DISCLAIMERS: Full Metal Alchemist, la idea original y los lugares que aquí aparecen son propiedad de Hiromu Arakawa y del estudio Bones. Esta historia está basada en el anime.

Despues de la tormenta, siempre llega la calma...

Después de un tiempo de calma... siempre vuelve una tormenta...

El círculo del destino

Fan Fiction de Hikaru Kusanagi

Capítulo 10: La confianza y el Intercambio Equivalente, Primera Parte.

La tienda de campaña donde estaban él y su nueva compañera era bastante espaciosa, pese a no ser excesivamente grande. Desde donde estaba, Fred podía ver otro futón improvisado, aunque era pequeño. ¿Habría algun inquilino más con ellos, o tan sólo era por si lo necesitaba? No podía estar seguro de eso. Aparte de eso, estaban los utensilios de medicina que Myrtle había utilizado con él, una caja de botiquín... y entonces, en un rincón, advirtió su maleta. Abierta. Fred frunció el ceño, levantandose con lentitud para comprobar si le faltaba algo. Estaba todo, salvo su libro de alquimia básica, tirado en el suelo. Ahora entendía por qué ella sabía que tenía un libro de alquimia. Volvió a guardarlo cuidadosamente.

Una vez más, volvió a repasar en su mente los ultimos acontecimientos ocurridos antes de perder el conocimiento, intentando encontrarles algo de sentido. De una forma u otra, aquél hombre, el coronel... no le había causado una buena impresión. Le parecía siniestro y misterioso, alguien que sabía más de la cuenta. Si sus padres estaban vivos y sanos, no estaba seguro de que si se quedaban con él estarían seguros. Tan sólo le quedaba esperar y confiar en que saldrían bien de ésta... pero, ¿qué garantía tenía de eso?

Había otra cosa. Recordaba que antes de desmayarse, había visto una luz roja que salía de la mano del coronel, quizás una reacción alquímica -aunque le parecía demasiado extraña para ser alquimia verdadera; no recordaba ningún círculo de transmutación- y una especie de humo negro a su alrededor. Tenía sus dudas, pero sabía lo suficiente de alquimia para sospechar... ¿que otra cosa podía ser eso, si no era una reacción alquímica? Pero eso implicaría que el coronel... era un alquimista nacional. Frunció el ceño. Si era un alquimista nacional, bien podía haberlo dicho al haberse presentado; los alquimistas nacionales gustaban de ostentar su rango-salvo la excepción de Nathan Cuthbert, claro estaba-. ¿Por qué éste lo ocultaba? Aun más... ¿qué clase de alquimia podía transmutar humo negro... de la nada?

Un chapoteo le hizo salir de sus cavilaciones. Migajas, el ratón de Myrtle, se había conseguido subir a la palangana de agua, pero había resbalado dentro de ella y ahora chapoteaba desesperado, en un intento de no ahogarse. Fred se acercó a la palangana y tomó al ratón con mucho cuidado entre sus manos, sacándole del agua. Le tuvo un rato entre ellas. Migajas se sacudió el agua de encima, pero no salió corriendo; se quedó muy quieto, mirando atentamente a Fred con sus ojillos rojos. El muchacho no pudo evitar esbozar una sonrisa, y acarició la humeda cabeza del animal con un dedo.

-Ha estado cerca, ¿eh?-susurró-. No te preocupes; ya me encargaré yo de que no te vuelvas a acercar ahí... al menos hasta que tu ama vuelva...

El ratón, por toda respuesta, ladeó la cabeza, y después dejó de prestarle atención a Fred para dar unas cuantas vueltas en la palma de la mano de éste. Sus uñas diminutas le hacían algo de cosquillas.

Entonces, oyó una voz fuera que le hizo sobresaltarse, y Migajas saltó de su mano, correteando por la tienda de campaña. Era la de Myrtle, pero no se dirigía a él:

-¿Estás loco? ¿Qué hubiese ocurrido si te hubiesen pillado?

-Bueno, pero es que el caso es que ¡no pasó!-la voz del interlocutor era la de un niño, alegre y despreocupada-. Ahora tardarán más en seguirnos...

-Pero quizás te sigan y nos encuentren... así que no podemos estar mucho tiempo aquí. Anda, pasa adentro... el chico ese está despierto...

