AQUELLOS OJOS PARDOS


Oscuridad, es todo lo que podía esperar de una noche de tormenta.

Cuando las ramas de los árboles comenzaron a rasgar sus mejillas, y sentía que el aire frío era como navajas en sus pulmones, el niño cayó al suelo de barro mientras tosía con desesperación. Sus piernas ardían por lo exigente que estaba siendo con ellas y no lo sostuvieron cuando intentó levantarse. Sin querer rendirse, se arrastró entre el barro con los codos, tratando de gatear sin detenerse. El costado comenzó a punzarle tan fuerte que tuvo que retorcerse para aguantar el dolor, obligándole a jadear. La lluvia continuaba golpeando con violencia su pequeño cuerpo, ahogándolo, no podía ver con el cabello mojado cubriendo sus ojos. Sintiendo que todo el cuerpo le fallaba, alargó sus brazos para arrastrase, continúo como pudo.

Extrañaba a mamá, quería verla y abrazarla con todas sus fuerzas, olvidar lo que había ocurrido hace apenas unas horas. Pero estaba perdido, no tenía un mapa y tenía miedo de que lo estuvieran siguiendo. ¿Por qué se había confiado de ese hombre? Desde la primera vez que lo vio, la falta de sonrisa en su rostro no podía significar nada bueno. Sin embargo, su ilusión de conocer a papá era tan fuerte que tampoco notó los nervios en el rostro de mamá, ni su sonrisa temblorosa ni su rostro pálido. Nada de eso podía notarlo un niño pequeño lleno de una inmensa alegría. ¿Cómo iba a desconfiar de papá? Era imposible.

Su cuerpo fue incapaz de seguir soportando el esfuerzo sobrehumano de la adrenalina para salvarlo y se desplomó sobre el barro. Quería dormir, necesitaba dormir. Cerró los ojos, ya sin importarle estar en un refugio o a la intemperie, en medio de la torrencial lluvia y los agresivos rayos.


«¿Hola? ¿Me escuchas?»

El eco de una voz lejana retumbó en sus oídos durante varios minutos. Estaba despierto, pero incapaz de subir los párpados por estar mareado de debilidad. Cuando por fin pudo abrir los ojos, su visión era borrosa. Tuvo que parpadear muchas veces para ver mejor. Le dolía la cabeza y sentía frío. Intentó mirar a todos lados para despejar la confusión en la que se encontraba.

—Hola, campeón. ¿Cómo estás?

La voz suave y amable de una mujer llamó por fin su atención. Movió lentamente la cabeza hacia un costado, encontrándose con una chica de corto cabello rubio. Ella lo miraba con cariño, tratando de no asustarlo.

—¿Puedes hablar? —la joven preguntó al verlo abrir y cerrar los labios resecos. Tomó un paño humedecido y humectó todo su rostro. Los pequeños toques de frescura le hicieron despertar aún más de su letargo. Se removió entre las sábanas para acomodarse, le dolía todo el cuerpo.

—¿Dónde estoy?

—Te encontré en el bosque. ¿Estás perdido? ¿Te duele algo? ¿Cómo te llamas?

—Ash —fue todo lo que respondió. La poca fuerza que tenía no le permitió hablar más.

—Está bien, Ash. ¿Cuántos años tienes?

—Ocho.

—Eres un niño pequeño —la joven continúo humectando su rostro—. ¿Dónde están tus padres?

Ash no contestó, acababa de descubrir que la ropa que traía puesto no era suya. Tenía el vientre vendado y gasas por toda la cara y brazos. La imagen le hizo sobresaltarse y se levantó de la cama despavorido. La joven le tomó por los hombros para evitar que gritara.

—¡Tranquilo! No pasa nada, ya estás muy bien, tenías heridas, pero están curadas. Sanarán muy rápido si no te mueves.

—¿Qué me pasó? —su pregunta casi era una súplica al ver su camiseta y abrigo en una silla, comenzaba a llenarse miedo.

