Disclaimer: Bnha no me pertenece.

Advertencias: OoC, Himihito, algo que pretendo sea un poco más doméstico y un poco lleno de mis headcanons. Mi única intención es evangelizarlos (?).

Dios. Son diez mil palabras, acabo de notarlo. Igual, espero que les guste.


sweater weather


—Ah, me gustas. Me gustas mucho. Y quiero tocar tu cabello, ¿si puedo?

—No.

Había algo que siempre le causó curiosidad de Himiko. Parecía una niña extraña, pero él también lo parecía, así que no tenía problemas con ello. La cosa era que, a su vez, era bastante amigable y sociable, y desprendía un aura liviana y parecía que en vez de caminar, flotaba. Era bajita y llevaba el cabello algo desordenado, y decía las cosas como si no tuvieran peso alguno.

Y era verdaderamente cruel.

Él, por otra parte, no era nada sociable y ya nunca le importó hacer amigos desde que todos decían que su quirk calzaba mejor con el de un villano. Era un niño en realidad poco influenciable, pero todavía dolía en alguna parte, y dolió tanto que lo intentó aún con más fuerzas, y dolió demasiado que llegó hasta ella.

Verdaderamente cruel, pero tan considerada.

—Woh, tu poder es genial, no saben de qué hablan. Quiero que hagas algo. ¿Puedes hacerlo conmigo? Manipúlame.

Los ojos le brillaban y él creyó que era una broma. Pero era en serio, y mientras apuñalaba insectos y conejos, a él se los llevaba como si fueran un regalo. Y le calentaba el pecho con esas palabras.

—No.

—¿Y después?

—No.

—¿Y después de después?

Hitoshi suspiró.

—Tal vez.


Himiko tenía un poder. El de ser increíblemente molesta, dice el tipo con grapas y quiere hacer que se trague los insectos que ella va dejando por aquí y por allá. Mejor un conejo entero. Pero prefiere no herir los sentimientos de Himiko, tal vez, no lo sabe; en realidad no tiene idea de qué es lo que piensa la muchacha.

Igual tiene bastante tiempo.


Dabi no le cae bien. A Himiko sí, y la ve ignorar que el tipo actúe indiferentemente.

No parece ser algo que a ella le moleste, pero cada vez que Hitoshi ignora sus comentarios, se encuentra un gato en la habitación a la que va. Él ama a los gatos, pero nunca ve uno antes de encontrarse con ella ni la ve a ella cuando está con los animales. Se pregunta por qué los conejos mueren y los gatos no, pero lo agradece silenciosamente, esperando que no se le ocurra tocarle un pelo a los preciosos gatos que acaricia.

Siempre que se van, vuelve a ver a Himiko.

—¿Qué hacías? —pregunta.

—Esperar.

—¿Te gustan los gatos?

—Puede.

No sabe si miente, pero no cree que sea tan selectiva.

Vas a jurarme algo. Si no lo cumples, tendré que matarte —No es verdad. Nono, claro que no. Y se pregunta qué lo llevó a decir eso.

Himiko ríe y asiente.

Nunca le harás daño a un gato.

—Puedo con eso.

Después de eso la ignora.

Y un gato aparece otra vez.


Hay cosas para las que es demasiado perezoso. Otras veces lo es a propósito, y cuando se trata de Dabi, por llevar la contraria y por auténtico disgusto.

—Puedes quedarte aquí, pero vas a hacer mi cama —dice.

—Claro... que no enarca una ceja.

—Himiko, quítalo de mi vista.

—Ah, lo siento, Dabi. Me gusta, se queda —sonríe.

Aún así, no es ninguno el que tiene la última palabra. Para eso está Shigaraki, a quién Hitoshi ha visto realmente poco, pero no deja de parecerle que es menor incluso de lo que aparenta. Aunque debía haber una razón para que todos eventualmente hicieran lo que quisiera a penas chistando medio segundo. A él no le importa, pero la oferta era básicamente gratis, y ya no estaba seguro de absolutamente nada como para pensar en ello detenidamente.

Tomura los detiene antes que Dabi siga molestando y Himiko sacándolo de quicio.

—A-ah, alto ahí. Giran no ha traído mucha gente y los que ha traído han sido unos inútiles dice—. Te quedas con Dabi, así haces su cama y todos contentos.

El sarcasmo es claro en su voz, aunque no bromea con que se quede con Dabi.

—Ni lo pienses suelta Dabi.

Y él está totalmente de acuerdo.

Tomura masculla una maldición.

—Yo, yo, Shiggy Himiko alza la mano y da saltitos en su lugar. Él le da espacio para hablar—. Que se quede conmigo.

No parece contento, y la mira entrecerrando los ojos. Seguramente, porque en realidad solo ve uno.

Casi puede saber qué es lo que está pensando. Era la intención de Himiko en un principio.

Al final lo ve encogerse de hombros.

—Hagan lo que quieran.

—¡N-! Dabi se corta y gruñe— Niñato de mierda.

No vuelve a ver a ninguno de los dos por unas horas desde entonces. Y Himiko salta de allá para acá preguntándole de qué lado de la cama duerme o si suele pasar frío por las noches. Ella dice ser inmune al frío mientras duerme.

No es capaz de creerle.


Siente que la idea de dormir con una chica se la toma mejor de lo esperado. Pero Hitoshi aún así siente una incomodidad latente ante ello.

Himiko no es inmune al frío. Durante la madrugada se da vuelta buscando algo y, finalmente, se conforma con tomar las sábanas y ponerlas casi por encima de su cabeza.

Él se duerme en un sofá.

Y también es el tipo de persona que suele pasar algo de frío durante la noche.


Kurogiri es silencioso. También curioso.

En la mañana intenta ser discreto, preguntando sobre cómo acabó durmiendo en la habitación de Himiko. Hubiera pasado desapercibido su interés de no ser porque a Hitoshi no le gustan las preguntas capciosas, ni en general. Está demasiado consciente de ellas y lo incomodan.

Acaba su interrogatorio después de cinco minutos tan limpiamente como puede.

—Dormí en el sillón.

—Bien Y regresa a lo suyo.


Algunas mañanas no usa sus zapatillas durante el desayuno.

Cuando se da cuenta, Himiko que se suele levantar después, las luce. Le cuesta caminar a veces, y arrastra el borde del talón por el suelo sin quererlo. Son demasiado grandes para ella.

Y él es incapaz de quitárselas.

No porque no lo haya intentado.


A Himiko le gusta jugar con las cosas de los demás.

A veces toma una mano de Tomura y se sienta en el suelo, toma su cuchillo, y la apuñala una y otra vez.

Otras va a la habitación de Dabi mientras duerme, y roba su chaqueta. De repente está a su lado riendo y hablando como Dabi. Le parecería gracioso si el tipo no le desagradara tanto.

Si Giran se descuida y deja su bufanda por ahí, Himiko la toma y la lleva, haciendo movimientos al azar, dando zancadas y poniendo expresión seria. Él la persigue y cuando Himiko se deja atrapar, se la estampa en medio de la cara en un movimiento para nada al azar.

Mr. Compress le cede su mascara y su bastón. No haya nada mejor que simular practicar esgrima y pone la punta del objeto en las costillas de todos.

Kurogiri tiene un tazón propio. Nadie puede tocarlo, excepto Himiko.

Twice es el juguete en sí.

Y él... inevitablemente se une a eso.

Himiko toma su modificador de voz y va recitando frases de Hannibal Lecter, de otros asesinos ficticios y, a veces, la oye soltar una pretenciosa frase con la voz de Sherlock Holmes.

Cuando se da cuenta, Tomura desconecta y esconde la televisión.


A veces habla con Twice. Es confuso.

El tipo dice que parece un buen chico y luego repite que es una distracción, que debería largarse.

No sabe si atribuirlo a algo más que su quirk.


Hitoshi se encuentra con algo. Por más que lave su ropa y la doble pulcramente, siempre desaparecen uno o dos suéteres.

Si los busca, siempre los encuentra si en vez de hacerlo directamente, opta por centrarse en Himiko.

