ENFRENTAMIENTO


Mal, todo estaba mal.

Mal. Mal. Mal.

Cynthia abrió los ojos de par en par, despavorida, mientras trataba frenéticamente de hallar una respuesta; incapaz de girar para verle a la cara. Ash estaba detrás de ella, con los brazos cruzados sobre el pecho; su pregunta no tenía un aire de curiosidad, sino de seriedad que casi reclamaba una respuesta de la misma condición. Ash no era una persona capaz de intimidar ni causar daño, pero era su misma naturaleza afable que dolía peor que cualquier golpe o insulto el tener que mentirle o involucrarlo en algo indebido.

Cynthia soltó todo el aire de sus pulmones por la boca. Volteó con tranquilidad para verlo, y no le gustó encontrarlo con un extraño brillo en los ojos.

—¿De dónde has venido? —preguntó severa.

—Sé que está mal lo que hice y lo siento —se apresuró a contestar—. Te estaba buscando y sin querer te escuché hablando con Diantha. Pero, ¿por qué le dijiste eso?

Tener que fusionar la verdad con una mentira para Diantha había sido difícil, y ahora, buscar una excusa para Ash estaba siendo directamente imposible. ¿Por qué tuvo que ser tan confiada? Estaba segura y en paz sabiendo que Diantha no diría ni una sola palabra, de hecho, hasta se sintió liberador; pero nunca se le ocurrió que Ash estaría escuchando —o alguien más—. Se enojó con él, por ser tan imprudente y no respetar una conversación privada, aunque el enojo más fuerte era con ella misma. ¿Cómo pudo ser tan intuitiva encerrada allá abajo y tan estúpida allí mismo?

Se llevó torpemente una mano hacia sus cabellos, peinándolo con rapidez. Ash reconoció ese otro gesto, el que usaba cuando algo la incomodaba o sentía nervios. No alcanzaba a encontrar ningún motivo que la llevara a mentir, pero seguía confiando en ella y debía de tener explicación sólida. Sin embargo, no le estaba gustando la manera con que sus ojos evitaban culpablemente los suyos, desviándose cada vez que trataba de mirarla. Sin ser muy observador, sabía que ella estaba ocultando algo.

—¿Estás molesto? —la joven mujer tanteó terreno antes de responder.

—No estoy molesto, estoy sorprendido.

—Uhm… ya. No me malinterpretes.

—No quiero hacerlo, pero me mencionaste a mí y lo dijiste como si de verdad hubiera ocurrido. ¿Qué iba a pasar cuando Diantha me preguntara? No quiero hacerte quedar como una mentirosa.

Un nudo terrible se le formó en el corazón al oírlo, Ash estaba preocupado por ella. Se llevó una mano a la boca, la retiró, la regresó al pelo, ladeó la cabeza y separó los labios un poco antes de volver a juntarlos. Empeoró sus intentos de mantener la cabeza fría al notar cómo la expresión de Ash se iba transformando a una desconcertada, casi asustado.

—¿Estás bien?

—Yo no he mentido —soltó por fin, con una voz nueva, como si dejara de ser ella y su lugar ocupara una joven desconocida, mirándolo con unos ojos grises hastiados.

No quería involucrarlo una vez más en aquel episodio. Ash no recordaba, ella estaba dejando de hacerlo. Ash había crecido en compañía, ella se esforzó sola en aprender de sus errores. Ash se estaba formando para ser alguien en la vida, ella quería retirarse. Él no entraba de ninguna manera en su ecuación. ¿Cómo iba a hacerle entender? La odiaría si recordaba, si se enteraba de todo lo que ocurrió después. No quería eso, ese joven entrenador era lo único bueno en la recta final de su vida en el mundo de los entrenadores y su mirada expectante por el futuro no tenía por qué desviarse para verla a ella, hacia atrás. ¿No era mejor que él tuviese la imagen de la campeona que conoció en Sinnoh? ¿Qué pasaría si recordar le afectaba tanto como le afectaba a ella? ¿Qué le diría por un error que solo le pertenecía a ella? Comenzaba a dolerle la cabeza, no tenía ninguna respuesta para darle. No quería mentirle, no otra vez, aunque fuera por su bien; no estaba dispuesta a cometer el mismo error, incluso si no supiera qué hacer.

—No estoy entendiendo nada —Ash se meció el pelo—. Algo le diré, pero me debes una explicación.

Retrocedió unos pasos para tomar el lado contrario del pasillo, todavía pensando en lo que estaba ocurriendo.

—Estoy muy orgullosa de ti.

Se congeló en sus pasos cuando la escuchó hablar. Dio media vuelta para verla, Cynthia se mantenía de pie con rigidez, con la expresión tan indescifrable que no supo cómo tomar sus palabras.