Shh, escúchame.

La joven se sentó en la cama junto a él, arropándolo con cuidado para tranquilizarlo. Esperó a que el niño recuperar el ritmo de su respiración antes de continuar, no quería asustarlo, ni que hiciera ruido.

—Ash, necesito que estés calladito, ¿sí? Te explicaré, pero a cambio no debes hacer bulla o no podré hablarte.

Ash asintió, clavando los ojos directamente sobre esos ojos pardos que lo miraban con compasión. Estaba muy confundido.

—Te encontré en el bosque —ella comenzó a explicar con susurros—. Estabas en medio del camino. Pensé que... No sabía de dónde eras así que te traje aquí y curé todas tus heridas. Mañana mismo buscaremos a tus padres. ¿Está bien?

—¿Cómo te llamas? —Ash ignoró sus palabras, interesado en la chica que lo había salvado de aquella tormenta.

Ella dudó mientras jugueteaba con un mechón de su cabello, pero finalmente sonrió.

—Cynthia.

—¿Cuántos años tienes?

—Dieciocho.

La joven se giró para evitar seguir respondiendo y colocó el paño en el buró. Abrió la puerta de la habitación con lentitud, asomando la cabeza durante varios segundos. Cuando se aseguró de que no hubiera nadie cerca, regresó con Ash y se arrodilló ante la cama para quedar a su altura, era una joven alta.

—Te traeré algo de comer. Quédate aquí y no salgas, ¿está bien?

—¿Por qué no?

—Porque puedes perderte. Por cierto, ¿qué no te gusta comer?

—Yo como todo.

Cynthia comenzó a reír, bajito, y posó el dedo índice en los labios del niño para que bajara la voz.

—Está bien, buscaré algo que te guste. Puedes revisar mi librero si quieres, pero no salgas.

Cynthia salió por la puerta y la cerró sin hacer ruido.

Ash no era fan de los libros, pero la habitación donde estaba era muy pequeña y apenas contaba con una cama, un pequeño buró, un closet chico y el librero para entretenerse. Tampoco entendía por qué Cynthia usaba una vela en lugar de luz eléctrica, ni por qué todo lucía tan viejo y olía tan fuerte a perfume dulzón que le provocaba asco. Las sombras que se proyectaba de la luz de la vela comenzaron a asustarlo y corrió hacia el librero para coger algún libro colorido y meterse bajo las sábanas. Sin embargo, se sorprendió al ver el montón de enciclopedias sobre el mundo pokémon. Una ráfaga de emoción le recorrió por completo, ¿a Cynthia le gustaban los pokémon? ¿Sería entrenadora y estaba en su guarida secreta? Había escuchado que los entrenadores en Hoenn y Sinnoh creaban «bases» durante sus aventuras y deseaba tener la suya también. Él quería ser entrenador, esperaba con ansias poder cumplir diez años y salir a su propia aventura, no había nada que admirara más en el mundo que a los entrenadores. Poco a poco el miedo que sentía se fue disipando mientras miraba las enciclopedias, esperando a que la joven regresara para poder preguntarle muchas cosas. Sin embargo, el tiempo se hizo eterno y pronto se aburrió de los libros. La vela estaba casi derretida, tenía frío, hambre y sentía un mortal aburrimiento. ¿Dónde estaba Cynthia? Miró con insistencia la puerta, tentado a abrirla, pero Cynthia le había dicho que no saliera y aquello no hizo más que inquietarlo. Solo quería ver, no pensaba alejarse demasiado.

