El día había amanecido terriblemente bochornoso en Privet Drive una vez más; los vecinos habían instalado piscinas de plástico en sus jardines y, desde muy temprano las llenaban de agua para disfrutar de un poco de frescor.
Petunia Dursley estaba tranquilamente tumbada en la hierba de su patio trasero; se levantó muy temprano para regarla antes de que el sol comenzara a calentar con fuerza y acostó al pequeño Dudley sobre una manta, a su lado. El niño acababa de cumplir los tres meses de edad y estaba regordete y sonrosado, como los bebés de los anuncios de televisión; tenía el cabello rubio y suave y los ojos azules y vivaces. Ya había empezado a chapurrear sus primeras palabras y era la única persona capaz de hacer que Petunia se sintiera menos deprimida. Y es que la señora Dursley, a pesar de tener la vida de sus sueños, se sentía muy sola e insatisfecha, sobre todo después de la muerte de sus padres.
Hacía
casi dos años que Petunia sentía ganas de llorar
durante prácticamente todo el día; se sentía
frustrada, triste, impotente y, algunas veces, enfadada con el mundo.
Había esperado tener alguna clase de sentimiento hacia Vernon
con el paso del tiempo, pero la constante indiferencia de él y
el trato cortés que le dispensaba le hacían sentirse
cada vez un poco mas lejos de su marido; entre ellos no había
intimidad, ni complicidad ni cariño, sus vidas estaban
planificadas de antemano y la situación no parecía ir a
mejor. De hecho, cuando más tranquila estaba Petunia era en
días como aquel, cuando Vernon se marchaba a atender sus
negocios a Londres y la dejaba sola durante varios días; era
entonces cuando se permitía el lujo de vivir mas
relajadamente, sin cumplir con los férreos horarios que la
rutina y su marido le imponían y, sobre todo, disfrutar de los
juegos que compartía con Dudley.
Petunia
adoraba a su niño; era capaz de hacer cualquier cosa por él
porque Dudley era la única persona que le animaba a seguir
viviendo en aquella casa. Petunia estaba segura de que si no se
hubiera quedado embarazada de su hijo poco después del
fallecimiento de sus padres, la desazón que la invadió
cuando eso ocurrió la hubiera llevado a abandonar Privet Drive
para siempre; se había planteado regresar a su empleo como
peluquera, vivir de nuevo en la casa familiar y retomar, de forma
esporádica, eso sí, el contacto con Lilly. Incluso
llegó a pensar en buscar a Martin y pedirle perdón con
la esperanza de que él quisiera volver a estar junto a ella,
pero cuando supo que tendría un hijo decidió que lo
mejor que podía hacer era quedarse donde estaba, y no por su
bien, sino por el bien del niño.
Petunia jamás hubiera deseado que un hijo suyo creciera siendo el fruto de un hogar roto, y por eso hizo de tripas corazón y continuó fingiendo ante todos que su vida era perfecta y que le encantaba disfrutar de ella.
Petunia colocó una sombrilla junto a Dudley para protegerlo de la luz del sol; el niño dormía placidamente junto a su madre, mientras una milagrosa brisa comenzó a agitar las ramas de los árboles aliviando un poco el calor. Petunia había decidido que aquel día no dedicaría ni un solo minuto al mantenimiento de la casa y tan solo había preparado un poco de comida para alimentar a un Dudley que estaba resultando ser tremendamente glotón, a veces parecía insaciable. Durante un buen rato, Petunia se limitó a contemplar un cielo completamente despejado con sus gafas de cristales ahumados, siempre atenta, eso sí, a que la respiración de su pequeño fuera perfectamente acompasada. Ignoraba cuanto tiempo había pasado así cuando escuchó sonar el timbre de la puerta; se levantó pesadamente, tomó a Dudley entre sus brazos, procurando no despertarlo, y acudió a abrir.
Acababa de encontrarse con lo mas parecido a un fantasma que podía recordar... No había visto a Lilly desde hacía un año y medio, cuando murieron sus padres, y, para su propia sorpresa, se alegró de tenerla frente a sí. El largo cabello pelirrojo le caía sobre los hombros, el viento agitaba su sencillo vestido blanco y sus turbadores ojos verdes se clavaron en ella sin clemencia, como si quisiera averiguar si era o no bienvenida a esa casa. Llegaba sola, sin aquel... Potter que era su marido, y sin rastro del bebé que Petunia sabía había tenido aproximadamente un mes después de nacer Dudley.