—Estoy muy, muy orgullosa de ti —repitió con la voz entrecortada—. Perdóname si he sido algo tosca contigo ayer y hoy, pero…

Sus labios temblaron al intentar seguir hablando. Tomó una bocana de aire para articular nuevas palabras.

—…me alegra verte aquí. Eres tan fuerte que…, quiero que lo sepas por ti mismo y no por lo que digan unos resultados.

Su acostumbrada serenidad que iba deshaciéndose no consiguió liberarlo de la inquietud que, con su actitud y lo que acababa de decirle, le habían invadido, sino que hizo todo lo contrario.

Sus ojos grises, su cabello rubio y largo, la falta de su vestimenta oscura.

—Cynthia… —musitó sin darse cuenta, demasiado pasmado como para saber lo que estaba diciendo.

No quería que la imagen perfecta de la mujer frente a él desapareciera. La mujer observadora, meditativa, meticulosa y segura que no daba cabida a un error. La que nunca se equivocaba, la que sabía qué hacer y decir y cómo comportarse ante cualquier situación. Cynthia tenía las manos hechas puños firmes, como si luchara contra él en silencio. No sabían que decirse.

—Escúchame —como siempre, ella fue la primera en tomar las riendas. Aunque su actitud seguía voluble, luchó para sacar todo el carácter que la ayudara a controlarse—. Cometí un error al decirle todo eso a Diantha. Puedes negarlo si ella te lo pregunta.

—Mhm… —Ash entornó los ojos—. Okey.

—No tienes que inventarte nada, dile la verdad.

O-key… —repitió.

Cuando vio que no ella no diría algo más, tomó el turno sin pensarlo.

—Todavía piensas que soy un niño, ¿verdad?

Con la nueva imagen difusa que tenía de la campeona, Ash se permitió un pequeño acceso de cólera. Odiaba que lo trataran de esa manera, sin pizca de respeto; como si fuese un mocoso estúpido incapaz de comprender algo en sus narices. Si Cynthia no era capaz de tratarlo como a un igual, arreglar una pequeña mentira y explicar un malentendido, entonces no era tan perfecta como creía, ¡y cómo dolía reconocerlo! Hubiese preferido no escuchar nada, porque le había destrozado la ilusión que tenía sobre ella.

—Gracias por decirme que estás orgullosa de mí.

No tenía nada más para decir. Le sonrió apenas antes de salir del recinto.


El episodio fue desplazado de sus pensamientos poco a poco, casi de forma total cuando llegó la tarde y Goh lo invitó a un nuevo restaurante para almorzar. Con bastante entusiasmo le indicó que podía pedir todo lo que quisiera comer, le invitaría por lo increíble que estaba en el torneo. Los pokémon de ambos muchachos también disfrutaron del almuerzo, transmitiéndose ánimos y compartiendo lo que comían. Goh quería asegurarse de apoyarlo a su modo, además, dentro de poco se iría por el Proyecto Mew y dejarían de verse. Los dos amigos llamaron la atención, sobre todo por Ash, a quien ya se le estaba haciendo costumbre que alguien lo reconociera y cuchicheara en voz baja con otra persona a su costado. Los únicos que se atrevían a acercarse eran los niños, lo cual resultaba bastante entretenido para él, oyendo sus incoherencias y exageraciones y siendo invadido por ojos brillosos que lo miraban como si fuese el personaje de un cuento que les gustaba.

—Esto ya se está volviendo costumbre —Goh revolvió nervioso una porción de ensalada—. ¿Por qué tienen que verme a mí también?

—¿No te gusta tener fans? —bromeó con la boca llena de arroz.

—Los cuchicheos me estresan —respondió con incomodidad—. Creo que la mayoría de campeones siempre están solos porque mantener las amistades cerca es imposible así.

—Excepto nosotros.

—Porque le dije a tu mamá que te cuidaría —respondió orgulloso de sí mismo.

—Casi siempre ha sido al revés.

—Mentira.

Goh pinchó una tira de carne y la sacudió — Por cierto, ¿Ya has llorado?

—Chloe está de acuerdo de que tú llorarás primero.

—O te voy a extrañar o te voy a odiar.

—Decídete, no quiero esperar tus postales por gusto y ¡quedar como un tonto!

—¡No te voy a enviar postales! ¿En qué año vives?

El teléfono de Goh comenzó a timbrar y se alejó de la mesa mientras lo desbloqueaba para responder la llamada, dejándolo solo. Ash acabó con todo en la mesa y tomó el chocolate de cortesía para darle un mordisco, disfrutando de esos momentos. El dulce ya no le entusiasmaba como antes, pero le seguía gustando. Las ansias por su batalla ya no dominaban su cuerpo; se encontraba lleno y relajado, contento con el almuerzo. Dejaría que su equipo terminara y descansara un poco antes de regresar a su entrenamiento. Cynthia debía estar preparándose y armando un plan B contra él y tenía que estar en forma. La mente de Ash funcionaba distinto: planeaba en el momento porque sabía cuáles eran sus cartas y cómo realizar sus movimientos. Todo su equipo era una extensión de sí mismo, nunca una herramienta para desechar. Pikachu saltó hacia su hombro y esperaron a Goh para que pagara la cuenta y pudieran salir. El muchacho le ofreció una enorme sonrisa a modo de agradecimiento, mostrando todos los dientes.

