MI BELLO… ¿SIRENA? Parte 6

Los días se hacían largos desde que inició la travesía con esos humanos en esa nave que se balanceaba con cada ola, era algo mareante para alguien como él que no estaba acostumbrado a navegar; Lo suyo era volar, ser veloz, elevarse por encima de las nubes gracias a sus poderosas alas o dejarse llevar por las corrientes de aire caliente cuando se sentía perezoso.

Encima se sentía ansioso por avanzar tan lentamente para ir con su hermano, aburrido por no hacer nada e incomodo por estar allí sintiéndose solo y siendo observado desde la distancia por todos; Por mucho que quisieran disimular lo notaba, por algo sus sentidos eran muy superiores a los de cualquier humano. Bueno, había dos que no disimulaban, la cucaracha albina y el hombre rubio de ojos miel. Esos le miraban con cierto descaro; uno con odio quizás, le era difícil identificar esa mirada tan fuerte, y el otro con curiosidad, pero ambos manteniendo cierta desconfianza. Aunque no le preocupaba, pues el hombre rubio que le había curado, también era el único que le hablaba de forma amable, las veces que tenía que hacerlo.

Y así iban pasando los días de forma muy lenta, demasiado lenta y rutinaria. Por suerte, gracias a ser lo que era, en poco tiempo su herida cerró y ya pudo salir de esa cueva de madera donde estuvo reposando por obligación. Según ese hombre rubio, que más tarde se presentó como Tsunadeon, a eso se le llamaba camarote y servía para resguardarse de las inclemencias del tiempo y esa especie de nido blando lo usaban los humanos para descansar correctamente. Vale, aceptaba que ese lecho o cama, donde estuvo tumbado, era la cosa más suave que probó nunca, según el rubio eso era nombrado colchón y servía para poder dormir cómodamente. Y si, era muchísimo mejor que cualquier nido que hubieran hecho su hermano y él.

Así que por fin pudo salir fuera, aunque comprobó que eso no lo hacía mejor… Estaba solo, aislado y eso que había otros a su alrededor y el navío no es que fuera un espacio muy grande; pero todo y eso, se sentía tan solo… Aunque eso empezó a cambiar… El humano rubio de ojos miel empezó a hablarle y no solo para darle especificaciones o instrucciones sobre el navío y las normas del mismo. Le hablaba porque quería, de diferentes temas y lo hacía por gusto según parecía, cada vez mostrando mayor confianza hacía él…

Gracias a Tsunadeon se enteró, pues él también era un Senju, –primo de la cucaracha albina y del nombrado Hashirama–, que Madara estaba muy bien, que se fueron a vivir cerca del acantilado con su esposo humano, el primo de Tsunadeon, y que ambos parecían muy felices. Eso terminó de relajarlo en presencia de ese humano en específico, de aceptarle cerca suyo y de permitir que le mostrara el barco y las formas de relacionarse que tenían los hombres. Ese hombre rubio le trataba como si fuera un humano más, aceptándole como si fuera de su grupo social.

–Ya que tendrás que convivir con nosotros durante mucho tiempo, porqué no creo que una vez te encuentres con tu hermano quieras volver con tus otros congéneres, lo que significa que al final terminaras viviendo en Konoha igual que Madara…– le había dicho.– Mejor que te adaptes y aprendas como vivimos los humanos.

Y si, el hombre rubio tenía razón.

–Ya no podría volver porque me matarían y, ni aunque me lo permitieran, querría hacerlo. No quiero volver con los míos, ya no quiero vivir en la colonia. No soporto estar allí con ellos.

Había escogido su camino, irse al lado de su hermano mayor; porque una vez que lo encontrara ya no quería separarse de él, no quería volver con los suyos; por lo tanto su nuevo rumbo escogido era el de abandonar al clan para irse al lado de Madara. Ya era algo que tendría que haber hecho desde un inicio, en vez de obedecer al mayor y quedarse en la colonia.

Y eso estaba intentando hacer… Adaptarse y aprender. Pero el único que le hablaba era Tsunadeon. Los demás marineros le miraban desde la distancia, por suerte el rubio le dijo que no le odiaban ni le temían, que solo estaban siendo cautelosos y dándole espacio.

