DISCLAIMERS: Full Metal Alchemist, la idea original y los lugares que aquí aparecen son propiedad de Hiromu Arakawa y del estudio Bones. Esta historia está basada en el anime.

Despues de la tormenta, siempre llega la calma...

Después de un tiempo de calma... siempre vuelve una tormenta...

El círculo del destino

Fan Fiction de Hikaru Kusanagi

Capítulo 3: Indigo Alchemist.

El corazón de Fred latía tanto o más deprisa de lo que corrían sus propios pies. Había esperado durante el resto de la mañana (aunque, en realidad, llevaba esperando mucho más tiempo) por aquél momento; apenas había comido del puro nerviosismo, y sus padres se habían llegado a preguntar qué era lo que le sucedía. Pero él se limitó a tranquilizarles con una sonrisa antes de marcharse.

Quizás...

Quizás hoy fuese el día que lo cambiase todo. Por eso estaba contento.

Aún recordaba dónde estaba la casa de su amiga Beatrix. Ella y su padre vivían en las afueras de Rush Valley; poseían una casa enorme y lujosa, en absoluto nada que ver con las modestas viviendas del interior de la ciudad. El señor Cuthbert, por ser alquimista nacional y estar al servicio de los militares, recibía una remuneración muy generosa. Fred no sabía de muchas personas más en la ciudad que gozasen de un privilegio así; ni siquiera los más reputados mecánicos llevaban esa calidad de vida. De hecho, el señor Cuthbert debía ser el único alquimista residente en aquella ciudad que daba auge a la más moderna tecnología.

Al fin, llegó hasta el umbral de la casa de los Cuthbert. Esta estaba cubierta por muros y respaldada por una reja; al lado, había un portero automático. Fred lo pulsó y preguntó por los residentes en ella; no tardaron en abrirle. La casa verdaderamente era inmensa, y dentro de los muros había unos jardines preciosos, dignos de un palacio, con algunos arbustos recortados en formas peculiares. El muchacho se limitó a contemplarlos embelesado mientras los atravesaba en dirección a la puerta principal. Ya había estado ahí antes, pero acostumbrado como estaba a sus recursos de nivel medio aquello nunca dejaba de sorprenderle.

Una criada le abrió la puerta, sonriente.

-Bienvenido- le recibió cortésmente-. El señor Cuthbert no tardará en llegar.

-Gracias- Fred le devolvió la sonrisa, y se dedicó a esperar pacientemente en el no menos grande vestíbulo. Era muy sobrio y elegante, y como unica decoración ornamentada había una lámpara de araña colgada en el techo, iluminándolo todo. Todo estaba en silencio; un silencio que invitaba, curiosamente, a la serenidad y a la hospitalidad.

Y entonces lo oyó. El ruido de un bastón.

Se giró para ver de dónde provenía. Al lado de uno de los umbrales de las puertas que conducian a los pasillos de la casa, había aparecido un hombre. Tenia un porte elegante y regio que le proporcionaban sus facciones como esculpidas en madera y una barba recortada en perilla; no contaría más de 45 años, y llevaba el pelo veteado de canas recogido en una coleta. Estaba apoyado en un bastón... y llevaba gafas de sol. Sonrió calmado.

-Hola- sin duda, se dirigía a Fred, pero no miraba directamente a él-. Tú debes ser Frederick Austen. Mi hija me habla siempre mucho de ti.

Fred tuvo que contener a duras penas la sorpresa. No se esperaba que el padre de Beatrix, aquel reputado alquimista, fuese... ciego.

-Señor... ¿Señor Cuthbert?- se acercó hacia él rápidamente, por si acaso necesitaba ayuda, pero el hombre le detuvo con un gesto de la mano. Ahora sí que giraba la cabeza en su dirección.

-No te preocupes, ya sé dónde estás. Puedo situarte por tus pasos y tu voz.- amplió su sonrisa-. Entiendo tu reacción; es más o menos lo mismo que suelen hacer las personas cuando se encuentran con alguien invidente. Yo ya estoy acostumbrado. Hace unos cuantos años que estoy así. Seis años, para ser exactos. -Fred se limitó a sonreír, algo incómodo. Su nerviosismo había aumentado al encontrarse con él-. Por lo que parece, debes ser un buen chico.

-Señor Cuthbert...-la voz de Fred temblaba ligeramente por la emoción-. Yo... también he oído hablar mucho de usted. Por su hija, y por las proezas que realiza, también. Pero nunca había tenido el placer de poder hablar con...

Fue interrumpido por otro gesto del alquimista.

-Muchacho, déjate de formalidades. Nada de "señor Cuthbert". Me haces sentir más viejo de lo que soy.-Jamás perdía esa sonrisa, tranquila y que a su vez infundía tranquilidad-. Llámame Nathan. Estamos en familia, después de todo; conoces a Beatrix desde hace mucho tiempo, ¿no es así?

