Segunda parte, espero que os guste.
MI BELLO… ¿SIRENA?
-2ª parte-
Desde ese lugar en lo alto del acantilado, deja que su afilada vista se pierda en el horizonte. Sus cejas se fruncen en añoranza y su mirada se empaña con la humedad de las lágrimas que amenazan por caer de sus ojos negros como la noche. Le hecha de menos, lo encuentra tanto a faltar. Se limpia la primera de las lágrimas, sabe que está prohibido expresar lo que siente al no tenerle allí con él, pero es que es su hermano, su querido hermano mayor.
Las leyes del clan son tajantes e inquebrantables. Esta prohibido contactarle, buscarle o incluso hablar sobre él. De hecho si su hermano se atreviera a volver por esa zona todos tendrían que ir a darle caza al verlo u olerlo. Su hermano está desterrado. Su hermano no existe para el clan. La pena de muerte pende sobre su cabeza si se atreviera a volver.
Pero Izuna le hecha tanto de menos, ante los demás se hace el fuerte y finge que odia lo que Madara hizo, una parte de él siente cierta rabia por atreverse a abandonarle de esa forma, por marcharse con ese sin mirar atrás.
–Quédate aquí, Izuna. Tu lugar esta con los nuestros.– Le dijo sin atreverse a mirarle. Luego se fue…
Pero aunque le cabrea que su mayor se fuera y le dejara allí, sabe que al escoger ese camino no tuvo más remedio que el exilio. Era marcharse o que le mataran por su elección. Y esa parte de él que sabe eso, que sabe que su hermano le ama y no quería dejarle, le ha perdonado y es esa parte que hecha tanto de menos a Madara. Su fuerte, valiente y poderoso hermano. Un hermano que con él era dulce y amoroso, tan cariñoso. Madara le cuidó de pequeño cuando sus padres murieron. Primero su padre en un ataque que salió mal y luego su madre, poco después de que él naciera. Su hermano fue una madre, un padre, un hermano mayor y su confidente. Dormían juntos en el mismo nido, una costumbre que adquirió de bien pequeño y que nunca se le fue, por mucho que su hermano hiciera ver que le molestaba que continuaran compartiendo espacio… Pero bien que le abrazaba contra su cuerpo cada noche y le daba un beso en la frente, como siempre había hecho. Madara fue quien le enseñó todo lo que sabe ahora, le entrenó y le ayudó a convertirse en el gran guerrero que es ahora; fiero, temible, formidable. Su hermano le alimentaba cazándole y dándole las mejores porciones, también enseñándole a cazar a él cuando tuvo la capacidad de seguirle el ritmo. Es su mayor y para él siempre será su amado y respetado hermano. Y ahora no está a su lado, lleva meses sin verle, sin hablar con él, sin dormir con él, sin poder entrenar con él… Y se siente solo, por mucho que los otros miembros del clan estén cerca suyo. Tampoco ayuda que le insten a buscar pareja dentro del mismo clan…
–Es necesario, Izuna– Le dicen los más ancianos.
Y lo entiende, son pocos los que quedan y pocos que sean tan capaces, fuertes y que tengan tan buena genética como la suya… Sólo él y su hermano tenían esa línea de sangre tan fuerte, tan pura. Y desterraron a su mayor que era tan gran guerrero y sólo quedaba él, el menor y le presionaban para que escogiera y se uniera a alguien. Pero es que sin su hermano para aconsejarle, para poder resolverle sus dudas… Se siente tan angustiado. ¿Por qué tuvieron que desterrar a Madara? Si que incumplió las leyes del clan, pero el corazón es ingobernable y el de su hermano escogió ese camino. ¿Amar con sinceridad era malo?
Una señal de avistamiento de un navío le sacó de sus pensamientos. Se incorporó de un salto y se agazapó, su potente vista viendo en la lejanía un barco y como sus congéneres empezaban su actuación. Saltó de lo alto del risco y abrió sus grandes alas para amortiguar el descenso, se escondió detrás de una formación rocosa por donde sabía que el barco pasaría, la corriente así lo guiaría y luego sólo tendrían que esperar a atacar. El barco embarrancaría con los escollos y si tenían suerte se abriría un buen boquete. Se darían un festín con los marinos y se apropiarían de sus riquezas.
