Disclaimer: Si pudiera reclamar como mías, intelectual o creativamente, la pizarra blanca de House, de las ultra fashion pinzas del pelo que usa Cuddy o de las corbatas de Wilson…de verdad creerían que sería tan cruel como para consentir que una friki como yo maltratara psicológicamente a los personajes del modo en que lo hago? Tsk tsk… xD
Spoilers: Post-Humpty Dumpty. AU.
Pairing: Huddy. Definitivamente. Y gracias por la paciencia.
Rating: K+.
Dedicatoria: A ti, my friend. por haber llegado hasta aquí.
A Lau, por partida doble, por haber salvado al pobre TSB del Apocalipsis xDD con el más honesto y exhaustivo review ever. Gracias, y disculpa por no haberlo sabido apreciar como merecía en su momento, love.
Ohhhh, y a Hilda, mi chicha favorita jejeje xD y suministradora de links a videos promocionales en momentos de desesperación extrema. You're my heroine! ;)
X: A reason for all that I do/ A reason to start over new/ and the reason is You
(The Reason, Hoobastank)
I had to find you
Tell you I need you
Tell you I set you apart
Tell me your secrets
And, Ask me your questions
Oh, let's go back to the start
I was just guessing
At numbers and figures
Pulling the puzzles apart
Questions of science
Science and progress
Do not speak as loud as my heart
So Tell me you love me
Come back and haunt me
Oh, and I rush to the start
Running in circles
Chasing our tails
Coming back as we are
Nobody said it was easy
Oh, it's such a shame for us to part
Nobody said it was easy
No one ever said it would be so hard
I'm going back to the start...
("The Scientist", Coldplay)
– " La clase…ha terminado. Pueden ustedes marcharse ya. Consideren que el dejarles salir antes de la hora es mi manera de felicitarles por el estupendo trabajo de equipo que han realizado hoy".
La Doctora Cuddy parecía haber recuperado la suficiente compostura y voz como para formular aquella petición en un tono tirante; mas sus palabras sonaron demasiado urgentes para considerar que su solicitud era sólo un regalo, demasiado desesperadas como para tratarlas como una mera orden que debieran obedecer sin cuestionarse el por qué. La mayoría de los alumnos se apresuraron a acatarla encantados y desaparecieron por la puerta sin pensárselo dos veces, hiperexcitados como críos al tocar la campana del recreo por la buena noticia de que se les dejaba en libertad antes de que se cumplieran los sesenta minutos reglamentarios que Cuddy nunca había excedido ni rebajado en aquellos tres meses. Otros murmuraban por lo bajo al pasar junto a ella, quien, a pesar de haber adoptado la pose de una hierática estatua de marfil en el centro del estrado, se limitaba a asentir con la cabeza como única señal de que escuchaba sus despedidas a medida que iban saliendo por la puerta. Sin embargo, varios muchachos, los más perceptivos y conscientes de la extraña actitud de su profesora, parecían reticentes a abandonar el aula y recogían sus carpetas y mochilas con ilimitada parsimonia, sus ojos rebotando como una pelota de ping pong entre el rostro lívido de la mujer y la expresión del enjuto e irreverente visitante que había interrumpido la clase. La tensión hubiera podido cortarse con un bisturí y ellos flotaban como molestas polillas en el fuego cruzado de sus miradas. Era obvio que parecían conocerse, y que ella estaba realmente consternada por su non-grata presencia. No obstante, andaban totalmente perdidos respecto a la identidad del hombre. Desde luego nadie le reconocía; no podía tratarse de un profesor de la Facultad, al menos no de la suya. Hubieran oído rumores y más de un chiste jocoso sobre aquel profesor cojo y con pintas de vagabundo. ¿Sería alguno de los colegas que la Doctora tenía en New Jersey? Mucho aspecto de médico eminente no tenía, pero…y si lo era¿qué hacía allí¿Irrumpiendo en medio de su clase sin previo aviso (porque, por la cara azorada y de pocos amigos de la Doctora, era evidente que no estaba allí como invitado ni como libre oyente)? Ningún otro profesor de la universidad se hubiera atrevido a cometer semejante falta de delicadeza y respeto contra un compañero…
Hubieran seguido observando, midiendo y calculando, teorizando y barajando todas las posibles opciones toda la mañana. Pero claro, ella se impacientaba ante su tardanza, y no se veían con ganas ni valor para enfrentarse a la airada profesora y morir jóvenes, fulminados por el rayo láser de su intensa mirada.
– " ¿Qué pasa¿Tenemos monos en la cara? Desde luego…hay que ver que lentos de reflejos sois. ¿O es que nadie capta ya la sutileza de las indirectas?". El hombre inició su descenso por las escaleras, marcando la bajada de cada escalón con un golpe seco y enfático contra el parqué del suelo. "Porque mi bastón está más que dispuesto a mostrároslo según el método tradicional de docencia. Probar la verdadera acústica de este sitio al golpear con él vuestras cabezas huecas…". Se cruzó con Neil Spencer, que se disponía a regresar a su sitio para recoger sus cosas, y se detuvo justo delante, inclinándose sobre él. El chico no se amedrentó, ni retrocedió ante la invasión de su espacio personal. El interés de aquel misterioso desconocido le inquietó, pero se limitó a llevar la cabeza bien alta para demostrarle que le era completamente indiferente. Simplemente no desvío su mirada de los ojos grises que le contemplaban descaradamente de arriba debajo, concentrados y casi especulativos. Como si quisiera medir su fuerza para un combate de lucha libre. Como si estuviera juzgando si era o no un rival digno de su atención. Cualquier otro hubiera vacilado y dado un paso atrás, sintiéndose más que intimidado, prácticamente acosado por aquel intruso que, bien visto de cerca, emanaba de un modo aún más notable un poderoso magnetismo compuesto de autoridad y excentricidad a partes iguales. "Para presenciar el culebrón tenéis que pagar la entrada en taquilla, así que ya sabéis dónde está la puertita. Espero que, si vuestros papás no os explicaron nunca el sentido de la discreción, al menos os enseñaran lo que era una puerta en la guardería. Largo". La mueca divertida que se balanceaba en la comisura de los labios de aquel tipo le tocó demasiado las narices.
Una mirada a su alrededor le confirmó que ya era el último que quedaba rezagado en la sala. Neil dirigió una muda interrogación cargada de sincera y muy mal disimulada preocupación a la Doctora, pero ella negó con la cabeza. Podía irse cuando quisiera. Todo estaba correcto. Encogiéndose de hombros, el muchacho se colgó la mochila Adidas a cuestas y, dedicándole un gesto amenazador al hombre cuya figura le hacía sombra desde un escalón más arriba, se caló la gorra de béisbol antes de marcharse.
El ruido de la vieja puerta de metal al cerrarse tras él reverberó en el opresivo silencio.
– " Les gustas. No recuerdo haber sido tan leal nunca a ningún profesor. Aunque, claro, en nuestra época no es que precisamente hubiera material docente…de tan primerísima calidad".
– " House", dijo como único saludo. Bien, al menos recordaba su nombre. Menos daba una piedra… La neutralidad en el tono que utilizó, sin embargo, le incomodó. Sabía que no había estado preparada para su aparición sin preaviso y, en consecuencia y a juzgar por cómo se le había descolgado la mandíbula al escucharle momentos antes, le había destrozado todos los esquemas. Ahora, no era capaz de discernir si su mutismo se traducía en que estaba tan disgustada que prefería que desapareciera de su vista una vez más, o si su irritación, que había alcanzado un máximo, era precio justo por haber herido irreparablemente su ego con la desfachatez típicamente housiana que había cometido al ponerla en evidencia delante de un público tan… selecto.
Bajó los últimos escalones hasta quedar a su mismo nivel. Ella no se movió del sitio o posición en la que se encontraba. Ni siquiera pareció inmutarse, clavada como estaba cuan poste de teléfonos en la tarima.
– " Vaya, debes estar como unas Pascuas de verme, a juzgar por el cálido recibimiento. Cualquiera diría que nos conocemos de antes, Profesora Cuddy… ¿o sigue siendo simplemente Doctora?". Murmuró, un reproche medio en broma medio en serio, mientras hacía pucheros como un niño al que no le han consentido el capricho de un helado doble.
