Pecados del pasado

Disclaimer: Cold Shadow y Ducktales pertenecen a Disney.

Capítulo 1: El pato más rico del mundo

Huey, Dewey y Louie estaban aburridos. Su padre se encontraba trabajando y ellos en la casa sin nada que hacer. La niñera se había quedado frente al televisor y cambiar de canal no era una opción pues, de alguna manera inexplicable para los niños, ella se daba cuenta. Salir tampoco, estaba lloviendo. Huey era el único de los tres que había hecho la tarea, pero ni Dewey ni Louie estaban tan aburridos cómo para estudiar.

—¿Y si jugamos con Fafnir?

—Está dormido y no creo que despierte fácilmente.

—Además Fafnir es aburrido, se asusta muy fácilmente.

Dewey se acercó al mueble dónde dormía la niñera. Caminó de puntillas tratando de no hacer ruido y cuando estuvo a centímetros del control, la mujer lo tomó, aún estando dormida, y lo puso lejos de su alcance. Si la niñera vio a Dewey no debió importarle.

—Propongo que salgamos, un poco de lluvia no nos hará daño.

De los hermanos, Louie era quien menos deseos tenía de mojarse, pero aún así no se demoró tanto en responder. Estaba por salir cuando escucharon la puerta ser golpeada y abrieron sin preguntar quién llamaba. Maui Mallard les había prohibido hacerlo, pero él no estaba y casi nunca recibían visitas. Grande fue su sorpresa cuando vieron al pato del otro lado.

—¿Es usted Scrooge McDuck? —preguntaron los patitos al unísono.

—El mismo —los patitos comenzaron a celebrar —. ¿Aquí vive Maui Mallard?

—Es nuestro padre —respondió Huey, pese a que Scrooge había dicho su nombre no creía que hubiera algún motivo por el que el pato más rico del mundo lo estuviera buscando.

—Dígale que venga.

—Está resolviendo un caso, es detective.

—Lo sé, es por eso que lo busco.

—Si quiere puede regresar en la noche, creo que estará de vuelta a las seis, quizás un poco antes.

—No gracias, esperaré aquí.

Scrooge McDuck tomó asiento y sacó su teléfono. Huey lo escuchó haciendo varias llamadas. Supuso que siendo un pato de negocios podría estar haciendo algo relacionado con el trabajo. Su padre le había dicho en varias ocasiones que no era correcto espiar las conversaciones ajenas, pero tratándose de Scrooge McDuck no podía evitarlo, sentía mucha curiosidad.

—¿Es cierto que usted es millonario? —preguntó Louie sin disimular su emoción.

—Gazillonario, para ser más preciso —comentó Scrooge sin realmente prestarle atención al patito vestido de verde —, y el pato más rico del mundo.

—¿Y es cierto que era el aventurero más intrépido? —le preguntó Dewey.

—Sigo siéndolo.

—¿En serio? —Dewey lucía incrédulo —, pero está viejo y oxidado.

Scrooge gruñó a modo de respuesta. Admitía haber estado inactivo por un largo tiempo, pero no el suficiente cómo para oxidar sus huesos. Sacó su teléfono del bolsillo y trató de contactar con algunos inversionistas con los que tenía negocios pendientes. No pudo hacerlo, la curiosidad de esos niños era demasiado grande.

—¿Cuánto dinero tiene en su bóveda?

—El suficiente para nadar en él y más que nadie en el mundo.

—¿Alguna vez ha visto un zombi?

—Sí e incluso le gané.

El sonido de la conversación despertó a la niñera. Lo primero que pensó al ver a Scrooge McDuck era que se trataba de un criminal e intentó echarlo de la casa, idea que descartó al escuchar a los niños.

—No es un secuestrador, es Scrooge McDuck.

—Si lo fuera, ya habría secuestrado a los niños sin que usted se enterara.

—Lamento la confusión y espero no se ofenda si le pido que no hable con el señor Mallard sobre mi pequeña siesta. Tengo dos trabajos y no puedo perder ninguno.

—No me parece justo que le paguen por dormir y que deje a los niños desprotegidos.

