Ranma ½ es propiedad de Rumiko Takahashi.

Perdido en el Amazonas

Por

Dr Facer

-7-

Para su quinto día con la expedición, Ryoga y Ann ya se habían convertido en parte del equipo. La joven señorita Davis, con su experiencia en el área científica, se había hecho útil ayudando con la investigación y Ryoga, con su gran fuerza, ha sido una gran ayuda cuando hay que, bueno, levantar cosas pesadas bajo las que quizás se ocultan los insectos. Ambos también han trabajado duro en el bote y se las han arreglado para ocultar sus maldiciones. Para el muchacho Hibiki, esta ha sido una racha casi imposible de suerte, la que hasta ahora le ha adjudicado a Ann.

—¿Tienes novia, Ryoga? — Preguntó Ann al tiempo que se sentaba junto a él en la cubierta.

—¿Novia? — Ryoga se sonrojó—. Yo… pues… no paso mucho tiempo cerca de la gente como para poder conseguir alguien que… tú sabes…

—¿Debido a tu problema con las direcciones?

—Así es—. Dijo él con un suspiro.

—¿No hay al menos una chica que te guste? — Insistió Ann.

—…Hay una, pero ella…— Ryoga suspiró otra vez—. Ella está enamorada de otro.

—Oh—. Ann permaneció callada por casi un minuto—, ¿y ella sabe lo que sientes?

—No.

—¿Qué hay del otro, él también la quiere?

Ryoga se mordió los labios, era difícil de admitir pero Ranma probablemente sí amaba a Akane.

—¿Y bien?

—Creo que sí la quiere. Ellos pelean todo el tiempo, pero siempre hacen las paces como si nada hubiera pasado y… él la ha ayudado muchas veces… para ella, yo sólo soy un amigo.

Ann posó su mano sobre el hombro de Ryoga—. Lo lamento. Sé lo que es estar enamorado de alguien que no te ama y sólo te ve como un buen amigo. Me sucedió en la preparatoria.

—¿Qué hiciste, cómo lo superaste? — Preguntó Ryoga.

—Le dije a él lo que sentía. Me rechazó. Me sentí muy mal por unos días y entonces decidí seguir adelante con mi vida.

El chico perdido miró fijamente a Ann—. ¿No te dolió?

—Mucho. Pero el dolor se va después de un tiempo. Cuando entiendas que hay más en la vida que una sola persona, que hay muchas oportunidades de encontrar el amor en otra parte, todo el dolor desaparece y puedes seguir adelante.

—Yo… creo que tienes razón. Lo he intentado, pero es muy difícil.

—No dije que fuera fácil—, respondió Ann—. No te preocupes, encontrarás a una chica perfecta para ti Ryoga, eres un buen tipo. Me agradas y si yo tuviera tu edad…— La mujer dejó la oración flotando en el aire y, cuando él estaba por preguntar, lo besó rápida y suavemente en la mejilla—. Anímate, todo estará bien.

Sorprendido y sin saber qué decir, Ryoga sólo pudo asentir y mirar mientras Ann volvía a los camarotes—, gracias Ann—. Murmuró varios minutos después.

Cerca del anochecer, el bote llegó a una intersección en el río. El camino de la izquierda era amplio y ofrecía un viaje fácil con muchos lugares seguros en dónde detener el barco. El camino de la derecha era angosto y ofrecía sólo el espacio suficiente para que el bote cruzara entre la abundante vegetación. Antes de que alguien pudiera decir algo, Martín, el capitán, tomó el camino de la derecha a toda velocidad.

—¿Qué estás haciendo scemotto*?— Gritó un muy furioso Dario.

—¿Te has vuelto loco? — Exclamó Francesco—, ¡quedaremos varados!

—¡Para y regresa de inmediato! — Ordenó Sandro—, ¡debemos tomar el otro camino!

—¡Imposible! — Gritó Martín—, ¡el timón está atorado y no puedo frenar!

—¡Justo lo que no necesitaba! — Gruñó Francesco mientras pasaba junto a Ryoga y Ann y murmuraba insultos en su idioma natal. El italiano encendió el radio y llamó al resto del equipo que los esperaba en Rio de Janeiro para notificar el cambio en la ruta. Dario y Sandro hablaron un poco y maldiciendo abiertamente, se apresuraron a revisar el motor para asegurarse de que las marchas no se hubieran descompuesto.

—Iré a hablar con Martín—, Dijo Ann—. No me gusta esto Ryoga, tengo miedo.

—No te preocupes, estoy aquí—, le respondió—. Te protegeré, lo prometo.

Ann encontró a Martín mirando al frente con una expresión vacía. Su mirada perdida en el esplendor verde que los rodeaba y no en las oscuras aguas adelante. Sus labios estaban temblando.

