Kagami nadaba a toda velocidad hacia las profundidades del océano. Su aleta era de un color blanco opaco, aunque posiblemente lo opaco se debería a la poca iluminación que llegaba al estar sumergida tan profundo. Manchas rojas, naranjas y amarillas de escamas cubrían partes de su cola, haciendo justicia a la marca en su nuca. Ella era todo un pez koi en su arrecife, y su madre solía repetir una y otra vez que ella se convertiría en la más poderosa princesa que el mundo de las sirenas hubiese conocido hasta ese momento.
Claro, Tomoe tenía un dragón tatuado en la espalda, y las leyendas de las sirenas decían que, en su juventud, en realidad había sido un pez koi en la base de su espalda. Todos en el pueblo conocían la leyenda del pez dragón, pero para Kagami había llegado un punto en el que quería aprender a distinguir los mitos de la realidad, ya no era la sirena bebé que creía en cualquier pez del que le hablaran, ahora sabía que los hombres existían y que ningún hombre normal podía volar y surcar el viento como ella podía surcar las aguas. No se iba a dejar engañar por un montón de mitos y leyendas que su pueblo contara.
Aunque estaba otra cuestión entre manos, para el pueblo de Luka, ella era un mito, una leyenda.
No, para el pueblo de Luka no. Todos los hijos del océano conocían perfectamente las verdades tras los mitos del arrecife, todos debían conocer las sirenas y monstruos que solían aparecer en las leyendas que se contaban entre las sirenas. No había manera de que el pueblo de Luka la considerara una leyenda.
Bueno, haría que su nombre fuese leyenda alguna vez.
Llegó a la brecha.
Era curioso, aquel túnel de rocas, lleno de vida, lleno de criaturas fotoluminiscentes que indicaban el camino a los peces que nadasen por ahí, se parecía mucho a los arrecifes donde se hacían las iniciaciones. Ella recordaba haber asistido a alguna mucho tiempo atrás, cuando apenas era una bebé de dos o tres años de edad.
Para los buzos y las cámaras que llegasen tan profundo, aquello era una grieta en la roca nada más, un espacio perfecto para que morenas y anguilas se escondieran a esperar sus presas; para quienes sabían mirar, ahí se encontraba la entrada de las ciudades submarinas más importantes de ese lado de Les Cavaliers, la capital de las sirenas, puesto que, nadar un par de metros hacia abajo en la brecha te daba acceso al pasillo que subía abruptamente, no había manera de que nadie descubriese por accidente ese espacio nadando en ninguna dirección.
Kagami comenzó el ascenso y sonrió al ver a los guardianes de la brecha, con sus tridentes y sus cascos, con su armadura articulada en torno a sus aletas.
—¡Buenos días! —Exclamó Kagami al nadar a su lado, ambos tritones sonrieron y devolvieron el saludo agitando la mano disponible y hablando en su idioma, demasiado acostumbrados a que la princesa les hablase en cualquier otra lengua.
El pueblo estaba a reventar de vida, lo primero que veías al llegar era el mercado, la plaza llena de peces que nadaban, iban y venían por doquier, puestos de comida, de joyas, de telas, de cachivaches encontrados en los naufragios. Y muchos buenos vendedores eran lo suficientemente ágiles como para vender algunas cosas pretendiendo ser otras. Kagami, después de haber hablado con Luka al respecto y trenzar bien entre los dos un discurso decente, logró convencer a un mercader de que los tenedores se usaban para desenredar el cabello largo de las doncellas de tierra, y luego había convencido a tres modistas que en la tierra seguían en la época victoriana, que los vestidos largos, los holanes, el corte imperio y los peinados altos eran el último grito de la moda. Tomoe le dio el regaño de su vida al enterarse de las barbaridades que la joven había conseguido hacer en un par de días y habló con Anarka para "meter en cintura al malandro de su hijo".
—Bon jour. —Exclamó una sirena atendiendo un puesto de joyas al ver pasar a la princesa.
—¡Morning!
—¡Buenos días!
