DISCLAIMERS: Full Metal Alchemist, la idea original y los lugares que aquí aparecen son propiedad de Hiromu Arakawa y del estudio Bones. Esta historia está basada en el anime.
Despues de la tormenta, siempre llega la calma...
Después de un tiempo de calma... siempre vuelve una tormenta...
El círculo del destino
Fan Fiction de Hikaru Kusanagi
Capítulo 7: Partida.
Mientras Fred ayudaba a Cuthbert a andar por la calle algo maltrecha en busca de su coche, no dejaba de darle vueltas a lo que éste acababa de decirle. Y aquella aparición de esas dos personas... que ni siquiera podían llamarse personas, le había desconcertado en extremo.
-Homúnculos...-rompió el silencio reinante tras un buen rato-. ¿Así que de verdad existen? Pensaba que solamente era un mito infundado en la alqumia...
-Te sorprenderías de cuantos mitos son reales y de cuantas cosas que se piensan verdaderas son mitos en la alquimia...-Cuthbert esbozó una sonrisa amarga-. Pero es cierto. Tan cierto como que tú y yo estamos aquí ahora. Estos seres son pecados, fruto de la ignorancia o de la arrogancia humanas... como te habrás dado cuenta, llevan el nombre de un defecto humano.
-Pero... según la leyenda, los homúnculos son seres creados a partir de la transmutación humana¿no es así? Entonces todos parten de un mismo sitio...
-A términos prácticos, lo es. Pero la realidad del origen de esos seres es algo distinta. Verás, Fred, los motivos que infunden a alguien a realizar la transmutación humana son muy variados. Pueden variar desde la más inocente de las intenciones, como revivir a una persona amada, hasta las más retorcidas. No importa lo buena que sea la intención; en ella reside el defecto humano. Egoísmo, miedo, ambición, orgullo, curiosidad. Son sólo unos pocos ejemplos, y parecen nimios; pero basta el más pequeño detalle para desencadenar una catástrofe.
-¿Curiosidad? La curiosidad no es mala... permite aprender...
Cuthbert agachó la cabeza, sin poder borrar la amargura de su expresión.
-Sabes lo que dicen de la curiosidad¿no, Fred? Es un arma de doble filo. Te permite tanto obtener conocimiento como llevarte a la perdición. La única cosa que puede ayudarte a tomar una decisión correcta es el propio juicio. La prudencia. No lo olvides nunca.
El muchacho asintió parsimoniosamente, enderezandose un poco sin soltar a su mentor. Incluso ahora, su cabeza seguia dando vueltas sobre el tema... y había algo, un detalle, que quería preguntarle. La escena que había presenciado entre Cuthbert y la mujer llamada Wrath sugería que se conocían de hace mucho tiempo. Wrath era un homúnculo; y al hablar de ellos, la expresión de Cuthbert denotaba tristeza y arrepentimiento. Si estaba en lo cierto, podría ser...
-Nathan-dijo por fin-. Usted y... esa mujer... se conocían de antes¿no es así?
Tal como se temía, la expresión de Cuthbert se acentuó al oír la pregunta.
-Sí... y no. Es una historia larga de contar. Pero no es quien yo hubiese querido que fuese...
-Usted... la creó¿verdad? Usted creó ese homúnculo...
Cuthbert calló por unos instantes. Su expresión era grave, y parecía más afectado de lo que le había visto nunca. Se aclaró la garganta.
-La muerte de mi esposa... me afectó más de lo que hubiese podido imaginar. No podía concebir la vida sin ella a su lado... ni siquiera Beatrix ha sido la misma a raíz de su pérdida. Usé los conocimientos que había adquirido de mis investigaciones; hice caso omiso pese a que sabía que estaba prohibida una cosa así. Iluso de mí, pensé que podría traerla de vuelta. Pero no fue así. Y lo pagué caro. El Intercambio Equivalente funciona para bien o para mal.