Petunia dio un paso atrás, acomodando a su niño entre sus brazos, y contempló a Lilly con la misma intensidad que su hermana la miraba a ella, sintiendo que algo grave la preocupaba, intuyendo su preocupación y angustia... Petunia jamás había sido tan receptiva a los sentimientos de nadie, pero los ojos de Lilly emitían tal fuerza que era imposible mantenerse impasible ante ellos.
-Hola Petunia- saludó la mujer después de unos segundos de absoluto silencio, mirando con curiosidad a Dudley-¿Cómo estas?
-Lilly...- Petunia se hizo a un lado e invitó con un gesto a Lilly para que entrara, pero ella rehusó y se quedó parada en el mismo sitio- No esperaba que vinieras...
-No tengo mucho tiempo- Lilly miró a su espalda, como si temiera que alguien pudiera verla allí, y, con un movimiento casi imperceptible, sacó una pequeña caja de entre los pliegues de su vestido- Lamento no poder explicarte nada, pero... Sólo quería pedirte un favor. Tú eres la única que puede ayudarme.
-¿Qué...?
-Las cosas no están bien...- Lilly volvió a mirar a su alrededor y, otra vez, clavó sus ojos angustiados en Petunia- Este terrible calor en pleno mes de septiembre...- Petunia se dio cuenta de que su hermana parecía asustada por algo y eso captó su atención, más que cualquier otra cosa- Sólo te tengo a ti.
-Pero no entiendo...- masculló Petunia confundida.
-Sabes que tengo un hijo, Harry- Lilly miró de nuevo a Dudley y Petunia, instintivamente, hizo lo mismo- Sólo te pido que le entregues esto cuando creas que ha llegado el momento oportuno- Lilly le tendió la cajita a su hermana- Por favor, Petunia, no preguntes nada y promete que lo harás.
-¿Qué es...?- Petunia quiso protestar, pero la vehemencia en los ojos de su hermana se lo impidió.
-Hazlo, Petunia. Ayudará a Harry cuando lo necesite...- Lilly sonó angustiada en esa ocasión y Petunia supo que no podría negarse, así que cogió la cajita y movió afirmativamente la cabeza- Gracias, hermanita. Ojalá algún día podamos reírnos de esto.
Y, sin mediar palabra, Lilly dio media vuelta y se alejó corriendo calle abajo.
Y Petunia, pese a todas las cosas que ocurrirían en los años venideros, nunca se atrevió a abrir la cajita que su hermana le entregó aquella extrañamente calurosa mañana de septiembre.
Ooooooo oooooooooo oooooooooooo oooooooooooo oooooooooooooo oooooooooo
Su vigésimo aniversario de boda... Petunia había recordado perfectamente aquella fecha, como siempre, pero Vernon, otra vez, se había olvidado por completo de ella y se había marchado a trabajar sin darle un beso de despedida. Hacía ya casi un año que prácticamente no le dirigía la palabra, desde que aquel extraño individuo fuera a recoger a Harry el verano anterior, desde que tuvieron aquella horrible discusión acerca de la forma en que, durante tanto tiempo, habían tratado a su sobrino. Vernon afirmaba que bastante habían hecho con darle de comer a cambio de nada, mientras que a Petunia las palabras de ese hombre, y más concretamente la manera que tuvo de mirarla, le habían llevado a reflexionar sobre su comportamiento con Harry, haciendo que se diera cuenta de que se había equivocado maltratando al chico. Después de todo, él no era culpable de los problemas que tuvo con Lilly a lo largo de toda su vida y ella lo había castigado por ellos.
Fue precisamente esa mañana cuando recordó la cajita que un día le entregara Lilly; Petunia estaba en la cocina, preparando una sopa de verduras para la comida, sintiéndose tan triste como siempre, cuando se acordó de ella. Estaba escondida bajo una tabla suelta en su parte del armario del dormitorio para que Vernon no pudiera encontrarla y, sin comprender porqué, Petunia sintió la tentación de sacarla de allí; había tenido una especie de presentimiento: el momento había llegado.