Desde su posición observó como el barco era atraído por las mareas y como sus marineros no hacían nada demasiado atraídos por las voces de sus congéneres. Observó a esos estúpidos humanos que iban de cabeza a la trampa que les habían preparado, con sus miradas perdidas y sus rostros anodinos, aunque uno de ellos parecía diferente, un hombre alto de porte regio con una blanca cabellera rebelde y una rasgada mirada rojiza, todo él gritaba peligro y sensualidad.
Sacudió su cabeza despejando su mente y apartó la mirada, no podía cometer el mismo error de su hermano. Por eso mismo Madara fue desterrado, se enamoró de un humano y en vez de matarlo y devorarlo, lo ayudó a escapar… O sería más correcto decir que escaparon juntos. Esperaba que Madara estuviera a salvo y fuera feliz con esa vida que escogió.
Una de los suyos, soltó un agudo grito de ataque… Achicó los ojos y bufó en molestia… Aun no era momento, el navío tenía que penetrar más en la trampa de la escollera, porque así cuando los marineros salieran del trance sería demasiado tarde para evitarles y evitar embarrancar.
…..
Tobirama parpadeó confuso, ese grito no era normal… Y esas voces tampoco. De pronto lo vio… El barco encallaría y quedarían atrapados, encima iban muy cargados. Notó la zozobra y el sonido de las primeras filosas piedras arañando el casco.
–Mierda.
Se giró a sus hombres que parecían aun en éxtasis, y sacudió al más cercano, le soltó un puñetazo al ver que con la sacudida no funcionaba.
–¿Capitán Senju? ¿Que… ¡Oh, dioses!– Se levantó de un saltó y fue al timón para intentar cambiar el rumbo–¡La marea nos arrastra, mi señor!
Por fin había conseguido sacar a más de sus hombres de ese hechizo.
–Arriar las velas… El viento sopla en la misma dirección de las mareas y nos lleva hacia las rocas.
–¡Si, mi capitán!
– ¡A los remos! Tenemos que luchar contra la marea y salir de este tapón.
–¡CAPITÁN SENJU, MIRE!
Observó lo que señalaba uno de sus hombres, del acantilado grandes aves se lanzaban… No, no eran aves. Eran esas terribles criaturas que les dijeron, las sirenas. Mitad ave, mitad humano. Habían caído en su trampa. Sus gritos de guerra eran agudos, como el chillido de una gran rapaz.
–¡Rápido! A los remos y los que no reméis, empuñad arcos y lanzas… No nos dejaremos vencer por ellas, ni dejaremos que nos devoren, ni se hagan con nuestras ganancias.
…
Izuna se había preparado para luchar, al ver que, efectivamente uno de los suyos se había avanzado en el llamamiento de ataque y los humanos habían salido de su trance.
Pero se detuvo espada en mano al escuchar ese nombre: Senju. Le sonaba de algo, lo había oído antes… Y abriendo los ojos lo recordó… El humano con el que se fue Madara también era Senju. ¿Y si eran conocidos o de la misma familia? ¿Y si era su oportunidad para saber de su mayor? ¿O podría verlo si seguía a ese alto albino? ¿Y si todo era simple coincidencia? ¿Cuántos humanos habría con ese nombre o apellido o lo que fuera?
Observó la rápida reacción de los humanos y como empezaban a sacar el barco de la trampa, eran buenos marineros y ese alto albino un buen capitán. Eran rápidos y fuertes, ya habían sacado a su navío de la escollera y empezaban a remar con mayor fuerza, ahora que no estaban bajo el influjo de la poderosa corriente marítima, para alejarse de la zona.
–Izad velas, ya tenemos viento a favor.– Tobirama tensó el brazo y lanzó una lanza con gran fuerza, dándole a una de esas criaturas y clavándosela bien en el pecho. Con un graznido agónico la sirena cayó al mar.– Seguid remando con todas vuestras fuerzas. ¡Bogar!
–¡CUIDADO CAPITÁN!– Gritó uno de sus hombres advirtiéndole.
Se giró para ver venir en picado a una de esas bestias de plumaje pardo, con las grandes garras de sus pies por delante, sacó su espada pues es lo único que tenía a mano en esos momentos. Sabía que con su espada tenía las de perder en esa situación, pero lucharía aunque tuviera todo en contra.