–Ya verás que en poco tiempo desearas que esta fase hubiera durado más.– Le comentó al joven pelinegro un día. Y sonrió enternecido al verle ladear la cabeza por no entender sus palabras. Era tan mono e inocente, le encantaba ese joven y no le importaba que fuera una sirena. Izuna era un buen chico con el que se podía hablar, era muy gratificante pasar tiempo con él, por no hablar que su belleza le cautivaba. La sirena era un espectáculo digno de contemplar. Cuando el azabache estaba distraído, se explayaba mirando ese bello rostro y ese proporcionado cuerpo. Y por los dioses… Cuando más lo disfrutaba era estando encerrado en su camarote dándose placer tras un día compartiendo con la sirena y, era en esos momentos que estando a solas se dedicaba a recrear su voz, su tacto cuando aprovechaba para ponerle el rebelde pelo detrás de la oreja y sus hermosas, delicadas y perfectas facciones. Izuna es una maldita y sensual tentación todo y no buscar serlo, pues la joven sirena es tan inocente e ingenua en según que temas, tan curiosa en todo lo que no conoce. Casi como si fuera un infante.

Y así Izuna habla y busca aprender del único humano que interactúa con él, el único que se le acerca, le trata con respeto y mostrando que confía en él. En cambio los demás marineros le observan y le sonríen desde lejos. Eso según el Senju rubio es bueno, y le recuerda que en poco tiempo será aceptado como uno más del barco. Aunque viendo como le mira el líder de esos humanos, el hombre albino que salvó del escorpión y el que le va a llevar con Madara, no tiene tan claras las palabras de Tsunadeon. Esa mirada roja le mira con frialdad, analizando de forma descarada todos sus movimientos, seguro que a la espera de que haga algo malo y pueda echarlo del navío.

–No le hagas caso, es así con todos… O bueno, casi todos.– Le dice el rubio para que no se preocupe cuando le comenta que su primo, el capitán albino, le odia.

Unos días después sucede algo que le asombra y le alegra… El Senju de pelo blanco, la rata albina como le llama a escondidas después de haber estado aguantando su fría y despiadada mirada durante todos esos días, le da una tarea, y después de esa le da otro trabajo y así cada día desde ese momento. Y se siente útil al empezar a tener ocupaciones como uno más de esos humanos. Eso le hace feliz y entretiene, porque estar ocioso y sin poder volar le aburría demasiado y le estaba dejando los ánimos por los suelos, lo único que le ha mantenido feliz es la esperanza de que tras ese tedioso, y lento, viaje hallaría a su hermano.

Y tal como predijo Tsunadeon, las cosas con los demás humanos fueron animándose y siendo mejor. Primero empezaron buscando estar cada vez más cerca de él, aunque aun sin incluirlo en sus círculos más cercanos y sonriéndole amistosamente, también le hablaban con palabras que resultaban halagadoras a sus oídos, aunque nunca se las decían a la cara, él las oía. Era un sirena sus sentidos estaban muchísimo más desarrollados, era claro que les oiría.

–Les gustas, por eso dicen esas cosas de ti.– Le dijo Tsunadeon cuando le preguntó el porque le halagaban de esa forma o le decían que era una belleza.

Se alegró de que empezara a gustarles a los hombres e imaginaba que entre amistades o en clanes de humanos cercanos entre ellos, eso debía ser algo normalizado. Así que no le dio una mayor importancia a ese "gustar" que le dijo el rubio mientras le sonreía de esa extraña forma y le levantaba las cejas, él por su parte le miró extrañado.

Imaginó que le empezaban a incluir como a uno más de ellos y, que cada vez se mostraban más cercanos era porque ahora, él también tenía sus ocupaciones como todos. Era uno más, igual a ellos… Aunque sin serlo, claro. Sabe perfectamente que es una sirena y no quiere ser un humano, pero sentirse solo no era algo que le gustase, nunca le había gustado estar solo. En cambio sentir que era aceptado y formaba parte de algo le agradaba, aunque fuera de ese grupo de humanos en ese navío llamado Telemeo. Además del echo que ya no podría volver con los demás de su especie, había desertado, había matado a uno de los suyos, iba a encontrarse con Madara, algo que específicamente estaba prohibido… Y todo eso le convertía en un desertor, le habrían expulsado y si intentara volver, algo que no deseaba, sería ajusticiado. Estuvo condenado a muerte desde el momento que mató a Naga y siguió el barco de ese Senju de pelo blanco.

