Ranma ½ es propiedad de Rumiko Takahashi.
Perdido en el Amazonas
Por
Dr Facer
-5-
Durante los siguientes seis días, Ryoga y Ann viajaron juntos. Considerando la situación, esto era algo agradable para el muchacho. Perderse siempre solo era una experiencia terrible, pero estar perdido con una mujer joven y bonita que de hecho lo consideraba un amigo, lo hacía sentir como si estuviera en una excursión.
El par ha estado siguiendo el río, y hasta ahora no han encontrado rastros de civilización, pero aún así no han abandonado la esperanza.
—¿Cuántos años tienes? — Preguntó Ann durante una mañana nublada, poco después de que salieron de la tienda para preparar el desayuno.
—Dieciséis—. Dijo Ryoga mientras comía el huevo hervido que era su desayuno.
—Pensé que eras mayor—, Respondió ella—. Yo tengo veinticinco, nueve años más que tú.
—¿Te molesta?
La mujer rió un poco—, no, claro que no. Está bien. Puedes ser como mi hermano menor.
Ryoga estaba por responder pero, desafortunadamente, comenzó a llover. Para sorpresa de Ann, su recién nombrado 'hermano menor' se encogió y se transformó en un cerdito de apariencia miserable. Luego de un segundo de duda, la mujer tomó al cerdito y corrió hacia la tienda.
—Lloverá por horas. Ya me extrañaba que no tuviéramos una lluvia—, Le dijo ella al cerdito—. No sé porqué te convertiste en un cerdo, pero apuesto que es una historia interesante. ¿Puedes convertirte en humano ahora mismo?
El cerdito negó con la cabeza.
—¿Necesitas algo especial para volver a ser hombre?
El pequeño cerdo asintió.
—Vaya, pues supongo que tendremos que esperar hasta que la lluvia pare. Quédate aquí, iré por la tetera y tu ropa antes de que el agua la arrastre hasta el río.
El cerdito miró a la mujer caminar fuera de la tienda y recoger la tetera de la fogata, ahora apagada, que habían encendido antes de que comenzara a llover. Ryoga estaba pateándose mentalmente por no haberle dicho a Ann acerca de Jusenkyo antes, pero había esperado poder mantener su maldición en secreto. Ahora, sólo esperaba que el agua en la tetera aún estuviera caliente y que Ann tuviera la idea de traerla dentro de la tienda.
Por suerte para él, ella hizo justo eso y a juzgar por el vapor que salía de la tetera, el agua que contenía aún estaba caliente. El cerdito se alegró, podría ser humano de nuevo.
—Aquí está tu ropa Ryoga, lo siento pero están empapadas. Aún quedan dos huevos en la tetera, ¿quieres uno?... ¡Oye! — Exclamó una sorprendida Ann al momento en que el pequeño cerdo negro se lanzaba hacia ella para verter el contenido de la tetera sobre sí mismo. La mujer ahogó un grito al ver la transformación de Ryoga, preguntándose a pesar del asombro si él también sentía un terrible cosquilleo como cuando ella cambiaba.
—Lo siento—, Se disculpó Ryoga mientras se cubría rápidamente con su bolsa de dormir, maldiciendo el hecho de que ya no tenía más ropa disponible.
—¿Qué fue todo eso? — Preguntó Ann, intentando entender qué le había pasado a su amigo, al tiempo que se preguntaba si él también había encontrado a la bruja—, ¿por qué te convertiste en cerdo?
—Tuve un accidente en China—, dijo Ryoga. Al tiempo que intentaba relajarse—. Caí en un manantial maldito en un lugar llamado Jusenkyo y ahora me convierto en cerdo cada vez que me mojo con agua fría. El agua caliente revierte el efecto, pero sólo hasta la próxima vez."
—Eso apesta—, comentó Ann—. Es mucho peor que mi propia maldición.
—Dímelo a mí—, suspiró Ryoga y cerró los ojos. Ann tenía razón, al menos ella se transformaba en algo grande que podía defenderse.
—Lo lamento—, dijo ella—. ¿Hay alguna cura?
—Tendría que volver al lugar en donde quedé maldito para encontrarla.
—Si te sirve de algo, prometo ayudarte a encontrarlo una vez que salgamos de aquí.