Lisa Cuddy no se amilanó. ¡Aquella era su clase…su vida… su decisión! No podía dejarle inmiscuirse (de nuevo), volverlas del revés (otra vez), y humillarla con total impunidad. Debía pararle los pies antes de que derribara sus defensas, se filtrara por cada uno de los poros de su piel y consiguiera invadir cada rincón de su mente y de sus sentidos, como hacían sus amados microorganismos y toxinas con sus pacientes. El nudo en su garganta se disolvió con la causticidad de su renovado ímpetu.
– " ¿Por qué has venido?". Una pausa en la que ella saboreó el regusto amargo del resentimiento en su boca. "¿Cómo me has encontrado?".
House avanzó un par de pasos más, pero mantuvo una distancia más amplia de la que normalmente había existido entre ellos. Cuddy notó que su cojera era más pronunciada: una parte de ella registró el cambio con desasosiego pero su otra mitad, la que libraba una dura batalla por sobreponerse a él y a su presencia, lo justificó como un efecto secundario del largo viaje en avión que seguramente le había llevado hasta allí.
– " Yo también te he echado de menos", respondió con una sonrisa postiza en los labios. Era la verdad, pero ni él estaba tan absolutamente desesperado para dejar atrás su orgullo ni ella se dignaría a creerle aunque tratara de explicarle el infierno que habían sido para él los últimos cinco meses y veintiocho días. "He tenido problemas últimamente con mi pierna, Doctora".
El corazón le dio un vuelco en el pecho.
" Cífralo", pidió, con demasiada severidad hasta para su gusto.
" Ocho y medio… Casi nueve. En los días que la vicodina me hace efecto".
Contuvo la respiración. Era imposible…que se tuviera en pie. Que acudiera al trabajo, cuando su dolor rayaba la pérdida de la conciencia.
En ningún momento había pretendido abrir el arcón lleno de los fantasmas de los que Cuddy había intentado huir despavorida. No había ido allí con la intención de reavivar su maldita culpabilidad. Tragó saliva. No. No buscaba su compasión, apelar a su sentido del deber... Pero durante el vuelo no se le había otra excusa más verosímil y acertada para retener su atención el tiempo suficiente para permitirle contar lo que verdaderamente le había llevado a Michigan. Se aprovechaba de su vulnerabilidad, pero era su última esperanza. Y tampoco es que la estuviera engañando con mentiras. La necesitaba, sí, pero no por aquel motivo. No obstante, si aquello era lo único que la convencería a que le dedicase unos minutos de su tiempo y le escuchase, en lugar de ponerle de patitas en la calle, no le costaría nada distorsionar ligeramente la realidad.
– " He estado tentado de inyectarme morfina intravenosa. Necesito alternativas, Cuddy". El sello de la impotencia tatuado con la agonía del día a día. "Antes de convertirme en un yonqui definitivamente he preferido investigar, informarme, venir aquí. Discutir el asunto con alguien…que crea de verdad que no imagino este dolor. Para esto no puedo recurrir a Wilson…". La decepción manaba del comentario como una herida abierta en la carne. House no era ningún niño que gritó lobo. Su lobo era más esquivo y ni siquiera los cañonazos de la vicodina lograban acabar con él, y su mejor amigo mostraba un escepticismo que le exasperaba y le dolía casi tanto como el latigazo que recibía su sistema nervioso central con cada movimiento de su extremidad. De nada servía ocultar la vergüenza, la desilusión y la honda pena que le inspiraba su propia y patética situación. "Está convencido de que gran parte de lo que sufro es puramente psicosomático; no hay mejor eufemismo médico para alegar que me lo invento... aunque ya sabes lo sensible y galante que es él. Incapaz de decírmelo abiertamente a la cara. Pero lo cierto es que ni soy un puto masoquista ni me gusta realizar mi trabajo con el cerebro colapsado de drogas." Aguardó un segundo a que ella procesara la información. "A Holmes le funcionaría ponerse ciego de coca para estimular sus neuronas pero ir colocado no ayuda gran cosa a mi inspiración y mi creatividad personal. Además, él conservaba sus cuádriceps en perfectas condiciones. Así que de tener elección, preferiría estar lúcido y alerta, además de sin dolor, muchas gracias".
– " ¿Y?", respondió con petulancia y un ápice de fingida displicencia.
Estuvo a punto de abalanzarse sobre ella y zarandearla hasta que volviera en sí. Hasta que vomitara toda aquella rabia que la consumía y contaminaba por dentro.
– " Eres mi médico. Llevas mi caso", atajó secamente.
– " No desde hace años. Incluso es Wilson quien te firma las recetas de contrabando. Podías haber visto a cualquier especialista que hubieras elegido. Docenas de ellos hubieran estado más que encantados de tenerte entre sus codiciosas manos como conejillo de indias y fuente de numerosos papers. Traumatólogos, fisioterapeutas, neurólogos… en Princeton, en Europa o en la Luna, si hubiera hecho falta llegar tan lejos. Yo no soy especialista en ninguna de esas áreas, y lo sabes. Y tú hace eones que no solicitas una revisión. Te bastas tú solito para autodiagnosticarte y medicarte. Siempre lo has hecho todo por tu cuenta y riesgo. No entiendo a qué viene el requerir ahora mis servicios profesionales, House". Le dio la espalda, caminando hasta colocarse al otro lado del escritorio del profesor para ir recopilando los folios esparcidos por la mesa, donde los alumnos habían firmado para confirmar su asistencia a la clase. Distraídamente, simulaba estar concentrada en comprobar uno a uno los nombres de la lista. "El año pasado, como tantas otras veces, intenté hacerte comprender que tu dependencia se estaba convertido en una adicción. En la excusa perfecta para hacer lo que deseabas cuando te apetecía y del modo en que más te convenía. Y me resigné a ver cómo fracasabas en el primer intento de verdad, controlado y supervisado, de desintoxicarte. Sospechaba que no te sería posible funcionar sin tomar ningún tipo de analgesia. No, lo sabía de sobra. La única moraleja que James y yo intentamos inculcarte esas veinticuatro horas era solo la de que tenías que aprender a moderar de nuevo tu dosis habitual de vicodina". Él no la había interrumpido en todo el discurso. Eso la desconcertaba. Generalmente ya hubiera replicado con algún comentario mordaz sobre la existencia de tácticas de persuasión más efectivas y divertidas. O sobre los efectos paliativos de las endorfinas tras una buena sesión de sexo. Alzó la vista para mirarle directamente a los ojos, sin pudor, con determinación. "Aunque me hubiera quedado en Princeton y te hubiera perseguido en los últimos meses, látigo en mano, por todo el hospital… no me hubieras permitido ayudarte. Admítelo. Según tus criterios, ni yo ni nadie comprende tu dolor, fui una de las principales causantes del mismo, soy una doctora vulgar y corriente, otra del montón… así que¿por qué recurres a mí ahora?". Ladeó la cabeza. "No es el creciente dolor el que te ha traído hasta aquí hoy. No te creo. Al menos no en lo que a mi implicación en aliviar tu dolor se refiere. ¿Por qué has venido realmente, House?".
En el mismo instante en que estuvo a punto de entornar de nuevo la mirada, ante la pérdida de elocuencia de su interlocutor, la contestación quedó suspendida en el aire plúmbeo y enrarecido que, saturado de dudas, medio verdades y tribulaciones, se colaba por sus fosas nasales y expandía sus pulmones hasta el borde de la angustia.
– " A por ti¿o no ha quedado claro?".
Su razón registró su admisión como una reclamación a la que no tenía derecho. Ella no era propiedad de nadie, y, desde luego, no había pertenecido ni entonces ni nunca a Gregory House, M.D. Sin embargo, el corazón le latía tan fuerte que no se explicaba cómo el ojo perspicaz del médico no había notado la presión que ejercía sobre el pecho, como tratando de escapar de los confines de la caja torácica que lo cercaba. Huir. Echarse a volar. Escapar de las vanas ilusiones que su suave respuesta había conjurado.
El peso de su orgullo resolvió el dilema, haciendo que la balanza se inclinara.
– " No eres mi dueño. No puedes presentarte aquí de improviso y exigir que te siga como un perrito faldero. Ahora mi sitio está aquí. Acéptalo y márchate o no lo aceptes, pero déjame en paz".
