SERENA
Y Sinnoh terminó. Ash no sentía el peso de abandonar una región por ser un espíritu libre y por saber que su madre estaba en Kanto, esperándolo, además de sus dos primeros amigos.
Unova se le presentó casi al instante, no se lo pensó dos veces para alistar una mochila nueva y salir de viaje. Con todo lo que había aprendido en Sinnoh, Unova tenía que ser un paso más a cumplir sus sueños.
Nuevamente, las cosas no salían como lo esperaba.
Dentro de esas irregularidades apareció Iris. Ninguna de sus anteriores compañeras era tan salvaje e hiperactiva como ella.
Iris era un vendaval constante que se apegó a él sin un motivo claro, pero no se lo cuestionó. Las discusiones con ella eran tan sin sentido que Iris las ganaba restregándole que era «un niño» y no se decía nada más. Ash llegó a fastidiarse con esa actitud, con ella sin dejar de repetirle que era un niño, aunque fuese tan inmadura como él; aun así, Iris no era una mala persona, tan solo había que tratarla bien, y llegó a disfrutar su compañía. Era una chica fuerte, compartiendo su amor por las batallas y sin la necesidad de que alguien la proteja. Tener a Iris a su lado era compartir ese lado de él que solo quería escalar en el mundo del entrenamiento y sentirse comprendido, igual que alguna vez lo hizo con Misty. Ambos se alimentaban los sueños hasta que comprendieron lo que les deparaba el futuro: algún día tendrían que enfrentarse en serio, demostrar quién era el más fuerte. La despedida de Iris se sintió como una pausa en realidad, sus caminos no estaban tan separados, en algún momento se encontrarían otra vez si querían cumplir sus sueños.
Unova no fue como lo planeó, pero le ayudó a pulir su forma de entrenar y ver las cosas. Reparó que ya no estaba perdido como los primeros años, ahora tenía un plan, y aunque no era estrictamente lineal, se encontraba mucho más centrado en sus objetivos. Ash pasó a convertirse de alguien a quien debían proteger y guiar al tipo de persona con quien podías sentirte seguro a pesar de sus excentricidades y lado relajado. A punto de cumplir los diecisiete años, queriendo reforzar en lo que se había convertido, partió a la lejana región de Kalos.
Kalos era muy diferente a cualquiera de las regiones que había visitado antes. Llena de pueblos y ciudades que parecían haber sido sacados de un cuento infantil, era un soplo de aire fresco que estaba disfrutando (aunque casi se mata). Sus primeros amigos también resultaron diferentes. Clemont era un chico amable, aunque vergonzoso y con poca voluntad, pero en batalla sabía cómo actuar sin que ambas características fueran en su contra. Ash siempre acababa deslumbrado por sus inventos —algo que le llamaba demasiado la atención además de las batallas—. Ambos eran apasionados en diferentes contextos, y Clemont comenzó a admirarlo en silencio. Su hermana pequeña, Bonnie, le recordó a Brock y le fue imposible no tenerle cariño.
El grupo no estuvo completo hasta la llegada de Serena.
Para ser sincero, ninguna de las chicas que había conocido lo preparó para Serena.
Si Dawn era la feminidad hecha persona, su misma actitud algo atrevida la mantenía en una línea donde él podía tratarla sin necesidad de tener cuidado. Con Serena no era así. No, ella era muy distinta.
Ni siquiera tenía algo en mente cuando la invitó a viajar con él aparte del agradecimiento por haberle animado en una batalla importante. Ella terminó aceptando y la presencia femenina detrás suya se mantuvo silenciosa y tranquila.
Silenciosa y tranquila…
—Ash… ¿Me recuerdas? —le preguntó un día.
Por supuesto que no lo hacía, ¿cómo iba a tener en sus memorias el campamento al que fue cuando tenía ocho años? Pero el pañuelo que ella conservaba, el que su madre le había dado antes de dejarlo con los demás niños, activó su memoria y poco a poco la imagen de una niña llorosa con sombrero de paja apareció. Ash sintió que le brillaban los ojos, no había probabilidades para volver a verla, pero ahí estaba ella delante de él, con una expresión de molestia infantil por no haberla recordado cuando ella lo estuvo haciendo todo ese tiempo. Era una coincidencia estupenda.
