LABIAL
Una de las muñecas tenía un comportamiento bastante inquietante: Estaba enamorada de él.
Solía decir cosas lastimeras como: «debe sentirse muy solo», «nos cuida y nos alimenta, ¿eso lo haría un asesino?», «él nos quiere a su modo», y una fila de argumentos que la convencían del error de todas al verlo como un enemigo. Él le había dado el papel de «sobrina» en su fantasía y su área se concentraba en el Salón Bar. Su bonito vestido amarillo con diversos adornos resaltaba su belleza juvenil, era la mayor de todas. Tenía al rededor de seis años en la mansión y aunque era popular en cada subasta, nunca logró estar dentro del grupo de las favoritas, mucho menos logró obtener el papel de la «señora de la mansión», bien sabido que era el peor por ser casi exclusiva del Carpintero, la más cara en la subasta. Odiaba a la que alguna vez lo fue, odiaba que ahora el puesto estuviera vacío y odiaba que Cynthia lo tuviera asegurado. Cynthia hacía caso omiso de sus provocaciones, ni siquiera respondía a sus insultos, porque las palabras dolían cuando tenían un significado, y todo lo que escupía contra ella terminaban siendo groserías sin sentido que lo diría cualquiera. Estaba consiente de las miradas de odio que le dirigía a la distancia y de la envidia tan evidente cuando el Carpintero se quedó con ella el día de su ataque. Era una desquiciada, igual que él.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Esta no es tu área!
A sorprendió por la espalda y la cogió por el cabello para obligarla a arrodillarse. El agarre era tan fuerte que comenzó a dolerle la cabeza, y las uñas largas de sus manos se le clavaron en el cuero cabelludo. No había nadie más alrededor, todas estaban en diferentes habitaciones.
—Tampoco es tu área —Cynthia la sujetó por la muñeca para disminuir el agarre—. Esta no es el área de nadie.
—Pero es suya, no podemos venir aquí.
—No se enojará —trató de que su voz no se sofocara—. Podemos hablarlo con calma.
—¿Hablar de qué? ¿De que puedes hacer lo que quieres y nosotras solo debemos mirarte?
—Algún día saldremos de aquí y él morirá en una silla eléctrica, ¿sabes? Todas lo sabemos.
El rostro de aquella chica enrojeció de furia.
—¡Tú! —escupió—. ¡Siempre tú! ¡Tú, tú y tú! ¿Por qué te empeñas en hacerles crees que algún día vamos a salir de aquí? ¡Acéptalo! Vivimos aquí, no hay por dónde escapar, y si salieras al exterior, cosa que lo dudo, ni siquiera podrías volver a tener una vida normal. ¿Para qué aferrarte tú y aferrarlas a las demás? Eres una maldita cínica.
Su compañera se arrodilló a su lado, acercándosele al oído mientras miraba que nadie estuviera rondando cerca.
—Otra cosa: Sé que ocultas a alguien.
La manera en la que Cynthia se paralizó, siendo ella siempre calmada y manejando su temperamento, le respondió a todas sus sospechas. Estaba en lo cierto, en ese cuarto había alguien más.
—Y me lo acabas de confirmar.
Sentada en el suelo, Cynthia apretó los dientes, perpleja, sin saber qué clase de revoltijo de confusión y desconcierto la estaba dominando. Había sido cuidadosa, ¿cómo pudo notarlo? La sensación de miedo volvió, sintiéndose estúpida y demasiado joven.
—¿C-cómo has…?
—Al principio pensé que estabas loca por hablar sola —le ahorró el esfuerzo inútil de hablar por el shock—, luego me di cuenta que siempre te llevabas comida al Almacén y llegué a pensar que quizás estabas preñada. Pero eso no podía ser, así que esperé a quedarme en la última parte de la fila antes de subir para voltear hacia el pasillo y vi a alguien asomarse por la puerta.
Cynthia se molestó consigo misma por haber confiado en que Ash se quedaría quieto.
—Esto ha sido lo último. ¿Estás mal de la cabeza? ¿Por qué lo trajiste aquí? ¿Cómo has podido hacerle eso?
Aquella chica calló abruptamente y abrió los ojos al instante. Una mueca desconcertada se formó en su rostro y la soltó para cogerla por los hombros y sacudirla con fuerza, tan desgobernada que comenzó a marearla.
—¡Has salido de la mansión! ¡Has salido y has vuelto! ¡Te fuiste y nunca se lo constate a nadie!
