pecado mortal. House se limitó a poner los ojos en blanco.

– "¿Y has cruzado toda la ciudad con esta lluvia sólo para tener una charla privada conmigo? Hmmm…"- se balanceó sobre el bastón con gesto desmesuradamente meditabundo – "Reconozco que me siento halagado. Es un gesto muy bonito por tu parte. Pero… ¿No inventó un tipejo, un tal Campbell o Golden Grahams, hace bastante tiempo un cacharro que servía para que uno pudiera comunicarse a distancia? Teléfono, creo que le llamó…".

Fue el turno de ella para hacer un mohín de exasperación.

- "Esto ha sido una auténtica estupidez. Será mejor que me marche. Lamento haberte..."- escaneó el salón con la mirada, buscando indicios de su ocupación anterior, hasta que sus ojos se posaron en la botella de Jack Daniels sin precintar, y el bote abandonado de Vicodina – "interrumpido tu velada con Jackie." Con la misma, giró sobre sus talones y se dirigió a la salida con paso apresurado.

Él la detuvo inmediatamente, interponiendo su bastón entre la puerta, su ansiado objetivo, y ella.

- "¿Pero qué haces? No puedes estar pensando verdaderamente en ir a dar otro paseo con la que está cayendo…".

- "Cuando venía para acá estaba escampando. Si no, no hubiera cogido el coche, tenlo por seguro" – se defendió.- "Y de todos modos necesitaba estirar las piernas, y un poco de agua no mata a nadie."

- "Pero sabes bien que una neumonía si podría, oh, Todopoderosa Decana de Medicina. Además, di mejor que tu culpabilidad no te dejaba dormir en esa cama tan grande y barroca que tienes, y necesitabas torturarte otro poco más esta noche ya que estabas despierta…".

–"La verdad es que no ha sido una cuestión de culpabilidad. El chof-chof de las goteras me estaba volviendo loca y…"- un estornudo sacudió todo su cuerpo, dejándola aturdida y aún más irritada porque su propio cuerpo la estaba traicionando y dándole la razón a él. Había sido una locura salir de casa aquella noche, con goteras o sin ellas.

–"Tendrás que quitarte la ropa."

Mirada fulminante.

–"Para que se seque, mujer, qué mal pensada que eres… Iré a buscarte algo que puedas ponerte mientras tanto."

Su condescendencia rivalizaba con la preocupación pobremente enmascarada en el tono de su voz.

Ella se quedó en el salón, tratando de decidir si estaba más atónita por el ofrecimiento o por el mero hecho de que la hubiera dejado entrar en su casa a semejante hora intempestiva. Escuchó el ruido de apertura y cierre de cajones, y de la puerta de un ropero en algún lugar de la casa y suspiró. Decidió quitarse las botas para no ensuciarle…mucho más el suelo con el barro que traía de la calle. Al cabo de unos minutos House regresó con una sonrisa sospechosa en los labios, y una prenda gris de aspecto bastante raído en las manos. La miró de arriba abajo como midiendo su altura real, tuvo la decencia de contener una sonrisilla sardónica y le tendió aquello sin decir ni mu.

Enarcando una ceja, desdobló cuidadosamente la sudadera y descubrió con más entusiasmo del que se hubiera creído capaz que llevaba impresa, aunque con los colores algo borrados por el paso del tiempo (¿y los lavados?), la emblemática M de la Universidad de Michigan. Toda una monstruosidad, y nunca mejor dicho, en azul marino y amarillo, que parecía hacerle un guiño con la picaresca del propio House.

– "Para rememorar viejos tiempos. Aunque me da la impresión de que tú nunca tuviste una tan molona como ésta, sosona…"

Sus mejillas se enrojecieron súbitamente, no supo si avergonzada o irritada por la burla pueril que subyacía a su insidioso reproche. Optó por una retirada a tiempo. Tampoco ganaba nada (a parte de instigar una humillación mayor) con llevarle la contraria o encubrir lo innegable.

–"Será mejor que me cambie, antes de que forme un charco en tu salón, te resbales y por fin te rompas la crisma…"

Anotándose un punto en su marcador, House le indicó con aspavientos que podía zafarse de la situación en cuanto quisiera. Se sentó en la banqueta del piano, volviéndose para recordarle dónde estaba el aseo, pero ya había desaparecido por el pasillo.

Efectivamente, a diferencia de los muebles del salón, de los que sólo quedaban un sillón, una estantería, el mueble del televisor y la banqueta del piano, que ella recordara desde la última vez que estuvo allí (millones de años atrás), el baño seguía en el mismo sitio que siempre. Y en él reinaba, para su desagrado, el mismo orden que entonces. Mientras cerraba la puerta con suavidad, escuchó a House haciendo gala de su polifacético talento al tocar un arpegio con la misma desenvoltura que lanzaba comentarios jocosos sobre su talla de sujetador. A veces parecía una completa irreverencia que un hombre tan brillante y culto se comportara la mayor parte del tiempo como un patán infantiloide, testarudo y caprichoso. Corrió el fechillo, para asegurarse su intimidad. No se fiaba un pelo de House…

