DISCLAIMERS: Full Metal Alchemist, la idea original y los lugares que aquí aparecen son propiedad de Hiromu Arakawa y del estudio Bones. Esta historia está basada en el anime.

Despues de la tormenta, siempre llega la calma...

Después de un tiempo de calma... siempre vuelve una tormenta...

El círculo del destino

Fan Fiction de Hikaru Kusanagi

Capítulo 9: El destino se reescribe.

El silencio se hizo por unos instantes, hasta que Fred volvió a oir la voz de su madre, asustada.

-¿Cómo dice?

-No se preocupe, señora. Ya han pensado en ustedes, y tienen una residencia esperándoles en Ciudad del Este. Les dejaremos un pequeño tiempo para que hagan las maletas, pero les esperaremos aquí. Ha empezado la ocupación de la ciudad, y los residentes están siendo evacuados. No pueden quedarse aquí.

-¿Evacuados? Pero... ¿por qué?

-Hay una guerra-dijo otra voz distinta a la del coronel Schwarz; Fred supuso que sería la del teniente Cannon-. Nos han enviado aquí para anexionar a Amestris los territorios del Este. Para ello, hay que batallar con los sublevados... usaremos ésta ciudad para establecer el frente militar tanto como dure la guerra. Esperamos que no sea por mucho tiempo.

Fred bajó cuidadosamente las escaleras; mientras lo hacía, pudo ver la cara espantada de su madre mientras recibía las noticias de los militares. No le extrañaba; era exactamente como pensaba que reaccionaría.

-¿Podemos pasar?- habló de nuevo el que podía reconocer como el coronel.

-Claro, como no...-la señora Austen a duras penas pudo reaccionar; se hizo a un lado y entonces los dos militares, con su inconfundible uniforme azul, entraron en la casa. Uno era fornido, mientras que el otro en comparación era delgado hasta puntos enfermizos y tenía el rostro demacrado, enmarcado por algunos mechones del largo pelo negro. Éste último lo primero que hizo fue fijarse en el muchacho, que se vio sorprendido a mitad de su bajada por las escaleras.

-Vaya, ¿este es su hijo? Frederick Austen...-la voz le confirmó que se trataba, de nuevo, del coronel Schwarz. Sus ojos, de un color amarillento, le recorrieron de arriba abajo-. Indigo Alchemist nos ha hablado mucho de ti, muchacho... eres su pupilo, ¿no es verdad?

El aludido se sorprendió bastante al ser reconocido; sin embargo se apresuró a asentir con la cabeza.

-A-así es... señor... lo era...

-Fred-intervino su madre, aun con el rostro compungido-. Avisa a tu padre... y ve recogiendo tus cosas. Ellos han venido a...

-...Escoltaros en vuestro viaje-el coronel acabó la frase por ella, con una sonrisa que al chico le produjo un escalofrío-. No creo que haga falta explicárselo. Él ya está enterado de lo que ocurre... ¿no es así?

Los ojos del coronel, así como el tono en que había pronunciado la última interrogación, le hicieron a Fred quedarse paralizado, sin saber qué decir por unos segundos.

-Fred... ¿tú ya lo sabías?-dijo su madre, con aprensión.

-El señor Cuthbert... me puso al corriente...-alcanzó a decir Fred, agachando la cabeza avergonzado-. Siento no haberoslo dicho antes. La carta del otro día...

Fue interrumpido por su padre, que subía las escaleras del sótano para ir hacia donde había oído la conversación.

-¿Qué es lo que ocurre?-exigió saber. Miró a los militares-. ¿Qué hacen aquí?

-Buenas tardes... Desmond Austen-saludó el coronel, desviando la vista de Fred hacia su progenitor-. Aparece en buen momento; ya no es necesario avisarle. Su hijo podrá seguir explicandoles la causa de nuestra visita. Fred, continúa.

Fred tragó saliva. Se decidió, después de unos segundos, de enfrentarse a su desolada madre y a su irritado padre.

-Papá, mamá... los Cuthbert me escribieron. En la carta que me mandaron... el señor Cuthbert decía que nos habían conseguido una residencia en Ciudad del Este, con todos los gastos pagados... durante el tiempo que dure la ocupación de Rush Valley.