—Mantén esa actitud, pero no la uses con ella.

—¿Como?

—Con Cynthia, ya sabes. Parece leerte cuando te mira y saber cuál es tu debilidad. ¿Tiene alguna especie de radar?

—Cynthia es extraña, la verdad. No la entiendo a veces.

Goh parpadeó un poco sorprendido, era la primera vez que Ash se refería a ella de esa forma. Ayer había vuelto radiante tras salir con ella y hoy lucía algo... ¿sombrío? Se llamó estúpido por exagerar y regresó a la conversación:

—So… Medidas de seguridad. Todavía tienes todo lo que queda de la tarde y noche para prepararte. Yo tengo que irme, el profesor Cerise tiene información para mí. Quédate con las llaves de la habitación; si veo que no estás, te llamaré.

A la mitad del camino se insultó otra vez por no haber hecho lo contrario. Era seguro que Ash se quedaría hasta tarde fuera del hotel. Tendría que hacer tiempo para no interrumpirle.

Encontrarse con Cynthia en el Centro Pokemón tuvo que ser una casualidad. La vio comprando diversas medicinas y objetos, leyendo con máxima concentración las etiquetas antes de echarlas a una bolsa de papel. Pensó en decírselo a Ash, su amigo no usaba objetos y necesitaba de todo para ganar mañana. Sin embargo, se regañó por subestimarlo. Ash debía saber, la conocía. Era un gran entrenador y seguramente ya estaba preparado para todo eso.

Y claro que sabía.

Al menos eso sabía.

«Nos conocimos cuando éramos uno niños. Él tenía ocho y yo dieciocho».

No estaba molesto, estaba sorprendido. Las mentiras no eran de su agrado, pero sabía lo inevitables que eran a veces para salvarse de algunas cosas o ayudar en otras. Diantha había hecho una pregunta bastante inocentona, Cynthia no tenía motivos para mentirle.

Pero, si los tuviera, ¿cuáles serían?

Ash no era un entrenador reconocido como Steven y Lance, ni de fama mundial como Lionel. No quería rebajarse, pero era la verdad: él no podía darle nada. Cynthia ya tenía un nombre público —aunque lo quisiese abandonar—. La mentira tendría que haber salido de él, para ganar algo de atención por ser amigo de la campeona.

Cynthia no tenía necesidad de hacerlo. Cualquiera que estuviera en su situación lo sabría.

Pero una pregunta interrumpió las indicaciones que salían de su boca para sus pokémon: ¿Y si era verdad?

«Yo no he mentido»

Las posibilidades eran mínimas, pero todavía eran posibilidades. Así vivía él, siempre esperando sacar algo de lo mínimo. Sin importarle la franqueza de Misty y Brock ,aunque dolieran un poco, había logrado lo imposible. Por eso estaba de pie donde estaba. Sí..., la posibilidades eran mínimas, pero él se esforzaba hasta lograr formarse una más como sea. Entonces podía hacerse esa pregunta: ¿Y si era verdad? Podía serlo. ¿Por qué no? Pensó en voz alta. ¿Por qué no?, le dijo a nadie en concreto. A todos sus pokémon que dejaron de moverse para mirarlo les preguntó: ¿Por qué no?

—¿No sería increíble que de verdad nos hayamos conocido de niños?

Había olvidado a Serena por completo, entonces debía estar ocurriendo lo mismo con Cynthia. Si tan solo hubiera algo que le hiciese recordar, así como Serena tenía el pañuelo, sería muy fácil. Miró la hora, pronto darían las ocho de la noche. Agradeciendo a todos sus amigos los guardó en sus cápsulas y regresó al hotel Rondelands, con la curiosidad intensificada. Quería saber, recordar (si no se trataba de una mentira). Allí tendría la oportunidad de preguntarle a Cynthia otra vez.


A diferencia de las otras dos comidas del día, el hotel les proporcionaba la cena y una mesa especial para los ocho campeones. Cuando llegó al comedor, Diantha y Lionel estaban conversando en una de las mesas mientras terminaban de cenar. El campeón alzó la mano para llamarlo. Ash se acercó corriendo, saludando a ambos.

—¡Siéntate aquí, Ash! —la estrella de Kalos palmeó el asiento a su lado, sonriente—. Llamaré al mozo. ¿Quieres algo de beber, Lionel?