—¿Qué sucede? — Le preguntó ella.

—Que estamos muertos—, respondió él—. Está en mi cabeza. No puedo sacarla. Me está usando.

Ann pasó saliva y luchó por controlar la ola de miedo que sintió de repente—, ¿quién te está usando?

—La bruja verde—, dos lágrimas se deslizaron por las mejillas de Martín—. Ella nos está llamando, quiere nuestra sangre; intenté ignorarla pero… es muy fuerte.

A pesar suyo, Ann no pudo evitar un escalofrío. Sus manos comenzaron a temblar tan fuerte que tuvo que ocultarlas bajo sus brazos para detenerlas—, ¿la… b-bruja v-verde?

Martín chilló—,¡Todos vamos a morir!

—¿La Bruja del bosque? — Ann sintió como todas sus fuerzas la abandonaban y se deslizó hasta el piso. Recuerdos de sus amigos muriendo uno a uno inundaron su mente. Recuerdos de su maldición y el año que pasó sola en la selva pasaron frente a sus ojos.

El miedo se convirtió en pánico. ¡Ann no podía volver a sufrir lo mismo otra vez, no podría resistirlo!

—¡REGRESA! — Gritó la mujer—, ¡no me importa cómo, pero regresa, pon reversa, haz algo!

—¡No puedo! — Respondió Martín—, ¡es inútil, estamos condenados!

—¿Qué pasa aquí? — Preguntó Ryoga. Francesco y los otros italianos llegaron corriendo detrás de él.

—¡La bruja quiere matarnos! — Exclamó Martín—, ¡me habla en mi mente, me quiere a mi primero!

—¡Ryoga haz algo por favor! — Suplicó Ann, agarrándose al chico perdido como si él fuera su última esperanza—. ¡No puedo pasar por esto otra vez, no puedo!

—¿De qué hablan ustedes tres? — Dijo Dario, temiendo que tres miembros del equipo estuvieran sufriendo alucinaciones causadas por la malaria o por otra enfermedad tropical.

—¡No dejaré que me lleve! — Gritó Martín, que empujó a Ann, Ryoga y a los italianos a un lado—, ¡prefiero morir aquí! — Riendo como un demente, Martín se lanzó al río. Cayó a las oscuras aguas con un sonoro chapoteo y se hundió como una piedra. Nunca volvió a aparecer.

—¡Esto es idiota! — Gritó Sandro mientras tomaba el timón—. ¡No hay brujas ni fantasmas aquí, ese hombre se volvió loco!"

—¿Puedes moverlo? — Preguntó Dario, decidiendo preocuparse por la bruja luego. Su primera prioridad era recuperar el control del bote. El motor estaba en mal estado y su única esperanza de repararlo era llevar el barco a una orilla y trabajar toda la noche

—No, no puedo—, indicó Sandro.

—¡Déjame intentarlo! — Ofreció Ryoga, pero antes de que pudiera hacer algo, el bote hizo una curva a la izquierda, estrellándose en las gruesas ramas que colgaban cerca del agua, dañando gravemente el casco de la embarcación.

—¡Nos hundiremos! — Gritó Ann. La mujer estaba en un estado de pánico y las sacudidas del bote la habían llevado al límite—, ¡no quiero morir!"

—¡Nadie va a morir! — Gruñó Ryoga y tomando el timón, usó toda su fuerza para hacer virar al bote aún más hacia la izquierda. Esta maniobra, que al principio pareció una locura, funcionó y con un gran estruendo, el bote terminó a salvo en la orilla.

—¿Están todos bien? — Preguntó Francesco.

—Yo estoy bien—, dijo Dario aún algo nervioso.

—Yo igual—, agregó Sandro, que aún temblaba un poco.

—Creo que estoy bien—, dijo Ann, su voz todavía llena de miedo.

—Esas son buenas noticias—, Francesco sonrió y le dio a Ryoga una palmada en la espalda—. Bien, al menos nadie salió herido. ¡Gracias muchacho, nos has salvado el cuello!

Ryoga sonrió—, no ha sido nada.

—¿Qué vamos a hacer? — Preguntó Sandro.

—Tendremos que esperar hasta mañana para hacer algo—, dijo Francesco—. Es muy peligroso dejar el bote ahora.

-8-

Dario, Sandro y Francesco estaban furiosos. Después de que pasó la crisis y los tres italianos revisaron el motor y el interior del casco, casi perdieron la cabeza. El bote no volvería a navegar. El motor podía repararse, pero el casco era un desastre. Era un milagro que el barco aún estuviera en una pieza, considerando que el casco estaba cuarteado de un lado a otro.

