A Bridgette le encantaba la gente. Le encantaba ver cada una de las caras aparentemente buenas que se presentaban en su camino hacia el Lycée y saludarlas para que varias las saludaran de regreso. Algo que era suficiente para ella.

Cuando un chico de cabellos rubios como el sol pero semblante serio como las nubes grises se cruzó en su camino y extendió la mano hacia ella, Bridgette entró en pánico internamente al mismo tiempo que la estrechaba como él quería y oía su nombre.

—Brid... gette —respondió, sin que su sonrisa flaqueara y tratando de no tropezar al hablar.

—¿Querés ir a la cafetería de esa esquina? —Le preguntó sin rodeos, a lo que Bridgette asintió.

Ya lo había vislumbrado en el Lycée, en la cafetería que señalaba Félix había una considerable cantidad de personas, así que se encogió de hombros sin que el chico la viera.

Quizá no sería tan malo pasar el rato con él.