Naruto, Masashi Kishimoto.

Adaptación Sasuhina. AU. Obviamente OOC en personajes.


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TRAPECIO SIN RED

Capítulo 21

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Sasuke estuvo imposible toda la semana. Desde que fueron a cenar para luego disfrutar de aquellos juegos eróticos, buscó todo tipo de excusas para discutir con ella. Incluso en ese momento la miraba con el ceño fruncido mientras se secaba el sudor de la frente con el brazo.

—¿No podías haber rellenado la bombona de gas cuando fuiste a hacer la compra al pueblo?

—Lo siento, pero no sabía que estaba vacía.

—Nunca te fijas en nada —añadió él con acritud. —¿Qué crees? ¿Que se rellena sola?

Hinata apretó los dientes. Parecía como si se hubieran acercado demasiado aquella noche y necesitara distanciarse de ella otra vez. Por el momento había logrado esquivar todas las granadas que le había lanzado, pero cada vez le resultaba más difícil mantener a raya su propio temperamento. En ese instante tuvo que contenerse para hablar con calma.

—No sabía que querías que lo hiciera yo. Siempre te has ocupado tú de esas cosas.

—Sí, pero por si no te has dado cuenta, he estado muy ocupado últimamente. Han enfermado los caballos, se incendió la carpa de la cocina y ahora tenemos a un inspector de sanidad amenazando con multarnos por saltarnos no sé qué normas de seguridad.

—Sé que has estado sometido a mucha presión. Si me lo hubieras dicho no me habría importado ocuparme de las bombonas.

—Sí, claro. ¿Cuántas veces has rellenado una bombona?

Hinata contó mentalmente hasta cinco.

—Ninguna. Pero aprendería a hacerlo.

—No te molestes. —Y se alejó a paso airado.

Hinata ya no pudo contenerse ni un minuto más. Se tomó las manos por la espalda y le gritó:

—¡Que pases un buen día también!

Sasuke se detuvo, luego se giró para dirigirle una de sus miradas más sombrías.

—No te pases.

Puede que Sasuke estuviera experimentando un montón de sentimientos que no sabía cómo manejar, pero eso no quería decir que tuviera que desahogar su frustración en ella. Hinata llevaba días intentando ser paciente, pero ya no aguantaba más.

Sasuke se acercó a ella apretando los dientes. Hinata se negó a retroceder. Sasuke se paró delante de ella, intentando intimidarla con su tamaño.

Hinata tuvo que reconocer que se le daba muy bien.

—¿Pasa algo? —espetó él.

Aquella discusión era tan ridícula que a ella no le quedó más remedio que sonreír con picardía.

—Si alguien te dice que estás muy guapo cuando te enfadas, miente.

La cara de Sasuke adquirió un tono púrpura y Hinata pensó que explotaría. Pero en vez de eso, se limitó a tomarla por los brazos y empujarla contra el remolque. Luego la besó hasta que Hinata se quedó sin aliento.

Cuando finalmente la puso en el suelo, estaba de peor humor que antes de besarla.

—¡Lo siento! —gritó.

Como disculpa no era gran cosa, pues cuando se marchó parecía más un tigre malhumorado que un marido arrepentido. Aunque Hinata sabía que él estaba sufriendo, se le había agotado la paciencia. ¿Por qué tenía que hacerlo todo tan difícil? ¿Por qué no podía aceptar que la amaba?

Recordó la vulnerabilidad que había visto en sus ojos la noche que le había pedido más tiempo. Sospechaba que Sasuke sentía miedo de dar nombre a lo que sentía por ella. La dicotomía entre sus sentimientos y lo que creía saber sobre sí mismo estaba desgarrándolo por dentro.

Eso era lo que se decía a sí misma, porque la alternativa —que no la amara— era algo en lo que no quería pensar. Y más si tenía en cuenta que aún no le había dicho que estaba embarazada.

Disculpaba aquella cobardía de todas las maneras que se le ocurrían. Cuando las cosas iban bien entre ellos, se decía que no quería arriesgarse a perder la armonía y, cuando todo se desmoronaba, que había perdido el valor.