Sobre ellos, en la cubierta, Ryoga miraba fijamente a Ann—, ¿ya notaste que es de noche y aún eres humana?

Ann, que estaba mucho más calmada ahora, asintió.

—¿Alguna idea de porqué? — Preguntó el chico perdido.

—Estamos cerca de la Bruja Verde—, respondió ella—. No reconozco esta parte de la selva, pero siento que estamos cerca de ella. No me sorprendería si estamos a unos pasos de los restos de mi barco… creo que ella me quitó la maldición, pero no sé porqué… tal vez quiere matarme como humana.

—¡Ella no va a matarte! — Exclamó Ryoga—. ¡Te dije que no permitiría que nadie muriera esta noche!

—Desearía tener tu confianza—, respondió Ann—. ¿Me protegerás si ella nos ataca?

—Claro que lo haré—, dijo él—, lo juro.

Más tarde esa noche, Sandro que hacía la primer guardia, sintió un repentino piquete en la nuca. No se sintió como una picadura de mosquito, pero estaba seguro de que eso era.

—Malditos bichos—, se quejó el italiano mientras llevaba su mano a donde lo habían picado, sólo para encontrar algo aún pegado a su piel, algo vivo y que estaba chupándole la sangre. Frunciendo el ceño, Sandro atrapó lo que fuera que estuviera allí y lo colocó bajo la luz de su linterna, pero no estaba preparado para lo que vio. En su mano, sostenía un mosquito gigante, tan grande como un ratón y tan verde como las hojas de los árboles, el abdomen del insecto estaba hinchado con la sangre que le había chupado y vibraba insistentemente sus alas esmeraldas para intentar escapar.

—¡Increíble, es una nueva especie! — Dijo con excitación.

A pesar de su emoción, Sandro nunca tuvo la oportunidad de decirle a sus compañeros acerca de su descubrimiento; pues una nube de gigantes y verdes mosquitos cayó sobre él picándolo por todas partes, incluso en los ojos. Trató de gritar, pero los insectos se metieron en su boca. Asustado, el italiano giró y corrió agitando los brazos por toda la cubierta pero fue inútil, los mosquitos no lo dejaban. Cuando uno estaba lleno de sangre, otro tomaba su lugar de inmediato. Debilitándose cada vez más, Sandro se tambaleó hasta la orilla de la cubierta y sin poder ver en donde estaba, resbaló hacia el río. Su cuerpo se hundió y no salió a flote. Sólo una nube de mosquitos que se desbandó poco a poco marcó el sitio donde había caído. Minutos después, la nube de zancudos se desvaneció en la oscuridad de la noche.

Dario pasó como un rayo a través de las puertas de los camarotes con una expresión de pánico—, ¡no encuentro a Sandro por ningún lado! — Gritó—. ¡Salí para realizar la segunda guardia y él ya no está!

—No volveremos a verlo—, le susurró Ann a Ryoga—. ¡Está sucediendo de nuevo Ryoga, tenemos que detener a la bruja o todos moriremos aquí!

—Escuché eso—, dijo Francesco—. ¡No dejaré que salgan a buscar un fantasma!

—¡No es un fantasma! — se quejó Ann—. ¡Es la bruja que mató a mis amigos!

—Nos dijiste que murieron de malaria—, le respondió el italiano.

—Les mentí—, contestó Ann bajando la mirada—. Pensé que no nos ayudarían si les contaba sobre la Bruja Verde.

—¡Francesco, no les creas! — Exclamó Dario—, ¡es obvio que estos dos están locos!

—No creo que lo estén—, dijo el viejo italiano—, y tú estuviste conmigo en la India, Dario. Viste las mismas cosas que yo. Sabes muy bien que encontrarnos con una bruja aquí es algo muy posible.

Dario respiró profundamente y miró a Ryoga y Ann con preocupación—. Sí, es muy posible. Pero no quiero tener que enfrentar algo así otra vez.

—Tampoco yo—, Francesco se sentó y se limpió el sudor del rostro—. ¡Está haciendo demasiado calor! — El italiano lanzó una maldición—. ¿Esa perra verde esta haciendo esto? —, preguntó mirando a Ann.

—No lo sé—, respondió ella mientras escudriñaba con la mirada en la oscuridad—. En verdad que no lo sé.

—¡Lo que yo sé es que voy a llamar un maldito helicóptero! — Interrumpió Dario—. ¡No me voy a quedar sentado aquí hasta mañana como dijiste Francesco, no pienso esperar a descubrir si esa ramera verde es real o no!

—Bien, ve a hacer eso—, aceptó Francesco—. Antes de que la radio comience a fallar.

—Yo… iré a preparar café—, dijo Ann, bajando a la cocineta.