Ambos mayores se sumergieron en un tema de vinos que él no conocía y esperó tranquilo su cena, bastante hambriento. Los mozos iban y venían por todo el salón, olía delicioso.

—¿Cynthia ya cenó? —Ash dirigió la pregunta a ambos mayores.

—No cené.

La mujer de Sinnoh apareció como un fantasma detrás de ellos, haciéndoles reír por el susto. Cynthia los saludó con suavidad elegante antes de tomar asiento junto a Lionel, justo al frente de Ash. Otra vez estaba vistiendo de negro. Ella lucía bastante apacible y se dedicó a arreglar su sitio mientras esperaba su alimento. Alisó la servilleta, ordenó los cubiertos y se sirvió del Chateau Latour que Diantha había pedido para la mesa. Ash torció la boca, qué extraño era verla así, parecía una total desconocida.

Kalos y Galar se entretuvieron en otra ronda de vino mientras hacían conversación a los representantes de Sinnoh y Alola. Ash respondía con bastante ánimo, pero Cynthia, aunque sonreía y reía con ellos, se mantenía más al margen; sobre todo al sentir las ocasionales miradas de Ash encima suyo que comenzaban a abrumarla. Así comprendió dos cosas: Ash tenía un efecto peligroso en ella y ese efecto podía ser para bien o para mal. Sentía que le rogaba algo. Se despejó de esas ideas y le sonrió. Le ofreció la cesta de pan. Le alcanzó más servilletas y le sirvió un shot de vino para que los acompañara en el brindis. Sin embargo, eso no era lo que él le pedía y ambos lo sabían. Con todo, le sorprendía verlo tan alegre mientras regañaba a Diantha entre risas al verla servirse otra copa. Él era así, siempre atento a lo mejor en cualquier situación.

—Le soy inmune al vino, Ash —la actriz lo miró triunfante—, creo que mi cuerpo se acostumbró a beberlo tan seguido.

—Debes ir a muchas fiestas de gala —Lionel sacudió la botella casi vacía.

—Fiestas de gala, fiestas post producción, cenas de negocios y estrés, mucho, mucho, mucho estrés.

—Un momento, tenemos a un menor de… ¿Cuántos años tienes?

—Diecinueve —Ash trataba de no reírse al ver la reacción tonta de Lionel tras su respuesta.

—¡Uhm! De todas formas, no sigas su ejemplo. Para el estrés sal a caminar, abraza un árbol o bebe agua —contó con los dedos. Ash y Diantha se miraron con una pequeña sonrisa.

—¡Qué atento eres, Lionel! Si así tratas a su hermano menor, debe quererte mucho… o pedirte que lo dejes en paz. Me hubiera gustado un hermano o hermana, pero corría el peligro de que lo descarriara. ¿Tienes hermanos, Ash?

—No, bueno, sí, algo así. No es mi hermano de sangre, pero es como si lo fuera. Tiene dos años.

—Entonces Ash me va a entender cuando tenga mi edad —Lionel cruzó los brazos y se apoyó en el respaldo de la silla, bastante satisfecho —. Te gané.

Diantha lo miró con una expresión juguetona mientras reposaba su cabeza en ambas manos con los dedos entrelazados. Era bastante evidente lo cercanos que ambos campeones se habían hecho después de su batalla y los motivos eran un misterio, pero resultaba bastante agradable verlos así, sin tensiones tontas y una amistad casi infantil.

A las nueve y media se levantaron de la mesa y salieron del elegante comedor. Diantha y Lionel se despidieron dándoles la mano, deseándoles suerte para su batalla.

—¿Podemos hablar? —Ash se acercó a Cynthia, sorprendiéndola un poco—. Nada largo, también quiero irme a dormir.

Cynthia aceptó con un movimiento de cabeza, tomando asiento en uno de los sofás del vestíbulo casi vacío. Rondelands conservaba su infraestructura de mansión antigua, incluso su iluminación constaba de lámparas y candelabros de gas. Las grandes puertas de cristal de la entrada eran lo único iluminado con luz eléctrica, junto con el área del recepcionista que se entretenía rellenando algo en el periódico mientras escuchaba la radio a un volumen moderado. Abandonó su puesto después de unos minutos.

—Diantha y Lionel son personas maravillosas. ¿No es así? —ella parecía complacida por el momento que pasaron en compañía, aunque no hubiese participado.

—¡Lo son! ¿Pero Diantha estará bien para mañana?

—Una mujer de sociedad con debilidad por el vino no sería una mujer de sociedad. Ella estará radiante, apoyándonos junto a Lionel en el lobby. Tú tranquilo.

Ash sintió un ligero alivio al verle la expresión; Cynthia se notaba bastante contenta, aunque su sonrisa era muy suave.

—Sí… Por cierto, tengo una pregunta—el entrenador tomó asiento junto a ella, atento a su rostro— No te molestaré si me la contestas.