Ash salió de la cama y caminó con lentitud hacia la puerta. Tocó el pomo, sintiendo un ligero escalofrío por lo helado que estaba y lo giró lentamente, haciendo que las bisagras resonaran como si fuera la puerta de un ataúd. Primero asomó la cabeza, encontrándose ante un pasillo completamente oscuro, sin ventanas ni luces. Al salir de la habitación pudo notar que había más puertas de madera a sus costados. Todas tenían números, ¿ese era un hotel? Sin saber a dónde ir y atemorizado por la oscuridad, Ash logró distinguir una línea de luz a la derecha y caminó tanteando las paredes para no tropezar. Poco a poco sus ojos fueron acostumbrándose a la penumbra, pudiendo distinguir una puerta de metal que estaba al final de pasillo. Al mirar atrás, pudo darse cuenta de que las puertas de madera seguían hasta que era imposible distinguir si tenía un final. Regresó su vista a la puerta de metal y la abrió. El chirrido de la bisagra le hizo temblar, sintiendo que algo lo observaba en esa espesa oscuridad. Sin esperar a que la puerta esté totalmente abierta es que se metió por la abertura y pudo ver que no había otro pasillo ni otra habitación, sino una escalera que lleva hacia arriba, donde pudo distinguir otra línea de luz. Envalentonado por el deseo de encontrar a la joven, Ash comenzó a correr para subirlas a toda prisa, llegando a otra puerta de metal que no tardó en abrir. Pudo distinguir un ruido apenas fue abierta: voces mezcladas de mujeres y hombres mayores. La nueva puerta conducía hacia un gran salón, adornado con cortinas rojas de terciopelo por todas partes. Asustado por los ruidos se escondió detrás de una gran cortina y caminó para buscar a Cynthia. La falta de ventanas y la luz de los candelabros proyectaban en las telas formas humanas que no entendía, pero que le hacían sentir nervioso y confundido; la combinación de olores era tan penetrante que le provocó ganas de vomitar. Terminó por perder los estribos cuando los quejidos de mujeres y golpes aumentaron de intensidad y se llenó de terror, cayendo al piso. Se desorientó por completo; la oscuridad, las sombras, los olores, los ruidos... no entendía nada. Huyó desesperado hacia la puerta y bajó corriendo las escaleras.


—¿Ash?

Cuando Cynthia abrió la puerta del cuarto, no vio al niño en ningún lado. Se arrodilló para buscarlo bajo la cama, encontrándolo hecho un ovillo.

—¿Ash? ¿Qué haces ahí?

—¿Dónde estoy!

El miedo la invadió al verlo con los ojos llenos de lágrimas. Había encontrado las dos puertas de metal abiertas, cuando se había asegurado de dejarlas cerradas. No había nadie excepto ella, por lo que la única explicación era que Ash había salido de la habitación. Suspiró derrotada, regañándose por ser tan estúpida. Estiró la mano para tocarle el cabello, tratando de darle calma.

—Estas a salvo conmigo, te lo prometo.

—¡No quiero estar aquí!

El niño hundió el rostro entre sus rodillas y se rehusó a verla. Con mucho cuidado, Cynthia lo sacó de su escondite y se sentó en la cama, acomodándolo en sus piernas. Sentirlo temblar entre sus brazos y luego aferrándose a ella le hizo querer echarse a llorar. No había imaginado que, en su gran noche, el momento que por fin tenía para huir de ese maldito lugar, lo encontraría inconsciente en medio del camino, ni la lucha tan fuerte que tuvo consigo misma al decidir si debía dejarlo ahí o salvarlo, aunque eso significara arruinar su escape. Pero, conocía el futuro que el niño podría tener si lo dejaba a su suerte y terminó por cargarlo, llevarlo a la mansión y meterlo como pudo, sin que nadie los viera. Le invadieron el pánico y el alivio mientras lo curaba, debía buscar la forma de llevarlo a alguien que lo regresara a casa a salvo. No importaba escapar en esos instantes, tenía una responsabilidad, encontraría la manera de ayudarlo…

Pero ese niño no era nada suyo. ¿Por qué estaba arriesgando tanto?

Cynthia musitó que todo estaba bien para calmarlo, también para calmarse a sí misma, no quería que viera lo asustada que estaba.

—¿Por qué no hay ventanas? ¿Por qué todo está oscuro? ¡No me gusta este lugar! ¡Quiero salir de aquí, Cynthia, vámonos de aquí!