Un gruñido se escuchó y miró que venía otro de esos seres, una con las plumas negras como noche sin luna y tan brillantes que tornasolaban en tono azulino… Ahora si que moriría. Aunque, si analizaba, esa otra criatura de plumas azabaches venía en un ángulo que no indicaba que fuera a por él… Y así fue, la bestia negra se lanzó a por la otra sirena y tuvieron una acrobática pelea aérea antes de que el segundo se impusiera y desaparecieran tras una formación rocosa.
No entendía porque esa bestia le había ayudado… O quizás eran tan irracionales que en vez de unirse, se peleaban por las presas. En todo caso lo mejor era alejarse bien rápido de esa zona antes de descubrir que sucedía o que fueran a por ellos ya superadas sus diferencias.
–El viento nos hace estar cada vez más alejados… Pero no dejéis de remar, esos monstruos tienen alas y si están muy necesitados de comida pueden venir a por nosotros.
Un hombre subió de las bodegas.
–Capitán tenemos una pequeña brecha en el casco. Por ahora es pequeña, pero no deja de entrar agua y tendríamos que repararla cuanto antes, ya llevamos mucho peso y añadir más sería desastroso.
–Rintaro, Koichi… Id con Genmaru y ayudadle, reparadlo para que aguante. En cuanto podamos nos detendremos en alguna isla para conseguir madera y resina, y así repararlo con más calma.
Se movió por la cubierta para tomar el timón.
–Echad la bestia esa al mar… No la quiero ensuciando mi barco con su sangre.
Una de las sirenas había caído muerta en la cubierta. Un par de sus hombres fueron a agarrarla para tirarla por la borda.
–Pues la bestia tiene un rostro y cuerpo muy bello… Al menos las partes humanas.– Y era cierto, poseía una gran belleza con esa piel algo bronceada y de rasgos armónicos. Iba mostrando sus pechos, unos pechos llenos y turgentes y un torso fuerte y femenino.
–Si fuera totalmente humana, sería la mujer más bella que he visto jamás.– Su compañero asintió antes de ayudarle a tirarla por la borda del navío.
Tobirama también estaba de acuerdo, pero esa mitad ave que poseían le quitaba todo posible atractivo… Eso sin contar lo salvajes y animales que eran.
Tras largas millas recorridas, encontraron una isla tranquila y que parecía deshabitada, perfecta para amarrar el barco cerca de la costa y reparar el casco. Calculaba que tardarían medio día aproximadamente.
….
Después de su pelea aérea con su congénere para impedir que matara a ese capitán albino, terminaron en unos peñascos. Naka, que así se llamaba la otra sirena, le siseó molesto y levantó su arma.
–¿Qué haces Izuna? ¿Por qué has salvado al humano? Era mío, lo iba a matar… Y entonces sus hombres habrían quedado sin guía y a nuestra merced.
–Tengo mis motivos.– Le respondió con frialdad poniéndose en tensión y dispuesto a pelear si era necesario.
–¿Vas a seguir los mismos pasos que tu hermano? ¿Salvar a un humano para unirte a él? Despreciar a los de tu propia especie… Es lamentable Izuna, y patético. Estaba dispuesto a unirme a ti, para que tuviéramos una fuerte descendencia… Pero ya veo que prefieres ser la mascota de una cucaracha humana.– Tensó sus piernas dispuesto a saltar sobre el otro y matarle– No te voy a dejar que degeneres como hizo Madara, que te corrompas… Avisaré a los demás o te mataré yo mismo… Antes de permitir que termines de esa patética manera.
El rostro de Izuna se tensó en un gruñido. No iba a permitir que siguiera hablando mal de su hermano, ¿Acaso era algo tan malo amar? ¿Dejarse guiar por lo que sientes en tu corazón? Y menos iba a permitir que otros se enteraran de lo que pretendía, no les iba a dejar que supieran que se marchaba para seguir a ese hombre y así tener la posibilidad de volver a estar con Madara. Ese no era su lugar por ahora, su sitio estaba al lado de su hermano mayor o al menos deseaba saber que estaba bien, que era feliz, que nada le hubiera sucedido.