La puerta de la tienda de campaña se abrió, y por ella pasó sin ninguna dificultad un chiquillo, de piel morena y ojos rojos al igual que Myrtle, pero con el pelo negro. No tendría más de unos ocho o nueve años. Le dedicó a Fred una sonrisa que indicaba que le faltaba un diente.

-¡Hola! ¡Yo soy Elliot!-saludó alegremente-. ¿Qué tal va tu cabeza?

Fred esbozó una sonrisa; era el trato más amable que había recibido desde que estaba allí.

-Mejor, gracias...

-Elliot, no molestes al chico...-Myrtle entró en la tienda de campaña después de Elliot, atrapando rápidamente a Migajas impidiéndole salir de la tienda-. Tiene que descansar.-miró severamente a Fred-. ¿No te dije que no te levantases?

-Estoy bien, gracias... no va a pasarme nada porque esté sentado-Fred alzó las cejas, pasando la mirada de uno a otro. Elliot le miraba con curiosidad mal disimulada, mientras la chica fruncía suavemente el ceño.

-Me alegro, porque pronto vamos a tener que movernos de aquí. Los militares están pisándonos los talones.

-Espera, espera...-Fred entrecerró los ojos-. ¿"Tenemos"? ¿Nosotros? Querrás decir vosotros. Yo ya tengo un lugar donde ir...

-Tú te vienes con nosotros-soltó Myrtle, poniendo algo más de orden allí-. Has actuado contra los militares, lo cual quiere decir que te buscan a ti también. Podría dejarte marchar a tus anchas, pero corro el riesgo de que delates nuestra posición.

-¿Y por qué iba a hacer eso?-el chico alzó las cejas, incrédulo.

-Podrías bien hacerlo. No me extrañaría nada... Tan sólo me aseguro, nada más. Y te recuerdo que me debes una, así que mientras no solucionemos esto harás lo que yo te diga.

Fred bufó, cruzándose de brazos. Estupendo, pensó, sarcástico. Lo que me faltaba.

-¡Hermanita!-exclamó Elliot, tirando del codo de Myrtle para llamarle la atención-. ¡Mira! Se parece a él... -señaló después a Fred, que pasó de estar molesto a estar confuso.

-¿A quién?-dijo Myrtle, mirando hacia Fred con desdén.

-Se parece a Ethan...

Se hizo el silencio en la tienda por unos segundos.

-Claro que no...-Myrtle alzó las cejas, volviéndose hacia su trabajo de limpiar la tienda-. No se le parece en nada.

-¿Quién es Ethan?-preguntó Fred, que no entendia nada de la conversación. Myrtle no respondió, pero Elliot se apresuró a decir:

-Ethan es...

-¡Calla, Elliot!-le interrumpió Myrtle, antes de que pudiese acabar la frase-. El no tiene por qué saber eso. Es un extranjero que practica el Acto Prohibido, así que mejor será que no hables con él de eso.

-Pero hermanita...-protestó Elliot-. ¡Precisamente por eso! Si es verdad lo que dices, ¡a lo mejor podría saber dónde está él!

-Ethan no va a volver-contestó ella con hosquedad, girándose hacia el niño-. Ethan ya no está...-se detuvo en mitad de la frase, para rectificar sus palabras-... aquí con nosotros. Y es mejor que te hagas de una vez a la idea.

-¡No es verdad!-exclamó el chiquillo, enfadado-. ¡Ethan volverá! ¡Volverá algún día, a ayudarnos! ¡Ya lo verás! -con una agilidad y una rapidez sorprendentes, Elliot volvió a salir de la tienda, y echó a correr. Myrtle se giró, asomándose a la tienda de campaña.

-¡Elliot!-gritó-. ¡Vuelve aquí! ¡ELLIOT!

Fred, que había observado toda la escena completamente desorientado, se quedó quieto durante unos segundos, cavilando. Al fin decidió levantarse e ir hacia la salida de la tienda.

-¿Y tú a dónde vas?-Myrtle trató de retenerle, irritada.

-Voy a buscarle-contestó Fred-. Es tu hermano pequeño, ¿verdad? No querrás que se pierda por ahí...

-Voy contigo...-hizo ademán de ponerse de pie, pero él la detuvo.