Ann se ofreció a preparar café por sólo una razón: Necesitaba hacer algo para evitar pensar en el miedo que sentía. La desaparición de Sandro y antes, Martín diciendo que la bruja los quería matar a todos la hacían sentir un miedo casi infinito. Pensar en esas cosas la hacía sentirse a punto de enloquecer y sentarse en la cubierta no ayudaría en nada. Cuando pasó lentamente detrás de Dario, quien estaba ocupado dando la ubicación del grupo a las autoridades, no pudo evitar suspirar aliviada al escuchar la respuesta en la radio: un equipo de rescate vendría a buscarlos en un helicóptero a la mañana siguiente. La joven mujer se permitió una pequeña sonrisa mientras preparaba el café. ¡La ayuda venía en camino! Pensando en que al fin podría dejar la selva, Ann regresó a la cubierta llevando una bandeja con tres tazas de humeante café.

—Aquí está el café—, anunció Ann, entregándole a Ryoga la primera taza, la siguiente a Francesco y ella se quedó con la última—. Escuché a Dario, un helicóptero vendrá mañana por nosotros.

—Excelente, no puedo esperar para largarme de aquí—, Francesco encendió uno de sus puros con manos nerviosas—. ¡Debí saber que algo malo nos pasaría, lo sentía en los huesos!

—¿Qué es lo que se escucha? — Preguntó Ryoga, un zumbido bajo comenzó a llenar el aire y estaba aumentando en intensidad.

—No tengo idea. Es como si un enjambre viniera hacia aquí—, Opinó Francesco, el zumbido aumentó en intensidad cuando dijo esto.

—Lo que sea que es, no me agrada—, dijo Ann, mirando nerviosamente a su alrededor sólo para descubrir nada en la profunda oscuridad que envolvía al bote. El zumbido ya era casi ensordecedor y circulaba el arruinado y pobremente iluminado barco en el que estaban.

—Parece que dejó de acercarse—, comentó Ryoga—. Creo que sólo está dando vueltas a nuestro alrededor.

—Espera—, Francesco frunció el ceño—. Se detuvo.

—Ojala y se haya ido—, Dijo Ann en voz baja.

Un minuto después, una mosca exageradamente grande aterrizó en la orilla de la taza de Ryoga y él la espanto de un manotazo. El bicho, sin embargo, regresó de inmediato. Seguido de otro y otro hasta que toda la cubierta estuvo cubierta de moscas.

—¿Qué demonios pasa? — Exclamó Ryoga, que agitaba las manos para espantar a las moscas.

—¡No dejan de venir! — Advirtió Ann—. ¿Qué vamos a hacer?"

—¡No sé lo que…!— Ryoga no pudo terminar lo que decía porque en ese instante, una ola de moscas cayó sobre la cubierta, golpeando todo lo que estaba en su camino. Eran tantas que por un instante fue todo lo que pudo verse.

—¡No se muevan! — Gritó Ann, intentando hacerse oír entre el zumbante caos—. ¡Podrían caer al río!"

—¿Dónde estás Ann? — Llamó Ryoga, que les tiraba puñetazos a las moscas en un inútil intento para alejarlas. Por un segundo, el muchacho pudo jurar que el enjambre tomó la forma de una monstruosa mano retorcida que se cerró sobre algo.

El repentino ataque, sin embargo, no duró mucho; tan pronto como habían caído sobre ellos, las moscas se alejaron y desaparecieron en la noche.

—¡De pie muchacho! — Exclamó Francesco—. ¡Tu amiga ya no está!"

Ryoga, que había caído de espaldas cuando las moscas se retiraron, tosió un par de veces y se levantó de inmediato—, ¿qué ha dicho?"

—Quiso decir que las moscas se llevaron a Ann—, explicó Dario—. Lo siento muchacho, pero ya no la volveremos a ver con vida.

—¡Ella no va a morir! — Gritó Ryoga—, ¡no mientras yo esté aquí!

—¿Y cómo lo vas a evitar, irás tras ella? — Preguntó Dario—. ¡No sabes a donde la llevaron las moscas y correr por la selva de noche es un suicidio!

—¡No me importa! — Respondió el chico perdido—. ¡Le prometí que no la dejaría morir!

—A ella no le gustaría que murieras en vano—, dijo Francesco, tratando de calmar a Ryoga—. Acéptalo muchacho, ella está muerta.

—¡Jamás lo aceptaré! — Gritó un furioso Ryoga al tiempo que saltaba hacia la oscura selva frente a él.

—¡Espera! — Llamó Francesco—, ¡vuelve!"

—Pierdes el tiempo, Francesco—, dijo Dario con tristeza—. Es inútil, no volveremos a verlos otra vez.

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Sigue: Capítulos 9 & 10

* Scemotto: Idiota.