Se miró en el espejo. Sacudió ligeramente la cabeza. ¿Qué diablos hacía allí en lugar de estar acurrucada bajo su edredón, en la pacífica soledad de su dormitorio? ¿A qué había venido? Anillos oscuros se perfilaban bajo sus ojos sin maquillar, el cabello revuelto y los rizos que habían tenido la desfachatez de liberarse de sus ataduras estaban ya hechos un completo desastre. Chasqueó la lengua en señal de fastidio. En cuanto se secara, su pelo iba a parecer el de una doble de Aretha Franklin por la humedad y la estática. Bueno, por lo menos llevaría puesto algo seco. Con cuidado de no mojar nada innecesariamente, se quitó la chaqueta y la blusa, que la lluvia había incluso calado en la breve caminata desde el lugar donde había aparcado el coche. No era su culpa que House se empecinara en vivir en una barriada tan…popular. Justo en ese momento reparó en algo. No le había ofrecido ninguna toalla con que poder secarse, y de nada servía ponerse la sudadera seca con la piel húmeda y fría. De repente se sintió muy cansada y sin ninguna gana de iniciar una disputa con su anfitrión por semejante trivialidad. Se tomó la libertad de dar con una toalla limpia ella misma. En teoría debían estar guardadas a mano en algún sitio de aquel cuarto de baño. Hasta entonces no se había fijado, pero por lo visto House había decidido sustituir su bañera por un plato de ducha en algún momento de los últimos cinco años. Bien por él. Adaptándose a las comodidades del nuevo milenio, aunque sospechó que sus motivos eran más por pura necesidad durante los primeros meses después del infarto, cuando apenas podía valerse por sí mismo, que por una cuestión de práctica cotidiana. Con lo que disfrutaba mimándose a sí mismo, casi seguro que era de los que hubieran preferido quedarse totalmente sopa en una bañera de agua perfumada y caliente que resignarse a tomar una ducha rápida al final de la jornada. Automáticamente, el acto reflejo que había ido desarrollando cada vez que recordaba el triste y desgarrador caso de House se reactivó, y comenzó a mordisquearse el labio inferior nerviosamente. Se propuso con redoblado ímpetu terminar con aquella incómoda situación cuanto antes y salir escopeteada de allí. Inspeccionó las cajoneras bajo el lavamanos. Nada. Bueno, había millones de trastos. Se acuclilló para echar un vistazo. Había desde un secador hasta una maquinilla eléctrica de afeitar, y millones de botes de desodorante, dentífrico…y…¿qué era eso? un…¿un botiquín? Y, además, parecía una antigualla sacada de la Segunda Guerra Mundial. Se sonrió y volvió a dejar el pequeño maletín en su sitio. Mientras lo hacía, un tintineo la puso en alerta. Debía haber algo guardado algún bote de vidrio en el fondo. Extendió la mano para colocarlo en su sitio, antes de que se rompiera y armara un verdadero estropicio. Probablemente sería un frasco de after-shave sin usar, o la colonia horrible y recargada que Wilson le había regalado las pasadas Navidades. Pero fue precisamente la sorpresa al examinar su descubrimiento lo que casi hizo que se le escurriera de las manos. Era un frasco de cristal, macizo, rectangular y esbelto, de lo más normalito, sí, pero no lo que esperaba. En absoluto. Un perfume, se fijó, de firma prestigiosa pero que ella nunca había utilizado. Entrecerró los ojos para leer el impronunciable nombre y la minúscula letra que le sucedía. Pour femme.

Olvidado su propósito inicial, desenroscó el tapón con la misma delicadeza con que manipulaba sus propios y escandalosamente caros frascos de perfume. No tenía vaporizador. Era de los buenos, entonces. Ni siquiera las protestas de su conciencia ni los de su lado racional, que se repetía una y otra vez qué demonios hacía House con un frasco de Eau de Pretty Woman en su aseo, la hicieron devolver el misterioso objeto a su lugar y salir del baño automáticamente. El empuje de la curiosidad era más fuerte. Se llevó la boquilla del frasco a la muñeca derecha, hasta notar la fría gota de perfume deslizarse sobre su piel. Tapó el frasco de nuevo y lo recolocó, como todos los demás trastos que había sacado del armarito en su particular registro (se avergonzó de sí misma), hasta que quedaron como recordaba haberlos descubierto. Entonces se llevó la muñeca perfumada a la nariz. Apostaba lo que fuera a que se trataba de alguna barata imitación, con un fondo tumultuoso de flores, intensamente rancio y empalagoso como la melaza, de esos que agobian la mucosa olfatoria y permanecen minutos y horas pegados al paladar. El calor de su piel había evaporado casi todo el líquido pero la fragancia persistía, única e inconfundible. Jazmín… ¿lirios? Y notas de rosas. Probablemente si buscaba más a fondo, detectaba algo frutal que era incapaz de reconocer bajo otros efluvios que le arrebataban la concentración. Sofisticado y etéreo a la vez, con un lejano aroma a sándalo, a especias y Oriente. Almizclado. Ámbar. Exótico y clásico al mismo tiempo, romántico y sensual… Femenino en el más puro estilo del mito de femme-fatale recreado por Stacy. Se le encogió el corazón.

Casi como un autómata, aún consternada por su descubrimiento, debatiéndose entre la culpabilidad por haber invadido la privacidad de House y una extraña pero honda desilusión, se dirigió al pequeño armarito acoplado entre la esquina y el plato de ducha. Cruzó los dedos para encontrar las ansiadas toallas.

Bingo a la primera, se felicitó mentalmente. Cogió la primera toalla que encontró y a punto estuvo de abrazarse al trozo de tela como si su vida hubiera dependido de ella. Pudo contenerse a tiempo. Estaban hechas una pasa (pero, claro, su casa debía ser la única en el mundo donde se planchaban hasta las toallas) y desordenadas, como metidas allí apresuradamente, pero eran suaves al tacto (no el terror áspero y tosco que cualquiera que hiciera su propia colada esperaría de House) y, afortunadamente, también olían a fresco. Nunca hubiera tomado a House por un marujo preocupado por el uso de suavizante en su ropa. No obstante, eran demasiadas las cosas que seguían siendo un enigma acerca de él, incluso después de tantos años…

Una vez estuvo contenta con haberse secado, se puso la sudadera. Le quedaba extremadamente larga y ancha, pero por lo menos era abrigada y estaba (oh, nuevo milagro) tan limpia como las toallas.