– " No lo acepto. Y, si te digo la verdad, tampoco creo que estés realmente en paz en este agujero. En este ghetto. Tu pueblo luchando tantos siglos por no ser excluidos y por recuperar su honor, su tierra, y aquí estás tú, escondiéndote…", soltó con desdén. "Cuddy, el hospital te necesita y tú le necesitas a él. Simbiosis. Era tu vida y estabas orgullosa de ella, de todo el esfuerzo y los sacrificios que te había costado por conseguirlo. Te habías ganado a pulso la admiración y el respeto de todos los peces gordos, de tus colegas. Incluso de los que me tienen en su lista negra. Y apostaría lo que fuera a que echas de menos el estrés, la emoción y el chute de adrenalina que es jugar al ratón y al gato conmigo…casi tanto como yo. Tu crisis de los cuarenta", desestimó la exclamación encolerizada, "no tiene nada que ver con que te marcharas. Ni ese chico del tejado. La indemnización, el perdón de la familia, la simpatía de tus colegas hubieran aplacado tu culpa y a los pocos días la Cuddy de siempre, inflexible y estirada, hubiera vuelto con toda la artillería en orden. Fue lo ocurrido aquella noche. No tratabas de escapar de tu error médico. Hasta tú sabes que lo hecho, hecho está, y que vas a tener que aprender a vivir con ello", miró su propia pierna de reojo. "Intentabas huir de mí. De mi reacción. De mi respuesta. De mi rechazo". Cada una de sus afirmaciones descargó un disparo directo a la boca del estómago. Sintió náuseas.
– " Claro. Todo gira en torno a ti, a tu ingenio, a tu persona, a tu experta opinión del mundo y de tus congéneres. Es la ley divina. House es Dios".
Una mezcla de dolor y enojo asomó a sus ojos grises.
– " No lo soy. Yo tampoco soy infalible. Cometo errores como todo hijo de vecino, deberías saberlo…". La miró con fiereza. "Permití que te marcharas". Ella retiró su mirada, incapaz de sostener la suya y el gesto esculpió una mueca de decepción en el rostro de House. "Lo que nos diferencia a ti y a mí es que tengo las agallas suficientes y la humildad necesaria para enmendarlos y subsanar el daño a tiempo. Por eso estoy aquí".
– " ¿Estás colocado?", inquirió con desconfianza y cruzando los brazos sobre el pecho. House sólo sacudió la cabeza. "¿Borracho?", probó de nuevo, aún más confusa.
– " Sólo borracho de sueño. Y la pierna me sigue matando a pesar del cocktail de vicodina (agitado, no revuelto) que llevo encima…". La súbita ronquera que se apoderó de su voz y la sensación arenosa y áspera de tener el desierto del Sáhara atravesado en la laringe, le hicieron haber lamentado no haber hecho un desayuno más completo. Espoleado por la incredulidad de Cuddy, de pronto la oferta de la azafata del avión le pareció demasiado tentadora como para haberla rechazado. Desde luego, el amigo Jameson le hubiera echado un cable en momentos como ése… "Lisa...regresa a Princeton".
Una ceja grácil y elegantemente perfilada inició su ascenso.
– " No te he presentado a Steve, mi nuevo inquilino. Él estaría encantado de conocerte, te lo aseguro." Ella ni siquiera pidió explicaciones, aunque su ceja, que pronto alcanzaría cotas de nieve, hablaba por sí sola. "Y Jimmy se alegrará de verte, sobre todo después del paquete que le endilgaste con tu marcha".
Un intenso arrebol encendió sus inusualmente pálidas mejillas. Probablemente el crudo invierno de Michigan las había castigado sin necesidad. Pobre Cuddy, tan desacostumbrada ya a vivir sin el tibio sol de su querido campus…
– " Creí que no había aceptado…".
Éste fue su turno de manifestar su descontento y sorpresa. Adoptó una pose meditabunda digna del Pensador de Rodin, mentón sostenido por la mano que no sujetaba el bastón.
– " Vaya, si al parecer la Agente 069- Cuddy, Lisa Cuddy- también ha tenido una privilegiada fuente de información pendiente de cada uno de nuestros movimientos. Curioso que a pesar de abandonarnos siguieras teniéndonos en suficiente consideración como para asegurarte de que seguíamos vivos…". Abandonó la sobreactuación dramática y posó ambas manos sobre la empuñadura de su fiel acompañante, cuyos contornos se dedicó a estudiar con sumo interés. Suspiró. "No. No aceptó. No se creía capaz de ser un buen jefe y amigo al mismo tiempo". La observó larga y detenidamente. "No era una misión imposible, podías haberle escrito unas directrices que le sirvieran de guía…pero creo que en cierto modo me alegro de que no firmara ese contrato faustiano que le enchufaste. Probablemente habríamos sobrevivido a ello, pero creo que, al margen de que no le apetecía, el gesto de rechazar un par de ceros de más en su cuenta cada mes fue en sí un ejemplo más de lo que valora nuestra amistad. Otra razón más de peso para agradecer a quien quiera que sea el cabronazo maquiavélico que juega con nosotros el detalle de bendecirme con el mejor colega sobre la faz de la tierra. A veces me pregunto si realmente le merezco. Es el capullo más integral para ciertas cosas, pero me aguanta, vamos juntos a ver los monsters-trucks y puedo contar con él para…bueno, para casi lo que sea". Las líneas tensas en las facciones de Cuddy se derritieron, suavizando su semblante y haciendo aflorar una medio sonrisa llena de melancolía. James Wilson era un buen hombre. El único capaz de equilibrar la faceta megalomaniaca y misantrópica de Gregory House. De atarle a la Humanidad y a la tierra que había bajo sus pies, evitando su ascenso a los cielos y la estrepitosa caída, como Ícaro, cuando el Sol fundiera la cera de las alas de su ingenio.
El movimiento sigiloso y felino de House al acercarse hasta donde ella se hallaba, escudada aún tras su cartera, montañas de papeles y el barato contrachapado del escritorio, la pilló totalmente desprevenida. Tenerle tan cerca de ella, tan alto e imponente a pesar de su marcada cojera, la sobresaltó. Súbitamente, su figura pareció llenar todo su mundo (otra vez), y su fuerza de voluntad menguó súbitamente hasta quedar reducida a la mínima expresión. El mero instinto de supervivencia la hizo reaccionar en automático, obligándola a dar un incierto paso atrás. Confiaba en él, pero no en sí misma, y necesitaba guardar las distancias antes de que se viera arrastrada por el torbellino de los sentimientos que resurgían en su interior, amenazándola con abandonarla a la deriva de nuevo. Debía alejarse antes de que su presencia la hiciera empequeñecer hasta desvanecerse, borrada como una huella en la arena por la caricia inconsciente de la marea.
Pero, como las olas del mar, él perseveraba en su empeño de salvar distancias. De ocupar el espacio vacío que ella procuraba dejar entre ambos a medida que retrocedía.
– " Creo que tu sabático ha durado lo suficiente para los dos…".
La indignación pinchó con saña el globo de simpatía que se había ido inflando en su interior, cortándole las alas a su esperanza.
– " ¿Sabático¿En serio piensas que esto han sido tan sólo unas vacaciones para mí¿Una aventura¿Un viaje de placer? Pues déjame aclararte algo. Venir a Michigan ha sido lo mejor que he hecho nunca y no imaginas cuánto me ha costado rehacer mi vida aquí. Además, House, a ti qué más te da lo que yo haga en mi vida o dónde decida trabajar...", elevó el tono de la voz, haciendo aspavientos con las manos. "No es como si te haya preocupado en el pasado lo que hacía con ella. O tuviera que hacerlo…", murmuró con cierta dejadez.
– " Ahora eres tú la que está cometiendo el estúpido error, una vez más, de prejuzgarme. De intentar pensar como yo lo haría, y equivocándote torpemente. ¿De verdad piensas que me importa un bledo lo que ocurra contigo? Porque me parece que estás siendo sumamente injusta e irracional. ¿Qué te dice mi presencia aquí¿Me viste correr detrás de Dickinson cuando se trasladó a Saint Louis¿O perseguir a Stacy hasta California cuando se fue?". La apuntó con el bastón como si blandiera un florete y la estuviera poniendo en guardia. "Me preocupo por ti. Quizás no lo demuestre constantemente como un puñetero teletubbie pero lo hago. Y no espoleado por un patológico sentimiento de culpa…". Empezaba a exasperarse. Hasta su paciencia tenía un límite.