Y eso sólo le llevaba en una sola dirección, vivir entre los humanos igual que estaba haciendo Madara… O lo que era lo mismo, adaptarse e integrarse para ser uno más, y en ese barco estaba aprendiendo de los humanos y se estaba introduciendo en ese grupo. Cuando llegara a esa tal Konoha, donde estaba viviendo su hermano mayor, ya sabría como tenía que actuar para ser como los otros de esa especie y además, tendría conocidos dentro de esa isla, pues tampoco quería molestar a su hermano dependiendo de él, cuando estaba claro que Madara ya tenía una vida formada al lado de ese tal Hashirama.

Si, demostraría que se podía adaptar a cualquier situación y que podía vivir por sus propios medios. Ya se lo imaginaba buscando un lugar para vivir cerca de su hermano, pero no tanto como para interrumpir su actual estilo de vida. Eso por no olvidar que les estaba demostrando a esos hombres, en especifico al altivo albino, que podía desempeñar cualquier trabajo que le encomendaran y Tsunadeon le había contado que los humanos trabajaban para poder sobrevivir, porque así les daban riquezas para poder comprar cosas útiles y mantenerse. Ese era un concepto que aun no terminaba de entender del todo, pues las sirenas cazaban y pescaban para poder vivir ellos y los suyos. Aunque si que les gustaban las cositas brillantes doradas o esas piedras de colores que conseguían cuando atacaban una embarcación humana, eran perfectos adornos y servían para agasajar o cortejar a sus congéneres. Su hermano alguna vez le había regalado algunas de esas piedrecitas, o sueltas o puestas en cintas para usar de adorno o colocadas en las empuñaduras de las armas. Y descubrieron que ese metal que brillaba con ese color dorado podían fundirlo y hacer herramientas, aunque solían preferir usar las armas que conseguían en sus botines antes que hacerlas con ese metal del color del sol. Pero como iba pensando antes de irse por las ramas y comprar esa forma de vida humana con la que tenía siendo sirena; que ahora demostrara que podía trabajar en algo, cualquier tarea que la rata albina le encomendara, y que en un futuro, en esa aldea humana, le serviría para demostrar que podía vivir por su cuenta, le hacía sentir orgulloso. Le gustaba eso de valerse por si mismo y poderse cuidar.

Estar entre humanos, sobretodo en esas primeras semanas largas y tediosas donde lo único que podía hacer es observar el mar y el lento avance de ese barco, mirar como trabajaban esos hombres y como su capitán los guiaba con esa seguridad, le llevó a analizarles para aprender lo máximo posible de ellos y… Eran tan complicados que nunca podría dejar de estudiarles, ni siquiera cuando le mandaron ocupaciones como uno más de ellos, mientras las realizaba elucubraba sobre lo que iba viendo de ellos y cuando terminaba esos trabajos, volvía a analizarles, para comprenderles y aprender más de ellos para poder convivir sin levantar sospechas. Por ejemplo, nota una gran diferencia entre Senju Tobirama y los demás, incluso entre los dos Senju, el rubio y el albino. Le recuerda a como destacaban su hermano y él entre sus congéneres, considerados nobles dentro del clan… Quizás los Senju, al igual que ellos, también son más "puros" o especiales que el resto de sus semejantes. Y a la vez, comparando a ambos Senju, Tobirama poseía un aura especial que Tsunadeon no alcanzaba. También notaba que, dentro de su torpeza humana y las dificultades que les suponía ser de esa raza, Tobirama le causaba una especie de cosquilleo interno que no sabría calificar. Quizás eran esos ojos tan intensos y atrayentes, los podría catalogar como seductores si no observara todo con esa superioridad, o quizás sus fuertes músculos y su potente físico, aunque sabía que no se podía comparar a una sirena, ni que fuera una de bajo rango. Pero todo y ver eso, todo y notar esas diferencias entre ambas especies… La rata albina esa, le causaba algo, algo que no terminaba de comprender y que nunca había sentido ni notado con anterioridad. Y por eso, a ese albino era al que más se dedicaba a mirar, teniendo cuidado de no ser descubierto en su escrutinio y al final terminó siendo en el único en el que se fijaba; pero es que tenía que hacerlo, tenía que descubrir el motivo de esas sensaciones que le causaba. Sus facciones frías pero elegantes era una de las partes que más se dedicaba a estudiar. Era atractivo… Para ser humano, claro. Su carácter tosco y arisco también le causaba interés… Sobretodo por esos aires superiores que se creía tener, cuando estaba claro que le había necesitado para no morir en dos ocasiones. Pero aunque veía sus deficiencias, no podía dejar de observarle, le suscitaba un malsano interés. Quizás es porque nunca había conocido a nadie como él, Tobirama Senju era especial, diferente al resto de humanos. Y seguramente era por eso que no podía dejar de observarle de forma disimulada, era culpa de esa rata que sintiera esas cosas en su interior.