Dobló su chaqueta y su blusa. Era hora de ir saliendo del cuarto de año, o House se ofrecería voluntario para sacarla de allí por la fuerza, no sin antes adueñarse de su camisa como recompensa por sus servicios. Toalla y ropa húmeda en mano, salió al pasillo. Se dio un momento para recomponerse. Tratando de borrar de su mente el incómodo descubrimiento de aquella noche, decidió presentarse de nuevo ante él con la cabeza bien alta. Como si nada hubiera ocurrido.

La famosa melodía del "¡Aleluya!" de Haendel la recibió en el salón, magistralmente ejecutada. Ni siquiera hizo falta que se volviera en la banqueta para que percibiera su gesto de satisfacción. La postura orgullosa de su espalda y la fluidez en los movimientos de sus manos le indicaron que había estado ensayando mentalmente la escena durante todo aquel rato. Aguardando ansiosamente a que saliera del baño única y exclusivamente para ridiculizarla con aquella fina sutileza con que Dios había querido castigar a todos los pobres mortales que se cruzaban en el camino de Gregory House.

Dejó su ropa sobre la mesita y se acercó a la banqueta silenciosamente, el sonido de sus pasos amortiguado por la alfombra que enmoquetaba el suelo. Era evidente que él sabía que había salido ya del baño, pero supuso que quizás un intento de estrangulación con la toalla por su osadía le cogería suficientemente desprevenido. No iba a dejar que ganara la partida, eso lo tenía claro; en el fondo era igual de competitiva y mordiente que él. Bueno, quizás no de su mismo caché, pero cerca... Sin embargo, solucionar primeramente el motivo que la había traído allí en mitad de la noche era más importante que acabar con una riña de chiquillos. Como venganza, se limitó a cubrir sus hombros con la toalla, ligeramente húmeda. Por pura inercia, dejó de tocar. Recogió la toalla, se volvió hacia ella con el ceño fruncido, como preguntando "¿para qué necesitabas ensuciarme una toalla?", y la lanzó, de nuevo de espaldas, con tan buena suerte (o presteza) que cayó hecha una bola sobre el sofá. Pobre sofá. Iba a pillar un resfriado.

–"No me diste ninguna toalla, así que tuve que buscarme la vida", se excusó.

– "Esperaba que tendrías al menos el detalle de pedírmela tú misma y de paso obsequiarme con un pequeño show privado de strip-tease por mi obra de caridad de la noche", hizo pucheros, pareciendo verdaderamente decepcionado.

Pasó olímpicamente de hacerse la ofendida. Aquello era pan de cada día. Y en realidad se lo tenía merecido.

– "Además, estaba a punto de llamar a una brigada de rescate y entrar a buscarte. Creí que te habrías caído por el váter o perdido dentro de la sudadera…".

Puso los ojos en blanco. Ja-ja-ja. Ya estaba tardando en hacer el chiste fácil sobre su estatura. Sin invitación alguna, tomó asiento junto a él en la banqueta. No pareció importarle, pues siguió con su repertorio musical. Le sorprendió gratamente comprobar que todo rastro de alcohol había desaparecido de los alrededores. Y tampoco había tenido tiempo como para ahogarse en él. Sintiéndose observada, alzó la mirada para encontrarse con la de él, que parecía examinarla como si fuera una bacteria en la pletina del microscopio. En aquel momento se sintió sumamente incómoda, como si House fuera capaz de leer su mente y supiera lo de su episodio anterior en el cuarto de baño. Forzó una sonrisa para quitarle hierro al asunto.

– "Nah, estaba haciendo de embajadora de la colonia de Aspergillus que tengo en mi baño para establecer alianzas con la civilización de pelusas salvajes que se han asentado en tu pasillo".

Hizo una mueca de grima.

"Lo sé… no estoy inspirada esta noche para replicarte con nada inteligente, House. Hasta yo tengo límites", suspiró.

Ergo… el asunto era importante. House optó por no presionarla. Inconscientemente masajeó el muslo donde persistía la cruz de sus días. Que hablara cuando quisiera… La pierna no le iba a dejar dormir demasiado esa noche, así que, en cierta medida, y se aseguraría de que ella no lo supiera nunca, agradecía la compañía y la cháchara, por insulsa que fuera. Le ayudaba a concentrarse en otra cosa que no fuera el dolor. Se dedicó enteramente a las teclas de marfil y a las notas que desfilaban por su memoria y fluían hasta sus dedos.

Pero al cabo de cinco largos minutos, en que ella permaneció inmutable, pensativa, simplemente sumida en los pensamientos o en la música, la tensión creció. El latigazo en su pierna también aumentó de frecuencia, su paciencia menguó y la irritación le desbordó.

Justo cuando iba a abrir la boca para despacharla, ella inspiró profundamente y soltó de golpe una afirmación que le dejó desencajado.

"Tú tampoco podrás ser feliz nunca".

Debió de leer un gran signo de interrogación en sus facciones. Elaboró algo más su planteamiento.

–"Esta tarde… viniste a mi despacho y, delante de Stacy, alabaste mis dotes de mando. Dijiste que soy una buena jefa, pero que precisamente lo que me hacía ser tan buena en mi trabajo…me impediría ser feliz en la vida".

Frunció el ceño. Parafraseado, pero sí. Eso recordaba haber comentado y no se arrepentía porque era lo que realmente pensaba. Era la idea que se había formado de ella. Y de las mujeres en general. La culpabilidad es un rasgo tan femenino como el hecho de que todas las mujeres encuentran un mórbido placer en complicarse la vida y reflexionar demasiado sobre el significado de las palabras. O eso le había enseñado la experiencia. Era una ley natural, al igual que el hecho incomprensible de que les encante (no importaba cuántas veces las hayan visto a lo largo de sus vidas) Pretty Woman y/o Magnolias de Acero. Y Cuddy estaba cortada por el mismo patrón femenino, no sólo por sus peras o sus glúteos perfectamente esculpidos… pero ella seguía hablando y a él se le iba la cabeza por otros derroteros.