—Tú no me molestas.

—Eso parece.

Sus palabras fueron como un golpe directo a su corazón. Cynthia despejó la pena en su garganta, sin embargo, no dijo nada al respecto.

—Tú… Estabas hablando en serio, ¿verdad?

—¿Mhm?

—Sobre conocernos antes de Sinnoh. Ya sabes, lo que le dijiste a Diantha

Cynthia bajó la mirada y la levantó después de unos segundos; se arregló el pelo con suavidad y Ash presintió por ese gesto que no le diría la verdad.

—Ya me pasó antes —Ash insistió un poco más—, olvidé a alguien y luego lo recordé. Lo extraño es que no me pase contigo.

—Bueno, eso es normal. Si tu mente olvida algo, es porque fue poco importante o no quiere recordar.

Eso era nuevo. No se dejó encandilar por sus palabras y continuó:

—¿Entonces sí ocurrió?

—¿Es importante si ocurrió?

—¡Para mí es importante! —exclamó—.

Qué tonto se sentía. ¿Serena experimentó lo mismo cuando vio cómo él no la recordaba? Las situaciones eran distintas a su modo, pero compartían ese detalle. No era nada agradable. Con la mirada expectante esperó por la respuesta, un simple «Sí» o «No». No esperaba otra cosa.

—Vaya... Entonces…

Ash no supo qué pensar bajo esa expresión adusta cuya dueña trataba de disimular con una sonrisa, resultando un rostro difícil de leer. ¿Eran tan complicado una respuesta de tipo cerrada? Comenzaba a inquietarse.

—Cynthia, si es tan complicado responder, entonces me estás ocultando algo. No estoy molesto ni nada parecido, pero sé justa conmigo.

«Sé justa». Cynthia lo meditó un poco. Quizás sí estaba siendo muy cerrada y sobreprotectora, y desgastando su ánimo sin ningún motivo sólido. ¿Qué probabilidades había de revivir algo que él ni siquiera estuvo consciente en su totalidad? Se esforzó, en todos esos días, de que no supiera lo que había a su alrededor. Aunque le dijera, Ash no recordaría de todas formas. Lo sabría, pero no recordaría cómo, ni dónde, ni por qué. Deseaba que fuera así y se convenció de que sería así. Escogió cuidadosa lo que diría, sin revelar más de lo necesario.

—Ocurrió —el detonante de su respuesta no ablandó su porte ni su expresión, la campeona se mantenía imperturbable—. Éramos amigos desde antes. Yo no te olvidé, y no es necesario que tengas que recordarlo. Eras más pequeño, sería una sorpresa que lo hicieras.

Ash abrió los párpados de par en par. La mínima posibilidad se había cumplido y la miró con tal frenesí que tuvo que aguantarse para no gritar del asombro, aunque ninguna palabra ni sonido era capaz de salir de su garganta por el impacto.

Era cierto. Cynthia, su querida Cynthia; su amiga de años, su ideal de entrenador, la figura que admiraba y la fuerza a la que aspiraba, ya había estado con él muchos años atrás. ¿Cómo había podido olvidar algo así? ¡Era inimaginable!

Y, a pesar de todo, ¿por qué no se sentía verdaderamente contento?

Cynthia llevó una mano hacia su bolsillo derecho y sacó su pintalabios con la piedra llave, colocándolo a la altura del rostro del entrenador que no salía de su impacto.

—Tú me lo diste el último día que nos vimos.

—¿…Qué? «¿Un labial?» —pensó.

El labial que le había traído a su padre a sus memorias, —incluso si este no tenía rostro ni voz—. ¿Qué tenía que ver él? Se preguntó.

—Tampoco me lo explico. Solo me lo diste en lugar de despedirte. No fue una gran despedida en realidad.

Ash enmudeció al tomarlo otra vez, atrayendo a su mente lo que ya sabía.

Papá desapareciendo un día de tormenta.

Papá era un tipo extraño.

Papá quería a mamá.

Ash amplió su mirada, como si algo se hubiese introducido en su cabeza de repente.

Papá quería a mamá.

Mamá tenía regalos todo el tiempo, por todas partes.

Con los pensamientos brotando, Cynthia se mantuvo a la expectativa al verlo quieto, atenta a cualquier cosa.

Él se concentró en su madre: su rostro, su sonrisa al verlo aparecer en pantalla. Su piel brillante y perfecta; muy diferente a la de él, tostada y con marcas de cicatrices y quemaduras por sus miles de viajes.

—Mi madre tiene una rutina todas las noches —Cynthia le prestó toda su atención cuando empezó a hablar de la nada.

Ash jugueteó lentamente con el pintalabios, haciendo resplandecer la piedra llave.