Fred apretó los labios, turbado. Nathan Cuthbert era una de las personas a quien más admiraba. Amable, sabio, juicioso; no titubeaba cuando debía tomar una decisión, y siempre sabía lo que había que hacer. Jamás le hubiese creído capaz de hacer algo como una transmutación humana.
Pese a que no podía verle, Cuthbert debió notar la conmoción en su pupilo, porque dijo con su voz serena de siempre:
-Te sorprende¿verdad? No me extraña en absoluto. A veces pienso que la gente me tiene en un altar; que me sobrevalora. Es oír el título de Indigo Alchemist y se imaginan a alguien que puede hacer cosas más allá de lo imaginable, incluso desafiar al mismísimo Dios. Pero se olvidan de que soy humano. Como todos los demás. Tan sólo me diferencia de ellos el haber adquirido un conocimiento que me permite realizar lo que ellos no pueden hacer. Pero cometo errores y tengo defectos. Igual que todos. Si no existiesen los defectos humanos, no existirían los homúnculos. Pero tampoco la raza humana.
Una vez más, aquella intervención dejó a Fred completamente desarmado. Tan sólo pudo balbucear, algo avergonzado:
-Yo... sigo admirándole, Nathan. El hecho de que tenga defectos no cambia en absoluto la clase de persona que es... y usted es una buena persona.
Cuthbert sonrió.
-Esa es la impresión que tienes de mí, Fred, por lo que conoces de mí. Lo cierto es que soy un pecador, que necesito expiar mi culpa, y que a veces no respondo al ideal que tiene la gente sobre mí. Pero igualmente te lo agradezco.
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Por fin lograron encontrar el coche, el cual estaba aparcado no muy lejos de donde habían estado antes. Les esperaban el chófer y Beatrix. Ésta última aún estaba algo pálida del susto, pero se encontraba bastante más calmada. Sonrió al ver a Fred.
-Así que al final estás aquí, después de todo-dijo.
-He ayudado un poco a tu padre... o al menos lo he intentado...-Fred se frotó la nuca con la mano libre, nervioso.
Cuthbert rió.
-La intención es lo que cuenta. Ahora, debemos irnos. Veníamos a despedirnos de ti, pero ya que estás aquí, no es necesario pasar por tu casa. Este incidente nos ha robado mucho tiempo.-se separó de Fred; el chófer se apresuró a ayudarle-. Como ya dije ayer, ha sido un placer tenerte como alumno, Fred. Sigue estudiando la alquimia; presiento que llegarás lejos. Y no te olvides de lo que te he dicho.
El muchacho asintió, serio.
-Lo haré todo lo mejor que pueda, señor... hasta su regreso.-pese a todo, no podía evitar que sus palabras sonasen formales. El alquimista sonrió, haciendo una leve inclinación de cabeza a modo de despedida.
-Nos veremos pronto.-dijo, mientras el chófer le ayudaba a caminar hacia el coche y a meterse en el asiento del copiloto. Beatrix, apurada, se acercó a Fred entonces. Llevaba algo apretado en un puño.
-¿Me vas a escribir?-preguntó el, sonriendo.
-Claro... siempre que pueda.-Beatrix trató de devolverle la sonrisa, pero parecía preocupada por algo de todos modos. Tomó la mano de su amigo, extendiéndola, y dejó caer en ella el contenido de la suya. Era algo metálico. Fred miró, curioso... era una cadena con una tuerca.
-Y... ¿esto?- parpadeo un par de veces, confundido.
-Es una pieza antigua de mi automail. Quiero que te la quedes tú.
-Pe... pero...
-¡Es un regalo, idiota! Cógelo... y asegúrate de que no lo pierdes¿está claro?
-Vale...-balbució Fred, que cada vez entendía menos. Pero se abstuvo de preguntar algo más. Sintió entonces cómo la pelirroja le abrazaba, estrechándole tan fuerte contra ella que casi le cortaba la respiración-. Ugh... oye... que me ahogo...
