4.-Los Mercados de Alizaar
Las pisadas del majestuoso corcel se abrían paso entre la maleza y trazaban el lineal recorrido sobre la nieve, que empezaba a diluirse con los primeros y cálidos rayos de la mañana. Chibiusa tiró las riendas hacia sí, haciendo que el animal parar en seco su continuo y acelerado paso. La chica se incorporó sobre el caballo hasta quedar de rodillas, y así tratar de divisar algo más allá de los gigantescos abetos que cegaban el camino y lo privaban de la luz hibernal.
-¿No lo oyes Pegaso?- Preguntó la chica muy convencida. El caballo pareció entenderla y avanzó un par de pasos de pasos con intención de escuchar lo mismo que su dueña.- Son voces. Humanas. Pero no puede ser, no puede ser… No puede ser…- Aquella frase se había convertido una letanía en los labios de la muchacha, y hablaba más para sí misma que para su amigo. No podía ser, todas aquellas horas sin dormir que había cabalgado sobre Pegaso le estaban pasando factura a base de juegos con su imaginación.
El caballo también parecía llevar despierto más horas de las que debiera, puesto que en sus oídos también retumbaban palabras pertenecientes a cualquier dialecto humano. Teniendo en cuenta la dirección del viento, ubicó las voces y se encamino hacia sin vacilar ni hacer caso a los estribos que Chibiusa estiraba y pegaba a su cuello.
No tardaron en llegar al claro que se abría, donde la interminable fila de abetos se terminaba en seco, y una enorme ciudad cubierta por la nieve se levantaba a los pies de los dos viajeros.
- No puede ser Pegaso. – Sentenció la chica del pelo rosa como si nunca antes hubiera dicho aquello- Esto no es real, ¿verdad?- El animal tan solo ladeo la cabeza de lado a lado, como dado a entender que él tampoco podía creerlo, pero que era cierto.
Centenares de transeúntes se aglomeraban en el estrecho camino que dos hileras de tenderetes dejaban entre sí. Todos paseaban completamente ajenos a la chica y su caballo, mirando al frente y regateando el precio del más ínfimo producto que encontraran a su paso y fuera medianamente útil.
- Tengo que comprobar que todo esto es cierto- Dijo la chica mientras bajaba del caballo sin demasiado estilo, debido al cansancio. El animal relinchó en señal de asentimiento.- Pero tu debes quedarte aquí Pegaso… - Esta vez dio una pequeña coz al aire, puesto que discrepaba algo más con esta última idea – Entiéndelo, no se lo que puede pasar por aquí, y es más seguro que me esperes por si tengo que salir corriendo… Además, en medio de toda esta gente, tan sólo estorbarías…No tardaré, te lo prometo.
Al final Pegaso se resignó a quedarse al pie del penúltimo árbol antes de que aquel amasijo de tela y gente se elevara del suelo con dificultad pero imponencia.
Había otra razón por la que Chibiusa no había dejado ir a Pegaso con ella, y es que la aristocracia del caballo se intuía en cada tramo de pelaje del animal. Si un unicornio era poco habitual el Tokio de Cristal, mucho más lo sería en un ambiente plagado de desconocidos y miseria.
Miseria. Había oído aquella palabra, sin embargo era completamente nueva para ella, ya que nunca había visto un ejemplo de tal. Y le dolía verla. Ya no por lo penoso del ambiente, sino porque saber que existía reafirmaba las mentiras de su madre y del mundo que parecía haber tejido exclusivamente para ella. La reina le había perjurado cientos de veces que después de la Última Batalla, aquella en que ella había tenido que tomar la decisión de congelar la tierra, sólo quedaron unos pocos. Y esos pocos eran todos los habitantes del Reino de Cristal. Los reyes, las Sailors, la corte, los siervos…Y aquello eran muchas menos personas de las que ahora veía desfilar ante sí con ropas raídas y aspecto demacrado. Por aquella razón aquella ciudad era tan increíble.
La pequeña dama fue avanzando entre el gentío mientras se ceñía la capa, el frío había comenzado a soplar y aquel excesivo contacto humano no le servía para que su piel dejara de erizarse.
