© Naruto, Masashi Kishimoto.

Adaptación Sasuhina. Obviamente OOC en personajes.


.

TRAPECIO SIN RED

Capítulo 7

.

Mientras Mei comprobaba la recaudación y hojeaba un montón de periódicos en la oficina, Hinata vendió las entradas de la segunda función. Lo hizo de una manera mecánica, sonriéndoles a los clientes automáticamente, pero, aunque habló sin parar, sólo podía pensar en el apasionado beso que había compartido con Sasuke y apenas prestó atención a lo que la gente decía. Se derretía ante el recuerdo, pero al mismo tiempo se sentía avergonzada. No debería haberse entregado a Sasuke con tal abandono cuando él no sentía ningún respeto por su matrimonio.

En cuanto dejó de sonar la música de la presentación del espectáculo, Mei abandonó el vagón rojo sin decir ni una palabra y Hinata cerró la taquilla. Se encontraba contando el efectivo del cajón de la recaudación cuando apareció Sakura. Llevaba puesto un maillot de lentejuelas doradas; el recargado maquillaje hacía que pareciera mayor de lo que era. Cinco aros rojos le colgaban de la muñeca como si fueran pulseras gigantescas y Hinata se preguntó si iría a algún lugar sin ellos.

—¿Has visto a Mei?

—Se fue hace unos minutos.

Sakura miró a ambos lados para cerciorarse de que estaban solas.

—¿Me das un cigarrillo?

—Me fumé el último esta mañana. Es un vicio horrible y además caro. Te arrepentirás de engancharte a él, Sakura.

—Aún no lo he hecho. Fumo sólo por distraerme. —Sakura se paseó por la oficina, tocando el escritorio, la parte superior del archivador, hojeando el calendario de la pared.

—¿Sabe tu padre que fumas?

—¿Acaso vas a decírselo?

—No he dicho eso.

—Pues hazlo si quieres —repuso en tono agresivo. —De todos modos, volverá a enviarme con la tía Orochi.

—¿Vives con ella?

—Sí. Pero tiene tres niños y la única razón por la que está dispuesta a acogerme es el dinero que le envía papá. Además, así tiene una canguro gratis para el bebé. Mi madre no podía ni verla —su expresión se volvió amarga—, pero mi padre sólo quiere deshacerse de mí.

—No creo que sea así.

—Y tú qué sabes. A él sólo le importan mis hermanos. Mei dice que no es culpa mía, sino que Jiraiya no sabe cómo tratar a las mujeres con las que no se puede acostar, pero sé que lo dice para que me sienta mejor. Creo que sí fuera buena con los malabarismos, él dejaría que me quedara.

Ahora comprendía Hinata por qué Sakura siempre llevaba los aros consigo. Estaba tratando de ganarse el afecto de su padre. Hinata lo sabía todo sobre cómo intentar complacer a un padre y lo lamentó por esa jovencita con cara de duende y boca sucia.

—¿Has hablado con él? Quizá si supiera cómo te sientes no te haría volver con tu tía. —Ella puso su cara de chica dura.

—Como si fuera a importarle. Y mira quién va a darme consejos. Todo el mundo habla de ti. Dicen que Sasuke se casó contigo porque estás embarazada.

—Eso no es cierto. —repuso Hinata, pero antes de que pudiera añadir nada más, sonó el teléfono y se volvió para contestar. —Circo de los Hermanos Hatake...

—Con Sasuke Uchiha, por favor —dijo una voz masculina.

—Lo siento, en este momento no está aquí.

—¿Podría decirle que lo llamó Danzō Shimura? Ya tiene mi número. Y dígale también que el doctor Aburame está intentando ponerse en contacto con él.

—Le daré el recado. —Colgó y se preguntó quiénes serían esas personas mientras anotaba el mensaje para Sasuke. Había demasiadas cosas sobre él que no sabía y tampoco parecía que se las fuera a contar.

Sakura se había ido mientras hablaba por teléfono. Con un suspiro, cerró con llave el cajón de la recaudación, apagó las luces y salió de la caravana.

Los trabajadores ya habían desmantelado la casa de fieras y Hinata pensó en el tigre. Se encaminó hacia el lugar donde estaba situada la jaula, dejándose llevar hacia allí como si no tuviera ningún control sobre su destino.

La jaula estaba situada sobre una plataforma a un metro de altura. La luz de los reflectores iluminaba el interior. A Hinata le latía con fuerza el corazón mientras se acercaba lentamente. Matatabi se levantó y se giró hacia ella.

La joven se quedó paralizada ante el impacto de esos ojos azules. La mirada del tigre era hipnótica, directa, sin parpadeos. Sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda y cómo se ahogaba en los ojos cerúleos del animal.

«El destino.» La palabra atravesó la mente de Hinata como si no fuera ella quien la hubiera puesto allí, sino el tigre. «El destino.»

