Capítulo 2

-¡Petunia, cielo, vamos a llegar tarde!
Petunia escuchó la cuarta llamada de su madre aquella mañana y se preguntó porqué demonios era necesaria su presencia cuando fueran a recoger a Lilly a King´s Cross. Lilly ya tenía quince años, era lo suficientemente mayor como para necesitar una comitiva que la llevara de vuelta a casa.

Petunia tuvo que perder un día de trabajo en la peluquería para poder acompañar a sus padres; ya era bastante molesto tener que aguantar durante todo el verano a su jefe, un tipo presuntuoso y engreído que le hacía la vida imposible durante todo el verano como para tener que pedirle por favor que le concediera la mañana libre para ir a recoger a su hermanita. Hacía sólo una semana que regresó a casa después de pasar el invierno el Londres estudiando y ya empezaba a desear poder volver a estar lejos de su casa.

Petunia se arregló el cabello con delicadeza (el nuevo corte de pelo le sentaba realmente bien y el baño de color que se había dado resaltaba el color azul de su ojos) y se estiró los bajos de su falda nueva. Presentaba un aspecto bastante resultón aquella mañana, aunque sabía que Lilly estaría más guapa que ella, como siempre; después de todo, Petunia debía admitir que su hermana no necesitaba arreglarse demasiado para parecer recién salida de un salón de belleza.

Cuando Petunia llegó al recibidor, sus padres estaban totalmente impacientes por marcharse. Los dos emprendieron velozmente la marcha hacia el coche y, antes de que la joven pudiera darse cuenta, ya estaban en la estación de tren, en pie entre los andenes nueve y diez, esperando a que su hermana apareciera de un momento a otro. Y, efectivamente, cinco minutos más tarde, los Evans abrazaban efusivamente a su hija mayor, al igual que otros padres abrazaban a otros chicos con el mismo aspecto "raro" de Lilly. Petunia chasqueó la lengua ligeramente azorada por todo aquello y se acercó para saludar a su hermana, aunque sin mucho ánimo.
-Laura, querida, son los Preston- Petunia escuchó la voz de su padre y lo vio señalar a una pareja que, afortunadamente, era completamente normal- Esperad aquí, muchachas, en seguida volvemos.

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Petunia y Lilly se quedaron muy quietas, mirándose la una a la otra sin saber qué decir o hacer; cuanto más tiempo pasaba, las diferencias existentes entre ellas se hacían más grandes. No tenían nada en común y, pese a ser hermanas, se las notaba incómodas cada vez que se estaban a solas; delante de sus padres solían fingir cierta compenetración, pero la verdad era que ya no tenían nada que contarse. Realmente, nunca habían tenido demasiadas cosas acerca de las que hablar. Petunia volvió a estirar los bajos de su falda y Lilly se contempló los pies con desánimo; tal y como su hermana se había temido, estaba preciosa aquella mañana, a pesar del cansancio por el viaje y de su ropa vieja, era mucho más guapa que Petunia...

-¿Qué tal en Londres?- preguntó Lilly alzando ligeramente la cabeza; Petunia tenía los brazos cruzados y no aparentaba tener ganas de responder, pero finalmente suspiró y decidió comportarse con "naturalidad".
-Muy bien- dijo esbozando una sonrisa poco sincera, la misma sonrisa que utilizaba con muchos de sus compañeros de clase, con aquellos que no le caían bien pero con los que deseaba mantener una buena relación- ¿Y tú?
-Bien...- Lilly sonrió a su vez, aunque ella sí parecía contenta por mantener aquella conversación, en apariencia normal- Este verano recibiré mis T.I.M.O.S; creo que he sacado buenas notas.
-Me alegro- Petunia miró a su alrededor; no le gustaba que Lilly hablara de su rareza en voz alta, pero la gente que pasaba junto a ellas no les prestaba demasiada atención- Sólo te quedan dos cursos para graduarte, ¿cierto?
-Sí, así es- Lilly dio un paso atrás; la muchacha notaba lo tenso de aquella conversación y parecía dispuesta a terminarla cuanto antes. No merecía la pena alargar algo que las incomodaba a las dos- He visto a una amiga..Lilly se alejó sin dar más explicaciones; Petunia la vio hablando con una chica morena, bajita y regordeta, pero no sintió la más mínima curiosidad por saber quién era. Petunia se apoyó contra una pared, pensando en todo el tiempo que estaba perdiendo esa mañana y ansiando el momento de llegar a casa; la gente que la rodeaba empezaba a disiparse poco a poco y sus padres continuaban charlando amigablemente con los Preston. Petunia sabía que aquel hombre era un antiguo compañero de trabajo de su padre y supuso que la conversación se alargaría bastante, así que le hizo un gesto a su madre para indicarle que iba a esperarlos junto al coche; Lilly también hablaba con su amiga del colegio, pero a ella Petunia no le dijo nada. Se marchó del andén casi corriendo y salió al exterior de la estación cansada de estar en aquel lugar; de buena gana hubiera cogido el coche y se hubiera marchado a casa, no a la de sus padres, sino al pequeño apartamento que compartía con otras tres chicas de la universidad, para quedarse allí durante todo el día, olvidándose de cómo era su familia.