—Te he dicho que no saques mi ropa.

—Okay.

—¿Me escuchaste?

—Okay Antes de que vuelva a decir algo, ella sigue—. ¿Puedo quedarme uno para dormir?

No, ese suéter no volverá a sus brazos.

—Vale.

Tiene compasión, se dice. Aún la ve cubrirse hasta la cabeza cuando es incapaz de dormir.

Están en plena temporada. Las noches son mucho más heladas que antes.


Parece que Himiko fuera una versión más pequeña de él.

Dabi se burla, Kurogiri pregunta si quiere ropa porque siempre la veía con su uniforme y ahora ve que roba la suya. Twice se ofrece a ayudarla con ello y gruñe que se deshaga de ese suéter.

—Es caliente. Me gusta.

—¿Qué cosa? dicen Dabi, Twice y Kurogiri a la vez.

—El suéter.

—Eso está bien sonríe Twice, nervioso.

Hitoshi se limita a beber su té. Le alegra en parte que su suéter impida que se vuelva un cubito de hielo.


Cuando los días y las noches son gélidas, Himiko lleva su abrigo.

Cada vez que la ve así, Hitoshi piensa que se ve adorable.

Inmediatamente lo deshecha. Él no debería pensar algo así.


La falda de Himiko es tan corta...

Se da cuenta de ello muchas veces, no solo cuando hace frío y la ve temblando. Salta de allá para acá, se trepa sobre él mientras camina, o pasa demasiado cerca. Entonces Hitoshi la ve, la siente y la toca.

Es un adolescente, piensa rendido, aunque no le da derecho ni tampoco es una opción para él prestar atención a esas cosas.

No quiere hacer eso. Tampoco puede dejar de mirarla.

¿Te gusta esa falda?

Debe tener alguna otra cosa.

Sip.

Tampoco tiene derecho a querer que use otra cosa.

Vale.


Así que la ignora. Mucho más que en un principio.

Desgraciadamente, Tomura lo nota. Porque se fija más de lo que quiere aceptar, o porque tal vez Himiko molesta menos que de costumbre y cuando lo hace no es para reír, es para ser brutal. Ojalá fuera ninguna.

¿Por qué la ignoras?

Lo prefiero así.

Guarda silencio, calculador y astuto. Como una serpiente. Y lo atrapa.

¿Qué quieres con ella?

Es una pregunta curiosa. Tiene entendido que ella insistió en que fuera y se quedara.

Nada.

No parece un nada.

Tomura responde rápido, no le da un solo segundo para pensar en qué podría responderle y ver si tiene algo competente que decir ante ello. Aunque en realidad sus respuestas pocas veces son competentes, usa no, , tal vez, nada y no casi siempre para evitar pensar demasiado en ello. Después de todo, qué pereza.

Se encoge de hombros.

Nada —reafirma.


Descubre que a Himiko le gustan las granadas. La fruta roja y molesta de comer.

Dice que son deliciosas y que puede simular que son una granada de verdad —tampoco es que se le prohíba tenerlas, a menos que sea dentro—, que le gusta que sean rojas y que cuando las corta pareciera que su cuchillo está envuelto en sangre.

Después de un tiempo Hitoshi se acostumbró. Tampoco es que le escandalice que alguien hable de eso como si hablara de algo sabroso, le da exactamente igual, aunque le da un poco en su orgullo.

No importó qué, acabó rodeado de villanos y decepcionando y decepcionado por su sueño.

En fin. Aún tenía otras cosas, quería creer.


Un día sale de la guarida y encuentra una bicicleta en un callejón del costado. Está un poco oxidada en el fierro, pero sus neumáticos estaban relativamente bien. Aunque no tenía frenos.

Qué más daba.

Cuando regresó, se dio cuenta de que había comprado granadas con las monedas que encontró en su bolsillo. Ni siquiera recordaba que estaban ahí.

Aunque había estado ignorando a Himiko, y ella había estado algo enojada por ello. Pero a penas le ofreció la bolsa sus ojos brillaron.

Ten.

Himiko se abraza a él por unos segundos. Automáticamente echa lo que había estado construyendo a la basura.

Ella brilla y a él, sin pararse a pensarlo demasiado, le gusta.


Himiko en sí es como un pequeño animal salvaje.

Lo absorbe con sus ojos, tan tranquila, y de repente, ya no es capaz de encontrarse.

O puede que haya sido al revés.


Quiero ser como Hitoshi-kun.

Un día Himiko fue la razón por la que acabó ahí. Un día ella será la razón de que lo echen a patadas.

Ya tienes toda su ropa —dice Dabi con voz aburrida—. ¿Qué mierda más quieres?

No necesitas dirigirte a ella de esa manera —interviene Compress.

Nono —aclara antes de que sigan.

Hitoshi la siente voltearse y puede jurar que lo está mirando.

Hitoshi-kun —lo llama—. Quiero ser como Hitoshi-kun, saber cómo se siente ser él y envolverlo por completo.

Y se hace el silencio. Ninguno debería pensar de esa manera de lo que dice la muchacha, pero el odio por Hitoshi se intensifica en algunos y es imposible de evitar.


El recuerdo de Himiko diciendo eso lo persigue.

Y su sonrojo.

—Y ella también—.


¿Te gusta la carne?

—Sí.

A mí me gusta mucho.

Lo sé.

Himiko lo mira atentamente, demasiado calmada.

¿Podemos comer, Hitoshi-kun?

No hay forma de decirle que no. Pero no lo hacen.


¿Puedo ser como tú, Hitoshi-kun?

No.

La duda le ofende.

¿Puedo tener tu sangre?

¿No era lo mismo?, se pregunta.

No... —piensa un segundo— Pero puedes tener mi ropa cuando quieras.

Himiko lo mira seriamente, sentada en el sofá, demasiado cerca. Pero por más que él le haya pedido espacio alguna vez, nunca escuchó. No es que importe ya, al menos la incomodidad no es la misma.

¿Y a ti?

Ya me tienes.

Probablemente no estaban hablando de lo mismo.


Han sido varias veces que Himiko ha llegado con un uniforme ajeno, a causa de las misiones a las que Tomura la echa.

Siempre se queda la ropa.

¡Te ves espectacular, Toga-chan! —dice Twice, alzando los pulgares.

Deshazte de eso —aconseja Dabi, aunque más parece una orden.

El sombrero negro y la falda de cuero relucen bajo la luz tenue de la sala.

¡Hitoshi-kun!

Claro, ¿cómo no?

¿Cómo se ve?

Se lo piensa bastante. Podría guardar silencio, decir algo que los moleste o hacer como que aún no entiende a qué se debe todo eso. El que lo miren así y el que Himiko se la pase preguntándole cosas, pegada a él como si no tuviera nada más interesante que hacer.

Hace frío aún —Pero sigue siendo un adolescente estúpido.

Deberías dejártelo, Toga-chan.

No —se opone Tomura.

Y da una razón de peso para que no se lo deje, una vez más. Dabi está de acuerdo, Kurogiri, Compress e incluso Twice, con un desánimo cargado en su voz, cede.

¿Qué dices, Hitoshi-kun?

Y él comete el error de ser demasiado parcial.

Haz lo que quieras.

Tomura promete hacerlo sufrir con una simple mirada de reojo.


Himiko no cocina. No está realmente interesada en ello, pero no le desagrada.

Y un día le pregunta a Kurogiri. Pero él no sabe en absoluto hacer galletas. Ahí llega Twice, con su exactitud increíble y animando a Himiko a que haga cosas que nadie le pidió hacer.

Hitoshi se enfrenta a una cocina llena de harina y a la muchacha con glaseado en el rostro cuando simplemente va por un tazón.

Preferiría guardar silencio y dejarlos ser, pero Himiko nunca se lo permite.

¿Quieres probar?

Sonríe, llena de alegría y con las mejillas en rosa.

Claro.

Hitoshi no es fan de lo dulce. Pero por una vez, sencillamente acierta.