Pero lo mirara como lo mirase, sabía que estaba comportándose como una cobarde. Debía enfrentarse al problema y, sin embargo, seguía huyendo de él. Ya había pasado casi un mes desde que se había hecho la prueba del embarazo. Debía de estar ya de dos meses y medio, pero no había ido al médico porque no quería arriesgarse a que Sasuke lo descubriese. El que se estuviera cuidando no era excusa para no comenzar un correcto control prenatal, sobre todo si tenía que asegurarse de que el bebé no había resultado dañado por las píldoras anticonceptivas que había seguido tomando antes de descubrir que éstas habían fallado y estaba embarazada.

Metió la mano en el bolsillo de los vaqueros y tomó una decisión. No había razón para seguir postergándolo más. De todas maneras, era imposible seguir viviendo así. ¿Para qué seguir atormentándose? Se lo diría esa tarde. Eran necesarios dos para hacer un bebé y ya iba siendo hora de que ambos aceptaran sus responsabilidades.

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En cuanto acabó la función de la tarde fue a buscarlo, pero la camioneta no estaba. Hinata estaba cada vez más nerviosa. Después de haber estado posponiendo esa conversación tanto tiempo, lo único que deseaba era quitarse ese peso de encima.

Deberían haberse visto a la hora de la cena, pero el inspector de sanidad retuvo a Sasuke hasta que dio comienzo la última función. Cuando se dirigió a la puerta trasera del circo antes de la actuación, Hinata lo vio junto a Garuda. Llevaba aquella cuerda delgada y plateada apenas enrollada al hombro y el extremo con el kunai le colgaba sobre el pecho. La brisa le removía el pelo oscuro y la tenue luz arrojaba profundas sombras a sus rasgos.

No había nadie con él. Era como si hubiera dibujado un círculo invisible a su alrededor, un círculo que mantenía a todo el mundo fuera, incluyéndola a ella. En especial a ella. La cota de malla del traje samurái de Sasuke brilló cuando pasó la mano sobre el flanco del animal. La frustración de Hinata fue en aumento. ¿Por qué tenía que ser tan testarudo?

Mientras el público reía por las travesuras de los payasos, Hinata se acercó a él. Garuda resopló y echó la cabeza hacia atrás. Hinata miró a la bestia con aprensión. No importaban las veces que representara el número, nunca se acostumbraría al equino, incluyendo el aterrador momento en el que Sasuke la montaba delante de él en la silla.

La joven se detuvo delante del caballo.

—¿Crees que alguien podría sustituirte después de la función? Tengo que hablar contigo.

Sasuke le respondió sin mirarla mientras ajustaba la cincha de la silla de montar.

—Tendrás que esperar. Tengo mucho que hacer.

Pero a Hinata se le había agotado la paciencia. Si no resolvían sus problemas ya, no serían capaces de sacar ese matrimonio adelante.

—No puedo esperar.

Las holgadas mangas de la camisa shitagui de Sasuke se hincharon cuando se incorporó.

—Mira, Hinata, si es por lo de la bombona, ya te he dicho que lo siento. Sé que no ha sido fácil vivir conmigo estos últimos días, pero he tenido una semana muy dura.

—Has tenido muchas semanas duras, pero nunca lo has pagado conmigo.

—¿Cuántas veces tengo que disculparme?

—No quiero tus disculpas. Lo único que quiero es hablar de los motivos por los que te distancias de mí.

—Déjalo estar, ¿vale?

—No puedo. —El número de los payasos llegaba a su fin. Hinata sabía que ése no era el mejor momento para hablar, pero ahora que había comenzado, no podía parar. —Nos estamos haciendo daño el uno al otro. Tenemos un futuro juntos y necesitamos hablar de ello. —Le acarició el brazo esperando que se apartara y, como no lo hizo, Hinata se sintió confiada para seguir. —Estos meses han sido los mejores de mi vida. Me has ayudado a encontrarme a mí misma, y espero haberte ayudado a hacer lo mismo. —Le puso las manos en el pecho y apenas sintió el latido del corazón de Sasuke a través del cuero de la armadura. La flor de papel que llevaba entre los pechos crujió y el extremo de la cuerda rozó la mano de Hinata. —¿No sientes que estamos mejor juntos que separados? Somos perfectos el uno para el otro —sin haberlo planeado siquiera, las palabras que había estado conteniendo tanto tiempo surgieron de su boca, —y también lo seremos para el bebé que estamos esperando.