-¿Petunia?
Hacía casi un año que la joven no escuchaba esa voz, desde que dejara su ciudad natal para trasladarse a Londres, pero la reconoció al instante. Martin estaba a sólo unos metros de ella, vestido con un traje negro y sonriendo abiertamente, claramente complacido de volver a verla. Petunia se acercó a él lentamente, sin abrir la boca y, cuando estaba a un metro de distancia, se abrazó al chico con fuerza, riendo a carcajadas sin dar crédito a lo que veía. Cuando se despidió de Martin el año anterior, estaba segura de que volvería a su Irlanda natal para nunca volver, y ahora estaba allí, abrazándola como cuando eran novios y se encontraban a escondidas en el viejo cine del barrio.
-Martin...- musitó ella con alegría, aferrándose a sus brazos como si fuera una niña- No puedo creer que estés aquí... Creí que habías vuelto a Dublín...
-Y así es- Martin la alejó de sí para observarla mejor, sin perder la sonrisa- He vuelto por unos días... Pero, mírate. Estás preciosa.
-¡Oh, gracias!- Petunia se ruborizó un poco; no estaba acostumbrada a que los hombres la piropeaban, aunque Martin siempre solía hacerlo- ¿Estás en Londres?
-¡Oh, no!- Martin finalmente la soltó y se metió las manos en los bolsillos; Petunia se dio en cuenta entonces de que parecía cansado y algo abatido, sin duda después de pasar unos cuantos días de ajetreo- Acabo de llegar de Liverpool, de visitar al abogado de mi abuelo...
-¿Del tío Walter?- Petunia sonrió al recordar al anciano adorable que era el abuelo de Martin, el tío Walter de todos los niños del barrio, y sintió deseos de saber algo más de él, pero cuando Martin continuó hablando, ella tuvo la sensación de que le había leído el pensamiento.
-Sí, bueno, verás- Martin se entristeció un poco más entonces y se sacó las manos de los bolsillos mientras se apoyaba en el coche del padre de Petunia- El abuelo murió la semana pasada, de un infarto.
-¡Lo siento muchísimo!- interrumpió Petunia quedándose muy seria, palideciendo un poco incluso; realmente lamentaba la muerte de aquel hombre.
-Los médicos dijeron que no se enteró de nada; ocurrió mientras dormía. Mi tía Lisa fue a despertarlo por la mañana para darle el desayuno, y lo encontró muerto- Martin miró a Petunia fijamente y le cogió la mano como cuando eran una pareja- Fue una suerte para él tener una muerte así... No se merecía otra cosa.
-Cierto...
-El caso es que mis padres están en la casa del barrio- Martin se aclaró la garganta, controlando plenamente sus emociones, y recuperó un poco su buen humor- Toda la familia está allí reunida en realidad; queremos terminar cuanto antes con el asunto de la herencia y por eso he ido a Liverpool... Ahora que todo está arreglado, volveremos a Dublín, seguramente en unos días.

Petunia hubiera querido decirle muchas cosas al chico, pero en ese momento sus padres y su hermana salieron de la estación del tren hablando con alegría entre ellos; Martin se volvió para mirarlos y permaneció quieto en su lugar para saludarlos. Los Evans nunca habían sabido nada de la relación que Petunia mantuvo con Martin, pero sí lo conocían del barrio y hubiera sido un poco grosero de su parte marcharse sin decir nada.
-Martin Lawrence...- comentó Tim Evans al llegar junto a ellos, alargando una mano para que Martin la estrechara- ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué tal estás?
-Muy bien, señor Evans- Martin cogió la mano del señor Evans y luego besó en una mejilla a su esposa- ¿Y ustedes?
-Perfectamente- Laura Evans sonrió amablemente- Hemos venido a recoger a Lilly, pero ya nos vamos a casa...- entonces, Laura se quedó seria y tomó un tono de tristeza; Petunia supo que, al contrario que otras mujeres, su madre sí era realmente sincera- Supe que tu abuelo falleció, lo siento mucho.
-Sí, gracias- Martin agachó un momento la cabeza y luego miró a Lilly, aunque no le dijo nada.
-¿Tus padres están en la ciudad?- Laura Evans continuó hablando- Me gustaría ir a verlos.
-A ellos les agradará su visita. Volveremos a Dublín la semana que viene, así que puede pasarse por casa cuando quiera- Martin miró a su alrededor con nerviosismo y puso los brazos en jarra- Bueno, yo tengo que marcharme ya... Me alegro de que estén bien.
-Igualmente- dijo Laura Evans- Iré a ver a tu madre en cuanto pueda.
-Bien, hasta luego.
Martin se dio media vuelta y cruzó la calle con cierta precipitación; Petunia lo observó mientras desaparecía de su vista y se dio cuenta de que había cometido muchos errores en los últimos doce meses. Errores que, tal vez, ya no podría enmendar.

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Vernon estaba en pie en el recibidor de la casa de los Evans, esperando a Petunia para salir a dar un paseo. Lilly permanecía frente a él, sonriendo de cuando en cuando y preguntándose cómo era posible que una persona engordara tanto en tan poco tiempo; durante las vacaciones de Navidad, cuando Dursley fue a cenar con ellos a casa, era un tipo regordete, pero se había puesto tan corpulento que si Lilly hubiera querido salir a la calle, no podría haber atravesado el vestíbulo. Además, la horrible pajarita roja que llevaba puesta le apretaba en el cuello y el color púrpura del rostro hacía pensar que se estaba asfixiando, y eso por no hablar del bigotito... Lilly había optado por no mirarlo demasiado a la cara; Vernon siempre le había parecido un idiota, pero ese día lo veía como a un idiota ridículo y quería evitarse malos entendidos con su hermana... ¿Cómo era posible que Petunia fuese la novia Vernon Dursley?

Petunia, por su parte, tardaba demasiado en arreglarse, de hecho, ni siquiera había decidido que vestido iba a ponerse. Normalmente abría el armario y sabía lo que quería, pero aquel día estaba nerviosa, no por su cita con Vernon, sino por su reencuentro con Martin... Estaba tan guapo; la muchacha no estaba acostumbrada a verlo con traje (de hecho, sólo recordaba dos ocasiones en las que Martin se había puesto una corbata) y no podía olvidarse de su rostro... No sabía cómo le habían ido las cosas por Dublín, pero era más que evidente que el chico estaba tranquilo allí, no como en el barrio...
A Petunia no se le había olvidado la cara de Vernon cuando los encontró besándose en el viejo cine; todo lo ocurrido fue culpa suya, pero Martin pagó las consecuencias y sus padres no permitieron que se quedara en la ciudad solo cuando se marcharon a Dublín. Petunia ya no dedicaba mucho tiempo a pensar en ello; sabía que si lo hacía se sentiría culpable y prefería que las cosas se quedaran como estaban. Después de todo, había jugado a un juego muy peligroso y había perdido a Martin. Afortunadamente, Vernon la perdonó, aunque Petunia estaba segura de que no le agradaría saber que Martin estaba de vuelta. Sería mejor no decirle nada.
Finalmente, optó por un vestido de lino azul, se soltó el cabello y se pintó un poco los labios; no es que le apeteciera demasiado ponerse guapa aquella noche, pero Vernon le había dicho que tenía algo muy importante que decirle, así que nada perdía siguiéndole la corriente. Petunia se miró por última vez al espejo y bajó con cierta parsimonia al recibidor. Vernon estaba allí, tan... como siempre, y Lilly lo acompañaba en silencio; Petunia notó lo incómodo que estaba su novio ante la presencia de la chiquilla y, con una inusitada malicia que le extrañó a sí misma, se alegró de verlo tan nervioso.

