Disclaimer: No son míos blah blah blah no saco provecho económico de esto blah blah blah FOX, David Shore y Bryan Singer son los líderes del Universo. Yo sólo soy una pequeña sanguijuela que saca jugo de sus pobres criaturas :

SpoilersPost-Humpty Dumpty. AU (Universo alternativo). Problemas de Comunicación.

Pairing: House/Cuddy (Huddy)

Rating: K+.

Dedicatoria: A Laura, por comprender mis silencios y extraer algún significado de mis trabalenguas, incluso cuando mis paranoias no tienen sentido para mi yo racional. Gracias tmb por el maratón de Audrey suspirito embelesado ;)

A los fanfictores que se están uniendo progresivamente a la ola Huddy con toda la ilusión y compromiso de que son capaces. Me hacen sentirme realmente orgullosa ;)

Cómo no a la Paciencia de mis lectores y revieweadores ;) en estos últimos días: incoffeecity, Cris (Giny Scully), Andrea, Auryl, Ninfa, Housean, Sid, Nightwish (espero que te lo estés pasando en grande en el campamento ;)), Hilda, Vic, Wils, Dra. Franklin, Anuxi…

En general a toda esa peñita que componen todos los miembros del Housepital, por su derroche de simpatía y compartir libremente sus puntos de vista y argumentos de peso en interesantes debates acerca de personajes, sus relaciones, sus motivaciones. No suelo participar en ellas, manteniéndome objetivamente al margen, pero "observo" desde las sombras cómo se desenvuelven esas reveladoras discusiones, ya que siempre ayuda tener una perspectiva global y distinta de la propia sobre el panorama, a la hora de escribir POVs.

A Carlos, porque su House es IC e inspirador ;)

Indudablemente, a David Shore, Bryan Singer, Hugh Laurie y Lisa Edelstein por su talento y su fabuloso trabajo, no lo suficientemente reconocido fuera del fandom.

Y, aunque jamás leerá esto, a mi tío xD por presentarme a esa bomba de pareja cinematográfica que forman Katharine Hepburn y Cary Grant, cuya deliciosa química (à la Huddy xD pero con más clase, eso sí xDDD no vaya a ser que los puristas sientan deseos de ahogarme) y fino humor de las comedias en las que trabajaron juntos me han robado el corazón por completo.


VII: I'll live your lies and alibis/ The telltale stories in your eyes…'cause you are, you are the one I love (Everybody's cheating, Rick Springfield)

I don't wanna do this anymore

I don't wanna be the reason why

Every time I walk out the door

I see him die a little more inside

I don't wanna hurt him anymore

I don't wanna take away his life

I don't wanna be…

A murderer

(Unfaithful, Rhianna)

Haciendo malabarismos con la bolsa de viaje y el manojo de llaves del coche y el piso, entró en casa soltando un hondo suspiro de agotamiento. Se desprendió de todos los bártulos y de la gabardina para sacudirse los cristales de hielo de la melena oscurai, ntentando adecentarse un poco delante del espejo. Tenía las mejillas enrojecidas por el frío glacial que reinaba afuera, que disimulaba la notable caída del maquillaje que se había puesto esa mañana. Al examinar de cerca su reflejo le sobrevino la sensación de desnudez en el cuello e instintivamente se llevó las manos al mismo. Entonces recordó que la cadena de su madre seguía en el joyero de su prendedor, y el eco de la terrible e insulsa discusión que la había hecho salir de casa hecha un basilisco retumbaba aún en sus oídos.

– "¡Hey! Hola, cariño. ¿Qué tal el viaje?".

El descorazonador entusiasmo en el saludo de Mark le caló más allá de la conciencia, exprimiéndole las entrañas. Al parecer, cualquier desavenencia sobre la hora de recogida en Correos había quedado olvidada con el tiempo y la distancia. Se volvió demasiado rápido, esbozando una sonrisa demasiado azucarada, nerviosa, incierta.

– "Hey. Bien, algo cansada por el vuelo. Y harta de tanta nieve.", arrugó la nariz. Era cierto, se había acostumbrado con demasiada rapidez al eterno verano que se disfrutaba en California. "Veo que al final has conseguido sobrevivir a estos días sin mí¿eh?".

