Bridgette era una chica de cabellos azabaches como las noches de París. Siempre esbozaba una sonrisa brillante y demostraba su existencia con sus saltos llamados erróneamente pasos y la alegría que destilaba a su alrededor, saludando y contagiando su humor.

Al final del día, solo terminaba cansada y sin poder evitar notar al único chico que, tenso, desviaba la mirada cuando pasaba. Aunque no le importaba lo suficiente para hacer algo al respecto, así que lo dejaba pasar.

Este particular muchacho era Félix Agreste, un compañero de clase de la inolvidable chica. Él sentía curiosidad por ella, pero se podría decir que los días soleados y brillantes no eran de su agrado, y al considerar a Bridgette algo similar, descartaba cualquier instinto que le dijera que se acercara a conocerla.

No. Él no quería hablarle. Ella no haría nada más que...

¿Pero la conocía para saber qué haría?

Félix nunca había sentido esta necesidad de interactuar con alguien. Porque se sentía cómodo entre las páginas de libros o con Ladybug.

Ella, con quien se suponía que debía tener un amor recíproco para deshacerse de la maldición de su anillo, era suficiente.