© Naruto, Masashi Kishimoto.

Adaptación Sasuhina. AU. Obviamente OOC en personajes.


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TRAPECIO SIN RED

Capítulo 16

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Hinata miró fijamente a su padre.

—Eso es imposible. No te creo.

—Es cierto, Hinata. El abuelo de Sasuke fue el hijo mayor del último emperador del País del Fuego, Indra Ōtsutsuki.

Hinata conocía toda la historia sobre Indra Ōtsutsuki, el hijo mayor de Hagoromo Ōtsutsuki. En la Primera Guerra Mundial Shinobi, cuando Kumogakure buscaba debilitar el gobierno del emperador sobre el Pais del Fuego y apoderarse del Ninshū, el Raikage engañó al Hokage con un falso tratado de paz mientras la Armada Kinkaku se infiltraba en la capital y secuestraba a la familia real.

En aquel entonces, Indra tenía trece años y logró esconder el testamento del Sabio de los Seis Caminos antes de ser tomados por el enemigo. La Armada Kinkaku encerró a sus padres y a su hermano menor en una de las mansiones que poseían la familia en Konoha, donde fueron ejecutados, pero Indra fue torturado antes de ser asesinado para que revelara la ubicación del testamento. (1)

Se lo recordó a su padre.

—Todos fueron asesinados. El emperador, su esposa, los niños. Encontraron los restos de la familia en la mansión Ōtsutsuki.

Hiashi tomó un sorbo de té de la taza que le había ofrecido.

—Las pruebas de ADN identificaron al emperador, a su esposa y a su hijo menor Asura. Pero no fueron encontrados los restos del joven heredero, Indra.

Hinata intentó asimilarlo. A lo largo de los años, habían surgido personas que afirmaban ser uno de los hijos sobrevivientes del emperador, pero la mayoría habían sido impostores.

Su padre era un hombre muy meticuloso y no podía imaginarlo dejándose engañar por nadie. ¿Por qué ahora creía que el príncipe heredero había escapado de aquella fría muerte? ¿Acaso su obsesión por la historia shinobi lo había hecho perder el juicio?

Le habló con cautela.

—No puedo imaginar cómo el príncipe heredero logró escapar de una masacre tan terrible.

—Fue rescatado por unos monjes que lo escondieron con una familia al norte del País del Fuego. Años después, un grupo leal al emperador lo sacó a escondidas del país. Sabiendo de primera mano que para Kumo —que su toma sobre Konoha era débil—, sería peligroso que cualquier miembro de la familia regresara a ser gobernante, es normal que viviera escondido. Finalmente se casó y tuvo un hijo, Fugaku, el padre de Sasuke. Fugaku conoció a Mikoto Uchiha cuando ésta actuaba en Otogakure, se enamoró como un tonto y se fugó con ella. Fugaku apenas era un adolescente. Su padre acababa de morir y él era rebelde e insolente, de otra manera nunca se hubiera casado con alguien inferior a su rango. Tenía sólo treinta años cuando Sasuke nació. Dos años después, Mikoto, él y su hijo mayor Itachi murieron en un accidente ferroviario.

—Lo siento, papá. Aunque no dudo de tu palabra, simplemente, no puedo creerlo.

—Créeme, Hinata. Sasuke es un Ōtsutsuki. Y no un Ōtsutsuki cualquiera. Ese hombre que se hace llamar Sasuke Uchiha es el heredero de la corona del País del Fuego.

Hinata miró a su padre con tristeza.

—Sasuke trabaja en un circo. Eso es todo.

—Ya me dijo Hana que reaccionarías así. —En un gesto inusitado en él, Hiashi le palmeó la rodilla. —Te llevará tiempo acostumbrarte a la idea, pero espero que... me conozcas lo suficiente para comprender que nunca firmaría tal cosa si no estuviera absolutamente seguro.

—Pero...

—Te he contado muchas veces la historia de mi familia, pero es evidente que la has olvidado. Los Hyuga han estado al servicio de los emperadores del Pais del Fuego desde el reinado de Kaguya Ōtsutsuki. Hemos estado vinculados a través del deber y la obligación, pero nunca a través del matrimonio. Hasta ahora.

Hinata oyó el ruido de un avión, el rugido de un camión. Poco a poco fue comprendiendo lo que su padre le estaba insinuando.

—Así que lo planeaste todo, ¿no? Has concertado mi matrimonio con Sasuke por culpa de esa absurda idea que tienes sobre su origen.

—No es una absurda idea. Pregúntale a Sasuke.

—Lo haré —dijo poniéndose en pie. —Por fin lo entiendo todo. No soy más que un peón en tu loco sueño dinástico. Querías unir a las dos familias como hacían los padres en la Edad Media. Es tan increíblemente cruel que no me lo puedo creer.

—Yo no diría que sea una crueldad estar casada con un Ōtsutsuki.

Hinata se presionó las sienes con los dedos.

—Nuestro matrimonio sólo durará cinco meses más. ¿Cómo puedes estar tan satisfecho? ¡Un matrimonio de cinco meses no es precisamente el inicio de una dinastía!

