PAPÁ
En realidad, papá no era un mal tipo. Solo algo… extraño.
Apareció una tarde cualquiera, antes de que Ash llegara a casa del kumon. Mamá no guardaba muchas fotografías de él, pero tenía las suficientes como para que Ash memorizara su rostro. Por eso lo reconoció, aunque tuviera más edad y parte de su atención se desviara a la mesa llena de regalos. Ambas cosas dispararon chispas de alegría en sus ojos y no lo pensó dos veces antes de correr a abrazarlo. El rostro de mamá era extraño mientras los miraba juntos.
Papá lo cargó, le dio vueltas y vueltas mientras lo apretaba contra él.
No se parecían mucho, excepto por el color de cabello, pero le gustaba su rostro y el color de sus ojos. Ash siempre escuchaba a todo el mundo decir que se parecía a mamá y no sabía si aquello era bueno o malo. Pero la apariencia importaba poco pues, lo mejor de todo, era el hecho de que papá era un entrenador, así que tenían mucho de qué hablar durante la cena.
—Te traje un regalo —su voz era agradable y amistosa—, ¿quieres verlo?
¿Cómo no quererlo? El tonto de Gary sería el primero en enterarse.
La primera semana con él fueron los mejores de su vida. Papá era gracioso, había vivido aventuras increíbles y también tenía bastantes medallas, una colección de ellas, aunque no llenaban la cajita a donde pertenecían. Mamá casi nunca participaba en las conversaciones y se mantuvo algo distante de él, tampoco abrió todos sus regalos, de hecho, la mayoría de ellos se mantuvieron dentro de la envoltura. Respondía que sí a todas las preguntas del niño que fueran buenas sobre el hombre y no agregaba nada más.
La escuela y el kumon comenzaron a sentirse como castigos, quería estar todo el día en casa con él. Durante el fin de semana le había enseñado todos los trucos para acampar, cómo encender una fogata, diferenciar bayas comestibles de las que no y filtrar agua en caso lo necesitara. Resultó ser un recipiente de conocimiento que admiraba. Papá nunca significó nada para él, no lo conocía y era un misterio más a la lista de cosas que pensaría después, pero ahora todo era diferente al tenerlo a su lado.
Un día papá dejó de sonreír, sin ninguna explicación.
Se levantó con un dolor de cabeza insoportable y dijo que estaría en cama un poco más. El resto del día se dedicó a dormir en la habitación de invitados y a levantarse ocasionalmente al baño. Tenía el rostro de estar enfermo y Ash había aprendido de su madre que cuando alguien no estaba mal de salud, lo mejor era guardar silencio y dejarlo descansar, aunque todo lo que quería era continuar con sus exploraciones juntos. Se encerró en su habitación a hacer la tarea para el día siguiente, imaginando las cosas que harían cuando se sintiera bien.
Era normal regresar a casa y encontrar a mamá cuidando su jardín, luego se convirtió en algo normal encontrar a papá sonriente, con una lata de bebida energética; luego era llegar para verlo acostado el día entero y todo se volvió confuso.
Mamá le colocaba paños en la frente y le preparaba alimentos que según ella «iban a ayudarlo a sentirse mejor». Él no respondía, se limitaba a tomar su mano y acariciarle el dorso con el pulgar. Tenía que estar muy enfermo para decirle que no todo, por lo que Ash regresó a sus exploraciones solo y a mantenerse licencioso cuando estaba en casa, vigilando que el mayor se sintiera bien, comenzaba a preocuparse.
Fueron los días más estresantes de su vida.
Ash regresó furioso un día, furioso, tarde y lleno de tierra. Mamá se agachó para asearlo y preguntarle quién se había metido con él, pero resultó ser al revés, él se había abalanzado contra Gary y terminó castigado.
Los niños pueden ser crueles.
—¡Mi papá no es ningún perdedor!
—¡Pero no tiene dinero y tampoco tiene futuro! —Gary le sacó la lengua—. ¡Tonto!
Gary sabía, al igual que todos los demás niños, sobre la reputación de Pueblo Paleta en comparación a otras ciudades de Kanto. La idea de crecer y convertirse en el único entrenador talentoso del pueblo era un objetivo ambicioso, pero soñado por todos sin excepción. La familia de Ash no había tenido suerte, por lo tanto, su padre tampoco lo tendría y que no haya ganado ningún campeonato hacía que Gary se sintiera con toda la razón. Para Ash eso no tenía sentido, él no era de ahí y eso no podía aplicársele. Era cierto que no tenía ningún trofeo, pero, ¿quién dijo que era fácil? La mayoría de entrenadores en Pueblo Paleta no lograban ganar algo grande y todos preferían no regresar a casa hasta cambiar eso.