La punzada de dolor que el cumplido de su esposa le produjo se tradujo en una sombra de tristeza que empañó sus facciones hasta convertirse en la viva imagen de un niño desvalido e incomprendido. "Te he echado de menos", murmuró con un tono inconfundible de despecho. Rehuyó la mirada de Stacy.

Manejó la silla de ruedas, a la que no acababa de cogerle el truco, con torpeza. Intentó dar marcha atrás y girar para volver al salón, a Oprah, que era la única mujer que podía entender su sufrimiento, pero chocó con la moldura del pasillo. Se maldijo. Intentó repetir la operación, sin mucho más éxito debido a su impaciencia.

– "Mark, Mark…espera un momento, te ayudaré…", se atrevió a ofrecerse. Se adelantó hacia la silla con intención de agarrar el manillar y empujarla hasta la sala de estar. Había pasado ya una vez antes por todo aquel martirio y le importaba tres pimientos que el psicólogo y el terapeuta recomendaran dejar que él sólo lidiara autosuficientemente con el lastre de la silla. Si necesitaba ayuda no podía esperar que él se la pidiera

– "No", se cerró él en banda, golpeando su mano abierta contra el brazo de la silla en la que estaba confinado. Cabizbajo, labios apretados en un mohín de completa terquedad. Justo antes de que ella pudiera siquiera tocar la silla, él movió la silla hacia delante. "Me he sabido defender muy bien yo solito estos días. Podré llegar al salón sin problemas y supongo que tú querrás descansar".

La irritabilidad creció dentro de ella y la hizo sujetar la silla, interrumpiendo la maniobra de escape. Dio la vuelta hasta quedar frente a frente con él y se acuclilló para quedar a su misma altura. Tomó su rostro entre las manos y le obligó a mirarla a los ojos.

– "Mark, fue un comentario estúpido. Pero tú no te creías capaz de valerte por ti mismo a solas ni un par de horas y, mírate, resististe en el fuerte al pie del cañón casi dos días enteros". Al fin, él alzó la mirada, afligida y desolada. Suplicante. "También yo te he echado de menos". Le besó. Fue un beso dulce, reconfortante, desapasionado…casi como el que da una madre a un niño aterrorizado. Un abismo insondable entre esa mustia parodia de un beso y la furtiva entrega o el ardiente fervor que sentía en los brazos de su amante. Si notó la sequedad en la muestra de afecto, la falta de calidez en los labios agrietados por el frío y la deshidratación al rozar los suyos, Mark lo ignoró, y pareció satisfecho por el momento. No obstante, no pudo evitar pronunciar en voz alta los pensamientos que habían agriado su disposición. El nombre de la persona a la que sabía le debía la vida pero a quien, innumerables veces a lo largo de la interminable noche que había pasado a solas con su soledad en una cama enorme y fría, había deseado poco menos que la muerte.

– "¿De verdad tuviste tiempo de echarme de menos estando en compañía del Doctor House?". Pronunció el cargo del ex de su mujer con retintín.

Por un instante, creyó que el rubor la delataría, pero supo aprovecharlo en su beneficio, enmascarando su origen como enojo.

– "Estás siendo injusto…e infantil. Sabes que tuve que ir a Baltimore por motivos de trabajo, y que la presencia de Greg para defender los gastos de su departamento ante la gente de la aseguradora era legítima y necesaria. Hubiera sido exactamente igual con cualquier otro médico del hospital. Este tipo de tareas venían implícitas en el contrato cuando lo firmé. Y es un empleo que necesitamos ahora más que nunca para sacar esta casa adelante".

Se sintió una cobarde y asqueada consigo misma, como la mayor de las hipócritas por lo que acababa de hacer. Utilizar la vulnerabilidad de Mark, su patología, su recuperación para hacerle sentir culpable por estar estancados en Princeton. Los hombros de Mark Warner cayeron bajo el peso plomizo del mensaje implícito en su exposición. Tenía razón. Había abandonado un cargo de ensueño como asociada en un bufete por acompañarlo a esa ciudad, donde estaba recibiendo el mejor tratamiento y la mejor rehabilitación posible para su enfermedad. Debía estar agradecido por su apoyo incondicional y por haber aceptado sin rechistar el convertirse en cabeza de familia, por cuidar de un marido tullido y celoso y tolerar sus malditos cambios de humor, no censurándola por circunstancias que escapaban a su control. Si hubiera podido coger el vuelo el día anterior, no dudaba de que lo hubiera hecho para regresar junto a él lo más pronto posible.