Hiashi dejó la taza y se acercó lentamente hacia ella.

—Sasuke y tú no tienen por qué divorciarse. De hecho, espero que no lo hagan.

—Oh, papá...

—Eres una mujer llamativa, Hinata. Quizá no tan guapa como tu madre pero, no obstante, atractiva. Si fueras menos frívola, quizá podrías retener a Sasuke. Ya sabes que una esposa debe adaptarse a determinados roles. Antepone los deseos de tu marido a los tuyos. Sé complaciente. —Miró los sucios vaqueros y la desastrada camiseta de Hinata con el ceño fruncido. —Deberías cuidar más tu apariencia. Nunca te había visto tan descuidada. ¿Sabías que tienes paja en el pelo? Quizás Sasuke no estaría tan ansioso por deshacerse de ti si fueras la clase de mujer que un hombre quiere tener esperándolo en casa.

Hinata lo miró con consternación.

—¿Quieres que lo espere en la puerta de la caravana con unas pantuflas en la mano?

—Ese es justo el tipo de comentario frívolo que ahuyentaría a alguien como Sasuke. Es un hombre serio. Como no reprimas ese inapropiado sentido del humor, no tendrás ninguna posibilidad con él.

—¿Q-quién dice que quiero tenerla? —Pero mientras lo decía, Hinata sintió una dolorosa punzada en su interior.

—Ya veo que no quieres ser razonable. Creo que es hora de irme. —Hiashi se dirigió hacia la puerta. —Sólo espero que no tires piedras contra tu propio tejado, Hinata. Recuerda que eres una mujer que no se sabe valer por sí sola. Dejando a un lado el asunto del linaje familiar de Sasuke, es un hombre sensato y digno de confianza, y no se me ocurre nadie mejor para cuidar de ti.

—¡N-no necesito que un hombre cuide de mí!

—Entonces, ¿por qué aceptaste casarte con él?

Sin esperar respuesta, Hiashi abrió la puerta de la caravana y salió a la luz del sol. ¿Cómo podía explicarle ella los cambios que habían tenido lugar en su interior? Sabía que ya no era la misma persona que había salido de la casa de su padre un mes antes, pero Hiashi no la creería.

Fuera, los niños con los que había hablado antes se agrupaban alrededor de su profesora, listos para regresar al jardín de infancia.

Durante el mes anterior, Hinata se había acostumbrado a los olores y las imágenes del circo de los Hermanos Hatake, pero ahora lo miraba todo con nuevos ojos.

Sasuke y Mei estaban cerca del circo discutiendo por algo. Los payasos ensayaban un truco de malabarismo mientras Sakura practicaba el pino y Jiraiya la miraba con el ceño fruncido. Onbu jugaba en el suelo junto a Moegi, que adiestraba a los perros con algunos ejercicios que hacían que Hinata se encogiera de miedo. El olor de las hamburguesas que las showgirls asaban a la parrilla inundó sus fosas nasales mientras oía el omnipresente zumbido del generador y veía cómo los banderines ondeaban con la brisa de junio.

Y luego se oyó un grito infantil.

El sonido fue tan ensordecedor que todo el mundo lo escuchó. Sasuke giró la cabeza con rapidez. Sakura dejó de hacer el pino y los payasos soltaron lo que tenían entre manos. Hiashi se detuvo en seco, impidiendo que Hinata viera lo que pasaba. La joven oyó el grito ahogado que éste emitió y se puso a su lado para ver qué causaba la conmoción. Se le detuvo el corazón.

Matatabi se había escapado de la jaula.

El tigre estaba en la franja de hierba que había entre la casa de fieras y la parte trasera del circo. La puerta de su jaula estaba abierta; se había roto una de las bisagras. El animal tenía las orejas levantadas y sus pálidos ojos ceruleos se habían clavado en algo que estaba a menos de tres metros de él.

La pequeña de las mejillas sonrosadas.

La niña se había separado del resto de la clase y había sido su penetrante grito lo que había captado la atención de Matatabi. La pequeña chillaba despavorida aunque permanecía quieta; la mancha que se le extendía por el babi del jardín de infancia indicaba que se había hecho pis.

Matatabi respondía a los gritos, revelando sus afilados y letales dientes, curvos como cimitarras, diseñados para mantener inmóvil a su presa mientras la despedazaba con las garras. La niña volvió a soltar aquel chillido penetrante. Los poderosos músculos de Matatabi se tensaron y Hinata palideció. Sintió que el tigre estaba a punto de saltar. Para Matatabi, aquella niña que agitaba los brazos y gritaba sin parar era uno de sus más amenazadores enemigos.

Hidan apareció de la nada y corrió hasta Matatabi. Hinata vio la picana en su mano y dio un paso adelante. Quería advertirle que no lo hiciera. Matatabi no estaba acostumbrado a las descargas. No se acobardaría de la misma manera que los elefantes, sólo se enfurecería más. Pero Hidan estaba reaccionando de manera impulsiva, con la intención de contener al tigre de la única manera que sabía, como si Matatabi no fuera más que un elefante revoltoso.

