DOS


Papá desapareció otra vez.

El día del campamento, lo sorprendió buscándolo en el kumon y los recuerdos a partir de ese momento comenzaron a ser borrosos. Mamá partió hacia Azafrán en el mismo instante que recibió la llamada de la enfermera del centro. Le preguntó dónde había estado, tan muerta de preocupación que no le importó lo que había ocurrido con papá. Ash le sonrió y regresaron a casa. La explicación tan simple que salió de su boca bastó para generarle más preguntas, pero estaba bien y era lo único que le importaba, luego hablarían con calma para no estresarlo más, lo importante ahora era llegar a casa.

No volvieron a ver a papá. A juzgar por las huellas y la identificación que encontró la policía, quizás también se había extraviado por la tormenta y preferido seguir su camino hasta hallar una ruta o pueblo.

La rutina de antes regresó, con Delia en el jardín y Ash estudiando y saliendo a sus exploraciones solo o acompañado de amigos. La vida tranquila pero interesante a la que estaba acostumbrado, y la que abandonaría en dos años. Las ilusiones de convertirse en un entrenador ocuparon cada espacio de su vida y pronto el capítulo de papá dejó de tomar importancia, junto a su desaparición y la extraña base secreta en la que había permanecido.

Nada que no le causara emoción conseguía quedarse en su mente.

Las memorias borrosas se terminaron por diluir con el paso del tiempo. El cumpleaños número nueve pasó, y por fin llegó sus tan esperados diez años. Aunque solo eran ellos dos, fue el mejor día de su vida; cortar un pastel de chocolate y beber limonada hasta hartarse era suficiente para hacerle feliz. Algunos amigos de su madre los visitaron para darle las felicitaciones y entregarle algunos obsequios, hasta el Profesor Oak se apareció con un pequeño regalo y el recordatorio de que lo esperaba para entregarle su primer pokémon.

El día llegó y fue bastante memorable. Demasiado para lo que se suponía debía ser.

No fue el hecho de que Gary saliera de Pueblo Paleta como una estrella de cine mientras le restregaba en la cara la diferencia abismal entre ambos, ni que su madre llorara un poco por su partida, o la pequeña vergüenza que le hizo pasar delante todos. Fue el hecho de comenzar con el pie izquierdo en absolutamente todo: Levantarse tarde, llegar tarde, perder a sus tres opciones y quedarse con un Pikachu con tendencias cuasi sádicas por verlo sufrir y reírse a gusto. Sin embargo, Ash, con la poca paciencia que cargaba, traía también el peso de nunca abandonar lo que comenzaba, por horrible que le estuviera yendo.

Nada de aquella tormenta que vino significó algo para que se rindiera. Había comenzado mal, pero tenía que ser diferente, no esperaba que alguien o algo cambiara su situación, siempre había dependido de sí mismo y podía hallarle el lado bueno a lo malo.

Aunque Misty y Brock tuvieran una extraña obsesión con recalcarle lo evidente.

Ash disfrutaba de la compañía y fue un golpe de suerte conseguirse una deseada y otra no tan deseada.

Misty no era como alguna de sus ex compañeras de clases, ella llegó como una chica diferente, tan diferente a ella, (la chica de ojos… ¿pardos? ¿grises?); reaccionando por todo y exagerándolo todo. Ash nunca la vio como la «delicada rosa» que tanto escuchaba hablar a los maestros, Misty era como un rosal lleno de espinas, orgullosa de que nadie pudiese tocarla aunque quisieran; era una sirena salvaje, la que ahogaba a los marineros por el gusto de comérselos o jugar con ellos. Era más como otro niño para él (si tuviera que describirla), y sin darse cuenta la convirtió en una pieza importante dentro de sus viajes.

Aunque Brock era como un hermano mayor para él, Misty tenía algo. No sabía explicarlo con exactitud —tampoco se esforzaba en hacerlo—, pero sus primeras memorias de experimentar qué era tener una chica de su edad junto a él, tenían la imagen y forma de ella. Misty abrió el paso a nuevas formas de vivir ciertas cosas, como el hecho de quedarse mudo al verla con un bonito yukata rosa (color que seguía sin gustarle), sonrojarse de fastidio-vergüenza cuando insinuaban cosas falsas entre ambos, convivir solos con armonía hasta parecer una pareja que quería divorciarse y la constante pelea sobre conceptos que mantenían. El romance que Misty anhelaba era cursi y bobo, pero era un poco gracioso verla idiotizarse por cosas que la hacían suspirar como princesa de cuentos de hadas (de terror). También comenzó a sentir cierto gusto por verla rabiar por su culpa, o desquitarse después de que ella lanzaba un manotazo contra él. Estar con Misty era estar en un juego de competencia sin reglas, donde el mejor ganaba y el perdedor debía aguantarse las ganas de gritar que hacía trampa. Su primera amiga, su primer reto, su primera valla, su primer espejo.

Pero no duró para siempre, aunque así lo hubiera querido.

Cuando Misty se fue de su lado, tenía trece años. Ya no era el niñito inexperto que salió de casa, sino que era capaz de mantener la cabeza un poco fría cuando lo necesitaba. No le avergonzaba llorar, pero le resultaba extraño que le pesara decirle adiós mientras sus ojos se nublaban. Misty fue la más afectada de ambos, pero tan acostumbrada a su estilo, no soltó ni una lágrima y le sonrió con dulzura, quitando todo rastro del juego que ambos mantuvieron desde que comenzaron a viajar juntos. Después de ello, la entrenadora de tipo agua dejó de aparecer en sus viajes, y él abandonó la región en la que había vivido desde su nacimiento.