(…)
Siguieron pasando los días en ese lento avanzar del barco, aunque Tsunadeon le había dicho que el Telemeo era un navío muy veloz y que avanzaban a muy buen ritmo.

–Aunque claro, para alguien que puede volar te debe parecer que vamos muy despacio.

Una lenta sonrisa se formó en sus labios, era el rubio quien lo había dicho y si, era una gran verdad que creía eso.

–Mis alas son grandes y potentes y me permiten recorrer mucha distancia sin agotarme. Además siempre me ha gustado explorar y ver otros lugares.

–Cuéntame más.– Le pidió al asegurarse que ninguno de los otros marineros estaba cerca. Parecía que a Izuna le gustaba volar y que estaba muy orgulloso de su capacidad, además él quería conocer más del joven pelinegro, y quería ver más de esa bella sonrisa que aparecía en su agraciado rostro cuando hablaba de volar.

–Pues soy un guerrero entre los míos, pero dado que me encanta volar y que soy veloz y resistente, también soy explorador y eso me permite poder moverme e irme del acantilado donde vivimos para ver otros lugares y saber si se acercan potenciales peligros o pre…– Se mordió los labios y le miró en clara disculpa. Hasta antes de conocer a esos hombres y hacer ese trato con el capitán Senju, los humanos había formado parte de su menú. Eran presas, algo con lo que llenarse el estómago y aprovechar los materiales que podían de los navíos escollados. La vida no era fácil y cualquier presa a cazar era bienvenida.

–No te preocupes, tal como dijiste, nosotros también cazamos a otras criaturas creyendo que somos superiores a ellas y si, también nos matamos entre nosotros mismos de forma más común de la que queremos reconocer. No tengo derecho a juzgarte porque los vuestros matarais humanos.

Eso le hizo sentir mejor, no le gustaría que Tsunadeon, que desde el principio le trató bien, le odiara y se alejara de él. Además que eso seguramente significaría su expulsión del Telemeo y el no poder hallar a Madara, pues el rubio era primo del adusto capitán. Lo cierto es que si podría encontrar a Madara por si mismo, pero le llevaría mucho más tiempo, pero muchísimo; pues significaría tener que rastrear y explorar cada lugar de ese basto mundo. Ir a ciegas, moverse en solitario con el riesgo que eso conllevaba.

–Pues esas eran mis funciones. Ser un explorador y así encontrar comida y prevenir ataques de posibles enemigos. También reconocer nuevas posibles zonas de anidamiento que pudieran tener mejores recursos…

–Izuna– Le interrumpió.– Cuándo hablas de anidamiento, ¿qué quieres decir?

–A las sirenas nos gusta hacer nidos confortables para no dormir encima de las piedras… O bueno, lo que creía que era algo confortable hasta que probé vuestros colchones.– Si en su clan conocieran lo buena que era una cama para tumbarse después de un largo día…

–Déjame ver si voy bien… Las sirenas vivís en zonas escarpadas y acantilados.– Le costaba entender que fuera así. Izuna poseía un intelecto agudo y una inteligencia muy superior a la de muchos humanos que había conocido. Entonces que unas criaturas con esas capacidades mentales vivieran de esa forma tan… Salvaje, primitiva y rudimentaria, le costaba de creer.

–Exacto, eso nos permite estar un poco más a salvo de ataques de otras criaturas. Aunque seamos fuertes, nos podrían tender una emboscada y vivir en esas cuevas del acantilado, nos ayuda a prevenir eso en gran medida. También al volar, nos permite alcanzar grandes velocidades en los ataques sorpresa al lanzarnos en picado desde nuestras moradas. Y al hacer nuestras viviendas en las cuevas estamos a salvo y protegidos del sol, el calor, las tormentas y de las inundaciones.