Ryoga asintió y se preguntó si era cierto que llovería por horas. El sonido de las gotas cayendo sobre su tienda estaba comenzando a molestarle.
—¿Me pasas la cobija? —, pidió Ann.
—¿Para qué?
—Estoy empapada y no quiero resfriarme. Tengo que desvestirme.
Ryoga se congeló. La imagen de Ann, con su sexy y desnudo cuerpo frente a él se instaló en su mente y su nariz comenzó a hervir.
—¡Bien, si no quieres, yo la tomaré! — Se quejó ella.
—¡No, no es eso! — Logró decir el muchacho mientras le entregaba la manta a su amiga—, es sólo que yo no estoy… no estoy acostumbrado a tener tan cerca una… una…
—¿Una mujer desnuda? — Preguntó Ann—. Lo siento, pero no puedo evitarlo, en realidad no quiero resfriarme.
—Pero…
—¡Sólo cierra los ojos y asunto arreglado! — Exclamó ella, perdiendo la paciencia.
Rojo como una ciruela, Ryoga obedeció. Aunque el sonido que hizo ella al quitarse su ropa húmeda no lo ayudó a sentirse mejor.
—Terminé—, anunció Ann—. Ya puedes mirar.
Ryoga abrió los ojos para ver que Ann ya se había envuelto en la cobija y estaba secándose el cabello con la camisa que él le había regalado.
—Tu maldición es muy interesante—, Dijo ella luego de un rato—. Al menos puedes controlarla.
—¡Pero mira en qué me convierto! — Exclamó Ryoga— ¡En un cerdito negro e indefenso!
—No por mucho Ryoga—, dijo Ann—. Una vez que salgamos de esta selva, nos encargaremos de buscar tu cura. No olvides eso.
-6-
Luego de diez días de viajar juntos, la suerte finalmente le sonrió a Ann y a Ryoga. Caminaban por la orilla del río cuando de improviso, una barca apareció frente a ellos. Había cuatro hombres en cubierta, que no podían creer sus ojos cuando vieron al par de viajeros caminando por la selva.
—¡Oigan! — Gritó Ryoga mientras agitaba frenéticamente sus brazos, intentando llamar la atención de la gente de la barca—, ¡paren, necesitamos ayuda!
—¡Detengan el barco! — Ordenó uno de los hombres. Parecía tener más de cincuenta y se mantenía en la cubierta con una expresión de sorpresa. Siguiendo sus órdenes, el bote se detuvo y se acercó a la orilla.
No mucho después, el par de viajeros perdidos ya estaba a bordo, bebiendo las refrescantes botellas de agua fresca que la tripulación les había regalado.
—¿Quienes son ustedes? — Preguntó el hombre que parecía ser el líder.
—Yo me llamo Ann Davis.
—Y yo soy Ryoga Hibiki.
—Yo soy Francesco, el líder de esta expedición—, respondió el hombre, Ryoga y Ann notaron que Francesco hablaba el inglés con un pesado acento italiano—. ¿Dónde está el resto de su equipo? Asumo que ustedes no están viajando solos.
—¡Eso sería suicidio! — Dijo el segundo de los hombres, apareciendo desde detrás de Francesco, era un hombre de apariencia ruda y fuerte aún cuando parecía ser mayor que el jefe del equipo—. Me llamo Dario—, les dijo, su voz también marcada por un fuerte acento italiano.
—Yo soy Sandro—, anunció el tercero de los hombres. Era más joven que los otros, pero no por mucho y al igual que ellos, tenía acento italiano— ¿Cuánto tiempo llevan perdidos?
—Me parece que llevan mucho tiempo perdidos—, aseguró el cuarto de los hombres, que tenía piel morena y hablaba con un acento que indicaba que era brasileño. También era el capitán del barco y el guía del grupo—. Soy Martín, gusto en conocerlos.
—Llevamos perdidos el tiempo suficiente—, dijo Ann—. Nuestro equipo murió de malaria hace casi un mes. Seguíamos el río con la esperanza de encontrar otro grupo.
—¡Gracias por dejarnos subir a su bote! — Agregó Ryoga con entusiasmo.