Cuando se acerca, toma su rostro y lo acerca al suyo, tanto Jin como la misma Himiko parecen hechos piedra. Y es comprensible.

Desliza la lengua por su piel brevemente, cerca de la comisura de sus labios aunque no demasiado.

Y la suelta.

Le falta chocolate.

Y sigue con lo suyo.

Ella ni siquiera le estaba ofreciendo el glaseado de chocolate. Menos el de su mejilla.


Himiko adora un tipo de cereal en específico. El que lleva el rostro de la heroína Mirko.

Siempre que se los acaba, recorta el envase con su cuchillo y cuelga el rostro de la albina con gracia en las puertas de Tomura y Dabi.

Ambos la maldicen.

Aunque él ha visto a ambos quedarse mirando el rostro en cartón mutilado de Rumi, antes de decir cualquier cosa.


Jin suele hacer preguntas curiosas, preguntas generales que nadie parece estar interesado en contestar pero que, de igual manera, contestan.

Si tuvieran que elegir a un héroe para convertir... ¿Quién sería? —dice esta vez, animado.

Los héroes son molestos, a grandes rasgos.

Mirko —responden Tomura y Dabi, a penas dudando.

Le parece curioso que sean los primeros en responder.

¿Mt. Lady?—dice Mr. Compress, inseguro.

Hitoshi se limita a encogerse de hombros.

Deku.

Ella tampoco duda. Hitoshi la mira de reojo, ladeando un poco su vaso y haciendo un pequeño remolino de su bebida al moverlo en círculos.

Bueno, esperemos que el tipo no acabe roto para mañana —comenta Dabi.

¿Ah? —musita Jin.

El sonambulismo es curioso —responde, críptico. Pero de igual forma parece entretenido mientras suelta esas frases aleatorias.

Hitoshi sabe que no está acudiendo al azar, está molestando. Sabe también que no es capaz de llegar a ese nivel. No es celoso en absoluto.

O cree.


A Hitoshi le parece que Himiko es más pequeña de lo que en realidad es. Sabe que es mayor, pero se pregunta si tendrá algún tipo de trastorno. La respuesta no llega. No investiga ni pregunta, pero sabe que hay algo fuera de lugar con ella, además del simple gusto por ser una villana.

Si la mira, parece una chica normal, comiendo cereal y calzándose sus zapatillas. Corriendo de allá para acá y picando a los demás.

Es de lo más normal para él, decide.

Y linda.


La penúltima semana del invierno suele ser mucho más helada. Y mientras mira el techo en medio de la oscuridad, la luz de las farolas le da una tenue vista de Himiko en la cama. Tiembla y solloza suavemente, agarrada a la ropa.

Su límite es cuando la escucha estornudar.

No debería haber nada de raro en eso. Está intentando ayudarla, no es como que se vaya a hacer una costumbre ni esté dispuesto a que así sea. Tiene puesto uno de sus chalecos, pero no debería sorprenderle que esté congelada si a penas lleva pantaletas cuando duerme.

Hitoshi se pone de pie y se acerca. Llevando la ropa de cama que él usa en el sofá, y traslada la almohada consigo.

Hey.

No responde. Así que se limita a estirar sus mantas sobre el cubrecama una tras otra, aunque tampoco es que tuviera demasiadas.

Cuando acaba, se inclina sobre la cama para alcanzar su hombro cubierto.

Hey —repite, mientras la sacude levemente.

¿Hitoshi...? —murmura.

Me quedaré contigo esta vez. Estás temblando —responde—. ¿Te importa?

La ve sacudir la cabeza a duras penas, pero es suficiente para él.

Hitoshi no duerme en toda la noche, esta vez porque Himiko se pega a él inmediatamente teniendo la oportunidad.


Descubre que dormir con alguien más (ella) es extraño.

Pero no del todo desagradable.


Un día decide ir a comprar un cepillo de dientes.

Himiko lo atrapa en el acto e insiste en acompañarlo. Así que no le es posible conseguir demasiado, y la deja ser. Hay una pequeña tienda veinticuatro horas a unas tres cuadras de la ratonera de la Liga de Villanos.

Y el dueño está agradecido por ser una fuente rápida de recursos para ellos, porque tiene la libertad de llamar a alguno y pedir ayuda ante robos, obteniéndola fácilmente.

Himiko le platica sobre que encontró un murciélago en el callejón, la vez pasada cuando Tomura le ordenó sacar la bolsa de basura, y que vio a un gato caminando por la ventana la tarde anterior. Él la escucha atentamente a pesar de mirar con cuidado los precios de los cepillos de dientes.

—Mira este —dice ella de repente.

Hitoshi ve un cepillo al que se le envuelve una pequeña cola en la parte posterior. Es negro y tiene detalles en rosa.

Gracias.

Se lo lleva. Sin importar el precio, no tiene la voluntad para resistirse a comprar algo relacionado con gatos.

Se sorprende cuando ya en la caja, y con un par de paquetes de ramen instantáneo, ve a Himiko dejar otro cepillo exactamente igual en lila con blanco.

No dice nada al respecto, pero el detalle lo perturba al punto de quedarse mirando a Himiko fijamente. Ella habla animadamente con el dependiente, que le sonríe y le encarga enviar saludos a los demás.

¿Es todo? —pregunta cuando se centra en él.

—dice sin titubear.

¿Podemos llevar una bolsa de caramelos ácidos?

—No me gustan las cosas ácidas.

Frituras, entonces.

Hitoshi parpadea unos momentos antes de indicar ambas bolsas.

—Una de cada una, por favor.

Por supuesto —responde el hombre, encantado.


¡Shiggy, Shiggy!

Tomura se voltea a mirarla. Ella alza el cepillo como si fuera una reliquia sagrada.

¡Tengo cepillo nuevo!

Un cepillo para el cabello deberías conseguirte —interrumpe Dabi.

No puedes conservar unos dientes así de fabulosos con un cepillo para el cabello, Dabi.

Hitoshi está de acuerdo con esa lógica. Tiene que cuidar sus dientes.


¿Tienen el mismo cepillo?

Atsuhiro es el primero en notarlo.

¿No...? —susurra Hitoshi.

—Pero...

—El mío es negro —dice como si fuera suficiente diferencia.

Recibe una sonrisa de parte de él, luego lo ve alejarse sacudiendo la cabeza, como si no tuviera remedio alguno.

Y tiene razón. No lo tiene. No va a confesar que fue una decisión tomada con sus cinco sentidos.

Aún.


Una mañana Himiko se despierta antes que él.

Cuando se da cuenta, al despertar, ella está arrodillada al borde de la cama mientras tiende un gato frente a él. Antes hubiera entrado en pánico, pero ella prometió no meterse con los gatos.

Antes de que diga algo, ella empieza.

Es el gato del que te hablé —dice, bajándolo un poco para que apoye sus patas en su brazo. Hitoshi lo mira fijamente, encantado aunque adormilado—. Se llama Shimiko.

—Meow.

¿Realmente se llama Shimiko? —pregunta, desconfiado.

Himiko se encoge de hombros.

No sé si tenga dueño.

—¿Juntaste nuestros nombres? —vuelve a preguntar. Hitoshi cree que la coincidencia no puede ser tanta.

Una vez más, la ve encogerse de hombros.

Sí.

—Vale.

—¿Quieres té?

Hitoshi asiente.


—¿Shimiko? ¿Siquiera sabes si es hembra?

Dabi siempre es un poco brusco cuando pregunta. No lo hace con intención, simplemente es un antipático y desagradable.

¿Hembra?

—Suena como el nombre de una chica.

—Es una mente bastante simple la tuya —le responde Atsuhiro a Dabi, con gracia.

Hitoshi se limita a beber el té que Himiko se ofreció a preparar para él.

No vamos a tener un gato dentro.

Esta vez Kurogiri es el que, extrañamente, se opone a la idea. Incluso Tomura espera su respuesta cuando todos lo miran, sabiendo que nunca se niega a un capricho de Himiko.

Pero es lindo —aporta Jin— ¡Y se parece a Himiko! ¡Mira esto!