Serena tenía la cabeza metida en otras cosas, siempre soñando con las cosas bellas y preocupándose por su apariencia. Le preocupaba más hornear deliciosos postres a meterse en alguna batalla brusca. Tampoco era sorpresa verla bailar como si el mundo no existiera, vivía en un mundo donde reinaba lo bello y nada más. Ella no estaba interesada como él en el entrenamiento, tampoco tenía un sueño, era como una hoja llevada por el viento.
Con todo ello, Ash no la consideró una carga, ni alguien fastidiosa, de hecho, procuraba que se sintiera bien y cómoda, tratándola con cuidado. Serena nunca le llevaba la contra, siempre prefería el diálogo antes que a los arrebatos y aquellas características le hicieron comportarse más considerado con ella. Demasiado, quizás. A veces estaba algo loquita cuando se trataba de fantasmas e historias de terror, o cuando algo la molestaba o inquietaba tanto como para perder su calma, pero nunca pasaba de ello. Su carácter templado nunca le causó algún tipo de problemas.
Serena se hizo unida a él, Ash le tenía confianza y trataba de ser siempre amable. Si ella no lo trataba mal, ¿por qué motivo él lo haría? Verla tan perdida también lo empujó a ayudarla a encontrar su camino, verla crecer, volverse alguien. No la presionó, no quería apresurar las cosas para ella, sabía que en cualquier momento florecería y así ocurrió, encontrando la vocación perfecta para ella. La refrescante satisfacción y el agradecimiento por su amistad y ayuda le llevó a regalarle un bonito lazo azul, convencido de que ella le daría un buen uso en alguna de sus confecciones para sus pokémon.
No fue así, el lazo fue a parar en su pecho, cerca al corazón.
Aunque la consideraba una amiga cercana, Serena tenía tendencia a desaparecer en momentos que más frustrada se sentía. Ash prefería dejarla sola, no estaba muy convencido, pero eso parecía hacerle bien y no volvía a tocar el tema.
Kalos trajo demasiadas cosas nuevas para su vida, la responsabilidad que sentía sobre su grupo, la evidente admiración que sentían muchos entrenadores al verlo y la racha de victorias que mantenía. Al fin todo le estaba yendo como deseaba, quizás ese sería el año donde podría comprobar que tenía la suficiente habilidad para hacerse con el trofeo de campeón.
Pero todo volvió a lo de siempre: nunca ocurría como esperaba.
Las victorias se acabaron, las dudas salieron a flote junto a los recuerdos de sus anteriores experiencias que al parecer no eran suficientes, las miradas de preocupación de sus amigos que le hacían sentir incómodo. Quería estar solo, unos momentos, replantearse muchas cosas antes de dar un paso más y se retiró al bosque. Hacía frío, todo era blanco y su mente estaba igual, era incapaz de comenzar por algún punto, pues no sabía en dónde era que estaba fallando.
Y la voz dulce que siempre le animaba empeoró su confusión.
Serena estaba delante de él, lo sabía de sobra. La miró unos instantes, sorprendido. Bajó la mirada cuando una punzada de irritabilidad apareció en su pecho. Él la dejaba sola, ¿por qué no podía haber hecho lo mismo? No la quería ahí, no quería a nadie. Se disculpó por haberse ido, pero no dijo nada más, esperando que ella lo captara.
Serena comenzó a decir un montón de palabras que a su yo de trece o catorce años le hubieran funcionado, pero el entrenador que era ahora no podía —ni quería— compararse con una novata que necesitó demasiado tiempo para decidirse. Sabía que no era su intención, pero ella no estaba midiendo sus palabras, aunque eran amables y comprensivas. Calló por el resentimiento, deseando tener la misma ignorancia que ella frente a la vida, hasta que su parte impulsiva, esa que siempre le ayudaba a actuar, apareció como una ráfaga y le hizo levantar el rostro para enfrentarla.
Se sentía herido, y quería herirla a ella también.
Se levantó para gritarle. ¿Qué iba a entender de vivir sin que nada comenzara según sus planes, mientras veía a sus rivales estar siempre varios pasos delante de él, haciéndole ajustar varias veces sus ideas? Ya no tenía diez, ni quince, no podía retroceder a esos tiempos para cambiar lo que estaba afectándole ahora.
El tono duro de su voz fue un golpe directo a su alegría y compasión. Pero Serena también había cambiado, y en lugar de amedrentarse, reaccionó con molestia. No lo dejó sin antes golpearlo de alguna forma, no quería verlo ni hablar con él si iba a tratarla así.