No fue consciente de lo mucho que se había acercado a la jaula hasta que percibió el olor almizcleño del animal, un aroma que debería de haber sido desagradable pero que, sin embargo, no lo era. Se detuvo a menos de un metro de los barrotes y se quedó inmóvil. Los segundos dieron paso a los minutos y Hinata perdió la noción del tiempo.

«El destino.» La palabra volvió a resonar en la mente de la joven.

El tigre era un macho enorme de pelaje blanco e intrincado patrón a rayas negras, tenía las patas gigantescas y una mancha grisácea sobre la nariz rosada. Hinata comenzó a temblar cuando él aplastó las orejas dejando a la vista las ovaladas marcas negras de éstas; de alguna manera ella supo que aquel era un gesto de amistad. El tigre desplegó los bigotes y le ensenó los dientes. El sudor se deslizó entre los pechos de Hinata cuando el animal emitió un rugido; el sonido diabólico de una película de terror.

No pudo apartar la vista del tigre, aunque supo que era eso lo que él quería. El animal le lanzaba una mirada de desafío: ella debía apartar la vista primero. Y Hinata quería hacerlo —no era su intención desafiar al tigre, —pero se había quedado paralizada.

Los barrotes parecieron desvanecerse entre ellos y ella sintió como si no tuviera ninguna protección ante él. El tigre podía abrirle la garganta de un zarpazo, pero aun así, Hinata no podía moverse. Miró directamente a los ojos del animal y sintió como si éste le leyera el alma. Pasó el tiempo. Los minutos. Las horas. Los años.

Con ojos que no parecían suyos, Hinata vio sus propias debilidades y defectos; los miedos que la mantenían prisionera. Se vio en su privilegiada vida, doblegándose ante voluntades más fuertes que la suya, asustada de enfrentarse a cualquiera, intentando complacer a todo el mundo menos a sí misma. Los ojos del tigre le revelaron todo lo que quería mantener oculto.

Y luego parpadeó. El tigre. No ella.

Hinata observó con asombro cómo el animal estiró su enorme cuerpo y se dejó caer sobre el suelo de la jaula, desde donde la miró con gravedad y le dio su veredicto:

«Eres débil y cobarde.»

Hinata comprendió la verdad que le dictaban los ojos del tigre, y la sensación de victoria por haber sido capaz de sostenerle la mirada se evaporó dejándole las piernas débiles y flojas. La joven se hundió en la hierba, donde se sentó en silencio y se abrazó las rodillas, observando al animal sin miedo, aunque con cierto recelo.

Oyó la música que anunciaba el fin del espectáculo, las voces de los trabajadores que iban de un lado para otro del recinto y los sonidos habituales mientras recogían los puestos. Casi no había dormido la noche anterior y se fue adormeciendo poco a poco. Se le cayeron los párpados, pero no llegó a cerrarlos por completo. Apoyó la mejilla en las rodillas y continuó observando al tigre con los ojos entrecerrados mientras él le sostenía la mirada.

Estaban solos en el mundo; dos almas perdidas. Hinata percibió cada latido. El aire le llenaba los pulmones y el miedo se evaporó lentamente. Experimentó un profundo sentimiento de paz. El alma de la joven se unió a la del animal y se convirtieron en uno solo; en ese momento podría haber sido la comida y el sustento del animal, porque no existía ninguna barrera entre ellos.

Y entonces, más rápidamente de lo que hubiera podido imaginar, la paz se rompió y se sintió golpeada por una explosión de dolor que la hizo gemir. En el fondo de su mente supo que ese dolor provenía del tigre, no de ella, pero eso no hizo que le doliera menos.

«Santo cielo.» Se agarró el estómago y se dobló sobre sí misma. ¿Qué le estaba ocurriendo?

«¡Kami, haz que se detenga!» No podía soportarlo.

Cayó de bruces en el suelo y en ese momento supo que iba a morir.

Tan bruscamente como había empezado, el dolor desapareció. Respiró hondo y se puso de rodillas temblando.

Los ojos del tigre ardieron de furia contenida. «Ahora sabes cómo se siente un cautivo.»

Sasuke estaba furioso. Miró a Mei Terumī y, después, la katana envainada que él tenía en la mano. La noche del sábado era el día de cobro de los empleados y algunos ya estaban borrachos, así que llevaba el bastón como medida disuasoria. Sin embargo, no eran los trabajadores los que le molestaban.

—¡A mí no me roba nadie! —declaró Mei—, y Hinata no va a librarse de ésta solo porque sea tu esposa. —El tono bajo y firme acentuaba la rabia contenida de la dueña del circo. El pelo rojo lanzaba destellos de fuego sobre su espalda y le chispeaban los ojos verde oliva.

La promesa que Sasuke le había hecho a Kakashi en el lecho de muerte hacía que tuviera constantes enfrentamientos con su viuda. Mei Terumī era su patrona y estaba resuelta a presionarlo tanto como le fuera posible. Pero él estaba decidido a respetar los deseos de Kakashi. Era un compromiso que no satisfacía a ninguno de los dos y era inevitable que entre ellos surgiera una guerra abierta.