-No creo que tenga muchas ganas de hablar contigo ahora. Iré yo y le traeré aquí. No puede haberse ido muy lejos.-dicho esto, salió de la tienda en busca de Elliot, dejando a Myrtle sola. Estaba de espaldas a ella, así que no pudo advertir su expresión triste y frustrada mientras se alejaba de allí.

La tienda se encontraba en una hondonada, a las afueras de la ciudad. Verdaderamente, habian elegido bien el sitio; era difícil encontrarles allí. Fred no tuvo que buscar mucho para encontrar a Elliot. El niño se hallaba sentado en un montículo de los que rodeaban la hondonada, mirando el sol que se ponía. Fred alcanzó el montículo al fin y se sentó a su lado.

-Tienes que volver a la tienda-le dijo, conciliadoramente-. Si no, tu hermana se va a preocupar mucho.-Elliot no dijo nada, así que el joven prosiguió hablando-. No os conozco demasiado... ella... es una chica difícil de tratar, pero parece buena gente de todas maneras. No sé por lo que estaréis pasando, pero...

-Quiero... irme a casa.-murmuró Elliot al fin, sin apartar la vista del horizonte-. Quiero estar con todos de nuevo, que todo vuelva a ser como era antes... Pero no puedo. Ellos lo destruyeron todo...

-¿Ellos?-preguntó Fred pacientemente.

-Los militares... son gente mala. Nos han quitado nuestra casa, y nos han quitado a nuestra familia... sólo Myrtle está conmigo. Llevamos fuera... mucho tiempo, intentando que no nos cojan. Pero estoy cansado. Quiero volver a casa...

Fred suspiró, mirando al niño y sintiendo que le invadía una compasión enorme. Por Myrtle y por Elliot. Debían de haberlo estado pasando peor que él en todo el día; más aún, en todo el mes. No sabía cuánto tiempo llevarían ambos vagando por allí. Pensar en lo que había pasado él, que tan duro le habia parecido, y compararlo con lo de ellos dos, le hacía avergonzarse de sí mismo.

-Myrtle es tu hermana... ¿verdad que sí?-preguntó, después de una pausa. Elliot asintió.

-La única que tengo... ahora al menos. Teníamos otros cuatro hermanos más, pero no sabemos donde están. Myrtle dice que están muertos, pero yo pienso que no es verdad. Sé que no es verdad.

-¿Y cómo es que lo sabes?-Fred alzó las cejas. El chiquillo entonces se volvió hacia él, sonriendo, aunque su sonrisa en esta ocasión era triste.

-Lo sé-contestó. Aquello desconcertó al muchacho, pero prefirió abstenerse de ahondar en aquel tema.

-¿Y vuestros padres?

-Papá murió dos años después de que yo naciese. Mamá... ha estado con nosotros siempre. Está desaparecida, junto con nuestros demás hermanos. Pero estoy seguro de que sigue viva también, en alguna parte. ¿Dónde están los tuyos?

En esta ocasión, a Fred le tocó devolverle la misma sonrisa triste.

-No sé dónde están-confesó-. Y tampoco cómo están...

-¿Y tienes hermanos?

-No. Soy hijo único.

Elliot asintió con la cabeza, y amplió la sonrisa, algo más alegre, como la primera vez que le viese.

-Seguro que tus padres están bien, ya lo verás-le dijo, para animarle.

-Ojalá yo estuviese tan seguro de eso como tú.-Fred mantuvo la sonrisa triste. De nuevo se hizo el silencio, en el que se vio a Elliot un rato pensativo, para después exclamar:

-¡Ya sé! ¿Quieres ser nuestro hermano? Ya que no tienes, nosotros podemos serlo...

Fred rió.

-No creo que a Myrtle le haga mucha gracia. No le caigo bien...

-Le caerás bien algún día, seguro. A mí me caes bien. Se nota que te pareces a él...

El muchacho parpadeó perplejo. Era un niño tan pequeño, y había pasado por tanto... pero aun así seguía manteniéndose optimista. Pasase lo que pasase. Sonrió de medio lado, levantándose. Le intrigaba la identidad de ese tal Ethan, pero sabía que era mejor no preguntar.

-¿Te parece si volvemos?-preguntó-. Espero que tengais algo de comida... no he comido en todo el día...-un gruñido de su estómago subrayó su afirmación. Elliot rió, levantándose.