Petunia bajó el último tramo de escalones mientras Vernon se volvía para mirarla, (¿de dónde demonios había salido aquel bigote?) y ambos se sonrieron.
-¿Nos vamos?- preguntó Petunia mirando a Lilly, indicándole con un leve gesto que ya podía retirarse.
-Por favor.
Vernon se "hizo a un lado" para que Petunia pudiera pasar y luego cerró la puerta tras de sí. Había ido a buscarla en su coche nuevo, un regalo de papá como premio a su ascenso dentro de la empresa de taladros de los Dursley, y Petunia se acomodó en el asiento delantero. Vernon la llevó a cenar a un restaurante bastante agradable del centro de la ciudad, permaneciendo inusitadamente callado gran parte de la velada y, finalmente, condujo hasta las afueras, parando el vehículo en un descampado que, a aquellas horas de la noche, estaba repleto de coches de otras parejas. Petunia se removió en su asiento, rezando porque no intentara besuquearla, y respiró aliviada cuando Vernon abrió la ventanilla y se secó el sudor de la frente; estaba nervioso. No la había llevado allí por lo que parecía evidente.
-Tu hermana ha vuelto- masculló Vernon después de unos segundos, bajando un poco el volumen de la radio.
-Hemos ido a recogerla esta mañana, sí.
-No me gusta como me mira- repuso el chico bruscamente, haciendo que Petunia se molestase un poco, aunque ni ella misma entendía porqué. Después de todo, a ella también le incomodaban los ojos de su hermana.
-Pues no creo que pueda mirarte de otra forma- repuso finalmente Petunia, procurando no enfadarse demasiado, ¿qué le ocurría?
-Creo que no le caigo bien...Siempre se queda quieta, con los brazos cruzados, observándome como si... pudiera ver a través de mi- Vernon se irguió un poco, algo azorado, y notó que Petunia estaba empezando a apretar los labios- Bueno, supongo que eso no importa demasiado; cuando volvamos a Londres, no tendremos que aguantarla durante mucho tiempo...
-Si me has traído aquí para hablar de Lilly, será mejor que me lleves de nuevo a casa- interrumpió Petunia con frialdad- Si hemos venido para otra cosa, creo que prefiero irme caminando.

Vernon tardó unos segundos en reaccionar ante aquella salida de tono de su chica; se quedó mirándola con la boca abierta un momento, luego movió los labios como si quisiera hablar, pero no emitió ningún sonido y, por último, entornó los ojos y acercó su rostro al de una Petunia que tenía los ojos clavados en el salpicadero del coche en actitud impasible.
-¿Se puede saber qué te pasa esta noche, Petunia?- dijo el chico con voz grave, tirando de su pajarita con nerviosismo.
-A mi no me pasa nada- repuso ella sin dignarse a mirarlo- Eres tú el que insiste en molestarme.
-¿Ahora te molesta que hablemos de Lilly?- Vernon se aferró al volante con fuerza; sus nudillos se volvieron de un tono blanquecino al tiempo que su cara se ponía roja- Normalmente eres tú la que saca las conversaciones sobre Lilly: que si es rara, que si es la favorita de tus padres, que si te asusta...
-Llévame a casa, Vernon- masculló Petunia cerrando los ojos para auto controlarse; estaba a punto de estallar y sabía que no era por culpa de Vernon, sino por sus propios sentimientos.
-¡No vamos a ninguna parte!- vociferó Vernon agitando peligrosamente los brazos; él también parecía haberse contagiado del mal humor de su acompañante- No hasta que no me digas porqué demonios has estado tan callada todo el rato y porqué ahora te vas por la tangente cuando intento hablar contigo.
-Quiero irme ahora.
-¿Es por Martin?- dijo Vernon y, aquellas palabras cogieron tan de improviso a Petunia que la chica dio un bote en su asiento y giró la cabeza tan bruscamente que se hizo daño- ¿Has estado con él?
-¿Qué?
-No te hagas la tonta. Lo vi el otro día, en la puerta de su casa- Vernon apretó los dientes y dio un puñetazo a la puerta del coche- Le advertí que no se te acercara...
-¡No!- mintió Petunia, temerosa de tener un nuevo problema con Vernon si se enteraba de que se encontró con Martin en la estación del tren- Ni... ni siquiera sabía que estaba en la ciudad...
-Por supuesto- Vernon sonrió con sarcasmo y se giró para no ver a Petunia- Tu... príncipe azul vuelve a casa y tú no te enteras de que anda rondando por ahí... ¡Ja!
-Te estoy diciendo la verdad- Petunia puso una mano sobre el hombro de Vernon y buscó la forma de mirarlo a los ojos- Vernon, por favor, estoy así por... Lilly. Ya sabes lo nerviosa que me pongo cuando la tengo cerca...
-Bájate del coche- interrumpió Vernon con gravedad.
-¿Qué?
-No te quiero tener cerca- Vernon miró a Petunia, extendió su cuerpo sobre la chica y abrió la puerta de acompañante del coche-Bájate.
-No puedes dejarme aquí...
-Hace un segundo amenazabas con irte a casa andando- Vernon se bajó del vehículo y habló a Petunia desde fuera- Si no sales sola, te sacaré a rastras.
Petunia sabía que Dursley estaba hablando en serio; no es que le tuviera miedo ni nada por el estilo, pero era consciente de que algunas veces era mejor no llevarle la contraria. Tenía un carácter demasiado fuerte y sus enfados solían durar días, sino semanas, así que la muchacha cogió su chaqueta de hilo del asiento trasero y salió al descampado con decisión.
-Mañana irás a suplicarme perdón a casa- dijo Petunia amenazante.
-Eso ya lo veremos- Vernon volvió al coche y arrancó el motor- Te dije que sólo tenías una oportunidad.
Tras decir eso, Vernon se alejó conduciendo a toda velocidad por el camino de tierra que llevaba a la carretera principal. Petunia se quedó quieta unos minutos, mirando los coches que la rodeaban por si acaso conocía a alguien que la pudiera llevar, pero al final tuvo que marcharse andando. Sabía que sería muy tarde cuando llegara a casa y que, posiblemente, sus padres la esperarían levantados para averiguar lo que había ocurrido; a ella no le apetecía lo más mínimo hablarles sobre aquel incidente y buscó en su cabeza alguna buena excusa, pero no encontró ninguna. Si Martin no hubiera regresado a su vida tan de improviso, posiblemente se encontraría en una situación muy diferente... Ahora que se acordaba, ¿qué sería eso tan importante que Vernon quería decirle?

