(Deep end – Ruelle)

La morgue estaba helada, claro, está por demás decir eso. Y Marinette sabía que los cuerpos debían estar en refrigeración, de otro modo no había manera de mantenerlos en buen estado en todo el tiempo que durasen las averiguaciones. Las mesas metálicas estaban vacías, todas menos dos, cuerpos cubiertos hasta la cabeza por sábanas blancas, una etiqueta atada en torno al tobillo, todos los demás cuerpos estaban en las gavetas de la pared, ocultos bajo llave para que nadie los lesionara, o se fueran a perder.

Marinette caminaba casi en trance, moviéndose en cámara lenta entre los cuerpos mientras buscaba una excusa para no hacer aquello. Pero cómo se iba a echar de espaldas si ella misma había dicho que quería hacerlo.

Se había levantado y dado un paso hacia Luka, entrelazando sus dedos con los de su guardián en un gesto dulce.

Si puedo hacer algo por ayudar...

Había hablado demasiado pronto, no soportaba ver así al muchacho, había demostrado un temple y una paz en sus ojos que era contagiosa y abrasadora. Si ella podía hacer algo por mantener intacta tanta calma, lo haría sin pensarlo dos veces.

Llegaron al fondo de la morgue y el doctor descubrió el rostro de Anika. Sólo su rostro.

Marinette había esperado ver el cuello destazado por los colmillos, como si se hubiese equivocado en la playa, o en su visión. Esperaba ver la piel inmaculada de la joven turista manchada por sangre seca y pedazos de carne que hicieran falta, como si los colmillos hubiesen desgarrado todo a su paso.

Pero no.

La piel de Anika estaba lesionada, sí, tenía moretones, cardenales, marcas claras. No había una segunda mordida, no había sangre seca, no faltaban pedazos de carne.

—Los dejo. —Anunció el médico mirando a Gabriel.

Fue lo único que alcanzó a escuchar Marinette, no escuchó al señor Agreste saliendo a despedirse del médico, agradecer su colaboración con los hijos del océano, lo que fuera que le hubiese dicho. No, tampoco escuchó a Adrien decirle que no tenía que hacer aquello, tampoco escuchó a Luka murmurar vehemente que frenase.

Marinette de nuevo estaba sumida en una especie de trance perpetuo que la obligó a arremolinarse en la oscuridad, perdiéndose en los recuerdos.

La vez anterior (la primera vez) había sido suficiente con tocar su piel para dejarse perder en la consciencia de aquella difunta, como si Anika quisiera mostrarle su muerte, así que esperó poder repetir aquella experiencia haciendo contacto y nada más.

Suspiró profundo, descubrió a Anika hasta los hombros, respetando su privacidad aún en medio de la muerte, y suspiró antes de tomar las mejillas heladas que habían albergado color, dulzura, calor un par de horas atrás.

Pero nada pasó.


13.-La voz de los muertos

Sonrais777: Bueno, después de doce capítulos ya era justo y necesario que ese cabezota ya cayera en cuenta de la verdad jajaja, ahora, a profundizar en las habilidades de la princesa perdida

Manu: No sé si Luka sea indestructible, pero sí que la va a proteger. Gracias por las recomendaciones, luego veo qué puedo hacer al respecto

Marianne E: Lo prometido es deuda, disfruta mucho esta entrega del océano, creo que con las imágenes que te mandé ya más o menos cachas qué estoy planeando, voy a reciclar recursos en ambas historias, aunque van a tomar rumbos distintos, a ver cómo nos va con esto. Hace mucho no te escribía esto jajaja No me mates


Nada pasó...

O al menos eso fue lo que ella creyó al principio.

Puesto que cuando tocó la piel fría de Anika, esta vez no hubo reacciones, no hubo recuerdos de la playa, no hubo un segundo intento por estrangularle. No hubo nada.

—Nada... —Murmuró la joven sintiendo una mezcla entre alivio y frustración.

Y Marinette levantó la mirada en dirección a donde había estado Luka, percatándose de que estaba sola en la morgue. La luz blanquecina y mortuoria se había vuelto más fría, no se escuchaba nada, no había ruidos, los radios de los médicos, las voces de la gente afuera, la carretera. La joven sirena no escuchaba nada en ese momento.

Soltó un alarido de terror cuando vio a Anika de pie al otro lado de la mesa, y retrocedió aterrorizada al verla ahí, pero luego todo cayó en su lugar.

De nuevo estaba en trance.

—¿Estoy muerta? —Dijo Anika mirando sus manos, sin comprender qué estaba ocurriendo en ese momento. Levantó la mirada hacia Marinette, consiguiendo que la joven se cubriera la boca, horrorizada, y retrocediera otro paso.

