CYNTHIA


Goh resultó ser una pieza de rompecabezas para su vida, disfrutaba trabajar a su lado mientras tenía la oportunidad de volver a lugares y regiones que no visitaba hacía años, reencontrarse con viejas amistades y rivales, y lo más importante de todo: Conocer a Lionel, el campeón de la «Serie Mundial de Coronación». El joven hombre despertó en él unas electrizantes ansias de enfrentarse cara a cada algún día, de comprobar en qué parte de la pirámide de poder se encontraba. Ser el campeón de Alola no le aseguraba estar entre los mejores, pero aquel campeonato lo decidiría. Contagiándole su euforia a Goh se inscribió oficialmente después de conocerlo; el Proyecto Mew y los constantes retadores en sus viajes sería una forma perfecta de entrenar. Llegaría a la cima con diecinueve años.


Cuando Cynthia se inscribió para la Serie Mundial de Coronación, Cynthia tuvo la sensación de estar flotando y la felicidad se acomodó en su sonrisa suave durante muchos días. Había soñado con eso por años, por fin lo estaba haciendo realidad. Lleva el cariñoso título de «La Reina de Sinnoh» a veces la avergonzaba, pero estaba dispuesta a demostrar que se lo merecía, era el momento perfecto para retribuir ese amor. Durante su recorrido de entrenamiento no imaginó que se volvería a ver con Ash, con su sonrisa brillante y deseos de superación al rojo vivo, siempre emocionándose por verla. En cuanto supo que él participaría al igual que ella, se desconcertó, pensando que era una enorme coincidencia sus constantes reencuentros. Rememoró el día en que se conocieron, cuando él le aseguró que participarían juntos y que tendría una batalla con ella, pero que también la apoyaría por ser su amiga. Una nueva ola de alegría la envolvió con suavidad, aquello era maravilloso. Estaba convencida de que Ash iba a llegar a los Ocho Maestros. A su modo, él estaba cumpliendo su palabra, y era bueno. Sin pensarlo, le ayudaba a verse a sí misma diciéndose que lo estaba logrando. Ya pronto no quedaría nada más que la atara al pasado, ni a Sinnoh, ni a nada.

El día que regresó a Sinnoh, cuando visitó a sus padres unas horas antes de volver a irse, no se había detenido en ninguna ciudad o pueblo. Quería ser fuerte, quería demostrar lo poderosa que era y la obsesión se fue acrecentando conforme libraba batallas sin detenerse; haber perdido tanto tiempo la frustraba demasiado. Odiaba tener que recordar sus días en Kanto, la desagradable mezcla de sentimientos que la embargaban entorpecían sus logros al intentar disfrutarlos.

Pero ya no estaba ahí, era libre de nuevo, tenía que dejar de mirar atrás.

Lo hizo todo otra vez, desde el principio: Juntar las medallas en orden y recorrer los lugares que ya había pisado. Aún en su inquietud, amaba respirar el aire puro, dormir a la intemperie y tomarse su tiempo para pequeñas cosas que le gustaban en su hora de descanso, como elegir un sabor de helado y visitar su región favorita. Todo se sentía diferente, ella también. Pero ella tenía que ser mejor y sus pokémon la apoyaban en sus metas. Los atesoraba ahora más que nunca.

Cuando su séptima batalla de gimnasio terminó y la medalla fue a para en sus manos, el líder de gimnasio no la felicitó, sino que la miró con una especie de compasión que le causó rechazo. Odiaba la lástima, era el peor sentimiento que alguien podía entregarle. ¿Por qué la miraba así? No había hecho nada mal, siempre era cuidadosa con su equipo y sus estrategias se concentraban en causar el máximo daño si dañarlos a ellos. «¿Por qué?» Se repetía; trataba a ciegas de comprender y se esforzaba por no sentirse ahogada bajo esa mirada compasiva que amenazaba con ahogarla en memorias.

—Eres muy talentosa —le dijo sin rodeos al verla atribulada—, pero pareces demasiado seria, demasiado adulta y dura contigo misma. No estoy seguro de cuál es tu motivación para entrenar, pero no dejes que te prive de una de tus mayores cualidades.