Cuando Matatabi le dio la espalda a la pequeña, girándose hacia Hidan, Sasuke se acercó con rapidez por el lado contrario. Se acercó a la niña y la cogió entre sus brazos para llevarla a una zona segura.

Y luego, todo pasó en un instante. Hidan presionó la picana en el hombro del tigre. El animal se revolvió enloquecido, rugió lleno de furia y lanzó su enorme cuerpo contra Hidan, tirando al domador al suelo; Hidan soltó la picana que rodó fuera de su alcance.

Hinata nunca había sentido tanto terror. Matatabi iba a atacar a Hidan y ella no podía detenerlo de ninguna manera.

—¡Matatabi! —gritó desesperada.

Para sorpresa de la joven, el tigre alzó la cabeza. Hinata no sabía si había respondido a su voz o a otro tipo de instinto. Se acercó a él, a pesar de que le temblaban tanto las rodillas que apenas podía mantenerse en pie. No sabía qué iba a hacer. Sólo sabía que tenía que actuar.

El tigre permaneció encorvado sobre el cuerpo inmóvil de Hidan. Por un momento Hinata pensó que el entrenador estaba muerto, pero luego se dio cuenta de que permanecía quieto a la espera de que el tigre se olvidase de él.

Ella oyó la tranquila pero autoritaria voz de Sasuke.

—Hinata, no des un paso más.

Y luego la de su padre, más dura.

—¿Qué estás haciendo? ¡Regresa aquí!

Hinata los ignoró a los dos. El tigre se giró ligeramente y se quedaron mirando fijamente el uno al otro. Los dientes afilados y curvos del animal estaban al descubierto, tenía las orejas aplastadas contra la cabeza y la miraba de una manera salvaje. Hinata sintió que estaba aterrorizado.

—Matatabi —dijo ella con suavidad. Pasaron unos segundos. Hinata vio un destello de pelo rojizo entre Matatabi y la carpa principal; era el pelo llameante de Mei Terumī. La dueña del circo corría hacia Sasuke, que ya había dejado a la niña en los brazos de la maestra. Mei le dio algo a Sasuke, pero Hinata estaba demasiado aturdida para deducir lo que era.

El tigre pasó por encima del cuerpo de Hidan y centró toda su feroz atención en ella. El animal tenía todos los músculos tensos y preparados para saltar.

—Tengo un arma. —La voz de Sasuke sólo fue un susurro. —No te muevas.

Su marido iba a matar a Matatabi. Comprendía la lógica de lo que estaba a punto de hacer —con gente en el recinto, un tigre salvaje y aterrorizado era, evidentemente, un peligro, —pero ella no podía consentirlo. Esa magnífica bestia no debía ser ejecutada sólo por seguir los instintos de su especie.

Matatabi no había hecho nada malo, salvo actuar como un tigre. A las personas sólo las encerraban cuando delinquían. A él lo habían arrebatado de su hábitat natural, lo habían encerrado en una jaula diminuta y lo habían obligado a vivir bajo la mirada de sus enemigos. Y ahora, sólo porque Hinata no se había dado cuenta de que la puerta de su jaula estaba rota, iban a matarlo.

Se movió lo más rápido que pudo para interponerse entre su marido y el tigre.

—Quítate de en medio, Hinata. —El tono tranquilo de su voz no suavizaba la autoridad de su orden.

—No dejaré que lo mates —susurró ella en respuesta. Y se acercó lentamente al tigre.

Los ojos azules del animal se clavaron en ella. La atravesaron. Hinata sintió cómo el terror de Matatabi penetraba en cada célula de su cuerpo hasta unirse al de ella. Sus almas se fundieron y ella lo oyó en su corazón.

«Los odio.»

«Lo sé.»

«Detente.»

«No puedo.»

Hinata acortó la distancia entre ellos hasta que apenas los separaron dos metros.

—Sasuke te matará —susurró, mirando fijamente los ojos ceruleos de la bestia.

—Hinata, por favor... —Ella oyó una desesperada tensión en la súplica de Sasuke y lamentó el desasosiego que le estaba causando, pero no podía detenerse.

Cuando se acercó al tigre, sintió que Sasuke cambiaba de posición para poder disparar desde otra dirección. Hinata sabía que se le acababa el tiempo.

A pesar del miedo que le oprimía el pecho hasta dejarla sin respiración, se puso de rodillas delante del tigre. Le llegó su olor salvaje mientras lo miraba a los ojos.

—No puedo dejar que mueras —susurró. —Ven conmigo. —Lentamente estiró el brazo para tocarlo.

Una parte de ella esperaba que las poderosas mandíbulas de Matatabi se cerraran sobre su mano, pero había otra parte —su alma tal vez, porque sólo el alma podía resistirse con tal terquedad a la lógica— a la que no le importaba que le mordiera si con eso le salvaba la vida.

Le acarició con mucha suavidad entre las orejas.