Durante un segundo no pasó nada. Y luego todo cambió. Los tendones del cuello de Sasuke se tensaron y los ojos se le brillaron con algo que parecía terror. Después retorció la cara en una máscara de furia.

Hinata apartó las manos de su pecho. El instinto la impulsó a escapar, pero ya había hecho lo más difícil y estaba dispuesta a mantenerse firme.

—Sasuke, no he buscado este bebé. Ni siquiera sé cómo ocurrió. Pero no voy a mentirte y a decir que lo siento.

—Confié en ti —dijo él sin apenas mover los labios.

—En ningún momento he traicionado tu confianza.

Sasuke cerró los puños y tragó compulsivamente. Por un momento, Hinata pensó que iba a golpearla.

—¿De cuánto estás?

—De unos dos meses y medio.

—¿Cuánto hace que lo sabes?

—Más o menos un mes.

—¿Lo sabes desde hace un mes y no me has dicho nada?

—Me daba miedo decírtelo.

La alegre música de los payasos fue en aumento señalando el final del número. Sasuke y ella eran los siguientes. Tazuna, que era el encargado de enviar a Garuda a la pista en el punto álgido de la actuación, se acercó para hacerse cargo del caballo.

Sasuke agarró a Hinata del brazo y la alejó de los demás.

—No vas a tener ningún bebé. ¿Entiendes lo que te digo?

—No, no lo entiendo.

—Mañana por la mañana, en cuanto nos levantemos, tú y yo nos iremos. Y cuando volvamos, no existirá ningún bebé.

Ella lo miró conmocionada. Se le revolvió el estómago y tuvo que llevarse la mano a la boca. El público guardó silencio como siempre que Yamato Tenzō comenzaba la dramática introducción de Susanoo el Samuraí.

Y... ahora, el circo de los Hermanos Hatake se enorgullece en presentar...

—¿Quieres que aborte? —susurró Hinata.

—¡No me mires como si fuera un monstruo! ¡No te atrevas a mirarme así! Te dije desde el principio lo que pensaba de ese tema. Te abrí mi corazón para que lo entendieras. Pero, como siempre, has decidido que sabes más que nadie. Aunque no tienes ni una pizca de cordura en tu maldito cuerpo, ¡decidiste que eres más lista que nadie!

—N-no me hables así.

—¡Confié en ti! —Sasuke hizo una mueca cuando las primeras notas de la gagaku rompieron el silencio de la noche. Era la señal para entrar en la pista. —Creía que tomabas las pastillas, pero me has engañado.

Ella negó con la cabeza y se tragó la bilis que le subía por la garganta.

—No voy a deshacerme del bebé.

—¡Por supuesto que sí! Harás lo que yo diga.

—Tú tampoco quieres. Sería algo horrible.

—No tan horrible como lo que tú has hecho.

—¡Sasuke! —gritó uno de los payasos. —Es tu turno.

Cogió la cuerda de su hombro y terminó de enrollarla.

—Nunca te lo perdonaré, Hinata. ¿Me oyes? Nunca. —Apartándose de ella, desapareció en dirección a la pista.

Hinata se quedó paralizada, embargada por una desesperación tan profunda y amarga que no podía respirar. Oh, Kami, ¡qué tonta había sido! Había pensado que él la amaba, pero Sasuke había tenido razón todo el tiempo.

No sabía amar. Le había dicho que no podía hacerlo y ella se negó a creerle. Ahora tendría que pagar por ello.

Demasiado tarde recordó algo que había leído sobre los tigres: «Los machos de esta especie se desvinculan por completo de la vida familiar. No participan en la cría de los cachorros, ni siquiera los reconocen.»

Sasuke iba incluso más lejos. Quería aplastar esa brizna de vida que se había vuelto tan preciosa para ella. Quería destruirla antes de que pudiera llegar al mundo.