– " Eres idiota", espetó. "Nada de lo que…de lo que dije aquella noche era mentira. No fui a tu casa movida por el deber o la obligación como estás haciendo tú ahora. Por una vez desde que nos conocemos fui completamente sincera y abierta contigo. Y no te atrevas a tacharme de cobarde, porque fuiste tú el que se quedó congelado como un pasmarote, ciego, sordo y mudo. Dejaste perfectamente claro que hubieras preferido no saber nada de lo que salió por mi boca…Pues, bien, nos facilité las cosas a ambos. Ahora no te debo nada, House. Nada, salvo agradecimiento por haberme cubierto las espaldas profesionalmente en el caso de Alfredo. Y, para que te quedes tranquilo, tú tampoco me debes nada a mí: ni por haberte dado trabajo, ni por haberte presentado a Stacy, ni por haberte salvado la vida… Quedas exento de toda responsabilidad sobre mí o mis acciones. De toda atadura a mi persona. Estamos en paz. Puedes volver a Princeton, proseguir con tu vida y amargarle la existencia al pobre diablo que esté sentado en mi despacho ahora mismo. Haré un par de llamadas y buscaré a alguien que te pueda ayudar con…el dolor, que es lo único que me queda que hacer por ti…y por mí".
Ignoró la proposición y el desentendimiento en sus intenciones.
– " Estás malgastando tu experiencia, tu inteligencia aquí…". Abarcó el silencioso auditorio con la mirada, que terminó fijando en la de ella con abatimiento, como si estuviera recurriendo al último altar ante el cual le quedara por postrarse después de eterna peregrinación. "Aunque por momentos empiezo a dudar de que realmente poseas una inteligencia superior a la media. Creí que esos instantes de estupidez transitoria sólo te asaltaban durante la ovulación, por todo ese chorro de hormonas en tu sistema…".
Debía mantener la compostura, la dignidad. No desfallecer. No ceder.
– " Insúltame todo lo que quieras. Me resbala". No lo hacía. En lugar de ello, sus palabras se le clavaban en la carne y en el alma. "No pienso volver", sacó barbilla. "No hay nada para mí en Princeton salvo soledad y unas responsabilidades que ya no quiero. Que, en el fondo, nunca quise y me engañaba a mí misma haciéndome creer que me permitían llevar la vida plena, gratificante, que siempre había deseado. Ni familia ni amigos… y las pocas personas que quiero y…podrían verse afectadas por mi ausencia, Wilson…Stacy…saben que pueden contar conmigo si alguna vez lo necesitaran…".
– " Stacy se ha vuelto a Short Hills con Mark", repuso. A Cuddy no le dio tiempo a disimular su consternación. ¿Qué habría ocurrido¿Por qué su amiga no la habría llamado para contárselo?. "Y de todos modos dudo que tu presencia allí le hubiera hecho demasiado gracia en los últimos tiempos…".
House leyó las preguntas en su mirada perdida. Y la decepción consigo misma. Antes de que la muralla de culpabilidad creciera otro palmo y se convirtiera en una proeza imposible el escalarla para llegar hasta ella, intercedió.
– " Nos acostamos. Todo empezó…unos meses después de marcharte tú. En un viaje a Baltimore, para defender los gastos del departamento ante la aseguradora. Una ventisca nos retuvo en el aeropuerto más de lo previsto y tuvimos que hospedarnos en un hotel…". Hizo una pausa para examinar su reacción a la noticia. Impertérrita. "Mantuvimos una aventura a las espaldas de Mark…".
– " Bien por vosotros", felicitó sin alegría. "Lástima que no estuviera allí para recolectar el dinero de la apuesta…".
Ignoró la actitud despechada que adoptó y prosiguió con el relato de su infamia.
– " Mark lo sospechaba…no, lo sabía, y…lo consentía. Habló conmigo, me dio un ultimátum, otras buenas razones para apartarme de ella. El caso es que mucho antes de que lo hiciera ya me había dado cuenta de que jamás funcionaría por infinidad de motivos que conoces bien. Los mismos que nos hicieron naufragar la primera vez. No hay confianza entre nosotros…ya no. Nuestra relación se convirtió en un pulso que…siempre ganaba yo…que ella me dejaba ganar".
– " Claro…luego te cansaste de ella. El juego se volvió aburrido, predecible…".
– " No. Comprendí que aquello sólo nos estaba destruyendo. A pesar de lo que me hizo…de cómo me dejó sufriendo…merece algo de estabilidad y de confort en su vida. No es una mala mujer…", le confesó.
– " ¿Entonces la dejaste marchar por amor¡Qué romántico de tu parte, House!".
Estaba siendo deliberadamente hostil, testaruda e intransigente. No atendía a razones. Habría esperado hasta exclamaciones escandalizadas, ácidos reproches…no aquella cruda ironía que ponía en duda su capacidad de amar.
– " No por amor. Por respeto, por dignidad. La mía y la suya. Por orgullo y por lo que tuvimos juntos hace años… Y no estoy enamorado de ella, ni siquiera sé si lo que sentía entonces por ella era amor".
– " Pero ella te amaba. Siempre te ha amado. Y dudo que deje de hacerlo aunque la hayas vuelto a excluir de tu vida. Aunque esta vez ella no sea la culpable de vuestra ruptura".
Entornó los ojos.
– " ¿Y qué tengo yo que ver en vuestro tórrido affaire para que digas con tanta confianza que ella no me hubiera necesitado allí para ayudarla a recoger los pedazos de su corazón partido?".
– " Oh, Cuddy, hacerte la tonta no te favorece", dijo en un tono reprobatorio. "Conoces la respuesta. La sabes desde que te he mencionado lo de su regreso a Short Hills por el hecho de que ella no te hubiera telefoneado para contarte su desgracia. Pero como noto que estás bastante espesa (cosa de las compañías que frecuentas ahora), lo deletrearé con mucho gusto. Está igual de resentida contigo que conmigo precisamente porque se ha autoconvencido de que eres la razón por la que decidí poner fin a lo nuestro". La estupefacción la hizo abrir los ojos exageradamente. "Se supone que las mujeres tienen ese sexto o séptimo sentido que las hace oler la traición a la legua… y el detector de Stacy se volvió como loco cuando le dije que habíamos cometido un error". No hizo ningún comentario. Parecía aturdida. "Fue su despecho y su suspicacia lo que me hicieron replantearme muchas cosas… Pero no he venido aquí a que tú y yo charlemos animadamente sobre Stacy. Antes hablabas de lo que habías dejado en Princeton. Un trabajo, colegas, amistades como la de Wilson… pero¿Y qué hay de mí? Hasta antes de marcharte me tenías en más alta estima…". Lanzó la pregunta con escepticismo generosamente aderezado con recriminación. Sólo consiguió sacarla de su ensimismamiento para airarla mucho más: ceño fruncido y brazos en jarras.
– " Ya eres mayorcito, House. No me necesitas", la rigurosa jactancia que empleó se le clavó como un puñal en el costado. "Ni a mí ni a nadie. Nunca lo has hecho…". Autodidacta, autosuficiente…aparecían como sinónimos de House en el diccionario.
Rió. Sin simpatía o buen humor, un sonido despojado de la chispa de jovialidad que inspira un chiste gracioso. Y es que le ocurría un modo mejor de deshacer el enredo de sus cuerdas vocales.
– " Llevas razón. No te necesito", convino, guiñándole un ojo, como si acabara de resolver un complejo acertijo que le hubiera propuesto. "Entonces, ayúdame al menos a explicarle algo a esa parte de mí que estaba convencida de que sí. Diagnostícame". Un reto, una súplica. "¿Por qué, Doctora, desde hace seis meses, con cada día que pasa, me resulta más duro e imposible no abandonarme a la mordedura del dolor que me despierta cada mañana cuando sé que, al despertar, sólo me aguarda la rutina de pasar consulta sin el aliciente de tener con quien jugar al escondite mientras intento zafarme de mis obligaciones?". Un paso hacia delante. "¿Por qué, cuando logro levantarme de la cama y poner el automático, siguen plagándome retazos de los sueños que me obsesionan durante la noche, las mil y un versiones alternativas sacadas del dvd de la última escena que vivimos frente a frente?". Más cerca. "¿Por qué a veces me parece estar volviéndome definitivamente loco al creer escuchar tu voz llamarme desde la puerta de mi despacho¿Por qué al alucinar con tus gritos exasperados, amenazando con regalarle mi Gameboy a uno de los monstruitos calvos de Wilson…el dolor desaparece por ese breve instante, y sólo existe la dulce sensación de alivio y trepidante euforia corriendo por mis venas¿Por qué, al levantar la vista, y ver que es sólo Chase…o Cameron trayendo resultados de pruebas…o incluso Wilson, todo se torna de pronto más gris…más afilado…más doloroso, y la jornada una tortura interminable¿Por qué entonces sólo vigilo el lento pasar de los minutos y las horas hasta poder llegar a mi casa para cerrar los ojos, doblar y desdoblar la minúscula chaqueta que te dejaste atrás, y revivir aquel momento?".
