Disclaimer: No soy Bryan Singer (estaría demasiado ocupado con promocionar Superman para escribir fics, no?), ni David Shore (I wish!) ni el largo etcétera de personas en FOX con potestad para reclamar siquiera una pequeña parte de House, MD como propio. Xniff…

Spoilers: Post-Humpty Dumpty. AU (Universo alternativo).

Pairing: House/Cuddy (Huddy)

Rating: K+.

N/A: A mis prácticamente friends-for-life, la peñita del Housepital, Incoffeecity, Cris, Andrea ;) A la David Shore española (o como poco Amenábar xD) del futuro (SarahBD) ;)

Auryl Foreman-Chase: intenté responder a tu impresionante review por e-mail pero no dejaste ninguna dirección de contacto ;) así que aprovecho para hacerlo con el update, que seguro que te ha atraído como una abeja al panal xD. Es un honor tener un lector tan apasionado xDDD Por un momento creí que realmente me condenabas a la hoguera xD por toda la tortura emocional a la que estoy sometiendo a los pobres personajes y a los lectores… El caso es que MWAHAHAHAHA XD la montaña rusa emocional no se detendrá…aún. :) Muchísimas gracias por tomarte la molestia de postear tu opinión. Y no pierdas la fe…esto tendrá un final (no sé si feliz) pero que espero satisfaga a todos mis incomparables revieweadores. Y lectores xD Sip, incluso a ustedes que ni me abuchean ni me aplauden ;) pero que han hecho que esta historia tenga ya casi 280 lecturas!


V: The talking is over and now I'm out the door…

(Don't Look back, Lucie Silvas)

Would you object to
Never seeing each other again
Cause I can't afford to
Climb aboard you
No ones got that much ego to spend

Cause I'm just a problem
For you to solve and
Watch dissolve in the heat of your charm

(Deathly, Aimee Mann)

Había conducido su sedan Lexus con el suficiente dominio de sí misma como para no pisar a fondo el acelerador y ponerse en su casa en la mitad de tiempo. Ni el pavimento mojado ni la vigilancia policial en las zonas urbanas la hubieran detenido de haber perdido la pizca de racionalidad y cordura que había conseguido retener después del humillante estallido en el apartamento de House. Ya no le importaba nada. Ni nadie.

No hubo lágrimas. Por un momento creyó que sí, cuando eran tan sólo las gotas de lluvia repiqueteando sobre la luna del parabrisas y enturbiando su visión de la carretera. No sentía la necesidad de llorar. O gritar. Sólo…vacío.

Lo cierto es que le encantaba conducir, a una velocidad cautelosa, pero tan rápido como le permitía la ley. Ése era uno de los pocos placeres de la vida en que se permitía incurrir. Así que, aunque en el fondo disfrutaba conduciendo aquel lujo de automóvil que tanto esfuerzo le había costado adquirir, el trayecto hasta su casa no había sido un viaje de placer precisamente. Como un mantra e intentando no darse cabezazos contra el volante, había ido arremetiendo todo el rato severos improperios contra sí misma: por su debilidad, por su estupidez y por haber sido incapaz de limitar su conversación al tema que la había llevado allí en primer lugar. Por haberle contado (Dios…) a House la Verdad. Un secreto tan viejo como su relación. Maldiciéndose por haber demolido la barrera de contención entre ellos, la que la protegía de su lengua corrosiva y ocultaba la admiración y el creciente afecto por él. Por haber perdido el control y haberle dejado la única vía libre que le quedaba hasta lo más profundo de sí misma. Expuesta para su disección.