—¿Cualidad? ¿Cuál cualidad? —las preguntas retumbaban en su cabeza.

El anciano se acercó a ella y le tocó suavemente el hombro en un aire de querer revelarle un secreto, provocando que una chispa de reminiscencia le haga apretar la mandíbula mientras luchaba por mantener el semblante inconmovible. Quería oírlo, necesitaba oírlo

—Las personas como tú siempre dejan una huella a su paso, porque son sensible a los sentimientos ajenos y eso les da la capacidad de generar soluciones casi al instante. Además, eres simpática y tu presencia es placentera.

«Un añadido especial para la colección».

—Pero ser fuerte físicamente no te servirá de nada si no lo eres mentalmente. Deberías tomarte un tiempo para hablar con tus pokémon, estoy seguro que ellos tienen algo que decirte.

Cynthia colocó el estuche de medallas en el centro del pequeño campamento que hizo aquella noche. Le faltaba una para entrar a la liga, pero todos los ánimos que había logrado reunir se esfumaron por completo. ¿De qué le servía todo su recorrido si acababan de decirle que era débil aún? No quería molestar a sus amigos con una charla a altas horas de la noche, el error solo le pertenecía a ella. Dejó que la fogata se extinguiera mientras continuaba meditando, abrazando sus piernas para aminorar el frío. Uno se entrenaba físicamente para ser fuerte, pero, ¿cómo iba a entrenarse mentalmente? ¿Eso era posible acaso? Luchó por no sentirse resentida, ignorando que sus pokémon habían salido de sus pokeball y la observaban en silencio, sintiendo lo que ella sentía. La oyeron suspirar tan hondo, tan llena de pena, que comenzaron a preocuparse, en especial Garchomp, cuyo corazón latía a un ritmo nervioso. Se acercó con cuidado a ella y apretó su cabeza contra la de su entrenadora. Cynthia saltó del susto, calmándose al reconocerlo y lo rodeó con sus brazos, dejando salir otro suspiro. Estaban juntos desde que era un huevo, un bonito huevo que cuidó con cariño hasta el día que eclosionó, y por esa cercanía estaba más que segura de haberle contagiado sus sentimientos, aumentado la creencia de ser una pésima entrenadora. Sus demás compañeros también la rodearon para llenarla de mimos, cada uno a su manera.

«¿Por qué insistes en seguir ahí?».

«No lo mires a él, míranos a nosotros».

Cynthia tuvo la sensación de estar entendiendo lo que querían transmitirle, como si la conocieran mejor de lo que ella lo hacía.

«Te necesitamos aquí, en el mundo real».

«No importa cuánto tiempo te mientas a ti misma, nosotros sabemos qué es lo que ocurre».

«Deberías tomarte un tiempo para hablar con tus pokémon, estoy seguro que ellos tienen algo que decirte».

Al final, tenía razón

—¿Creen que lo recuerdo todavía?

Garchomp asintió y le dirigió una mirada severa. No era justo que todos se esforzaran por su entrenadora y que ella insistiera en auto sabotearse. Estaba preparado para enfrentarse a ella, aunque lo regañara. Su entrenadora no era explosiva, pero la presión constante a la que se estaba sometido amenazaba con alterar su carácter.

—¡No es tan fácil! —se excusó con la voz ronca por la ansiedad.

Los ojos de Milotic le enfrentaron al igual que los ojos de Garchomp: Vivía sumida en sus recuerdos y no quería salir de ellos. Como en un corto circuito, algo se encendió en su interior y su querida entrenadora se puso de pie como si hubiese perdido el juicio.

—¿Recordarlo a él? ¡Como si pudiera olvidarlo! ¡Tampoco quiero olvidarlo! Algún día…, algún día, cuando lleguemos a la cima, él se acordará de mí y entonces debería estar preparado, porque yo…, yo…

El acceso de cólera permitió que un torrente de miedo pudiera expresarse por fin. Cynthia cayó de rodillas, dejando que las lágrimas fluyeran por todo tu rostro. No lloraba desde su llegada a casa, y en ese tiempo solo se trataron de pequeñas lágrimas que pudo secar al instante. Ahora caían como una lluvia, quemándole el rostro e impidiéndole respirar. Estaba aterrada. Se sentía demasiado joven e inexperta, incapaz de dar un paso mientras su corazón latía lleno de un miedo paralizador hacia el futuro.