– "Llevas razón, Stace. Lo siento", se le encogió el corazón al contemplar cómo asumía con resignación su cruel comentario. "Y siento…lo ocurrido el otro día. Esta mañana le pregunté al cartero y…, bueno, por lo visto llevabas razón". Stacy enarcó una ceja, invitándole a que se explicara. "El letrero se refiere a la hora límite para ir a buscar paquetería o postal, no para enviar nada. Durante las fiestas podías pasarte hasta las seis, por el trabajo extra de Navidad, con el fin de evitar que se les acumulara el trabajo en los últimos días. Ahora vuelven al horario normal, hasta las cinco, y colocaron el cartel para recordárselo a los clientes despistados".

Ella sólo pudo responder con un "oh" de fingido interés.

– "En fin, entonces, si vas a darte un baño o ponerte cómoda, te dejo. Creo que yo me voy a la cama ya. Te he dejado algo de lasagna en el microondas, por si te apetece. Es de la congelada, pero comestible…". Mark parecía genuinamente exhausto, suponía que por el estrés y los nervios de su arrebato anterior. "Bienvenida a casa", murmuró mientras se retiraba, con voz trémula, aún algo avergonzada. Sin embargo, antes de desaparecer por la puerta de la habitación de matrimonio, pareció venirle algo a la mente. "Espera. Casi se me olvida. Ha llegado una carta para ti esta mañana. Por lo visto se les había extraviado y no llegó cuando debiera haberlo hecho. Ya sabía yo que lo del cartero venía por algo más... Se pasó más de cinco minutos con disculpas y explicaciones. Está en la cómoda del recibidor, no tiene pérdida".

La dejó a solas con un sobre que parecía llevar estampados matasellos de casi la mitad de los Estados de la nación. Sí que había sido un viaje largo el de aquella carta. Se dirigió ensimismada hacia la cocina en busca de un café para entrar en calor, examinando la misteriosa carta del derecho y del revés. Lo más extraño era la ausencia de remitente…

…pero en la parte de atrás habían escrito su nombre y apellidos, con la caligrafía legible, cuidada e inconfundible de alguien de quien, con ego ofendido y corazón desolado, había terminado por aceptar que no volvería a tener noticias. Lisa Cuddy, su antigua compañera de residencia universitaria, de locas juergas, una de sus amigas más allegadas y ex-jefa desde hacía algo más de tres meses, cuando decidió hacer las maletas y emigrar sin avisar a nadie. Ni siquiera a ella. Por eso le había sorprendido, no sin una pizca de resentimiento, que hubiera decidido, de entre todos sus conocidos en Princeton, ponerse en contacto precisamente con ella después de tanto tiempo sin dar señales de vida.

Aunque inicialmente todo el hospital pareció tambalearse peligrosamente ante la incertidumbre y el shock que provocó la desaparición repentina de Lisa, a las pocas semanas las cosas habían vuelto a su cauce. A rey muerto, rey puesto. El despacho de Cuddy era ahora ocupado por otra persona, tras haber sido rechazado (para desconcierto de muchos) el puesto por James; Greg seguía siendo el terrorista biológico más temido y todos sus movimientos eran observados con lupa, sin el miramiento anteriormente demostrado por Cuddy. Sospechaba que este cambio administrativo negativo para su equipo y sus métodos, para su "inspiración", que se oponía a su tendencia natural a quebrantar las normas, era lo que le envenenaba. El médico era un animal de costumbres, estrambótico y excéntrico, con una exacerbada pasión que rozaba lo obsesivo, pero metódico, racional, un empirista de pro. Necesitaba un cierto equilibrio y controlar en todo momento el orden que regía su vida. Sólo su perplejidad y frustración por la incomprensible decisión de Cuddy (¿y quizás un incremento en el dolor físico de su pierna?) podía explicar la redoblada acritud y el hasta entonces nunca antes alcanzado nivel de mordacidad en su conducta, en sus gestos o en su lenguaje desde que Lisa presentara su renuncia casi en total secreto. Únicamente James parecía dispuesto a disculpar sus cambios de humor e ignorar sus salidas de tono; sólo con él y…con ella, de algún modo, Greg parecía recobrar la compostura y empezar a comportarse como un ser civilizado. Parecía pedir a gritos, más que nunca, como un niño con una pataleta, una carta de despido. Gracias a que su genialidad era una constante en su trabajo (dudaba que nada pudiera hacer que se esfumase) y a que seguía cosechando éxitos y cantos y alabanzas para el departamento y el hospital, a las menciones en prensa y a los artículos de investigación publicados en revistas especializadas por sus subordinados, el nuevo Decano le toleraba muy a su pesar. Su equipo, entremedias, trataba por todos los medios de hacer que el barco no zozobrara demasiado y les hiciera naufragar a los cuatro, soportando estoicamente sus cambios de humor.