—¡Espabila, Hinata! Te toca. —Ino la agarró y la empujó hacia la puerta trasera del circo. El foco la iluminó. Desorientada, levantó el brazo, intentando protegerse los ojos.

—... y ninguno de nosotros sabe cuánto le ha costado a esta joven entrar en la pista con su marido.

Hinata se movió automáticamente al compás de la música gagaku, mientras Yamato contaba la historia de la novia criada en un monasterio que había sido secuestrada por un poderoso samuraí. Apenas lo escuchó. No veía nada salvo a Sasuke, el traidor, en el centro de la pista.

Las luces arrancaban brillos carmesí de la espada que caía inclinada frente a los pies del samuraí, titilaban en el pelo oscuro de Sasuke y en sus profundos ojos oceánicos, que brillaban como los de un animal acorralado. Hinata seguía bajo la luz del foco cuando Sasuke comenzó a mover la katana. Pero esa noche el baile con la espada no hablaba de seducción, sino de locura salvaje, de furia.

El público ovacionó con aprobación al principio, pero según transcurría el número, percibió la tensión de Hinata. La comunicación fluida que siempre había existido entre ellos había desaparecido. La joven ni siquiera se sobresaltó cuando Sasuke cortó el rollo de papel en su boca, de hecho, actuaba como una autómata. La embargaba una desesperación tan profunda que no sentía absolutamente nada.

El ritmo del acto decaía en picado. Sasuke destruyó uno de los rollos en dos cortes, otro en cuatro. Olvidó una variante en la que había añadido una serpentina con la cuerda para cortar con el kunai el extremo del rollito, y cuando envolvió las muñecas de Hinata con la cuerda, los espectadores se removieron inquietos. En el aire se palpaba la tensión de la pareja y lo que antes había sido un acto de seducción ahora parecía una violenta parodia. En lugar de un marido intentando ganarse el amor de su esposa, el público veía a un hombre peligroso amenazando a una pequeña mujer frágil e indefensa.

Sasuke notó lo que ocurría y se dejó llevar por su amor propio. Se dio cuenta de que no podía permitirse el lujo de rodearla de la cintura con la cuerda sin que el público se pusiera en su contra, pero por otro lado necesitaba un gesto final que diera por concluida la actuación antes de indicar a Tazuna que soltara a Garuda.

Deslizó la mirada por el cuerpo de Hinata y sus ojos cayeron sobre la flor de papel que emergía entre sus pechos, y se dio cuenta de que la había olvidado antes. Con un gesto de cabeza le indicó a Hinata lo que iba a hacer. La joven lo observó sin moverse; lo único que quería era acabar de una vez para poder marcharse y ocultarse del mundo.

La música gagaku creció en intensidad mientras ella clavaba los ojos en su marido. Si no hubiera estado tan petrificada, se habría dado cuenta del sufrimiento de Sasuke, de que lo embargaba una pena tan profunda como la suya.

Él movió los brazos y dio un tirón con un rápido movimiento de muñeca, enredando la cuerda en su espada con un flujo dinámico. Para cuando toda estuvo enroscada en el sable, el kunai tintineo en el milisegundo en que Sasuke giró y blandió la espada contra la flor. La punta de la katana se acercó hacia ella como docenas de veces antes, pero esta vez Hinata lo vio todo a cámara lenta. Con una extraña sensación de desapego, ella esperó que volaran los pétalos de la flor, pero en su lugar sintió un ardor abrasador.

Hinata se quedó sin aliento. Una punzada ardiente atravesó su cuerpo cuando la punta de la espada le acarició la piel desde el lado izquierdo de la clavícula hasta el inicio del pecho derecho. La pista comenzó a girar y ella a caer. Pasaron unos segundos y luego volvió a sonar la música, una enérgica y alegre melodía que parecía un extraño contrapunto a aquel ardor tan intenso que le impedía respirar. Sintió que la alzaban unos brazos fuertes y que los payasos entraban a la pista a toda velocidad.

Hinata seguía consciente, aunque no quería. A sus oídos llegó una oración. La música, el murmullo del público, todo resonaba débilmente detrás del muro de dolor que la envolvía.

—¡Apártense! ¡Atrás todos!