Primero, se hizo el silencio entre los presentes. El unico que sonreía allí era el coronel Schwarz, pero aquello no ayudaba en absoluto a solventar la tension; más bien lo contrario. El señor Austen fue el primero en romper el hielo.

-¿Qué?-su rostro pasó de la incredulidad al enfado en un espacio muy corto de tiempo. Se giró a Fred-. ¿Desde cuando lo sabías? ¿Cuándo pensabas decírnoslo?

-Lo... Lo siento... se me olvidó... yo no...-balbució el chico, avergonzado.

-¿QUE SE TE OLVIDÓ? ¡Esas cosas no se pueden olvidar!

-Señor Austen, por favor-el coronel Schwarz intervino, con una calma fría-. No tenemos tiempo para eso ahora. Necesitan hacer las maletas ya; los demás están desalojando a los ultimos habitantes, y...

-¡No vamos a hacer las maletas!-exclamó el señor Austen-¡No vamos a irnos a ninguna parte! Y menos a un lugar que un perro de los militares nos haya concedido por caridad...

-¡Desmond, por favor!-exclamó la señora Austen-. ¡Va a haber una guerra!

-¡Bien, pues nos iremos! Pero allí no. Me niego. No somos pobres; tenemos ingresos de sobra para alojarnos en otra parte...

-Señor Austen-el coronel le miró, dejando de sonreír. A Fred le pareció que sus ojos podían atravesar cualquier barrera; penetrar en la piel, huesos y músculos de la gente para llegar a la misma alma-. Lo diré de este modo. Van a acompañarnos hasta el lugar que les han asignado, les guste o no. No hay tiempo para asignar otro alojamiento sólo porque a su orgullo no le convenga, y no estan en las condiciones adecuadas para negarse. Si se quedan aquí, sufrirán los efectos colaterales de la batalla. Es mejor para usted y para su familia que no se resistan. ¿Me he expresado con claridad?

De nuevo se hizo el silencio en la estancia. La señora Austen miraba suplicante a su esposo, que trataba de aguantar la penetrante mirada del coronel con la suya en gesto de desafío. Fred, por su parte, no hizo otra cosa que quedarse callado y esperar, mirando los escalones. Por fin, su padre habló; estaba aun con el ceño fruncido, pero al menos su tono de voz se había calmado:

-Id preparando vuestras cosas. Nos vamos.

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Fred revisó cada rincón de su cuarto, asegurándose de que no se olvidaba nada importante, antes de salir con su equipaje. Sus padres le esperaban abajo, con cara de circunstancias, junto a los dos militares que iban a escoltarles. De nuevo, el coronel Schwarz fue el único que sonrió al verle bajar.

-Bien, ya esta todo, entonces... trae eso aquí, Fred; el teniente se encargará de llevarlo en el transporte con lo demás...

-Prefiero llevarlo yo, gracias-dijo éste, agarrando firmemente el asa de su maleta. Algo en el coronel le hacía recelar de él-. Puedo con ella.

-Como quieras...-el coronel se encogió de hombros-. Entonces, vámonos. Espero que no se olviden de nada, porque no van a volver en mucho tiempo...

-Coronel...-se atrevió a intervenir la señora Austen-. Cuando volvamos, ¿podremos volver a ocupar esta casa?

-Eso depende de los daños que haya sufrido. Pero claro, nosotros no podemos preveerlos. Sin embargo, les garantizo una indemnización por ésto, al igual que al resto de los habitantes. Y ahora, andando.

Los dos militares salieron de la casa, seguidos de la familia Austen. Fred se giró un momento para mirar su casa por última vez... la casa en la que había nacido y crecido. Era posible que jamás volviese a ella. Aunque en ocasiones la hubiese aborrecido, ahora le apenaba dejarla. Al menos estaremos alejados de esta batalla..., trató de consolarse, mientras alcanzaba a sus padres y a los militares.

El camino a la estación transcurrió pacíficamente... hasta llegar a las inmediaciones de ella. La zona estaba rodeada por militares, y se alzaba el griterío de gente insultando y protestando contra ellos. Los militares trataban de apaciguar los ánimos, pero era inutil.

-¿Qué está pasando ahí?-preguntó Fred, frunciendo el ceño.