-Sí que tienes hambre, hermano mayor... no estoy seguro, pero a lo mejor todavía nos queda algo.

-Muy bien, vamos...-Fred sonrió más, y se puso en camino. No tenía hermanos, y no sabía como era tenerlos... que aquél niño que acababa de conocer le llamase hermano mayor le despertaba una satisfacción y una ternura inusitada hacia él... suponía que así era como debían sentirse los hermanos mayores. Además, éste había confiado en él sin reserva alguna desde el principio... cosa que no había pasado con la hermana de sangre de Elliot.

Después de una cena a base de pan y sobras de comida recalentadas -era todo cuanto había-, Fred volvió a ocupar el futón que había usado mientras estaba inconsciente, mientras que Elliot dormía ya a pierna suelta en el otro. En cuanto a Myrtle, se había quedado fuera para montar guardia. Fred se ofreció a relevarla, pero ella rehusó, alegando que ya estaba acostumbrada. De modo que se concentró en conciliar el sueño, que tardó mucho en venir.

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Cuando el día estaba despuntando, Myrtle se despertó la primera y entró a la tienda sin hacer ningún ruido. Pasó frente al futón de Fred y llegó al de su hermano, que dormía pacíficamente.

-Elliot... Elliot, despierta.-susurró, zarandeándole para despertarle. El niño abrió un ojo vagamente.

-Uuhh... ¿tenemos que irnos ya?

-Shhh...-chistó ella-. No le despiertes. -señaló con la cabeza a Fred, quien seguía durmiendo como si nada-. Coge a Migajas y vámonos.

-Pero hermana... ¿y él?

-Él se queda aquí. Alguien tiene que cuidar de la tienda de campaña... no podemos meterle en esto, además.

-Pero va a creer que nos hemos ido sin decirle nada cuando despierte...

-Claro que no. No tardamos tanto. Y deja de preocuparte tanto por él. Sólo es un forastero... en cuanto acabe todo esto, se irá, y no volveremos a verle. Lo comprendes, ¿verdad?

Elliot, ya despierto del todo, asintió triste y se levantó, tomando al ratón cuidadosamente entre sus manos. Myrtle salió tras él, echando un último vistazo hacia Fred primero para asegurarse de que aún dormía, y los dos hermanos emprendieron rumbo hacia la ciudad. Cada mañana hacían aquello... se levantaban temprano para poder conseguir provisiones, de manera ilícita, claro. Al no haber dinero, debían recurrir a cualquier estrategia posible. Ella misma era buena con los juegos de mano, y si alguna cosa fallaba, su hermano o Migajas eran los que se encargaban de distraer a los que iban tras ellos.

Pero aquella vez... no estaban de suerte.

No corrían el riesgo de dejarse ver dos veces por el mismo sitio, pero aquella vez tuvieron que pasar por un sitio en el que se habían llevado más que comida, y para su desgracia les reconocieron al instante:

-¡LADRONES! ¡Son ellos!

Horrorizada, comprobó que el que dio el grito dejó su comercio para abalanzarse sobre ellos, al igual que algunos más, así que Myrtle no tuvo más remedio que tomar a su hermano y poner pies en polvorosa. Myrtle era muy rápida y ágil, así que era dificil alcanzarla cuando se disponía a huir, pero en aquella ocasión les pisaban los talones, ellos y los gritos. Cuando llegaron a la calle contigua, soltó la mano de su hermano y le dijo:

-¡Elliot, huye! ¡Vete al campamento!

-¡No!-exclamó el niño, siguiendo el ritmo de su hermana como podía-. ¡No te voy a dejar sola!

-¡Haz lo que te digo!-exclamó ella desesperada, al ver como Elliot le hacía caso omiso. De cualquier manera, era inútil. La policía militar corría hacia ellos, cerrándoles el paso, y en cuestión de segundos les rodearon. Myrtle tragó saliva. Hacía falta un milagro para escapar aquella vez... sentir la mano de Elliot apretando la suya en busca de protección no hacía más que confirmarle la gravedad de la situación.

Entonces, mientras esperaba lo que ocurría a continuación, se dio cuenta de algo.

Migajas no estaba con ellos.

CONTINUARÁ...