El cuchillo se le había escurrido de las manos y Petunia clavó sus ojos en él con aire ausente, decidiendo si debía recogerlo o no. Luego, miró el calendario y se dio cuenta de que Harry regresaría a casa en un par de días y, como si una fuerza extraña tirara de ella, subió a su habitación, abrió el armario y sacó la cajita de Lilly, que estaba cubierta de polvo pero intacta, sin abrir. Vernon no sabía que la tenía, Dudley no sabía que la tenía, ni tan siquiera el hombre extraño, que tantas cosas parecía saber, conocía su existencia o, al menos, no había mencionado nada. Tan sólo ella era consciente de que esa caja existía y de la "sencilla" misión que tenía que cumplir y, mientras observaba con detenimiento la caja, sintiéndose completamente embargada por ella, sintió que realmente podía hacer algo para compensar a Harry por todas las cosas que le había hecho. Podía... debía cumplir la promesa que le hizo a Lilly.
Petunia se sentó sobre la cama y, sin saber por qué, se puso a llorar en silencio; bueno, en realidad sí sabía por qué lloraba. Lloraba porque su matrimonio se había ido al garete y ella se veía obligada a fingir que las cosas continuaban también como siempre; lloraba porque sabía que Dudley era un inútil por su culpa, por haberlo protegido demasiado desde que era bebé, pensando que, de esa manera, él no tendría que sentirse tan solo como ella se había sentido durante toda su vida; lloraba porque sabía que no tenía valor para enfrentar toda aquella situación y buscar un poco de felicidad, y lloraba porque echaba de menos a toda la gente que había perdido en su pasado, a sus padres, a Lilly e, indiscutiblemente, a Martin. Tal vez era en él en quien más pensaba y al que más extrañaba, único que seguía con vida y, al mismo tiempo, el más difícil de recuperar.
Petunia procuraba no pensar demasiado en él; no sabía absolutamente nada de su vida, pero solía imaginarlo felizmente casado con otra mujer, con una casa llena de niños y una vida segura y repleta de planes de futuro. Petunia suponía que Martin aún debía odiarla por todo el daño que le había causado al dejarse llevar por sus ambiciones y, cuando iba por la vieja casa de sus padres para asegurarse de que aún estaba en pie, solía pasarse por delante de la que un día fuera la casa de Martin, que ahora estaba habitada por una familia numerosa, no con la esperanza de verlo, pero sí para recordar los buenos tiempos, los momentos compartidos con la única persona que le había brindado un podo de alegría...
Petunia agitó la cabeza con energía para alejar el recuerdo de Martin y clavó los ojos de nuevo en la cajita; tuvo la tentación de abrirla, pero en lugar de eso la agitó un poco para intentar averiguar qué había dentro. No escuchó ningún sonido. Finalmente, se limitó a guardar la caja en el bolsillo de su falda, decidida a entregársela a Harry en cuanto tuviera la mas mínima ocasión; ya era hora de comportarse como una tía de verdad, aunque hubieran pasado diecisiete años...
Petunia escuchó voces en la entrada de la casa y vio a Dudley llegar acompañado por dos de sus amigos; aunque frente al chico fingiera que lo creía un buen muchacho, Petunia era consciente de que su hijo era un macarra cobarde, pésimo estudiante, fumador empedernido y borracho en ciernes. Le dolía reconocerlo, pero debía admitir que Dudley parecía destinado a depender de sus padres para siempre. El hecho de que Vernon viera a su hijo como a una especie de ángel, fue otro de los motivos por los cuales su esposo y ella se pelearon, aunque Dudley no tuviera ni idea de ello; pese a todo, Petunia aún deseaba protegerlo, ganarse la confianza de su hijo antes de que Vernon lograra arrebatársela.
Petunia se limpió las lagrimas con el dorso de la mano, se miró al espejo para acicalarse, mostró su mejor (y triste) sonrisa, y bajó a la cocina caminando con la cabeza muy alta, como siempre. Dudley y sus amigos estaban allí, atiborrándose a pasteles de crema. Cuando vio a su madre, Dudley arrojó el pastel a un rincón de la cocina y empezó a mordisquear una zanahoria; Petunia sabía que debía regañarle por saltarse la dieta, pero en lugar de eso saludó alegremente a los chicos y terminó de preparar la sopa. Sabía que Dudley la miraba, sabía que pensaba que la había engañado y sabía que se estaba riendo de ella, pero Petunia adquirió su pose de perfecta ama de casa y consiguió salir de la cocina sin subir el tono de voz, aunque muy necesitada de un largo paseo. Le dijo a Dudley que se iba de compras y cogió el coche hasta el supermercado, compró unos cartones de leche y medio muslo de pollo para Vernon y volvió a casa tan abatida como siempre... Y así un día tras otro...