—No tienes ninguna prueba de que Hinata cogiera el dinero.

Mientras lo decía, Sasuke se sintió furioso consigo mismo por intentar defenderla. No había más sospechosos.

No le sorprendería que su esposa hubiera cogido dinero —ella habría pensado que se lo merecía, —pero no había esperado que robara en el circo. Eso sólo demostraba que su libido había nublado su buen juicio.

—Es cierto —espetó ella—. Comprobé la recaudación después de que se fuera. Acéptalo, Sasuke, tu mujer es una ladrona.

—No quiero que la acuses antes de que hable con ella —dijo él con terquedad.

—El dinero ha desaparecido, ¿no es cierto? Y Hinata estaba a cargo de él. Si ella no lo ha robado, ¿por qué se ha esfumado?

—La buscaré y le preguntaré.

—Quiero que la detengan, Sasuke. Me robó, y en cuanto la encuentres llamaré a la policía. —Él se detuvo al instante.

—Nunca llamamos a la policía. Lo sabes tan bien como cualquiera. Si es culpable yo me encargaré de ella igual que me encargaría de cualquier otra persona que hubiera infringido la ley del circo.

—La última persona de la que te encargaste fue aquel conductor que vendía drogas a los trabajadores. Lo dejaste hecho papilla cuando acabaste con él. ¿Piensas hacer lo mismo con Hinata?

—¡Ya está bien!

—Eres un gilipollas, ¿sabes? No vas a poder proteger a tu estúpida mujercita. Quiero recuperar hasta el último centavo y luego quiero que la castigues. Y si no lo haces a mi entera satisfacción, me aseguraré de que todo el peso de la ley caiga sobre ella.

—Te he dicho que me encargaré de ella.

—Ya veo cómo lo haces.

Mei era la mujer más dura que conocía. La miró directamente a los ojos.

—Hinata no tiene nada que ver con lo que pasó entre nosotros. No la utilices para vengarte de mí.

Sasuke vio en los ojos de Mei un destello de vulnerabilidad que rara vez exhibía, pero desapareció con la misma rapidez que apareció.

—Odio desinflar tu ego, pero veo que aún no te has dado cuenta de que ya no me interesas en absoluto.

Se marchó airada y, mientras la observaba alejarse, Sasuke supo que mentía.

Los dos compartían una historia larga y complicada que se remontaba al verano en que él tenía diecisiete años y pasaba las vacaciones viajando con el circo de los Hermanos Hatake, y escuchando el punto de vista de un Kakashi más joven sobre los hombres y las mujeres. Los trapecistas Terumī también estaban en la gira de aquel verano y Sasuke se deslumbró perdidamente de la reina de la pista central, que por aquel entonces tenía veintiún años.

Se pasaba las noches soñando con su elegancia, su belleza, sus pechos. Las chicas que había conocido hasta ese momento le parecían niñas comparadas con la deliciosa e inalcanzable Mei Terumī. Además de desearla, sentía cierta afinidad con ella porque ambos buscaban la perfección en su trabajo. Percibía en Mei una voluntad similar a la suya.

Pero Mei también poseía una vena egocéntrica que su padre había alimentado y que Sasuke nunca había tenido. Fuka Terumī le había hecho creer a Mei que era mejor que los demás. Sin embargo, la trapecista también tenía un lado más suave y maternal y, aunque en aquel tiempo era muy joven, se comportaba como una gallina clueca con los demás miembros de la compañía, les regañaba cuando se portaban mal, llenaba sus estómagos con fideos y les aconsejaba en amores.

Incluso a los veintiún años le gustaba jugar a ser la gran matriarca y al poco tiempo también había incluido a Sasuke en el clan, apiadándose del huérfano de diecisiete años que la observaba con aquellos ojos oscuros tan intensos. Se había encargado de que Sasuke tomara comidas sanas y le decía a Kakashi que lo mantuviera alejado de los trabajadores más pendencieros, ignorando el hecho de que Sasuke llevaba demasiados años de circo en circo para que nadie lo protegiera.

Pero no era eso lo que Sasuke quería de Mei, que había acabado liándose con un trapecista que se llamaba Ao Kara. Al igual que Mei, Ao pertenecía a la última generación de una vieja familia del circo y había sido contratado por el padre de Mei para que fuera el receptor de ésta en el trapecio.

Pero Fuka Terumī tenía algo mis en mente. Aunque la ascendencia circense de Ao Kara no era tan impresionante como la de ellos, a ojos de Fuka era lo suficientemente aceptable para convertirse en el progenitor de la siguiente generación de trapecistas Terumī, y Mei había complacido a su padre enamorándose de Ao.