Anika no podía verse a sí misma, pero su piel estaba pálida, sus ojos lechosos no transmitían nada, sus ojeras marcadas y el costado destazado.

—Sí... —Musitó Marinette al borde del llanto, desviando la mirada hacia el costado, y quedándose helada al ver que el cuerpo del primer muerto de la semana no se encontraba en su sitio. La mesa estaba vacía.

El cuerpo estaba de pie dándoles la espalda. La sábana caía lentamente hacia el suelo, deslizándose en cámara lenta ante los ojos de la sirena.

El muchacho giró lentamente sobre su propio eje, como si quisiera encarar a Marinette, pero la chica salió corriendo de aquel lugar, empujando las puertas de la morgue con todas sus fuerzas y saliendo a la playa principal en aquel gesto. Ahí estaba de pie el tiburón de la playa, pero esta vez no llevaba cabeza de escualo, estaba de espaldas a la joven, Marinette sabía de alguna manera que se trataba de él, pero esta vez era humano del todo.

Tenía el cabello oscuro, pero no estaba segura del color al ser tan adentrada la noche, podría ser cualquier tono.

Aquel hombre se veía escuálido, como si alguna vez hubiese sido atlético, pero hubiese estado preso mucho tiempo. Su piel era blanca, sus huesos estaban marcados, la piel se estiraba sobre las articulaciones de una forma antinatural, como si toda la carne hubiese sido consumida y él fuese sólo el despojo de lo que alguna vez había sido un ser humano.

Pero ni siquiera eso era real.

El tiburón de la playa era un hombre relativamente fornido, con el cuerpo propio de alguien que hace ejercicio con regularidad.

Marinette no tardó en adivinar que se percibía a sí mismo como una especie de prisionero. No estaba viendo al tiburón de la playa, estaba viendo lo que el tiburón creía que se había convertido.

—Espera... —Murmuró Marinette confundida.

Aquel hombre bajó la mirada al suelo, el cuerpo de un muchacho fuerte yacía a sus pies, desangrándose lentamente por las mordidas... ¿Lo había mordido?

El tiburón bajó la mirada hacia sus manos y vio horrorizado que estaba cubierto de sangre, pero no se había transformado. No podía haberlo destazado a mordidas de aquella manera puesto que él no era el tiburón del océano, no había manera que lo fuera.

—¡Espera! —Gritó Marinette comenzando a correr hacia él, desesperada por alcanzarlo.

En dos pasos ya se estaba ahogando mar adentro. Nadaba con todas sus fuerzas contra corriente, nadaba contra la marea, contra las olas que azotaban contra su rostro, como si el mar picado tratase de hundirla. Sentía la desesperación de no poder transformarse, sentía en su cuerpo la furia contra sí misma, como si se reclamara por ser un...

Monstruo...

(Monster – Beth Crowley)

No. No era ella, no era ella la que trataba de nadar contra corriente.

No era Marinette, hija del océano, niña perdida del mar, la que nadaba desolada. Era aquel hombre el que trataba de convocar una transformación que se negaba a aparecer. Los muertos habían pasado a segundo plano puesto que ahora ella estaba dentro de la consciencia de aquel monstruo marino, ahora ella se sumía desesperada en las aguas negras de un mar profundo y agitado, como si temiera convertirse de verdad en aquel monstruo sin corazón que había asesinado al primer turista de aquel solsticio.

Porque él se negaba a creer que de verdad se hubiese convertido en el tiburón del arrecife, él no era un tiburón, no lo era. Nunca lo había sido, había luchado contra un tiburón en su juventud, no era una leyenda de la playa que esos escualos voraces te mordieran y te transformaras como si se tratase de un hombre lobo. No.

¡No!

Él no era el tiburón del arrecife, él era...

¿Qué?

¿Qué era?

¿Quién era él?

—¡Tu nombre! —Gritó Marinette tragando agua salada cuando la siguiente ola la golpeó, pateando con fuerza para mantenerse a flote, luchando contra la infame tempestad, cruel, violenta y despiadada que no permitía un segundo de tregua. —¡Dime tu nombre!

Marinette sintió algo frío y viscoso enredándose en torno a su tobillo. Bajó la mirada horrorizada, percatándose de que estaba sumergida en su totalidad, agua arriba, abajo, a los lados, agua oscura y profunda, y una mano pálida.

Una mano de mujer.

La mano de Anika, que se aferraba a su tobillo, tirando con fuerza.

Porque Marinette seguía dentro de la consciencia del monstruo, así que entendía que sus víctimas quisieran venganza.