Por eso, porque estaba cansada de la rutina, Petunia decidió, poco antes de llegar a casa de nuevo, que en esa ocasión haría algo diferente. Después de todo, ella también tenía derecho a descansar, a no cumplir con lo establecido y a olvidarse de todo, aunque fuera por muy poco tiempo. Así pues, giró a la derecha antes de llegar a Privet Drive y se encaminó a Londres, sin saber muy bien dónde iría, pero sabiendo que no regresaría hasta que no hubiera recogido a Harry en King´s Cross.
Petunia no conducía nunca deprisa y, aquella mañana, lo hizo de forma temeraria; lloraba desconsoladamente, tenía la música muy alta y estaba enloquecida. Acababa de explotar después de veinte años reprimiendo sus sentimientos y le iba a ser muy difícil contenerse después de empezar a llorar. Sabía que aquel comportamiento no sería admitido por sus vecinos, ni por Vernon, ni por Dudley ni por ninguna de sus amistades, y le importaba un pimiento... Sólo quería huir durante un par de días, aunque luego tuviera que volver a la realidad.
De pronto, el coche de Petunia se detuvo después de chocar estrepitosamente con otro; iba tan enardecida que no había tenido tiempo suficiente para detenerse frente a un "stop" y un destartalado coche rojo detuvo su marcha sin previo aviso.
Petunia tardó un momento en reaccionar; era como si su cerebro estuviera localizando toda las partes de su cuerpo para asegurarse de que estaban donde debían estar, y cuando eso ocurrió, la mujer pudo alzar la mirada para ver una columna de humo blanco alzándose hacia el cielo. Inmediatamente cobró conciencia de lo que acababa de ocurrir y se bajó del coche para comprobar si el otro conductor estaba bien; justo en ese momento, un hombre vestido con un traje negro y una camisa blanca también descendió de su vehículo, soltando maldiciones en voz baja, mirando cómo su coche estaba destrozado (Petunia pensó con malicia que el accidente le había venido bien para renovar aquel montón de chatarra). Sólo cuando ese hombre estuvo un poco mas cerca, cuando se quedó petrificado mientras la miraba, Petunia reconoció a Martin Lawrence, un poco mas viejo, sí, pero terriblemente atractivo, tanto, que las rodillas le temblaron aún antes de que él abriera la boca. Era como volver a tener quince años.
-¡Oh, demonios!- masculló Martin después de unos segundos, llevándose las manos a la cabeza y despeinándose- tú...
-Martin...- musitó Petunia, sintiendo de pronto un deseo irrefrenable de arrojarse a los brazos de ese hombre para contarle lo desesperada que estaba- Yo... Lo siento...¿Estas bien?... No tuve tiempo de parar...
-¡Mi coche!- se lamentó Martin, comportándose como si no hubiera reconocido a Petunia-¡Oh, Dios mío!¡Está destrozado! Los del seguro me van a enviar al cuerno...
-Ha sido por mi culpa...- dijo Petunia, adquiriendo la misma actitud que él- Lo siento... Yo...
-¡Conducías como una loca!- exclamó Martin como si aquella afirmación le sorprendiese- Pensé que frenarías y... No pude reaccionar, te me echaste encima...
-Lo siento- repitió Petunia; le hubiera gustado decirle a Martin que si repetía esas palabras no era sólo por el accidente, pero no pudo- Lo arreglaremos y...
-¿Tienes los papeles?
-¿Los
papeles?- repitió Petunia, confundida.
-Los
de la aseguradora, para el parte amistoso- dijo Martin, con una
seguridad en sí mismo que a Petunia le era desconocida;
después de todo, ahora era un hombre-¿Quieres el parte
amistoso, no?
-Eh... Sí, sí-Petunia dio dos pasos atrás, fue hasta su coche y buscó la documentación en la guantera; Martin había hecho lo mismo y, en ese momento, llamaba por el teléfono móvil, seguramente para pedir alguna grúa.
Fue entonces cuando a Petunia se le ocurrió una idea bastante estúpida; desde que recuperara la cajita de Lilly no había hecho mas que estupideces, así que una más no podría hacerle demasiado daño. Estaba observando a Martin, recordando al adolescente que siempre la citaba a escondidas, y se le ocurrió que ella debía hacer lo mismo. Así pues, arrancó una hoja de papel de una libretita y garabateó las palabras"Te espero mañana a la hora de siempre donde tú ya sabes". Martin sabría perfectamente lo que ella buscaba y, posiblemente, no acudiría a la cita, pero valía la pena intentarlo.