¡Shh!…—Cynthia cubrió su boca con una mano para callarlo, mirando con temor hacia arriba—. Ash, necesito que guardes silencio. Dime dónde están tus padres y te llevaré con ellos.

Tardó muchos minutos para que Ash se calmara. Cuando se sintió mejor, salió del regazo y se sentó en la cama, sintiéndose avergonzado —y ligeramente ofendido—, por ser tratado como un bebé. Su ceño fruncido y mirada irritada la hicieron reír entre dientes. Era mucho mejor verlo enojado que asustado.

—Yo vivo en Pueblo Paleta.

—Eso... está lejos. Estamos en Ciudad Azulona. ¿Con quién estabas antes de perderte?

—Mi papá salió conmigo de campamento.

—¿Tu mamá se quedó en casa?

Verlo asentir con tristeza le dolió en el corazón.

—Está bien, entonces debemos llamar a tu mamá. ¿Cuál es su número?

—No lo sé.

—Bueno, entonces debemos buscar a tu papá.

—¡No lo busques a él!

—¿Eh? —el énfasis en la voz de Ash la sorprendió—. ¿Por qué no?

—No quiero.

—¿Estás seguro?

Hizo aspavientos mientras le aseguraba que no.

—Está bien. Entonces no lo buscaremos. Ah, se me olvidaba.

Cynthia tomó del buró una cesta de pan y un termo pequeño. Abrió la tapa y el olor a chocolate inundó la habitación, abriéndole una vez más el apetito al niño.

—Encontré algo de mermelada de bayas. También traje chocolate caliente, está haciendo mucho frío y te ayudará a estar caliente. Debes tener mucha hambre, perdón por tardar. ¿Te gusta?

Ash le respondió con un alegre sí y comenzó a comer con rapidez. Mientras terminaba uno de los panes, Cynthia tomó varios libros del librero y prendió otra vela antes de sentarse a su lado.

—¿Viste las enciclopedias? —le preguntó, abriendo una de ellas.

—¡Sí! ¿Eres entrenadora?

—¡Por supuesto que lo soy! Y soy muy buena.

—¿De verdad?

Shh, Ash, bajito.

El niño cubrió su boca con ambas manos y rio con ella, como si estuvieran haciendo alguna travesura.

—¿Cuáles son tus pokémon? ¿De qué región eres? ¿Tienes medallas? ¿Has participado en una liga? ¿Has...?

—Eres gracioso —Cynthia disfrutó al verlo tan exaltado con sus preguntas, parecía un loquito—. Tengo algunas fotos. ¿Las quieres ver?

Ash asintió contento. Se acomodó en la cama junto a Cynthia para que pudiera colocar todos los libros y abrió uno que resultó ser un álbum de fotos. Una a una le fue explicando las fotografías. Ash miraba atento la imagen de una niña rubia en vestido azul junto a un Gible, y luego a una muchacha rodeada de un Gabite, un Shellos, un aterrador Spiritomb, un bello Milotic, un adorable Togetic y un elegante Roserade.

—Todos ellos son mis amigos. Son muy fuertes.

—¿Dónde están? ¿Los puedo ver?

La sonrisa en el rostro de Cynthia se torció, pero se forzó con rapidez en recuperarla.

—Por el momento están descansando, entrenar mucho tampoco es bueno. ¿Quieres que te muestre algo genial?

Cynthia regresó a la primera enciclopedia y la abrió donde tenía un marca-páginas. Ash miró impresionado la ilustración de entrenadores tratando de alcanzar una corona, y en el centro, un entrenador con una capa roja sosteniendo un trofeo.

—¿Conoces la «Serie Mundial de Coronación»?

—¿Uhm? No. ¿Qué es?

—Es el campeonato más importante del mundo Pokémon, todos los entrenadores del mundo participan para saber quién es el mejor entrenador que existe.