Toma al gato de entre las manos de Himiko y lo pone junto a su rostro.

Meow —maulla.

—¡Meow! —dice Himiko justo después.

Hitoshi siente que el té se le va por un lugar equivocado. Dabi ríe cuando lo ve y Atsuhiro sonríe.

Kurogiri parece un poco incómodo con el asunto, pero acaba por ceder.

No me llevo muy bien con los gatos...


Y claro que no.

Los días siguientes, Hitoshi ve a Shimiko ir tras Kurogiri cada vez que se le cruza por delante. Aparentemente, parece que lo buscara.


¿Cuál es el problema con Mirko?

La curiosidad es más.

O el no problema, más bien.

Ni Tomura ni Dabi responden, pero Hitoshi consigue implantar la semilla de la duda, o la de la valentía, probablemente. El resto de la tarde, Jin y Himiko insisten en saber. Incluso Atsuhiro se une, burlesco, sigiloso y a la yugular.


Finalmente, Kurogiri se decide a conseguirle más ropa a Himiko, a pesar de que ella insistiera en que tenía.

—La ropa de Hitoshi no es tuya. Y debes deshacerte de esos uniformes antes de que Tomura recuerde que los tienes y te eche a patadas.

Hitoshi sabe que habla con verdad.

—Puede tener mi ropa.

—Puedo tener su ropa.

Pero sin dudas, Hitoshi no va a negar que prefiere que Himiko use su ropa antes que otra cosa.


Está bien.

Himiko huele dulce y un poco ácido, como una granada.

Hitoshi no es fan de la granada ni de los sabores ácidos, pero es algo totalmente distinto. Se parece a la granada, pero no lo es, se dice. Es como cuando cocinó y estaba rodeada del aroma de la masa cocida y el azúcar, solo que ella no lo hace tan seguido como debería para que eso tenga sentido, según él. Eso más un leve aroma a limón.

La cosa es que le gusta el aroma de Himiko, y ya está.


Estás interesado en Himiko, ¿acaso no planeas decírselo?

Lo que Tomura ya pensó diez veces de ida y de vuelta sin obtener respuesta clara, y lo que Dabi sospechó desde el primer momento, Atsuhiro lo calló y preparó para con el tiempo lanzárselo a la cara.

¿Debería?

No es una pregunta.

No lo ve necesario.

Y tampoco lo niega.

Siempre debes decirle a una chica lo que sientes —contesta con obviedad, posando la palma de su mano en su vaso—. No es de aguafiestas ni por llamar a la tragedia, pero es una labor peligrosa esta que llevamos. Hemos perdido a muchos que consideramos de los nuestros, y hemos perdido otras cosas a causa de eso —Inclina un poco la cabeza, haciendo referencia a su brazo—. Es una decisión poco sabia guardarse algo así. Incluso si es algo pasajero, la juventud se marchita, Hitoshi. En años, o en cuestión de segundos.

Atsuhiro era un hombre hablador, quizás demasiado, cuando comenzaba a jugar sus fichas. Y Hitoshi y su atracción no eran gran cosa para personas como ellos, como las de la Liga de Villanos, pero su intervención indicaba que significaba algo para él.

Ella lo sabe.

—¿Estás seguro? —pregunta— A ella no le importa siempre y cuando no la ignores.

Pero...

—¿No duermen juntos?

—Las noches son heladas y ella tiembla. Sería desconsiderado dejarla así —excusa.

¿Estás intentando decir que no es necesario que se lo digas o... ? —Atsuhiro sacude la cabeza de repente— Ah, ya entiendo, estás en negación aún por algún motivo.

¿Qué? —pregunta, descolocado por esa conclusión.

Eres un chico extraño, Hitoshi. Pero me agradas. Y repito que deberías decirle, tengas algún problema interior o esas cosas, ya sabes. Los misterios del ser humano. La moral y el deber, los deseos ajenos... Al final no importan demasiado, pero quién soy yo para cuestionar tus trabas si ni tú las conoces...

Atsuhiro se pone de pie y se va, después de beber de un trago su bebida.

Hitoshi se queda mirando el vaso desde el momento en que lo estrella contra la superficie. La voz altanera y burlona de Atsuhiro resonando y ridiculizándolo sin pretenderlo en un bucle molesto.


Hay un espejo resquebrajado en el baño del segundo piso. Hitoshi puede ver que su rostro se divide cada vez que va a lavarse el rostro y los dientes, y cada una de esas veces, siente un vacío tomarle el estómago y apretarlo con crudeza.

Se siente sospechosamente bien reflejado en él.

Incluso si es una de las cosas más tontas que haya pensado, es también una de las que más duelen.


Su padre no era un héroe realmente reconocido, en realidad no era del tipo que rondaba por las calles y golpeaba tipos malos. Su padre era bastante similar a él.

Recuerda que sufría de insomnio, el cabello se le hacía imposible de peinar y tomaba café como si se tratara de agua. Su padre era más inteligencia que fuerza, más silencio que un estruendo presuntuoso. Era un héroe calificado y entrenado para engañar por el bien de los demás. Supone que su padre estaba igual y más atormentado de lo que él lo estaba en ese preciso instante.

Igual que Hitoshi siente que no pudo haber tenido un mejor padre; se siente perseguido por el dilema de no querer ser como él y el de estar faltando a los principios por los que luchó y, eventualmente, murió.

Quería ser un héroe diferente a él. Y sin embargo, había acabado en la ratonera de la Liga, sintiéndose atraído por una asesina, pensando en que estaba pasando frío y en que quería mantenerla tan protegida como pudiera, mientras ella se emocionaba cuando Tomura le decía que la enviaría a una misión. Pensando en que quería que usara sus suéteres y en que deseaba que tuvieran el mismo tipo de cepillo.

Y su madre...

Su madre iba a matarlo. Por todo aquello, por dejarla, y luego por no querer dejar ese lugar.


Hay cosas que Hitoshi no quiere dejar ir.

A Himiko, que parece que danzara y burlara cada resquicio de razón propio y ajeno.

A Shimiko, que maúlla junto a ella y se restriega en su pierna cuando busca sus caricias. Que siempre lo mira como si se tragara su alma con sus ojos pardos, aunque nunca es necesario para que haga lo que desea.

Tal vez, Atsuhiro se le hace interesante y agradable. Y el entusiasmo de Jin no es tan hostigante.

Pero también extraña a su madre, que siempre fue amable y comprensiva con él. Es un niño aún, después de todo. Es lo que todos son cuando piensan en su madre, a pesar de tener la edad de Dabi o la del profesor Aizawa.

Y ella no se merece eso.


El profesor Aizawa, descubrió Hitoshi en su momento, era el ejemplo perfecto de lo que él buscaba ser como héroe. Que su quirk no lo hiciera menos capaz de luchar, ni menos respetable o temible, que todos vieran que alguien con un quirk como el suyo podía convertirse en un héroe. Que podía ser alguien que luchara por el bien, a pesar de que todo en él se sintiera moralmente incorrecto.

Su quirk, su nombre, lo que debía hacer para que sus habilidades funcionaran. Incluso si era en contra de los villanos, en un principio, ¿qué pasaba si debía engañar a alguien que confiaba en él a favor de su deber?

Nada, era la respuesta. Porque no luchaban contra el mal, sino que contra villanos. No luchaban contra razones, lo hacían contra acciones. No era gris para ellos, solo blanco y negro. Eso está bien, y está mal, piensa recordando a Himiko.

Eso no era lo que el creció creyendo que era un héroe. Pero tampoco tenía la verdad absoluta, ni nunca la tendría.

Y que el profesor Aizawa, su padre y su madre lo perdonaran, pero él llegaba hasta ahí.


¿Tu madre es una mujer bonita?

Lo es.

Hitoshi va a visitarla, con Himiko yendo junto a él, que se queda por el sector cuando finalmente decide armarse de valor y entrar a su propia casa.

