Capítulo 3: De vuelta a casa

Della había pensado mucho en su regreso a casa. Pensó en su familia y en lo mucho que deseaba verlos. Imaginó un sin fin de posibles escenarios y planeó tantas cosas que decir en su reencuentro, pero nunca pensó en las consecuencias a las que debería enfrentarse después de una ausencia de más de diez años.

En su imaginación Donald la recibía con uno de esos besos que solo le daba cuando estaban solos, le decía lo mucho que la había extrañado y prometía estar siempre a su lado. Sus hijos la abrazaban por primera vez y la llamaban mamá. Scrooge McDuck la abrazaba y felicitaba por haber hecho algo que, probablemente, nadie más había logrado.

—Estoy de vuelta en casa —murmuró frente al enorme portón que rodeaba la mansión.

Se sujetó a uno de los postes y se preparó para trepar del mismo modo en que lo había hecho tantas veces en el pasado. Una vez que estuvo del otro lado del portón corrió lo más rápido que pudo y no se detuvo hasta estar frente a la puerta. Fue en ese momento que sus inseguridades hicieron acto de aparición.

Se dijo que tratándose del primer encuentro debería causar una gran impresión. No sabía que les habían dicho Donald y Scrooge de ella a los niños, pero sí que deseaba que estos tuvieran la mejor imagen posible de ella. Della anhelaba que la vieran como a una heroína y no como a la víctima de las circunstancias.

La puerta se abrió antes de que ella tuviera la oportunidad de abrir. Del otro lado estaba la señora Beakley, sosteniendo una bolsa de basura. Notó que estaba sorprendida y supo que la había reconocido de inmediato. Lo siguiente que notó fue que ella la abrazaba con fuerzas y para su sorpresa, estaba llorando.

—Della, cariño, creí que estabas muerta.

—Ya ves que no, solo andaba de parranda.

Della le devolvió el abrazo a la señora Beakley, pensando en lo mucho que la había extrañado. Ella la había cuidado durante tanto tiempo que le era fácil verla cómo a una segunda madre. Cuando se apartó lo primero que hizo fue preguntar por sus niños. Quería conocerlos, saber que estaban bien y decirles lo mucho que los amaba.

—Lo siento —fueron las palabras de la señora Beakley, sus palabras denotaban pena.

Della no comprendió sus palabras hasta que habló con su tío Scrooge. En cuanto lo vio supo que algo andaba mal pues, pese a la felicidad que mostró por el recuerdo podía notarse una profunda tristeza en su mirada y en sus palabras. Cuando lo escuchó hablar deseó que no lo hubiera hecho.

—¡Mientes! —Della llevó su mano hasta su pecho —, no puede ser verdad. Mi corazón me lo dice ¡Ellos siguen con vida!

—Quisiera estar equivocado, pero no es así. Poco después de que te fueras, Donald salió a pasear con los huevos y fueron atropellados.

Della no se encerró en su cuarto a llorar, aunque ganas no le faltaban. Utilizó todos los medios que estaban a su alcance para dar con Donald y con sus hijos. Quería demostrarle a su tío Scrooge que no estaba equivocada y nada la convencería de lo contrario. Su corazón le decía que seguían con vida y se negaba a aceptar que fuera el dolor lo que la cegara.

—Fafnir no dejaría que algo les pasara.

—Solo era un cachorro.

—¿Era? ¿por qué hablas en pasado?

—Fafnir nunca apareció.

—Si Fafnir no apareció es porque está con Donald y n... los niños.

Della estaba tan enfocada en su búsqueda que se olvidó de comer, dormir o de bañarse. En más de una ocasión eso la hizo discutir con Scrooge. Su tío estaba preocupado por su salud y ella se negaba a aceptar que hubiera perdido a sus seres queridos. De haberlo aceptado se habría negado a vivir en un mundo en el que ellos no existían.

—Ya te dije que Donald y mis niños siguen con vida y nada de lo que digas hará que me detenga.

Todo eso le parecía tan injusto. Se había esforzado tanto para regresar, había soñado tanto con el regreso y ninguno de sus deseos se cumplió. Estaba feliz de volver a ver a su tío y a la señora Beakley, pero dolía tanto no ver al pato del que se enamoró y a sus tres huevos los que deberían ser unos niños en ese momento.