Había estado debatiendo consigo misma, empeñada en encontrar una razón de peso para romper el halo de misterio que envolvía a la inexplicable, súbita y tan poco propia huida de su amiga. Era cierto que tenían bastantes pocas cosas en común, salvo el haber compartido una destartalada habitación en Michigan durante lo que duró el pregraduado de ambas. Además, en el fondo, apenas utilizaban el cuarto excepto para dormir lo estrictamente necesario; y a veces ni eso, por lo que tampoco coincidían muy a menudo, pues pasaban la noche enclaustradas en la biblioteca (generalmente Lisa) o disfrutando de la Gran Juerga Universitaria (principalmente ella, que prefería estudiar por el día). Eran dos chicas con distintos orígenes y caracteres, diferentes intereses, aspiraciones dispares…y, aunque hubiera mentido al definirse como íntimas, confidentes, uña y carne, consideraba la suya una vieja amistad, algo preciado, y se congratulaba de que hubieran logrado milagrosamente mantener el contacto después de tantos años. Cada año desde que se despidieron la una de la otra, rumbo a sus respectivos futuros profesionales, casi como un auténtico ritual, celebraban una breve reunión en algún lugar que les viniera bien a las dos para rememorar viejos tiempos y ponerse al día de las novedades en sus vidas.

Por otro lado, tenía demasiado que agradecer a Lisa, a pesar de todo el sufrimiento, de toda la impotencia y de toda la incertidumbre que le había acarreado la desesperada invitación a un club de golf para una cita doble hacía casi nueve años. Ella había sido quien le había presentado a House, la sal y la pimienta de su vida, en uno de sus esporádicos encuentros. La apreciaba de verdad; era una gran mujer, una gran doctora y gerente, un bellísimo ser humano, y creía que Lisa sabía de sobra que podía contar con ella para lo que fuera. Inevitablemente la frustraba que, en vista de todo el secretismo, tal creencia por su parte hubiera sido infundada, y que no hubiera tenido la suficiente confianza como para sincerarse con respecto a cualquiera que fuera el problema que la había agobiado hasta el punto de hacerle abandonar el trabajo y la vida por la que tanto había luchado por conseguir.

Tomó asiento en una de las sillas de la cocina, con la taza de café humeante en la mano y abrió el sobre con sumo cuidado ayudándose de la hoja de un cuchillo. Se sorprendió gratamente al comprobar que no era una larga carta aclaratoria, fría y caducada ni una concisa nota alegando excusas demasiado tarde. Se encontró con la adorable y familiar imagen de un perro y un gato hermanados frente al calor del hogar, muy juntos, con sendos gorritos navideños, cola y rabo entrelazados, y un pequeño grupo de ratoncillos con bufandas de colores como únicos testigos del milagro. En la repisa de la chimenea, una guirnalda con un enorme lazo rojo descansaba junto a una menorah, con cada una de las velas de sus siete brazos encendidas para iluminar al destinatario respecto a los orígenes del remitente. De lo más pasteloso para su gusto, pero que no dejaba lugar a dudas de que era obra de Lisa, teniendo en cuenta que le encantaba mortificarla con escenitas de ese tipo, cada año más melosas. Aunque por sus raíces no celebraba la Navidad y ella hacía tiempo que había perdido toda su ilusión con el espíritu de las fiestas, la felicitación navideña de Lisa no había faltado nunca en su salón desde que se conocían. Incluso cuando convivía con Greg, habían recibido alguna, lo que dio lugar a momentos bastante cómicos. En su primera Navidad juntos, él, metomentodo que era, había querido hacerla rabiar registrando su correspondencia ya que sabía de sobra lo mucho que la fastidiaba que se tomara esas libertades invadiendo la poca privacidad que se reservaba. Se había quedado tan horrorizado al contemplar una de esas postales, que le había propuesto encerrar a Cuddy en un hospital psiquiátrico y tirar la llave por el retrete, y ella había tenido que amenazarle con hacerle dormir en el sofá si se atrevía a utilizar la pobre tarjeta como posavasos.