Sus alaridos por fin abrieron las puertas de las habitaciones cercanas y las chicas se asomaron para ver qué ocurría. La muñeca del vestido amarillo nunca fue simpática para nadie, su manera de halagar a su secuestrador alimentaba su ego y sus fantasías de que todas las demás sentían lo mismo, torciendo la situación todavía más.
—Pero, ¿qué es lo que te pasa? —Una de ellas la apartó con brusquedad—. ¿Quieres dejarnos en paz por lo menos una vez? ¡Siempre estás causando problemas!
—¡Cynthia ha…!
Cerró la boca. Verlas con sus miradas filudas sobre ella, a Cynthia de pie otra vez, su mirada casi asustada… tenía un deseo ardiente de gritarles lo que acababa de descubrir, que todas la odiaran por ser una perra traidora y el Carpintero la encerrara en el cuarto más profundo del Almacén, o en el mejor de los casos la matara. Pero también había la posibilidad de que, si se enteraban, tratarían de escapar y la policía de Azafrán llegaría a destruirlo todo, arrestarían al Carpintero y se las llevarían a todas. Miró con angustia hacia la oficina y todo a su alrededor, la bonita mansión en la que había vivido desde los veinte años y todos sus esfuerzos inútiles de que él la amara en lugar de verla como una moneda de intercambio.
—¿Ella ha… qué? —insistió otra de las chicas para que continuara.
Era penoso verla debatirse allí en el suelo, como si lo que estuviera a punto de decir le quemara la lengua, pero algo le impidiera abrir la boca. Al final, sus anhelos enfermizos pudieron más que la ira. Miró a la culpable de su sufrimiento, quien no había dicho una sola palabra, con su carácter resuelto y silencioso que de alguna forma le había arrebatado el cariño que tanto deseaba, y estalló en lágrimas mientras sus ojos despedían chispas.
—¡Al diablo contigo, Cynthia! —gritó, levantándose de un salto—. ¡Piensas que todo te irá bien allí afuera, pero te aseguro que te equivocas! ¡Da igual si te vas al otro lado del mundo! ¿Sabes por qué? ¡Porque somos suyas el resto de nuestras vidas! ¡Te aseguro que lo vas a pagar caro si eres la única que sobrevive en este lugar! ¡Intenta salir de aquí! ¡Di todo lo que quieras mientras nos explicas todo lo que haremos cuando ya no estemos encerradas en este lugar! ¡Rescata a todas las que puedas cuando la policía destruya la mansión en mil pedazos! ¡Y si ese niño se muere, olvídalo! ¡Voy a hacerte la vida imposible! ¡No pienses que no buscaré a sus padres para decirles que lo trajiste a este lugar! ¡Y lo escondiste allí abajo! ¡Abajo! ¡Abajo del Salón Carmesí! ¡Eres tú la que está mal de la cabeza! ¡Míralo ahora y dile en dónde estamos todos y a ver si te sigue queriendo! ¡Y te va a odiar, te va a odiar y vas a sentir todo lo que yo siento!
Sus gritos tan fuertes hicieron aparecer al personal por ambos lados del pasillo que la sujetaron antes de calvarle un sedante. Pidieron explicaciones, pero Cynthia ya había desaparecido, dejando a las demás chicas sin saber qué pensar.
Pronto darían las diez y media, las chicas ya se encontraban en el Almacén y la mansión estaba en silencio. El Hypno solía dormir en el Salón Carmesí cuando estaba vacío, al parecer le gustaba el olor de aquel cuarto. Cynthia y Ash subieron las escaleras y antes de abrir la puerta hacia el salón, ella se agachó para quedar a la altura de Ash y sacó el frasco de perfume de la cesta. Sin decir nada y con prisas subió sus manos para bajar un poco el cierre del abrigo y cuando tuvo el cuello descubierto, rocío el perfume en toda esa área. Ash saltó por el frío y la hizo reír sin poder evitarlo, quitándole momentáneamente la expresión seria que traía.
—¡Deja eso! ¡Huele horrible! —Ash alejó de un manotazo las manos de Cynthia cuando también roció perfume en sus mejillas y comenzó a frotarlas.
—Es para pasar desapercibidos de ese Hypno —volvió las manos a él y perfumó su cabello con la misma fragancia—, es travieso y podría hipnotizarnos. No queremos eso.