Saludos que iban y venían en todos los lenguajes disponibles, Kagami en un día normal se habría detenido a saludar como es debido, pero ese día llevaba prisa, su madre debía enterarse cuanto antes.
Su madre y la de Luka eran muy distintas entre ellas, y aquello le daba mucha curiosidad a la princesa sirena, puesto que ella había tenido que soportar un mes de entrenamientos dobles, de lecciones interminables, de servicio en el pueblo tras sus bromas. Anarka le había dedicado una mirada larga a Luka al enterarse de su chiste, pero el muchacho sólo dijo que recibió su merecido y jamás volvió a hablar del tema.
¿Quién diría que Anarka se había desternillado de risa al lado de su hijo cuando el muchacho confesó sus crímenes?
¿Y qué quería Tomoe que hiciera? ¿Poner a Luka de pie en medio de la plaza con los brazos extendidos en cruz y dos enciclopedias en las manos? El niño tenía catorce y la sirena apenas tendría doce o trece años máximo. Además, era un buen chiste, tenía que admitir.
Claro, le llamó la atención diciendo que las pobres sirenas no podían salir todas a la superficie y que entendía el gusto de su broma, pero definitivamente no podía ir engañando a la gente... Y luego hizo un millar de preguntas al respecto, riéndose cada vez más fuerte al escuchar las explicaciones de su hijo.
Más allá del mercado se erigía un camino despejado al fondo del cual podía apreciarse el castillo de Tomoe, un arrecife de corales lleno de habitaciones labradas en la piedra, lleno de vegetación, de peces entrando y saliendo por todos lados, cubierto con los colores naranja y rojo como los de la aleta de la princesa, los colores del otoño en Les Cavaliers.
—¡Mamá! —Gritó Kagami nadando a toda prisa hacia la ventana que daba a la habitación del trono, sabiendo que su madre seguramente estaría ahí, arreglando las cosas para la noche, para terminar las iniciaciones de los hijos llamados a servir al océano.
Casi pudo imaginarla suspirar y soltar los hombros, un gesto muy característico en Tomoe cuando su hija la llamaba así.
Normalmente había una distancia abisal entre ellas, cargada de respeto y frialdad, pero Kagami seguía teniendo diecinueve años, así que se olvidaba de ser una hija respetuosa y, de vez en cuando, se daba la libertad de convertirse en una adolescente rebelde.
—Aquí vamos... —Murmuró Tomoe girando sobre sí misma y encarando la ventana por la que Kagami entró a toda velocidad.
—Mamá... Apareció una estrella.
8.-Charlando con mamá
Sonrais777: De hecho, en Pinterest vi varias versiones sirenas de los personajes, moría por escribirlas, gracias por los comentarios
AreOvilla: Te dejo la continuación, espero que te guste esta parte de la historia. Gracias por el comentario y nos leemos pronto
Marianne E: Ya vimos la parte de Gabriel, ahora vamos al otro lado, espero de verdad que este capítulo te guste, porque le estoy poniendo mucho corazón. Lo de las leyendas me está dando mucho rollo, me da miedo dejar cabos sueltos, espero que no se me vaya ninguno, y si pasa, estoy segura de que me vas a apoyar echándome una manita. De lo de las emociones, ya verás, te va a encantar. A la iniciación de estos dos, les voy a poner más corazón que al resto de la historia, espero lo disfrutes mucho (inserta corazones aquí)
(La mujer perfecta – KURT)
Luka llegó caminando al barco, tenía la camiseta colgando al hombro y sonrió ampliamente al ver a su madre caminando por la proa mientras silbaba tranquilamente alguna melodía desconocida para él. Anarka solía tararear canciones que Luka desconocía, la mayoría composiciones de su padre, canciones hechas solamente para los oídos de aquella mujer madura y hermosa, cuyo cabello platinado bailaba al viento enredado en su trenza.
El muchacho se detuvo un momento más en el muelle, observando a su madre mientras barría la cubierta, absorta en sus pensamientos y en sus acciones, resguardada del mundo, demasiado concentrada en su tarea como para percatarse de que estaba siendo observada.