Los celos habían carcomido a Sasuke. Su linaje circense era más impresionante que el de Kara, pero Mei sólo veía a un adolescente flaco y pálido que tenía talento con las armas ninja. Ella le había contado sus planes para casarse con el elegante Ao que su padre había contratado. Y que le permitiría poner a sus hijos el apellido Terumī.

El verano llegó al final y Sasuke estaba a punto de regresar al colegio. Los Terumī habían sido fichados para hacer la gira de la temporada siguiente con un circo mucho más reconocido que el de los Hermanos Hatake. Ao se pavoneaba como un gallo arrogante, aunque por otro lado carecía de materia gris, y el día que Sasuke se marchaba, Mei entró inesperadamente en la caravana de Ao y se lo encontró desnudando a una de las equilibristas.

Sasuke jamás olvidaría esa noche. Cuando terminó la función se encontró a Mei esperándolo.

No había llorado y parecía muy calmada.

—Ven conmigo.

A él ni se le ocurrió desobedecerla. Mei lo llevó al borde del recinto, donde se introdujeron en un pequeño espacio oscuro entre dos caravanas. El corazón de Sasuke comenzó a latir con fuerza ante los sombríos y clandestinos propósitos de Mei mientras se perdía en el olor almizcleño de su perfume.

La trapecista lo había mirado profundamente a los ojos. Sin decir ni una sola palabra se abrió la blusa y la dejó caer por los brazos. Aquellos pechos plenos, de redondos pezones oscuros brillaron como nieve bajo la luz de la luna que se colaba entre las caravanas. Mei le cogió las manos y las puso sobre sus pechos.

Él se había imaginado algo como eso cientos de veces, pero las fantasías no le habían preparado para tocar realmente aquellos pechos y sentir esos redondos pezones bajo los dedos.

—Bésalos —dijo ella.

Los dedos de Mei bajaron a la cremallera de Sasuke. Éste aspiró profundamente sobre la húmeda piel de sus senos. Cuando ella lo tomó entre sus manos, Sasuke sintió que perdía el control y explotó con un ronco gemido.

Él se había estremecido de satisfacción y humillación. Mei había presionado entonces sus labios contra los de él, ofreciéndole un beso largo y profundo. Luego se apartó y, aún con los pechos desnudos y húmedos por la lengua de Sasuke, se giró entre las caravanas.

Fue entonces cuando él se dio cuenta de que Ao había estado allí todo el tiempo, observándolos.

El destello duro y triunfante en los ojos de Mei le dijo a Sasuke que ella lo había sabido en todo momento y la sensación provocada por aquella traición fue tan devastadora que no pudo respirar. Él no le importaba. Sólo lo había utilizado para vengarse.

Mientras observaba a su antiguo amante, Mei pareció olvidarse de que Sasuke existía.

—He contratado a un nuevo receptor —dijo ella con frialdad. —Estás despedido.

—No puedes despedirme —estalló Ao. —Soy un Kara.

—No eres nada. Incluso este chico es más hombre que tú.

Mei volvió a darse la vuelta y selló los labios de Sasuke con un beso. A pesar de su lujuria, a pesar de la neblina de la traición, él sintió una chispa de fría admiración que lo asustó más de lo que lo había hecho nunca la cuarta de cuero de su tío. Comprendía aquella cruel demostración de amor propio. Como Mei, él jamás dejaría que alguien o algo amenazara lo que era, sin importar el precio que tuviera que pagar. A pesar de odiarla por haberlo utilizado como un peón, no pudo dejar de respetarla por ello.

Mei pasó los siguientes dieciséis años como artista destacada en los grandes circos del mundo y no hizo otra gira con el circo de los Hermanos Hatake hasta que su carrera comenzó a declinar. Para entonces, su padre ya había muerto y Mei, soltera y sin hijos, se había convertido en la última Terumī.

Kakashi le dio la bienvenida al circo de los Hermanos Hatake y montó el espectáculo en torno a ella. Además, en sus infrecuentes conversaciones telefónicas con Sasuke, le reveló lo suficiente como para que éste dedujera que Kakashi estaba colado por ella.

Sasuke y Mei se habían reencontrado hacía dos veranos y, de inmediato, se hizo evidente que hubo un cambio en el equilibrio de poderes entre ellos. A los treinta y dos años él estaba en la plenitud de su virilidad y no le quedaba nada por probar, mientras que los mejores años de Mei como artista ya habían pasado. Sasuke conocía su propia valía y hacía mucho tiempo que había quedado atrás la baja autoestima que sentía en la adolescencia. Ella era hermosa, inquieta y, por razones que él no comprendió de inmediato, estaba soltera y sin hijos.

El fuego de la pasión crepitó con fuerza entre ellos, pero esta vez era ella la que lo buscaba a él. Sasuke no quería hacer daño a Kakashi y, al principio, ignoró las insinuaciones sexuales de Mei. Sin embargo, pronto se hizo evidente que el dueño del circo estaba resignado a que los dos se liaran y, con su peculiar idiosincrasia, se sintió ofendido cuando Sasuke continuó desairando a la mujer que él valoraba por encima de todas las cosas.

