ASH
A Alola llegó por accidente.
No tenía otra forma de explicarlo.
De repente él y su madre ganaron boletos de avión gracias a una tómbola y de repente estaban subidos a un avión para llegar a la lejana región tropical de Alola, donde parecía nunca hacer frío por el clima cálido ni existir la tristeza por las sonrisas en cada miembro de su población. Las pequeñas vacaciones fueron como un oasis para la familia de dos; por primera vez en años estaban abandonando la rutina de estar en casa y de viajar, también era la primera vez en mucho tiempo que estaban juntos, compartiendo momentos en familia. Delia dormitaba en la playa y Ash exploraba cada rincón de la ciudad y las áreas verdes cuando dejaban de hacer turismo, cada uno disfrutando a su modo su tiempo libre hasta la hora de las comidas.
Un par de días antes de regresar a Kanto, Ash conoció a un pokémon extraño y su encuentro (tan accidental como su llegada) lo llevó a conocer a un grupo de estudiantes de su edad que le llevaron a decidir que era una estupenda idea quedarse en la región para estudiar un semestre con ellos. Se terminó de instalar en la casa del profesor Kukui cuando este se ofreció a darle un espacio y en cuanto todo estuvo en su sitio, alistó su mochila, llenándola de artículos escolares en lugar de un saco de dormir, de comida enlatada y medicinas. Estaba ansioso por empezar las clases y no pudo dormir. Dejó escapar una diminuta risa al pensar que de niño lo consideraba una de las peores cosas que existían. Era diferente ahora, claro, porque nada le gustaba más que concentrarse en los pokémon y después de tantos viajes y conocimiento obtenido de forma práctica, le haría bien algo de conocimiento teórico, además, sus compañeros eran un pequeño grupo variopinto que lo trataba como si lo conocieran de toda la vida y lo aceptaron al instante. Kiawe se convirtió en su amigo y rival, Chris y Lana siempre tenían algo para sorprenderlo y Mallow le transmitía un aire maternal que cuidaba de él a la vez que acompañaba en sus excursiones.
Lillie era el punto y aparte de aquel grupo.
Ella era la viva imagen de una muñeca de porcelana, desentonando con el ambiente accidentado y aventurero de la región. De maneras suaves, voz delicada y trato elegante, Lillie le recordaba a una damisela que encendía en él una especie de alarma que le llevaba a estar siempre vigilando que no sufriera alguna crisis. Lillie le temía a los pokémon, algo tan normal y querido en su mundo que no lograba entenderla con exactitud. Con todo aquello, ella todavía se interesaba en conocerlos y se esforzaba en superar aquel miedo que la paralizaba. Además, era una chica muy inteligente que le enseñaba más en unas frases que leyendo libros. Le gustaba estar con ella, le gustaba sentir en su cuerpo el instinto protector para cuidar de ella cuando se ocultaba detrás de su espalda. Pero la señorita de blanco le tenía un fuerte disgusto a que la sobreprotegieran y trataran como a una bebita, además de negar que lo suyo fuera miedo. Para Ash era gracioso, estaba contento de acompañarla y ayudarla en todo lo que pudiera, tanto que se convirtió en algo normal ir a visitarla a la mansión donde vivía. La trataba distinto a los demás. Lillie lo respetaba, nunca discutía con él, fortaleciendo la relación que compartían. Conocerla fue descubrir que las personas esconden detrás de sus sonrisas historias de soledad y resentimiento, y la tranquila región en la que estaba se transformó en una gama de sucesos que terminaron muy mal para la amiga que ocupaba su atención por sobre los demás. Conocer a su hermano mayor también le enseñó que no todos los corazones deseaban que entraran en ellos —aunque quisieran—, simplemente algunos preferían luchar solos. Lillie y Gladion eran distintos, pero los unía el pasado y el fuerte cariño que se tenían. Ash también se sintió unido a él, sobre todo cuando se trataba de proteger a Lillie. Al final, cuando todo terminó, cuando todo se resolvió y el desenlace fue uno feliz, Ash sacó sus propias conclusiones respecto a los hermanos: Nunca debía dejar solo a alguien que lo necesitaba. Por más que insistiera, por más que demostrara que no lo necesitaba, eran una familia, y las familias estaban ahí, ya sea acompañando en el proceso o guardando silencio a tu lado, asegurándose de que sepas de que no estaba solo mientras todo pasaba.
Sí… familia, esa era la palabra correcta. Una de las cosas que Alola le dio.