¿Qué madre no es hermosa a los ojos de sus hijos?
Luka suspiró con una sonrisa al percatarse de que, poco a poco, el rostro de Anarka se había ido cubriendo de arrugas, que sus cabellos ya no eran tan abundantes como en su juventud, sus manos estaban marcadas, tenía algunas cicatrices y cayos por los años que pasó navegando al lado de Louis Couffaine, aprendiendo a hacer nudos y a izar las velas. Los ojos de Anarka ya no veían como antes, ella usaba lentes de marco grueso, mismos que hacían que su mirada fuese feroz como cuando era joven. Anarka era hermosa, y Luka no se cansaría de repetir aquello para su madre hasta que ella dejara de sonrojarse volviendo el rostro y diciendo "son tonterías".
Luka sonrió saltando hacia la cubierta, encarando a Anarka y abrazándola con fuerza cuando ella soltó una exclamación por la sorpresa. Muchas veces había reñido a su hijo por la manera en que llegaba al barco, sin previo aviso, silencioso, como si pudiera acabar con los sonidos a su alrededor. Y muchas veces había considerado que de verdad tuviese esa habilidad, la de silenciar todo a su alrededor.
—¡Es que eres imposible! —Exclamó Anarka cuando por fin pudo recuperar el habla, abrazando a su hijo y soltando la escoba.
—Ja, y soy tu favorito.
—Los dos son mis favoritos. —Espetó Anarka sabiendo que Luka se refería a ser el hijo favorito.
—Pero yo soy tu campeón. —Cortó el muchacho soltando a su madre y alejando los cabellos sueltos de su rostro antes de besarle ambas mejillas con apremio. —Y el que cocina mejor de los dos, admítelo.
—Bah, pero eso es porque si no te cocinas tú, te mueres de hambre en esa casa solitaria. —Espetó divertida la marinera antes de hacer una seña con la cabeza e invitar a su hijo a entrar a la cocina y sentarse un rato. —¿Por qué no vuelves al barco de una buena vez? Que estés aquí durante las vacaciones de tu hermana no es suficiente.
—Lo sé. —Dijo el muchacho en medio de un suspiro. —Pero quiero cuidar de la casa de mi padre, y está cerca del agua.
—Claro. —Bufó Anarka divertida mientras sacaba una botella de whisky y un par de vasos de vidrio antes de ponerlos frente a su hijo. —Y vivir en un barco te mantendrá alejado del mar.
Luka soltó una carcajada. Su madre era aguda en muchos sentados, tenía que admitir que era difícil ganarle una batalla a esa mujer tan extraordinaria y libre.
—Eres un caos, Anarka Couffaine.
—Dirás caso.
—No, Caos. C-A-O-S. —Repitió con más fuerza mientras se dirigía a la nevera por un par de hielos.
Sabían que había cosas importantes de las qué hablar, pero al menos en todo lo que duró la primera ronda de whisky, ambos se limitaron a bromear y a ponerse al día. Porque, aunque sólo estaban separados por unos setecientos metros, cada vez que podían sentarse a la mesa y charlar sobre cualquier tema, aprovechaban la ocasión para contarse todo.
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Marinette había hablado con su madre por teléfono esa mañana, había hecho un par de preguntas, había tratado de sonar natural, casual, pero una madre sabe, así que Sabine y Tom dijeron que cerrarían la panadería esa tarde y estarían en Les Cavaliers en cuanto pudieran.
Para las cinco de la tarde estaban los tres sentados en un restaurante en el pueblo, con Sabine tomando una mano de la joven mientras Tom se dirigía a la caja a preguntar por las panaderías de la zona.
—Siempre supimos que eras especial. —Admitió Sabine acariciando la mano de su hija con el pulgar. —Sabíamos que preguntarías algún día, aunque tardaste mucho.
—No tenía nada qué saber. —Admitió Marinette sonriendo. —Son los mejores padres que una hija podría pedir, así que no quería saber más. Además, mis padres debían tener un buen motivo para dejarme o no lo habrían hecho.