Himiko lo ve entrar a la casa y pasan un par de eternas horas. O pueden haber sido minutos. A ella no le importa, solo sabe que se aburre, aunque intentara entretenerse imaginando cómo sería su madre, o si cocinaría delicioso, o si valdría la pena realmente siquiera tener en cuenta su existencia.

Da un salto del suelo, determinada a buscar alguna ventana que la deje ver.

En menos de un minuto y se instala fuera de la que da al salón.

Himiko puede ver de inmediato el rostro afligido de Hitoshi, y a su madre aparentemente hirviendo en incomprensión y enfado. Le recuerda a una leona enjaulada cuando Hitoshi se esfuerza por mantenerla frente a él, tomándola por los hombros o las manos.

Supone que intenta explicarle alguna cosa, pero no escucha nada realmente. El muro, la ventana y la distancia, provocan que solo se distingan los tonos de sus voces en un completo sinsentido. Frunce los labios, aburrida, aunque sinceramente algo preocupada por el terror que siente en el lenguaje corporal de Hitoshi.

Su madre es muy parecida a él, su cabello largo y ondulado, que es un poco más claro, tomado en una cola de caballo desaliñada. No cree que siempre esté así, se ve descuidado, como el de alguien con más ansiedad que cualquier otra cosa. A Himiko la toma por sorpresa cuando la ve acercarse a él, Hitoshi le responde y luego la ve reír. La mujer se aleja un poco, y luego vuelve a mirarlo. En cuestión de segundos, Himiko salta en su lugar mientras siente el corazón latiendo en su cabeza cuando la madre de Hitoshi le da una cachetada.

A pesar de ello y de tomarse un momento por la sorpresa, parecía decidido a seguir hablando con ella. Pero lo detiene, poniendo una mano en su pecho e inmediatamente después indicando la puerta. Su madre acaba de hablar y se va, dejándolo solo en la sala.

Ésa mujer era la madre de Hitoshi, aparentemente tan rota y preocupada como enfadada. Cosas por las que Himiko no podía culparla, a pesar de sentir algo familiar anidándose en su pecho que la quema de solo pensar en la mejilla roja de Hitoshi.


Himiko.

Ella lo espera unos metros más allá, sentada en un borde y jugando con su cuchillo, alternando la punta en el espacio entre sus dedos en bucle. Hitoshi se desliza a su lado antes de que se ponga de pie.

—Himiko —repite, recibiendo un sonido como respuesta—, ¿puedo dormir contigo?

—Ya lo haces.

—¿Puedo hacerlo siempre, sin excusarme con el frío?

La ve sonreír.

¿Era acaso una excusa?

La respuesta era no —del todo, al menos.

Me gusta dormir contigo —dice de repente—. Me gustas, Hitoshi-kun. Me gustas mucho.

Lo sé —responde.

Y deja caer su cabeza sobre la de ella.


Shimiko solía dormir sobre la cabeza de Himiko durante el invierno.

Ella se tapaba hasta la coronilla, y él gustaba de terminar de cubrirla. Pero entonces se volvió imposible, con la primavera encima y el calor sofocándolos.

Meow —maúlla cuando Hitoshi lo toma para apartarlo.

Hitoshi se sienta en la cama y lo deja a los pies de Himiko.

—Lo siento, amigo. No eres tú, es el clima.

—¿Meow?

—Sí, esperemos que mañana la temperatura esté más baja.

—Meow.

—Eso es, quédate ahí —asiente, cansado—. Buenas noches.

Y se repite varias veces durante la noche. Demasiadas.


—Nunca es buena idea tener animales. Todo se hace complicado —comenta Dabi—. Ya era suficiente con los seis que quedaban.

—¿Seis? —pregunta Jin.

Atsuhiro asiente.

—Nosotros somos los animales, Jin —aclara.

—¡Hey, eso no está bien!

Dabi le da una sonrisa torcida y desganada.

Buenos días.

La mirada de Hitoshi se topa con la fría de Spinner. El hombre de inmediato lo examina con extrañeza.

¿Este es el maldito gato que no nos dejaba dormir anoche? ¿A quién se le ocurrió meterlo?

—Himiko.

Hitoshi tenía entendido que Spinner había estado ausente durante un buen tiempo, pero no estaba enterado de por qué, ni le interesaba. Había oído varias veces sobre él, pero nunca lo vio hasta ese momento. Y pensó que nadie podía caerle peor que Dabi...

Esa niña tonta —gruñe—. No hay suficiente comida, con un demonio.

No eres el que va de compras, Spinner —dice Kurogiri amenazadoramente—. Más vale que limites tus comentarios.

¡Pero Dabi-!

—No me importa un carajo.

Spinner suelta un jadeo molesto y en ese momento Himiko llega al salón.

—¡Spinny!

—¡D-deja de llamarme así, mocosa! —exclama, increíblemente rojo.

Spinner, no volveremos a mencionarlo —Spinner voltea hacia Kurogiri, sin entender de quién más habla.


Spinner nunca fue bueno para mantener sus comentarios agresivos dentro.

—¡Kurogiri, demonios, no tenías que raptarme en mi propia cama! —dice dos días después, llegando muy enfadado durante la tarde— ¡¿Cómo me hiciste subir la maldita torre?!

El pobre tipo odiaba los lugares demasiado altos.

Kurogiri lo miró sin perturbarse en absoluto, mientras Dabi, Atsuhiro y Jin reían, esparcidos entre la barra y los sillones.

—¿Escalaste la torre de Tokyo, Spinner? —preguntó Atsuhiro con curiosidad.

—¡No es divertido, saben que odio las alturas!

—Quizás fue un simple caso de sonambulismo.

—Nunca he sido un puto sonámbulo, Dabi... —gruñó— ¡Quién fue el que me drogó!

Los tres siguieron riendo, mientras Kurogiri lo miraba atentamente.

Te dije que debías ser menos agresivo con Himiko.

—¡Pero no le importa un carajo!

—A nosotros sí. Fin de la discusión.

Ante la mención de más personas, Spinner se volteó para mirar a sus compañeros, y justo después, a Hitoshi.

—¿Cuál es tu quirk? —Lo apuntó con el dedo.

—¿Quieres subir la Skytree esta vez?

El rostro de Spinner se contrajo en molestia, y dispuesto a hacerlo pagar comenzó a acercarse a él.

—¡Tú pequeño bastardo-!

Antes de que dijera nada más, Kurogiri se deshizo de él, haciéndolo caer por un portal en el suelo de madera.

—En fin... —dijo él en un suspiro, mientras se encaminaba al pasillo, fuera de la sala.


—Hitoshi-kun.

—Hm.

—Me gustas.

En medio de su vano intento por dormir, con los ojos cerrados, Hitoshi frunció un poco el ceño. Aunque la conocía bastante ya, esperaba, le costaba creer que se refiriera a lo mismo que Atsuhiro había intentado insinuar. Himiko siempre pedía lo que quería, o lo declaraba abiertamente. Decirle me gustas, no era lo que él consideraría declarar algo abiertamente, con cada punto y cada coma. Al menos no si venía de ella.

Entonces la sintió acercarse un poco más a él, en un silencio que lo mantuvo ansioso.

Y cuando se detuvo, era capaz de sentir la tibieza de su cuerpo a pesar de no tocarla.

—Hitoshi-kun.

—Lo sé, te gusto.

—Tengo hambre.

Tampoco era una respuesta nueva.

—¿Podemos hacerlo, Hitoshi-kun?

Claro.

Vuelve a cerrar los ojos, acomodando mejor su cabeza en la almohada. Pasan unos segundos hasta que siente los dedos de Himiko en su brazo. Tampoco es raro, a veces Himiko pasa las manos por sus brazos o por sus manos, por su cuello, por su pecho, sin decir absolutamente nada. Como si simplemente estuviera recordando cada detalle de la sensación de sus pieles en contacto. Cuando pone la mano en su mejilla y se siente demasiado consciente de su cercanía, sin embargo, Hitoshi se obliga a mirarla, por más que quiera mantener los ojos cerrados.