—Lo sé y le aseguro que no volverá a pasar.

—Si me trae un café con algo de tomar puedo pretender que no ha pasado nada.

—¿Un sándwich le parece bien?

—Con mucha salsa y con extra de pepinillos.

La niñera se marchó de inmediato y cuando regresó lo hizo con lo que Scrooge McDuck le había pedido. Detrás de ellos estaba Fafnir, quien se había despertado con el olor de la comida.

—¡Es tu turno de alimentarlo! —gritaron los patitos mientras que señalaban al hermano que tenían al lado.

La pequeña mascota saltó hasta quedar en los brazos de Scrooge. No mostró ninguna intención de atacar, al contrario, se veía bastante a gusto con el pato más rico del mundo e incluso se colocó de modo que este pudiera acariciar su barriga.

"Qué extraño", pensó Huey y es que Fafnir solía ser bastante agresivo con los extraños. Se había demorado en aceptar a la niñera y solo lo hizo después de que Maui le indicara que era de confianza. Con Daria no había sido diferente e incluso en algunas ocasiones seguía mostrándose receloso.

—¿Su mascota? —preguntó Scrooge, lucía confundido.

Huey asumió que era por lo extraño que le parecía Fafnir. A él también le extrañaba, pero no por su especie, sino por el hecho de que Maui la tuviera. Desde que tenía uso de la razón recordaba a su padre siendo sobreprotector y bastante temeroso.

—Sí, es Fafnir, nuestra mascota iguana.

—¿Iguana? Estoy seguro que es un dragón.

—No, es una iguana.

Scrooge McDuck le hizo cosquillas a Fafnir detrás de la cabeza. Los trillizos se quedaron sin palabras cuando lo vieron escupir fuego. Huey era el más sorprendido, muchas veces le había dicho a Dewey que no existía algo cómo los dragones de las películas, pero frente a él acababa de pasar algo que consideraba imposible.

—¿Ven? Un dragón. Son raros de encontrar, pero no por ello menos reales ¿Cómo dicen que se llama?

—Fafnir.

—¿Por cuánto tiempo lo han tenido?

—Desde siempre.

—¿Puedo alimentarlo?

Los trillizos asintieron energeticamente. Ninguno quería alimentarlo así que estaban más que felices de delegar esa tarea. Dewey le extendió a Scrooge el alimento de Fafnor y este se encargo de darle de comer. Los tres patitos se sorprendieron aún más al verlo.

Durante varias horas los patitos se mantuvieron haciendo preguntas. Scrooge no quiso entrar en muchos detalles ni ignorarlos del modo en que había querido hacerlo. Había algo en esos niños que le resultaba familiar y estuvo bastante seguro de entender el motivo cuando vio al dueño de la casa regresar.

La puerta fue golpeada y la niñera abrió. Escucharon cuando le contó a Maui Mallard sobre el invitado que tenían y se marchó de inmediato, asegurando que tenía un examen para el que estudiar. Huey, Dewey y Louie se apresuraron a ayudarlo con las bolsas del mercado, los tres esperaban apoderarse de las galletas y de los dulces.

—¿Algún motivo por el que esté de visita en esta casa?

Lo primero que Huey pensó al ver la reacción de su padre fue que estaba molesto por haber dejado entrar a un extraño a la casa. Era muy sobreprotector y nunca atendía atendía sus clientes en la casa. Únicamente hacía excepciones con los policías y eso pasaba en muy raras ocasiones. Huey no entendía porqué lo hacían si nunca había visto a su padre hacer algo interesante y los casos de los que solía hablar lo aburrían bastante.

Él y sus hermanos dejaron las bolsas en el suelo. Sentían curiosidad por el pato más rico del mundo, especialmente por el motivo de su visita. Escucharon a Scrooge McDuck hablar. Fue en ese momento que Huey notó lo sorprendido que se encontraba el pato más rico del mundo y notó otro sentimiento que no logró identificar o comprender.