Entonces, tampoco ese año iba a faltar la Cuddypostal en su hogar, a pesar de la distancia y del retraso. Una romántica empedernida, enamorada de los pequeños detalles, la doctora siempre sacaba tiempo de donde fuera para dedicar unas cuantas líneas y unos cuantos garabatos salidos de su pluma en cumpleaños y fechas señaladas. Como último remedio si era muy urgente, se resignaba a comprar la socorrida postal Hallmarks que fuera apropiada para el evento en cuestión, pero siempre lo retocaba con su estilo único. Impregnando aquel trozo de cartón comercial y artificioso del cariño y el afecto que no se atrevía a manifestar abiertamente tanto como querría. Incluía algún chiste, algún mensaje, alguna cita de su poeta clásico preferido o del filósofo que había cautivado su alma en la adolescencia. Siempre tenía una pequeña perla de sabiduría con que levantar los ánimos o arrancar una sonrisa hasta en el más negro de los días.

No había cambiado, a pesar de la crisis; seguía siendo la misma Lisa de siempre, pensó, tremendamente aliviada.

Abrió la tarjeta dando un sorbo a su café. Dentro, con la misma impronta pulcra y casi antinatural en una doctora en Medicina, había escrita una misiva algo más extensa que la felicitación estándar.

Stace, aquí tienes otra más de mis engendros empalagosos fruto de una borrachera con ponche de huevo para tu colección personal. No tengo ni idea de cuándo llegará esta postal a su destino, ni si lo hará algún día, o si podré ganarme el perdón suficiente para que la leas…pero no quería faltar a nuestra cita anual por estas fechas. Y más cuando éstas serán tus primeras Navidades blancas en mucho tiempo.

Sabes que nunca se me ha dado demasiado bien esto de poner en papel lo que siento y por eso recurro a chiquilladas de este tipo para expresarme del único modo que sé.

Lamento profundamente, ya no el haberme marchado cómo y cuándo lo hice (lo necesitaba; no me arrepiento de haberlo hecho), sino el haber estado tanto tiempo sin ponerme en contacto contigo.

Soy consciente de que debiste pensar lo peor y habrás pasado estos meses preocupada sin necesidad. No fue mi intención causar ninguna conmoción. A nadie. De hecho, por eso evité alterar el ritmo del hospital con mi renuncia, y procuré dejar todo listo y cubierto para que la transición administrativa no fuera demasiado brusca.

He oído que las cosas por Princeton se sostienen tan bien como siempre, o al menos como cabría esperar con House haciendo su santa voluntad. Sólo intenta que no le toque demasiado las narices a Alcott. No tiene demasiada paciencia, el pobre hombre, y no es justo que Wilson y compañía se conviertan en mártires por la Causa. Ahora eres prácticamente la única adulta responsable por esos lares. Échales un ojo a todos, por favor.

En fin, no quiero irme por las ramas, y de todos modos la tarjeta no da para más… así que me despediré con los mejores deseos de amor, salud y prosperidad para los Warner en el próximo año. Ánimo, Stacy, y mi más sincero cariño para Mark.

Lisa.

Lisa, pensando en todo y en todos al mismo tiempo menos en ella misma. Apenas había esclarecido nada acerca de su nueva vida, donde quiera y con quienquiera que estuviera ahora.

La conmovía su preocupación por ella, por su marido y por sus colegas. Por Greg, que tan poco podía merecérselo por la condescendencia con que la había tratado a lo largo de los años. Aunque no era ciega y sabía que en el fondo de toda esa arrogancia, de sus comentarios sexistas y su descaro al desacatar la autoridad que la Decana había ejercido sobre él (al menos en papel), su ex respetaba a Lisa como profesional y como mujer. La apreciaba, incluso. De otro modo, nunca hubiera consentido el que ella se ocupara de su caso al ser ingresado en el Princeton, no si no hubiera confiado (y confiara) en ella. Confianza…algo tan preciado para él como sus células grises o su orgullo.