Cuando los abre, ella está tan cerca de él que lo sorprende un poco. Pero no se mueve, y ella, sin más que una breve mirada, termina de acercarse, estirándose para alcanzar sus labios. Él cierra los ojos, mientras siente que le quema los labios y sus extremidades se entumecen por el escalofrío que lo recorre. Y el contacto se le hace demasiado corto.

Himiko regresa al que era su lugar antes de cerrar la distancia entre ellos.

Hitoshi la mira intensamente por un momento, antes de volver a acomodarse y deslizar una de sus manos hasta su cintura.

Hitoshi-kun.

—¿Si?

—¿Puedo?

—Puedes hacer lo que quieras.

—¿Y tenerte?

Hitoshi la aprieta contra su cuerpo. Ella es tan pequeña y delgada, y sabe que deseaba tanto tenerla pegada a él de esa forma.

—Ya me tienes.

Ella se acerca de nuevo, pero esta vez él decide acabar de inclinarse.


Creí que no te gustaban los gatos.

Himiko hace una mueca.

Supongo que no mucho, pero están bien.

—¿Eso es todo?

—Y creí que te gustaría.

Ambos guardan silencio por un buen rato. Hasta que Hitoshi decide que aún no lo entiende del todo.

—¿Por qué?

—Quizás te recordaría a tu casa.

Definitivamente no conseguía recordársela. Pero agradece poder tener finalmente un gato al cual llamar suyo. De ambos, aunque Himiko no se lleve demasiado bien con ellos.

—Hm.

Hitoshi suelta un suspiro y voltea para abrazarla por los hombros.

¿La extrañas?

Se toma su tiempo después de caer en cuenta de qué era lo que estaba preguntando.

Sí, la extraño —responde—. Pero muchas veces los gatos dejan a sus madres, y cuando se ven, solo pueden luchar.

—Pero no eres un gato; no quieres luchar.

Sonrió.

Sí, es verdad.


No hay ninguna etiqueta, ninguno parece preguntarse sobre en qué punto están de esa relación y nada parece nuevo, excepto que finalmente resolvió a qué sabían los labios de Himiko. A pasta de dientes de fresa, por supuesto, considerando que había ido a lavarlos hace poco.

Recuerda que alguna vez discutieron el tema de la pasta de dientes de fresa, solo porque Dabi se quejó de ella.

—Deberías considerar comprar una para gente normal.

—A Himiko le molesta la menta —responde Atsuhiro en lugar de Kurogiri, que simplemente miró a Dabi en silencio.

Me importa un carajo lo que le moleste —masculla—. ¿Podrías comprar una normal y otra para niños, no?

—No compro de niños para ella. Las de niños son más costosas que las normales —responde Kurogiri.

Dabi frunce las cejas.

—¿Solo porque tienen la maldita imagen de All Might y un sabor del demonio? —exclama.

Pero si pagarías por la que lleva el rostro de Mirko, ¿no? —Atsuhiro ríe, bebiéndose su licor de un tirón.

Por una vez, Dabi no dice nada porque no tiene qué replicar. Aún así, rueda los ojos y sacude la cabeza.


Aunque diga lo que diga, Himiko está notoriamente más enérgica que de costumbre.

—¡Vamos a montar en bicicleta! Te gusta, ¿no?

Hitoshi asiente.

—Pero no hay ninguna bicicleta.

—¿Qué hay de la que encontraste?

Él la mira de inmediato.

—Es inservible.

—Pero tú-.

Inservible es inservible.

No hay forma de que permita que se suba con él cuando carece de frenos.

—¡Vamos a comer algo! —intenta con otra cosa.

Normalmente no le importaría, pero con las cosas que ha comprado, lo que tenía de dinero se redujo considerablemente. Probablemente le alcanzaría a penas para una bolsa de frituras, y no era lo que él consideraba ir a comer algo.

—Lo siento, no podemos.

—¿Por?

—¿Tienes dinero?

Ella guarda silencio.

—Eso pensé.

Cuando Himiko se va, saltando un poco mientras camina, Hitoshi ve de pronto la mano de Kurogiri extendida hacia él. Está contra el mesón, y cuando lo mira, él sacude la cabeza, indicándole que lo reciba.

Hitoshi enarca una ceja, pero pone la mano encima. Kurogiri la desliza cuando sus manos se tocan levemente y Hitoshi termina de bajarla.

Espera-.

Cuando se da cuenta intenta protestar, pero Kurogiri se hace el sordo y se va, dejándolo completamente solo en la sala. Aprieta los labios, tomando el dinero y poniéndolo frente a su rostro. Cinco billetes enormes se mueven burlonamente frente a él.

No es posible, no debería usarlos.

El ruido de un carraspeo lo hace saltar, e inconscientemente oculta el dinero entre sus manos. Pero solo es Kurogiri, otra vez.

—Más vale que lo uses. Y por favor consigue que se compre alguna maldita cosa, no puede usar tu ropa toda la vida.

Y se va.

Hitoshi traga la saliva que no tenía idea que estaba conteniendo.

Toda la vida suena peligroso y preocupante.

Como cuando se teme no cumplir una meta.


Hitoshi no está seguro de cómo abordar el tema. Sobre todo porque van varios días en los que Himiko se levanta sospechosamente temprano en la mañana y no la ve hasta medio día.

Mentiría si no dijera que extrañaba despertar con su tibio cuerpo junto al suyo o verla llegar al salón con sus zapatillas mientras estas hacían un ligero ruido ante el vacío entre su tobillo y el borde trasero del calzado. A pesar de que solo habían pasado tres días hasta que le pareció suficientemente raro.

—¿La enviaste a algún lugar?

Después de preguntar a todos, solo le quedaba Tomura.

No —respondió—. Pero me alegra que haya decidido dejarnos tomar aire.

Hitoshi lo mira por unos segundos y después regresa a la habitación, pensando en que si no puede encontrarla al menos buscará a Shimiko. En cuanto la vea descubrirá por qué el cambio tan repentino de rutina.


Sin embargo, cuando llega, no tiene tiempo de preguntar.

—¡Hitoshi-kun, Hitoshi-kun!

Jugando con Shimiko sobre el cobertor de la cama, Hitoshi la oye desde el pasillo.

—¡Meaw!

Hitoshi le rasca el pecho a Shimiko, que estira su cabeza hacia atrás, mientras espera a que Himiko llegue hasta la puerta de la habitación.

¡Hitoshi-kun!

Y aparece.

¡Vamos a comer! —Se acerca saltando y luego aterriza sobre su regazo, tomándolo por sorpresa. Hitoshi se tensa al ver su rostro despreocupado, mientras intenta concentrarse en atender a Shimiko, que le pone el trabajo difícil cuando se pone de pie sobre su estómago para acercarse a ella.

Carraspea levemente, dejando caer su mano.

Quedamos en que no teníamos dinero —dice, a pesar de que ahora no es cierto. Hitoshi siente curiosidad de por qué insiste esta vez y de por qué su sonrisa es tan enorme.

—Oh, sí. ¡La cosa es que ya tenemos!

—¿Por qué?

—Ayudé al señor de la tienda a cambio de dinero —sonríe.

Hitoshi entrecierra los ojos.

... ¿Trabajaste en su tienda?

¡Sí! Y dijo que iba a darme más y que podía trabajar cuando quisiera, ¡considerando que gracias a nosotros ya no le roban!

Hitoshi se queda mirándola, procesando sus palabras y su expresión.

Himiko acaba de llegar de trabajar para conseguir dinero para salir con él. Y le calienta el pecho y, aunque lo aprecie, ya solo quiere abrazarla y no soltarla jamás. Sabiendo que eso sería ir en contra de su deseo de salir, Hitoshi toma impulso y se levanta, ella le pone las manos en los hombros por inercia y él desliza las suyas hasta su cintura y su cuello.

Y la besa. Una y otra vez.

Lento, breve, largo y tendido, cada vez con más entusiasmo y-.

¿A dónde quieres ir? —pregunta, descansando los brazos encima de sus muslos, enganchando sus manos con pereza en la parte trasera de su chaleco.