-P-pues sí... desde que teníamos unos 8 o 9 años, pero...

-Entonces, no se hable más. ¿Quieres acompañarme, Frederick? Tenemos un tentempié aguardándonos en el salón.- El señor Cuthbert se puso en marcha hacia el otro extremo del vestíbulo; Fred advirtió que cojeaba un poco, pero que a pesar de todo su paso no era vacilante, sino seguro; sabía a donde dirigirse pese a no poder ver-. Espero que te guste el té.

Fred sonrió, apresurandose a seguirle. En efecto, una mesa estaba ahi dispuesta para ellos, con pastas, canapés y un juego de té. El señor Cuthbert tomó asiento e invitó al chico a que hiciese lo mismo. Este le dio las gracias, y tomó la tetera para servirle primero. Después de un rato de silencio bebiendo té, fue de nuevo el hombre quien tomó la palabra; y en ésta ocasión fue directo al grano.

-Me ha dicho Beatrix que estás muy interesado en la alquimia últimamente, Fred. ¿Es eso cierto?

El aludido casi se atragantó con un canapé. Aún los nervios no habían cesado.

-Así... así es, señor... quiero decir, Nathan.-volvió a sonreír-. Hace unos meses, encontré un libro de alquimia básica, y la verdad... es que me gusta mucho. Quisiera aprender sobre ella, en profundidad, me refiero. Es por eso... por lo que quería hablar con usted. Nunca he hablado con un alquimista...

El señor Cuthbert se mesó la perilla, pensativo.

-La alquimia... es una ciencia muy antigua, como quizás sepas. Y no es fácil. Tienes que medir correctamente los ingredientes, conocer en todo momento qué clase de círculo de transmutación debes usar, conocer algunas fórmulas incluso de memoria; sobre todo, tienes que tener fe en ti mismo y en lo que estás haciendo. Esas son las claves principales para realizar una buena transmutación... y en definitiva, para ser un buen alquimista. ¿Estás dispuesto a todo eso, Fred?

-Absolutamente, señor.- Fred se puso serio-. No hay nada... nada que me gustaría más que ser alquimista.

-¿Puedo preguntarte el motivo al que se debe?

El moreno quedó unos segundos en silencio antes de responder.

-No quiero llevar... la vida que llevo ahora. Simplemente, quiero escapar al destino que me espera si me quedo en Rush Valley, cuidando del negocio familiar.- Agachó la cabeza-. No he conocido otra vida que esa, hasta ahora. Quiero que sea distinto... la alquimia me interesa de veras, por lo que es en sí misma. Y quiero que me reconozcan por un trabajo que en verdad me guste hacer. Creo que esa es la razón.

El señor Cuthbert sonrió.

-Tienes ambiciones y metas, muchacho... eso es bueno. Las ilusiones mueven a menudo a las personas en la vida. En cierto modo, me recuerdas a mí mismo cuando tenía tu edad. También yo tenía esa ilusión fervorosa, ese fuego vibrante que siento en ti, en tus palabras. Ahora... no es que me haya dejado de gustar la alquimia. No voy a dejar de ser alquimista por el momento; no ha llegado el momento de que me retire. Tan sólo es que llevo tantos años practicándola, que para mí se ha convertido en algo rutinario.-Hizo una pausa, que Fred aprovechó para ofrecerle una pasta-. Mi especialidad, de hecho... no tiene en sí demasiados fundamentos bélicos. Es por eso que creo que ni siquiera sea muy útil como perro de los militares. Sí, así se nos llama a los alquimistas nacionales- añadió, ante la estupefacción de su joven interlocutor-. De todos modos, ser alquimista requiere de mucha vocación, y creo que tú la tienes. Y... quien sabe, en tu interés quizás podamos hallar unos buenos resultados.

-Quiere decir que... ¿va a enseñarme?-el corazón de Fred volvía a latir desbocado.

-Soy un hombre bastante ocupado, Frederick, así que no creo que pueda enseñarte alquimia a tiempo completo.-al oír esto, Fred agachó la cabeza, algo apesadumbrado-. Pero... puedo enseñarte en mis tiempos libres. Ahora tengo bastante, así que puedes aprovecharte de eso. Quizás hasta pueda darte un curso intensivo, si tienes la suficiente perseverancia...

-¿En serio?- El rostro del chico se iluminó, excitado.

-Claro que sí. Por tu énfasis, no creo que haga falta preguntarte que si aceptas o no.- Cuthbert sonrió ampliamente, mostrando unos dientes blancos y ordenados.

-Yo... Yo no sé cómo...-Fred parecía no poder encontrar las palabras adecuadas para expresarse; la emoción y la ilusión le inundaban, más que nunca-. Muchísimas gracias, señor...

