Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo beteado por Flor y Yani. Infinitas gracias por toda su ayuda, chicas.
Capítulo 7
—Isabella… —habló Renée, su voz escuchándose cada vez más cercana y molesta—. Isabella, abre la puerta.
Me removí entre las cálidas sábanas y me aferré con fuerza a un cuerpo menudo y suave. El olor que desprendía los mechones de cabello que cubrían mi rostro, era delicioso.
—Edward… —Esa era la dulce voz de Bella, sonreí, aunque lo adormilado me impidió abrir los ojos—, nos quedamos dormidos —susurró.
Suspiré y la abracé más cerca de mí. Sentí que su hálito cosquilleó mi cuello.
—Edward, despierta —murmuró, sujetando mi rostro entre sus manos—, tienes que irte. Mamá no puede descubrirte.
Parpadeé desconcertado. Froté mi rostro y escuché ruidos en la puerta. Miré hacia todos lados, ya había amanecido, estaba en la habitación de Bella, en su cama y junto a ella.
—¡No me gusta que eches pestillo! —exclamó Renée.
Comprendiendo dónde estaba y que no debería, salté fuera de la cama mientras Renée intentaba mover la manija.
Mierda.
Miré la ventana y la primera opción fue tirarme desde el segundo piso, la segunda era el armario y la tercera…
—¡Isabella, abre la puerta! —insistió.
En la mirada de Bella había absoluto terror. No hubo tiempo de tranquilizarla, solo me lancé bajo la cama.
—Estaba dormida, mamá —la oí que respondió con un fingido bostezo.
—Tú no duermes a estas horas —espetó Renée—. ¿Por qué no abrías la puerta? ¿Qué hacías?
—Mamá —reprendió—, es verano y quiero dormir.
Vi como los tacones negros de Renée rondaron la habitación, inclusive abrió el armario y luego se volvió frente a Bella.
—¿Qué buscas, mamá?
—Anoche reías y estoy segura de que lo hacías con alguien más. Si no fuera por tu padre que me lo impidió, hubiese venido a tu habitación, no pretendas verme la cara de idiota.
—Aquí no hay nadie.
—Te conozco —exhaló—, mira tu cama, claramente sé que dormiste con alguien más. Si sales embarazada soy capaz de echarte de casa en el mismo momento que lo sepa.
Quise golpear mi cabeza al recordar la cama revuelta y las dos almohadas mal hechas. Sin embargo, Renée estaba muy lejos de la realidad, su hija y yo nos habíamos desvelado poniéndonos al corriente con nuestras vidas, no hubo más besos, ni abrazos, solo conversamos hasta quedarnos dormidos.
Ella me había pedido tiempo para resolver sus sentimientos y yo le había prometido esperar lo que fuera necesario.
—Jake nunca ha entrado a mi habitación —murmuró Bella.
—No me refiero a Jake —respondió Renée logrando que mi corazón se detuviera unos segundos—. Sabes bien de quién hablo, no creas que lograste engañarme con ese cuento de tu bronceado, sé muy bien que fuiste con Edward a sabrá Dios dónde y lo voy a averiguar.
No podía ver el rostro de Bella, pero podía imaginar muy bien sus mejillas sonrojadas por la vergüenza de sentirse descubierta.
—Estás advertida, Isabella. No quiero saber que Edward entra a tu habitación. Suficiente tengo que soportar que sea la mala influencia de tu hermano como para saber que estás interesada en él.
—Yo no estoy interesada en Edward —me negó.
Asomé un poco la cabeza por debajo de la cama y tan solo vi las piernas de Bella, hice un gran esfuerzo porque mi vista no fuera más arriba del corto camisón.
—¿Y esa ropa tan reveladora que empezaste a usar desde que ese cretino llegó? —inquirió Renée y yo sonreí. Así que era un cretino para mi suegra, lo de la ropa lo guardaría para después—. No olvides que soy tu madre y conozco cada mueca que haces, niña.
El repiqueteo de los tacones de Renée saliendo de la habitación me hizo respirar con tranquilidad. Salí de debajo de la cama y las mejillas de Bella seguían enrojecidas tal como lo había imaginado.
—Así que Renée sospecha de nosotros —dije al tiempo que me ponía los tenis—, debemos ser más precavidos.
Al Bella no responder me volví hacia ella.
—¿Qué tienes? —pregunté acercándome.
—No debemos dormir juntos —susurró—. No es correcto, menos cuando yo estoy con Jake.