—Parque de atracciones —dice.

Antes de que pueda decir algo, asiente, reafirmando su decisión.

—Hay algodón de azúcar, y cerca de la casita del terror hay bebidas. ¡Son de granada! Algunas. Y, y, ¿Hitoshi-kun, no eres miedoso, o sí?

Sería una increíble incoherencia tenerle miedo a una casa del terror y no a Himiko, por mucho que le guste, no es realmente un idiota para no verlo.

¿Y los vampiros, les tienes miedo?

Podría fingir que sí, si eres tú —Enarca una ceja, con una sonrisa amenazando con salir.

Y sus mejillas se ponen rojas por la satisfacción.


Himiko es linda. Se ve pequeña y adorable tras su bufanda en invierno, aunque sea peligrosa y posiblemente cualquiera piense que es difícil de manejar. Hitoshi jamás le tuvo miedo, simplemente asumía que su quirk tenía algo que ver y que, dentro de lo que se supone decía el mundo, estaba bien. No le importaba que fuera parte de los villanos, y adoraba que usara su ropa al menos cuatro tallas más grandes.

A veces se la imagina sobre él, como esa tarde, raspando sus uñas contra su piel, dejando un rastro caliente y estremecedor en él.

A veces quiere poner su mano en su boca y pedirle que sobreponga sus dientes en su piel. Quiere apreciarlos y tener oportunidad de hacerlo cada vez que le de la gana. Los dientes —y colmillos— de Himiko son hermosos. Blancos, puntiagudos, bonitos y con un potencial factor mortal.

Desea que en vez de tomar solo su mano, tome su brazo y su cuerpo entero.

No se pregunta si algo en eso está mal, o si debería ser menos así.

Hitoshi solo sabe que la quiere.

Un poco y un poco más.


Hitoshi camina junto a ella mientras la escucha contarle sobre lo que tuvo que hacer en la tienda. Acomodar la comida y limpiar el piso, cosas así, bastante simples en realidad.

Por una vez, Himiko llevaba algo más que su traje escolar o los chalecos que le robaba durante días. No recordaba haber visto eso antes, ni la falda negra ni la blusa con volantes en las mangas. No entendía por qué, si se veía realmente linda.

¿Solo pretendes ir al parque de atracciones? —pregunta cuando ella guarda silencio después de un rato. Sus brazos se rozaban un poco.

—¿Quieres ir a algún otro lugar, Hitoshi-kun?

Hitoshi lo piensa un segundo. No estaba muy seguro de decírselo como era.

—Uhm, Kurogiri me pidió que te llevara a comprar ropa.

Himiko frunce el ceño.

—No me importa, mientras compres lo que sea y lo tranquilices.

—¿Puedo ver en una tienda de disfraces?

—Claro.

De pronto ella sonríe.

¿Y ropa interior?

Hitoshi se queda pasmado un segundo.

No... —se detiene, y después de un momento finalmente sonríe levemente— Por supuesto.

Repentinamente, Himiko lo rodea por la espalda, provocando que se detenga y la mire sin comprender.

—¿Qué haces?

—Me gusta ir del lado de los coches —ríe.

Hitoshi había aguantado varias cosas sobre ella, y aceptado, pero no iba a aceptar que se fuera del lado del tráfico, por mucho que le gustara. Los accidentes automovilísticos eran más comunes de lo que se pensaría, y las personas que salían heridas en caso de que se descarrilaran hacia una vereda, también.

Hitoshi toma su mano y tira levemente de ella, devolviéndola a su lugar. Soltó esa mano y tomó la otra, y las mantuvo unidas mientras la miraba.

—No me gusta esa idea.

—Pero es aburrido ir por aquí.

—Te aseguro que no será nada aburrido intentar mantenerte viva si algo te pasa por encima.

Himiko ladeó la cabeza.

No podrías venir al parque ni jugar.

—¿No podría jugar contigo?

Hitoshi se tensó e inconscientemente apretó la mano de ella entre la suya.

No, no podrías.

—¡Está bien! —Mira aburrida hacia los escaparates de las tiendas de su lado.


Hitoshi siente el brazo de Himiko envolverse en el suyo. Llevaba un vaso de bebida de granada en la otra mano, que tenía una tapa de un monstruo marino. Hitoshi estaba seguro de que lo había visto antes. Parecía un calamar gigante.

¿Qué es eso? —pregunta mientras sube una mano para apartar la cortina de la entrada de la casita del terror.

El ruido del parque era bastante ensordecedor, pero tras pasar el arco, todo se volvió oscuro a excepción de luces tenues que guiaban el camino. Junto con ello, el ruido disminuía considerablemente.

Himiko lo mira mientras sorbe de su bebida.

Cthulhu.

Ya entendía por qué le parecía familiar. Además de que Himiko solía ver programas bastante recreativos sobre asesinos, monstruos y cosas por el estilo; su padre solía leer en su tiempo libre cuando además no era capaz de dormir.

Recuerda haberse despertado más de una vez y fijarse en la luz de la lámpara encendida de la sala. Hitoshi iba junto a su peluche de gato y le preguntaba si podía quedarse con él hasta poder dormir.

Él le leía cada vez porque Hitoshi se lo pedía.

—¿No preferías el vampiro?

—Los vampiros están bien. Pero Cthulhu está mejor.

Hitoshi está por decir algo cuando escucha un ruido repentino entre el silencio del interior, como el de una puerta que se cerraba con fuerza y un chirrido.

Suspira.

Considerando que el puesto de bebidas estaba directamente relacionado con la atracción, esperaba al menos que apareciera Cthulhu a jurar acabar con ellos.

Si no, iba a pedir de regreso el dinero.


¡Hitoshi-kun!

A la mañana siguiente está buscando algo de beber en la nevera cuando siente a Himiko desde atrás. Hitoshi la mira de reojo cuando desliza sus manos por su cuello y, como si fuera ensayado, Himiko salta y él la sostiene de la cintura.

Es como tener un koala agarrado. Y Hitoshi sigue haciendo cosas mientras ella se apoya en su hombro.

Hitoshi le tiende la lata de bebida que sacó, y ella usa una mano para abrirla.

Gracias.

—Hitoshi-kun —murmura, regresando a su hombro.

¿Hm?

Ella sacude la cabeza.

A veces Himiko simplemente dice su nombre. No tiene nada que decir, nada que preguntar. Solo dice su nombre como si fuera lo único que necesita hacer.

Hitoshi sale de la cocina, dispuesto a ir a la sala y sentarse en uno de los sillones. No hay nadie a esa hora. Tomura probablemente está en su habitación, Spinner durmiendo, Dabi mirando el último rostro de Mirko que Himiko pegó en su puerta, ahora pegado en su pared; y Atsuhiro con Kurogiri, ayudándolo con las compras.

Shimiko, por otra parte, había escogido quedarse en el borde de la ventana, recibiendo el sol de la tarde.

Hitoshi se deja caer en el sofá y Himiko se reacomoda en su regazo. De pronto, mientras da otro sorbo, Hitoshi la ve sonreír.

¡Ah! —dice— El otro día vi a Deku.

Hm.

Me lo encontré en la calle, aunque cuando me vio parecía algo tenso —rie—. Parecía que quería lanzarse encima.

Apostaba que eso era lo que quería Midoriya, piensa con ironía. Prefiere guardar silencio en vez de arriesgarse a quitarle la sonrisa de la cara.

Le pregunté si quería enviarte saludos. ¿Lucharon en el festival, no?

No quiere preguntar cómo sabe eso exactamente, está más concentrado en el hecho de que ella acaba de confesar delatar su posición. Sin embargo, nadie iría por él, en caso de que pensaran que estaba contra su voluntad. Se había asegurado de eso.

Himiko se remueve, poniendo las manos en su cuello.

Ah, sí. Definitivamente no estaba en contra de su voluntad.

Hitoshi desliza la mano libre hasta su espalda y la hace caer sobre él. Cuando está a punto de besarla, la puerta principal suena, avisando la llegada de Atsuhiro y Kurogiri. Ninguno se mueve, en cualquier caso. Solo voltean a mirarlos cuando Atsuhiro les habla.