El pelaje era a la vez suave y áspero. Dejó que se acostumbrara a su contacto, y el calor del animal le traspasó la palma de la mano. Los bigotes del felino le rozaron la suave piel del brazo, y sintió su aliento a través de la delgada tela de algodón de la camiseta. Él cambió de posición y poco a poco se dejó caer en la tierra con las patas delanteras extendidas.

La calma se extendió por el cuerpo de Hinata, que dejó de sentir miedo. Experimentó una sensación mística de bienvenida, una paz que jamás había conocido antes, como si el tigre se hubiera convertido en ella y ella en el tigre. Por un momento Hinata comprendió todos los misterios de la creación: que cada ser vivo era parte de los demás, que todo era parte de un algo, que estaban unidos por el amor, puestos sobre la tierra para cuidar unos de otros. Sin miedo, enfermedad o muerte. No existía nada salvo el amor.

Y en esa fracción de segundo, Hinata entendió que también amaba a Sasuke de la manera terrenal en que una mujer ama a un hombre.

Rodeó con los brazos el cuello del tigre como si fuera lo más natural del mundo. Tan natural como apretar la mejilla contra él y cerrar los ojos. Pasó el tiempo. Oyó los latidos del corazón de la fiera y, por encima, un ronroneo ronco y profundo.

«Te amo.»

«Te amo.»

—Tengo que encerrarte de nuevo —susurró ella finalmente, con las lágrimas deslizándosele por los párpados cerrados. —Pero no te abandonaré. Nunca.

El ronroneo y los latidos del corazón se hicieron uno.

Permaneció arrodillada un rato más, con la mejilla presionada contra el cuello de Matatabi. Hinata nunca había sentido tanta paz, ni siquiera cuando había permanecido cobijada entre las patas de Tater. Había muchas cosas malas en el mundo, pero este lugar... este lugar era sagrado.

Poco a poco fue consciente de lo que la rodeaba. Los demás se habían quedado paralizados como estatuas.

Sasuke todavía apuntaba con el arma a Matatabi, Qué tonto. Como si ella fuera a permitir que hiriera a ese animal. La piel de por sí pálida de su marido había adquirido el color de la tiza, y supo que tenía miedo por ella. Con el retumbar del corazón del tigre debajo de su mejilla, Hinata supo que había puesto el mundo de Sasuke patas arriba de una manera que él no podría perdonar. Cuando todo aquello acabara, ella tendría que afrontar las terribles consecuencias.

Hiashi —viejo y con la tez grisácea— permanecía de pie no muy atrás de Sasuke, al lado de Mei. Sakura se aferraba al brazo de Jiraiya. Los niños guardaban absoluto silencio.

El mundo exterior había irrumpido en la mente de Hinata y ya no pudo permanecer más tiempo quieta. Se movió lentamente. Manteniendo la mano sobre el cuello de Matatabi, hundió las puntas de los dedos en su pelaje.

—Matatabi volverá ahora a su jaula —anunció a todo el mundo. —Por favor, manténganse alejados de él.

Se puso en movimiento y no se sorprendió cuando el tigre la siguió; sus almas estaban entrelazadas, así que no le quedaba otra elección. El animal le rozaba la pierna con la pata mientras lo guiaba a la jaula. Con cada paso, Hinata era consciente del arma de Sasuke apuntándole.

Cuando más se acercaban a su destino, mayor era la tristeza del tigre. La joven deseaba que Matatabi entendiera que aquél era el único lugar donde podía mantenerlo a salvo. Cuando llegaron a la jaula, el animal se detuvo.

Hinata se arrodilló ante él y lo miró a los ojos.

—Me quedaré un rato contigo.

El felino la miró fijamente. Y luego, para sorpresa de Hinata, restregó la cabeza contra la mejilla de la joven. Le rozó el cuello con los bigotes y de nuevo soltó aquel ronroneo profundo y ronco.

Luego Matatabi se apartó y, con un poderoso impulso de sus cuartos traseros, entró en la jaula de un salto.

Hinata oyó que todo el mundo comenzaba a moverse detrás de ella y se volvió. Vio que Hidan y Sasuke se acercaban corriendo a la jaula para coger la puerta rota y ponerla en su lugar.

—¡A-alto! —Hinata levantó los brazos para que se detuvieran. —No se acerquen más.

Los dos hombres se detuvieron en seco.

—Hinata, quítate de en medio —la voz de Sasuke vibraba y la tensión endurecía sus hermosos rasgos.

—Déjenos solos. —Se volvió hacia la puerta abierta de la jaula dándoles la espalda.

Matatabi la observó. Ahora que estaba encerrado de nuevo, se mostraba tan altivo como siempre: regio, distante, como si lo hubiera perdido todo salvo la dignidad. Hinata sabía lo que él quería y no podía soportarlo. Quería que ella fuera su carcelera. La había elegido para que lo encerrara en la jaula.

Hinata no se había dado cuenta de que estaba llorando hasta que sintió que las lágrimas se le deslizaban por las mejillas. Los ojos ceruleos de Matatabi brillaron tenuemente mientras la miraba con su acostumbrado desdén, haciéndola sentir un ser inferior.