—Voy a contratar a un detective —fueron las palabras de Scrooge —, dicen que es el mejor y que si él no los encuentra, nadie lo hará. Solo prométeme que cuidarás de ti y que no harás nada imprudente.

—¿Tienes a alguien en mente?

—Sí. No he trabajado con él antes, pero dicen que es el mejor. Revisé los casos en los que ha trabajado y francamente estoy impresionado.

—¿Qué esperas?

—Mañana viajaremos a isla Harmony para contratarlo. Ve a comer y a descansar, lo necesitas.

Della no se opuso. Saber que contaba con la aprobación de Scrooge la hizo sentir mucho más animada y por primera vez en días tomó una comida completa. El hambre que había ignorado desde que dejó la Tierra la golpeó con fuerza y comió como su no hubiera un mañana. Al dormir, soñó con su familia y con un picnic en la granja de la abuela. Ella solía aburrirse durante estos, pero Donald los amaba y en ese momento no le parecían tan terribles.

En su sueño la imagen de sus hijos era borrosa. La última vez que los había visto eran unos huevo y parte de ella se negaba a a aceptar que habían crecido y que ella se había perdido de tantos momentos importantes. En su sueño estaba toda su familia, incluyendo a los que habían muerto. Fafnir también estaba, jugando con sus hijos y nadie veía con malos ojos las muestras de afecto ntre dos hermanos que se habían atrevido atrevido enamorarse.

Respiró profundo en un intento por tranquilizarse. Maui había insistido en que necesitaba tiempo para preparar a los niños, pero en ese momento ella sentía que también lo necesitaba. Trató de pensar en lo que diría y en lo que haría, sintiendo en más de una ocasión que le era difícil contener el llanto, pero sin llegar a derramar ni una sola lágrima.

Della pensó en los buitres que trabajan para su tío cuando escuchó de una conspiración en contra de Scrooge McDuck. Recordó cuando ellos le hablaron sobre el cohete que su tío hizo para ella y cómo la motivaron para que lo tomará sin permiso pues, insistieron que, de no hacerlo el día señalado, no tendría una oportunidad de hacerlo. Podrían no tener intenciones ocultas, pero la tormenta cósmica la hacían dudar.

Se dijo que no tenía motivos para preocuparse pues había pasado años desde el incidente de La Lanza de Selene y si no habían intentado nada era improbable que lo hicieran en ese momento. Pensó en sus hijos y pudo sentir cómo crecían sus deseos por verlos. La última vez que los había visto eran unos huevo y anhelaba tanto poder abrazarlos y decirles que no había dejado de pensar en ellos ni un instante.

Un pensamiento desalentador llegó a su mente y era el hecho de que esos patitos la odiaran o no quisiera que ella formara parte de sus vidas. Se dijo que después de tantos años lejos no tenían motivos para quererla y ese pensamiento hizo que sintiera su respiración acelerarse. Un apretón de manos hizo que se sintiera más tranquila. Su mirada se posó en el padre se sus patitos y sonrió. Pese a que el tiempo había pasado sentía que él seguía siendo el mismo y que seguía conociéndola tan bien como cuando eran adolescentes y estaban descubriendo el amor y su sexualidad.

Cuando la puerta se abrió, Della supo que no había oportunidad de huir o de posponer el momento. Sus hijos estaban frente a ella, viéndola con expresión asustada. Ella extendió los brazos, insegura de si debía hacer algo más, esperando a que fueran los niños que dieran el primer paso.

—Ella es Della, su madre —les dijo Maui.

Al parecer eso fue todo lo que necesitaron los pequeños pa d a correr hasta ella y abrazarla. Sus plumas se sentían suaves, mucho más suaves de lo que podía percibirla en su sueño. Cerró sus ojos, tratando de inmortalizar ese momento en su memoria.

—Della, ellos son Hubert, Dewfort y Llewelyn, pero todos los llamamos Huey, Dewey y Louie.

—Se suponía que se llamarían Jet, Turbo y Rebel, incluso lo escribí en una nota por sí nadie te entendía.

—Esos nombres son horribles y por si no lo has notado, mi voz es entendible.

—Ahora, antes sonaba como un pato en un barril bajo el agua en medio de unos fuegos artificiales. Solo yo podía entenderte y no siempre podía.

—Me estás confundiendo con alguien más.

—¿Pude haber sido Turbo? —preguntó Dewey incrédulo.