Oooooo ooooooooooo ooooooooooooooo ooooooooooooo ooooooooo oooooooooo
No llevaba anillo de casado... Desde que llegara a aquella habitación de hotel, Petunia no había dejado de darle vueltas a ese asunto, hasta el punto de que se empezaba a convertir en una especie de obsesión. Si Martin no llevaba anillo, significaba que no estaba comprometido con nadie y que, por lo tanto, ella tenía aún alguna oportunidad. Pensar en eso le resultaba algo absurdo, sobre todo porque ella sí estaba comprometida, pero al mismo tiempo le hacía feliz porque al menos, durante unas horas, tendría la esperanza de recuperar un pedacito de su pasado.
Si el día anterior, durante la cena, Vernon le hubiera dicho que aquel torrente de sentimientos despertarían en su interior un día después, Petunia habría llamado a un manicomio directamente, pero le estaba ocurriendo y se alegraba profundamente de que así fuera.
Petunia tenía la sensación de que todo aquello tenía algo que ver con la cajita de Lilly; era como si le diera fuerzas para conseguir lo que quería realmente, como si su hermana hubiera puesto en ella un poquito de sí misma y volviera a darle alguno de sus consejos, consejos que Petunia no quería oír pero que siempre le hacían meditar las cosas. Lilly le había dicho que lo que contenía la caja ayudaría a Harry a forjar su futuro, pero no que fuera a prestarle un apoyo tan importante a ella misma; después de todo, Lilly siempre había abogado porque ella continuara su relación con Martin y, si ahora se habían reencontrado de una forma casual era, en gran medida, a esa cajita. Una vez mas Petunia tuvo la tentación de abrirla y una vez mas se contuvo; sin duda, Harry se sentiría muy molesto si se daba cuenta de que habían estado hurgando en sus cosas, así que, si aquel secreto había sido un secreto durante tantos años, no había motivo para que las cosas cambiaran esa noche, cuando sólo faltaba un día para que Harry tuviera el último regalo de su madre entre los dedos.
Una hora antes, Petunia había llamado a casa para tranquilizar a Dudley y, sí, también para evitar que Vernon pusiera el grito en el cielo. Le había dicho a su hijo que estaba en Londres para recoger a Harry, que como su padre no quería ir a por él, ella aprovecharía ese día para arreglar unos asuntos privados; Dudley simplemente había preguntado por la cena y había prometido contarle todo a su padre. Petunia imaginó que, en cuanto el chico colgara el auricular del teléfono, se pondría a cocinar: llamaría a la pizzería más cercana y se atiborraría de pizza de carne y de queso. Si Dudley había logrado perder ochocientos gramos de peso en tres meses, los recuperaría en un par de noches "cocinando". Pero ya era demasiado mayorcito para que Petunia tuviera que preocuparse por ello...
Petunia estaba tumbada en la cama, con la ventana de la habitación bien abierta y tapada con una sabana; se había quitado la ropa para que no se arrugara y había decido que al día siguiente iría a comprarse un vestido nuevo antes de acudir a su cita con Martin (si es que Martin iba, por supuesto). Quería sentirse guapa para tener mas confianza en sí misma y poder decir todo lo que llevaba horas rondando por su cabeza; esa noche, cuando comprendió que los lazos que la ataban con su vida en Privet Drive eran mas débiles que nunca, después de hablar con Dudley, estaba decidida a dejarlo todo, pero en esa ocasión estaba decidida de verdad. Si Martin aceptaba, ella dejaría de ser la esposa perfecta para convertirse en la divorciada sobre la que todos sus vecinos hablarían. Era una locura, Petunia lo sabía, un acto demasiado impulsivo y que debería plantearse mas a fondo, pero llevaba toda su vida planificando las cosas y nada le había salido bien, así que un cambio de actitud no vendría nada. Después de todo, estaba tan hundida que las cosas sólo podían ir a mejor.
Pensando de forma tan positiva, y con la cajita de Lilly en la mano, sintiendo cada vez con mas intensidad la fuerza que emanaba, Petunia se quedó dormida. Aquella noche durmió placidamente, soñó con paisajes que solían acudir a su cabeza cuando era una niña, y despertó con ánimos renovados. Salió muy temprano del hotel, recorrió con tranquilidad todas las tiendas del centro comercial y se compró un sencillo vestido azul de lino porque decidió que era el color que mejor contrastaba con sus ojos y el color de su cabello. Luego, tomó un autobús hacia su ciudad natal (su coche estaba en un taller a causa del accidente) y acudió al lugar en el que un día estuvo situado aquella sala de cine que tan buenos recuerdos le traía; ya no era un cine, ni el centro comercial que un día construyeron y tuvieron que hundir después de un pavoroso incendio. Ahora era un edificio de viviendas, apartamentos grandes y luminosos, según ponía en el anuncio para ponerlos en venta.