—Ahora sí... —Dijo Tom sonriendo ampliamente y sentándose al lado de su hija con una sonrisa radiante en el rostro. —¿De qué me estoy perdiendo?
—Mamá, papá, pasó algo el día de ayer.
—En el teléfono dijiste que aparecieron cuestiones de tu pasado familiar. —Dijo Tom componiendo un aire más solemne, mirando a su hija con una sonrisa serena.
—Sí. —Murmuró Marinette pensando en las marcas que tenía en la piel, ocultas bajo la camiseta, pero expuestas por el traje de baño. —Mamá, ¿alguna vez viste este dibujo? —Dijo levantando la tela y dejando el ombligo expuesto.
Sabine y Tom intercambiaron una mirada y la mujer asintió. —Es momento de ser honestos.
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—Lo juro madre. —Soltó Kagami terminando de trazar el dibujo de los signos de Marinette, esperando no haber pasado por alto ningún detalle. —Las estrellas de Marinette se parecen mucho a las que están labradas en el trono antiguo. La joven tuvo su iniciación el día de ayer, la luna llena la lazó a Luka Couffaine.
—¿La raya del arrecife por fin completó la primera fase de su iniciación?
—Ni empieces con lo de conseguirme marido. —Espetó Kagami dedicándole una mirada larga a Tomoe, que le daba la espalda. —Está ligado de manera espiritual a Marinette.
—Marinette... —Repitió Tomoe volviendo un poco el rostro.
Aquella mujer llevaba sobre los hombros una capa de color azul eléctrico, su aleta era larga y tenía escamas de color verde vivo, franjas un poco más oscuras. No era la aleta típica de una sirena, con cola de algún material transparente, parecía la aleta de un dragón japonés. Verde y azul por encima, amarillo por el centro. Tomoe solía usar una venda sobre los ojos cuando estaba sola, cuando tenía que ir ante el pueblo se ponía lentes oscuros para ocultar sus ojos.
Había, con el paso de los años, desarrollado la eco localización de los peses abisales, sus ojos eran sumamente sensibles a la luz, así que los vendaba todo el tiempo y había dejado de depender de ese sentido, convirtiéndose en una reina sabia y poderosa. Muchos creían que estaba ciega puesto que se ayudaba de su cayado para avanzar a nado por el pueblo, pocos se habían atrevido a tratar de adivinar que, en realidad, Tomoe era capaz de ver aún por encima de las vendas.
—Tiene nombre de princesa. —Murmuró la reina volviendo el rostro a su hija, para luego nadar con dificultad hacia ella.
Su aleta, cerca del borde, tenía una franja de unos cinco o seis centímetros sin escamas, la piel viva expuesta, las suturas.
—Madre... —Llamó Kagami insegura. —¿Cómo te sientes?
—¿Lo dices por esto? —Murmuró la mujer señalando sus heridas antes de sentarse al lado de su hija y sostener el cayado a su lado. —Estoy bien. —Prometió fríamente. —Muéstramela. —Pidió alzando un poco la barbilla.
Kagami tomó una mano de su madre y la puso sobre el dibujo, la reina repasó el diseño con aires pensativos y, aunque la princesa habría querido guardar silencio, no pudo evitar la pregunta que salió atropellada de sus labios.
—¿Podría ser mi hermana perdida?
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—Nosotros te encontramos en la costa. —Dijo Sabine tomando una mano de Marinette cuando se pusieron a caminar por la playa. La joven iba entre sus padres, que la guiaban entre la arena. —Te vimos en la playa, solitaria e indefensa.
—Eras tan pequeña, cabías en mis dos manos. —Dijo Tom tomándole la otra mano y sonriendo ampliamente.
—Papá, todavía quepo en tus dos manos. —Anunció la joven sonriendo y recargando la cabeza contra el hombro de aquel hombre fuerte y joven.