Della y Maui nuevamente comenzaron a discutir. Los patitos, quienes habían estado confundidos, pasaron a estar preocupados por lo que sus padres pudieran hacer. Verlos besarse hizo que se sintieran asqueados. Nunca les había gustado presenciar besos y el que se tratara de sus padres lo hacía el doble de incómodo.

—¿Hacen eso todo el tiempo? —Louie le preguntó a Scrooge.

—No lo sé, hace poco conocí a Maui, pero parece que sí.

—Pero ella es tu sobrina.

—Della nunca me contó sobre su padre, saber que ustedes estaban en camino fue una sorpresa para todos, en especial para Donald, él se desmayó.

Cuando Della sintió la mano de Maui alejarla con suavidad tuvo el presentimiento de que algo estaba mal. Buscó sus ojos, encontrando culpa en su mirada. No lo entendía, trató de pensar en algún motivo por el que se arrepintiera por besara y solo pudo pensar en uno, el mismo motivo por el que no había hablado con nadie de la relación que mantenían. Se dijo que eso era absurdo y que Maui no debía preocuparse por algo así.

—Lo siento, Della, no estaba pensando.

—¿Cuál es el problema?

Maui señaló a los patitos.

—Te lo diré después, este día les pertenece a ustedes y tienen mucho tiempo perdido que recuperar.

—¿Qué hay de nosotros? —preguntó Della y no quiso sonar herida. Había pensado en él tanto tiempo y deseaba poder sentirlo cerca. Era la segunda vez que se besaban y en ningún momento había sentido que él dejara de amarla.

—¿Por qué no me llamaste Turbo? —volvió a quejarse Dewey.

—Porque es nombre de mascota —fue la respuesta de Maui Mallard.

—A mí me gusta Turbo.

—Ahora, pero en unos años o menos estarías pidiendo un cambio de nombre. Sé lo que te digo, los niños y adolescentes pueden ser muy crueles.

—¿Lo dices por tus problemas de voz?

—Nunca los tuve, no sé porque Della dijo algo así.

—Pero su tío si los tenía —Scrooge no apartó la mirada de Maui —, de niño no se notaba tanto, luego creció y era imposible entenderle.

Scrooge estaba convencido de que Maui se había ofendido.

Fafnir saltó a los brazos de Della en cuanto la vio. En pocos segundos su rostro estaba cubierto de baba de dragón. No era algo que a Della le molestara, también había extrañado a Fafnir. El pequeño dragón se había convertido en alguien importante para ella desde la primera vez que lo vio, cuando aún era un huevo. Donald y ella lo cuidaron desde entonces.

—Has crecido tanto, Fafnir ¿sigues siendo un cachorro asustadizo?

Della comenzó a acariciar la barriga del pequeño dragón.

—A mí siempre me quema cuando hago eso —se quejó Maui.

—Donald tenía el mismo problema —agregó Scrooge, no sabiendo si era él quien deseaba que fuera Donald y estuviera imaginando cosas o si ambos patos le estaban ocultando algo. Se dijo que debía ser lo primero, Maui y Della eran pareja, podía notarlo y no solo por la forma en que se besaron.

—Es porque soy su favorita.

—Solo porque te vio primero, yo fui quien más veces salvó su vida.

—Solo porque eres demasiado sobreprotector —. Della se dirigió a sus hijos —. Apuesto a que nunca los deja hacer nada divertido.

Huey, Dewey y Louie asintieron y sus movimientos parecían sincronizados.

—No se preocupen, yo los llevaré a una verdadera aventura.

Esas palabras provocaron que los trillizos comenzaran a saltar de alegría. Para Della resultaba evidente que ellos estaban muy aburridos y que su padre era demasiado sobreprotector. No era solo el hecho de que lo conocía, eran los protectores que podía ver en los muebles y los cobertores en los tomacorrientes. Maui se escandalizó y, aunque se mostró molesto, no dijo nada.

Scrooge lo notó. Sacudió su cabeza en un intento por alejar ciertos recuerdos que, aunque en su momento habían sido motivo de alegría, en esa ocasión le resultaban dolorosos. Pocas veces el pato más rico del mundo no sabía qué pensar y esa era una de esas ocasiones. Todo se sentía tan diferente, pero le era inevitable pensar en aquellos días cuando Donald y Della eran unos niños.