Petunia se quedó esperando frente al portero automático; un par de jóvenes salieron vociferando mientras ella estaba allí, cada minuto que pasaba un poco más nerviosa. Empezaba a tener la certeza de que Martin no iría y comprendió que esperar lo contrario era una muestra de su vanidad y su estupidez: después de todo el daño que le había causado a ese hombre, no podía reaparecer en su vida y creer que todo seguiría estando como siempre. De hecho, ya pasaban quince minutos desde la hora fijada y Petunia iba a marcharse; se pasearía un rato por el parque, se acercaría a su vieja casa y tomaría otro autobús de vuelta a Londres. Al día siguiente, recogería a Harry en la estación y volvería a Privet Drive y a su angustiosa rutina.
-Debo seguir siendo el mismo imbécil de veinte años por haber venido.
Petunia escuchó esa voz a su espalda y se giró para asegurarse de que había sido real; Martin estaba allí, apoyado en la esquina, con las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero y las mangas de su sudadera subidas hasta los codos. Era evidente que había estado observándola todo ese tiempo y, sin duda, decidiendo si debía dejarse ver o no; parecía relajado y Petunia se dio cuenta de que en sus ojos no había resentimiento alguno, aunque tampoco muestras de alegría por volver a verla.
Petunia se acercó a éll lentamente, meditando con detenimiento cada uno de sus pasos y examinando todos los gestos de Martin. Aquel día tampoco llevaba alianza y, al mirar mas detenidamente, sus dedos no tenían muestras de haberla llevado nunca. Martin había sacado las manos de los bolsillos y se había cruzado de brazos a la espera de que la mujer dijera algo; después de todo, la idea de volver a verse fue de ella.
-Yo... No sé por dónde empezar...- musió la mujer agachando la mirada.¿Estaba Martin sonriendo?¿Se reía de ella?- Han pasado muchos años...
-Veintitrés- dijo Martin acercándose a ella y cogiéndola cariñosamente por los codos- Creo que sé perfectamente lo que quieres decirme, pero como no sabes por dónde empezar, voy a hacerte una propuesta.
-¿Una propuesta?- dijo Petunia con la sensación de que todo estaba resultando demasiado fácil, preguntándose dónde estaba el truco.
-Hace veintitrés años me prometiste que vendrías conmigo a Dublín y, desde ese día, te estoy esperando- Petunia quiso decir algo pero Martin la interrumpió alzando una mano- Imaginemos que sólo han pasado unas horas desde ese momento, finjamos por unas horas que viniste a buscarme y, después, decide si quieres contarme todo lo que en este momento quieres decir.
Petunia se quedó callada unos segundos; Martin aún le sujetaba con suave firmeza los brazos y la miraba fijamente, esperando una respuesta que tardaba en llegar. Era evidente que éll necesitaba completar aquel círculo, que necesitaba saber qué hubiera ocurrido si ella no hubiera sido una cobarde oportunista y, realmente Petunia tenía la misma necesidad que él... Martin le proponía que fingieran que el tiempo se había detenido un día de hacía ya veintitrés años y Petunia decidió aceptar. Se asió a su cuello y le dio el beso que anhelaba darle desde que lo vio salir corriendo de la iglesia el día de su boda; Martin le devolvió el gesto sin rencores y, después, recuperaron veintitrés años perdidos en un solo día.
Oooooooooooo ooooooooooooooooooo ooooooooooooooooooo oooooooooooooooo ooooooooooooooooo
Aquella mañana, cuando Petunia abrió los ojos, no encontró el rostro orondo de Vernon babeando sobre la almohada, sino la cara de un Martin Lawrence sin afeitar que la contemplaba sonriendo de satisfacción después de pasar una inolvidable noche juntos. La luz entraba enérgicamente a través de los cristales de la habitación de hotel y hacía que la atmósfera de la estancia resultara un tanto surrealista. Petunia sonrió y recibió con cierta timidez el beso que Martin le regaló; aún estaba embargada por la felicidad del día anterior y no deseaba tener que levantarse nunca. Acababa de engañar a su marido, acababa de tirar por la borda toda una vida basada en sus ambiciones infantiles y se sentía tan satisfecha que era capaz de gritar a los cuatro vientos que ya no era Petunia Dursley y que no volvería a serlo nunca más.