– "…y creo que tú no te has rendido. Eres tan incapaz como yo de rechazar completamente la posibilidad de ser feliz. Y te aferras a esa ínfima esperanza como un clavo ardiendo, esperando a que llegue el momento idóneo para que te concedan una segunda oportunidad".

Huh. ¿Hablaba de Stacy?

– "Ya he superado lo de Stacy". El tono fue menos neutral y más recriminador de lo que hubiera deseado.

– "Lo dudo". Azul y gris se encontraron, ninguno de los dos dispuestos a ceder en aquel momento. "Jamás superarás lo de Stace, como yo jamás superaré lo tuyo".

– "Pff…esta canción me suena a refrito. Me aburro… ¿No hemos tenido ya esta conversación antes? Siento una especie de…mmm 'déjà vu'? ¿Qué ocurre, Cuddy? Creí que unos muchos miles de dólares a cuenta del hospital te bastarían para mitigar tu perverso sentido de la culpabilidad hasta el próximo Pancho, o Diego…"

Ella le dedicó una mirada brillante de triunfo y aprobación.

– "Sabía que habías sido tú quien había convencido a Alfredo y su madre de tomar acciones legales." – Una sonrisa tragicómica alzó la comisura de sus labios. –"Y, en parte me alegro de que lo hicieras. No por las razones que crees… no me hace sentir mucho mejor conmigo misma "pagar" por la mano perdida de ese muchacho. O menos responsable por él. Trabajaba en mi tejado, tardé en reaccionar, y cuando lo hice, sólo tú me contuviste de cometer un error que pudo haberme costado un paciente y mi carrera. Y, después de todo, al final salvamos…salvaste su vida. Me reconforta sólo saber que el sufrimiento de estos días para esa familia no ha sido en vano, y que al menos podrán retomar sus vidas con cierto desahogo. Hemos comprado el principio de un buen futuro para su hermano… Podrá tener una educación, una mejor calidad de vida, ahora que tienen resuelto lo de la pensión por invalidez. Un dinero asegurado…"

– "Qué bonito discurso…", fingió enjugarse las lágrimas. "Siempre te imaginé trabajando para Médicos sin Fronteras".

Apretó los labios en una delgada línea, manifestado su disgusto. ¿No podía tomarse nada realmente en serio?

– "Iré al grano. Creo que hemos tenido demasiado roce en las últimas horas y está haciendo mella en los ánimos y la paciencia de los dos, y tampoco es plan de que la sangre llegue al río esta noche…". Desvió la mirada, deslizando los dedos cadenciosamente sobre las teclas del mimado piano de cola. Su dueño contemplaba en silencio. Quizás debiera darle un respiro… estaba claro que Cuddy no se hallaba en su mejor momento. Y entonces… ¡Sacrilegio!

– "Oh, ¡por el amor de Dios, Alá y Buda, Cuddy! ¿¿¿Por qué demonios tenías que tocar Mary tenía un corderito en mi pobrecito bebé?". Cerró los ojos para no tener que mirar aquello. Vale, estaba sobredramatizando el asunto, pero más por el hecho de ver a Cuddy tocando torpemente la insulsa tonadilla que por ésta en sí.

– "Fue la única pieza que mi madre consiguió enseñarme a tocar. Tengo oído, o eso dicen, pero siempre fui nula a la hora de tocar instrumentos. Probé la flauta travesera, el violín… y tampoco hubo manera, aunque intentaba aplicarme con la misma devoción que mis hermanas. Supongo que…ellas sacaron el lado artístico y creativo de la familia. Me apunté a cientos de otras actividades y de ellas sólo seguí adelante con el tenis, pero también era algo problemático, porque no tenía nadie con quien compartir la afición." Retiró las manos del teclado y las entrelazó en el regazo. "Después de un tiempo aprendí a resignarme con llevarme la parte disciplinada y la facilidad para los números y la ciencia. Pero en ningún momento olvidé la música. Por eso me afanaba en disfrutar al máximo de los recitales que concedías cuando nos juntábamos todos en tu casa…".

– "Vaya, pues nunca creí que disfrutaras especialmente de la música o de aquellas reuniones, para el caso", admitió, impresionado. Como para asegurarse de que no mentía, arrancó las primeras notas del "Para Elisa" de Beethoven casi sin pestañear, y estudió su reacción por el rabillo del ojo. Había cerrado los ojos y su postura se había relajado finalmente. Una pequeña sonrisa adornaba sus labios. De repente (y la imagen le incomodó extrañamente) le pareció haber retrocedido casi veinte años en el tiempo y hallarse de nuevo en el campus de Ann Arbor. A pesar del pelo revuelto, el jersey prestado y las ojeras que probaban su agotamiento físico y mental, le pareció tener delante a la joven Lisa Cuddy, todo ilusión y fe en el mundo. Resultaba algo cómico y conmovedor a la vez, enternecedor…y hermoso. Lisa Cuddy había sido realmente bella (y lo seguía siendo, le susurraba el Greg melenudo, desgarbado pero de figura fibrosa y pantalones anchos). Carraspeó, tratando de tragar el nudo que se había formado en su garganta y abandonado el teclado súbitamente. Ella abrió los ojos casi al mismo tiempo que la música cesó. "Cuando Stacy ya llevaba un par de meses viviendo conmigo intentó dar un golpe de estado y fijar un horario de utilización del piano porque la sacaba de quicio, especialmente si traía trabajo del despacho".

– "Ja, no cantes victoria. Hay momentos en que aquí nuestro amigo puede poner de los nervios al que no está tocando. Por bueno que sea el intérprete o la música. Cuando aún vivía con mis padres y trataba de estudiar con Rebecca o Sarah ensayando en la habitación de al lado, me daban ganas de lanzar las partituras por la ventana, así que comprendo la aversión de la pobre Stacy".

– "Hm…curiosa revelación…nunca había escuchado ningún cotilleo acerca de que hubiera otras dos Cuddy sembrando el caos y la destrucción en este pobre mundo", simuló estremecerse.