Marinette pateó con todo, tratando de zafarse de aquello, pero el agua era demasiado densa, y ella apenas y podía respirar, no podía luchar contra las manos (montones y montones de manos) que salían de la oscuridad reinante a su alrededor, arrastrándola a lo profundo de un océano que ella no podía navegar puesto que se estaba ahogando.

Porque no sólo eran las manos de Anika las que tiraban de ella para hundirla en el fondo del océano, sino todas las manos de todas las víctimas que habían caído a manos de un tiburón, de todos aquellos culpables e inocentes que habían perecido en las fauces de aquel vengador del océano que había jurado con acabar con los indignos de sus aguas, de su hogar.

Montones de manos que se cerraron en torno a su cuerpo, a sus hombros, a sus piernas, a sus manos. Ella soltó la mano izquierda, sintiendo que se ahogaba en medio de ese océano profundo hecho de terror y lágrimas, logró extender esa mano hacia arriba, o abajo, o donde quiera que pudiera, como si ese gesto le fuese a servir de algo.

Moriría ahogada.

Moriría en aquel océano negro.

Moriría igual que Anika y que Jasón...

Manos cubrieron su rostro, su nariz, sus ojos, ella apenas podía ver entre los dedos, pero de pronto, una luz pareció alzarse en medio de las tinieblas.

Marinette vio una mano bajar en su ayuda y no dudó antes de tomarla con fuerza y tirar para librarse.

.

Por un instante todo fue confuso. Ya no se ahogaba, ya no estaba sumergida en el océano, ya no sentía las manos cubrir todo su cuerpo, pero tampoco sentía nada más, como si siguiera suspendida entre el letargo que la muerte de Anika le había ofrecido, como si siguiera en trance. Y luego apareció una voz masculina y aterciopelada murmurando su nombre como si fuese un rezo, un canto, un mantra, como si aquella palabra, Marinette, fuese la más bella creación sobre la faz de la tierra en todos los idiomas disponibles. Porque si el francés era bonito, agraciado, elegante al ser pronunciado de forma correcta en voz alta, su nombre sonaba como la más pura de las melodías al ser pronunciado así.

Los brazos de Luka se cerraron en torno a su cuerpo de forma protectora y celosa, como si pudiese apartarla de las tinieblas. Marinette sintió el aliento cálido de Luka en su cuello justo antes de volver a la realidad.

—Mari, por favor.

—Luka... —Murmuró ella con voz ahogada, notando que la sensación de agua llenando su garganta se desvanecía como si sólo se hubiese tratado de un mal sueño. La pesadilla remitía.

—Dios... —Murmuró Luka cerrando con más fuerza el agarre sobre el cuerpo de Marinette mientras ella se acomodaba entre sus brazos. —Casi me matas del susto.

Marinette abrió los ojos y jaló un poco el cuerpo hacia atrás, para tratar de ver las facciones de Luka. El joven tritón tenía los ojos anegados y la expresión contraída en una mueca de tristeza y desesperanza. Marinette no pudo evitar lanzar el rostro hacia el frente y robar un beso a la boca del muchacho, tratando de alejar los demonios que podían estar plagando sus pensamientos justo en ese momento, como si ella fuese la guardiana y no al revés, como si ella fuese capaz de proteger a Luka del terror y no fuese ella quien necesitara de protección en ese momento.

Como si fuese Luka el que volvía del infierno y no ella.

El muchacho suspiró rompiendo el contacto y abrazando a Marinette con dulzura mientras Adrien se agachaba a su lado, metiéndose debajo de la mesa del muchacho.

—Se llama Jasón. —Murmuró Marinette levantando la mirada. —Este muchacho se llama Jasón, pude sentirlo en el trance. —Dijo con la voz quebrándose por el terror que todavía la invadía al haber visto la muerte del otro chico también.

—¿Qué viste, Mari? —Murmuró Adrien ignorando la expresión asesina que Luka le dedicó ante aquella pregunta.

—Anika fue asesinada por el tiburón del arrecife, pero el indigno no sabe lo que pasa. —Murmuró Marinette confundida, rompiendo en llanto. —No sabe ni quién es, ni dónde está. No es consciente de lo que está haciendo, es como si no supiera que se convirtió en un asesino.

—Deberíamos ir a otro sitio. —Pidió Luka sombrío, acariciando el cabello de Marinette dulcemente. —Ella necesita descansar.

—Lo sé. —Admitió Adrien levantándose y dedicándole una mirada a Luka, como esperando a que el muchacho diera la indicación. —Tú eres el guardián.

.

Marinette había ido a la casa donde se estaba hospedando con sus amigos para cambiarse de ropa, pero Luka le había insistido en que tomara el tiempo necesario, una ducha, lo que necesitara para reagrupar las fuerzas que necesitaba para poder seguir con aquella locura.