«¡Piensas que todo te irá bien allí afuera, pero te aseguro que te equivocas! ¡Da igual si te vas al otro lado del mundo! ¿Sabes por qué? ¡Porque somos suyas el resto de nuestras vidas!»

—Ella tenía razón, soy suya todavía.

Secó sus lágrimas con el puño de su abrigo y caminó sin rumbo, con sus amigos detrás de ella en silencio. Tenía miedo de soltarlo, no entendía por qué. Era demasiado simple y demasiado contradictorio a la vez. Poner sus pensamientos en orden estaba siendo difícil y más aún cuando se trataba de estar luchando consigo misma. Trató de respirar de forma rítmica para recuperar la compostura y la calma. Sí, se estaba engañando a sí misma, queriendo ser fuerte para satisfacer al resentimiento que no dejaba de crecer en su interior al negarse a soltar su vida en la mansión. Estaba creciendo como entrenadora de forma desequilibrada.

«Pero ser fuerte físicamente no te servirá de nada si no lo eres mentalmente».

Se repitió la misma pregunta: ¿Cómo iba a entrenarse mentalmente?

Sinnoh durante la noche era casi tan misteriosa como su historia. Llegó sin pensarlo a unas ruinas e ingresó con cuidado, sin muchos ánimos para recorrerla, solo quería caminar y despejarse. Las enormes formas de lo que alguna vez fue una construcción comenzaron a distraerla un poco, pensando en el pasado y las formas que vida que alguna vez estuvieron de pie ahí mismo. Su abuela le había heredado el gusto por la arqueología, se imaginaba que así era como debía estar pensando mientras trabajaba. En realidad, sí era efectivo para olvidarse unos momentos algunas cosas.

Una estatua con las imágenes talladas de Dialga y Palkia se erigió delante de ella. Cynthia había visto estatuas similares, pero nunca le llamaban demasiado la atención. Gracias a la claridad de la noche por la luna, se tomó por fin el tiempo de admirarla, embelesada por los magníficos detalles en ambos pokémon. Llevó una mano hacia los legendarios tallados y deslizó los dedos por las hendiduras, hasta llegar a la inscripción en la base.

«Cuando una vida se encuentra con otra vida, algo se formará».

¿Quién había escrito eso? ¿Por qué lo había hecho?

—¿Qué significa? —le preguntó a sus pokémon. Todos se miraron sin saber qué opinar.

Pero no hubo necesidad, algo en los ojos de su entrenadora comenzaba a iluminarse.


Escuchar el llanto de Iris removió algo en su corazón.

Guardó silencio cuando su amiga de Unova, la campeona, dejó que las lágrimas de tristeza empaparan su rostro. Así eran las cosas, así sucedían. Él conocía de sobra el sentimiento, Iris no tenía por qué explicarlo. Cuando se dirigió a su batalla con Steven, a pesar de su optimismo, también sabía que las cosas podían terminar para él como terminó para Iris. No podía permitirlo. Ambos eran los más jóvenes entre campeones de años, que por su habilidad supieron mantener el título intacto. El sentido común estaba en su contra, pero, ¿por qué no intentarlo? Había entrenado demasiado para eso, vivido miles de cosas que lo moldearon y no quería regresar a casa, todavía no.

Ganarle a Steven fue realmente difícil y lo dejó hecho polvo, no era común que una batalla lo llenara de tanta inquietud, casi miedo por el resultado. Las felicitaciones y los vitorees del público eran adictivos, pero quería descansar. Steven le dio la mano y tomaron un camino distinto para abandonar la arena. Ash fue a curar a sus pokémon antes de ir al lobby, agradeciendo a la enfermera cuando le indicó que esperara. Apenas dio unos pasos para tomar asiento en la sala de espera, cuando alcanzó a ver a Cynthia sentada fuera del Centro Pokemón. Animado por su presencia, salió a hacerle compañía, algo que ella aceptó gustosa.