Tirado en la nieve recordó a Iris, todas las veces que lo llamó niñito y su situación actual. Ella tuvo razón ¿Qué estaba haciendo? ¿Desde cuándo se lo pensaba dos veces? ¿Cuándo se había convertido una máquina automática de pelea que no sabía adaptarse? ¿Cuándo sus sueños se convirtieron más en una carga que algo por lo que vivir?
Volver a sus raíces, esa era la respuesta. Regresó para intentarlo, como siempre lo hizo y lo haría.
No ganó, pero la satisfacción de quedar en segundo lugar le llenó de convicción sobre sus pasos hasta la fecha. Estaba en el camino correcto, en el lugar correcto.
Kalos fue una región diferente, incluso en sus despedidas. Tenía más lágrimas en lo ojos de los que alguna vez las tuvo. No lloró como lo hizo en Kanto, pero estuvo muy cerca. Serena fue la primera en decir qué era lo que quería y la acompañaron al aeropuerto para ver por última vez a la jovencita que ahora quería llenar al mundo con sonrisas. Su sueño de hacer felices a las personas era demasiado grande y complicado, pero, ¿qué derecho tenía él de decir lo que se podía alcanzar y lo que no? Ella lo lograría, a su ritmo, igual que él.
Tenía razón al pensar que ninguna de las chicas que había conocido lo preparó para Serena. Nada lo había preparado para lo que vino después. Sus palabras eran confusas: el afirmarle que era su meta y que se convertiría en alguien hermosa cuando la viera otra vez. Pero se trataba de la chica tímida que se mantenía a su lado todo el tiempo, la que ahora deseaba mostrarle todo lo que podía lograr sola en el futuro, por lo que no le buscó más significado del que entendía. Un cosquilleo extraño le invadió el estómago, como si le emocionara la idea de verla cumplir sus palabras. Se despidió risueña y sin añadir algo más.
No dejaría de sorprenderlo hasta el último minuto.
Los labios tibios y suaves apretaron los suyos unos momentos, acariciando con suavidad el sentimiento de cariño que existía entre ambos, pero que se había desarrollado en ella. Se inclinó un poco por inercia y las escaleras se la llevaron hacia abajo, cerrando para siempre el capítulo de sus viajes.
Enmudeció, conmocionado, atontando al sentir que el mundo tomaba diferentes perspectivas mientras la miraba alejarse. ¿Serena estaba enamorada de él? ¿Él? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? Una sensación increíble le recorrió el cuerpo, pero no era agresivo, sino calmado, como ella. No pudo más que sonreírle y decirle adiós con entusiasmo, esperando que aquella señorita cumpliera todos sus sueños, agradecido de haber ocupado un lugar especial en su corazón.
Serena, la muchacha dulce y a veces extraña, la de radiante personalidad que atrae ahora a todos los que la ven, se fue de su vida, sin saber que lo estaba preparando para algo más.
—Paul, estuviste de maravilla.
Uno de los muchachos de la multitud se acercó a su joven retador para animarlo entre todas las burlas. De piel tostada y algo más joven que Paul, debía ser también un entrenador.
Cynthia lo miró con curiosidad, atenta a las palabras que decía.
—Paul, espera, sabes que el Centro Pokémon no está por allá.
Su preocupación por los pokémon ajenos le dio una buena imagen del desconocido. Hizo su trabajo como campeona al corregir al entrenador de mirada dura y tener a ese grupo de jóvenes con ella le hizo sentir una gran responsabilidad. Conocía bien qué era el desear poder y fuerza, no podía culpar a alguien que pensara igual. Concentrada en sus explicaciones y en curar a esas adorables criaturas, el mismo entrenador amigo de Paul se acercó a ella con una mirada de admiración que la dejó momentáneamente muda. Aunque estaba acostumbrada a los ojitos brillosos, Ash era de los pocos que se atrevían a hacer contacto directo. Le sonrió contenta, el Pikachu en su hombro lucía muy saludable y feliz, igual que el Piplup de Dawn.
Ash terminó por capturar su atención al escucharlo discutir con Paul. Guardó silencio mientras meditaba en las palabras del muchacho, dichas con tanto énfasis que apretaba los puños y miraba enfadado, casi podía jurar que se lanzaría a tomarlo por los hombros y sacudirlo hasta que tratara bien a sus pokémon.
Aquellos dos chicos le interesaron desde entonces, deseando ver cuál sería su desenlace, sobre todo de aquel chiquillo que le recordaba vagamente a su amiguito de hace años.