Resoplé. No quería volver al mismo tema.
—Debo irme —intenté darle un beso y ella se alejó—. Te veo más tarde, tenemos una cita pendiente.
No le di tiempo a que se negara, crucé el alféizar y bajé por la escalera que daba al precioso jardín.
Cuando entré a casa, mi familia desayunaba en el comedor, por supuesto que me gané sus miradas.
—¿De dónde vienes, hijo? —preguntó mamá mientras servía jugo de naranja.
—Fui a correr temprano —mentí.
—¿Así vestido? —inquirió mamá al ver mi ropa: un pantalón de mezclilla y una camisa azul—. Así estabas vestido ayer.
—Estoy tratando de no ensuciar ropa —murmuré sin verla a los ojos—. Me daré una ducha fría —anuncié saliendo de la vista de todos.
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Conforme el día avanzó, ayudé en las tareas de casa y después dormí gran parte de la tarde, en eso estaba cuando escuché la puerta de mi habitación azotarse.
Abrí un ojo y lo volví a cerrar al ver que era Tanya.
—¿Qué demonios le hiciste a mi amiga? —gruñó.
—No sé de qué hablas —respondí poniéndome bocabajo para seguir durmiendo.
—Bella está pensando pedirle un tiempo a Jake y estoy segura de que es tu culpa.
Más interesado en su conversación, me di la vuelta en la cama y me senté rápidamente recogiendo mis piernas.
—¿Lo dejará? —indagué.
Tanya llevó las manos a sus caderas y empezó a mover un pie con bastante ansiedad logrando que el zapato hiciera un ruido molesto sobre el piso.
—Tú sabes mejor que yo, ¿no?
Tiré de mi pelo antes de exhalar ruidosamente apoyando mis codos sobre las rodillas y la miré.
—Le pedí una oportunidad y dijo que lo pensaría —confesé.
—¡Lo sabía! —exclamó dramáticamente—. Sabía que tú eras la razón de que últimamente Bella ande tan distraída.
—¿Me ha mencionado? —Quise saber.
—Le gustas.
Rodé los ojos. Esa información la sabía directamente de los apetitosos labios de Bella.
—Según Bella la pones nerviosa y provocas que sienta algo extraño en su estómago —mencionó, haciéndome reír—. La he corregido y le he dicho que quizá solo está caliente contigo, pero es terca y dice que no es eso. —Encogió sus hombros.
—Gracias por contarme —le dije sonriendo.
Tanya hizo un puchero infantil en sus labios quedándose con sus hombros encogidos y su mirada puesta hacia la pared.
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Miré desde diferentes ángulos la pequeña caja musical en color blanco que sostenía en mis manos, abrí la tapa y la bailarina empezó a bailar al tiempo que música de piano se reproducía.
—¡Te dije que estaría aquí! —gritó Jasper al entrar junto con Emmett, ambos se tumbaron sobre mí mientras yo lograba esconder la cajita musical bajo la almohada.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó Emmett al tiempo que golpeaba mi costado con su puño—. No haces otra cosa que estar encerrado, ¿por qué?
Rehuí su mirada cuando descubrió la pequeña caja. Se sentó en la orilla de la cama y examinó de todos lados el delicado artículo.
—¿Desde cuándo te gustan estas cosas? —indagó burlón.
Jasper fue más hábil y la quitó de sus manos para ser él quien observara cada detalle con el cual estaba fabricada.
—No se metan —dije enfadado quitando de las manos de Jasper y llevándola al cajón del buró. Era un obsequio para Bella y estaba buscando la oportunidad de dársela.
—Iremos al bar del centro de la ciudad —mencionó Emmett—, venimos por ti. Aún hay tiempo y puedes vestir algo decente y salir con nosotros.
—Vamos —tiró Jasper de mi brazo—, cámbiate, aquí te esperamos.
—No iré —me negué a salir con ellos, aunque dentro de mí sabía que quería asistir a beber cerveza hasta emborracharme, le había prometido a Bella que ahora que había terminado el pequeño taller en el ático, la llevaría a la tienda.
Así sería nuestra noche de viernes. Genial.
—¿Qué mierda haces encerrado cada noche? —preguntó Emmett cada vez más intrigado por mi comportamiento de los últimos días.
Me había negado a salir con ellos toda la semana. Los pretextos se acababan y sabía que la verdadera razón terminaría por explotar en la cara de todos.