Acorralada contra la enorme pizarra blanca en que había quedado registrada la historia que había sellado un punto y aparte para ambos. Sin escapatoria. Sin deseos de escapar. Hipnotizada.
– " Fuiste una cobarde. No me diste la oportunidad de reaccionar a la bomba que soltaste en mi cara aquella noche antes de desaparecer sin un adiós, sin una carta… Confieso que no me esperaba esa actitud de impetuosa heroína, histérica y aterrorizada, por tu parte, Cuddy. Tuve que enterarme por Wilson de tus planes… y el súmmum de la decepción fue descubrir que estabas aquí, nada más y nada menos que dando clases como una vulgar maestra de escuela. Refugiándote en un pasado mejor…".
– " ¡Serás hijo de puta!", escupió. "Sabes que fue la decisión más difícil que he tenido que tomar en mi vida. Renuncié a lo que me había importado realmente hasta entonces…".
– " Sí, ya, muy inteligente. Dejar tu puesto de mando. Mejor te hubieras dedicado a limpiar culos para aplacar tu culpa. Lo más bajo del escalafón, si lo que querías era un cambio de aires y hacer penitencia…".
– " Cómo te atreves a venir aquí a humillarme…a juzgarme, a menospreciarme, a mí o a mis decisiones, Gregory House. ¡Nada te da derecho a ello¡Nada!". Su mano cobró vida propia y se lanzó con el objetivo de plantar un sonoro (y merecido) cachetón al médico. La duda, el arrepentimiento, planeó sobre ella y pareció a punto de contenerse, dar marcha atrás, y esconder el arma ofensiva en el bolsillo de su pantalón.
Los reflejos de él fueron más rápidos y la frenaron a escasos milímetros de su piel, aferrando con fuerza la muñeca. Afiló la mirada. Esta vez no bromeaba…
– " Tú me diste derecho desde el momento en que te declaraste. Y, ahora, por una vez en tu vida no dejes las cosas a medias, Lisa Cuddy. Hazlo, si es tu deseo. Desahógate. Pero no tengas la cobardía de volver a darme la espalda. A categorizar mis propias emociones, a desconfiar de ellas y martirizarme porque seas incapaz de soportar las repercusiones de cualquiera de tus decisiones más impulsivas…".
Lenta y delicadamente, sin ablandar la expresión del rostro, fue abriendo y separando cada uno de los dedos de la frágil mano que aprisionaba en la suya. La colocó, palma vuelta hacia abajo, sobre su mejilla de modo que el contacto piel con piel fuera tan estrecho e íntimo como la caricia entre dos amantes. No retiró su propia mano de encima de la de ella, y su pulgar dibujó círculos concéntricos sobre el dorso de su presa, que temblaba como poseída por un escalofrío.
Lisa Cuddy se sentía al borde mismo de un precipicio, haciendo equilibrio en la cuerda floja, balanceándose peligrosamente entre la seguridad, el autocontrol, y la caída libre hacia el deseo, la despreocupación, sus sueños…
Cuddy protestaba débilmente.
Por dentro, Lisa chillaba sólo para que aquello no fuera un sueño, una fantasía de su mente ebria de recuerdos, de sus gestos, de su abrumadora proximidad, de sus ojos astutos y brillantes. Rogaba para que no despertara de repente en una cama fría y vacía, para ahogar su frustración en una almohada.
– " ¿Ahora lees a Freud, Doctor House?", balbuceó. "¿Te has propuesto manipularme…¿Tratas de nublar mi juicio?", preguntó en un susurro tan suave que sólo habría podido ser escuchado a merced de la estrecha distancia que ahora les separaba.
Gregory House puso los ojos en blanco, y una sonrisa, entre desvergonzada y satisfecha, se formó en sus labios al tiempo que se inclinaba para responderle al oído.
– " Técnicamente, te estoy seduciendo".
La áspera caricia, como papel de lija, de su fuerte mentón sobre la delicada piel de su mejilla consiguió dejarla al borde mismo de éxtasis, haciendo que se le erizara el vello de la nuca y ahogara un suspiro en la garganta.
Notó el pulso acelerado bajo la yema de los dedos, que había posado con ligereza sobre la curvatura grácil de su cuello. ¿O quizás era el pulso de su desbocado corazón, traicionándole una vez más?
Lánguidamente avanzó hacia arriba, hasta llegar al fino borde de su mandíbula. Le alzó el mentón, mirándola directamente a los ojos, esos ojos que conocía casi tan bien como los que le devolvía su reflejo en el espejo. Una corona de gris con vetas azules y verdes, tan intensas, tan vivas y brillantes que aturdían. Que representaban la esencia contradictoria y puramente Cuddy. Fuerza y vulnerabilidad, energía y delicadeza. Las pupilas dilatadas, la respiración entrecortada delataban su deseo, su anticipación, su ansiedad… Dios. Cómo había podido estar tan ciego durante tantísimos años. Cómo era posible que Wilson no anduviera revoloteando alrededor de su jefa como una abeja cerca del panal…
Deslizó su otra mano con habilidad por dentro de la bata de laboratorio, sintiendo el calor de su piel a través de la camisa de color beige. El bastón quedó olvidado con un estrepitoso sonido, sin importarle lo más mínimo ser él quien soportara el peso de sus cuerpos sobre su pierna buena. La atrajo hacia sí, aprovechando la exclamación ahogada que escapó de su boca.
Fuerzas magnéticas, físicas, químicas… les hicieron gravitar y caer en un Big Bang, en un cataclismo de voluntades. Entropía, dulce caos. En picado…inflamándose el uno al otro con lenguas de fuego y una estremecedora sinfonía de gemidos nacidos de lo más profundo de sus entrañas.
Lisa era la primera mujer que besaba desde Stacy. Se habría acostado con varias putas con edad suficiente para ser su hija tanto en las etapas pre, post como durante su lío con Stacy (un hombre tenía ciertas necesidades que el onanismo no cubría del todo, desgraciadamente)… pero como si siguieran la máxima de esa Cenicienta con peluca, medias de redecilla y minifalda de cuero en Pretty Woman, guardaban distancias respecto a ese tipo de intimidad. Y no se quejaba, a saber dónde habían estado esas bocas sensuales y exuberantes, con sabor a plástico y carmín barato y provocativo…
Pero aquel beso…era El Beso. Único…anhelado hasta el delirio…hasta el punto en que la dulce recompensa de la espera lo habría merecido todo. Hasta el punto en que casi rozaba los límites de la fantasía irrealizable y hacía que se apoderaba de él un pánico irracional basado en la creencia de que, si cerraba los ojos en un instante de debilidad pasional, todo se esfumaría para siempre.
Mantuvo los ojos abiertos, examinando cada una de las largas y oscuras pestañas en sus ojos cerrados, que le cosquilleaban la piel con su batir, como alas de mariposas. No hubo explosión de estrellas cegando su visión, ni psicodélicos remolinos multicolores distorsionando la realidad, pero el perfume de ella lo llenaba todo y le embriagaba con el dulzor de un vino añejo y el embrujo de promesas. Claudicó su razón y se dejó arrastrar por la suave calidez hacia el vertiginoso abismo…
Como para confirmarle dónde y con quién estaba, que el objeto de su deseo no se había ido de
su lado, manos femeninas ascendieron como las hojas enroscadas de una planta trepadora para enredarse en torno a su cuello, mientras la suya buscó un punto de apoyo sobre la pizarra blanca. Inmortalizando el momento, quedó la huella de sus cinco dedos de pianista sobre la escritura en azul. Fue un gesto práctico, por la necesidad de sostener la precaria posición de ambos, que parecían mantenerse a duras penas sobre piernas temblorosas encima de inestable gelatina. Pero el simbolismo oculto por su subconsciente no pasó desapercibido para ninguno de los dos, cuando más tarde, sin aliento, la frente de ella reclinada sobre el pecho agitado de él, contemplaron la pizarra. Prácticamente blanca de nuevo, a excepción de unos turbios borrones. Blanca como su futuro juntos, por escribir.