En defensa de papá podía decir que lo estaba intentando y se merecía vacaciones.
Como no estaba de viaje se lo llevaba a dar paseos, a ferias, parques y presentaciones de todo tipo. Las cosas estuvieron bien las primeras veces y se divertían juntos, luego enfermó y su poca disposición lo convirtió todo en salidas incómodas que Ash prefería no contar. Una de ellas, la más desagradable, fue el día que lo llevó a un parque de diversiones y le compró un boleto para subirse a los autos chocones. Ash corrió a la larga fila y giró para verlo detrás suyo, pero se confundió al encontrarlo fuera del juego, conversando con una joven mujer. La fila comenzó a avanzar con prisas y si se atrevía a salir, perdería su lugar. Miró con miedo hacia adelante y hacia atrás, hacia el juego y hacia su padre. La persona detrás lo empujó y se le aceleró el corazón. Se supone que subirían juntos, ¿qué iba a hacer? Era demasiado pequeño para alcanzar el pedal y el asiento demasiado ancho como para que el cinturón de seguridad lo ayudara. Miró a los otros niños subirse con algún familiar y la impotencia le embargó. Un chico mayor subió a sus hermanitos y luego lo vio a él, de pie y con los ojos bien abiertos. Conocía muy bien expresiones como esa por su rol de hermano mayor y tuvo la amabilidad de subirse con él. El desconocido le hizo olvidar el mal momento, manejó sin ningún tipo de cuidado y se estrelló contra todos, haciéndole disfrutar de la adrenalina del juego. Lo tomó de la mano y le ayudó a bajar mientras le preguntaba si se había divertido, contento de borrarle esa expresión de antes. Ash quería quedarse con él, pero le dio las gracias y corrió hacia donde vio a su padre por última vez, sin encontrarlo. En lugar de asustarse, se sintió profundamente molesto. Pasó el resto del día deambulando por el parque, comiendo con el dinero que mamá colocó en su bolsillo antes de irse y mirando las atracciones sin interés, demasiado fastidiado como para disfrutarlo. La noche comenzó a caer y seguía sin encontrar a su padre, el parque ya estaba anunciando que cerrarían en una hora. Sin ninguna otra opción le dijo a uno de los encargados de los juegos que estaba perdido y los guardias se lo llevaron a un lugar especial donde había más niños. Avisaron por los altavoces nombre por nombre y los padres fueron llegando para recogerlos. Cuando pensó que no vendría nadie a buscarlo, papá llegó. No sé disculpó con él, tampoco le preguntó qué había estado haciendo, solo le tomó de la mano y salieron juntos del lugar, o al menos eso intentó, porque Ash se soltó con disgusto y caminó unos pasos lejos de él.
—Como quieras —le dijo, y se mantuvieron en silencio hasta llegar a casa. Mamá nunca se enteró.
La situación se volvió a repetir hasta aburrirlo. Ash no sabía que él representaba una serie de impedimentos para su padre, quien deseaba comenzar de nuevo con la que alguna vez fue su esposa. Delia, una dulce mujer; se arrepentía de haberla abandonado. Regresó con la idea de hacer bien las cosas, pero algo en su interior hizo corto circuito cuando ella le dejó en claro que no le interesaba volver con él, estaba muy feliz con Ash y así iba a quedarse. No lo había necesitado en siete años, no veía por qué hacerlo ahora. Podía irse de esa casa y olvidarse de ambos o quedarse como un huésped y preocuparse más por el niño que por ella. No se suponía que fuera así, siendo rechazado directamente. Papá se sintió traicionado y reemplazado por un niño, así que comenzó a mirarlo con ciertas expectativas para volver con ella, pero que al parecer no cumplía.
El escenario en casa cambió, pero la vida se mantuvo igual. Ya no importaba si papá estaba ahí o no, Ash no existía, y si lo hacía, se olvidaba del él por completo a menos que estuviera con mamá. La fachada de perfección se le fue cayendo poco a poco hasta que lo sentía más como un rival que como un padre, sin saber que él ya lo miraba así desde el momento que Delia marcó distancia. La lucha entre ambos se mantuvo en secreto, Ash quería demostrarle que no le temía ni le importaba lo que le hiciera, prefiriendo dejar a mamá fuera de la ecuación. Podía defenderse solo.
Los regalos para ella continuaron llegando casi todos los días. El cumpleaños de Ash pasó y tuvo el consuelo de por fin tener dos regalos para él.
—¿Qué es eso?
Ash se asomó al tocador mientras Delia limpiaba su piel con cremas antes de dormir. Uno de los regalos de papá había sido abierto a medias, resultando un paquete de unos tubos negros con detalles dorados que le llenaron de curiosidad.
—Es lápiz labial —le respondió.