Naka atacó y él lo esquivó antes de desplegar sus alas para lanzarse con mayor velocidad y contundencia encima de la otra sirena y apuñalarla, una y otra vez mientras cubría su boca para que no pudiera emitir ninguna señal de aviso o alarma. Naka respiró por última vez y quedó laxo, se aseguró unos segundos más de que estuviera muerto antes de soltarlo y dejarlo caer al mar para eliminar cualquier evidencia.
Se incorporó y con su potente visión observó al navío ya muy lejos y como los suyos volvían al acantilado, a sus cuevas y nidos para lamerse las heridas y afrontar que esos marineros habían escapado. Cuando ya se hubo asegurado que nadie le vería marcharse y por lo tanto no le seguirían para impedírselo o atacarle por la espalda para evitar que cometiera "traición", levantó el vuelo con sus poderosas alas y se elevó por encima de las nubes. Empezó a seguir el veloz barco que se alejaba cada vez más y más. Él también alejándose cada vez más del lugar donde nació y creció, el lugar donde había vivido toda la vida. En un primer momento sintió cierto nerviosismo por dejar esa vida que conocía atrás, la única que había conocido; pero estaba convencido de lo que hacía y del deseo que albergaba en su corazón, encontrarse con Madara.
Los humanos atracaron en una isla salvaje y deshabitada, o él no captó otras vidas de esa especie idiota. Planeó un poco por encima de las nubes, manteniéndose a suficiente distancia como para no ser detectado o si lo veían creyeran que era una ave rapaz corriente. Pero la verdad es que, aunque era fuerte y sus alas potentes, necesitaba darles un descanso a sus agotados músculos. Con cuidado fue descendiendo, mirando de no ser descubierto. No le importaba matar a esas criaturas despreciables humanas, pero necesitaba a su capitán vivo para que le guiara. Y esa rata albina necesitaba a sus hombres para llevar el barco al lugar donde esperaba saber o encontrarse con su mayor. Una nube de polvo se levantó cuando batió sus alas para descender con suavidad. Con los pies ya en el suelo estiró alas y su espalda haciendo que sus músculos se tensasen y su columna tronase un poco. Suspiró rotando su cuello mientras recogía lo máximo posible sus alas. Ya que estaba en tierra igual que esas ratas, les seguiría y buscaría descubrir más cosas de ese albino… Quizás hasta podría descubrir si tenía algún pariente que su descripción coincidiese con ese hombre con el cual se marchó Madara.
Con cautela empezó su espionaje, seguro que esos humanos eran tan estúpidos que no se darían cuenta ni que les siguiese una hydra, sus sentidos estaban tan atrofiados y eso sin tener en cuenta su falta de agudeza y perspicacia. Por no contar que hacían mucho ruido al moverse… Que falta de elegancia y coordinación, cuanta torpeza en una misma criatura. Reviró los ojos. Seguirles no requería de grandes dotes de rastreo… Hasta un infante sin entrenamiento podría hallarlos con facilidad.
….
Tobirama tenía una extraña sensación… Desde hace ya rato, o mejor dicho kilómetros la tenía, pues ya cuando navegaban veloces alejándose de la isla de las sirenas sentía eso. Aunque varias veces miró atrás y jamás vio nada… ¿Se estaba volviendo paranoico? Quizás… Pero mejor ser precavido. Y esa sensación aumentó al estar en la isla, cuando ya llevaban un rato caminando por el bosque de ese paraje, buscando las mejores maderas y buena resina para reparar el pequeño boquete. Algo les observaba, era bueno se había de reconocer… Pero él sentía algo raro, aunque ninguno de sus hombres se había dado cuenta y caminaban despreocupados con madera encima de sus hombros y barreños con resina que habían recolectado de buenos árboles para tal fin.
–Volved al Telemeo y empezad las reparaciones cuanto antes.– Ordenó
–¿Qué va a hacer capitán?–Preguntó curioso Koichi.
–Necesito estirar las piernas y buscaré algo de comida que no sea pescado.
–Eso estaría bien… Tengo el pescado ya atravesado– Rio el joven empezando a andar de nuevo con sus compañeros.
–Señor, vaya con cuidado. Nos sabemos que puede habitar esta isla.– Akimerama observó alrededor. Apreciaba a su valiente y capaz capitán. Era joven, pero eso no significaba que careciera de recursos y astucia.
–Tranquilo, voy bien armado.– Preparó su arco con una flecha y empezó a alejarse. Iba bien armado y pensaba asegurarse que nadie les seguía o les quería mal, no permitiría que sus hombres se pusieran en peligro. Era su deber cuidarles.