—Felicidades por tu victoria —la tranquila voz de Cynthia no necesitó ser expresiva para hacerle saber que estaba orgullosa y emocionada. Ash sonrió, siempre era estupendo escucharla.

—Felicidades también, por tu victoria contra Iris.

—Me hizo sacar mi as bajo la manga, qué mal —la mujer cruzó los brazos sobre su pecho con un gesto contento—. Pero fue satisfactorio. Cuando nos conocimos en Unova, sabía que iba a llegar muy lejos.

—A veces pienso que tienes una especie de don para saber quién llegará lejos y quién no —Ash apoyó los codos sobre las rodillas—, ¿cómo lo haces?

—Ash, no es ninguna cualidad. Solo basta con escuchar y observar. Iris entrenaba a su equipo con cariño y dedicación y ella siempre estaba dispuesta a dar un paso hacia adelante. Lo mismo fue cuando te conocí.

—¿Paul también te dio la misma impresión a pesar de ser como era?

Cynthia suavizó su expresión.

—No lo culpo por querer ser fuerte. Tendría sus motivos. Pero estoy segura ahora es un entrenador distinto. Tú estabas aprendiendo, él estaba desaprendiendo.

—Vaya…

Él ahogó una risa diminuta. Cynthia nunca dejaba de maravillarlo con sus palabras.

Ambos dejaron que el silencio se apoderara de ellos unos instantes, disfrutando del clima y del panorama de las personas volviendo a casa. Ash quería preguntarle sobre sus pensamientos respecto a la batalla que tendrían pasado mañana. Le interesaba su opinión. La idea de derrotarla era inimaginable, casi una fantasía, pero le electrizaba severamente. La «Reina de Sinnoh» era una mujer considerada inalcanzable, ¿qué sería él si lograba vencerla?

—Ash.

El entrenador la miró de lado, Cynthia continuaba con la vista al frente.

—¿Sí?

—¿Quieres oír algo gracioso?

Ash hizo una mueca de confusión, sin saber qué esperar. Supuso que Cynthia debía estar pensando igual que él respecto a su enfrentamiento, pero estaba en lo suyo. Ella tenía sus maneras para ser divertida sin ser esa su intención. Cynthia apartó su vista del frente y le sonrió unos segundos antes de volver el rostro a su posición original.

Verla de perfil le trajo recuerdos del día en que la conoció. La mujer más fuerte de Sinnoh se había convertido en una amiga cercana que le ayudaba a mejorar cada vez que podía. Como siempre, ella estaba allí, sonriendo, demostrándole su confianza y admiración y tratándolo como a su igual, sin importarle la diferencia de edad entre ambos. El tiempo parecía no avanzar en ella porque su apariencia se mantenía lozana y juvenil. Incluso de negro era bella, hasta sus ojos tan grises e insípidos resultaban bonitos, todo en ella era así. Su sensatez contrastaba con su propio ser impetuoso, pero ambos amaban lo que hacían. La estimaba demasiado.

—Siempre vistes de negro —Ash cambió el tema sin querer, dejándose llevar por sus pensamientos—, solo en Unova llevabas otro color, pero seguías con el negro.

—Y el dorado —añadió con voz amistosa.

—¿Es tu color favorito?

—Por supuesto. El negro y el dorado son mis colores favoritos.

El calor era soportable, pero ella debía estar sintiéndolo mucho más por la gabardina negra. Ash sintió un repentino calor y se abanicó con la mano. Sus pokémon ya debían estar bien, entraría en unos instantes tras despedirse de la campeona.

—¿Sabes? Si te soy sincera, no tengo ningún pronóstico para nuestra batalla —añadió de pronto, haciéndole permanecer en la banca.

—¿Por qué?

—Mírate, has crecido demasiado y tu forma de dirigir no es la misma que yo conocía. Tampoco sé cuál de tus tres mecánicas piensas usar. Si te la pongo difícil, también me la pondrás difícil. ¿No te agrada la idea?

—¡Por supuesto que sí! —Ash se le acercó un poco más—. Acabo de recordarlo: Cynthia, ¿desde cuándo puedes hacer que tu pokémon megaevolucione? ¿Puedo ver tu piedra llave?