—Es cierto, Tom. —Dijo Sabine sonriéndole, enamorada. —Marinette, eras una bebé de días. Tan pequeña y frágil. —Añadió la china mientras seguían caminando, admirando las huellas que habían dejado los tres sobre la playa. —Te encontramos en la costa, cerca de aquella punta, estábamos de vacaciones, tu padre y yo habíamos decidido pasar viajando en nuestros últimos días libres antes de abrir su propia panadería en la capital. Este era nuestro último destino, Les Cavaliers.
—Tu madre estaba encantada con el mar. Siempre le gustó muchísimo. —Apuntó Tom apretando un poco el agarre sobre la mano de Marinette y mirando a su esposa.
—Eras tan pequeña... —Repitió Sabine suspirando. —Te encontramos entre las rocas. Estabas envuelta en una cobija tejida, la marea era alta ese día, pero tú estabas en la arena, moviendo tus manitas como si trataras de agarrar algo. El agua corría a tu alrededor, formando un círculo perfecto. —Dijo Sabine sin aire, como si todavía le costara creer que aquello fuera cierto. —Tu padre estaba asustado, temía que una corriente te llevara en cualquier momento, pero las olas iban y venían sin tocarte, sin acercarse a ti, era como si el mar te respetara y te obedeciera.
—Yo grité. —Admitió Tom con una sonrosa apenada y las mejillas sonrosadas. —Grité tratando de encontrar a alguien, a quien te hubiese dejado ahí, tus padres, tus verdaderos padres, debían estar cerca, y debían estar preocupados. Pero no había nadie.
—Tu padre salió corriendo a buscar ayuda, yo corrí hacia ti, temiendo que te pasara algo ahí tirada. Sólo quería verte a salvo. Así que te levanté en mis brazos y el mundo se detuvo un instante.
El mar bailaba tranquilo, Sabine hizo una pausa en la que Marinette pudo escuchar el oleaje tranquilo, las gaviotas gritando en lo alto, las risas de los niños, el viento agitando su cabello. Se sentía como si estuviese en casa, como si todo cobrara sentido.
—Marinette, ese día corrí hacia ti y te levanté en mis brazos. Tú abriste tus ojos y me miraste como si fuese el universo entero y supe que eras mi hija. —Admitió Sabine plantándose frente a Marinette antes de intercambiar un abrazo con la joven, ambas pelinegras se quedaron ahí, sosteniéndose la una a la otra con una sonrisa enorme y los ojos llenos de lágrimas, deseando que aquello no terminase jamás. —Y en cuanto lo hice, en cuanto te tuve entre mis brazos... —Añadió aquella mujer separándose de su hija y mirándola a los ojos, tomándole el rostro con orgullo y dulzura. —En el momento en que te sostuve, el mar me cubrió los pies, como si hubiese estado esperando a que alguien te tomara para poder correr su marcha normal.
Aquella escena corrió en la mente de Marinette, no supo distinguir si se trataba de algún recuerdo real o si sería su imaginación, pero pudo ver a Sabine tomando a la bebé entre sus brazos en el momento en que el mar le cubría los pies, salpicando un poco a los brazos de aquella mujer joven y hermosa que se convertía en madre por obra del mar.
—Si no hubiese estado mirando, jamás me habría percatado de que había una estrella dibujada en la arena, la misma estrella que tienes hoy marcada en tu piel. Pero se desvaneció con el movimiento del agua, así que no hubo ocasión de hacerle alguna foto.
—Yo no vi la estrella. —Admitió Tom poniendo un brazo alrededor de ambas mujeres. —Tu madre me contó lo que había ocurrido ese día, si no lo hubiera visto yo mismo, no lo creería, pero pasó. El mar te respetaba y te estaba cuidando, manteniendo las criaturas alejadas de ti con sus corrientes, rodeándote hasta que alguien te encontrara.
—Creo que el mar no me habría permitido acercarme si no supiera que mis intenciones eran buenas. —Dijo Sabine volviendo a caminar por la playa, tomando la mano de su hija y sonriendo al ver la expresión de gratitud que Marinette tenía en sus ojos. —El mar susurró tu nombre, no sé si era Marinette o no, pero sonaba parecido a eso. —Sabine suspiró. —Y ahora el mar te reclama de regreso.