—No le ruegues —articuló Jasper. De nuevo estaba siendo salvado por él—. Ya lo veremos detrás de nosotros cuando se le pasen sus días de diva.
Emmett se puso de pie, me miró fijamente mientras Jasper tiraba de su mano sacándolo de la habitación.
Exhalé hondo antes de ponerme de pie y tomar la cajita musical.
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Apenas crucé la ventana de la habitación de Bella, me quité los tenis llenos de barro negro a causa del abono que Renée usaba en sus plantas.
Bella me observó antes de entregarme un trapo húmedo para limpiar mi calzado.
—Esto es para ti. —Le tendí la caja color blanco.
Ella juntó sus cejas pero la tomó de inmediato, se volvió de espaldas y escuché la música de piano. Sonreí.
—Edward, es hermosa —comentó con una sonrisa al voltear, abrazándose a mi torso cuando me puse de pie—. Gracias.
—Me alegro que te guste. La compré pensando en ti.
Bella apretó sus labios. Pude distinguir que estaba nerviosa por las veces que parpadeaba sin control.
—¿Qué has pensado de lo que hablamos? —Quise saber.
Había pasado una semana y su respuesta no podía esperar más tiempo.
—Dijiste que me darías tiempo —murmuró ceñuda.
—Sé lo que dije, pero entiéndeme, necesito una respuesta. Tener una esperanza aunque sea pequeña.
Sus hombros cayeron.
—Será mejor que nos vayamos de una vez —explicó soltando una suave exhalación—, necesito comprar algunos hilos y cerrarán la tienda si no nos damos prisa.
Rechisté. Sin embargo volví a poner mis tenis y me encaminé a la ventana tendiendo una mano para que ella bajara por la escalera.
Si hubiera sido otra mujer por supuesto que no rogaría, ya me hubiese alejado sin mirar atrás. No obstante, era mi Bella y esperaría por ella hasta cuando estuviera lista.
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Sacudí la cabeza.
Bella seguía hecha bolita en el asiento del copiloto. Se negaba a dejarse ver en mi auto, era sumamente graciosa que usara su cabello como cortina para ocultar su rostro.
—Bella, ¿pretendes quedarte aquí o bajaremos? Te aviso que solo queda media hora para que cierren la mercería.
Ella levantó su rostro asomándose por la ventana, miró hacia todos lados y bajó rápidamente del auto para ingresar en el pequeño establecimiento.
Suspiré yendo tras ella.
—¿No crees que es un poco exagerado esconderte? —inquirí—. No tengo tan mala fama para avergonzarte por salir conmigo. —No pude ocultar el enfado en mi voz.
Ella siguió caminando por la tienda, recorriendo cada corto pasillo maravillada con hilos y estambres.
—No es por ti —murmuró—, es por mamá. No sé cómo lo hace, pero de todo se entera.
Alargó su mano y acarició mi mejilla con ternura. Le sonreí y tomé su mano dejando un corto beso.
—¿Podemos ir al cine? —pregunté. Mantenía la esperanza de que aceptara.
—Edward…
Llevé un dedo a sus labios sin dejarla terminar.
—En plan de amigos —prometí poniendo los ojos más tristes del mundo.
Bella me miró debatiéndose entre aceptar o no. Me arriesgué y rodeé su cintura con un solo brazo.
—Por favor —rogué—, vamos al cine.
Asintió mientras se mordía el labio, nerviosa.
—Solo una hora —me dijo—, no quiero que descubran que no estoy en casa.
—Una hora es suficiente —acepté sonriente.
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Llegamos al cine.
Nos detuvimos comprando golosinas y palomitas de maíz, Bella decidió pedir una soda para los dos.
Empezamos a reír al darnos cuenta que teníamos comida suficiente para nosotros dos, caminamos hacia la entrada y nuestros dedos se entrelazaron sin poder evitarlo.
Nuestros toques siempre eran suaves y sin planear, era simple necesidad de sentir nuestra piel.
Al llegar a la entrada de la sala, Bella se volvió hacia mí y me ofreció el vaso.
—La soda no sabe bien —murmuró—, prueba, no tiene gas.
—Prefiero probar tus labios —bromeé, rodeando su cintura con mi brazo.
Me incliné. Ella no se alejó cuando mis labios buscaron los suyos. Eran suaves, cálidos y con sabor a mantequilla y Coca Cola.
—¿Bella?
Ambos nos estremecimos al escuchar esa voz.
¿Pueden imaginar quién los interrumpió?
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