-Sublevados...-el coronel pareció escupir la palabra como si esta estuviese envenenada-. Hay que poner orden aquí; si no, el tren se irá sin nosotros. Discúlpenme.-Ya empezaba a acercarse hacia la zona... cuando de repente, sin aviso alguno, ocurrió.

Disparos.

Los militares estaban disparando contra los que protestaban.

Entonces se produjo el desastre; algunos de los sublevados cayeron heridos o incluso muertos, otros, airados, empezaron a atacar a los militares arrojandoles piedras o abalanzandose contra ellos, provocando que estos no apuntasen bien...

-Idiotas... ¿qué están haciendo?-gruñó el coronel. Alzó la voz contra ellos-. ¡Vosotros! ¡Dejad de disparar!

En aquél momento, el señor Austen ahogó un grito, desplomándose... una bala perdida le había alcanzado en el pecho. Fred observó horrorizado cómo su madre corría a socorrerle, gritando desesperada... mientras el caos que tenía lugar unos metros más allá no parecía terminar; algunos militares estaban acercándose para dar refuerzos.

Y decidió que no podía quedarse mirando.

Sacando de su bolsillo una tiza, se agachó en el suelo y empezó a dibujar un círculo de transmutación lo más deprisa que pudo... lo recordaba de memoria de su libro, aunque nunca lo hubiese utilizado... era algo de más complejidad; se trataba de fragmentar la tierra y dirigirla hacia sus oponentes; en otras palabras, se quedaba en el proceso de descomposición de la transmutación. Sin embargo, simplemente esperaba que funcionase. Cuando terminó, alargó la mano para ponerla sobre él...

Lo que ocurrió a continuación le sorprendió sobremanera.

Un resplandor rojizo se dio más allá; más exactamente, proveniente de la mano del coronel... y volutas de humo negro empezaron a expandirse y a rodear el lugar, como sombras siniestras, impidiéndole a Fred y a los demás ver nada más alla de sus narices. Estaba tratando de comprender qué clase de alquimia era esa, cuando recibió un fuerte golpe en la cabeza, cayendo al suelo...

A partir de ahí, no pudo hacer nada más. El mundo se desvaneció a su alrededor, y solo le quedaron de acompañantes las sombras y el silencio...

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Despierta...

En sus sueños, una mano gentil le acariciaba el rostro. Era la mano de un ángel, o de algún ser etéreo, cuyo rostro no podía ver... pero le estaba invitando a irse con él...

Despierta...

-Chico, despierta...-la voz, lejana, fue aclarándose poco a poco. Fred movió los párpados y abrió por fin los ojos, aturdido. Estaba tumbado en un lecho no muy comodo. Trató de ver qué es lo que estaba sucediendo. Fuese lo que fuese, no se trataba de nada celestial, sino terrenal; estaba en una especie de refugio, tumbado. Junto a él, había una chica de peculiar apariencia; piel morena y pelo albino.

-¿Dónde... estoy?-murmuró, desorientado.

-Ah, por fin te despiertas-dijo la chica, girándose hacia él-. No te muevas; aun queda por que te cure eso... te has hecho un golpe muy feo en la cabeza.

-¿Dónde estoy?-repitió Fred la pregunta. Se incorporó lentamente, lo que hizo que la chica frunciese el ceño y le volviese a tumbar poniendole una mano en el pecho, sin ninguna delicadeza. Eso fue lo que terminó de aclararle que no estuviese en ningún lugar etéreo.

-¿Estás sordo o qué?-le espetó, molesta-. He dicho que no te muevas. No hagas esfuerzos inútiles; no te servirá de nada.

Fue entonces cuando Fred se fijó en el color de los ojos de la chica. Eran... rojos.

-¿Ish... bal?-musitó, dubitativo. La chica, al oír aquello, apretó los labios, pero contestó de una forma menos agresiva.

-No, no estamos en Ishbal. Esto es Ciudad del Este. ¿Contento? Estamos a las afueras.

-¿Eres... de Ishbal?-inquirió Fred, sin dejar de mirarla. La única respuesta que encontró a eso fue silencio.-Yo nunca vi ninguno... pero dicen que la gente de Ishbal tiene la piel morena y los ojos rojos.

La chica escurría un trapo que había mojado previamente en agua.