La voz de Sasuke. Era Sasuke quien la llevaba en brazos. Sasuke, el enemigo. El traidor.

Hinata sintió el duro y cortante frío del exterior cuando la tendió al lado de la carpa. Su marido se inclinó sobre ella, utilizando su cuerpo para ocultarla de los demás.

—Hime, lo siento. Oh, Kami, cuánto lo siento.

Hinata utilizó las fuerzas que le quedaban para apartar la mirada de él y clavarla en la polvorienta lona de nailon. Jadeó de dolor cuando Sasuke rozó con una mano los pedazos desgarrados del haori y el top negro.

Hinata tenía los labios tan secos y pegados que no podía abrirlos.

—No me toques...

—Déjame ayudarte. —La respiración de Sasuke era rápida y entrecortada. —Te llevaré a la caravana.

Hinata gimió cuando la alzó en brazos, odiando que la moviera y la hiciera sentir más dolor. Gotas de sangre comenzaban a salir del rasguño que le había infringido la katana del enemigo.

—Nunca te perdonaré por esto —susurró.

—Ya, ya lo sé.

Una abrasadora estela de fuego le hervía la piel del escote. Sentía tanto dolor y tenía tanto miedo de que la sangre comenzara a salir a borbotones que no se dio cuenta de que habían atravesado el recinto y entrado en la caravana hasta que Sasuke la dejó sobre la cama.

Una vez más, Hinata apartó la mirada de él, mordiéndose los labios para no gritar cuando su marido hizo a un lado lentamente el cárdigan.

—Tu pecho... —él contuvo el aliento. — No te preocupes hime, no es un corte profundo, apenas es un rasguño, pero…

El colchón se movió cuando él se levantó, aunque regresó enseguida.

—Sangras solo un poco, no te preocupes.

Hinata se tensó cuando él le limpió la herida con una toalla húmeda. Apretó los párpados, deseando que pasara todo. La toalla se manchó de carmesí y Sasuke se la quitó para reemplazarla por otra. Cuando la herida estuvo limpia, Sasuke comenzó a presionar gasas sobre su pecho para retener el sangrado. Luego quitó las gasas y continúo limpiando la sangre necia dando pequeños toques de adentro hacia fuera, sin frotarla.

—Sentirás ardor. —Le advirtió él en un susurro.

Hinata dio un respingo cuando Sasuke le aplicó crema antibiótica en el corte con la punta de los dedos, apenas rosando la piel con su propia piel, como si tuviera miedo de hacerle más daño del que ya le había causado.

El colchón se hundió de nuevo cuando él se sentó a su lado. Comenzó a hablar, con voz suave y ronca, sin dejar de suministrarle sus cuidados.

—No soy... no soy tan pobre como te he hecho creer. Doy clases en la universidad, pero... pero además me dedico a la compraventa de arte shinobi. Y soy asesor en algunos de los mejores museos del país del Fuego.

Las lágrimas se deslizaron por los párpados de Hinata y cayeron en la almohada. Cuando la crema antibiótica comenzó a surtir efecto, el dolor disminuyó y se convirtió en un latido sordo y vibrante.

Sasuke continuó hablando con frases entrecortadas y titubeantes.

—Me consideran una autoridad en iconografía del país en.… en Konohagakure. Tengo dinero. Prestigio. Pero no quería que lo supieras. Quería que pensaras que era un inculto y pobre trabajador del circo. Quería... ahuyentarte.

—Ya no me importa —se obligó a decir Hinata.

Sasuke hablaba ahora con rapidez, como si se le acabara el tiempo.

—Poseo una... una gran casa de ladrillo. En Otogakure, no lejos de la academia. —Con un toque ligero como una pluma, reemplazó la gasa por una nueva y la fijó con tela adhesiva. —Está repleta de arte y cosas bellas y también... también tengo un granero en la parte de atrás con un establo para Garuda.

—Por favor, déjame en paz.

—No sé por qué sigo viajando con el circo. Siempre que lo hago me juro que será la última vez, pero después pasan unos años y comienzo a sentirme inquieto. No importa si estoy en Konoha, en Tokugakure, o en Oto, al final acabo sintiendo una llamada que me impulsa a volver. Supongo que siempre seré más Uchiha que Ōtsutsuki.