Esperanzado de que si alguien les estaba siguiendo fuera a él con quien se quedara o saliera al frente, en vez de seguir a sus hombres, siguió su camino adentrándose algo más en ese bosque en vez de quedarse cerca de su tripulación.
"Vamos muéstrate, si es que no me estoy imaginando cosas".
Forzó sus sentidos al máximo, agudizándolos todo lo posible para captar el más mínimo sonido o ver el más imperceptible movimiento de hojas, mientras él se quedaba quieto y calmaba su respiración, que era lo único que se oía por ahora.
Un sonido le hizo levantar la cabeza y tensar el arco… Pero era un ave de vistosos colores que levantó el vuelo y se alejó. Espera… ¡A la derecha! ¡Su derecha!
Lanzó la flecha de forma muy veloz en esa dirección y escuchó el sonido del viento ser cortado al moverse algo grande.
"No estoy paranoico… Si nos seguían." Lástima que no le había dado a lo que fuera.
–Sal, se que estás ahí… Seas lo que seas.– Volvió a preparar el arco.
Unas alas grandes es lo que vio cuando algo se le lanzó hacia él. Lanzó la flecha que fue cortada con una espada, junto a su arco, a la vez que era esquivado el resto de proyectil por su atacante. Una maldita sirena les había seguido. La observó bien. Era un macho joven, aunque imaginaba que ya adulto. Atractivo, mucho más bello que la criatura muerta que sus hombres echaron por la borda, con ese rostro de finas y blanquecinas facciones y ese pelo rebelde por delante y largo en su nuca, igual de negro que sus plumas. Su torso descubierto, con finos y elásticos músculos que denotaban su juventud, pero a la vez su fuerza. Brazos firmes que sostenían una espada como un avezado espadachín. Dos alas grandes y negras estaban en su espalda, una de ellas mostraba el asta de su anterior flecha sobresaliendo de entre ese denso y brillante plumaje. Poderosas piernas mitad emplumadas hasta la rodilla, mitad escamosas como las de las aves. Unas fuertes y largas garras oscuras, le daban apariencia peligrosa a esas extremidades, unas garras capaces de rajarle la piel como si fuera mantequilla.
Definitivamente, era el espécimen de plumaje negro que había atacado al pardo cuando aun estaban cerca de su isla, destacaba de entre los demás que los habían atacado.
–Maldita bestia… Tan famélico estás que nos has seguido hasta aquí.– Sacó su espada tras lanzar su inservible arco al suelo.– Te daré muerte animal infernal, un monstruo menos en el mundo.
Un siseó largo y molesto fue la respuesta de esa sirena.
–No se ni porque me molesto en vocalizar, eres una bestia sin capacidad para razonar.
–Cierra la boca rata humana.
Eso si que no se lo esperaba, la sirena sabía hablar y lo hacía vocalizando correctamente y con una voz profunda y armoniosa.
–¿Te pensabas que no sabía hablar? ¿Que solo vosotros sois inteligentes? Es tan típico de vuestra ignorancia despreciar a los demás…– Levantando el mentón y mirándole con desprecio. Ese humano no se merecía estar de pie en su presencia.
Afiló la mirada hacia esa maldita sirena prepotente y arrogante.
–¿Cómo no voy a despreciar a unas criaturas monstruosas que devoran carne humana y les gusta hacer carnicerías contra pobres marineros?– Esa maldita bestia no le haría callar.
–Oh, pobres ratas humanas… Ellos tan buenos que nunca matan a animales o otras criaturas diferentes a ellos, o entre vosotros mismos, por simple placer. ¿Dime marinero, a cuantos de esos a los que llamas monstruos has matado para conseguir ese cargamento de oro de vuestra bodega? ¿A cuántos has matado para comerte? ¿No tenían ellos derecho a vivir? ¿No sufren dolor o sienten miedo cuando les perseguís para tenderles una trampa o cuando les claváis vuestras armas? ¿Has pensado en eso? ¿O te crees que por creerte superior a ellos ya tienes derecho a matarlos, capturarlos, despellejarlos?– Izuna sonrió despectivo, los humanos y su creencia de verse intocables y con derecho a cualquier cosa por encima de otros seres vivos o incluso entre su misma especie. –¿A cuántos, marinero? ¡Habla!