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Las semanas avanzaron y Petunia estaba cada día más inquieta; después del incidente con Vernon, el chico no había ido por casa ni una sola vez ni le había devuelto las llamadas. Tampoco había vuelto a ver a Martin, y eso que todos los días daba un rodeo de camino al trabajo y pasaba frente a la casa de los Lawrence para asegurarse de que no se habían ido. Y luego estaba Lilly; ya había recibido las notas del colegio y sus padres se pasaban el día hablando de lo buena estudiante que era su hija, de lo orgullosos que estaban y demás.

Petunia se pasaba gran parte del día sola, bien en el trabajo, donde empezaba a hacerse famosa por su ceño fruncido, bien en su habitación. Ni tan siquiera permitía la entrada de su madre para limpiar; cuando volvía a casa, se encerraba y se pasaba horas y horas tumbada en la cama, lanzando al aire su muñeca de trapo e intentando comprender cómo su vida se había ido al garete en tan poco tiempo. Un par de meses antes, Martin ya no formaba parte de su vida (aunque de cuando en cuando irrumpiera en sus pensamientos), y Vernon la ayudaba a alejarse poco a poco de su familia, logrando que no se sintiera tan sola. De pronto, y sin hacer absolutamente nada para terminar así, se veía abocada a permanecer encerrada bajo el mismo techo que Lilly, su relación con Vernon se había ido al garete y, lo que era peor de todo, se había dado cuenta de que aún quería a Martin. Lo quería tanto que los pensamientos de que él nunca podría ofrecerle la vida perfecta que Vernon le brindaba ya no le consolaban.

Se había pasado un par de tardes llorando por la impotencia de no poder controlar sus sentimientos y había rechazado la ayuda de su madre. De hecho, estaba tan deprimida que, sin proponérselo, había conseguido que sus padres se preocuparan por ella en muchos años. No es que tuviera intenciones de alarmarlos, pero tampoco le apetecía inventarse excusas para tranquilizarlos.
La mañana del último domingo de julio, su padre irrumpió en el dormitorio ignorando por completo las protestas de Petunia, la levantó de la cama y la obligó a ponerse guapa. Petunia le obedeció de mala gana y, al mirarse al espejo, se dio cuenta de que estaba pálida y ojerosa; no era de extrañar que sus padres quisieran sacarla a rastras de su encierro...

Casi sin darse cuenta, Petunia se encontró sentada en la terraza de una heladería, acompañada únicamente por una Lilly charlatana y alegre que no quería notar las miradas de extrañeza que le dedicaba su hermana. Aquella mañana, Petunia se encontró realmente a gusto junto a su hermana, sintiendo por primera vez en su vida que existía un lazo fraternal entre ellas y, sí, poco a poco fue respondiendo a sus comentarios. En menos de una hora, las dos muchachas reían a carcajadas mientras se tomaban una limonada tras otra, ajenas a todo el mundo que les rodeaba; Petunia descubrió que su hermana podía ser una persona normal y se fijó en sus ojos verdes... Le parecieron hermosísimos, carentes de toda rareza, y se alegró de poder disfrutar de un momento como aquel porque, no se iba a engañar, no habría muchos más a lo largo de sus vidas.