«Hazlo, debilucha —ordenó con los ojos. —Ya.»

La joven levantó los brazos con esfuerzo y asió la puerta de la jaula. La bisagra rota hacía que pesara más y fuera difícil de mover, pero consiguió cerrarla con un sollozo.

Sasuke se acercó con rapidez y agarró la puerta para asegurarla pero, en el momento en que la tocó, Matatabi le enseñó los dientes y lanzó un rugido.

—¡D-deja que lo haga yo! —exclamó ella. —Se está enfadando. Por favor. Yo cerraré la puerta.

—¡Maldita sea! —Sasuke dio un paso atrás, lleno de rabia y frustración.

Pero cerrar la jaula no era una tarea fácil. La plataforma sobre la que descansaba estaba a un metro de altura y Hinata tenía que levantar demasiado los brazos para cerrar la puerta. Hidan cogió un taburete y se lo puso al lado. Luego le dio un trozo de cuerda. Por un momento Hinata no supo para qué era.

—Pásala entre los barrotes para que haga de bisagra —dijo Sasuke. —Carga tu peso contra la puerta para sujetarla. Y por Kami, estate preparada para saltar hacia atrás si decide atacar.

Sasuke se colocó detrás de ella y le deslizó las manos alrededor de las caderas para sostenerla. Con su ayuda, intentó hacer lo que él había dicho: sujetar la puerta cerrada con el hombro mientras anudaba la cuerda alrededor de la bisagra rota. Comenzó a temblar debido a la tensión de su postura. Sintió el bulto del arma que Sasuke había metido en la cinturilla de los vaqueros. Su marido la sujetó con más fuerza.

—Ya casi está, ángel.

El nudo era grande y tosco, pero servía. Hinata dejó caer los brazos. Sasuke la bajó del taburete y la estrecho contra su pecho.

La joven permaneció inmóvil unos instantes, agradeciendo su consuelo antes de levantar la mirada hacia los ojos azules del tigre, parecidos a los de su esposo apenas en dureza. Saber que amaba a ese hombre era aterrador. Eran muy diferentes, pero sentía la llamada de su alma tan claramente como si Sasuke hubiese hablado en voz alta.

—Siento haberte asustado.

—Ya hablaremos de eso después.

La arrastraría a la caravana para fustigarla en privado. Puede que eso fuera la gota que colmara el vaso; lo que haría que Sasuke se deshiciera de ella. Hinata ahuyentó ese pensamiento y se alejó de él.

—No puedo irme aún. Le he dicho a Matatabi que me quedaría un rato con él.

Las líneas de tensión de la cara de Sasuke se hicieron más profundas, pero no la cuestionó.

—Vale.

Hiashi se acercó a ellos.

—¡Eres idiota! ¡Es increíble que aún estés viva! ¿En qué diablos estabas pensando? Jamás vuelvas a hacer una cosa así. De todo lo que...

Sasuke le interrumpió.

—Cállate, Hiashi. Yo me encargaré de esto.

—Pero...

Sasuke arqueó una ceja y de inmediato Hiashi Hyuga guardó silencio. Ese sencillo gesto de su marido había sido suficiente. Hinata nunca había visto a su dominante padre ceder ante nadie, y ese hecho le recordó la historia que le había contado. Durante siglos los Hyuga habían tenido el deber de obedecer los deseos de los Ōtsutsuki.

En ese momento, Hinata aceptó que lo que su padre le había contado era cierto, pero ahora lo que le importaba era Matatabi, que parecía inquieto y encrespado.

—Hana se preguntará dónde estoy —dijo su padre a sus espaldas. —Será mejor que me vaya. Adiós, Hinata. —Hiashi rara vez la tocaba y Hinata se sorprendió al sentir el suave roce de su mano en el hombro. Antes de que ella pudiera responder, su padre se despidió de Sasuke y se fue.

La actividad del circo había vuelto a la normalidad. Yamato hablaba con la profesora mientras la ayudaba a escoltar a los niños hasta el jardín de infancia. Hidan y los demás habían vuelto a su trabajo. Mei se acercó a ellos.

—Buen trabajo, Hinata. —La dueña del circo dijo las palabras de mala gana. Aunque a Hinata le pareció ver algo de respeto en sus ojos, tuvo la extraña sensación de que el odio que Mei sentía hacia ella se había intensificado. La pelirroja evitó mirar a Sasuke y se alejó dejándolos solos con Matatabi.

El tigre se mantenía en actitud vigilante, pero los miraba con su acostumbrado desprecio. Hinata metió las manos entre los barrotes de la jaula. Matatabi se acercó a ellas. La joven notó que Sasuke contenía el aliento cuando el tigre comenzó a restregar aquella enorme cabeza contra sus dedos.

—¿Podrías dejar de hacer eso?

Ella alargó más las manos para rascar a Matatabi detrás de las orejas.

—No me hará daño. No me respeta, pero me quiere.