- "Prueben señores y señoras, el auténtico elixir del amor! Rechacen imitaciones y otros métodos, si quiere conseguir al amor de su vida, este es el que realmente funciona!"
- "Pescado! Fresco y recién traído del Mar de Antípodas! Oferta especial por ser el día de Sant Euladio!"
- "Joyas! Artefactos mágicos! Acérquense, reliquias milagrosas!"
El griterío de los tenderos llegaba a confundirse con los murmullos de la gente que circulaba por la estrecha avenida. La joven se dejó encandilar por el último anuncio y observó la parada con curiosidad e interés.
La mesa donde todas aquellas alhajas maravillosas estaban dispuestas era bastante más pequeña que el resto, y estaba cubierta por unas telas negras que resaltaban las gemas o los colores metalizados en que la mayoría de las piezas estaban bañadas. Paseo su vista por todo el escaparate, desde los anillos amontonados que había a la izquierda, de todas las formas y tamaños, hasta el enorme espejo que, cubierto de pedrería brillante y probablemente muy cara, reposaba en el extremo derecho del escaparate.
- Hola preciosa – Chibiusa se sobresaltó y aparto la vista de su propio reflejo para dirigirla al dueño de todas aquellas joyas, que la miraba con unos ojos diminutos enterrados entre innumerables pliegues de piel seca y envejecida – ¿Te gusta? Cuando lo compré me aseguraron que había pertenecido a la princesa que vivía en la otra cara de la Luna. Neherenia, creo. Cuentan que, hace muchísimos años atrás, la princesa de la Luna la encerró en este espejo por culpa de su vanidad y egoísmo, abandonándola en la más profunda oscuridad… Sí, bonita, hay magia negra detrás de este cristal, una magia negra que te hace más bella a medida que te miras, día tras día… Pero a ti no te a falta, ya eres muy guapa. De todas maneras, la belleza excesiva nunca es buena. No hay nada peor que enamorarse de uno mismo, así que…- El comerciante se agacho con dificultad un instante y volvió a reaparecer, incorporándose con una agilidad propia para su edad, y sosteniendo un retal de tela color Burdeos entre sus manos – será mejor que lo tape antes de que otra niñita tan bonita como tú se mire y se vuelva tan loca como aquella princesa… ¿Como te llamas?
- ¿Yo? – Chibiusa lo preguntó algo sorprendida, y cuando el hombre asintió con una amplia sonrisa en su rostro, supo que debería inventar una nueva identidad si no quería que la encontraran – Eh… Perdone es que me ha pillado desprevenida, la historia del espejo me ha parecido muy…intrigante. Me llamo Violeta.- Era el primer nombre que se le había pasado por la cabeza, al ver el destellante color de un colgante que pendía de la pared del tenderete.
- ¿Violeta? ¡Precioso! Es el mejor nombre que te podrían haber puesto…Y dime, te gusta algo? – Preguntó señalando el escaparate.
- Todo! – Exclamó ella sonriendo – Es precioso. Pero sólo miraba, he venido a comprar otra cosa, y supongo que mi madre se enfadará si me lo gasto todo en joyas. Pero vendré otro día, se lo prometo – La chica sonrió para darle más credibilidad a su excusa.
- Oh, una chica obediente, ¿eh?...Así me gus…- El hombre iba a decir algo más, pero prefirió dejarlo al ver que Violeta centraba toda su atención en una tiara situada justo detrás del espejo maldito. La cogió y se la acercó, para que Chibiusa pusiera ver hasta el más mínimo detalle.- Hipnotiza, verdad? Dice la leyenda que esta tiara perteneció, nada más y nada menos que a una de las Sailors… Supongo que sabes quien son, aunque tu no debía ni haber nacido siquiera cuando todo acabó…
- Más…o menos – Respondió ella aún absorta con la tiara, y muy interesada en saber qué opinión tenía la gente de aquel lugar de la Sailors.