-De modo que tu cita con Vernon Dursley no salió bien- comentó Lilly en un momento de la conversación y a Petunia no le importó que le preguntaran; curiosamente, quería hablar con Lilly de ello, liberar todos los pensamientos que la atenazaban sin remedio y que ella intentaba controlar.
-Hizo que volviera a casa andando- dijo Petunia sonriendo y dando un largo trago a su limonada- Afortunadamente ni papá ni mamá se enteraron de lo tarde que llegué, aunque supongo que deben estar un poco extrañados al no verlo más por casa...
-¡Oh, no creas que están molestos!- Lilly esbozó una sonrisa y bajó la voz- Entre nosotras, Vernon no es muy agradable que digamos. Es un presuntuoso, un ambicioso y un hipócrita.
-Conmigo sí es amable- repuso Petunia sin ánimo de revancha; sabía que lo que decía Lilly era verdad- Y me quiere; muchas veces hemos hablado de comprarnos una casa bonita en un barrio como, por ejemplo, Privet Drive y, bueno, ya sabes, ser una pareja como todas las demás.
-Ya...- Lilly agachó la mirada y pareció meditar sus palabras durante un segundo- No sé si debería entrometerme en esto; posiblemente te molestes, pero ya que estamos aquí, creo que puedo decirte que tienes que pensar mucho en la clase de futuro que quieres... Es posible que Dursley te ofrezca lo que la mayoría de las chicas quieren cuando niñas, pero el amor también es importante y tú no estás enamorada de Vernon, ¿cierto?
-Yo...- masculló Petunia; ¿estaba enamorada de Vernon?
-Tampoco creo que Vernon esté enamorado- prosiguió Lilly con suavidad- Posiblemente te tenga cariño, pero cuando te mira no hay nada especial en sus ojos... Creo que ve en ti a la esposa perfecta, una mujer joven, guapa, inteligente y responsable. Puede que también te crea una madre ideal para sus hijos y una gran ama de casa para cuidar de él, pero no está enamorado de ti... No como Martin Lawrence, al menos.
-¿Martin?- repitió Petunia, aún tratando de asimilar las palabras de Lilly, ¿cómo era posible que aquella jovencita se diera cuenta de cosas que ella trataba de enterrar en lo más profundo de su cabeza?
-Se derrite por ti- dijo Lilly con voz soñadora- Cuando nos encontramos con él en la estación, por ejemplo; cada vez que te miraba, se ponía a sonreír como un tonto, como si estuviera hipnotizado o algo así... No es una persona demasiado extrovertida, cierto, pero creo que expresa tanto sin decir ni una palabra, que es incapaz de engañar a nadie. Y yo te aseguro que Martin sí está enamorado.
-Pero si apenas nos conocemos...- quiso excusarse Petunia, sabiendo de antemano que no lograría engañar a su hermana menor.
-¿Era él tu cita aquella tarde? Hace cuatro años, cuando estuvimos en el Callejón Diagón.
-¿Todavía te acuerdas de eso?- preguntó Petunia, algo extrañada.
-Claro que me acuerdo- Lilly agachó la cabeza y, por primera vez, Petunia sintió que estaba triste y que tenía deseos de ayudarla- Aquel día me sentí muy mal por ti; me di cuenta de que te sacrificaste por acompañarnos y me dolió...- Petunia no dijo nada y Lilly se aclaró la garganta- Creo que tienes que tomar una decisión, Petunia. Piensa en lo que realmente quieres y ve a por ello antes de que te quedes sin nada.

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-Demolieron el edificio en Navidad.
Petunia había visto a Martin sentado en un banco, contemplando en silencio el terreno sobre el que anteriormente se alzara el viejo cine en el que tantos momentos compartieron juntos. La joven sabía que al día siguiente la familia de Martin regresaría de nuevo a Dublín y que él se marcharía con ellos, por eso había ido a buscarlo. Había decidido escuchar por una vez los consejos de Lilly y había tomado una determinación: se quedaría con el amor, aunque eso supusiera renunciar a todo lo demás.

Martin alzó la mirada para observarla y no dijo nada mientras Petunia tomaba asiento a su lado. Había algo extraño en él aquel día; parecía triste, más aún que el día que se lo encontró en la estación, cuando la muerte de su abuelo estaba más cercana, y Petunia no pudo resistirse. Le cogió la mano para infundirle ánimo y se decidió a seguir hablando hasta que hubiera dicho todo lo que tenía que decir.
-Estuve a punto de atarme con una cadena a la puerta para evitar que lo hundieran- bromeó refiriéndose al ya desaparecido edificio- Pero me sentí demasiado sola y me conformé con lamentar lo que ocurrió. Creo que ahora construirán un centro comercial.
-Vaya...- dijo Martin con aire ausente; tal vez Petunia debió darse cuenta de que no le apetecía seguir hablando, pero no lo hizo.
-No hemos hablado demasiado durante el verano...- comentó Petunia viendo su mano sobre la de Martin, dándose cuenta de que él no hacía nada por responder a su gesto- Creo que debimos haber salido a dar un paseo y...
-¿A qué estás jugando, Petunia?
El tono frío y distante de Martin hizo que la joven se irguiera hasta que su espalda quedó totalmente vertical; los pelos de la nuca se le habían erizado a causa de un sentimiento muy parecido al temor y su mano había vuelto rápidamente a su regazo, mientras Martin se ponía en pie y la miraba desde una posición más elevada.
-¿Cómo dices?
-¿No tuviste suficiente con lo que pasó?- preguntó Martin subiendo un poco el tono de voz, claramente enfadado o, tal vez, decepcionado- Te puedo asegurar que yo ya quedé bastante escarmentado con Dursley el año pasado como para tener que aguantar que me persiga allá donde voy... Estoy cansado de encontrármelo en cada rincón y de escuchar sus amenazas...
-¿De qué estás hablando?
-De tu noviazgo con Vernon- Martin miró a su alrededor, como si temiera que alguien pudiera oírles, y habló en voz más baja, tal vez comprendiendo que de nada le serviría ponerse a vociferar en medio de la calle- En el instituto yo me tragué todo ese rollo de que necesitabas guardar las apariencias, pero ahora ya somos mayorcitos, ¿no crees?
-No sé a qué te refieres...- aunque, realmente Petunia sí se hacía una idea.
-El día del funeral de mi abuelo- explicó Martin pausadamente después de un segundo de reflexión- tu "amiguito" se presentó en casa y me amenazó con arrancarme el cuello si iba a buscarte.
-¿Qué hizo que?- preguntó Petunia extrañada, a pesar de que, en cierto modo, se imaginaba a Vernon capaz de hacer algo así.
-Mira, Petunia. No sé qué es lo que quieres de mi, pero yo no estoy dispuesto a seguir siendo un segundón- Martin tragó saliva- Si sigues con Vernon, deberías estar con él ahora en lugar de buscarme para... lo qué sea que me buscas.