La mirada de Scrooge se posó sobre Maui. Durante varios minutos estuvo observándolo, analizándolo cuidadosamente, cómo si estuviera buscando algo. Maui mantuvo su ceño fruncido y esperó a que el mayor terminará de estudiarlo, aunque en más de una ocasión mostró señales de desagrado.

—¿Donald?

—Maui Mallard, un placer, Scrooge McDuck.

—¿Por qué te presentas como Maui Mallard? Soy tu tío Scrooge.

—Porque ese es mi nombre y le aseguro que es la primera vez que lo veo.

—Entonces ¿Cómo sabes mi nombre?

—Soy detective, mi trabajo es saber cosas como el nombre del pato más rico del mundo.

—¿Cree que no puedo reconocer a mi sobrino?

—El hecho de que siga insistiendo que soy Donald me hace pensar que no.

—Si no eres mi Donald, pruébalo.

El detective abrió su billetera y le mostró su cédula de identidad, pasaporte, licencia de conducir y varias facturas, todas a nombre de Maui Mallard y pendientes por pagar. Se dirigió a su habitación y regresó con más documentos legales, el título de la casa, del carro, el acta de nacimiento de los trillizos, también a nombre de Maui Mallard.

—¿Sigues dudando?

Scrooge McDuck tomó los documentos y comenzó a analizarlos. Después de varios minutos llegó a una conclusión. Se los devolvió al detective y, aunque su mirada no cambió, sus palabras si lo hicieron.

—Son pruebas muy convincentes. Espero que con la misma velocidad pueda dar con Donald.

Huey, Dewey y Louie no habían perdido detalle de lo ocurrido. Ver a su padre molesto no era extraño. En el vecindario su mal carácter era bien conocido. Lo que les resultaba confuso era la seguridad con la que Scrooge aseguraba que Maui era su sobrino desaparecido. De no haber sabido de quien les hablaba, le habrían creído.

—¿Puedo saber por qué lo busca? —preguntó Maui.

—¿Es necesario? —preguntó Scrooge McDuck, su voz denotaba desconfianza.

—Muy necesario, me dará pistas de cómo buscarlo y si debo aceptar el trabajo. Soy un detective, no un mercenario.

—Es mi sobrino, me debe dinero.

—¿De cuánto hablamos?

—Mucho dinero. Incluso sin contar los intereses, estamos hablando de más de diez años.

—¿Tiene alguna fotografía o algo que pueda usar para localizarlo?

—Efectivamente, tengo una fotografía, supongo que no le molestará que tenga más de diez años de antigüedad.

—Supone mal y le recomiendo que busque a un detective más capacitado, yo busco mascotas desaparecidas y descubro infidelidades, nada más complicado o peligroso que eso.

—¿Es su última palabra?

—Sí.

—En ese caso no le molestará invitarme a cenar. Es lo menos que puede hacer después de hacerme viajar desde tan lejos y esperar tanto en vano.

—Yo no...

Scrooge no esperó a que Maui terminara de hablar, solo se fue a la sala y comenzó a hacer varias llamadas. Maui se dirigió a la cocina, estaba furioso por la confianza que había tomado el pato, pero era tarde y sabía que sus hijos estaban hambrientos. Los patitos continuaron guardado los víveres. En cuanto terminaron volvieron a la sala de estar.

—¿Qué quieren para cenar? —preguntó desde la cocina.

—Espagueti con albóndigas —respondieron los trillizos al unísono.

—Arroz frito para mí.

—¿Sabe que no puedo hacer dos cosas diferentes? —Maui se asomó desde la cocina, se veía molesto.

Huey sabía que sí podía y que el único motivo por el que había dicho eso era porque no se sentía conforme con la presencia de Scrooge McDuck. También había notado que el pato más rico del mundo no estaba dispuesto a cambiar de idea y tenía la sensación de que ocultaba algo. El que llamara a su padre por otro nombre era lo que más extraño le resultaba.

—Cambiamos de opinión, queremos arroz frito.

—Amamos el arroz frito que haces —Louie quería que su padre trabajara para el pato más rico del mundo, seguro de que ganaría mucho dinero.