Sasuke se rio entre dientes y luego, para sorpresa de Hinata, la rodeó con los brazos desde atrás mientras ella acariciaba al tigre.

—Nunca había pasado tanto miedo —dijo él apoyando la mandíbula en su pelo.

—Lo siento.

—Soy yo quien lo siente. Me advertiste sobre las jaulas y debería haberte hecho caso. Ha sido culpa mía.

—La culpa es mía. Soy yo quien se encarga de las fieras.

—No intentes culparte. No lo permitiré.

Matatabi acarició la muñeca de Hinata con la lengua. La joven notó que Sasuke tensaba los músculos de los brazos cuando el tigre comenzó a lamerla.

—Por favor, ¿podrías sacar las manos de la jaula? —pidió él en voz baja. —Está a punto de darme un ataque.

—En un minuto.

—He envejecido diez años de golpe. No puedo permitirme el lujo de perder más.

—Me gusta tocarle. Además, Matatabi se parece a ti, no ofrece su afecto con facilidad y no quiero ofenderle marchándome.

—Es un animal, Hinata. No tiene emociones humanas. —Hinata sentía demasiada paz para discutírselo. —Hime, tienes que dejar de hacerte amiga de los animales salvajes. Primero Tater, ahora Matatabi. ¿Sabes qué? Es evidente que necesitas una mascota de verdad. Lo primero que haremos mañana por la mañana será comprar un perro.

Ella lo miró con alarma.

—Oh, no, no podemos hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque me dan miedo los perros.

Él se quedó inmóvil, luego se echó a reír. Al principio sólo fue un ruido sordo en el fondo del pecho, pero pronto se convirtió en un alegre rugido que rebotó contra las paredes del circo y resonó en el recinto.

—Claro, era de esperar—murmuró Hinata con una sonrisa. —Para que Sasuke Uchiha se ría, tiene que ser a mi costa.

Sasuke levantó la cara hacia el sol y estrechó a Hinata entre sus brazos riéndose con más fuerza.

Matatabi los miró con fastidio, luego apretó la cabeza contra los barrotes de la jaula y lamió el pulgar de Hinata.

. . .

Sasuke se abrió paso a empujones entre los periodistas y fotógrafos que rodeaban a Hinata al término de la última función.

—Mi esposa ha tenido suficiente por hoy. Necesita descansar un poco.

Ignorándole, un periodista metió una pequeña grabadora bajo las narices de Hinata.

—¿En qué pensó cuando se dio cuenta de que el tigre andaba suelto?

Hinata abrió la boca para responder, pero Sasuke la interrumpió, sabiendo que su esposa era tan condenadamente educada que respondería a todas las preguntas aunque estuviera muerta de cansancio.

—Lo siento, no tenemos nada más que decir. —Pasó el brazo por los hombros de Hinata y la alejó de allí.

Los periodistas se habían enterado enseguida de la fuga del tigre y no habían dejado de entrevistarla desde la primera función. Al principio Mei se había alegrado por la publicidad que eso suponía, pero luego había oído que Hinata comentaba que la casa de fieras era cruel e inhumana, por lo que se había puesto hecha una furia. Cuando Mei había tratado de interrumpir la entrevista, Hinata le había lanzado una mirada inocente y había dicho sin pizca de malicia:

—Pero Mei, los animales odian estar allí. Son infelices en esas jaulas.

Cuando Sasuke y Hinata llegaron a la caravana, él estaba contento de tenerla sana y salva que no podía concentrarse en lo que le estaba contando. Hinata trastabilló y Sasuke se dio cuenta de que caminaba demasiado rápido. Siempre le estaba haciendo eso. Arrastrándola. Empujándola. Haciendo que se tropezara.

¿Y si hubiera resultado herida? ¿Y si Matatabi la hubiera matado?

Sintió un pánico aplastante mientras se le cruzaban por la cabeza unas imágenes horripilantes de las garras de Matatabi despedazando aquel delicioso cuerpo. Si le hubiera ocurrido algo a Hinata, jamás se lo hubiera perdonado a sí mismo. La necesitaba demasiado.

Le llegó la dulce y picante fragancia de su esposa mezclada con algo más, quizás el olor de la bondad. ¿Cómo había logrado Hinata metérsele bajo la piel en tan poco tiempo? No era su tipo, pero le hacía sentir emociones que nunca había imaginado. Esa joven cambiaba las leyes de la lógica y hacía que el negro fuera blanco y el orden se convirtiera en caos. Nada era racional cuando ella estaba cerca. Convertía a los tigres en mascotas y retrocedía con espanto ante un perrito. Le había enseñado a reírse y, también, había conseguido algo que nadie más había logrado desde que era un niño, había destruido su rígido autocontrol. Tal vez fuera por eso que él comenzaba a sentir dolor.

Una imagen le cruzó por la mente, al principio difusa, aunque poco a poco se volvió más nítida. Recordó cuando en los días más fríos de invierno pasaba demasiado tiempo a la intemperie y luego entraba para calentarse. Recordó el dolor en sus manos congeladas cuando empezaban a entrar en calor. El dolor del deshielo. ¿Sería eso lo que le ocurría? ¿Estaba sintiendo el deshielo de sus emociones?