Dicho eso, Martin giró sobre sus talones y emprendió una marcha veloz calle abajo. Petunia se quedó inmóvil un momento, pensando en todas las cosas que había dicho y comprendiendo que, afortunadamente, no había equivocado su elección. La joven se levantó y corrió tras Martin hasta alcanzarlo; le costó un poco conseguir que él detuviera su frenética huida, pero finalmente pudo aferrarse a sus hombros y robarle un beso muy breve, aunque lo suficientemente intenso como para borrar la expresión frustrada de Martin y transformarla en extrañeza y, sí, Petunia estaba segura, amor. Martin aún la quería, tanto como ella a él, tal vez un poco más. Sin embargo, el joven no estaba dispuesto a rendirse tan pronto y, después de un segundo compartiendo una intensa mirada con Petunia, pudo zafarse de sus brazos y alejarla de su lado dándole un empujón.
-¿Por qué no me dejas en paz?- preguntó en un susurro el chico; Petunia no dejó de notar que había vuelto a tragar saliva.
-Tú ya no eres ningún segundón, Martin- se apresuró en decir Petunia, acercándose de nuevo a él y extendiendo las manos para tocarle, aunque él rechazó la caricia- Yo... Martin... Quiero estar contigo... Jamás podría sentir por Vernon lo que siento por ti, ¿sabes?
-No te creo- musitó Martin, aunque por su tono de voz era evidente que deseaba que Petunia le estuviera diciendo la verdad.
-Estoy dispuesta a dejarlo todo e irme contigo a donde haga falta- insistió Petunia, ansiosa por ser creída; por primera vez en toda su vida estaba siendo plenamente sincera con alguien, estaba siguiendo los dictados de su alma y no le importaba contra quién tuviera que luchar para lograr lo que quería- Si tú quieres, mañana me voy a Dublín contigo...
-No digas estupideces- Martin sonrió sarcástico y dio un paso atrás, pero se quedó muy quieto cuando Petunia le rodeó el rostro con las manos y clavó en él sus ojos azules, tan fijamente que se sintió como encerrado en ellos.
-Mañana por la mañana estaré en la puerta de tu casa, esperando para irme contigo al fin del mundo si hace falta.

Después, Petunia le dio otro beso al chico y se marchó corriendo a casa; cuando volvió la cabeza para mirar atrás un segundo, vio que Martin continuaba parado en el mismo lugar en el que lo dejó, con la cabeza agachada y los brazos caídos a ambos lados del cuerpo. Luego, la miró en la lejanía y Petunia supo que la estaría esperando; no pensaba defraudarlo en aquella ocasión.

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Antes de su encuentro con Martin, Petunia no esperaba volver a encontrarse con Vernon, pero cuando llegó a casa, su madre le comunicó que su antiguo novio la estaba esperando en el jardín de la parte trasera. Petunia tuvo la tentación de no ir a hablar con él, pero luego se dio cuenta de que Vernon también se merecía un poco de sinceridad y salió a buscarlo.
Estaba sentado en los escalones, mirando hacia el cielo y golpeando el suelo con los dedos, impaciente. Cuando vio a Petunia, se levantó de un salto con sorprendente agilidad y la miró un breve segundo, enrojeciendo levemente.

-Seamos prácticos- dijo sin más; Petunia había esperado una disculpa por lo ocurrido la última vez que se vieron, un saludo más efusivo al menos, pero el tono de voz de Vernon denotaba decisión y algo de rudeza. Después de todo, Vernon era un tipo decidido y rudo...- No vale de nada andar peleados por ahí; los dos somos demasiado orgullosos para pedir perdón por nuestros errores, así que sugiero que olvidemos el pasado y sigamos adelante- Vernon buscó en los bolsillos de su camisa y, sin previo aviso, sacó un pequeño estuche rojo; al abrirlo, Petunia tuvo frente a sí el anillo más maravilloso que había visto en su vida- Propongo que nos comprometamos; podríamos casarnos dentro de un par de años, cuando hayas terminado tus estudios y, hasta entonces, buscar alguna casa bonita en Privet Drive...
-¿Me estás pidiendo que me case contigo, Vernon?- preguntó Petunia sorprendida y confundida al mismo tiempo.
-Sí, supongo que eso hago, pero tú ya sabes que no se me dan bien...
Petunia no esperó a que Vernon terminara de hablar. Se olvidó de Martin, del viaje a Dublín y del amor y decidió quedarse con la vida perfecta con la que llevaba años soñando; ahora que tenía la seguridad de que sería suya, podría acostumbrarse a la idea de formar un matrimonio de conveniencia, un matrimonio perfecto. Abrazó a Vernon con todas sus fuerzas y se colocó el anillo en el dedo.

Cuando alzó la mirada, vio a Lilly observándolos desde la ventana de la cocina y comprendió lo que su hermana había pretendido hacer aquella tarde: quiso convencerla para que tomara el camino equivocado, para poder ser ella la hija ideal mientras que Petunia se convertía en la "oveja negra". Y Petunia se alegró de haber rectificado a tiempo, aunque, en cierto modo, lo sentía por Martin, pero es que él nunca debió hacerse ilusiones...

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El día de su boda... Petunia estaba tan feliz, que apenas podía creerse que todo aquello estuviera pasando de verdad. Ya tenía puesto su vestido blanco de novia y todo estaba listo para ir a la iglesia y contraer matrimonio con el que, sin duda, era el hombre de su vida. Habían pasado tres años desde que se comprometieron y todo estaba listo para iniciar una vida junto a Vernon.

Laura Evans ayudaba a su hija mayor con los últimos retoques en el peinado y el maquillaje y, realmente Petunia estaba preciosa aquel día. La mujer parecía estar contenta con todo lo que ocurría, pero Petunia no podía dejar de notar la tristeza que reflejaban sus ojos cuando la miraba fijamente, como si quisiera decirle que las cosas no serían tan perfectas como Petunia imaginaba; aunque nunca había dicho nada negativo respecto a Vernon, Petunia sabía que su novio no le agradaba, en cambio, ese bicho raro con el que salía Lilly, ese James Potter...
Petunia lo había reconocido nada más verlo; aquel tipo era el niño que se encontró un día en el Callejón Diagón y que tan malas sensaciones le dio. Siempre con el cabello revuelto, con la varita mágica metida en el bolsillo trasero del pantalón... Pero sus padres lo adoraban, igual que adoraban a Lilly, y la pobre Petunia tendría que aguantar su presencia en la boda quisiera o no. Y es que una cosa era soportar a Lilly, al fin y al cabo eran hermanas, y otra muy diferente andar tratando con otros magos como si fueran personas normales.