-No te olvides de mí... ¿vale?-susurró Beatrix, quien aflojó la presión, pero no le soltó.
-Vamos... ¿cómo me voy a olvidar de mi pecosa favorita?-Fred trató de bromear un poco, lo que le costó un capón por parte de ella-Ay...
-Tonto...
-Vamos, Beatrix...-apremió Cuthbert, ya desde el coche-. Se nos hace tarde.
La chica se separó por fin de él, regalándole una última sonrisa antes de obedecer a su padre. Fred esbozó una sonrisa de circunstancias. Nunca entendería a las chicas...
Por fin, el coche se puso en marcha, y Fred se quedó despidiéndoles con la mano... hasta que le vio perderse en la lejanía. Suspiró, apretando el curioso regalo de Beatrix en su mano, y se propuso dar la vuelta, cuando vio a un hombre yendo hacia él. Se le veía bastante molesto.
-¡Eh, tú, chico!-le increpó-. Sabes alquimia¿verdad?
-Bueno, yo...-el pobre Fred no supo bien como reaccionar ante eso al principio; tuvo que hacer de tripas corazón para responder-. Ehhh, un poco...
-Vale. ¿Puedes ayudarme? Alguien ha destrozado el escaparate de mi tienda. Y no puedo costearme el gasto de una cristalería. Como encuentre al gamberro que lo haya hecho...
Fred esbozó una sonrisa de circunstancias.
-Claro... haré lo que pueda...-asintió.
-Gracias. Es por aquí...-le indicó el comerciante, echando a andar-. Encima, han dejado la calle hecha un desastre... las juventudes de hoy en día no cuidan nada su ambiente; menos mal que todavía quedan chicos como tú, con espíritu de ayuda...
Mejor que no sepa que yo he tenido algo que ver...dijo para sí Fred, mientras se disponía a seguir al hombre.
Llegaron al fin al punto de partida; verdaderamente, la carretera había quedado en un estado lamentable, víctima de la lucha entre Cuthbert y Wrath. Fred suspiró aliviado; al menos a él no le tocaría reconstruir eso. Se pararon en frente del escaparate dañado; algunas esquirlas del cristal habían caído al suelo; pero el mayor daño estaba en el cristal del escaparate en sí.
-Es ésto... ¿crees que puedas hacerlo?-el hombre le miró, curioso.
-Al menos lo intentaré...- Fred se agachó y sacó la tiza, repasando mentalmente cuál era el círculo de transmutación apropiado para este caso. Al fin acordándose, lo trazó rápidamente en el suelo, e impuso las manos sobre él. Una luz amarillenta resultante de la transmutación se elevó; cuando se desvaneció, Fred pudo comprobar que las esquirlas del cristal se habían restablecido y que el cristal ya no tenía grietas. Sonrió satisfecho, al tiempo que oía la expresión de asombro del comerciante. Y entonces...
-¡Frederick!
Una voz severa le llamó desde el otro lado de la calle. El aludido se volvió, asustado... y vio a su padre. Este le observaba, mezcla de incredulidad y de desaprobación... y supo que no le esperaba nada bueno. Le había sorprendido haciendo la transmutación.
-Frederick, ven conmigo.-se giró hacia el comerciante-. Lamento que mi hijo le haya causado molestias...
-Ah, señor Austen... ¿este es su hijo?-dijo éste. Aun estaba sorprendido-. No me ha causado ninguna molestia... me estaba ayudando, de hecho; es impresionante, tiene mucho talento...
-Fred-repitió el señor Austen, interrumpiendo e ignorando al hombre-. Vamos. Tú y yo tenemos que hablar de ésto...
El chico se levantó, cabizbajo; se despidió del comerciante y siguió a su padre, que se dio la vuelta y se dirigió hacia su casa... una cosa sí estaba segura, de una regañina no se libraba, fuese más o menos fuerte.