Marinette había considerado no demorarse mucho, pero al final, quitarse de la piel la sensación viscosa de las manos que se habían apoderado de su cuerpo había tomado más tiempo del que ella habría imaginado, así que terminó abriendo el agua caliente y esperando que la sensación ayudase a calmar el dolor.

Salió envuelta en una toalla pensando en recuperar el vestido de su iniciación, pero apartó ese pensamiento decidiendo dejar atrás aquella pesadilla, al final se había puesto un traje de baño de dos piezas para luego enfundarse en un short de mezclilla y ponerse una camiseta blanca de tiras sobre los hombros.

Su maleta no estaba del todo deshecha, así que reunió todas sus pertenencias y suspiró pensando en que debía llevar sus cosas a la casa de Luka en la playa, a su casa... Debía preguntar al respecto, pero iría una cuestión a la vez.

Adrien y Luka estaban sentados frente a frente en la mesa de la cocina, el rubio había preparado café (poco ortodoxo para Marinette, por el calor que hacía), pero ahora ambos muchachos lucían desenfadados mientras se ponían al corriente de sus vidas y terminaban aquella bebida caliente.

Marinette no pudo evitar sonreír al verlos así de unidos.

—Debería hacer una foto. —Comentó sin darse cuenta, sonriendo ampliamente.

Luka levantó la mirada sonriendo dulcemente mientras que Adrien volvió el rostro, ofuscado y molesto con la insinuación de su amiga. Preguntándose cómo era posible que tantas cosas hubiesen ocurrido en tan poco tiempo.

—¿Volviste a ser humana? —Murmuró el muchacho levantándose y acercándose a ella para tomarle el rostro y observar la sonrisa tímida que se había formado en los labios de su protegida.

—Vuelvo a sentirme sirena. —Bromeó ella en respuesta.

Los labios de Luka trazaron una ruta por la frente de Marinette, como si el muchacho requiriese aquel contacto para anclarse a la realidad. Ninguno de los dos se percató de la sonrisa que Adrien les dedicaba, cargada de melancolía y añoranza. No, el rubio no diría nada, no interrumpiría aquel momento de paz que aquellos hijos del océano compartían. No después de la expresión de horror que había puesto Marinette durante todo el trance. Porque sí, Adrien sentía un poco de celos por Marinette y otro poco de celos por Luka, pero no lo admitiría en voz alta jamás. Se limitaría a agradecer infinitamente el hecho de que ambos se encontraban bien.

Cuando Luka por fin rompió el contacto y encaró a Adrien, buscando la mano de Marinette a tientas, fue que Adrien por fin se atrevió a decir palabra.

—No te habría creído que estabas dispuesta a protegerla hasta que te vi el día de hoy, Luka.

—Deberíamos llevar tus cosas a mi casa de una vez. —Murmuró Luka ignorando aquel comentario, consiguiendo que Adrien se encogiera de hombros y ahogara una risa. —¿O quieres dar explicaciones a tus amigos?

—No. Yo...

—Dame la maleta. —Cortó Luka con una sonrisa, sabiendo que Marinette no necesitaba dar más explicaciones.

—Deberías ir al agua para saber si todo anda bien en la ciudad. —Murmuró Marinette sonrojada hasta las orejas al ver a Luka dirigirse a su habitación y regresar cargando con el equipaje de la joven.

—¿Es todo lo que traías?

—No, también mi mochila y el neceser... —Respondió en automático.

—Aprovecha que estamos aquí. —Pidió Adrien sonriendo y alcanzándolos en la alcoba antes de echarse la mochila al hombro y sonreír para su amiga. —Mejor si lo hacemos de una vez, pero quiero que me pongan al corriente.

Ponerse al corriente. Aquello habría sido lindo.

.

Una mujer estaba de pie frente a la casa de Luka, parecía estar esperando, seguramente había golpeado la puerta antes de que ellos llegasen y ahora esperaba la respuesta.

Delgada, piel clara, cabello negro y corto, demasiado familiar. Short blanco, traje de baño rojo y naranja, llevaba sobre los hombros un blusón transparente combinando esos tres colores, y lucía relajada y tensa al mismo tiempo.

—¿Sí? —Soltó Luka adelantando unos pasos hasta situarse a un metro de la cerca.

—¡Al fin te encuentro! —Espetó Kagami girando sobre sus propios pies, consiguiendo que Luka y Marinette abrieran la boca, pasmados al ver aquello. —No sabes cómo te he buscado.

Pero no fue capaz de terminar su oración. Sus ojos, oscuros como el chocolate, se encontraron con las esmeraldas eternamente verdes de Adrien y, por un instante, el tiempo se detuvo.