Petunia decidió no pensar más en ese tema; se miró una vez más al espejo y se dijo que Vernon caería redondo al suelo nada más verla aparecer. Entonces, una voz familiar resonó por los pasillos de la casa y, un segundo después, Marge Dursley, la hermana de Vernon, irrumpió en la habitación embutida en un vestido con estampado de flores y "luciendo" un horrible sombrero que hacía que su cabeza permaneciera siempre ladeada. No es que Petunia le tuviera un cariño especial a esa mujer, pero era su futura cuñada y debía acostumbrarse a tratar con ella pasase lo que pasase.
-¡Oh, Petunia!- exclamó ruidosamente Marge, parándose en seco y llevándose las manos a la boca- ¡Estás preciosa! Pareces una reina.
-Muchas gracias, Marge- dijo Petunia sonriendo abiertamente y besando a la hermana de Vernon en la mejilla- ¿Qué tal el viaje?
-¡Ni preguntes!- Marge se dejó caer sobre la cama, haciendo que los muelles resonaran estruendosamente bajo su peso- ¡Esos taxistas horribles! Una auténtica pesadilla.
-Petunia, la limusina ha llegado ya.
Lilly estaba en el umbral de la puerta, vestida con un precioso vestido malva que hacía resaltar el color de sus ojos y con el pelo recogido sobre la cabeza; tras ella, James Potter se aflojaba el nudo de la corbata y observaba con malicia a Marge Dursley, que a su vez miraba reprobadoramente a Lilly y al chico como si estuviera dispuesta a reclamarles algo.
-En seguida bajo- dio Petunia amablemente, mirándose de nuevo en el espejo.
-Me gustaría hablar contigo un momento... A solas.

Mientras pronunciaba esas palabras, Lilly había ido girando poco a poco la cabeza hacia Marge, dándole a entender que quería que ella se fuera, pero la mujer no se dio por enterada y se quedó tercamente sentada. Tal vez Lilly esperara que su hermana hiciera algo para echar a la mujer de la habitación, pero Petunia decidió obviar el comentario, como ignoraba todo lo que Lilly le decía desde aquel día en la heladería.
Después de unos segundos, Lilly abrió los labios como si fuera a decir algo, pero en lugar de eso, se giró y empezó a andar por el pasillo seguida, como siempre, por su inseparable novio. Petunia sonrió, feliz por haberse librado de ella sin recurrir al insulto, y cogió su ramo de novia que estaba colocado junto a Marge, que parecía estar metida en una sauna a juzgar por la forma en que sudaba.
-Me vas a perdonar- dijo Marge casi en un susurro, mirando hacia la puerta para asegurarse de que no había nadie allí- Pero tu hermanita carece por completo de modales...
-Es muy joven- comentó Petunia andando hacia la puerta; no quería que Marge siguiera hablando del tema porque no deseaba que Lilly le estropeara el día de su boda como ya le había estropeado otras celebraciones importantes como la graduación en el instituto y en la universidad- ¿Nos vamos?
-Afortunadamente, Vernon y tú no tendréis que tratar mucho con ella cuando os marchéis a Privet Drive- dijo Marge levantándose y colocando el velo del vestido de su cuñada- Espero que seas sensata y cortes todo contacto con ella, querida, no puedo imaginar lo que su presencia en vuestra casa supondría...
-Marge- interrumpió con amabilidad Petunia, saliendo ya al pasillo y buscando con la mirada a su padre- Ya hablaremos sobre ello, ¿de acuerdo?
-¡Oh, claro!- dijo Marge algo molesta, adelantándose a la novia y bajando las escaleras sin decir ni una palabra más.

Petunia se quedó en el pasillo sola durante unos segundos, aliviada por librarse de la molesta compañía de Marge porque, aunque estaba de acuerdo en que no toleraría a Lilly más de lo necesario, tampoco le agradaba tratar con la hermana de Vernon. Luego, y antes de que tuviera tiempo para hablar, su padre apareció por una de las puertas de la planta superior y miró a su hija durante un segundo, antes de ofrecerle su brazo y salir a la calle acompañando a Petunia.
Varios vecinos se habían reunido allí para saludar; Petunia les dijo "hola" con la mano, sin perder la sonrisa, y subió a la limusina negra que estaba parada justo frente a la puerta de su casa. Vio a su madre, a Lilly y a James Potter subirse al coche familiar y emprender la marcha hacia la iglesia antes de que la puerta de su vehículo se cerrase y ella se encontrara sentada junto a su padre... El chófer parecía haberse quedado quieto unos momentos junto a la puerta, pero Petunia no le mostró demasiada atención y se limitó a pensar en el momento en que llegaría a la iglesia y se encontrara allí con Vernon. Todo sería maravilloso...
-¿Nerviosa?- preguntó Tim Evans cuando iniciaron el viaje; la ventanilla que daba a la parte delantera de la limusina estaba cerrada, así que el chófer no podía oír nada de lo que decían.
-Un poco, sí- dijo Petunia esbozando una sonrisa; sentía que por primera vez en mucho tiempo ella era el centro de atención para sus padres y eso la hacía inmensamente feliz.
-Tal vez haya un poco de champán por aquí- Tim se inclinó hacia la nevera y la abrió, descubriendo que estaba vacía- Vaya... Tal vez el chófer...