Cuddy tenía su boca subyugada por completo y había descubierto un absorbente pasatiempo en atrapar su labio inferior entre los suyos y atacarlo juguetonamente, mordiendo con suavidad y declarándole una tregua cada vez que la presión se hacía hiriente. Paladeándole y deleitándose con el persistente sabor a fresa del chupachups con que se había entretenido fuera del aula mientras preparaba su presentación estelar. Ella sabía a café y menta, su tesoro fresco y tostado a fuego lento. Reconfortante…ardiente. Sabía a la libertad y a la calidez con que lo haría una mañana de primavera, con los rayos de sol filtrándose entre los mechones ensortijados de su cabello azabache.
Aunque ocupado en mantener el tipo mientras complacía y rendía culto fervoroso a la mujer que le estaba haciendo perder toda lucidez por momentos, su fino oído fue distraído por el crujir de la puerta al abrirse. Se detuvo reticentemente, con un gruñido de contrariedad y desencanto. Escucharon pasos. Las alarmas de ambos saltaron y Cuddy contuvo la respiración, aferrándose a él con fuerza. No haría ningún bien para la imagen de Cuddy frente a la comunidad universitaria que la hubieran pillado en una situación tan comprometida…
Sin anunciarse su dueño previamente, una cabeza que lucía la familiar gorra de los Nicks asomó en el aula. Ojos curiosos y perplejos fijos en el show que estaban dando. Sonriente pero algo azorado, el muchacho dio media vuelta y escurrió el bulto como si allí no hubiera pasado nada. Al parecer había permanecido estacado en el pasillo para respetar algún absurdo y autoimpuesto código de honor, preparado para salir en la defensa de su profesora si las cosas para ella se ponían feas con aquel extraño de modales descorteses. Conforme con lo observado y comprobado que el honor de Cuddy estaba intacto (o casi), ya no tenía nada que hacer allí.
De haber sido él su profesor, le habría puesto una matrícula de honor por la gentileza y la discreción. Pero no quiso hacer ningún comentario jocoso sobre el hecho de que un alumno la hubiera pillado in fraganti con sorpresa mayúscula un desconocido que, además de políticamente incorrecto, estaba más salido que el pico de una plancha.
Las manos bien manicuradas, fuertes y delicadas, de Cuddy, que parecía recuperarse gradualmente del shock, descendieron lentamente por las solapas de su chaqueta, como si quisiera memorizar el universo de contornos y texturas de aquel hombre, y resbalaron por el frente de su camisa azul cielo (la misma o una muy parecida a la que ella le había aconsejado que llevara a la cita con la Doctora Cameron hacía ya demasiados meses como para llevar la cuenta). Ella parecía agradada por el esfuerzo que se había tomado al repasar los contenidos de su armario la noche anterior. Las palmas pararon su viaje sobre su pecho, a la altura del ápex de su corazón, queriendo sentir el bombeo acelerado que correspondía al suyo propio.
Le sonrió con malicia. Qué lástima que el intruso no hubiera sido McBride.
No supo de dónde brotó su voz para evitar sonar demasiado aguda y temblorosa y no poner en entredicho su virilidad. Sobre todo después de haber aguantado con estoicidad el instante de tensión con la entrada del chico. Carraspeó.
– " Me conoces casi mejor que mi propia madre…mejor de lo que Stacy nunca alcanzó a comprender". Tragó saliva. "No te prometo ramos de flores, sueños y bombones Godiva, Lisa… No lo haré porque no confío en que no lo estropee ya desde el comienzo. Porque sé que probablemente no seré capaz de cumplirlo y…no mereces falsas promesas. Porque, con mi currículum, te mentiría si te dijera que esto va a ser un camino de rosas... Pero soy demasiado egoísta para dejarte escapar otra vez. Estoy dispuesto a luchar por ti. Dispuesto a que lo intentemos…juntos".
Ella se separó ligeramente, añorando ya el calor y el contacto de su cuerpo, para poder mirarle directamente a los ojos. En los suyos, vidriosos, había una mezcla de emoción, fe devota y una honda aflicción. Su porte parecía desangelado, haber perdido altivez.
– " Pero…no, no puedo abandonar Michigan cuando aún quedan meses para que termine el curso". Se mordió el labio inferior. "Tengo nuevas responsabilidades y no puedo fallar a la gente que ha confiado en mí al darme este puesto, esta posibilidad de probarme a mí misma, Greg". La determinación de poner sus cartas sobre la mesa creció en ella. No buscaba rechazar su mano extendida. Dios, en absoluto. Nunca había estado tan agradecida por nada en su triste excusa de vida que por habérsele concedido la oportunidad de ser feliz junto al hombre que…definitivamente, amaba. "Aunque no lo creas…echo de menos mi hospital, a Wilson, incluso tus payasadas… Pero disfruto con esto. Con las clases. Me siento más útil aquí, un apoyo para estos chicos…". Miró hacia la puerta cerrada, con conocimiento de causa.
House se mordió la lengua para no criticar en voz alta su sensiblería. Jamás entendería por qué se infravaloraba tanto…
– " Bien, entonces seré yo quien se traslade aquí. Pediré una excedencia o…".
Los ojos verde-azulados de Cuddy se abrieron como platos, la tormenta descargando rayos y truenos a través de ellos, y su boca formó una "o" perfecta. Le dio un pequeño empujón, pero fue tan inesperado que casi le desestabilizó.
– " ¿Qué!", exclamó en un grito que rayó la histeria. House reprimió el instinto de taparse los oídos con las manos. "¿Estás loco! No puedes renunciar a tu puesto en Princeton. Es demasiado bueno… Lo mejor que nadie va a ofertarte, a pesar de ser un genio mundialmente reconocido. Y lo sé porque da la casualidad, no sé si lo recuerdas, de que fui yo quien te lo dio, y en uno de los peores momentos de tu carrera". Hiperventilaba. "Es un buen puesto…gozas de libertad, de autosuficiencia. De un cargo de autoridad que te permite actuar también como maestro para los alumnos más aptos que podrías desear. Y disfrutas haciéndolo, no lo niegues". Repentinamente, todo daba vueltas a su alrededor y deseó estar sentada en una silla. Debía haberse sentido halagada porque el mismísimo Gregory House estuviese dispuesto a tirar todo por la borda, dejar la vida que había logrado erigir para sí mismo en Nueva Jersey, por apoyar su decisión. Por acompañarla hasta que venciera su contrato o incluso para…asentarse en Michigan con ella, si así lo deseaba. Pero, en lugar de enternecido orgullo, sólo tenía ganas de abofetearlo hasta que recuperara la cordura. "Nadie duda de tu prestigio profesional, pero has conseguido que tu mala fama y pésimo talante y seriedad en el trabajo te precedan, Greg. Y no sabes las estúpidas leyendas urbanas que se murmuran sobre ti en los congresos…". Apretó la mandíbula. "No consentiré que cometas esa terrible tontería ni por mí ni por nadie. Acabarías arrepintiéndote, y culpándome de tu desgracia". Él empezó a protestar y ella lo paró en el acto. "Incluso si no fuera así, no pienses por un segundo que me haría sentir cómoda y feliz el haberte obligado a renunciar a un trabajo que, en el fondo, te encanta. A apartarte de tu equipo…a quienes respetas y supervisas con la mano dura y el mimo de un auténtico padre¿o te crees que no me había fijado? Además… ¿qué ocurriría con Wilson? Sois como Epi y Blas…no sabríais vivir el uno sin el otro". Una pausa. "No lo entiendes…", soltó un bufido de crispación. "Mi marcha fue algo duro pero definitivo. Vendí mi casa, regalé mi puesto de trabajo y nunca preví la posibilidad de volver".
– " ¿Por qué tienes que tenerlo todo siempre bien organizado, medido milimétricamente, calculado y con un plan B elaborado de antemano? Yo tampoco tenía previsto enamorarme de ti cuando nos conocimos, y aquí estoy, cojeando por medio país para recuperarte. Eso tiene que tener puntos extras al mérito en el apartado de romanticismo¿no?".
Ella parpadeó intermitentemente. Se había quedado en lo del enamoramiento.