No es que creyera que House la fuera a denunciar, o, aunque era muy capaz, que fuera a difundir por la megafonía del hospital, para escarnio público, lo que había sucedido entre ellos esa noche. Extrañamente, tampoco esa idea la preocupaba demasiado. Y eso la asustaba. Tenía claro que si llegaba a oídos de los miembros del consejo más que un rumor de que la Decana del Princeton Plainsboro podría estar consintiendo sus extravagancias al Jefe de Diagnóstico por las razones equivocadas, por creer que sus sentimientos personales, su enamoramiento de colegiala, nublaba su juicio profesional, muchos se frontarían las manos y dejarían caer la guillotina sobre su cabeza sin piedad. Arruinando su carrera. Pero luego también caería sobre la de él…y sobre las de los tres a su cargo. Y eso era lo que no podía permitir. Un escalofrío sacudió su cuerpo mientras entraba en su casa húmeda y fría. Cerró la puerta tras de sí apoyándose sobre ella.

En los últimos meses, había caminado por la cuerda floja como una funambulista principiante en zapatos de Prada. A duras penas había logrado contener la indignación, la ira y la envidia del consejo haciendo malabarismos con bonitas cifras y casos resueltos, y falsas promesas de mantener a House a raya… No quería ni imaginar lo que podría ocurrir una vez la eliminaran a ella y a su voto del mapa.

De todos modos…dudaba incluso que House fuera con el simpático cuento a Wilson, o a Stacy. Probablemente seguía allí de pie, el shock grabado en su cara y las palabras de su ridículo discurso suspendidas como un eco en su salón.

En los segundos de reacción que siguieron a aquella bomba de relojería se había preparado, sus pulmones agonizando por la falta de oxígeno, para cualquier cosa. Había esperado burla, ira, evasión, indignación… Desde luego no había albergado la quimérica ilusión de vivir una escena del tipo "Lo que el Viento se llevó" o uno de esos finales de cuento de hadas de las almibaradas comedias británicas con un Hugh Grant buscando a su chica hasta en los confines de la tierra. Ni en su peor pesadilla querría (o imaginaría) a un Gregory House persiguiendo a nadie (y menos a ella) hasta la calle, en medio de la lluvia, para declararle su amor eterno. Se le escapó un sollozo ahogado al visualizarlo. Patético. Pero tampoco se habría creído capaz de hacer enmudecer al as de la réplica instintiva e ingeniosa, al rey de la intimidación verbal. La impasible efigie de House, su indiferencia, le habían caído encima como un jarro de agua helada… tanto que se había precipitado de allí tan pronto como sus piernas respondieron a las órdenes de su sistema nervioso central, dispuesta a refugiarse en su coche. Y entonces cayó en la cuenta. No sólo había dejado su dignidad por los suelos del apartamento de House para que fuera pisoteada, sino su blusa y su chaqueta. Agachó la cabeza. Yeeha. Al menos no había abandonado también sus botines a la salida.

Soltó su bolso en el sofá del salón. La olla a presión que había dejado sobre la mesa antes de marcharse desbordaba agua, que resbalaba sobre la superficie del mueble y estaba formando ya un charco que rivalizaba con el Lago Michigan. Como una autómata, vació el recipiente en el fregadero y lo colocó de nuevo bajo la gotera más grande que habían creado los destrozos en su tejado. Agua sobre agua. De nada serviría matarse con la fregona a esas horas, o empapar bayetas hasta secar el suelo…porque a la mañana siguiente iba a tener que sacar la piragua para vadear el desastre de todas formas.

Se encaminó hacia su dormitorio. De repente se sintió como una cría entrando a hurtadillas en el cuarto de papá y mamá para jugar con las joyas del tocador. Pequeña. Insignificante. Ni siquiera se atrevió a devolver la mirada al reflejo devastador que imitaba sus gestos como un mimo burlón en el espejo que engalanaba su vestidor. Empezó a desnudarse, colocando ordenadamente las prendas sobre la cama. Los pantalones tenían que ir derechos a la lavadora y…

No. Se sentó en la cama mientras se descalzaba y quitaba los vaqueros. Podían esperar en la cesta de la ropa sucia sin problemas. Se sacó la enorme sudadera por la cabeza y la extendió en la cama, analizándola como una compradora exigente a la caza de desperfectos inexistentes en unos grandes almacenes. No quería despintarla. Su dueño le debía tener bastante afecto para guardarla durante tantos años. Inconscientemente, Cuddy repasó la "M" y la vara de Esculapio del emblema desgastado casi de un modo reverencial. Medicina. Michigan. House. Bastón. Autoridad. Una serpiente que la había fascinado desde niña, que la había encandilado con promesas de éxito, de realización personal, de salvar vidas como si un cúmulo de conocimientos avalados por una titulación pudieran convertirla en un mejor ser humano, en una gran mujer, en una profesional brillante. En un semidios. Ahora esa serpiente se enroscaba alrededor de su cuello, se retorcía, y la asfixiaba.