Abrió la puerta de metal y el enorme Salón Carmesí, con sus cortinas rojas por todos lados y el candelabro de velas colgando en el centro, apareció. Sin hacer ruido se ocultaron detrás de una cortina y caminaron alrededor silenciosamente, como ladrones en plena noche, hasta quedar a pocos metros de la escalera que conectaba a la superficie. Llegando a la base, de los escalones bajó el misterioso pokémon amarillo, con su mirada cansada y fija en el niño. Aunque Ash se emocionó al verlo, Cynthia retrocedió unos pasos, sintiendo que el mundo se le desmoronaba. Debía haber estado esperándolos, porque se sentó tranquilamente en la tercera grada sin hacer el mínimo ruido.
—¿Nos dejas pasar? —Ash se acercó a él y le tocó el rostro—. Tenemos que irnos de aquí.
El Hypno subió el rostro hacia la chica rubia y se mantuvo mirándola, como deseando leer su mente al verla temblar casi de forma imperceptible. Volvió su vista al chico. Ronroneó. Sabía que el rastro de olor era distinto en cuanto llegó a su nariz la primera vez. Sabía que los sueños tampoco le pertenecían a ninguna de ellas; el sabor de las pesadillas y el sabor de un sueño tranquilo hicieron una combinación tan exquisita que decidió no investigar, sino disfrutar. Ahí estaba el motivo.
Su entrenador tenía una colección de muñecas para su gusto, ¿por qué no podía tener él a ese niño consigo? Le permitiría hacerlo, estaba seguro. Tenía demasiada hambre, y ese sabor era toda una delicia. Quería mantenerlo en un profundo sueño para siempre. Extendió su mano con el péndulo y comenzó a moverlo suavemente, frente a ese rostro contento que borró su sonrisa y perdió todo brillo en su mirada.
Hypno se echó hacia atrás y cayó de espaldas cuando Cynthia sacó la pokeball de Spiritomb y le mandó a usar Pulso Umbrío contra él, pero en seguida volvió a levantarse, dando la vuelta y encendiendo sus ojos de profunda cólera.
—¡Spiritomb, necesito que lo retengas aquí! —pidió, sin poder planear una orden concreta. Los nervios la dominaban mientras miraba hacia el Almacén y hacia la escalera, estaba haciendo demasiado ruido, corría el riesgo de que en cualquier momento alguien suba o baje para inspeccionar qué estaba pasando. Su plan de escape se estaba desmoronando antes de empezar. El pokémon se percató de su estado y de la situación, por lo que no esperó instrucciones y se abalanzó contra el Hypno con un ataque de tipo fantasma.
Gabite también salió de la pokeball, acercándose alegre a su entrenadora para sentirla después de tanto tiempo, pero logró captar su casi desesperación y al extraño niño hipnotizado en sus brazos.
—¡Tienes que llevarlo hasta arriba! ¡Debemos ir a arriba! —le gritó.
Cynthia le entregó a Ash y aferró a su brazo. Subieron la escalera oscura, angosta y empinada. Gabite usó la cabeza para empujar la puerta secreta hacia arriba y levantarla junto a la alfombra que la cubría. Retrocedió para impulsarse y arremetió contra la puerta, el sillón que escondía la entrada salió volando de su sitio, destrozándose al caer al suelo.
Spiritomb regresó con su entrenadora después de dejar al Hypno inconsciente. Cynthia sintió náuseas al escuchar las voces de los guardias dirigiéndose al vestíbulo y todas las luces prendiéndose. Era un caso perdido, tenía que sacar a Ash y luego esperar lo que vendría para ella.
Sin detenerse un segundo Gabite acomodó a Ash en uno de sus brazos y a su entrenadora en el otro para correr hacia donde ella le indicaba. El enorme vestíbulo tenía entradas por todos lados, pero solo una daba al jardín trasero, por donde debían escapar y los Honchkrows ya estarían revoloteando, listos para atacar al primero que entrara al jardín. Gabite echó una leve ojeada al impresionante lugar donde se encontraban, apenas recordando cómo llegó ahí, pero regresó su vista al frente mientras pasaba muchas puertas cerradas, sin saber por dónde ir.
—¡Allí es! ¡Entra allí! —Cynthia señaló una puerta junto a un ventanal y el pokémon dio un veloz giro para quedar de espalda y abalanzarse con todas sus fuerzas para reventar la cerradura. Llevaba a la parte trasera de la mansión, alejada varios metros del jardín.
Spiritomb se alejó para retener a los guardias que se acercaban y Gabite recibió la orden de ir a ayudarlo. Cynthia se agazapó entre los arbustos y trató de hacer reaccionar a Ash de su trance. Las luces de la mansión continuaron encendiéndose mientras más del personal aparecía por todos lados. Con sus dos pokémon ocupándose de sus perseguidores, debía avanzar hacia el jardín ocultándose entre los arbustos y los botes de basura.