Tobirama gruñó frustrado y molesto. La maldita sirena tenía razón, pero no pensaba darle el privilegio de saber que todo lo que decía era cierto.
–¿Es por eso que nos has seguido hasta aquí? ¿Por tu honor de vengar a tus parientes u otras bestias? ¿Eres el defensor de los monstruos?– Se burló.
–No se quien de los dos es más monstruo aquí… Si tu por todo lo que has hecho contra otros seres y lucrarte con sus muertes, o yo por ser diferente a ti.– Le lanzó una mirada de arriba abajo y rechistó.– Pero no vengo a eso, rata albina.
Levantó una ceja, ciertamente tenía curiosidad del motivo de que esa sirena hubiera volado tan lejos siguiéndoles, también el porqué le había protegido del ataque de la otra bestia de color pardo.
–¿Y para que querría seguirnos una criatura salvaje como tu?
–Soy más civilizado que tu y todos tus hombres juntos. No me conoces y nos juzgas, hu-ma-no.– Le articuló con desprecio. Pero mejor terminar cuanto antes que seguir con ese despreciable ser.– Es por como te nombran. Senju.
–¿Qué tienes con mi apellido? ¿Por qué una sirena o sireno o como quieras llamarte, tiene interés en eso?
–Tu apellido no me incumbe sino fuera porque mi hermano mayor se marchó con alguien también llamado Senju. –Le miró de nuevo, quedándose mirando el blanco pelo– Era alto y con tu misma constitución tosca, pero su pelo era largo, liso y pardo. También tenía una expresión de no ser muy avispado.
Aunque Izuna pensaba que el bárbaro que tenía delante también debía ser algo imbécil, aunque no tanto como el otro con el que se fue su hermano.
Esa era una muy buen descripción de su hermano mayor, lo tenía que reconocer. Pero entonces eso significaba que… Lo cual cuadraba si los miraba bien; pelo negro, rostro bello de finas facciones, ojos negros, piel clara, atractivo sobrenatural… Pero había una clara diferencia, el esposo de su hermano no poseía los mismos rasgos animales que esa criatura delante suyo.
–Parece que hables de mi hermano Hashirama.
–Si, algo así oí que le llamaban también.– Le interrumpió. Quería mostrarse sereno y sosegado, pero sentía que estaba cerca de poder saber de su hermano.
Sentía las ansias de esa bestia joven por conocer sobre su pariente, hasta el mismo punto de acercarse a tu enemigo o en el caso de la sirena, salvarle y seguirle durante millas. Él si se tratara sobre su hermano mayor estaría igual de desesperado, pero no quería hablar sobre su familia, ni contarle nada a esa criatura salvaje. No pensaba poner en peligro a los suyos. Gruñó sin soltar su espada.
–El único que volvió con mi hermano es su esposo, y no tiene garras en los pies, ni plumas, ni alas. ¡Así que déjalo y vuelve a tu maldita isla embrujada!– Levantó más su espada por si la bestia atacaba.
–¡Solo dime como es o su nombre, maldita sea! Eso no te supone ningún problema y si no es mi hermano, me iré y no volverás a saber de mi, rata albina.– Gruñó ya molesto al sentir la reticencia del humano para hablar y como le amenazaba. Él también se puso en pose defensiva, no quería matar al humano, necesitaba la información… Quería hallar a Madara. ¿Tanto le costaba describir a ese esposo con el que llegó ese otro Senju para descartar si era su hermano o no? Soltó un siseo molesto por la actitud de idiota de ese espécimen humano albino.
¿La sirena le estaba amenazando? Pelearía con esa criatura del infierno y le mataría antes de que dañara a otros, y encima tenía el descaro de venirle con malditos cuentos. ¿Cómo podía haber pensado ni por un segundo que Madara, el esposo pelinegro de su hermano, podía estar emparentado con esa vil criatura de delante suyo? Los dos eran bellos, vale… La criatura de delante suyo tenía un atractivo superior a sus ojos, eso si quitaba esas patas y esas alas enormes, pero esa belleza no le nublaría el juicio. Terminaría con su maldad y el mundo tendría una sirena menos de la que preocuparse; así no encandilaría a otros con su bello rostro, su bonita voz, sus palabras y cantos.