Ahora que ya no importaba, Sasuke le contaba todo aquello que ella le había rogado que le revelara durante meses.

—No quiero oír más.

Sasuke le ahuecó la cintura con la mano en un gesto extrañamente protector.

—Ha sido un accidente. Lo sabes, ¿no? No sabes cuánto lo siento...

—Sólo quiero dormir.

—Hinata, soy un hombre rico. Esa noche, cuando fuimos a cenar, sé que estabas preocupada por la cuenta... No tienes... no tienes que preocuparte nunca más por el dinero.

—No me importa.

—Sé que te duele. Mañana te encontrarás mejor. Se cicatrizará con una costra que te dará comezón, pero no quedarás marcada si le damos la atención adecuada. —Sasuke vaciló como si se diera cuenta de la terrible mentira que había dicho.

—Por favor —dijo ella. —Si te importo algo, déjame en paz.

Hubo un largo silencio. Luego el colchón se movió de nuevo cuando Sasuke se inclinó y le rozó los húmedos párpados con los labios.

—Si necesitas algo, enciende la luz. Vendré de inmediato.

Ella esperó que se fuera. Esperó que saliera de la caravana para poder romperse en un millón de pedazos.

Pero Sasuke no se apiadó de ella. Levantó la punta de la gasa y sopló con suavidad, enviando una oleada de aire que le enfrió la piel. Algo caliente y húmedo cayó sobre ella, pero Hinata estaba demasiado aturdida para saber lo que era.

Finalmente, Sasuke se levantó de la cama y la caravana se llenó de los familiares sonidos de su marido cambiándose de ropa: el sordo ruido de las botas contra el suelo, el leve susurro de la cota de malla y las láminas de hierro al quitarse cada parte del traje samurái, el roce de la cremallera de los vaqueros. Hinata sintió que pasaba una eternidad antes de que oyera cerrarse la puerta.

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El gruñido del tigre saludó a Sasuke cuando salió de la caravana. Se detuvo en los escalones y tomó aire. Las luces de colores iluminaban los banderines, pero él era incapaz de ver nada más que el obsceno rasguño rojo que cruzaba la frágil piel de Hinata. A Sasuke le picaban los ojos por las lágrimas contenidas y le ardían los pulmones. ¿Qué había hecho?

Se acercó a ciegas a la jaula del tigre. La función aún no había terminado. La zona de las caravanas estaba desierta salvo por un par de payasos con los que evitó cruzarse.

Todo había salido mal esa noche. ¿Por qué no había dado por finalizado el número antes? Debería haberle indicado a Tazuna que enviara a Garuda cuando supo que aquello no iba bien. Pero había estado demasiado furioso. Su orgullo le había exigido que hiciera un truco más para intentar salvar la función. Sólo un truco más, como si eso hubiera podido arreglar algo.

Sasuke apretó los párpados. Hinata tenía una piel pálida y delicada. El rasguño le cruzaba el pecho, lejos del dulce vientre todavía plano donde crecía su hijo. Su hijo. Ese ser del que le había dicho a Hinata que se deshiciera. Como si Hinata pudiera hacer algo así. Como si él pudiera dejar que lo hiciera. Las feas y horribles palabras que había dicho le resonaron en los oídos. Palabras que ella nunca olvidaría ni perdonaría. Porque ni siquiera Hinata tenía el corazón tan grande como para perdonar algo semejante.

Cuando llegó a la jaula, Matatabi le sostuvo la mirada sin parpadear, con tanta atención que pareció llegar a los rincones más profundos de su alma. ¿Qué veía el tigre? Sasuke traspasó la cuerda de seguridad y agarró los barrotes. Aquel lugar frío y vacío que siempre había tenido en su interior había desaparecido, pero ¿qué había ocupado su lugar?

La mirada de Sasuke se clavó en la mirada azul cielo del tigre y se le pusieron los pelos de punta. Por un momento todo quedó en suspenso y luego oyó una voz —su propia voz— diciéndole exactamente lo que veía el tigre.