– "Hey, son buenas chicas. Aunque más de una vez me hicieran sentir como si fueran mis carceleras y no mis hermanas. Eran… bastante entrometidas y despóticas…".

– "Horror…¿aún más que tú?".

– "Digamos que a la tercera va la vencida. Yo soy la hermana buena", le dedicó una sonrisa entre maquiavélica y misteriosa, como si se tratara de una Giocconda hecha carne curvilínea y enfundada en pantalones vaqueros. "Cosas de ser la pequeña, supongo. Eran tan sobreprotectoras como mi propia madre. Ahora tienen sus propias casas y criaturas diabólicas a las que controlar a todas horas, así que disfruto lo suficiente cuando voy a visitarlas y hago todo lo posible para que mis sobrinos me reciban como su Salvadora particular". El profundo afecto al referirse a los hijos de sus hermanas consiguió a duras penas enmascarar el deje de nostalgia.

– "Entonces, ¿ningún machote para perpetuar el apellido familiar, Cuddles? Siempre te imaginé como la típica adolescente promiscua pero rodeada de un ejército de hermanos cachas interpretando a la perfección el papel de quarterbacks frente a todos tus pretendientes mientras tu padre les sometía al tercer grado en el porche…". Se ganó un leve codazo en plenas costillas, pero curiosamente no exhibía el habitual enojo que normalmente acompañaba a tales actos de violencia. En su lugar, un mohín divertido luchaba por dejarse entrever.

– "Pues no, antes de que insinúes nada acerca de mi supuesta transexualidad. La mía fue siempre una casa de mujeres", hizo una pausa, pensativa. "Aunque…bueno, precisamente esa ha sido una de las lamentaciones de mi padre. No había duda de que rezaba con cada embarazo de mi madre para que por fin tuvieran algún muchacho al que enseñar a pescar, o transmitir su interés por esas chapuzas que él llama bricolaje…".

Un silencio bastante más distendido parecía haberse posado sobre las dos figuras sentadas frente al piano.

"House…".

– "Cuddy, desembucha ahora o calla para siempre…".

Abrió la boca para decirlo finalmente, pero pareció cambiar de opinión en el último momento y reconducir la conversación por otros derroteros.

– "Oh, no es nada. Sólo algo que sucedió hoy durante mi pequeña excursión con la Doctora Cameron".

Se le hizo la boca agua y la sonrisa de ella se amplió ostensiblemente.

– "Digamos que me sometió a un intensivo interrogatorio sobre el origen de nuestra relación."

– "¿Y qué le contaste?", ni siquiera se molestó en disimular la urgencia por conocer el chisme del día. Aparte del que corroboraba que Cuddy tenía tangas a juego con sus barras de labios, cosa que, obviamente, ninguno de los dos tendría interés en compartir en aquel momento.

– "Nada. Al parecer creyó que por haber pasado por el mismo gallinero, fuimos pollos del mismo nido."

Le dolió todo su ser al escuchar aquella horrible metáfora. Rebuscó en sus bolsillos el bote que contenía las preciosas cuentas blancas de su rosario particular.

– "Sabía que tu problema era que debiste resignarte a estudiar veterinaria…".

Ella ignoró el comentario, aunque echó en falta la ausencia de irreverente grosería con que la deleitaba generalmente.

– "Le conté que eras toda una leyenda en Michigan. Quiso saber más, y aunque no había mucho más que contar, le paré los pies."

Se sintió orgulloso de la treta de Cuddy. Por fin estaba aprendiendo. ¿O había sido así desde el principio? De cualquier modo le había presentado una oportunidad única para torturar a su pobre inmunóloga aquella semana.

– "Sea lo que sea lo que planeas, recuerda que existe algo llamado leyes contra el acoso sexual en el trabajo. Deberías dejar a la pobre chica en paz. Tan sólo es ingenua…y demasiado idealista y benevolente para su propio bien. Llevar el corazón a la vista de todos no la ayudará demasiado ni en su carrera ni en la vida, pero tiene que ser ella la que se dé cuenta de ello. Hasta entonces los palos que reciba sólo minarán más rápidamente su resistencia, su compromiso y su devoción", susurró, con el tono abstraído y melancólico de quien recuerda una memoria lejana.

– "No sabía que la explicación a su impertinencia fuera tan profunda. Y yo que pensaba que era alguna tara genética…".

– "Crece un poco. Es cierto que a Cameron aún le hace falta algún hervor, pero es una profesional admirable, y lo sabes. Una promesa en su campo, y muy necesaria para tu equipo, así que no metas la pata, House". Antes de que él le soltara algún comentario sobre la discriminación por minusvalía, ella le interrumpió.

– "Si te digo que no la condenes demasiado es porque te conviene. Y a ella también. O aguántate las ganas de hacerla sufrir y tolérala como hacemos todos, o déjale las cosas bien claritas de una vez por todas para que no vaya llorándome cada quince minutos al despacho. No es culpa suya…".

Falsamente horrorizado, House se tapó la boca con la mano. "¿No me digas que ahora soy yo el corrompedor de colegialas?".

– "No te puedes hacer una idea de lo asquerosamente atractivo que puedes llegar a ser y el efecto que causas, ¿eh? Es por lo que la Dra. Cameron se ha prendado de ti."

"Es mi irresistible sex-appeal…", le guiñó el ojo pícaramente.

– "Greg", hizo una pausa para tratarle de hacer ver la suma importancia de sus palabras. "No intentes hacer que te odie porque no tendrá sentido...".

– "Pero es que…dios, a veces me saca de mis casillas". Por fin, su brutal honestidad salía a la luz, por encima del sarcasmo.

– "Con tu cinismo sólo conseguirás confundirla más y más hasta que, al descubrir que para ti todo ha sido un juego, decida marcharse. Sólo…dale un respiro, y se le pasará más tarde o más temprano."