-Nathan. Te he dicho que me llames Nathan.-el hombre rió suavemente-. Ahora cuando acabemos éste tentempié, puedes venir conmigo al sótano, si tienes tiempo. Empezaremos hoy mismo.

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Fue así como el joven Frederick Austen, hijo de una familia de mecánicos de Rush Valley, se empezó a instruir en la alquimia.

Todas las tardes, y sin que sus padres supieran nada de ello, Fred se marchaba a casa de los Cuthbert a estudiar y a afianzar sus conocimientos ya aprendidos con la ayuda del Indigo Alchemist. En efecto, no era una tarea fácil, y a menudo el muchacho acababa con unos fuertes dolores de cabeza por forzarse a estudiar y a meterse demasiadas cosas en la cabeza de golpe. Pero él no era alguien que abandonase sus objetivos fácilmente. Era vigilado de cerca por el señor Cuthbert, que cuidaba de él como si fuese su propio hijo, e incluso a veces por Beatrix, que observaba a escondidas las practicas de su padre y su mejor amigo.

Pasaron así los días, las semanas. Hasta que pasado un mes de aprendizaje y entrenamiento... ocurrió.

-Vamos, Fred- El alquimista permanecía de pie frente a su aprendiz, que estaba arrodillado ante un círculo de transmutación sencillo, de cuatro puntas. Dentro había ciertos ingredientes necesarios para una transmutación sencilla, entremezclados-. Veamos si esta vez sí eres capaz de hacerlo.

-Eso espero...-Fred se quitó el sudor del rostro-. Me parece que esta todo ahi... glucosa, 150 gramos; calcio, 20 gramos...

-No es momento para ennumerar los ingredientes ahora-interrumpió Cuthbert-. Simplemente hazlo. Concéntrate y haz la transmutación.

-De acuerdo...-asintió el chico, haciendo un esfuerzo para calmarse. Cerró los ojos, poniendo su mente en blanco; aislándola de otras cosas que no fuese lo que estaba haciendo. Por la rendija de la puerta entreabierta del sótano, Beatrix espiaba. Estaba tanto o casi más nerviosa que el propio Fred. ¿Lo lograría? ¿No lo lograría?

Fred extendió las manos sobre el círculo de transmutación... las apoyó y entonces...

Una luz entre plateada y azulada inundó la sala, impidiendo ver nada desde la posición donde Beatrix estaba. Contuvo la respiración, mientras esperaba a que la reacción alquímica se desvaneciese y dejase ver los resultados. Tardó un minuto en que tal cosa ocurriese. Y lo siguiente que ocurrió... fue el grito de alegría de Fred.

-¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho!-gritaba una y otra vez, como un poseso.

Cuthbert, por su parte, sonreía satisfecho, apoyado en su bastón.

-Creo que alguien más quiere participar de tu logro, Fred-le dijo, volviéndose hacia la puerta. Había sabido todo el tiempo que Beatrix estaba allí. Ella suspiró y empujó timidamente la puerta, para entrar en el sótano.

-Lo siento-se disculpó-. Yo no...

Fue interrumpida por Fred, que se había levantado de golpe del suelo y había ido hacia ella. Tenía el rostro resplandeciente de júbilo, y en su mano tenía una manzana perfecta. El resultado de su primera tranmutación.

-¡Lo he conseguido, Beatrix! ¡Mira!-gritaba, emocionado-¡Lo he hecho!-Abrazó con la mano libre a su amiga, rebosante de felicidad. Si bien ésta se ruborizó confundida al principio, en seguida le correspondió al abrazo, sonriente y contenta por él.

-¡Qué bien, Fred! Ya puedes ser un alquimista en toda regla...

En ese momento, mientras cundía la felicidad casi histérica por parte de Fred, la satisfacción y el orgullo por parte de Cuthbert y las felicitaciones por parte de Beatrix, llamaron a la puerta y entró una criada. Fred y Beatrix se separaron, calmándose.

-¿Señor Cuthbert?-preguntó ella-. Llaman por telefono. Es para usted. Del Führer.

Cuthbert frunció el ceño.

-No me esperaba algo así justo ahora...-murmuró. Se giró hacia los jóvenes-. Chicos, esperad un momento. Luego bajo con vosotros...-dicho esto, caminó renqueante hacia la salida, para ser ayudado a subir las escaleras por la criada. Fred y Beatrix se quedaron así solos.

-Vaya, una llamada del Führer...-dijo Fred. Miró su manzana y la frotó contra su manga para sacarle brillo-. ¿Qué querrá?

-No lo sé-la expresión de Beatrix era seria, muy seria-. Pero aun así, no me gusta... Cada vez que llama el Führer directamente, no es para nada bueno.