¡Ah, la juventud! Nunca pierden el tiempo. Me alegra ser testigo de la vida —exclama.

Kurogiri cierra la puerta en completo silencio, solo carraspea levemente cuando se dirige a la cocina.

No eres tan viejo, Atsuhiro... —Escucha que dice finalmente.

¿Nunca pierden el tiempo... huh? —murmura Hitoshi, volviendo a mirarla.

Himiko simplemente sonríe y acaba de acercarse para besarlo.


Hitoshi siente los dientes de Himiko clavarse en su cuello, en su mandíbula, en su clavícula y en su mano.

Y se deshace.


¿Qué tienes ahí, muchacho?

Hitoshi se voltea a ver cuando, desde casi el otro lado de la habitación, Spinner le habla con desagrado. Su actitud había cambiado, sin embargo, a comparación de las primeras veces que lo vio. Agradece que el escarmiento funcionara.

Dabi también lo mira, curioso, desde el costado. Y Tomura, al lado de Spinner, se queda en un sepulcral silencio.

¿De qué estás hablando? —Desliza su mano hacia su nuca.

Tengo malditas ventajas siendo un mutante. Y sé perfectamente que estoy viendo algo en tu cuello.

Pero bueno —interviene Atsuhiro con aparente desinterés—, ¿a quién le importa? ¡Ah, ya sé! ¿Quizás es sonámbulo y se golpeó por ahí?

Dabi entrecierra los ojos hacia su dirección cuando siente su mano golpear su hombro, en una clara burla a cómo le gustaba llamar a las víctimas del quirk de Hitoshi. No alcanzó a apartar la mano de su hombro, porque Atsuhiro la quitó antes.

¿Por qué de repente lo cubres? De todas formas, ¿por qué sigue aquí si no sabemos sobre su lealtad hacia Stain? ¡Podría tener la prueba de que no es de confiar en su propio cuello!

A nadie le importa —gruñó Tomura ante la mención del nombre—. Dejen al mocoso en paz. Gracias a la falda de Himiko ni siquiera pensaría en traicionarnos.

Pues ya que lo dice... piensa Hitoshi con fastidio porque hablaran de él como si no estuviera presente; tiene toda la maldita razón.

Ah —exclama Spinner, sonriendo.

No sean así. ¡Es un buen chico! —Jin levanta sus pulgares y se acerca para rodear a Hitoshi brevemente por los hombros, obstaculizando la vista de Spinner sin pretenderlo.

Jin mira hacia abajo un momento y se detiene.

¡Ah! —indica, aparentemente sorprendido.

Hitoshi se lleva la mano al rostro, haciendo todo lo posible por no gruñir como un perro ante el repentino interés de todos por su cuello. Precisamente porque sabía a qué era lo que la maldita iguana se refería.

Jin —murmura, esperando que entienda la mirada de reojo que le dedica. Cierra la boca.

Spinner se acerca y aparta a Jin. Hitoshi frunce el ceño al sentir que tiran de su sudadera sin cuidado alguno.

¡Oye! —Lo aparta, regresando la capucha a su lugar.

Solo lo escucha bufar.

Pues sí. No es un tatuaje de traición o algo, solo los malditos colmillos de la mocosa —dice decepcionado.

Nadie dice nada, y Hitoshi no recuerda haber estado tan avergonzado en su vida, considerando lo difícil que era conseguir algo así.


Siente que algo dentro de él cambió, y sabe específicamente qué es. Piensa distinto, y es extraño que no le incomode en lo absoluto.

Ellos hacen daño, tienen un objetivo destructivo y no tienen remordimientos. Llevan lo peor de la sociedad dentro.

Pero aún son humanos, piensa, y él también.


Hitoshi recuerda a Kurogiri diciendo que no se lleva bien con los gatos.

Sin embargo, mientras cree que nadie lo mira, lo ve mirar a Shimiko fijamente mientras duerme en el sofá. Casi parece nostálgico, triste y anhelante.

No sabe qué puede hacer, pero cree que no interrumpirlo es una de sus mejores opciones.


Cuando le preguntan cómo puede aguantar a Himiko, Hitoshi se siente realmente ofendido.

Es divertida.

Tanto como un cachorro —murmura Dabi, y lo hace sonar como lo peor del mundo—. O como un maldito pájaro en la mañana.

Guarda silencio.

¿Mirko es divertida?

Dabi frunce el ceño.

Pequeña mierda.


Himiko.

La mira desde su almohada, como si estuviera intentando descifrar algo.

Ella le devuelve la mirada, tan brillante.

Hitoshi-kun —responde.

Himiko —repite.

Hitoshi-kun —sonríe.

Tengo hambre.

Himiko hace un ruido con la garganta, pensativa.

¿Quieres galletas de madrugada?

No esa hambre.

Himiko abre la boca.

Oh.


Hitoshi le pide a Himiko en el oído que le entierre las uñas en la espalda.

El respaldo de la cama hace un pequeño ruido de vez en cuando.

Y ella no solo hace lo que le pide, también lo muerde y le recorre el cuello.

Agradece sinceramente haber conocido a Himiko.


Hey.

Nada más puso un pie en el salón, Dabi lo llama y le indica que se acerque.

Atsuhiro me pidió que te diera esto antes de irse a una misión —explica, y le tiende una bolsa negra.

Hitoshi la recibe, suponiendo que es algo que Atsuhiro decidió necesitaba.

Abre la bolsa y parpadea un par de segundos.

Dabi parece desinteresado, y se pone de pie para dejar el salón.

Hitoshi no puede evitar que un sonrojo se instale en sus mejillas


Hm, Atsuhiro...

El hombre se voltea. Regresó durante la mañana, y cuando Hitoshi despertó fue el primero al que vio.

¿Si?

Sobre lo que me dejaste antes de irte...

Hitoshi lo deja en el aire, así que Atsuhiro aprovecha eso.

No te dejé nada.

Pero Dabi me-.

—Dabi —repitió, como si eso fuera respuesta suficiente.

Hitoshi guardó silencio, comprendiendo su punto.

¿Qué era, de todas formas? —preguntó.

Nada importante.


Hitoshi lo deja así, esperando inutilmente que Dabi se digne a decir la verdad.

Que él fue el que le dio los preservativos, no Atsuhiro.

Por supuesto no hace nada, ni siquiera le dirige la mirada, apoyando su mentira.

A Hitoshi tampoco le interesa ahondar en el asunto, sobre todo si está metido Dabi.


Descubrió que podía evitar que el respaldo rechinara.

Ahora ambos duermen con una sola almohada.

Nadie va ahí además de ellos, pero por si acaso, cada mañana se encarga de quitarla.


Himiko es adictiva.

Piensa en eso mientras ella intenta bajar de su regazo para recostarse, pero él evita que se aleje y la abraza contra su cuerpo.

Con naturalidad, Himiko extiende su brazo por su abdomen, abrazándolo de vuelta.

¿Te gusto?

No lo piensa, solo va y lo suelta, mientras mira el techo.

Himiko se acomoda.

Me gustas.

Él guarda silencio.

Hitoshi-kun.

Himiko.

Ella lo mira desde su lugar, apoyando la barbilla cerca de su pecho, y él le devuelve la mirada cuando se da cuenta.

¿Puedes jamás irte?

Puedo hacer eso —dice.

Himiko sonríe.

Eso es diferente. Que le pregunte eso lo hace sentir más especial que el escuchar que le gusta.


Hey.

Hm.

¿Quieres comer?

Himiko no se tarda ni un segundo, ni siquiera se detiene a responder, y lo besa. Y jamás lo suelta.


Himiko.

Hitoshi-kun.

—¿Sigue en pie la oferta de galletas de madrugada?

Himiko ríe. Hitoshi no puede evitar sonreír cuando ella se calza sus zapatillas y se pone su sudadera por encima de la camiseta. Y la sigue.

Siempre la sigue.