– "¿Me lo dice la administrativa, la jefa o la compañera?", ladeó la cabeza, tratando de discernir si debía o no tomarse en serio semejante consejo.

– "¿Qué más te da, si a una la eludes y la criticas a sus espaldas con aires de superioridad, a la otra sólo le haces caso cuando luce escote generoso para desafiar su autoridad, y la amiga hace tiempo que quedó abandonada en el olvido?".

No tenía con qué rebatirle. Llevaba razón.

"Ella…Debe entender que es imposible… no puedo corresponderla".

– "Sí, ya… Stacy", musitó a media voz, mientras decidía si poner o no sobre la mesa su último as. Mejor acabar cuanto antes, marcharse, huir, refugiarse en los roles que habían adoptado el uno para con el otro al cabo de los años. "Ella te sigue queriendo."

Se quedó helado, y el mundo se detuvo. Sólo él, la memoria del pasado, el "y si…", la posibilidad de un futuro y una voz cuyo testimonio podía decidir si las yagas de su corazón cicatrizarían o no alguna vez. Hubiera querido lanzar un "¿ah, sí?" con desinterés para contradecir el latido desbocado en su pecho, pero sólo pudo pronunciar un "¿te lo ha dicho ella?" dos octavas por encima de su tono de voz normal.

– "No, aunque eres uno de los temas de conversación favoritos, para enardecimiento de tu ego y hombría. No, no me lo ha dicho. Llámalo intuición femenina si quieres." La amarga sonrisa pareció contagiosa, porque nada más escuchar su respuesta, el semblante de Greg House se volvió sombrío. Se censuró por haber albergado ilusiones de que Stacy hubiera soltado prenda acerca de sus verdaderos sentimientos. Ni siquiera se sinceraba con quien había sido su mejor amiga durante años; aquello era el Apocalipsis.

– "En parte por eso la contraté. Tras mucho meditar…creí que… además de fichar a alguien realmente bueno para lidiar con tus desastres legales, podríais resolver los asuntos que tenías pendientes…".

ESO sí que era nuevo.

– "¿Y a que se debió ese maravilloso y oportuno afán de hacer de celestina y buena samaritana, si se puede saber, oh, omnipotente Decana? Porque nunca te hubiera creído capaz de forzarnos a una situación tan peliaguda tan sólo por el espectáculo de los cuernos o el homicidio…", no elevó el tono de voz, pero su acidez fue tan corrosiva como el más violento de los gritos.

–"No…no me he sabido explicar bien. No pretendí que reencendierais ninguna antigua llama, House. En absoluto. Más bien al contrario… Hacía tiempo que no hablaba con Stace, demasiado, y estaba convencida de que en estos años, y especialmente tras conocer a Mark, casarse con él, asentarse en un hogar común con otra persona habría…superado lo vuestro, reconstruido su vida. Que venir aquí, hablar contigo, mostrarte esa vida, próspera, plena, junto…a otra persona…te haría reaccionar de una vez", bajó la mirada, ruborizada. "Darte cuenta de que… no puedes seguir escondiéndote en tu pozo de soledad, de rencor, de depresión y de dolor para siempre. De que puedes y debes continuar con la larga vida que tienes por delante…".

Hubiera jurado poder escuchar su respiración agitada y, de haber estado aún más cerca de él, el rechinar de los dientes debido a la fuerza con que apretaba la mandíbula. No se explicaba cómo, pero pudo sostener el acero de su mirada llena de ira, de incredulidad, durante unos eternos segundos. En ella leía una acusación contundente: ¿quién eres tú, qué derecho te crees que tienes para interferir en mis asuntos personales?.

– "No fue la mejor acción como gerente: ni la más sabia ni la más objetiva, lo sé. Pero…House, por la amistad que un día tuvimos", tragó saliva audiblemente, la angustia hecha un nudo en su laringe. "me dejé llevar por una engañosa ilusión. Creí…creí que te estaba ayudando. Que te estaba abriendo la puerta que tú habías cerrado bajo siete candados tras su marcha. Tras…tras el infarto, querías morir. Si Stace o…Wilson te hubieran dejado solo en esos primeros días… habrías hecho cualquier tontería por conseguirlo. Cuando ella se fue, tu mundo, que apenas se aguantaba en pie, se desmoronó todavía más estrepitosamente. Solo tu orgullo y el trabajo te mantienen en pie, arrastrándote entre esas ruinas cada día de cada año desde ese momento."

No podía seguir escuchando más sandeces. La respetaba. La había aceptado en su casa sin reparos. Le había prestado su sudadera favorita… y ella no hacía más que restregarle delante de sus narices los errores de su vida, tratando de psicoanalizarlo y diseccionar sus sentimientos. Se acabó.

Gregory House consiguió ponerse en pie haciendo un gran sacrificio, la articulación de su rodilla izquierda crujió bajo el peso de todo su cuerpo. Alcanzó el bastón hábilmente, para dirigirse a la puerta. E invitarla a volver a su maldita casa con goteras y cortinas de estilo dieciochesco, con los hongos campando en el baño y el jabón hipoalergénico bajo el fregadero, los cuadros de paisajes campestres adornando las paredes por no delatar la ausencia de fotografías familiares; a la casa sin nada fuera de su sitio, con el asfixiante olor a pino y a material estéril, a lo que nunca será un hogar porque no ha sido realmente habitada. A él, venía ELLA, a hablarle de soledad y de abandono…

Pero la tenaz tirantez que estiraba el borde de su camiseta de Kiss le hubiera impedido avanzar sin desgarrarla. Y era una de sus favoritas. Soltó el bastón y la encaró con quizás demasiada brusquedad, inconsciente de su propia fuerza. Instintivamente, ella retiró su mano. Esperaba encontrarla menguada, acobardada, toda una fuente de lágrimas y barbilla temblorosa, como meses atrás en el salón de conferencias. Sin embargo, le observaba desde el asiento con la misma expresión decidida de valkiria que utilizaba para darle el ultimátum cuando se hacía el remolón y pretendía escaquearse de la clínica.