«Amor.»

El corazón le golpeó las costillas.

«Amor.»

Ése era el sentimiento que no había reconocido, el sentimiento que había provocado el deshielo. Estaba aprendiendo a amar. Hinata se había dado cuenta. Había sabido lo que le ocurría, aunque él lo había negado.

La amaba. Total, y absolutamente. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Era más preciosa para él que todos esos iconos antiguos y que las obras de arte que llenaron su vida durante tanto tiempo. Al vivir con ella había aprendido a ser feliz. Hinata le había mostrado la alegría, la pasión, todo... Y lo había hecho con una impresionante humildad. ¿Y qué le había dado él a cambio?

«No te amo, Hinata. Nunca lo haré.»

Apretó los párpados al recordar cómo había negado una y otra vez el precioso regalo que ella le daba. Pero con un valor que le dejaba sin aliento, Hinata había seguido ofreciéndoselo. No importaba cuántas veces hubiera negado Sasuke su amor, ella continuaba brindándoselo.

Ahora aquel amor estaba encarnado en el niño que crecía en el vientre de su esposa. El niño que había dicho que no quería. El niño que deseaba con cada latido de su corazón.

¿Qué había hecho? ¿Cómo iba a recuperar a su esposa? Volvió la cabeza hacia la caravana, deseando que la luz estuviera encendida, pero la ventana permanecía en penumbra.

Tenía que ganársela de nuevo, tenía que hacer que perdonara todas las desagradables palabras que había dicho. Había sido tan arrogante, había estado tan ciego, tan obsesionado con el pasado, que le había dado la espalda al futuro. La había traicionado de un modo tan absoluto que nadie en su lugar lo perdonaría.

Pero Hinata no era una mujer común. Para ella amar era tan natural como respirar. No era capaz de contener su amor igual que no era capaz de hacer daño a nadie. Buscaría misericordia en su dulzura y en su generosidad. No tendría más secretos para ella. Le diría todo lo que sentía y, si eso no la ablandaba, le recordaría aquellos votos sagrados que siempre sacaba a relucir.

Se aprovecharía de su simpatía, la intimidaría, le haría el amor hasta que no recordara que la había traicionado. Le recordaría que ahora era una Uchiha, y que las mujeres Uchiha luchaban por sus hombres, incluso aunque éstos no se lo merecieran.

La ventana de la caravana seguía a oscuras. Decidió dejarla dormir, darle tiempo para que se recuperara, pero en cuanto amaneciera haría todo lo que estuviera en su mano para ganársela de nuevo.

El circo comenzaba a vaciarse y él se puso a trabajar. Mientras desmontaban la cubierta, pensó en cómo podría demostrarle su amor, cómo podría hacerle ver que, a partir de ahora, todo sería diferente entre ellos. Volvió la mirada a la ventana oscura de la caravana, luego corrió a la camioneta. Diez minutos más tarde, encontró una tienda que abría toda la noche.

No había mucho para elegir, pero se llenó los brazos con todo lo que encontró a su paso: galletitas saladas para niños con forma de animales, un sonajero de plástico azul y un patito amarillo; un ejemplar del libro sobre educación infantil del doctor Spock, un babero de plástico con un conejo de grandes orejas, una caja de harina de avena y un paquete de rollos de canela, porque Hinata tendría que alimentarse bien y saciar sus antojos.

Regresó al circo con los regalos tan rápido como pudo. La bolsa se rompió cuando la cogió del asiento delantero. La cerró con sus grandes manos y corrió hacia la caravana. Cuando Hinata viera todo eso, comprendería lo que ella significaba para él. Lo mucho que quería a ese bebé; sabría cuánto la amaba.

Se le cayó el sonajero mientras giraba la manilla de la puerta. El juguete de plástico rebotó en el escalón superior y luego rodó por la hierba. Sasuke entró corriendo sin prestarle atención.

Hinata se había ido.


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Oh-oh... ¿Quién quería ver al samuraí morder el polvo?

Como mujer apruebo el sufrimiento de quien lo merece (en especial los canallas) xD

Dejen muchos reviews de lo que opinan, que yo encantada de leerles.

BYE!