Hinata volvió la mirada a los reporteros.

—Van a pensar que soy una maleducada, Sasuke. No debería haberme ido así.

—Me importa un bledo lo que piensen.

—Eso es porque tienes la autoestima alta. Yo, sin embargo, la tengo baja...

—No empieces...

Tater, atado cerca de la caravana, soltó un barrito al ver a Hinata.

—Tengo que darle las buenas noches.

Sasuke sintió los brazos vacíos cuando ella se acercó a Tater y apretó la mejilla contra su cabeza. Tater la rodeó con la trompa y Sasuke tuvo que contener el deseo de apañarla antes de que el elefantito la aplastara por un exceso de cariño.

Un gato. Quizá podría comprarle un gato. Sin uñas, para que no le arañara.

La idea no lo tranquilizó. Conociendo a Hinata, probablemente se asustaría también de los gatos domésticos.

Finalmente Hinata se alejó de Tater y siguió a Sasuke a la caravana, donde comenzó a desvestirse, pero se lo pensó mejor y se sentó a los pies de la cama.

—Venga, échame la bronca. Sé que llevas queriendo hacerlo todo el día.

Sasuke nunca la había visto tan desolada. ¿Por qué siempre tenía que pensar lo peor de él? Aunque su corazón lo impulsaba a tratarla con suavidad, su mente le decía que tenía que dejar las cosas claras y echarle un sermón que jamás olvidaría. El circo estaba lleno de peligros y él haría cualquier cosa para mantenerla a salvo.

Mientras pensaba en eso, ella lo miró y todos los problemas del mundo se reflejaron en las profundidades lechosas de sus ojos.

—No podía dejar que lo mataras, Sasuke. No podía.

Las buenas intenciones de Sasuke se disolvieron.

—Lo sé. —Se sentó a su lado y comenzó a quitarle las hebras de paja del pelo mientras le hablaba con voz ronca: —Lo que has hecho hoy fue lo más valiente que he visto nunca.

—Y lo más estúpido. Venga, dilo.

—Eso también. —Sasuke alargó la mano y le apartó un mechón de la mejilla con el dedo índice. Miró la nariz respingona y no pudo recordar haber visto algo que lo conmoviera más profundamente. —Cuando te conocí, pensé que eras una niña boba y de personalidad insustancial; demasiado hermosa para su propio bien.

Como era de esperar, ella comenzó a negar con la cabeza.

—No soy hermosa. Mi madre...

—Lo sé. Tu madre era bellísima y tú eres feísima —sonrió. —Lamento decirte, nena, que no estoy de acuerdo contigo.

—Eso es porque no la conociste.

Hinata lo dijo con tal seriedad que él tuvo que reprimir uno de esos ataques de risa que lo asaltaban cada vez que estaban juntos.

—¿Tu madre habría conseguido meter al tigre en la jaula?

—Quizá no, pero era muy buena con los hombres. Se desvivían por ella.

—Pues este hombre se desvivirá por ti.

Hinata lo miró con incredulidad, y él lamentó haber dicho esas palabras porque sabía que habían revelado demasiado. Se había prometido a sí mismo que la protegería de sus sueños románticos, pero acababa de insinuar cuánto le importaba. Conociendo a Hinata y su anticuada visión del matrimonio, imaginaría que aquel cariño era amor y empezaría a construir castillos en el aire sobre un futuro juntos; quimeras que la retorcida carga emocional de él no le dejarían cumplir. La única manera de protegerla era hacerle ver con qué cabrón hijo de puta se había casado.

Pero era difícil. De todas las crueles jugarretas que le había hecho el destino, la peor había sido atarlo a esa frágil y decente mujer, con esos bellos ojos y ese corazón tan generoso. El cariño no era suficiente para ella. Hinata necesitaba a alguien que la quisiera de verdad. Necesitaba hijos y un buen marido, uno de esos tipos con el corazón de oro y trabajo fijo, que fuera a la iglesia los domingos y que la amara hasta el final de sus días.

Sintió una dolorosa punzada en su interior al pensar que Hinata podría casarse con otra persona, pero la ignoró. Sin importar lo que tuviera que hacer, iba a protegerla.

—¿Qué quieres decir, Sasuke? ¿Te desvivirías realmente por mí? —A pesar de todas aquellas buenas intenciones, Sasuke asintió como un tonto. —Entonces siéntate y déjame hacerte el amor.

Sasuke se tensó, duro y palpitante; deseaba tanto a Hinata que no podía contenerse. En el último instante, antes de que el deseo de poseerla lo dominase, la boca de Hinata se curvó en una sonrisa tan dulce y suave que él sintió como si le patearan el estómago.

Ella no se reservaba nada. Nada en absoluto. Se ofrecía a él en cuerpo y alma. ¿Cómo podía alguien ser tan autodestructivo? Sasuke se puso a la defensiva. Si ella no era capaz de protegerse a sí misma, él haría el trabajo sucio.