La sorpresa de Petunia no pudo ser mayor cuando la ventanilla delantera se abrió y vio, reflejado en el espejo retrovisor, un rostro conocido que llevaba tres años intentando olvidar... Martin Lawrence llevaba puesto, como la otra vez, cuando se encontraron en la estación de tren, un traje negro, y tenía los ojos ocultos tras unas elegantes gafas de sol. Petunia se quedó inmóvil un segundo, sintiendo cómo el corazón le daba un vuelco; la voz alegre de su padre al reconocer al muchacho le sonó muy lejana, como si se encontrara a cientos de kilómetros de aquel coche.
-¡Martin, muchacho!- decía Tim alegremente; parecía el único contento por aquel reencuentro, pues Petunia aún seguía paralizada y pálida y Martin tenía la mandíbula apretada y los nudillos blancos por apretar el volante con demasiada fuerza- ¡Qué agradable sorpresa!
-Me alegro de verle, señor Evans- dijo Martin aparentando amabilidad, aunque su voz sonaba temblorosa a causa, tal vez, de la rabia contenida.
-No tenía ni idea de que trabajaras para Gerard- comentó Tim jovialmente, ignorando por completo la tensión del ambiente. Definitivamente aquel hombre nunca se enteraba de nada.
-Es sólo algo temporal, para el verano y las ocasiones... especiales.
El tono malicioso que Martin dio a esa última palabra sacó a Petunia de su ensimismamiento y lo hizo despertando en ella un extraño sentimiento de revancha, como si culpara a Martin por algo que ella misma no entendía.
-Como mi boda- dijo Petunia con violencia, cruzándose de brazos.
-Como su boda, señorita- repuso Martin con frialdad, parando el coche frente a un semáforo- Por cierto, enhorabuena, Petunia.
-Muchas gracias- Petunia alzó la cabeza y empezó a mirar distraídamente por la ventana. Le hubiera gustado poder eliminar el hormigueo que sentía en el estómago y que no se debía a los nervios por la boda.
-¿Cómo están tus padres?- preguntó Tim, en esa ocasión un poco más serio; ni tan siquiera él podía dejar de notar el resentimiento en la voz de su hija.
-Muy bien- Martin echó una ojeada hacia atrás, pero a causa de las gafas de sol Petunia no supo si la miraba a ella o si miraba a su padre- Han vendido la casa del barrio y se han hecho con una pequeña granja al norte de Dublín.
-¡Oh, es una pena que se marchen definitivamente del barrio! Tu padre es un excepcional jugador de bridge...
-Tal vez tengan oportunidad de jugar algún día- Martin esbozó una ojeada y prosiguió la marcha- Por supuesto, están todos invitados a casa si pasan por Dublín.
-¿Cuánto falta para llegar?- preguntó Petunia interrumpiendo la conversación- No quisiera que Vernon tuviera que esperar mucho tiempo.
-¡Oh, Vernon!- Martin había murmurado esas palabras, pero Petunia lo escuchó perfectamente- Supongo que él es el afortunado.
-Sí. Somos novios desde siempre, ya sabes...
-¿Sigue vendiendo taladros?- preguntó Martin malicioso.
-Vender taladros es una forma bastante provechosa de ganarse la vida- dijo Petunia logrando que su padre lo mirara sorprendido por aquella salida de tono- Al menos, supongo que es más provechosa que conducir limusinas o vender hamburguesas.
-Sí...- Martin sonrió después de un segundo y Petunia no supo muy bien si había logrado su objetivo de ofender- Sobre todo si eres el hijo del propietario de la empresa en cuestión.

Petunia tuvo que morderse la lengua en aquella ocasión y hacer un esfuerzo por recordar que aquel era el día de su boda y que no debía permitir que nada se la estropease, ni siquiera Martin, que estaba más guapo de lo que lo había estado nunca, y su hormigueo en el estómago. En ese punto, su padre retomó las riendas de la conversación y estuvo charlando animadamente con Martin hasta que, pasados unos cinco o diez minutos, llegaron a la puerta de la iglesia y descubrieron que el interior estaba repleto de gente. Martin se bajó del coche, abrió la puerta para que sus pasajeros pudieran bajar, y se quedó mirando fijamente a Petunia; ya no llevaba puestas las gafas de sol y Petunia descubrió que tenía los ojos enrojecidos. En ese preciso instante, la joven se arrepintió de haberlo culpado por lo que fuera que lo culpara y agachó la mirada, intentando hacerse muy pequeña para evitar que el brillo de los ojos de Martin la hiciera sentir aquel extraño remordimiento, haciéndola descubrir que, aunque habían pasado tres años, ella aún lamentaba haberlo abandonado aquella noche, cuando Vernon le pidió que se casara con ella. Petunia descubrió, contra su voluntad, que aún sentía algo por aquel hombre y tuvo que reunir toda su fortaleza para adentrarse en la iglesia agarrada al brazo de su padre para casarse con Vernon Dursley.

Vernon estaba en pie, enfundado en un frac que lo hacía parecer más gordo de lo que estaba en realidad; su rostro estaba más enrojecido de lo habitual, tal vez porque el nudo del corbatín estaba demasiado fuerte y le impedía respirar normalmente, tal vez porque estaba nervioso (Petunia dudó que se tratara de esto último, ya que para Vernon aquella boda era más un asunto de negocios que un acto de amor; después de todo, Dursley se casaba para tener una esposa perfecta y poco más). La joven caminó junto a su padre a lo largo del pasillo; se encontró con la mirada de Lilly poco antes de llegar al altar, una mirada cargada de reproche y que se dirigió de forma inmediata al final de la iglesia; posiblemente Martin estaba allí, posiblemente Lilly ya sabía quién era el chófer de la limusina antes de que Petunia lo descubriera y, seguramente de eso quiso hablarle un rato antes en el dormitorio. Durante un breve segundo, Petunia tuvo la tentación de salir corriendo de aquel lugar y dejar a Vernon plantado en el altar para que se buscase otra criada para su casa y otra madre para sus hijos, pero luego recordó que aquella era la clase de vida que ella quería y que, bajo ninguna circunstancia, todos los invitados a aquella boda debían descubrir que ella, Petunia Evans, sentía algo por un simple conductor de limusinas, hija de un inmigrante irlandés que durante gran parte de su vida se había dedicado a vender helados.
Así pues, Petunia llegó junto al altar, miró a Vernon, le sonrió y dejó que pasara lo que tenía que pasar... Antes del "sí quiero", miró un momento hacia atrás y vio una sombra que salía corriendo de la iglesia. Martin había comprendido que ya no se pertenecían el uno al otro...