– " Mira, si te vale de algo… no creo que te cueste demasiado recuperar tu antiguo puesto. Rogers se está fundiendo todo el presupuesto que amasaste durante tu reinado del Terror, y no hace demasiada gracia al consejo. Te pondrán una alfombra roja hasta tu despacho si decides regresar… Y, hey, el Plainsboro es un Hospital Universitario. En cristiano eso viene a decir que también tenemos Universidad. De hecho, si mal no recuerdo, antes te encantaba hacerle propaganda, señora Decana. Podrás dar rienda suelta a tu vena docente con la cuadrilla de la muerte que se matricule allí… La otra parte de tu dilema. El alojamiento. Me parece que deshacerte del chalet de ensueño de soltera de la Barbie Malibú ha sido una de tus ideas más brillantes, Lis. Sobre todo cuando se estaba cayendo a trozos. Así que eres bienvenida a mi humilde morada. Especialmente si esto funciona, y te dignas a adentrarte en el territorio House". Mudó su mueca seria por una de niño bueno, con una franca sonrisa, tan amplia, que le llegaba de oreja a oreja.
Cualquier rastro de su anterior enojo se volatilizó bajo su persuasivo influjo. Apartó una mota de polvo inexistente de la arrugada camisa azul y le dedicó su mirada más provocativa.
– " ¿Hablas en serio¿Es esto otra de tus ingeniosas y maquiavélicas estrategias de juego…o estás diciendo, sin ironías ni sarcasmos, que quieres embarcarte en una relación…personal y madura conmigo?.
Seguía bordando sus preguntas con la puntada inconfundible de la incredulidad. No se le ocurría de qué otro modo podía convencerla de que por una vez en su vida estaba seguro de que apostaba por el número ganador. De que los riesgos de pérdidas eran considerables, de que se movían en terreno pedregoso, pero que quedaban sobrepasados por los beneficios, por la fe que tenía puesto en ellos como pareja.
– " Ay, Cuddy, qué puritana y comedida que eres… Personal, romántica, sexual, sadomaso… todo lo anterior o lo que surja. Estoy preparado para lo que sea".
Ella parecía genuinamente preocupada. El miedo ensombreció hasta los rincones más luminosos de su atractivo rostro.
Tomó su barbilla entre las manos y habló pausadamente. Con la rotundidad, serenidad y confianza que sólo demostraba cuando estaba a punto de resolver el enigma, cuando encontraba las respuestas sobre un determinado virus o una rara patología en los archivos ordenados de su cerebro. Con tal honestidad, que escarmentó a todos los espíritus que pululaban en su cabeza y pisoteaban el optimismo y las esperanzas de Lisa Cuddy.
– " Cuddy, confío en ti. No pienso forzarte a aceptar mi…propuesta. Sólo conseguiría cabrearte con mi persistencia, y, sinceramente, sin el escote de vértigo…", echó una mirada nostálgica a su delantera. "…ya no resulta tan sexy. Es sólo que… no puedo renunciar a ti. No ahora. Cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien, deseas que el resto de tu vida empiece cuanto antes". A pesar del esfuerzo que le estaba costando sincerarse, no titubeó. "Aun así, esta tarde cogeré mi avión de regreso a casa, guardaré el pasaje que compré para ti con la esperanza de que me acompañaras hoy…". Extrajo uno de los dos billetes de la compañía American Airlines del bolsillo de su chaqueta y se lo mostró. Ella no sabía si darle un codazo o besarle hasta quedar sin respiración. "…y me contentaré con haber ejercido al fin mi derecho a dejar claro lo que siento por ti". Cuddy se ruborizó. Él apretó suavemente su mano para restarle importancia. Agua pasada. "De aquí a junio creo que tendrás tiempo más que suficiente para meditar lo que…deseas hacer sobre…esto, y, cuando sueltes todos los cabos que te amarran a este sitio, si…si quisieras regresar, te estaré esperando. Y si me necesitas antes de ese tiempo, ya sabrás dónde encontrarme. Pero utiliza el teléfono, Lisa. Es más rentable que ir y venir. No es que me vaya a quejar si me hicieras una visita intempestiva esta vez…". Fingió enfurruñarse con él, cuyo semblante abandonó todo resquicio de broma. "Únicamente te pido que…si al final decides que merezco la pena… no me hagas sufrir demasiado con la espera, mujer; creo que ambos hemos esperado ya media vida…más que suficiente…para llegar a este punto. Si no, me temo que me veré obligado a llamarte a todas horas desde el hospital y darte el coñazo hasta que metas tu bonito culo en un avión a…".
No le dejó concluir la frase. Ligeramente de puntillas, y aprovechando en su beneficio que él había relajado su postura y bajado la guardia sobre su bastón, selló su propia promesa con el ardor de sus labios sobre los de él. Ternura ilimitada en una sutil caricia, sin el apremio, la desesperación o la llamarada del arrebato que había prendido anteriormente en el furor de su pasión. Hubiera querido detener el tiempo en aquel instante, congelar el Universo en expansión y retener para siempre en su memoria la exultante sensación de hallarse estrechada entre sus brazos. La necesidad fisiológica de respirar frustró el intento.
Aún sin resuello y antes de que los acelerados engranajes de su mente malinterpretaran aquel beso como un "adiós" definitivo, Cuddy introdujo su mano en el bolsillo de la americana que él vestía y, comprobando los nombres impresos en los pasajes, sostuvo el suyo con gesto triunfante.
– " Greg…he estado pensando en los últimos minutos que…quizás sí pueda sacarle provecho al billete". House parecía desconcertado. "De entrada, te advierto que no es el regalo más romántico que me hayan hecho nunca, así que ya que San Valentín fue el mes pasado, tendrás que ir preparando algo más… sorprendente, para cuando vaya a visitarte en dos semanas". Ella arqueó la ceja, divertida. "Las vacaciones de Pascua", explicó, tomando nota de que, por la expresión de su cara, bien podría haberle estado hablando en yiddish. "Tú y yo no somos las personas más religiosas del mundo, pero supongo que tendremos bastante que celebrar por esas fechas… Así que más te vale que empieces a hacer limpieza en tu apartamento, porque pasaré revista", dijo con una sonrisa sabedora y su mejor tono de señorita Rottenmeier.
– " Lo que la Doctora mande y ordene", respondió, cuadrándose con la pomposa y diestra maña que sólo un hijo de marine podría exhibir. Abandonó la salutación, incapaz de resistir la atracción de la carcajada socarrona que había logrado arrancarle. Se inclinaba para besarla y reclamar su receta firmada, pero una artificial y estridentemente distorsionada interpretación de "Wish you were here" de Pink Floyd interrumpió el momento. Soltó un gruñido y rebuscó el móvil en el bolsillo. Miró el número que parpadeaba en la pantalla y puso los ojos en blanco. "El capullo integral", murmuró desganado como única explicación. Con una mirada entre comprensiva y apremiante, le instó a que contestara a la llamada. Podía ser una urgencia.
" Más vale que sea asunto de vida o muerte", soltó nada más abrir la comunicación.
– " House¿dónde demonios se supone que estás? Hace horas que deberías estar en tu despacho". A Cuddy no le bastó más que percibir el eco de la voz y la ansiedad en ella para saber de quién se trataba. House cerró los ojos en señal de sufrimiento. El timbre agudo e impaciente de su amigo cuando se dejaba dominar por los nervios tenía el tremendo inconveniente de perforarle el tímpano casi tan desagradablemente como el tono insistente del móvil. Por eso solía llevarlo en silencio. "Se ha presentado un caso para ti. Una niña de ocho años que perdió la visión binocular repentinamente durante una función de ballet… Ha aparecido un nuevo síntoma desde su ingreso: convulsiones. Los de Urgencias la han derivado a tu servicio y andan todos como locos tratando de localizarte. No contestabas al teléfono de tu casa ni al móvil ni a los mensajes que los tuyos han estado dejándote en el busca toda la mañana… Pensaba llamarte una vez más antes de salir hacia tu casa…". Se le oía entrecortado, pero captó el mensaje. Le conmovía su preocupación, pero no sentía especiales deseos de aguantar el discursito que seguramente le tenía reservado sobre las obligaciones del Jefe de un Departamento. "¿Te encuentras bien?". Preguntó de repente, al notar el silencio absoluto de su interlocutor, mientras Cuddy susurraba algo sobre la pobre cobertura en el aulario.
– " Mejor que nunca, Wilson", le tranquilizó. "Y no, no estoy en casa. De hecho, ni siquiera estoy en Princeton".
– " ¿Con quién estás?", se interesó, con cierta desazón, al escuchar una voz claramente femenina de fondo. "¿No será Stacy otra vez?", un suspiro contrariado le abandonó. "House, no puedes seguir…".
Cuddy le arrebató el teléfono, impidiéndole escuchar el resto de la retahíla.