– "Sé que estás controlándote sobremanera para no machacarme la cabeza ahora mismo con el bastón, pero si me escuchas un solo segundo más y me dejas hacerte una última pregunta, prometo que me marcharé sin necesidad de que me eches a patadas". Un tenso silencio que ella interpretó como quiso. "Me equivoqué. Disculpa la falta de fe, pero no pensé que Stacy siguiera tan loca, profundamente enamorada de ti como verdaderamente lo está. Y ahora sé que fue una estupidez pensar que en algún momento pudo hacerlo. Olvidarte…". Hombros caídos y cadera apoyada ligeramente sobre la esquina del piano, él permanecía de pie, llevando la misma expresión, parte desengaño, parte resentimiento, dibujada en sus facciones. "Pero…y lamento ser yo quien te tenga que decir esto…nunca abandonaría a Mark. Ella también es orgullosa y se complace de ser una mujer honrada, fiel y entera. Te odia y te ama con el mismo fervor que entonces pero se marcharía de Princeton antes de cometer el mismo error dos veces, aunque para ello tenga que sacrificar sus sentimientos Y los tuyos.". Hizo una pausa. "Ahora veo que fue una muy mala idea. Jamás debí haberle ofrecido el puesto en primer lugar… porque está tan claro como el agua…", abrió los ojos cayendo en la cuenta. "Nunca superarás que te abandonara la mujer de la que sigues enamorado. Que le esté concediendo a otro la oportunidad que a ti te arrebató…"

Se encogió de hombros.

– "Queridísima Cuddy, últimamente te equivocas más que de costumbre… Quería a mi pierna. Llevábamos juntos muchos años y me costó desprenderme de ella incluso parcialmente. Todavía me cuesta en ocasiones recordar que no es la misma de entonces. Y quería a Stacy casi tanto como a mi pierna." Sólo House podía decir eso y hacer que resultara la oda más romántica nunca antes recitada por el ser humano. "Ella no se fue por decisión propia. Yo la aparté de mi vida, con mi conducta de capullo…".

– "Tenías derecho a estar cabreado…".

– "Vaya, ¿ahora haces de abogada del diablo?".

– "No, no la defiendo.", declaró con rotundidad. "Pero debió haber sido igual de paciente que lo está siendo ahora con Mark."

– "Desde luego, para ser amigas del alma, tienes una extraña forma de pagarle sus gestos de paz, ¿eh?".

Contuvo el aliento.

"¿A qué te refieres?".

Y entonces comprendió. Y no supo si reír como una histérica, romper a llorar, o partirle la cara.

– "Fue ella, ¿no? Stacy te pidió que vinieras a hablar conmigo hoy…", la pregunta brotó de sus labios con la naturalidad de quien pregunta la hora, aunque llevaba ensayándola toda la noche mentalmente. La nota desafinada de desesperación en la voz de Cuddy le produjo una inquietante punzada en el centro del pecho.

– "Es cierto, Stacy habló conmigo." Lo escueto de aquella confirmación, fue suficiente para deducir que había más y no lo sabría a no ser que se lo sonsacara ella.

– "Habla demasiado. En ocasiones me exasperan sus aires de madre coraje…". El comentario destilaba acritud…y traición. Estaban en paz, entonces, por ahora.

Lisa Cuddy cruzó los brazos y lanzó al aire otra pregunta, autorrespondiéndose al instante. "Por eso te rebajaste a venir a darme la palmadita en la espalda hoy, como a uno de tus subordinados ¿no? Para ganar puntos delante de ella. Ver si conseguías demostrar que habías cambiado, que de la noche a la mañana habías aprendido a preocuparte por alguien más que por ti. Perfecto…", río amargamente. Aquella risa despojada de humor, calidez o ironía, provocó que un escalofrío reptara a lo largo de la espalda. "¡Y yo que me he pasado más de una hora dando vueltas en la cama, incapaz de dejar de repasar tu pequeño speech! Con el único pensamiento reconfortante de que al menos tú, con tu entrañablemente visceral y alentadora sinceridad, no me considerabas tan fracasada como me siento cada día al despertarme…".

Debía estar quedándose sordo…Antes de que soltara otra retahíla en su frenesí, la cortó tajante.

– "Vale, bueno, lo admito. Stacy estuvo toda la mañana dándome el coñazo para que aflojara un poco y me comportara contigo. Pero te aseguro que a ella le pilló tan desprevenida como a ti mi aparición en tu despacho. En cuanto me enteré de la demanda de Pedro…".

"Alfredo…", le corrigió fríamente.

– "Como se llame. Nada más saber de los picapleitos corrí todo emocionado a contárselo a Stacy pero ya no estaba en su despacho. Creí que se habría marchado a hacerle la cena al Pánfilo; no se me ocurrió que pudiera seguir a esas horas en el hospital. Iba a pasar por tu despacho antes de marcharme…para, bueno, para soltarte el discursito y aproveché para dejarte a ti a cargo del papeleo de…". Momentáneamente olvidó la debilidad de sus piernas y la lejanía del bastón, balanceándose peligrosamente hacia delante. Se le escapó una exclamación de dolor y cerró los ojos por puro reflejo. Pensó que cuando los abriera se habría desplomado y estaría hecho un patético ocho en el suelo. Apenas se dio cuenta de que ella había reaccionado todavía más rápidamente y, de pie a escasos centímetros de él, sostenía firmemente su brazo, para asegurarle el apoyo en caso de que su pierna volviera a ceder. "Cuddy…", susurró, mientras se asía con la mano libre al piano. No hubiera sido necesario prolongar más la invasión del mutuo espacio personal, pero la mano de ella se aferraba a él hasta el punto de que sus nudillos estaban blancos por el esfuerzo. Misteriosamente, no parecía incomodarles la situación a ninguno de los dos. Se le secó la garganta. Ahora que estaba de espaldas a la luz que entraba desde la calle, sus facciones no eran más que un perfil bosquejado en la oscuridad, pero podía palpar la preocupación y, de nuevo la familiar culpabilidad, que probablemente empañaban sus ojos azules en aquellos momentos. "Todo lo que dije…lo dije en serio. Sin premeditación, ni alevosía ni bajo coacción. No ganaba gran cosa mintiéndote, con o sin Stacy delante, y sabes que no regalo cumplidos. Eres una buena jefa, un engorro en bastantes ocasiones, sobre todo con ese don de la oportunidad que tienes para interrumpirme cada vez que intento pasarme al nivel siguiente en el Doom, pero nada que no pueda aplacar con mis encantos…".