—Y hace mucho que no lo comemos —en esa ocasión fue Dewey quien habló.

Maui no parecía del todo convencido, pero no agregó nada. Se dirigió a la cocina y en pocos minutos llegó el olor del arroz frito. Los trillizos aprovecharon para seguir hablando con el pato más rico del mundo. Habían escuchado tantas historias sobre él, incluso de su padre quien nunca mostró rechazo por ese pato, al contrario, varias veces lo había nombrado el mejor aventurero del mundo. Esto último era lo que más le extrañaba.

—¿Qué sabe de los dragones?

—Ellos provienen de unos huevos muy similares a las rocas y la única forma de empollarlos es a altas temperaturas. Se deben mantener en el fuego por un tiempo y luego hacer un sacrificio de sangre —al ver la expresión de los niños se apresuró en agregar —, con una cortada basta, no es como si alguien tuviera que morir.

Los trillizos emitieron un sonido de sorpresa. Escuchar a Scrooge hablar sobre todas sus aventuras hacían que sus deseos por vivirlas aumentaran considerablemente. Lo más peligroso que ellos habían hecho fue visitar el centro recreativo de Funzo y tuvieron que usar todo un equipo de protección para disfrutar de varias de las atracciones, incluso de las más seguras.

—Estaré en la isla por un tiempo —Scrooge les extendió una tarjeta —, si necesitan de algo o solo quieren hablar, pueden utilizar esto para localizarme.

—Microbios —los llamó Maui —, ¿pueden ayudarme a poner la mesa?

Los trillizos se dirigieron de forma ordenada hasta la cocina. En cuanto llegaron buscaron los platos y se los entregaron a su padre para que pudiera llenarlos de comida mientras que ellos servían las bebidas. Maui fue quien llevó el plato de Scrooge.

—Hace tiempo no he probado un arroz frito como este —la mirada de Scrooge se posó sobre Maui, analítica y acusadora —, no ha pensado en abrir su propio restaurante.

—De hecho lo tenía y tuve que cerrar porque no tenía tiempo para los niños.

—No parece tener mucho tiempo ahora —señaló Scrooge —, y la vida de un detective suele ser bastante ocupada.

—En un pueblo pequeño como este no pasan muchas cosas.

Huey se sintió un tanto confundido al escuchar esa conversación. Por la forma en que Scrooge hablaba no parecía descartar que Maui fuera el sobrino al que no había visto en años, pero había algo en su padre que le resultaba extraño y es que, a pesar de ser el pato más gruñón que conocía, no lo recordaba tan a la defensiva.

Scrooge se marchó poco después de que la cena terminara. Dijo que era tarde y que tenía negocios importantes por atender. Escuchar a Maui decirle a Scrooge McDuck que podía regresar cuando quisiera le resultó extraño a Huey, en especial porque notó cierta sinceridad en las palabras de su padre.

Esa noche tuvieron problemas para dormir. Los tres patitos no podían dejar de pensar en lo que había pasado ese día y tenían muchas preguntas al respecto.

—¿No les parecería genial que estuvieramos relacionados con Scrooge McDuck? —preguntó Dewey.

—Aunque me molestaría que nos mintieran por tanto tiempo, el dinero lo compensaría. Scrooge McDuck no tiene hijos así que eso nos convierte en sus herederos.

Pese a las palabras de Louie, Huey no estaba seguro de qué tanto le afectaría si lo que el señor McDuck había dicho resultara cierto. Tampoco era algo en lo que le gustaría pensar. Todos los motivos que tenían para sospechar fue su expresión algo verlo y el hecho de que Fafnir y Scrooge parecían conocerse.

—También me preocupa Fafnir. Toda una vida con él y nunca supimos que era un dragón —Dewey le mostró a sus hermanos la página de la guía de los Jóvenes Castores en la que se hablaba de los dragones —. ¿Ven? Es como Fafnir y nunca lo sospechamos.

—Es porque Fafnir no se comporta como un dragón.

Pasaron horas antes de que los tres patitos se quedaron dormidos. Al día siguiente se despertaron con un mismo pensamiento.