—Iré por el álbum de fotos —fueron las palabras de Maui antes de subir las escaleras con rapidez.

Della se río al ver a sus niños quejarse.

—Espero que tenga muchas fotos de ustedes pequeños, hay tantos momentos en los que me hubiera gustado estar presente.

—Créeme cuando te digo que te aburrirás con tantas fotos, creo que tiene más de diez álbumes.

Della comprobó que los niños no exageraban cuando vio a Maui regresar con los álbumes. Llevaba una pila y cada uno era de un considerable tamaño. Ella y Scrooge se sentaron a su lado, ansiosos por poder saber más de la vida a de esos pequeños patitos a los que no pudieron conocer antes.

—¿Prefieren ver las fotos en orden o algún momento en especifico?

—En orden —respondieron Scrooge y Della al unísono.

—No tienes por qué enseñarlas todas —intentó negociar Dewey quien parecía acostumbrado a que su padre hiciera ese tipo de cosas.

—Pero quiero saber todo de ustedes —les dijo Della.

Sus palabras hicieron que los niños se sintieran notablemente avergonzados, pero no insistieron en que se descartaran los álbumes. Al contrario, incluso contaron algunas de las anécdotas que estaban detrás de las fotografías, haciendo especial énfasis en los momentos embarazosos de su padre.

Della se río al ver los primeros pasos de Dewey. Ver al patito caminando en una zona cubierta de almohadas, vestido con el equipo de protección de un ciclista para llegar hasta su padre que lo esperaba con unos guantes de baseball. Le pareció tierno y gracioso en igual medida. Su reacción fue la misma al ver que había hecho lo mismo con los otros dos hermanos.

—La verdad no me sorprende. Solía hacer lo mismo conmigo siempre —comentó Della —, recuerdo que en cierta ocasión nos ató a ambos de una cuerda para mantenerme vigilada.

—Eso suena excesivo —comentó Scrooge y Della sintió que había hablado de más —, y yo que creí que Donald era el único capaz de hacer algo así.

—Estábamos cruzando un puente en dudosas condiciones, era más que necesario —se defendió Maui. Scrooge no parecía del todo convencido.

—¿Quién tomó esas fotos? —Della señaló una fotografía en la que Maui empollaba tres huevos.

—La encargada de servicios sociales, en ese tiempo tuve que probar que era acto para cuidar de los niños.

—Te ves adorable —le dijo Della.

Deslizó una de sus manos por la fotografía, lamentándose no haber podido estar allí para ser ella quien estuviera sosteniendo la cámara o poder empollar sus huevos. Ver las el álbum de los niños en sus primeros días la había hecho feliz y experimentar la amargura de no haber estado presente en esos momentos. Ella se había ido y el tiempo no le había transcurrido como si nada hubiera pasado.

Huey, Dewey y Louie comenzaron a hacer pequeños ruidos, muchos "uuuh", que dejaban en claro sus intenciones de molestar a sus padres, en especial a Della a quien no habían visto en años.

—Es su padre, es natural que esté enamorada de él —Della rodeó la mano de Maui con la suya y apoyó su cabeza sobre su hombro —. ¿Cómo podría no hacerlo? Es dulce, guapo y todo un aventurero.

—¿Estás segura de que hablamos del mismo pato?

—Nuestro papá es el pato más cuidadoso del mundo y un detective que no toma grandes riesgos.

—No lo conocen como yo.

Maui se mostró incómodo por esas palabras.

—¿Volveremos a ser una familia? —preguntó Dewey emocionado. Él y sus hermanos no habían dejado de observar a sus padres.

—Sí, mi pequeño.

Della acarició la cabeza de Dewey. Durante años había soñado con ese momento, imaginado cómo serían sus hijos y una vida al lado del padre de los patitos. Ella estaba de vuelta y no planeaba permitir que le arrebataran ese sueño, menos cuando se sentía tan real.

Fue en ese momento que notó la mirada de Maui. Él parecía un tanto incómodo. Della se dijo que era probable que siguiera enojado con ella por haber robado la Lanza de Selene más de diez años atrás. Sabía lo obstinado y orgulloso que podía llegar a ser por lo que no le dio importancia. Se dijo que si había logrado conquistarlo y entablar con él una relación en secreto también podría hacer que la perdonara y fueran la familia que tanto deseaba.