- Hará más de veinte años que el mal se cernió sobre la tierra. Fue horrible, el caos y la devastación acabaron con todo… Era el fin.- La mirada del hombre se tiñó de una tristeza que contribuyó mucho a que la imaginación de Chibiusa recreara el horror de la última guerra.- Yo me libré del reclutamiento por mi lesión- Fue entonces cuando Chibiusa reparó en aquel hombre se sostenía precariamente sobre un largo bastón de madera. Inclinó un poco la vista para ver que más allá de su rodilla derecha no había nada.- Pero miles de hombres y bastantes menos mujeres fueron enviados al frente para combatir contra el mal. Creo que ninguno de ellos sobrevivió al primer ataque.
- Terrible…- Susurró la chica mirando fijamente al anciano.
- Sí. Debe ser esa la palabra. Fue terrible. Pero de pronto aparecieron ellas. Zas… Nueve haces de luz, si mal no recuerdo, se enfrentaron durante semanas, sin descanso alguno al enemigo. Y un día de pronto, aquella niebla oscura se había disipado. Aquellos gemidos que te taladraban el cerebro se habían dejado de oír. Se había ido! – Exclamó con una expresión de sorpresa en el rostro que sobresaltó a la joven – No nos lo creíamos. El hielo empezaba a cubrir todo el suelo, lentamente, pero sin cesar – El anciano incorporó a su gesticulación una especie de mímica con las manos, como si algo avanzara con precaución- Días más tarde, todo era hielo, y empezó a nevar. Desde entonces no ha parado, pero no importa. Ellas acabaron con todo…
- ¿Y desde entonces siempre ha habido paz?...- Preguntó convencida de que la respuesta sería afirmativa.
- Sí… Hubo años de paz. Aunque últimamente se rumorea que en los pueblos del Sur ha habido unos ataques muy misteriosos… Supongo que ya lo has escuchado… - Chibiusa asintió aunque no fuera verdad, ya que si decía lo contrario aquel hombre que era ala primera vez que veía algo más allá del palacio de cristal. – Si ellas aún estuvieran aquí…
- ¿Qué quiere decir con eso de que si aún estuvieran…? – Preguntó muy sorprendida. Ellas aún estaban, aunque fuera en la otra punta del bosque.
- Fue una auténtica tragedia. Claro que cuesta de creer, bonita. Aquellas última batalla las dejó muy agotadas. Demasiado agotadas… Las perdimos.- El hombre tenía la vista nublada y perdida en unos tiempos demasiado remotos para ella, así que no notó la atónita expresión de la chica. – Si cruzases el bosque, a miles y miles de millas, verías un castillo de cristal que vio tiempos mejores. Lo construimos para honrarles…creo que todas yacen allí. Es un castillo muy modesto, y las erosiones del tiempo lo han convertido en unas ruinas medio devastadas. Antes todo el mundo lo visitaba al menos una vez al año, y dejaban flores. Pero se ha vuelto demasiado peligroso cruzar el bosque, y lo único que debe quedar allí con un poco de vida son las flores marchitas… ¿Estas bien? – Preguntó al ve la expresión de Chibiusa.
- S-sí – Logró articular al fin.- La tiara…
- Oh, sí! – Exclamó el anciano – La tiara…Un bruja me la dio años atrás, sin pedir ningún tipo de remuneración a cambio…Extraño, muy extraño, es una reliquia a la que no me he atrevido a poner precio. Supongo que es falsa. Ella me dijo que la había encontrado cerca de donde las Sailors vencieron al mal, pero que no la quería porque estaba convencida de que sólo le podía traer mala fortuna…
- Ya.
- …Fíjate en la calidad del rubí que tienen incrustado en el centro…
Chibiusa bajó la mirada y giró poco a poco la joya hasta que topo con la gema de la que hablaba el comerciante. Un rubí que no había perdido el brillo a pesar de las dos décadas que habían teñido el metal de la tiara de un cobrizo que recordaba su vejez y abandono. El rojo del brillante llenó a Chibiusa de más dudas e incoherencias. Marte. Ella era la dueña de esa tiara, y la única Sailor muerta de la que tenía constancia. Tenía la mirada completamente inmersa en el destello del rubí cuando percibió un pequeño movimiento que parecía sísmico. Un breve gemido del viejo la sacó de su aturdimiento y vio que toda la mesa vibraba.