Delia tomó el más próximo y lo destapó para que Ash oliera la fragancia dulzona que emanaba.
—Huele bien. ¿Te lo pondrás?
—Es muy bonito, pero no me queda. El rosa pálido es más para una muchacha. Lo guardaré y luego veré qué hacer con él.
—¿Por qué no lo regalas?
—Es una buena idea, pero no estoy segura a quién.
Mamá terminó con su rostro y se dirigió al baño. Ash miró el labial otra vez, el color no era de sus favoritos, pero le gustaba, era como la nata en la leche de fresas. Pensó que sería una pena tirarlo y se lo metió al bolsillo, se lo regalaría a la hermana mayor de un compañero del kumon —siempre iba a recogerlo, recordándole al joven que lo ayudó en los carritos chocones—.
Mamá estuvo de acuerdo.
—¿Si eres de Sinnoh, por qué estás en Kanto?
—Porque viajo para aprender más cosas.
—¿Y por qué estás aquí encerrada?
—Es por unos días, nada más.
—¿Y por qué no nos vamos ya? Cynthia, ¿cuándo salimos fuera?
—En cuanto pare la tormenta.
—¿Cómo sabes que hay tormenta si aquí no se ve nada?
Cynthia cerró la enciclopedia cuando dejó de distraer al niño. No tenía hermanos menores y nunca había cuidado a nadie de esa edad, era más difícil de lo que había pensado. Ash tenía los ojos acusadores bien abiertos. Otra vez vestía la ropa con la que lo encontró, pero sucia, pues no tenía manera de lavarla. Ella levantó una mano y se puso a agitarla junto a su garganta mientras pensaba una respuesta.
—Ash, ¿cuántos días de campamento ibas a estar con tu papá?
—Una semana en las afueras de Ciudad Celeste.
¿Cómo había llegado a Azulona?
Cynthia sabía que su madre debería estar llamando al padre de Ash por la incesante tormenta que hacía imposible armar un campamento. El primer día fue cuando se perdió y lo encontró; el segundo, cuando despertó e intentó salir. El tercero estaba a punto de terminarse y contaba con apenas cuatro días para salir de ahí si no quería levantar sospechas. Ash le cuestionaba todo, pero terminaba confiando en ella, llenándola de culpabilidad.
—Si la tormenta no se detiene, no podemos ver nada ni llegar muy lejos si intentamos irnos.
—Eso ya lo sé. ¿Por qué no vamos arriba?
—Porque que arriba hay un viejo que está muy mal de la cabeza y no sabe que estás aquí. Si nos ve queriendo abrir la puerta nos castigará. Tenemos que esperar hasta que se vaya para irnos nosotros.
—¿Es malo?
—Sí.
—¿Por qué no llamas a la policía?
Esa fue la primera cosa que intentaron las dos únicas chicas que lograron salir de ahí. Pero el Carpintero tenía influencias, todas las influencias que impedían que algo le ocurriese. Las regresaron a la mansión y allí mismo desaparecieron. Cynthia nunca las conoció, había ocurrido antes de su llegada, pero la manera en la que todas contaban esa historia la convencían de que era mejor no confiar en la policía de Azulona. Por aquel incidente es que tenían a un grupo de Honchkrows merodeando cada noche por el jardín, sin mencionar al Hypno que de vez en cuando bajaba al Salón Carmesí y al Almacén para comerse los sueños. Llevar a Ash con la policía era arriesgarse a sí misma, mantenerlo ahí un día más sería arriesgarlo a que el pokémon lo descubriera. Contaba con muy pocas opciones y tiempo.
—Pues… Porque la policía de Azulona está muy ocupada. Pero la de Ciudad Azafrán no. Ellos tienen tiempo, iremos cuando la tormenta se calme.
—¿Entonces tenemos que quedarnos aquí? —preguntó con resignación.
—Sí, me temo que sí.
—Todavía no me has dicho en dónde estamos. ¿Por qué no hablamos con nadie si hay más puertas a los costados? ¿Por qué el hombre de la puerta de metal siempre les grita cosas?
Cynthia se quedó callada durante unos momentos. Se imaginó a su familia interrogándole de esa forma cuando volviera y la idea la llenaba de temor. Llevaba tres años ahí, casi la matan una vez y comenzaba a sospechar que el Carpintero no tardaría en permitir su acceso al Salón Carmesí. No quería tener que explicarle nada a nadie, quería que al salir la dejaran en paz y continuar todo lo que había dejado. Era egoísta, Ash era la prueba de ello.
—Uhm… Estamos en…
No le haría ningún bien mintiéndole. Ni diciéndole la verdad.
—Estamos en una guarida secreta —buscó las palabras correctas para no confundirlo al ver sus ojos brillando por tal información—. Es un lugar especial que nadie conoce, oculto entre el bosque y una enorme mansión. La puerta se abre cada cierto tiempo y para encontrarla debes tener una característica especial.
