—¿Ladybug?

El gato negro extendió la mano hacia mariquita inalcanzable a la altura de su nariz, casi temeroso de tocarla y perturbarla.

Nunca se atrevía a insistirle a su compañera de batallas que pocas palabras le dirigía. Pocas hasta ahora.

—¿Qué pasa, Chat Noir?

La catarina dio la vuelta y las cintas en su pelo danzaron armoniosamente hacia su espalda al tiempo que las orejas del gato subían al igual que su sorpresa.

—¿Ve esta rosa, tan roja como mis sentimientos hacia su persona, que a diferencia de ellos se marchita?

Sacó su mano izquierda de su espalda y la extendió hacia la heroína de rojo mientras que dejó caer su derecha hacia su costado.

—Quiero que se quede con esta flor, ma lady, que la atesore como si fuera eterna y la cuide como si se pudiera. Quizá pronto mi anhelo a ser correspondido desaparezca con mi corazón como esa rosa se desvanece día a día. Solo quiero una respuesta y que me la diga ahora con esta rosa intacta en tus manos y mi corazón en la boca: ¿valgo la pena?

Penosa confesión, elaboradas palabras. Chat lo sabía y no le importaba: iría al infierno mismo si su lady se lo pidiera y no le asustaba en lo más mínimo.

—¿Por qué no solo, hasta que esta rosa muera bajo mis manos, me conoces y te conozco?

—Pero el disfraz, la clandestinidad... Ladybug...

—No tiene que ser impedimento mientras no nos llamemos por nuestros nombres, Chaton.

Ladybug inclinó las esquinas de sus labios hacia arriba y recibió la flor, oliéndola con un rubor en sus mejillas mientras empezaba a derramar frases en relación con los akumas ya combatidos.

Solo un comienzo.