Ash reaccionó por fin y miró estupefacto a su alrededor. Suspiró, era un gran alivio estar por fin afuera. Miró a su compañera con confianza.
—¿Lo ves? Podíamos salir de aquí.
Cynthia trató de sonreír, pero no pudo, sin querer levantar sospechas tuvo que dominarse rápidamente para responderle.
—Ash, tenemos que llegar hasta el jardín que está por allá —señaló—. Toda la mansión está cercada con un muro, pero esa parte del jardín tiene una salida.
—Te ves extraña.
Una de las ventanas del segundo piso estalló en cientos de pedazos hacia abajo, como si alguien hubiese estrellado algo desde el interior. La siguiente ventana también tuvo el mismo destino, y la siguiente, y la siguiente. Ambos cubrieron sus cabezas y corrieron hasta alejarse de la mansión. Ash dejó de hablar y su rostro dibujó una expresión seria. Las voces furiosas de la mansión resonaron hasta donde estaban ellos y el rugido de Gabite se fue acercando a su ubicación cuando una explosión —Spiritomb seguía luchando— abrió una de las paredes.
Cynthia pensó que se iba a desmayar, el Carpintero nunca le perdonaría. Sintió que la respiración comenzaba a faltarle cuando Ash se agachó junto a un seto y tomó su mano para que también lo hiciera. Él había visto a un Honchkrow, consciente de que esa no era una retirada normal.
«Contrólate», se dijo a sí misma, tenía que centrarse y obrar como una persona mayor, no comenzar a dudar cuando ya todo estaba hecho.
Ash gateó despacio y le indicó que lo siguiera, los pokémon estaban revoloteando y soltando alaridos en el centro, buscando por todos lados a algún sospechoso. Gabite hundió una de sus cuchillas entre las plantas para cortarlas y ayudarle a ver mejor, luego se arrastró para encontrar la entrada que su entrenadora le había indicando. El alboroto en la mansión distrajo a los Honchkrows y el grito de su entrenador llamándolos los alejó por unos instantes del jardín trasero hacia el delantero. Ash se levantó de un saltó y corrió hasta el árbol más cercano para buscar a Gabite con la mirada y seguirlo. Cynthia lo imitó, mirando cómo su pokémon usaba sus poderosas cuchillas para cortar el seto y las cadenas del taller, el único lugar que conectaba hacia el exterior del terreno, por donde entraban los muebles viejos antes de ser llevados a la mansión, por donde intentó escapar la primera vez.
—¡Gabite, ve por Spiritomb! ¡Nos veremos en la ruta Siete!
El pokémon salió corriendo hacia la mansión. Cynthia se arrodilló frente a una de las paredes y comenzó a cavar con sus manos. Una de las tablas estaba suelta y era lo suficientemente grande para que ambos pudieran salir. Ash también hundió las manos en la tierra, cavando mucho más rápido que ella. Las explosiones se acercaron y Cynthia se paralizó al oír la voz del Carpintero mandando que vigilaran el taller.
—Ash, tienes que irte tu primero —le pidió mientras levantaba la tabla suelta. Ash la miró sin entender nada.
—¿Qué? ¿Y tú?
—¡Yo te alcanzaré después! ¡Es un bosque espeso pero el camino es todo recto! ¡No vas a perderte! —Cynthia colocó la cesta en su antebrazo y sacó al resto de su equipo.
—¡Vamos juntos! —Una nueva explosión lo convenció de no dejar a su amiga ahí. Cynthia miró hacia atrás mientras le temblaba el labio.
—¡Te aseguro que nos encontraremos! ¡Corre tan rápido como puedas! ¡Ve!
Ash no respondió y se arrastró por debajo de la tabla.
Cynthia se levantó y con piernas temblorosas corrió hacia sus dos pokémon, decidida a sacarlos de ahí. El personal de la mansión se reunió en el jardín para llevarla de regreso. A pesar de todo, el Carpintero la quería ilesa, aunque una chispa de locura bailaba en sus ojos.
—No sabes en lo que te has metido —dijo uno de los guardias, mirándola con mofa.
—No, no tengo idea en realidad —Cynthia estiró los brazos y liberó a sus cuatro pokémon restantes, su equipo completo la rodeó para protegerla.
Hacia tiempo que no salían, no entrenaban ni sentían el aire fresco en sus pieles, y la libertad se les subió a la cabeza como un vino muy fuerte, haciéndoles rugir.