Finalmente, Sasuke la dejó entrar en su cama. Ella era ágil y suave, carnal y apasionada, y él jamás había disfrutado tanto del sexo. Le gustaba que ella fuera dura y, también, no poder hacerle daño. Porque, aunque la apreciaba, no la amaba.

—¿Por qué no te has casado? —le preguntó Sasuke una noche sentado a la mesa en la lujosa caravana de Mei, donde ella se disponía a servirle la comida por segunda vez en el día. Los dos llevaban puestas las batas, la de ella tenía un exótico estampado que hacía que los brillos rojizos de su pelo parecieran todavía más intensos. —Siempre he pensado que querías tener hijos. Tu padre no esperaba otra cosa.

Ella le puso un plato de ryokan delante y se volvió a la cocina para coger el suyo. Pero no volvió a la mesa. Se quedó inmóvil mirando fijamente la comida que había preparado.

—Supongo que ambicioné demasiado. Ya sabes que hay cosas que no se pueden tener. Los mejores trapecistas nacemos con una habilidad especial y el hombre con el que me case tiene que provenir de una buena familia. No me casaré con cualquiera, y mucho menos sin amor. Amor y linaje. Es una buena combinación. —Llevó el plato a la mesa. —Mi padre solía decir que era mejor que los Terumī se extinguieran antes que tener nietos sin sangre circense. —Se sentó y cogió el tenedor. —Bueno, hice mía esa máxima. Es preferible que los Terumī se extingan a casarme con un perdedor hijo de puta al que no pueda respetar.

—Bien por ti.

Ella tomó un bocado de comida y volvió a dejar los palillos en el plato. Después observó detenidamente a Sasuke, con un brillo provocador en los ojos.

—Los Uchiha son todavía más importantes que los Terumī. Fuka me dijo hace años que no debería haberte dejado escapar. Me reí de él porque por aquel entonces tú eras sólo un niño, pero ahora los cuatro años que te llevo no significan nada. Somos los últimos de dos grandes dinastías circenses.

Divertido, él negó con la cabeza.

—Yo no tengo ninguna intención de perpetuar la dinastía Uchiha. Lo siento, cariño, pero tendrás que buscar esperma circense en otro lado.

Ella se rio, pinchó un rollito de carne y se lo llevó a la boca.

—Menos mal que no te quiero. Si lo hiciera estarías perdido.

Su ardiente relación siguió adelante, tan lujuriosa y apacible que él no prestó atención a la manera, cada vez más posesiva, con la que ella lo trataba o cómo, poco a poco, comenzó a considerarlo su igual.

—Somos almas gemelas —le dijo ella una noche, con la voz ronca por la emoción, —si fueras mujer, serías yo.

Mei tenía razón, pero algo en el interior de Sasuke se rebeló ante la comparación. Admiraba a Mei, pero había algo en ella que le repelía. Puede que porque se veía reflejado a sí mismo. Para impedir que dijera nada más, se acomodó entre las piernas femeninas y entró en ella con un duro envite.

A pesar de los sutiles cambios en el comportamiento de Mei, él no estaba preparado para lo que sucedió una tarde de aquel verano en el recinto a las afueras de Kirigakure. Ese día ella le dijo que le amaba. Y cuando lo hizo, él se dio cuenta de que hablaba totalmente en serio.

—Lo siento —dijo él tan suavemente como pudo cuando ella terminó su declaración, —pero eso no va conmigo.

—Por supuesto que sí. Es el destino.

Mei se negó a escuchar cuando Sasuke le dijo que él nunca podría amar a nadie —que había perdido la capacidad de amar cuando era un niño maltratado— y el brillo en los ojos de la joven le dijo que para ella el rechazo no era más que un juego. Se empeñó en hacerle cambiar de opinión con la misma determinación que empleó antaño para conseguir el triple salto y, sólo cuando él estaba haciendo la maleta para marcharse después de su última actuación en el circo, comprendió que él no bromeaba. Sasuke jamás la había engañado. No la amaba. Y no iba a casarse con ella.

Cuando por fin asimiló aquel tajante rechazo, todo lo que Mei creía sobre sí misma se hizo trizas y se volvió loca. Fue en ese momento cuando hizo lo inconcebible, lo que nunca le perdonaría. Fue cuando le rogó que no la dejara.

Sasuke era, sin duda, la única persona en el mundo que podía comprender la enormidad de lo que ella estaba destruyendo cuando lloró de rodillas ante él. Había doblegado su orgullo, lo que hacía que fuera quien era.

—Mei, basta. Tienes que parar. —Intentó levantarla, pero ella se aferró a él y gritó con una desesperación tan desgarradora que él se llevaría ese sonido consigo a la tumba. En ese momento Sasuke pudo ver cómo el amor que Mei sentía por él se convertía en odio.