El día que compartió con Martin la hizo volver a su adolescencia; se habían comportado como dos críos y lo habían disfrutado. No habían hablado de sus respectivas vidas y habían logrado olvidarse de los veintitrés años que estuvieron separados. Petunia sabía que cuando se levantara de esa cama llegarían las preguntas y, tal vez los reproches, y por eso se abrazó a Martin, impidiendo que él se levantara, sintiéndose mas protegida que nunca en toda su vida.
Cuando alzó la vista y vio la hora que era, se sobresaltó tanto que el mismo Martin se asustó; tenía exactamente veinte minutos para arreglarse e ir a King´s Cross a recoger a Harry y, por una vez, no quería llegar tarde para poder recibir a Harry con un mínimo de cortesía. Así pues, se levantó de un salto, se vistió todo lo deprisa que pudo y contagió sus nervios a un Martin que la seguía por toda la habitación colocándose su ropa como buenamente podía. Petunia logró explicarle la situación y Martin se ofreció a llevarla...
Fue el viaje más horrible que Petunia podía recordar. Al parecer, el destartalado coche rojo no era el único vehículo que Martin poseía, tal como comprobó el día anterior, así que el hombre condujo por toda la ciudad a una velocidad endiablada, saltándose semáforos, pasos de cebra y cedas el paso. Consiguieron llegar a la estación del tren vivos y con cinco minutos de tiempo, bajaron corriendo hasta el andén número diez y, cuando Petunia se paró en seco, Martin se topó con ella y tuvo que sujetarla por la cintura para no tirarla. En ese momento compartieron una arrebatadora mirada cargada de promesas y Petunia tuvo la sensación de que el tiempo se detenía; Martin se atrevió a darle un breve beso, que sin duda pasó desprevenido para todo el mundo, y luego Petunia se limitó a buscar el rostro de su sobrino entre la multitud que se abría paso a su alrededor.
Oooooooooooooooooooo ooooooooooooooooooooooo oooooooooooooooooooo oooooooooo
El cumpleaños de Harry sería al día siguiente y Petunia aún no le había dado al chico la cajita que Lilly le encomendó tanto tiempo atrás. La mujer había decidido actuar egoístamente y se estaba aprovechando de la fuerza que le daba para continuar viéndose con Martin; aquel estaba resultando ser el mejor verano de toda su vida y Petunia tenía miedo de volver a ser la mujer florero que era antes de tener entre sus manos un regalo que debía ser para Harry. El chico apenas salía de su habitación y Petunia pasaba gran parte del día fuera de casa, así que las oportunidades para cumplir con la misión que le confió su hermana eran muy escasas.
Aquella mañana, no obstante, cuando Vernon y Dudley salieron de casa, Petunia subió con decisión la escalera y golpeó la puerta del dormitorio de Harry con suavidad. Sin duda aquella visita pilló desprevenido a su sobrino, puesto que tardó unos segundos en abrirle; estaba ojeroso, como si llevara muchas noches sin dormir y preparaba el equipaje para marcharse de la casa. Petunia sabía que Harry se iría en cuanto cumpliera diecisiete años y por eso llegó dispuesta a comportarse de forma correcta con él por primera vez en su vida.
-¿Qué pasa?- preguntó Harry con voz fría cuando la vio parada ante sí; Petunia notaba su resentimiento y no podía culparle.
-Yo...- masculló Petunia apretando la cajita que guardaba en el bolsillo de su mandil con fuerza-¿Vas a alguna parte?- aquella pregunta también le pareció estúpida a ella, aunque Harry no hizo ningún comentario; sólo se encogió de hombros- Bueno... Era de esperar, supongo...- Petunia miró el techo y, finalmente, sacó su mano del bolsillo y le mostró a Harry el paquete que durante tanto tiempo había conservado- Tu madre me pidió que te entregara esto cuando llegara el momento adecuado... Fue unos meses antes de su muerte y, bueno, creo que después de que muriera ese... anciano, necesitaras toda la ayuda que Lilly pudiera proporcionarte.
Después de decir eso, Petunia no esperó ninguna respuesta. Se dio media vuelta en el pasillo, con un tremendo nudo en la garganta, y se encerró en su habitación, sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer. Si Harry, siendo tan joven, era capaz de buscar su destino lejos de Privet Drive, ella podría marcharse con Martin para encontrar un poco de felicidad.