La animosa petición de Ash la hizo vacilar, pero volvió a sonreírle con una sonrisa extraña, oscura, de la que no se podía distinguir nada y de la que Ash comenzaba a sentir inquietud.

—Claro, solo ten cuidado.

Cynthia sacó del bolsillo de su pantalón el labial negro y dorado, lustroso a pesar de sus años con ella. Se lo entregó a Ash, quién en su emoción lo giró en diferentes posiciones para admirar mejor la bonita piedra adherida a la base. Sin pensarlo mucho retiró la tapa, mirando el color rosa pálido tan parecido a la nata en la leche de fresas.

Una fragancia suave, dulce, se coló por entre las aletillas de su nariz.

—¿Dónde la conseguiste?

—Estuve un tiempo en Hoenn con Steven. Cuando me explicó sobre la megaevolucion, no pude quedarme sin intentarlo. Estuve semanas buscando una garchompita junto a Garchomp.

—Y te conseguiste un mega-labial.

—No, yo lo armé.

Ash la miró con la más intrusa de las expresiones.

—¿Equipaste una piedra activadora en un labial?

—Es algo tonto, ¿no es verdad? ¿Por qué alguien iba a querer llevar una piedra tan valiosa en un labial?

—¿Esa pregunta es para ti o para quién?

Cynthia dejó escapar una risa diminuta que se fue transformando en una risa amplia, confundiéndolo. Esa mujer era a veces un enigma, no se podía saber en qué estaba pensando hasta que lo decía.

—Sin rodeos. ¿No se supone que lo importante es el vínculo que tengas con tu pokémon para que ambas piedras funcionen? Bueno, para mí es un objeto importante también, no quería separarlos de ninguna forma.

—No lo sabía… Lo siento —el rostro arrepentido de Ash le hizo sentir que repentinamente se ahogaba, como si el remordimiento intentara volver.

—No te disculpes. Es un labial viejo, después de todo.

Ash miró una vez más el pintalabios. Las incógnitas llegaron como gotas a su mente. Si Cynthia declaraba que era un objeto viejo, ¿por qué no estaba desgastado? Ligeras líneas se marcaban en la barra rosa, prueba de haber sido usado al menos una vez. Pero nunca había notado los labios de Cynthia de algún color distinto, era Diantha quien siempre tenía los labios con brillo, pero en su tiempo conociendo a Cynthia, no recordaba haberla visto con color en el rostro.

—Supongo que tu rostro necesita un color —opinó sin mala intención, ignorando la puñalada que esas palabras causaban en su compañera.

Cynthia no alcanzó a responderle al notar la expresión seria en el rostro normalmente alegre de su amigo. Ash miraba el labial, pero tenía la expresión ausente, como si estuviese enojado de repente por algún motivo que solo él conocía. Cynthia levantó una mano, dudosa, sin saber si sacarlo de su repentino estado o dejarlo ser.

Ash nunca estaba en contacto con el maquillaje, entonces, ¿por qué la fragancia de aquella barra rosa le recordaba a su madre? No tenía sentido. La llamaba todos los días desde su clasificación a los ocho maestros y jamás se presentaba ante él con los labios coloridos. Las sensaciones que estaba sintiendo al tener ese pequeño tubo negro frente a él eran confusas, como si algo reptara desde su pecho hasta apretarle la garganta.

«Huele dulce, huele bien».

Era la fragancia, la dulce fragancia, la que estaba despertando una infantil amargura, aunque no estaba consciente de ello. Aquel olor especial acompañaba algo más que a su madre, pero no sabía qué era.

«…No me queda. El rosa es para una muchacha. Lo guardaré…»

Había sido un regalo de su padre, el que se desvaneció un día de tormenta.

Papá, ya no puedo recordar tu aspecto o el sonido de tu voz —pensó, sintiendo una pequeña pena en la garganta—. ¿Desde cuándo un pintalabios me hace pensar en ti?

Cynthia se deslizó para quedar de rodillas ante él, de modo que sus ojos quedaran entonces a la altura de los suyos. Ash salió de su mente, encontrándose con unos ojos grises que le preguntaban en silencio si necesitaba algo. Ash entornó los ojos, sonriéndole.

Cómo odiaba los malditos autos chocones.