—No es nada—, dijo Dario mientras miraba a sus dos nuevos huéspedes—. ¿Malaria?" Se preguntó un poco preocupado—, Es bueno que tenemos la vacuna. Vengan conmigo, soy doctor, tendré que revisarlos a los dos.
Ryoga y Ann sonrieron y gustosamente siguieron al médico.
Más tarde ese día, Ryoga y Ann se habían sentado juntos en la cubierta. Habían descubierto que Francesco y su equipo estaban buscando nuevas especies de insectos en la selva. Hasta ese momento, sólo habían tenido éxito en encontrar un nuevo tipo de mantis.
—Creo que tomaré una siesta—, le murmuró Ann a Ryoga—. Tendré que ser muy cuidadosa esta noche para que no descubran lo que me pasa en cuanto se pone el sol.
Ryoga asintió y miró en silencio mientras su amiga entraba en los camarotes.
—Tu novia es mayor que tú—. Dijo Francesco mientras se sentaba junto a Ryoga.
—No somos novios—, Respondió el chico perdido—. Ella es una buena amiga mía."
—Excelente, necesitas amigos para sobrevivir aquí—, el hombre tiró su puro al río y miró a Ryoga con atención—. ¿En verdad estaba tu equipo buscando a los Yanomamos?
El muchacho asintió.
—¿Los encontraron?
Ryoga asintió de nuevo.
—¿Cómo son?
—No los conocí—, dijo Ryoga—. Yo… me quedé en nuestro barco. Si quiere más información de esa tribu, deberá hablar con Ann.
Francesco rió—. No quiero esa información, ragazzo.
—¿Qué?
—Ragazzo, muchacho—. Explicó el italiano.
—Oh.
—Como te decía, no quiero tener nada que ver con esa tribu.
—¿Por qué no? — Preguntó Ryoga—, no son malas personas por lo que he escuchado.
—No son ellos.
—¿De qué habla?
Francesco suspiró—, son las leyendas acerca del área donde viven.
—¿Leyendas como cuáles?
—Existen muchas, pero la peor es la leyenda de la Bruja Verde, como la llaman por aquí—. Francesco encendió un nuevo puro y luego de una fumada, continúo—. Escuché que es acerca de una mujer que fue quemada atada a un enorme árbol como castigo por sus asesinatos. Al día siguiente, cuando los nativos volvieron al lugar, se aterrorizaron al descubrir que el árbol no había ardido y los restos de la bruja no estaban allí. Lo único que encontraron fue una enorme y verde cicatriz en el tronco del árbol. Ese mismo día, nubes de mosquitos y moscas comenzaron a frecuentar el árbol y la leyenda dice que cualquier cosa tan estúpida o tan desafortunada como para acercarse a ese sitio se volvería loco y eventualmente, la bruja del árbol lo mataría.
Ryoga recordó un poco de la historia que le contó Ann acerca de los mosquitos y las moscas que atacaron a su grupo poco después de que dejaron la villa de los Yanomamos. El muchacho no pudo evitar sentir un poco de temor.
—Martín le teme mucho a la leyenda—, comentó Francesco—, y a mi tampoco me gustan ese tipo de historias, pero como estamos buscando insectos, en esta selva cualquier lugar es tan bueno como el siguiente así que si nos mantenemos lejos del territorio Yanomamo, no tendremos que preocuparnos por ninguna bruja.
—Usted habla… como si creyera que esa bruja existe—, dijo Ryoga.
—Pues… digamos que he visto muchas cosas en mi vida, ragazzo—, murmuró Francesco—. En las selvas de la India por ejemplo, estuve allí hace doce años y vi cosas que te harían cagarte en los pantalones de miedo muchacho. Estoy seguro que mucho de lo que vi allí fue sobrenatural. Allí aprendí a respetar la magia de la jungla. Algo que deberías hacer tú.
—La respeto—. Respondió Ryoga, un sudor frío había comenzado a deslizarse por su espalda. En ese momento, todo lo que le interesaba era salir de la selva, tan pronto y rápido como fuera posible.
Francesco río—, claro que no llaman a este lugar 'El Infierno Verde' por nada. No te preocupes, saldremos de aquí tan pronto como nuestra expedición llegue a su fin. Eso será en alrededor de ocho días más.
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Sigue: Capítulos 7 & 8