—Primero se lava el rostro. Luego se sienta en su tocador y comienza a limpiar su piel con cremas. Ella olía a flores en esos momentos, recuerdo bien el aroma.

La barra rosa muy bien cuidada todavía conservaba parte de la fragancia que tuvo en su momento.

—Yo entraba a su habitación y subía a su cama mientras la miraba hacer eso. No sé si lo seguirá haciendo.

Cynthia recordó a su propia madre y sintió fuertes deseos de abrazarla. Ella le cepillaba el cabello todos lo días, hasta dejarlo liso y brillante.

—No estoy seguro, pero creo que compró una crema para mí. Odiaba cuando me la ponía, era como tener las babas de alguien en la piel. No entiendo por qué se reía cuando yo trataba de escaparme mientras me quejaba. Ella dice que gritaba como si me estuvieran secuestrando.

Ash comenzó a reír bajito, era recuerdos muy especiales para él.

—Por eso le regalaron maquillaje. Ella me dio permiso para regalar el lápiz labial porque no iba a usarlo. Lo guardé en mi bolsillo. Creo que esto —levantó el labial— salió de ahí.

—Y me lo regalaste.

—Y lo conservaste todo este tiempo —sin pensarlo mucho, acarició con la yema de los dedos la longitud de aquel tubo negro con detalles dorados.

—Gracias por dármelo, no tienes idea de lo mucho que me ayudó ese día —Cynthia le agradeció con una voz suave, un poco dulzona, a diferencia de su despedida incómoda—. Al principio pensé que lo habías tomado en una de tus escapadas de la habitación y yo iba a…

—Espera. ¿Qué habitación? —la interrumpió.

De repente, él abrió los párpados de par en par.

—¡Eh! ¡Ya sé quién eres!

En una ráfaga de alegría, Ash se acercó tanto a ella que la hizo retroceder hasta chocar contra el descansabrazos del sofá.

—¡Eres la hermana mayor de…! Creo que se llamaba… ¡Satori! Él era mi compañero de clases en el kumon. Ibas a recogerlo todos los días y te despedías de mí. ¡Claro! Yo quería regalártelo, pero según recuerdo mi papá llegó antes que tú y me recogió para ir a un campamento. No sabía que sí pude dártelo.

Cynthia comenzó a sentirse mareada. ¿De qué estaba hablando Ash? ¿Eso era real o era un recuerdo falso formado por la confusión? Fuese como fuese, se mantuvo con el semblante observador, asintiendo a sus declaraciones. Encajaba bien con lo que Diantha sabía y aunque había tratado de no mentirle, la noche estaba avanzando y tenían que regresar a sus habitaciones. Mañana sería un día ideal para hablar sobre aquello, si no lo distraería.

—En serio, Cynthia, qué fácil es leerte.

Sin notarlo si quiera por estar sumergida en lo suyo, Ash cambió la expresión alegre a una acusadora, mirándola con dureza; como si estuviese ofendido por algo que ella le hizo de forma inconsciente. Sintió ardor en el estómago, incapaz de creer que se sentía algo... amedrentada.

—Estarás pensando: «Qué suerte, Ash me salvó». Pues claro, «¿qué va a dudar de mi? ¿qué preocupación me va a dar él, que es tan fácil de engañar, tan ingenuo, inmaduro, mi pequeño amigo particular, que nunca va a crecer ni a convertirse en un peligro?».

Ese chico estaba hablando en serio. Cynthia frunció el ceño y le sostuvo la mirada sin parpadear ni un instante.

—Toda mi vida tuve que lidiar con que nada me saliera como lo planeaba —Ash hablaba con la voz casi entrecortada por el enfado que le recorría—. Me acostumbré a que me minimicen y piensen que soy ignorante ante ciertas cosas, pero esos tiempos ya se terminaron. ¿Crees, Cynthia, que estaría parado aquí si no fuera por todo lo que viví y lo que logré? Me basta y me sobra que hablen mal de mí y de mis esfuerzos, pero no voy a dejar que una rival me trate como si fuese inferior. ¡Esos días ya se han terminado y no se van a volver a repetir!

Ash apoyó los codos sobre sus rodillas e inclinó en cuerpo hacia adelante, como si hablar lo hubiese agotado demasiado. Soltó los puños y separó los labios para tomar aire. Su imagen tan radiante había sido desplazada por una ola de frustración casi atrapante, se veía realmente molesto. Pero ella, casi sin respirar, pudo comprobar que en sus ojos no había odio, sino una profunda tristeza arraigada en algún sitio. Se sintió culpable. ¿Quién la había nombrado guardiana suya? No lo estaba ayudando, sino todo lo contrario. Lo estaba minimizando y tenía razón en reaccionar tan a la defensiva contra ella. Apretó los puños, replanteando muchas cosas antes de continuar.