Llevaba una vida (por no llamarla rutina, directamente), no de lujos, pero sí acomodada como nunca antes había vivido en su hogar; había aprendido a combatir el estrés y a asimilar que el trabajo que carecía de amistades. Que ya ni siquiera acudía al templo. Que echaba en falta a sus padres, hermanas y sobrinos, pero que no se atrevía a telefonearles tan a menudo como quisiera. Por miedo a que identificaran la derrota en su voz. A afrontar que muchas de las decisiones que había tomado no habían sido las acertadas y que poco podía hacer ya para dar media vuelta y cambiar el rumbo de su vida.

No era una cuestión de pura avaricia o capricho. O de ingratitud. Al margen de la suerte o azar, le había costado un esfuerzo titánico subir los peldaños de la jerarquía, aplazar otros intereses (novios, maridos, familia) y necesidades, y resistir el embate de los que se oponían a sus proyectos, a su política. De acuerdo, era poderosa, el orgullo de cualquier feminista. Eso era obvio por los ceros en su salario, por cómo unos u otros la miraban con antipatía o respeto al entrar en la sala de juntas. Tenía un empleo estable, un puesto de renombre que muchos codiciaban. Y hasta House había reconocido que era competitiva y eficiente en su trabajo. Sostener las riendas del hospital podía haberla satisfecho cuando era más joven, cuando las ambiciones eran tan elevadas como los ideales de cambio, de promover el progreso, de dejar huella en las personas, en los libros. De alguna manera, no había fracasado del todo en ese empeño, pero le habían hecho falta más de cinco años darse cuenta de que aquello no era lo que había anhelado. Estaba convencida (no podía resignarse) de que en algún otro lado, de alguna otra manera podía hacer más y mejor, y que quizás había una pequeña (gran) posibilidad de que se hubiera obstinado en recorrer el camino tortuoso y en luchar contra molinos de viento para llegar a convertirse en algo que nunca sería ni podría ser. Lo que hacía no era suficiente para colmar la ansiedad y las aspiraciones, para hacerla despertar del sopor burocrático, y, paradójicamente, era el levantarse cada mañana para poner en orden su hospital, para dejarse envenenar por la insubordinación de House, lo que mantenía cuerda.

Y ahora hasta eso se le había escapado de las manos, dejándola aún más sola, amargada, con una sudadera prestada y un techo con goteras.

Se mordió el labio inferior.

Resuelta, tomó una decisión, dirigiéndose al pequeño despacho que había instalado en casa. Encendió el ordenador y esperó a que se cargara el software. Seleccionó el editor de textos y esperó, repasando mentalmente la carta que había escrito tantas veces en su cabeza. Sobre la hoja en blanco colocó el membrete de rigor y a continuación empezó a redactar. Sus dedos trabajaron sin prisas en la madrugada, pausadamente, meditando cada palabra. Puede que el piano no fuera su fuerte, pero había adquirido un dominio casi profesional de la mecanografía con la práctica. Releyó la pompa administrativa con concentración y ojo entrenado. Todos los cabos debían quedar bien atados. Cuando estuvo conforme, imprimió el documento.

Minutos después, la Dra. Lisa Cuddy, Decana del Princeton Plainsboro Teaching Hospital firmbaba y estampaba el sello con su número de colegiado sobre su carta de renuncia.

Desesperada por encontrar un resquicio por donde escapar.

CONTINUARÁ…