Y a Cuddy la mayoría del tiempo sus incisivas palabras, o bien le resbalaban, o la halagaban extrañamente. Como las atenciones de un niño que tira de las coletas a una niña en la guardería.

Pero realmente… había momentos en que la complicidad entre ellos era tan obvia, tangible, que la hacía preguntarse sobre la verdadera naturaleza de su relación, sobre el affaire que se rumoreaba que ellos habían mantenido en secreto pero del que sólo ellos dos podían decir la verdad. Bueno, sólo Lisa; tampoco se fiaba de lo que Greg pudiera contarle. No era un mentiroso redomado, pero sabía moldear la verdad a su antojo para satisfacer sus propios intereses y su morbosidad de Doctor Jekyll. Y si su hombría estaba en juego, no le importaría en absoluto hacerle creer que, efectivamente, Cuddy y él eran antiguos amantes.

Desde luego, no era la cuestión física, la tensión, puramente sexual, la que le martilleaba el pecho siempre que los dos médicos se encontraban en la misma habitación. No eran los gestos o las miradas las que la desvelaban por la noche. Ni los reproches de James.

No era cuestión de celos. No se consideraba una persona celosa dentro de los límites razonables. Y evidentemente él tenía tanto derecho como ella al rehacer su vida. Incluso más. Lo suyo sólo se trataba de genuina curiosidad. A fin de cuentas, él seguía amándola. Dios sabía cómo o por qué después de la Traición Suprema que le habría merecido el exilio eterno, después de haber vendido su confianza a cambio del descanso de su conciencia, de dormir bien por las noches, satisfecha por haber tomado una decisión de urgencia, lógica y segura, en contra de sus deseos.

En los días sucesivos a la dimisión de Cuddy, cuando ni su teléfono fijo ni su busca ni su móvil respondían y Greg parecía el auténtico Anticristo, comportándose como un cretino, especialmente tiránico y cruel con todos… la empezó a agobiar la pregunta que acompañó a la salida escurridiza de House del despacho de Cuddy la tarde antes de su precipitada marcha. Una pregunta retórica, jocosa, enigmática como él mismo, suspendida en el aire, creando una atmósfera distendida, privada, íntima…en la que ella no pintaba nada en absoluto y que la hizo sentir sumamente incómoda, una intrusa. Y House, eso la desconcertó entonces y aún hoy, lo había dispuesto todo para que así fuera. La pregunta iba dirigida directa y conscientemente, como un dardo envenenado, a la diana de su culpabilidad. Por su parte, Lisa sólo supo encajarla con un inconfundible sonrojo, dedos nerviosos jugando con las perlas del collar que lucía su cuello y sonrisa distraída pero que en retrospectiva atinó a describir como triste, apagada.

Muchos años antes, antes de abandonar a Greg, antes del infarto o de mudarse a vivir con él, había tenido la oportunidad de hacer frente a Cuddy con el tema de House. Decidió invitarla a un café y ponerla al corriente, llevada por su temor a estropear su amistad con ella por la creciente fascinación e intimidad que había surgido casi sin darse cuenta con aquel hombre espigado, de mirada azul y turbia como un mar embravecido y de sonrisa seductora, cultivado e ingenioso. Estaba claro que sus muchos talentos, su ironía, no pasaban desapercibidos para ninguna fémina, a pesar de su inexistente don de gentes. O esa fue su impresión al ver cómo esos ojos azules admiraban su cuerpo por encima de las gafas de sol, cuyos cristales refulgían bajo el sol del mediodía en aquel campo de golf el día que se conocieron. Impresión que quedó confirmada cuando tuvo la desvergüenza de citarla en una sala de strip-tease con nombre poco revelador, haciendo como si no se conocieran de nada. Empezando de cero con un juego del que él era el único conocedor de las reglas. La fascinó, la sedujo, y su fachada de mujer dura apenas resistió la noche hasta caer rendida a sus encantos.

Al preguntarle, Lisa le aseguró, con mirada franca, que tan sólo eran colegas. Que Greg House era todo suyo…si conseguía dominarlo.