Elevó la nariz para oler el aire puro, limpio y frío del bosque. Casi se sintió mareada por estar al aire libre, pisando tierra después de tres años de pisar concreto.
El terreno estaba plagado de altibajos que agotaron sus piernas y Milotic la ayudó a no caer. Permanecer todo el tiempo en una habitación la volvieron débil, se preocuparon al verla con la piel demasiado pálida, producto de no tener contacto con la luz del sol. Gabite la alzó en su espalda y continuaron el camino sin mirar atrás.
—Gabite, aléjame de aquí. Solo… ve de frente. Por favor, vámonos de una vez —rogó.
Escondió el rostro en el Pokémon y se sujetó con fuerza para no caer. Irse de esa forma la hacía sentir como un animal al que quisieran dar caza. Togetic revoloteó hacia su cabeza y se acurrucó contra sus cabellos, canturreando algo suave, como si le dijera con cariño: «Respira hondo y largo el aire puro y ya verás cómo te sientes bien y fuerte otra vez».
Debían llegar a Azafrán, porque nadie en Azulona se arriesgaría a darles cobijo.
Quizás era medianoche o más, el tiempo desde la salida del Almacén hasta su entrada al bosque se sintió como una eternidad. Pero le consolaba que Ash ya no estuviera cerca, a diferencia de cuando lo encontró, ya no estaba herido ni débil, no llovía y la luna brillaba con increíble fuerza, podía encontrarse con algún entrenador o llegar a un Centro Pokémon sin problemas.
No queriendo sentirse inútil ni preocupar a sus amigos decidió bajarse de la espalda de su pokémon y les agradeció a todos por ayudarla, abrazándolos y susurrándoles que los quería. Los regresó a sus pokeball y continúo sola el camino, en silencio, sintiéndose tan cargada que no sabía si ese era el momento en el que podía llorar para sentirse un poco mejor, todo la estaba asfixiando y sentía volverse loca. La visión se le nubló poco a poco y se recostó contra un árbol, sin saber qué hacer.
—Al fin llegaste.
Cynthia giró al escuchar esa inconfundible voz que la había acompañado por casi una semana. Ash estaba detrás de ella, con la cesta en el brazo, mirándola con una extraña expresión.
—¿De dónde has…?
Detrás de él había una cueva pequeña. Era un chico listo.
—Te esperé, pero te demorabas tanto que entré a la cueva por si llovía —respondió tranquilo—. ¿Nos vamos ya?
Cynthia asintió, todavía algo perpleja, olvidando las lágrimas por un momento y aceptando la mano que le había extendido para que se levantara, aunque sus piernas estuvieran temblorosas todavía.
La adrenalina les había quitado toda pizca de sueño y no sintieron el tiempo de camino mientras Ash le hacía conversación. Cynthia no podía decir nada, percibía todo como una especie de sueño, como si nada de eso fuera real, pero se sintiera así. El amanecer se alzó junto con el final del bosque, dando paso a la ruta que conectaba a Azafrán. A lo lejos pudo ver la cúpula de un Centro Pokémon y se detuvo, haciendo que Ash retrocediera para quedar a su lado.
—¿Qué pasa?
Ash la sentía extraña, como si fuese una robot. La llamó otra vez hasta que, como la primera vez que la conoció, Cynthia se arrodilló para quedar a su altura y poder mirarlo cómodamente a los ojos.
—Yo me quedo aquí.
—Pensé que irías a Azafrán.
—Primero debo hacer algo.
Cynthia dudó unos segundos, pero continúo hablando, sin saber qué decir.
—Gracias por... acompañarme todos estos días... Y ayudarme...
Ash no la escuchó, enmudeció al verla a los ojos.
Sus ojos no eran pardos, eran grises. La oscuridad y la luz de la vela los había coloreado con destellos dorados, pero aquellos ojos eran grises.
—¿Ash?
Y su piel era muy pálida.
—¿Qué ocurre?
Sin responder, metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño objeto negro con detalles dorados.
—Para ti.
Cynthia clavó los ojos en el objeto.
—Es un labial —explicó, suponiendo que no ella no sabía qué era aquello—. Es tuyo. Tu rostro necesita un color.
Cynthia apenas tuvo tiempo de tomar el labial antes de ruborizarse.
No sabía cómo pudo obtenerlo, ni por qué estaba en su bolsillo, pero se lo estaba dando a ella. La emoción borró toda la seriedad en su rostro y sonrió ampliamente, como no lo hacía desde hace mucho.
—Vaya… Gracias.
Ash no esperó otras palabras y dio media vuelta para caminar en dirección contraria a ella.