- ¿Qué pasa? – Preguntaba aterrorizado - ¿Qué diablos pasa?
Una línea transversal dividió en dos el espejo que tanta expectación había causado. Luego se quebró en pequeños pedacitos que estallaron cuando un leve movimiento sacudió la mesa. La chica del pelo rosa se cubrió la cara con las manos, que fueron arañadas por tres o cuatro cristales que avanzaban con fuerza.
- ¡Mi espejo! ¡Mi espejo! – El anciano sólo balbuceaba lamentos contra todos los objetos que perdía.
Cuando Chibiusa percibió el enorme resplandor del rubí supo que todo aquello era culpa suya, que no podía negar su condición mágica y que tenía que huir antes de que la inculparan por aquel desastre.
- ¡La tiara! ¡La tiara! Se lleva mi tiara – Gritaba exasperado el viejo – Deténganla, es un ladrona!
Algunos de los transeúntes que rondaban por la zona hicieron caso de las advertencias del tendero cojo y corrieron tras Chibiusa, movidos por ese tipo de extraña solidaridad.
La chica, sin cesar de correr, se guardó la tiara en el bolsillo y se arremangó la falda a la altura de las rodillas para poder correr con más agilidad. No supo como diablos se las llegó a ingeniar para esquivar a todos los comerciantes que trataban de barrarle el paso, pero logró llegar bastante lejos hasta que un hombre que le duplicaba el tamaño la cogió por el gorro de su capa y su larga cabellera quedó al descubierto. Todos los que la perseguían pararon de súbito la carrera y el hombre que la tenía retenida la miró tan fijamente a los ojos que creía que de un momento a otro penetraría en sus pensamientos. Varias personas se alejaron gritando en dirección contraria. Y ella seguía sin entender nada.
Aprovecho aquella estupefacción general para continuar huyendo, mientras de fondo se escuchaban exclamaciones que la acusaban de bruja y fantasma.
- Pegaso…- Jadeó mientras paraba un momento para tomar aire – Pegaso…Vamos Pegaso, Vámonos muy rápido… Aquí todo es demasiado extraño… - Dijo entrecortadamente mientras se daba impulso para subir al lomo del animal.
El caballo pareció entenderla y emprendió el camino tras dar una pequeña coz de bienvenida.
Chibiusa se agarró con fuerza e incredulidad a las riendas, analizando todo lo que había vivido en aquella especie de mercado. Aquella historia del anciano sobre las Sailors le había trastornado por completo. Ahora no sólo debía lidiar con el hecho de que su vida había sido una bonita mentira, si no que también había crecido entre fantasmas, en un majestuoso palacio de cristal que se suponía que tan solo era runas esparcidas por un solar conmemorativo a ojos de los demás.
El incidente del espejo y la extraña reacción de todo el mundo al destaparse la cara. Era un sueño. O una pesadilla. Fuera como fuera, aquello no podía ser real. Pegaso paró en seco cuando llegaron a un claro de aquel bosque. Chibiusa le dio una pequeña palmada para que avanzara, pero lo único que el caballo hizo fue dar la vuelta y caminar en dirección hacia una figura encapuchada que hacía extrañas señas con las manos. Chibiusa empezó a temerse lo peor.
N/a: Bien, sé que he tardado siglos y siglos en actualizar…lo siento! A partir de ahora intentaré actualizar mucho más seguido, pero es que no ha sido mi culpa. Preguntad a los de telefónica porque me han dejado cuatro meses sin Internet… El próximo capitulo lo tengo bastante avanzado y no creo que tarde mucho en subirlo (aunque tengo demasiados fics pendientes…). Muchísimas gracias a todos los reviews, en especial a tsukinoai, ya que fue quien me recordó que tenía esta historia abandonada….
Besitos a todas!
Kitty.