Kakashi Hatake, alertado por el ruido, había irrumpido, de repente, en la caravana y se había dado cuenta de lo que pasaba. Luego había mirado a Sasuke y le había señalado la puerta con la cabeza.

—Vete, yo me encargaré de todo.

Una semana después, Mei se casó con Kakashi; un hombre atractivo pero que no le dio hijos, y Sasuke era el único que sabía por qué. Su rechazo la había herido en lo más profundo de su ser y sólo podía resurgir de sus cenizas uniéndose a alguien poderoso que la pusiera en un pedestal. Desde que su padre había muerto, ella había recurrido a Kakashi.

—¡Sasuke! —La voz asustada de Sakura interrumpió sus perturbadores recuerdos. —¡He visto a Hinata! Está delante de la jaula de Matatabi.

Mei oyó lo que Sakura decía y alejándose de Yamato Tenzō se dirigió a Sasuke:

—Yo me ocuparé de esto.

—No, lo haré yo. Es mi trabajo.

Mientras sus ojos se enfrentaban en una firme batalla de voluntades, él maldijo para sus adentros a Kakashi Hatake por hacerlos pasar por eso. Sólo tras la muerte de Kakashi se había dado cuenta de cómo éste lo había manipulado con su habitual astucia. Había pensado que, obligándolos a estar juntos, Sasuke y Mei resolverían sus diferencias, se casarían y conservarían el circo de los Hermanos Hatake. Kakashi nunca había conocido realmente la naturaleza de ellos dos. Y, por supuesto, Kakashi no había contado con que una raterilla llamada Hinata Hyuga echara a perder sus planes.

Sakura caminó al lado de Sasuke, frunciendo el ceño ton ansiedad.

—No ha sido mucho dinero. Sólo doscientos ryō. —Él deslizó el brazo alrededor de los hombros de la joven y le dio un apretón.

—Quiero que te mantengas apartada de esto, Sakura. ¿Me has comprendido?

Ella levantó la vista y lo miró con preocupación.

—No vas a golpearla, ¿verdad, Sasuke? Es lo que dijo mi hermano.

Las voces espabilaron a Hinata. Levantó la cabeza de las rodillas y se dio cuenta de que se había quedado dormida sentada en el suelo delante de la jaula de Matatabi. Mientras se desperezaba, recordó el dolor que había experimentado y la extraña sensación de afinidad con el tigre. Que extraño. Debía haberlo soñado, aunque todo aquello le había parecido muy real.

Miró a la jaula. Matatabi había levantado la cabeza, había bajado las orejas y tenía las marcas negras a la vista. Siguió la dirección de su mirada y vio que Sasuke se acercaba a ella, con Mei y Sakura a la zaga. Se puso de pie lentamente.

—¿Dónde está? —exigió Mei.

—Yo me encargaré de esto —dijo Sasuke.

Hinata sintió un atisbo de temor al ver la expresión fría y resuelta en la cara de su marido. Matatabi comenzó a pasearse intranquilo por la jaula.

—¿Encargarte de qué? ¿Qué ha pasado? —Mei la miró con desprecio.

—No te molestes en hacerte la inocente. Sabemos que tú robaste el dinero, así que devuélvelo. ¿O ya lo has escondido en alguna parte?

Matatabi gruñó por lo bajo.

—No he escondido nada. ¿De qué estás hablando? —Sasuke se puso la espada recargada en el hombro izquierdo.

—Faltan doscientos ryō del cajón de la recaudación, Hinata.

—Eso es imposible.

—Es cierto.

—Yo no los he cogido.

—Eso está por verse.

Hinata no podía creer lo que estaba ocurriendo.

—No soy la única que estuve allí. Tal vez Genji vio algo. Fue quien me sustituyó cuando fui a probarme los maillots.

Mei se acercó más.

—Te estás olvidando de que conté el dinero justo después de que volvieras a tu puesto. Estaba todo. Los doscientos ryō desaparecieron después de marcharme.

—Eso es imposible. Estuve allí todo el tiempo. No pudo haber desaparecido.

—Voy a registrarla, Sasuke. Quizás aún lo lleve encima.

—Ni se te ocurra tocarla—dijo Sasuke sin levantar la voz, pero la orden implícita en su respuesta era inconfundible.

—¿Pero qué pasa contigo? —exclamó Mei. —¿Desde cuándo piensas con la polla?

—Ni una palabra más. —Él se volvió hacia Sakura, que había estado observando el intercambio de voluntades. —Vete, Sakura. Todo se habrá aclarado por la mañana.

Sakura se fue a regañadientes, pero Hinata vio que se acercaban otras personas: Hidan Jashin, el domador de elefantes, con Yamato Tenzō, y Jiraiya, al que acompañaba una de las animadoras.

Sasuke también notó que estaban atrayendo a una multitud y se volvió hacia Hinata.

—Si me das el dinero ahora evitaremos montar una escena.

—¡Yo no lo tengo!

—Entonces tendré que buscarlo, y comenzaré por registrarte.