-Nací en Ishbal-contestó al fin, poniendole el trapo en la frente-. Mi familia y yo evacuamos a causa de la guerra; años después, cuando se estableció la paz, volvimos. Reconstruyeron aquello y vivimos ahí un tiempo. Poco tiempo, en realidad, cuando aun podía vivirse allí. Ahora es imposible. En estos momentos, no soy de ninguna parte.

-Mis padres... dónde...-se detuvo a mitad de frase. Podía recordar lo último que había visto cuando perdió el conocimiento-. ¿Sabes donde están?

-No, lo siento. Tienes suerte de que estuviese en Rush Valley, con los sublevados. Si no, hubieses corrido la misma suerte que la mayoría de los de allí-. hizo una pausa, retirándole el trapo de la frente-.Aunque quizás no debí hacerlo. Estudias el acto prohibido.

-¿Qué?

-Alquimia. Eres alquimista, ¿verdad?

-Bueno... tanto como eso, en realidad no...

-Te vi haciendo un circulo de esos que realizan los alquimistas antes de que se extendiese el humo negro, y tenías un libro de alquimia contigo. Lo que quiere decir que no sólo la estudias; la practicas.- la ishbalita hizo una mueca-.Odio a los alquimistas. Un acto así no debería de existir, ni gente que lo practicase.

Fred frunció el ceño ante la actitud de la chica. Hablaba igual que su padre...

Su padre...ahora que caía en la cuenta, la última vez que se habían visto en condiciones normales había sido echándole él la bronca. Más adelante, aquella bala le atravesó el pecho. Guardó silencio durante unos instantes, hasta que un minuto después dijo:

-Dime una cosa... si odias a los alquimistas, ¿por qué estás curándome? Soy alquimista, ¿no? Si tanto me odias por lo que soy, deberias haberme dejado morir...

-No podía-interrumpió ella. Sumergió el paño en una sustancia que no conocía-. Hay una cosa que odio más que a los alquimistas. Y es a los militares. Uno de ellos te había golpeado la cabeza, y te estaba arrastando vete a saber a dónde. No sé qué iban a hacer contigo; pero se ve que no les gustó que intervinieses. Quizás ahora no estarías hablando aquí conmigo, si no llego a hacer nada.

-No podían haberme matado... ellos estaban escoltándonos-explicó Fred-. A mí y a mi familia, precisamente hacia Ciudad del Este... lo que ocurrió fue un accidente...

-¿Preferirías que no hubiese hecho nada y te hubiese dejado en manos de esos indeseables? Entonces, no protestes. Deberías de estarme agradecido.

Fred no dijo nada, y la chica le puso el paño sobre la herida de la cabeza. Escocía.

-¡Ah! Ten cuidado...

-Cierra el pico y estate quieto.

-¿Puedo al menos saber el nombre de mi gentil salvadora?-no pudo evitar sonar irónico.

-No te callas ni debajo de un monton de arena, ¿eh?-la ishbalita le miró. Suspiró, y le pareció que su expresión se apaciguaba un poco-. Me llamo Myrtle.

-Yo me llamo Fred...

-¿Acaso te he preguntado por tu nombre?

-Perdona...la gente, cuando se presenta, dice su nombre tambien, ¿sabes? Es cortesía, nada más... aunque claro, no parece que tu sepas mucho de eso...-Fred resopló, no había conocido a nadie tan borde en su vida.

Pensó que la chica se enfadaría por lo que le había dicho, pero no dio muchas muestras de enojo. Tan solo frunció el ceño, pero no dijo nada al respecto. Terminó de vendarle la cabeza y empezó a ordenar todo lo que había a su alrededor.

-Vuelvo en un rato-dijo, al fin-. Quédate aquí. Migajas te hará compañía.-señaló con la cabeza a un ratón blanco que intentaba subir a la palangana de agua para beber. Fred alzó las cejas; no conocía muchas chicas que tuviesen ratones como mascota. Incluso a Beatrix le daban miedo.

Sin darle tiempo a replicar, Myrtle se levantó y salió del lugar... Fred pudo advertir que era una tienda de campaña. Frustrado, el muchacho dejó reposar la cabeza en la improvisada almohada... dándole vueltas a todo lo que había pasado. Se encontraba en las afueras de Ciudad del Este, con una ishbalita antipática y un ratón como compañía, sin saber qué había sido de los militares o de sus padres.

No sabía qué iba a hacer ahora.