– " Hola, Wilson", saludó, algo cortada.
– " ¿Q-qui…C-Cuddy?", tartamudeó, el asombró tiñendo cada titubeante fonema.
– " La misma. Te saludaría debidamente y te preguntaría cómo te va, pero creo que tienes problemas más graves entre manos como para dedicarnos a frivolidades. De todos modos supongo que House te pondrá al tanto de todo más tarde, con detalles escabrosos y humillantes incluidos… ¿Qué ocurre?".
Aún atolondrado por el giro de los acontecimientos (habría imaginado que House estaría en Río de Janeiro bailando la samba con exóticas mulatas antes que pensar que habría salido en busca de su ex– jefa…por fin), le relató sucintamente los detalles más relevantes del nuevo caso.
La mujer escuchó concentrada y luego fijó su atención en House, que aguardaba entreteniéndose en pasarse el bastón, que había recuperado del suelo, de una mano a la otra. Ella retiró el aparato ligeramente de sus labios.
– " Debes irte", lo dijo con la misma escrupulosa solemnidad con que solía ordenarle meterse en la consulta, cuando "gobernaba" sobre él por cuestiones meramente burocráticas. Aquello era una orden en toda regla y no podía zafarse de acatarla. Le llenó de nostalgia y secreto orgullo que, a pesar del flirteo y las revelaciones, de la distancia que les había separado tanto tiempo, de la tensión y de que llevara tanto tiempo sin ejercer como jefa de nadie (y menos de él), la Dama de Hierro no hubiera muerto del todo. Majestuosamente serena y digna, fría, sensata, imponente, salomónica… con una mirada retándole a desobedecerla y sufrir las terribles consecuencias… "¿Cómo has podido desaparecer del hospital sin avisarlo previamente¿Abandonar tu puesto y tus obligaciones para cruzar medio país estando de guardia?". Su desaprobación ni siquiera le rasguñó. Sabía de sobra que, aunque lo dijera totalmente en serio, no lamentaba que le hubiera prestado aquella intempestiva visita. Sin embargo, agachó la cabeza. Ella creyó que por vergüenza, pero en realidad trataba de ocultar la sonrisa que se formaba en sus labios y que probablemente sólo la encresparía. "Wilson¿me escuchas?".
– " Sí, sí. ¿Has logrado convencerle de que regrese…de donde quiera que se haya metido?".
– " Michigan. Estamos en Ann Harbour, Wilson". Una audible inspiración al otro lado de la línea y un balbuceo incoherente. No había tiempo de discutir ahora. "Ya te lo explicará. Y no hará falta persuadirle de nada. Le acompañaré al aeropuerto y me ocuparé de que tome el primer avión hacia Nueva Jersey. Por la fuerza, si es necesario". La cara disgustada de House era un poema de dimensiones épicas. Él hubiera preferido relatarle a su colega una fantástica fábula en la que le hubiera sonsacado a Cuddy sexo duro en su antiguo aulario a cambio de hacerles a todos el favor de regresar a Princeton. "Te llamaremos cuando sepamos la hora de llegada del vuelo. Encárgate de que haya un taxi esperándole nada más aterrizar el avión…no vaya a ser que no resista la tentación de pasarse primero por casa para ver las reposiciones de O.C.".
– " Probablemente vaya yo mismo a recogerle; no tengo que pasar consulta esta tarde, y me alegrará el día ver el ojo morado que se habrá ganado a pulso por aparecer por allí sin avisarte a ti o a nadie".
– " De acuerdo, pues. Muchas gracias por insistirle, Wilson, ya que House no te lo agradece lo suficiente. Cuídate mucho¿vale?", se despidió en un tono más suave y afectuoso, la coraza de hielo derretida y formando charcos a sus pies, lo que hizo sentir al hombre frente a ella el arañazo de los celos cruzándole el pecho.
– " Lo haré…y le echaré también un ojo a él. Espero que tú hagas lo propio contigo". Casi pudo ver la afable sonrisa a través del aparato. "Y¿Cuddy?".
– " ¿Sí?".
– " Te doy la bienvenida por adelantado".
Una radiante sonrisa se pintó en su rostro y, tras intercambiar un prometedor "hasta pronto", cortó la llamada, pasándole el móvil a su dueño, quien lo abrió de nuevo a regañadientes, buscando un número en la agenda.
– " Supongo que tendré que telefonear a los patitos ahora que Mamá Pata ha intercedido por ellos para librarles de la bronca de Papá. Por saber si han matado ya a la paciente y no es necesario que me moleste en lidiar con los de la agencia de viajes", se pasó la mano por el rostro agotado. "Y luego, con poca suerte, me tocará llamar también a la aerolínea para cambiar el vuelo", chasqueó la lengua y se enfurruñó, como la criatura a la que castigan sin su juguete favorito hasta que termine la tarea pendiente en su libreta de cuentas. Hizo cábalas. "Probablemente aún pueda coger el de la una y veinte para estar en Princeton a las cuatro como muy tarde…". Su expresión apesadumbrada, hundida, se tornó gris con el flash de dolor que se disparó en su muslo y reptó por su médula. Mecánicamente, extrajo el bote de vicodina del bolsillo y sacó dos píldoras con precisión. Cuddy le detuvo, volviendo a meter una de ellas en el frasco, y sacó un botellín de agua mineral de la cartera, tendiéndosela.
– " A mí también me hubiera gustado pasar unas horas contigo aquí, almorzar juntos o tomar un café, pero en estos momentos hay alguien que te necesita más que yo en Princeton. Además", hizo una pausa, tratando de hacer que el tono de su voz sonara más ligero y despreocupado. "…nos veremos pronto, ya lo sabes…", comentó con inusitada convicción. Le devolvió el bote y retuvo su mano más tiempo del necesario en la de ella. "Lo sabes¿no?". Quería darle la seguridad y asegurarse ella misma. Asegurarse de que él no se echaría atrás, de que no la forzaría a apartarse de su camino ahora que habían retirado todas las barreras que les separaban.
Confesados los secretos y verdades entre ellos, habiéndose rescatado mutuamente de la tela de araña que era la soledad, tejida con los fuertes hilos del miedo al compromiso y al rechazo, tras haberse desprendido del ego que habían arrastrado como una losa durante años… se sentía libre, en paz. E impaciente por recuperar los minutos, días y años perdidos. Por demostrarle (y demostrarse) que no mentía (ni se engañaba a sí mismo) cuando sentía que su mera proximidad le hacía sentirse más vivo que nunca. Que era el Sol en torno al cual giraban ya todos sus pensamientos, sus planes de futuro, sus sueños… Porque ahora tenía sueños, esperanzas. Gregory House, la encarnación del ateísmo… creía. Creía en Lisa Cuddy. Creía en Ellos con toda la fe que le permitía su mente analítica y empirista, con toda la devoción que impulsaba el redoblado ímpetu de su corazón.
– " Lo sé".
Entrelazó sus largos dedos con los de ella y les dio un suave pero decisivo apretón. Tenían un acuerdo, una cita…un compromiso.
Look at us spinning out in the madness of a rollercoaster
You know you went off like the devil in a church
In the middle of a crowded room
All we can do, my love
Is hope we don't take this ship down
The space between, where you smile and hide
Where you'll find me if I get to go
The space between, the bullets in our fire fight
Is where I'll be hiding, waiting for you
The rain that falls splashed in your heart
Ran like sadness down the window into your room
The space between, our wicked lies
Is where we hope to keep safe from pain
("The Space Between", Dave Matthews Band)
Why do I do, just as you say,
Why must I just, give you your way
Why do I sigh, why don't I try - to forget
It must have been, that something lovers call fate
Kept me saying: "I have to wait"
I saw them all, just couldn't fall - 'til we met
It had to be you, it had to be you
I wandered around, and finally found - the somebody who
Could make me be true, and could make me be blue
And even be glad, just to be sad - thinking of you
Some others I've seen, might never be mean
Might never be cross, or try to be boss, but they wouldn't do
For nobody else, gave me a thrill - with all your faults, I love you still
"It Had to be You", Frank Sinatra)
(): Quote del personaje de Billy Crystal en la película "Cuando Harry encontró a Sally" (1989). Un clásico de las comedias románticas y una de mis favoritas. Volví a verla siguiendo un impulso los otros días y no pude evitar utilizar esta frase, salida de la genial cabeza de Nora Ephron ;) que es la que mereceria el credito y la ovación (de haberla xD) realmente.