Cynthia sonrió al verlo con el rostro radiante y cambió de página, mostrando una pirámide con ocho entrenadores.

—Ellos son los últimos ocho de la Serie Mundial. Entran en el «Torneo de los Ocho Maestros» y el que gane, obtiene el título de Campeón Mundial. ¿No es increíble?

—¿Ya has participado?

—No, pero tengo planeado hacerlo más adelante, cuando mi equipo sea invencible. Es todo un sueño ganar esa competencia, por eso tengo que estar preparada. Cuando llegue ese momento, voy a derrotar a todos los entrenadores y seré la campeona.

—¡Yo también quiero participar!

Ash terminó de comer y se limpió la boca de un manotazo, mirándola con tanta fuerza que no lucía como las habladurías de un niño. Cynthia le regresó la misma mirada cargada de determinación, divertida por tener un rival tan pequeño.

—Entonces debes entrenar duro, ser un maestro Pokémon no se hace de la noche a la mañana.

—¿Vamos a participar juntos en ese campeonato?

Las posibilidades eran tan mínimas que prefirió cambiarle el tema para no decepcionarlo.

—Si alguna vez participas, entonces yo te animaré con todas mis fuerzas.

—¿Ya somos amigos?

Cynthia llevó una mano hacia la cabeza azabache del niño y lo empujó, molestándolo.

—¡Claro que somos amigos! Pero eso no significa que dejaré que me ganes.

—Entonces entrenaré duro y también te animaré con todas mis fuerzas.

—Gracias, Ash, estoy segura que me darás muchos ánimos para ganar.

El niño y la jovencita continuaron leyendo la gran enciclopedia en voz baja. Cynthia sonreía aliviada, contenta de que Ash estuviera tan concentrado en su voz y en las imágenes, que los ruidos de arriba —los mismo que oyó Ash al subir—, estaban siendo ignorados, como si no existieran. Poco a poco, por primera vez en mucho tiempo, también dejaron de existir para ella.


Cuando Ash despertó, Cynthia estaba sentada en la cama mientras se peinaba el cabello. Llevaba un vestido negro corto que dejaba ver sus largas piernas. Se veía triste, tanto que Ash se sintió preocupado. De un salto salió de la cama para mirarla mejor, ella se asustó al sacarla de salir de su trance.

—Ash, necesito que te quedes aquí y no hagas ningún ruido. ¿Entendiste?

—¿A dónde irás?

—Yo tengo que salir. Volveré muy tarde, pero intentaré traerte comida.

—Dijiste que me llevarías a casa hoy.

Cynthia se arrodilló para estar a su altura y se aferró a él por los hombros. Ash sintió que le dolía.

—Lo haré cuando vuelva, Por favor, prométeme que no vas a salir de aquí, Ash, prométemelo.

No supo si era el tono tembloroso de su voz, o su mirada angustiada, pero Ash se lo prometió y le regaló una sonrisa.

—Te lo prometo.

Los ojos pardos de Cynthia brillaron y le apretó la nariz para hacerle gruñir de enojo. Salió de la habitación sin decir nada. Ash esperó unos segundos antes de arrodillarse y llevar el rostro hasta la abertura entre el piso y la puerta, mirando un desfile de zapatos pasar hasta que no hubo ninguno. Se incorporó para abrir la puerta y asomarse.

Cynthia —y un montón de chicas de todas las edades— desaparecieron por la puerta del final del pasillo, siendo vigiladas por un hombre alto de rostro intimidante que se dirigía a ellas con violencia.

Ash se ocultó debajo de la cama, volviendo a mirar la enciclopedia que habían leído la noche anterior hasta que se quedaron dormidos.


DISCLAIMER: Todos los personajes le pertenecen a la franquicia de Pokémon, lo único mío es la historia.

OneShot que resultó increíblemente largo y estoy partiendo en capítulos cortos. Me disculpo por inconsistencias, hace mucho que no veo el anime y hay detalles que no recuerdo.