Y ese fue el principal problema de su relación. Él era indomable, no se ataba ni a nada ni a nadie, y estaba por encima de todas las normas: de Dios, del Hombre y a veces creía que hasta de la propia Naturaleza. Habría acabado aceptando que nunca recibiría un anillo de compromiso de Greg, que nunca disfrutarían de una luna de miel en la ciudad de la luz. Gregory House no era un príncipe azul ni ella una damisela en apuros en una torre de marfil. Y aun así ella se habría contentado con Él, pues tampoco la familia era algo imprescindible en su vida; nunca había encajado con sus planes de futuro. O al menos eso pensaba diez años atrás.

No obstante, estaba convencida de que la convivencia le habría terminado por hacer sentar la cabeza en algún momento. Mas Greg vivía aislado en su Olimpo, sin dejarla entrar (nunca a la altura) pero sin permitirle tampoco servir de puente entre él y el resto de la Humanidad: sus amigos, sus colegas del bufete, su propia familia…Con él se sentía atrapada en un círculo vicioso, como un satélite condenado a orbitar alrededor del Planeta Greg.

Mark era radicalmente otro universo en sí mismo. Un hombre simple, normal, un buen hombre en el sentido más tradicional de la palabra. Recordó con indignación la sonrisa de desdén de House al conocer la profesión mediocre de Mark, tan noble y respetable como la de cualquier otro. Recordó el alzamiento de la comisura de sus labios al descubrir que su descripción de la luna de miel era fruto del delirio.

La inquebrantable confianza en sí mismo era uno de sus irresistibles encantos, una autosuficiencia, una rebeldía casi trágica, que llevaba arrastrando desde que tenía uso de razón. Su virtud pero también su peor defecto. Le permitía conseguir lo que quería cuando le interesaba; fue lo que le impulsó a persistir hasta hacerla suya y que luego le facilitó el apartarla de su vida cuando ya no la necesitó. Lo que finalmente le permitió a ella reunir el valor y la fuerza de voluntad para dejarlo, aunque nunca se perdonaría el haberle abandonado precisamente cuando lo hizo. No arregló las cosas, sólo las empeoró. De repente, todo se derrumbó y los escombros cayeron sobre ella: su ira, su odio, su frustración…fueron descargados sin piedad sobre su conciencia. Fue todo tan…traumático, se vio tan sola y tan perdida, que no le quedó otra opción que marcharse, o hubiera sido arrastrada con él al abismo de la locura, sin posibilidad de ayudarle.

Y le dolía, oh, cuánto le dolía haberle causado tanto sufrimiento en el peor momento de su vida. Físico y psicológico. Pero estuvo ahí, lo intentó de veras, hasta que no aguantó más. Tendiéndole la mano noche tras noche, cuando despertaba de terribles pesadillas empapado en sudor frío, gimiendo por su pierna perdida, creyendo haberla amputada. Cuando le gritaba como un poseso, culpándola con ojos desorbitados, enrojecidos por las lágrimas agrias que se mezclaban con las suyas y con el sudor pegajoso y agónico.

Mark, en cambio, callaba. O lloraba. Maldecía su suerte, pero siempre regresaba a ella, buscaba el calor de sus brazos como un refugio. Sabía que ella necesitaba casi tanto como él el ofrecerle ese consuelo, ese punto de apoyo para devolverle la tranquilidad. Era consciente de que debían estar juntos para superarlo, como una pareja. Greg la huía como la peste, la apartaba cada vez más lejos de sí. Pretendía encarar el problema él sólo, sin dejarla siquiera caminar a su lado en el intento.

House era un genio atormentado. Inconformista. Incomprendido. Le gustaba serlo, no había conocido otra cosa en su vida y había acabado por acostumbrarse a ello y a despreciar el victimismo y la lástima que despertaba en la gente. Estaba cómodo en su propia solitud, pero como el flautista de Hammelin insistía en tocar su música y atraerlos a todos a su juego una y otra vez. Y era inevitable que ella hubiera vuelto a caer en sus redes. Le amaba. O de eso se convenció al abandonar con reticencia la cama de hotel que habían compartido esa mañana, dedicándole una última mirada, fusión de anhelo y remordimientos, a la figura masculina que yacía aún enredada entre las ásperas sábanas de algodón.

CONTINUARÁ…

() Una friki-curiosidad de la que me enteré buscando las letras de la canción del tal Rick Springfield (me tienen obsesionada sin haber podido escuchar aún la canción :P). Casualmente es también uno de los protas de Hospital General xDDD Así que estaba predestinado a hacer un cameo en mi fic :P más tarde o más temprano.