Quizás, Misty lo había preparado para May.

May era como un bonito girasol. La conoció en Hoenn y sin imaginar que se convertiría en su nueva compañera.

May era una graciosa combinación de lindura y arranques de enfado. Su torpeza y corazón la elevaban a un área en la que podías enojarte con ella y luego pedirle perdón. Podía llegar a ser tan inocentona e impulsiva como Ash, pero le ganaba en pequeños puntos de sensatez. Ash la miró perdida y también la miró crecer, pensando en Misty y ser él quien ahora ocupaba el lugar de espectador. Los concursos eran buenos, aunque no le llamaban la atención a la altura de una batalla, pero cuando se trataba de ella podía estar viéndolos todo el día.

Con ella aprendió qué era ser responsable con otros y a tener una pizca más de paciencia. Aunque Brock seguía a su lado, May necesitaba ayuda práctica, y tenerla junto a él, enseñándole lo que sabía y viéndola imitarlo para lograr ganar era gratificante. También estaba aprendiendo de ella. Quería apoyarla en todo, aunque a veces discutieran y pelearan por cosas minúsculas. May pasó de ser una chica desorientada a una coordinadora que podía llegar a ser una rival de la que había que cuidarse. Su potencial se disparó con la aparición de otro coordinador llamado Drew, quien se ganó la atención de su compañera. Ash recordó su propia rivalidad con Gary y sus sueños continuaron empujándole durante su viaje. Aunque quedó un poco desplazado de la atención de May, el listón que ambos compartían se guardó en un sitio especial en su habitación, junto a todos los logros que estaba consiguiendo. El adiós también llegó, despidiéndose de ella con un profundo sentimiento de realización.

Si con Misty había aprendido muchas cosas, con May se solidificaron algunas. Pero los cables terminaron de soldarse con la llegada de Dawn.

Ostentosa y presumida, la feminidad hecha persona apareció en Sinnoh. Una chica diferente a May y a Misty. Ash pasó por un cambio al convivir con ella, dejando atrás al niño que Misty molestaba y a la figura que May usó para volverse fuerte. Dawn se convirtió en su mejor amiga, la chica más cercana a él para sus locuras, sus peleas y sus rabietas, pasando de la seriedad al juego con facilidad cuando querían. Aprendieron mutuamente de ambos, sabían que podían contar con el otro para cualquier cosa.

Dawn solía vestirse como una porrista cuando tenía batallas importantes y le subía un poquito el ego, como si supiera que toda ella lo miraba a él y a nada más, detalle que disminuía a sus sentidos cuando se sumergía de lleno en la batalla que estaba viviendo. Perseguirse el uno al otro era tan normal que las miradas furtivas y cuchicheos comenzaron a aparecer, por primera vez, de una forma más seria. Si solían molestarlo con Misty algunas veces, Kenny se mostraba abiertamente celoso. Ash no vio más allá, su capacidad de mantenerse ignorante ante lo obvio era otra forma de eliminar de su mente lo que no le causara suficiente emoción, por ende, interés. Dawn era su amiga y disfrutaba de estar con ella, sin saber que Dawn, en silencio, a veces dudaba de su relación.

De todas formas, Dawn no era lo único en Sinnoh.

Con quince años y formándose con la experiencia de las anteriores regiones, estar en aquella región fue como llegar a un examen intermedio. Paul era un rival que le alteraba el mundo que apenas estaba entendiendo y por primera vez dudaba de sus experiencias. De alguna forma lo respetaba, sobre todo cuando se atrevió a retar a la campeona de Sinnoh.

Es que era una mujer sorprendente.

La vio por televisión, ordenando a su imponente Garchomp el golpe final para ganar su batalla. Su inusual buena suerte lo llevó con sus dos amigos a encontrarla, su imagen los dejó con la boca abierta. Paul también apareció, ignorando las burlas de los demás cuando la retó. Perdió, bastante humillante, pero probando lo que era enfrentarse a ella. La campeona tenía un rostro serio, pero su forma de hablar tan simpática no la mostraba como alguien arrogante. Ash sintió que le agradaba.

Convivir un solo día le bastó para comprobar que ambos adoraban a los pokémon de la misma forma; ella parecía tan inteligente en todo lo que se trataba de curarlos y su filosofía de vida era parecida a la de él. Cuando se lo dijo, Cynthia sonrió contenta y se despidió con un aire risueño de todos, dejando la faceta seria por una más juguetona mientras agitaba la mano.

Esperaba volverla a ver.


¿¡Dónde has estado!? ¡Desapareciste sin dejar rastro!

No has llamado ni dejado algún mensaje, estábamos preocupados.

Tampoco contestabas nuestras llamadas.

Cynthia se concentró en la comida de su plato mientras su familia la llenaba de preguntas. Regresar a Sinnoh había sido la parte más difícil de todo, quería verlos, pero no quería contestar ninguna pregunta que le haga recordar lo que ya había abandonado.

La respuesta a todo fue haberse ido de entrenamiento especial al Monte Coronet y quedarse ahí durante todo su tiempo de ausencia, explicando de forma automática la palidez de su piel y el hecho de que pareciera tan marchita. Los regaños de preocupación cesaron un momento, momento que aprovechó para dejar los cubiertos sobre el plato vacío y hablar ella.

Me voy otra vez. Parto esta misma noche.

Ya había perdido demasiado tiempo.