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Tomoe suspiró antes de pasear la mano por el cabello de su hija, un gesto dulce que Kagami creyó jamás volvería a sentir. Su madre se había vuelto una mujer sumamente fría con el paso de los años, y aunque la joven princesa se lo había atribuido a la pérdida de su segunda hija, se permitía albergar la esperanza de que su madre podía volver a ser dulce y tranquila con ella.
Disfrutó de aquel contacto, aunque fuese algo corto y pudiese terminar en cualquier momento. Disfrutó la manera en que Tomoe le acarició el cabello, consintiéndola y prometiendo que todo iría bien de una forma u otra.
—Podría ser la princesa perdida. Podría no serlo. —Murmuró Tomoe, negándose a creer que de verdad el mar hubiese encontrado a su segunda hija. —¿Qué nombre rezaba la estrella del frente? Dices que son nombres distintos.
—Una decía Marinette, es el nombre que ella usa... la segunda estrella decía Meredith.
Tomoe suspiró asintiendo para sí misma.
—Ella tiene que tomar una decisión esta noche, no podemos presionarla. Y también tú debes prepararte para tomar tu lugar como embajadora del océano. Ve a descansar. —Pidió la reina levantándose y encaminándose de nuevo hacia la ventana. —Entiende algo. Aún si se tratara de la princesa perdida, temo que no podamos decirle nada todavía, no hasta que elija, y es Luka el que debe entrenarla, no nosotras. No te hagas ilusiones.
—No, lo sé. Es sólo que... —Kagami suspiró deteniéndose en la puerta, no sabía si su madre le escucharía o no, pero tampoco pudo detener las palabras. —Sería lindo tener una amiga, una hermana.
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—Lo que te conté esta mañana parece un cuento. —Soltó Marinette pensando en su nado de sirena al lado de Luka la noche anterior. —Pero escuchando esto, tiene todo el sentido del mundo creer que es verdad, creer que pasó de verdad. Si no hubiesen aparecido de la nada los tatuajes, ni yo misma lo creería.
—Marinette, somos tus padres y nos preocupamos por ti. —Dijo Tom mirando a su hija a los ojos. —Pero queremos que sepas que te vamos a estar apoyando en lo que decidas y en lo que necesites.
—Kagami dijo que si elijo despertar mi naturaleza, deberé pasar un año aquí. —Murmuró Marinette asustada. —Podría arreglar un intercambio, pero... no quiero dejarlos.
—Mari, es una decisión muy importante. —Dijo Sabine encarando a su hija. —La escuela, la ciudad, incluso nosotros pasamos a segundo plano justo ahora. Sé todo lo egoísta que necesites y toma una decisión pensando en ti y en lo que quieres, nosotros estaremos aquí contigo.
—Además, dos horas en avión se pasan rápido. —Bromeó Tom mirando a su esposa. —Es una buena excusa para vacacionar de vez en cuando.
Marinette sonrió ampliamente y lanzó los brazos en torno al cuello de su padre, colgándose de aquel roble antes de besarle una mejilla y besar también a su madre.
—Son los mejores, no cabe duda de eso. —Prometió la chica.
—Ve a dormir un rato. —Pidió Sabine percatándose de que las mejillas de su hija estaban calientes, posblemente por el sol. —No queremos que te enfermes esta noche.
—¿Qué hay de ustedes? —Quiso saber la chica.
—Bueno, como no dejas de hablar de las maravillas de la tecnología, tu padre ha aprendido lo que es Airbnb y tenemos dónde pasar un par de días. Nos instalaremos y te haremos llegar la ubicación de nuestro alojamiento en cuanto estemos ahí.
—Gracias. —Murmuró la chica antes de besar de nuevo a sus padres y sonreír. —Son los mejores. Los veo más tarde entonces, buscaré a Chloe para ponerla al tanto y luego iré a la lunada. Luka merece saber mi decisión.
Y sin esperar respuesta, Marinette salió corriendo lejos de ellos, dejándolos con un vacío tremendo en el pecho y la incertidumbre de su decisió