—Ash, esa actitud tuya…

—No quiero un sermón del buen comportamiento de los buenos entrenadores —la atajó, le daba vueltas la cabeza.

—Lo que quiero decir es que, reaccionarías así o peor si te cuento ahora cómo nos conocimos.

Ash giró con brusquedad, aturdido.

—Sé directa.

—Vas a odiarme cuando te lo explique.

—¿Por qué?

—Mira el reloj, son casi las diez y tenemos que despertarnos mañana temprano. Te prometo que te explicaré todo. Yo… Perdóname. —Cynthia tomó con fuerza sus mejillas y enderezó su cabeza para que la mirara a los ojos, demostrándole que hablaba en serio—. No era mi intención subestimarte ni hacerte sentir mal. Te lo dije antes, me siento muy orgullosa de ti. No quiero arruinarte esta noche ni la batalla de mañana. Por eso te lo contaré todo cuando terminemos. Te lo prometo. Nada de mentiras.

Que Ash se la quedara mirando no fue lo que esperó como respuesta.

Tampoco lo que siguió.

Cynthia retiró las manos de su rostro, cuando la mano de Ash la tomó por la muñeca con una rapidez que apenas y pudo procesar. Tenía el mismo rostro cuando tuvo el labial en sus manos por primera vez.

—No seas testarudo.

La luz tenue del vestíbulo había ido oscureciéndose poco a poco durante su conversación. El candelabro de gas terminaba ya parte de su fuerza, con sus flamas temblando; llegando apenas hasta ellos, lo suficiente para alcanzar el rostro de Cynthia y colorear sus ojos grises con destellos dorados. Ash entreabrió los labios.

Papá desapareció un día de tormenta.

Y hacía frío. Y todo dolía. Y el bosque era terrible.

Aquellos ojos pardos artificiales le poseyeron de una vorágine de confusión, como si un torbellino le hubiera golpeado en la cabeza. Ruidos, formas, un lugar oscuro y pequeño, la ausencia del día y de la noche... Se sentía delirante con recuerdos que le llevaron a sentirse como un niño de nuevo, reviviendo una parte de las emociones que albergaba entonces. El rompecabezas oculto en el interior de su mente pareció mostrar la figura difuminada de una persona que le pedía que se callara mientras limpiaba su rostro, que desapareció después de...

—No eres ella… ¿No? Claro que no.

—¿Quién? ¿De quién hablas?

—La chica que siempre estaba triste.

«¿También te sentías triste, Cynthia? Tú también estás aquí».

—Ya no estoy triste —le respondió con una sonrisa cariñosa ante ese recuerdo. Ash apretó los labios.

—Cynthia —continuó, en tono estéril, como si le hubiesen quitado el corazón—, me sacaste del bosque. Desperté fuera del bosque.

—Tú y yo leíamos juntos unas enciclopedias mientras te recuperabas—añadió—. Yo descubrí que existía el campeonato gracias a ellas y luego te lo mostré.

Ash asintió despacio, mirando hacia ninguna parte en concreto. —Estábamos en una habitación oscura. No era un lugar agradable, a ti te asustaba.

—Sí. Cuando abría esas páginas, mi mente se concentró tanto en ellas que no pensaba en otra cosa, y los días se hacían menos insoportables mientras me miraba a mí misma con un equipo invencible en medio del estadio.

—Íbamos a participar juntos —añadió, sin importarle que ella desviara el tema.

—O separados, pero dándonos ánimos.

Las imágenes en su mente no eran más que recuerdos borrosos; lo que terminó por sobrevivir del episodio de su padre, ahora tan impreciso que no sabía si confiar en ellas o no. Sin embargo, casi podía escuchar su propia una voz pidiendo que le explicaran cosas que le emocionaron de sobremanera, un sueño que le dejó tan deslumbrado que quiso imitarlo.

—Era tu sueño estar aquí, ¿verdad?

Cynthia negó con una sonrisa calmada.

—Mi sueño era conocer a Dialga y Palkia. Te lo compartí a ti y a tus amigos ¿no lo recuerdas? Y ya lo cumplí.

Una chispa de reminiscencia le hizo salir de su mente para mirarla a ella.

—Recuerdo muy poco, apenas nada. Pero estoy casi seguro que era tu sueño estar delante de una multitud con un equipo invencible.

—Bueno. ¿Recuerdas cuando hablé contigo, con Dawn, Brock y Paul? Sobre la ambición por hacerse fuerte a costa de todo.

—Sí, dijiste que leer esa leyenda en la estatua de los legendarios te cambió la vida.

—Y sigo pensando en esas palabras hasta hoy. Llegué a la conclusión de que mi sueño nunca fue ser la campeona del mundo, solo quería participar y demostrarles a todos que era más fuerte que él.

—¿Más fuerte que quién?

—Te dije que te explicaré todo mañana.