Junto con la calidez de Lillie reinaba la calidez del profesor Kukui. El hombre mayor, amable y atento se convirtió en el padre que no tuvo. Siempre compartiendo sus ilusiones con él, tratándolo de forma cercana y preocupándose por su futuro, Ash vivía con una suave sensación de seguridad en su interior, consciente de que podía contar con él las veces que hiciera falta y las que no. Sin vergüenza alguna lo llamaba familia, sin importar que la sangre no los uniera. Los recuerdos de su propio padre no tenían un sentimiento para él; no le guardaba rencor, tampoco cariño, era algo insípido. Las probabilidades de volverlo a ver eran nulas, pero si ocurría, tampoco rechazaba la idea. No le gustaba vivir en el pasado. Kukui ocupó ese espacio sin forzar la cerradura, quería al niño extranjero como si fuera su hijo y lo demostraba de forma casual y sutil —él y su esposa—, sin tener que exagerar el sentimiento. Ash era el rayito de sol que alegraba su hogar.
El rayito de sol que lo venció, el que demostró que en dieciocho años se había desarrollado y progresado tanto como para alzar el trofeo y coronarse como el primer campeón de Alola.
Su mayor logro también fue su primera valla. No podía seguir ahí si quería continuar fortaleciéndose, aprendiendo, crecer. El semestre no terminaría con él.
La despedida sí tuvo lágrimas, al igual que las tuvo en Kanto, pero era de inmensa alegría. No las ocultó, las dejó caer libremente mientras veía a sus amigos despedirse de él en el cielo de Alola, el que presenció su victoria y el que la recordaría para siempre.
Su vida en Alola no terminaría, aunque abandonara la región ahora. El título en sus manos se mantendría todo el tiempo que él se esforzara en cuidar que no se lo quitaran. Volvería en algún momento, pero era el tiempo de decir adiós.
Kanto lo recibió sin darle espacio para respirar, el recién inaugurado laboratorio del profesor Sakuragi lo nombró investigador de campo junto a un chico de su edad llamado Goh y su labor lo llevaba alrededor del mundo. Era el trabajo perfecto para él mientras buscaba su próxima dirección para perseguir sus sueños.
Si los alcanzaba, la idea de dedicar su vida a trabajar en ese rubro le parecía excelente.
—No, no, me estoy confundiendo, ¡te está equivocando!
Cynthia nunca regañaba a sus pokémon. En diferentes situaciones y causas, sabía cómo regresar el orden sin necesidad de perder la paciencia ni recurrir a los gritos. Garchomp la miró impactado, el arrebato de su entrenadora lo llenó de inquietud y se adelantó unos pasos para enfrentarla, quería verle el rostro. La mujer rubia le desvío la mirada y dejó que de sus labios fluyera un suspiro entrecortado, no podía ocultarle nada al que había sido su compañero desde que tenía diez años. Con un gesto de profundo arrepentimiento levantó la mano para acariciarle la cabeza, tratando de transmitirle con el tacto de sus dedos todo el cariño que sentía.
—Lo lamento, Garchomp —musitó—. Dame un poco de tiempo, ¿sí? Sabes que no es fácil.
El pokémon acarició sus cabellos rubios para transmitirle calma y demostrarle que no se sentía enojado. Tal vez, pensó, había hecho mal en comunicarle sus dudas respecto al muchacho que no dejaba de aparecer frente a ambos con sus amigos. Cynthia borró la sonrisa cuando se lo dio a entender, se quedó muda, negando fervientemente con la cabeza. Estaba más distraída desde entonces, también algo sensible.
Encontrarse con Ash y sus amigos durante sus viajes por Sinnoh revivía episodios que creyó haber superado. No eran ellos el problema, no, se sentía mal por otro motivo: el muchacho del grupo le recordaba demasiado a Ash. Los pequeños gestos y palabras, su manera de demostrar su enfado a través de su mirada, sus ojos expresivos… tenía que ser una coincidencia. Que se llamaran igual no era prueba suficiente de que se tratara de la misma persona.
Pero no trató de averiguarlo, no tenía sentido hacerlo. Además, de ser él quien creía, tenía que recordarla.
Se plantó frente al aparador de una Boutique, fingiendo que miraba los vestidos cuando en realidad se estaba viendo a ella. No había cambiado demasiado, excepto por su cabello rubio que dejó crecer, y tampoco lucía como una muchacha, era una mujer. Todavía así, si su amigo era él, tenía que recordarla o sentir que ella le recordaba a alguien.
Inhaló y exhaló con toda la lentitud que pudo para calmarse, pasaría lo que tendría que pasar, aunque no estaba preparada para que eso sucediera.