—¡No!

La agarró del brazo y Matatabi emitió un rugido ensordecedor cuando Sasuke comenzó a arrastrarla hacia la caravana. Mei se puso de inmediato a la izquierda de Sasuke, dejando claro que no pensaba dejarlos solos.

Por el rabillo del ojo, Hinata vio las expresiones severas y serias de todos los que se habían reunido alrededor de la tarta de bodas la noche anterior. Moegi estaba allí, pero ahora se negaba a mirar a Hinata a los ojos. Ino se dio la vuelta y Jiraiya Senju la fulminó con la mirada.

Cuando Sasuke le apretó el brazo, Hinata sintió que una sensación de traición se extendía hasta lo más profundo de su alma.

—No sigas con esto. Sabes que jamás robaría nada.

—Pues no, en realidad no lo sé. —Habían llegado a la caravana y Sasuke se adelantó para abrir la puerta con la misma mano que sujetaba la espada. —Entra.

—¿Cómo puedes hacerme esto?

—Es mi trabajo. —Con un empujón la hizo subir el último escalón. Mei los siguió a la caravana.

—Si eres inocente, no tienes nada que temer, ¿verdad?

—¡Soy inocente!

Él dejó el látigo en una silla.

—Entonces no te importará que te registre. —Hinata desplazó la mirada del uno a otro y la fría intención que vio en los ojos de ambos hizo que se sintiera enferma. A pesar de que no se soportaban, los dos se habían aliado ahora en su contra.

Sasuke se acercó y Hinata se echó hacia atrás, chocando contra el mostrador de la cocina, el mismo lugar donde sólo unas horas antes le había dado aquel apasionado beso.

—No puedo dejar que me hagas esto —dijo ella con desesperación. —Hicimos unos votos, Sasuke. No les des la espalda. —Ella sabía que eso la hacía parecer más culpable ante aquellos ojos acusadores, pero el matrimonio se basaba en la confianza y si él destruía eso, no tendrían ni la más mínima oportunidad.

—Esto no tiene nada que ver con eso. —Ella se deslizó junto al mostrador.

—No puedo dejar que me toques. ¡Por Kami, créeme! ¡No robé el dinero! ¡N-nunca he robado nada en mi vida!

—Cállate, Hinata. Sólo estás empeorando las cosas.

Se dio cuenta de que él no iba a ceder. Con el único propósito de asustarla, la atrapó contra la despensa. Ella lo miró horrorizada.

—No lo hagas —susurró. —Por favor. Te lo ruego.

Por un momento él se quedó inmóvil. Luego le cacheó los costados. Mientras Mei los observaba, le pasó las manos por las caderas, por la cintura, luego las movió hacia el estómago, la espalda, los pechos que él había tomado en sus manos tan sólo unas horas antes... Hinata cerró los ojos cuando él le deslizó la mano entre sus piernas.

—Deberías haberme creído —susurró cuando él terminó. Sasuke dio un paso atrás con los ojos llenos de preocupación.

—Si no lo tienes, ¿por qué te has enfrentado a mí?

—Porque quería que confiaras en mí. No soy una ladrona.

Se miraron a los ojos. Parecía como si él estuviera a punto de decir algo cuando Mei dio un paso adelante.

—Tuvo tiempo de sobra para deshacerse del dinero. ¿Por qué no registras la caravana? Yo registraré la camioneta.

Sasuke asintió con la cabeza y Mei salió. A Hinata comenzaron a castañetearle los dientes a pesar de que la noche era cálida. Decía mucho de la relación entre Sasuke y Mei que, al menos en ese tipo de asuntos, parecieran confiar el uno en el otro. Pero nadie confiaba en ella.

Hinata se dejó caer en el sofá y se rodeó las rodillas con las manos para dejar de temblar. No miró cómo Sasuke revisaba los armarios ni cómo registraba sus pertenencias. La joven se sintió embargada por una sensación de impotencia. Ya no podía recordar cómo era tener la vida bajo control. Tal vez es que nunca la había tenido. Primero había dependido de su madre, luego de su padre. Y ahora era ese marido peligroso el que había asumido el control de su vida.

Los ruidos de la búsqueda fueron reemplazados por un pesado silencio, pero Hinata no levantó la mirada del dibujo de la gastada alfombra.

—Has encontrado el dinero, ¿verdad?

—En el fondo de tu maleta, donde tú lo escondiste.

Hinata alzó la vista y vio la maleta abierta a sus pies. Tenía un montón de dinero en la mano.

—No sé quién lo habrá puesto ahí, pero no he sido yo. —Él se metió la mano en el bolsillo.

—Al menos ten las agallas suficientes para decir la verdad y acepta las consecuencias.

—No robé el dinero. Alguien me ha tendido una trampa. —Era evidente para Hinata que Mei estaba detrás de todo eso. Sasuke tenía que verlo también. —¡No lo he hecho! Tienes que creerme.