Ash asintió. Le oprimía un sentimiento de cansancio, como una tristeza, y no sabía el motivo.

—Me salvaste, ¿verdad? Y estuvimos juntos hasta que sanaron mis heridas.

—Qué inquieto eras, hubiéramos salidos antes si dormías como te lo pedía —bromeó, aunque Ash no estaba con ánimos para bromear.

—Olvidabas lo mal que te sentías cuando abríamos la enciclopedia. Me alegra saber que al menos pudiste conocer sobre la serie mundial de otra manera. Aunque hubiera preferido que se quede todo esto en secreto. Quería evitarte la expresión que tienes ahora.

—¿De verdad piensas que voy a odiarte después cuidar de mí?

Nuevamente le asaltaron las dudas. Ash se aclaró la garganta y observó con especial atención sus ojos.

—Estabas dudando de mí y de mis motivos para participar; ahora me estoy sintiendo igual. ¿Por qué estás aquí, si no es tu sueño?

Cynthia dirigió su vista hacia los hermosos cuadros colgados en las paredes. Retratos antiguos, paisajes preciosos; escenas que ya no existían, pero que se conservarían para siempre.

—Le estoy cumpliendo a la persona que conociste cuando tenías ocho años, porque yo ya cumplí los míos.

—Entonces…

Asintió, aunque él todavía no terminaba de hablar.

—Lo de ahora son los sueños de la chica que siempre veías triste. ¿No te alegras por ella? Llegó muy lejos. Y no tienes ni la remota idea de lo feliz que está de ver a su único amigo a su lado. Si yo gano mañana, será la mejor forma de retirarme y de decirle adiós. Pero, si pierdo, significa que puedo estar tranquila por ti. Todos estos años me he estado culpando por lo que te hice. No tienes que poner ese semblante, por donde sea que lo mires, estoy ganando, y tú también.

La expresión de Cynthia volvía a ser la suya, la que tanto admiraba; aunque en lugar de sus insípidos ojos grises estuvieran los temibles ojos pardos.

—Y te irás.

—Cuando todo termine, quiero irme lejos. Quiero ser mía de nuevo.

El vestíbulo vació y casi a oscuras le regresó momentáneamente al miedo que sintió cuando era un niño. Quería preguntar muchas cosas, pero tendría que esperar hasta mañana.

Ganar significaba para ella deshacerse de todo el pasado y retirarse tranquila al anonimato, ¿Pesaba más que sus ganas de querer ser el campeón? Ni siquiera era su sueño de toda la vida, era un deseo que surgió apenas un año atrás. Pero también sabía la enorme falta de respeto que sería para ella hacerse el tonto y perder, Cynthia nunca se lo perdonaría. Algo que ella rechazaba era la lástima y Ash lo sabía. Se mordió la punta del dedo pulgar mientras pensaba.

Podía intentarlo de nuevo el próximo años, claro que podía.

Ella no.

¿Estaba siendo altruista o estúpido?

Se recordó a sí mismo huyendo en la tormenta de nieve, lejos de sus amigos que lo taladraban con sus ojos que lo compadecían. Recordó a Iris llamándole «niñito» y a Serena gritándole que no era él.

Y no era lo uno ni lo otro. Ya no más.

Miró el perfil de Cynthia, todavía sin recordarla cómo era en su niñez; pero la mujer que tenía a su lado lo valía todo.

Era su orgullo de campeona vs su orgullo personal. Él entraba en aquella ecuación para darle fin.

Suspiró para volver a llenar sus pulmones, orgulloso de ambos.

Le gustaría que ella dejara de sentir culpa, y la única manera de hacerlo era demostrarle que ese niño ya no existía. Sintió una punzada en el pecho al saber que Cynthia no miraba al joven en el que se había convertido, tenía que hacerle cambiar eso.

Ella le dio una palmada en el hombro para indicarle que debían irse y tomó la delantera, levantándose del sofá.

—¡Espera!

Cynthia lo miró con cautela. Ash levantó por fin la cabeza, mirándola con el mismo apasionamiento con el que miraba a Lionel y el mismo brillo en los ojos que tuvo al enfrentarse ambos Sinnoh.

—Tú tienes tus sueños y yo tengo los míos. Si quieres cumplir los tuyos, esfuérzate por llegar a la final.

La campeona de Sinnoh elevó el mentón con vanidad, sonriendo gradualmente hasta que le hizo entender que aceptaba el reto.

—Por supuesto que lo haré.

La mujer se acercó hasta quedar frente suyo, mirándolo con tanta intensidad que la adrenalina en su cuerpo comenzó a dispararse. Ella le daría la mano y sellarían esa conversación para siempre, listos para el encuentro de sus vidas.

En realidad, nada de ese sucedió.

Cynthia se acercó más y se dejó caer de rodillas; acortando la distancia para acogerlo en sus brazos.