Hubiera jurado que sonrió de nuevo.

– "Pero yo no me siento buen médico, House. Hubiera sido lo mismo estudiar derecho o empresariales. Quizás habría sido más útil entonces…".

– "Eres una especialista mediocre, como tantos otros, hasta tú entiendes eso. No todo el mundo nace para un Nobel. Mira, yo todavía estoy esperando a que me llamen y hagan lo propio. Pero a diferencia de esos matasanos firma-recetas, has sabido buscar tu hueco y no conformarte con la mediocridad. Querías destacar en aquello a lo que dedicaras tu vida, y lo has hecho."

– "Sabes que de no haber sufrido el infarto…de…no haberte dejado dominar por tu ego, el puesto habría sido tuyo. El comité ni siquiera me habría propuesto para empezar… Me escogieron porque no les quedó otro remedio cuando Abbott se jubiló. Sangre nueva, dócil y apta…simplemente".

– "¿Me ves a mí dirigiendo un hospital?", se escandalizó de todo corazón. No podía creer que ella se estuviera planteando el que él pudiera haberse sentido desplazado por eso. Ni de coña hubiera aceptado de habérselo propuesto. Más responsabilidades implicaban más horas de trabajo y, no gracias, pero prefería reservar sus noches de martes a Hospital General y la de los jueves al ciclismo, su verdadera pasión. "Si a veces ni siquiera soy capaz de controlar la guardería que me has encasquetado y los niños tienen que manejarse solos... Además, en lo que llevo trabajando en ese hospital, y son más años que tú, el Princeton nunca ha funcionado mejor que en tu cuarto Reich. He vivido en mis carnes cómo trabajan en otras clínicas y cómo funcionan en otros hospitales del país y, disfruta el momento porque no pienso repetirlo, tu hospital es la envidia del estado, así que puedes estar orgullosa de tu labor, Cuddy. Palabra de boy-scout.".

Un suspiro cargado de alivio y de bastante más resignación fue su única respuesta. Los dedos que antes se habían cerrado como una pinza alrededor de su brazo parecieron perder fuerza y muy lentamente ser retirados como una caricia. Le inquietó el vacío que creció en la boca de su estómago ante la ausencia y la huella cálida dejada por aquella mano tan fuerte y frágil a la vez pero que en apariencia siempre había tenido exclusivamente por estricta y eficiente.

Después de un breve interludio, el calor anhelado de su mano volvió, inseguro y tembloroso, para posarse en su mejilla. Pero, como si en el último momento se hubiera arrepentido, el roce no llegó a producirse, dejándole como a un hombre deshidratado y desvalido en medio del desierto y a pocos pasos del espejismo de un oasis.

– "A estas horas, el señor de la casa me pone el bozal y no muerdo, ¿sabes?", el mismo tono familiar, jocoso, teñido de anticipación. Ella se limitó a deslizar el dedo índice a lo largo de su mandíbula firme y masculina. Gregory House creyó haber entrado en la dimensión desconocida cuando se vio obligado a refrenar el impulso de tomar a Lisa Cuddy – su némesis – la Viuda Negra del Princeton Plainsboro, entre sus brazos y comprobar si el sabor de sus labios era tan agridulce como prometía. Sacudió la cabeza ligeramente. Tenía que despertarse y dejar de tener fantasías guarras de ese tipo. Dios.

– "Son momentos como este en los que vuelvo a enamorarme de ti como la primera vez.". Shock. Palabras que fluyen de su boca y reverberan en su cerebro. "Cuando dejas entrever la ternura…". Respiración acelerada. "… y tu humanidad cuando crees que el resto del mundo no te mira, Greg." La mano sobre su pecho. "Porque esto, y debes creerme por una vez en tu vida porque lo que siento no es fruto de la perversa culpabilidad que me atribuyes, no es una debilidad…Forma parte de ti." El corazón doliente, taquicárdico, palpitando contra la mano. "No eres un mal hombre, Gregory House, ni tan raro o desalmado como la vida y las circunstancias te ha hecho creer. O de lo que tú te has autoconvencido para justificar tu desconfianza para con la humanidad, y protegerte de ella." Un aliento cálido, mentolado, íntimo…dulce tortura, cosquilleando su piel… "Eso, y esa intuición que te convierte en uno de los hombres más brillantes que nunca antes haya tenido el placer de conocer, es precisamente lo que te hace ser tan especial y único a los ojos del mundo. No quienes te rodean…". El volátil rastro del perfume de Stacy embriagando su pituitaria con el roce de su mano. "…o los títulos que cuelgas en las paredes de tu despacho, o si estás postrado en una silla de ruedas, o corres y juegas al lacrosse… Ojalá llegues a comprenderlo algún día…". Muévete. Échala. Di algo. Fuera. Arréglalo. Detenla. Quédate…

– "Porque nunca superarás lo de Stacy y yo siempre seré la segunda en todo. La vida es injusta, dura y cruel. Pero sigue."

Lisa…

Cuando abrió los ojos, la puerta ya se había cerrado tras ella. Afuera seguía lloviendo. Lluvia gris, sobre la marchita New Jersey.

CONTINUARÁ…