Las súplicas murieron en los labios de Hinata cuando observó el rígido gesto de su marido y supo que nada lo haría cambiar de opinión. Con una horrible sensación de resignación, le dijo:

—No voy a seguir defendiéndome. He dicho la verdad y no voy a decir nada más. —Él se acercó a la silla de enfrente y se sentó. Parecía cansado, pero nada comparable a cómo se sentía ella. —¿Vas a llamar a la policía?

—Nosotros resolvemos nuestros problemas.

—Es decir, sois juez y parte.

—Es mejor así.

Se suponía que el circo era un lugar mágico, pero todo lo que ella había encontrado era ira y sospecha. Clavó los ojos en Sasuke, intentando ver a través de la impenetrable fachada que presentaba.

—¿Qué ocurre si te equivocas?

—No lo hago. No puedo permitírmelo.

Hinata notó la fría certeza en la voz de su marido. Tal arrogancia era una invitación al desastre. Se le puso un nudo en la garganta. Ella le había dicho que no volvería a defenderse, pero aun así se sintió inundada por un tumulto de emociones. Tragando saliva, se quedó mirando las feas y finas cortinas que cubrían las ventanas detrás de Sasuke.

—Yo no robé los doscientos ryō, Sasuke. —Él se levantó y se acercó a la puerta.

—Nos enfrentaremos mañana a las consecuencias. No intentes salir de la caravana. Si lo haces, no dudes que te encontraré.

Ella oyó aquella voz helada y se preguntó qué clase de castigo le impondría. Sería duro, de eso no tenía la menor duda.

Sasuke abrió la puerta y salió a la noche. Ella oyó el rugido de un tigre y se estremeció.

Cuando Mei miró los doscientos ryō que Sasuke le daba, supo que tenía que escapar de allí y, un momento después, aceleraba por la carretera en su Honda sin importarle adónde iba; necesitaba celebrar la humillación de Sasuke en privado. A pesar de todo su orgullo y arrogancia, Sasuke Uchiha se había casado con una ladrona.

Sólo unas horas antes, cuando Moegi Kazamatsuri le había dicho que Sasuke se había casado, Mei se había querido morir. Había podido tolerar el horrible recuerdo del día en que perdió el orgullo, cuando se rebajó delante de él, porque había sabido que Sasuke nunca se casaría con otra. ¿Cómo iba a encontrar a una mujer que le comprendiera como lo hacía ella, su alma gemela? Si no podía casarse con Mei, mucho menos podría hacerlo con otra, y gracias a ese pensamiento su orgullo había sobrevivido.

Pero hoy todo se había acabado. Aún no podía creer que él le hubiera negado ese último placer. Se recordaba a sí misma llorando y abrazándose a él, rogándole que la amara, con la misma claridad que si acabara de ocurrir.

Y ahora, con más rapidez de la que podía haber imaginado, él estaba siendo castigado y ella podría dormir tranquila. No podía imaginar un golpe más amargo para el orgulloso Sasuke. Al menos su humillación había sido privada, pero la de él había sido en público. Mei encendió la radio y el coche se inundó con el sonido del rock duro. Pobre Sasuke. En realidad lo compadecía. Se había negado a casarse con la reina de la pista y había terminado con una ladrona.

Mientras Mei Terumī volaba por la carretera bajo la luz de la luna de Sunagakure, Sakura estaba acurrucada en el asiento trasero de la caravana de su padre con los delgados brazos cruzados sobre el pecho y las mejillas húmedas por las lágrimas.

¿Por qué había hecho algo tan feo? Si su madre estuviera viva, podría habérselo contado todo, podía haberle explicado que ni siquiera lo había planeado, pero el cajón de la recaudación estaba abierto y odiaba a Hinata; así que, simplemente, había cogido el dinero. Su madre la habría ayudado a arreglarlo todo.

Pero ella había muerto. Y Sakura sabía que si su padre se enteraba algún día de lo que había hecho, la odiaría para siempre.


Y Hinata creyendo que había tenido un buen momento…

Gracias a todos(as) por sus reviews, aunque no los contesté por PM o por aquí en caso de ser invitado, créanme que los leo a todos. Muchas gracias también a quienes me desearon una pronta recuperación con el covid-cho, porque sí, di positivo, pero ya estoy mucho mejor. La primera semana de mi confinamiento me la pase descansando la vista; la segunda me la pase viendo dramas y déjenme decirles, como no estoy acostumbrada a ver TV me quede embobada, xD He ahí la razón de por qué no publicaba Trapecio ni Nomeolvides, pero ahora ya estoy de vacaciones ¡Yey!

Como sea no creo que en esta semana actualice Nomeolvides porque es una semana ocupada para mí y hay mucho que corregir en el los últimos capítulos. Me gustaría ser multiusos pero solo puedo con una cosa, entonces, me ocupare de Trapecio que es mucho más sencillo para mí 😊

Así que si, nos vemos mañana, ¡bye!