Ooooooooooo oooooooooooooooo ooooooooooooooooooo ooooooooooooooo ooooooooooooooooUna llave... Harry había abierto con sorpresa la cajita que su tía le entregó aquella mañana y se había encontrado una llave. Al principio, pensó que se trataba de una broma, pero cuando vio el papelito blanco con un número garabateado, el chico supo que aquella llave sólo podía corresponder a una de las cámaras acorazadas de Gringotts; al día siguiente iría a ver qué era lo que su madre guardaba allí que parecía tan importante, pero en ese instante sólo podía pensar en que, por primera vez en su vida, tía Petunia lo había tratado como a un sobrino de verdad.
Harry quiso ir a darle las gracias, pero cuando entró a su dormitorio, después de haberla buscado por toda la casa, encontró el armario de su tía vacío y una carta sobre la mesa dirigida a Dudley. Harry, que había notado a su tía más nerviosa de lo habitual durante las semanas que pasó en Privet Drive, supo que aquella huida se debía al hombre que fue a buscarlo a la estación y sonrió Tal vez tía Petunia mereciera otra clase de vida después de todo...
Ooooooooooo oooooooooooooooo ooooooooooooooooooo ooooooooooooooo oooooooooooooooo
-De una vez de advierto que los aviones me dan un miedo atroz.
Martin giró la cabeza, con el ceño fruncido, y se encontró con el rostro sonriente de Petunia Dudley, para él Petunia Evans pese a todo. El hombre había esperado que su aventura terminara en cuanto regresara a Dublín, se había hecho a la idea de que las cosas no podían ser de otra manera y no se sentía herido por ello, así que cuando vio a la mujer de su vida en pie tras él, mostrándole divertida un billete de avión y una bolsa de mano, no pudo evitar dar un saltito de sorpresa. La noche anterior se habían despedido, conscientes de que aquel verano había sido el más especial en la vida de ambos, y Martin se iba con un buen sabor de boca, con las heridas del pasado totalmente cicatrizadas y con ánimos para mirar el futuro con optimismo, pero verla allí era mucho mas de lo que podía soportar, mucho más de lo que nunca había imaginado...
-Sólo espero que no me pidas que me quede- dijo Petunia acercándose a Martin con cierta timidez- porque a estas alturas Vernon debe estar poniendo el grito en el cielo tras descubrir que lo he abandonado para reunirme con mi novio de la adolescencia.
-¿Eso estas haciendo?- dijo Martin sonriendo alegremente, cogiendo la bolsa de Petunia y dejándola en el suelo.
-Sí, bueno, ya me he despedido de Dudley y me he reconciliado con Lilly, así que sí, he dejado a Vernon.
-¿Por qué?- preguntó Martin con inseguridad, poniendo los brazos en jarra.
-Porque me he dado cuenta de que él nunca ha querido hacer realidad mis sueños de juventud...- Petunia hizo una pausa y se abrazó al cuello del hombre de su vida- Y porque lo único que yo he querido toda mi vida ha sido estar contigo, Martin Lawrence.
Dicho esto, Petunia besó a Martin apasionadamente, sintiendo que el mundo se detenía a su alrededor y sabiendo que había tomado la decisión adecuada. Le había costado media vida, pero había sido la decisión adecuada.
Ooooooooooo oooooooooooooooo ooooooooooooooooooo ooooooooooooooo oooooooooooooooo
Harry
observó como la puerta de la cámara número 1221
se abría ante sus ojos. Estaba tan nervioso como el día
en que fue a Gringotts por primera vez junto a Hagrid, ansioso por
descubrir qué era lo que su madre le había dejado.
Y,
frente a sí, apareció una preciosa varita mágica,
la varita mágica más hermosa que Harry había
visto nunca. La primera varita de Lilly Evans- Potter.
Ooooooooooo oooooooooooooooo ooooooooooooooooooo ooooooooooooooo oooooooooooooooo
Petunia tenía la cabeza apoyada en el hombro de Martin y procuraba no mirar demasiadas veces a través del cristal de la ventanilla. Martin sonreía burlonamente, consciente del miedo que le inspiraba a la mujer volar en avión. Había sido paciente y, después de muchos años de espera, había ganado la batalla.
Petunia lo quería, él seguía enamorado de ella como en la adolescencia y ahora estarían juntos para siempre. Después de todo, se marchaban juntos a Dublín.
FIN