—El sexo es algo más que dos cuerpos —le dijo con dureza. —Eso fue lo que me dijiste. Que tenía que ser sagrado, pero no hay nada sagrado entre nosotros. Entre nosotros no hay amor, Hinata. Es sólo sexo. No lo olvides.

Para absoluta sorpresa de Sasuke, ella le brindó una tierna sonrisa, teñida por un poco de piedad.

—Eres tonto. Por supuesto que hay amor. ¿Acaso no lo sabes? Yo te amo. Él sintió como si le hubieran golpeado a traición.

Ella tuvo el descaro de reírse.

—Te amo, Sasuke, y no hay necesidad de hacer una montaña de un grano de arena. Sé que te dije que no lo haría, pero no he podido evitarlo. He estado negando la verdad, pero hoy Matatabi me hizo comprender lo que siento.

A pesar de todas las advertencias y amenazas, de todos sus sermones, Hinata había decidido que estaba enamorada de él. Pero era él quien tenía la culpa. Debería haber mantenido más distancia entre ellos. ¿Por qué había paseado por la playa con ella? ¿Por qué le había abierto su corazón? Y lo más reprobable de todo, ¿por qué no la había mantenido alejada de su cama? Ahora tenía que demostrarle que lo que ella pensaba que era amor no era más que una visión romántica de la vida. Y no iba a ser fácil.

Antes de que pudiera señalarle su error, ella le cubrió la boca con la suya. Sasuke dejó de pensar.

La deseaba. Tenía que poseerla.

Hinata le recorrió los labios con la punta de la lengua, luego profundizó el beso con suavidad. Él le cogió la cabeza entre las manos y hundió los dedos en su suave pelo. La joven se acomodó entre sus brazos, ofreciéndose a él por completo.

Hinata gimió con dulzura. Vulnerable. Excitada. El sonido atravesó la embotada conciencia de Sasuke y lo trajo de vuelta a la realidad. Tenía que recordarle a Hinata cómo eran las cosas entre ellos. Por su bien tenía que ser cruel. Mejor que ella sufriera un pequeño dolor en ese momento que uno devastador más adelante.

Se apartó bruscamente de ella. La hizo tumbarse en la cama con una mano y se ahuecó la protuberancia de los vaqueros con la otra.

—Lo mires como lo mires, un buen polvo es mejor que el amor.

Sasuke dio un respingo para sus adentros ante la expresión de sorpresa que cruzó por la cara de Hinata antes de que se ruborizara. Conocía a su esposa y se preparó para lo que vendría a continuación: iba a levantarse de la cama de un salto y a hacer que le saliera humo por los oídos con un sermón sobre la vulgaridad.

Pero no lo hizo. El rubor de la cara de Hinata se desvaneció y fue sustituido por la misma expresión de pesar que había adoptado antes.

—Sabía que te pondrías difícil con esto. Eres tan previsible.

«¿Previsible? ¿Así lo veía? ¡Maldita fuera, estaba tratando de salvarla y ella se lo pagaba burlándose de él. Pues bien, se lo demostraría con hechos.»

Se obligó a esbozar una sonrisa cruel.

—Quítate la ropa. Me siento un poco violento y no quiero desgarrártela.

—¿Violento?

—Eso es lo que he dicho. Ahora desnúdate.

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(1) En esta línea-universo-adaptación, la icónica "masacre Uchiha" les sucedió a los Ōtsutsuki, y claro, hay una gran tergiversación de lo que conocemos de Naruto como historia y de lo que representan los personajes en ella xDDD


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Hay tantas cosas para comentar de éste capítulo qué no sé con cuál empezar.

¿Será la maestra interior que llevo grabada a plomo en el kokoro la que hable primero? Pues sip, la escena Matatabi-niña me hizo pensar automáticamente en la bronca que le espera a la maestra aún si el incidente no pasó a mayores... joder con el papeleo y las explicaciones a la directora y padres de familia! xD

Luego está comentar sobre la conexión entre Hinata y el tigre. Si un animal salvaje por instinto se doblega ante ti será porque reconoce la bondad en tu corazón ¿? Me gusta pensar que sí *lágrima de emotividad en el ojo*

Ahora, poniéndonos serios... cuán tonto puede ser un ser negándose al amor, más cuando se te es ofrecido incondicional y desinteresadamente... Pero creo que una de las razones del por qué Sasuke rechaza el amor es por miedo, miedo incluso a lo desconocido. Sobre todo por su pasado ¿ustedes que creen?

Por último, si quieren saber de las referencias que tome para crear la historia de los Ōtsutsuki en Trapecio y su relación con los Uchiha, no duden en decirme, tal vez a alguien le interese xD Hice todo un esquema :3

Recuerden que los días de actualización cambiaron de miércoles a viernes, por lo que nos vemos hasta el próximo miércoles. Al menos este capítulo no quedó en tanta intriga, así que espero que resistan hasta que nos veamos de nuevo :)

Nos vemos, no olviden dejar review! Gracias!

BYE!