Ash, Dawn y Brock fueron una pieza esencial para derrotar a Cyrus, para ayudar a Sinnoh, para salvar a los legendarios, y en toda esa travesía el trío de entrenadores se unió a ella. La llamaban amiga, la trataban como a una y el sentimiento era mutuo, Cynthia les tenía cariño, veía un excelente futuro en sus vidas.
Minimizó el asunto de Ash para concentrarse en su título, hasta que la liga comenzó.
Revisando la lista de concursantes y sus datos de registro para confirmar que todo estaba en orden, se quedó sin respiración, sintiendo que todo el centro daba vueltas. Delante de ella estaban los datos de la identificación de Ash y su fotografía, su nombre completo, su lugar de procedencia, su edad y sus antecedentes. Hizo cálculos y no había dudas, ese era el niño que conoció en Kanto.
Se llevó una mano temblorosa a la boca, estremecida por su descubrimiento. El niño que estuvo con ella se había transformado en el muchacho de casi dieciséis años que estaba en la foto, real, no eran alucinaciones. No perdía la sonrisa, ni su forma de mirar con determinación. Los malos recuerdos desaparecieron cuando la invadió un hormigueo agradable, estaba feliz de verlo otra vez. Sin que su mano dejara de temblar se arregló el pelo y alisó su ropa antes de tomar su sitio en el estadio, estaba emocionada, tanto que temía no poder ocultarlo. Tomó un poco de aire por la boca varias veces y regresó a su usual calma. Su alegría no tenía que estorbar a su lado crítico, era la campeona, después de todo. Ya había comprobado lo fuerte que era Ash, pero era necesario saber a qué nivel. Antes de descubrir cuál era su identidad tenía un gran interés en el desarrollo de sus habilidades y era el momento perfecto para analizar su progreso.
Ash no ganó, pero su manera de desenvolverse fue espectacular. Su actitud y espíritu ardían de forma prodigiosa, disfrutando de la batalla y procurando que sus pokémon lo hicieran también, siempre velando por su seguridad. Desapareció del estadio antes de que pudiera hablar con él, pensando en lo divertido que sería revelarle la curiosa relación entre ambos.
Sin embargo, la sonrisa en su rostro conseguía desaparecer cuando imágenes de la mansión aparecían de forma automática. Tener a Ash otra vez la llenaba de recuerdos parásitos que ya no deberían estar en ella. Se apartó del público después de entregarle el trofeo a Tobías y se dirigió con lentitud hacia uno de los probadores vacíos. Tomó asiento en una banca para inclinarse hacia delante, hundiendo su rostro en ambas manos.
¿Por qué le costaba tanto?
No había superado esa época, creía firmemente que sí, pero Ash le demostraba lo contrario. Le asustaba la idea de enfrentarse a algo que deseaba con todas sus fuerzas olvidar, pero ya veía que era imposible huir de él y lo complicado que sería si no lo resolvía pronto. Se sentía agotada emocionalmente y pronto lo haría de forma física si no tomaba una decisión por su bienestar. Así no lograría nada.
Bien, era el momento de tomarse un descanso y viajar a Unova para hacerlo. Era su región favorita para olvidarse de todo. El paisaje, el clima, los diferentes tipos de pokémon que tanto amaba y su mayordomo que la trataba como si fuese una hija sanarían parte de su ansiedad. Eso le haría bien, después resolvería sus asuntos en Sinnoh. Además, Caitlin le había comentado hace unos meses atrás su deseo de que participara en el Pokémon World Tournament y verla para aclarar ese asunto la distraería.
Estaba decidido, iría a Unova unas semanas.
Pero Ash también estaba ahí, como si el destino insistiera en que enfrentara su realidad de una vez por todas. Ash se le acercó con una radiante sonrisa y le hizo olvidar en ese instante lo que la estaba preocupando. Así era él, tan agradable en su forma de tratarla, buscando transmitirle su simpatía. La presentó como su amiga a sus nuevos compañeros y su corazón dio un pequeño brinco, contenta de que le tuviera confianza y estima. Entendió que Ash no la recordaba en absoluto, para él Cynthia era una persona distinta, nueva, no la chica que estuvo encerrada tres años en una habitación. Quizás así era como debía ser.
Sí, tenía que resolver mucho de su pasado, pero era mejor mantenerse en secreto. No le haría recordarla.
No se lo diría, Ash no tenía por qué saber.
Pronto terminará esta historia. Si has llegado hasta aquí: muchas gracias por acompañarme.