—¿Cuál es? —la idea de estar en una de las bases secretas de entrenadores le llenó de emoción—. ¿Cómo lo encuentras? ¿Quién más está aquí?
—Aquí… llegan hombres que no tienen esposa y por eso están muy tristes y se sienten solos, así que terminan en esta guarida secreta para que escuchen sus historias, les den tiempo y les llenen de mimos. Así se sienten mucho mejor y pueden salir a la superficie. Sino, la puerta no se abre.
Ash entendió por fin por qué estaba ahí: Se había sentido triste las últimas semanas y más cuando papá lo dejó, entonces había encontrado la guarida. Se sintió mejor cuando lo supo.
Estaba en un lugar seguro.
—¿También te sentías triste, Cynthia?
—¿Uhm?
—Tú también estás aquí.
—Uhm… —Cynthia enrolló una hebra de su cabello en su dedo índice y miró a Ash. Sonrió—. Ya no estoy triste.
Al cuarto día por fin las heridas estaban completamente cicatrizadas. Cynthia le quitó las gasas que ya no hacían falta y las arrojó al piso.
No había dormido por mantenerse pensando en la conversación que tuvieron. Su primer intento de fuga fue un fracaso, pero ahora tenía que ser diferente. Ash tenía razón, a su manera de entender las cosas, le había dicho con convicción que «si ya no estaban tristes, entonces la puerta de arriba tenía que estar abierta y ese viejo desconocido no tenía por qué obligarlos a quedarse». Desde que lo trajo con ella, se evidenciaba en su rostro que se encontraba nerviosa y agitada, algo que preocupó a todas en la mansión por no concordar con su fachada de serenidad. El Carpintero también notó su brusco cambio de humor y le preguntó si se sentía enferma, todavía recordando el incidente donde la maltrataron. Fue la excusa perfecta para mentirle y poder bajar al Almacén las veces que quisiera. Ser una de las favoritas no era tan malo en ocasiones, aunque estaba segura que se las cobraría apenas le diera un papel en la casa de muñecas.
No iba a esperar a eso.
Estar con Ash casi todo el día la ayudó a no volverse loca mientras rearmaba su plan para escapar, además, le recordaba constantemente sobre la enciclopedia y la idea de estar de pie frente a miles de personas que la miraban a ella y a su habilidad, no otra cosa. Su motivación la empujó a perder el miedo y se sintió viva otra vez. Si ya había funcionado, tenía que volver a hacerlo, pero esta vez lo haría bien y completo. Pero si terminaba fracasando, al menos haría que Ash llegara a casa.
Cynthia le indicó que la esperara mientras subía y se aseguró de que todas la vieran cuando estuvo en la mansión, incluidos los guardias, el servicio y el propio viejo. Cogió un libro para fingir leer y merodeó entre sus dos salones para memorizarse quién estaba en cada área y cómo esquivarlo. En la cocina llenó su cesta de comida (la cubrió de flores para que combinara con su atuendo y no levantar sospechas), también comió todo lo que pudo para asegurarse de no tocar nada de la cesta y regresó al Almacén alegando que se sentía indispuesta y necesitaba descansar un poco en cama. El último detalle era su equipo. Cuando escapó, pensó que sería buena idea pedir ayuda en Azafrán para recuperarlos, pero si lo meditaba con cuidado, lo más seguro era que El Carpintero se aseguraría se hacerlos desaparecer para borrar evidencias. Se le encogió el corazón por haber sido tan ingenua y optimista. Agradeció en silencio el haberse cruzado con Ash, porque de otro modo los hubiera perdido para siempre. El cielo comenzaba a teñirse de rojo mientras concretaba sus ideas y supo que tenía que arriesgarse a rescatarlos ya mismo u olvidarse de escapar.
—¡Aquí estas! ¡La mismísima reinita!
Alguien la sujetó por el cabello y la obligó a arrodillarse.
Un fuerte tirón lo despertó y Ash abrió los ojos desorientado. Cynthia tenía un rostro de seriedad tan profunda que le recordó a su padre.
—¡Despierta! —le mandó con un susurro—. ¡No hagas ruido y no toques nada!
—¿Qué pasa?
Cynthia abrió a puerta de la estrecha habitación tan rápido como pudo, sin hacer ruido y lo miró directamente con la misma seriedad, como si estuviera dispuesta a golpear a cualquiera que se le acercara. Miró hacia el librero, apretando los puños temblorosos mientras observaba la enciclopedia que la acompañó durante tanto tiempo. Regresó su vista al frente y tomó del buró la cesta de comida junto con un frasco de perfume antes de responderle.
—Regresamos a la ruta siete.