–Vivís en las cuevas escarbadas en las rocas y hacéis nidos para estar más blandos.– Eran tan diferentes a los humanos… Parecía que se conformaban con poco, que no tenían ambición para querer más a parte de lo necesario para vivir.

–Eso mismo. Usamos lo que encontramos y creemos que puede ser blando para anidar. Hojas, hierbas, plumas, trozos de ropa… Lo que sea que nos pueda dar mayor confort.

–¿Vivís en grupos familiares o en solitario, hasta encontrar pareja?– Era interesante conocer otras formas de vivir diferentes a la suya.

–Yo vivía con Madara desde que nuestros padres murieron. Las sirenas, como ya te explique, somos seres sociales. Vivimos todas juntas y en estrecha colaboración. Eso si, cada familia en su propia cueva. Cuando una sirena alcanza la mayoría de edad, busca una pareja y la corteja. Si el cortejo es aceptado, la nueva pareja que se forma se va a vivir a su propia caverna para así formar su propia familia, ya sabes tener crías y todo eso. Además las cuevas, por dentro, se pueden ir ampliando a medida que las necesidades de la familia van creciendo o cambiando.

–Mi primo me dijo que los machos sirena también pueden gestar un bebé.

–En las sirenas no existe el concepto macho o hembra definido por los genitales como he visto que vosotros hacéis, tanto poseemos capacidades masculinas como femeninas… Todas y cada una de nosotras. La "etiqueta" se adquiere por el rol que se toma en el momento de la procreación.– Se dio cuenta de que Izuna trataba el tema de forma muy impersonal. Se notaba que no deseaba profundizar más en algo que debía considerar intimo o quizás es que le incomodaba tratar el tema sexual.

–Pero durante el ataque vimos sirenas con…– Le hizo el gesto con la mano de unas tetas femeninas, pero el fruncimiento de cejas de Izuna le daba a entender que no captaba el significado.– Ya sabes pechos.

–Un simple atributo o adorno… No significa nada.

–En los humanos los pechos sirven para alimentar a los bebés cuando nacen, las mujeres producen leche en ellos.

–También las sirenas sin pechos producen alimento para sus pequeños, o lo hacen las que engendran a ese pequeño.

Tsunadeon abrió la boca asombrado y bajó sus ojos hacia el plano pectoral de la sirena, como si a través de la ropa pudiera verle esa zona y quisiera comprobar que allí no había unas tetas; algo que ya sabía pues le había tratado la herida. Observó el ligero cambio de Izuna ante su intenso escrutinio, como frunció sus cejas y la leve inclinación hacia atrás de su cuerpo, como si quisiera alejarse de forma inconsciente de él. Ver esa incomodidad le detuvo de seguir mirándole de esa forma.

–Pe… Pero… Es algo increíble.– Su vena médica tenía ganas de explorar eso que Izuna le contaba. Estudiarlo, comprobar su sensibilidad pues las mujeres tenían bastantes terminaciones nerviosas en esa zona… Y ya si pudiera ver con sus propios ojos eso de cómo daba leche una criatura que a sus ojos era masculina. ¡Por los dioses, había visto el perfecto cuerpo de Izuna desnudo y tenía un pene y unos testículos!

–A mi también me asombra saber que los humanos sois tan simples en ese sentido… En vuestra especie el macho es un macho, sin posibilidad de intercambio de roles. Si a uno de los dos de la pareja le sucede algo, adiós capacidad de engendrar niños.

Sería la muerte para su colonia si las cosas fueran así también en su especie. Eran guerreros y fieros, se enfrentaban a criaturas muy peligrosas y vivían en constante peligro, el riesgo a morir era grande, pero aun era mayor el riesgo a terminar terriblemente mutilados.

–Entiendo que en vuestro mundo eso fue una estrategia adaptativa de necesidad para poder sobrevivir como especie.– Entendía esa parte. Las sirenas vivían en esas zonas tan peligrosas, con otras criaturas peleando por territorio, comida y para sobrevivir.

Le asintió, por eso mismo era. Si había más posibles reproductores, la especie no moría, sobretodo porque todo el clan luchaba. En cambio había visto que los humanos empleaban otra técnica para garantizar la supervivencia de la especie; las hembras no participaban en temas bélicos, aventuras, cacerías. Eso mismo pudieron comprobar en la colonia, pues solo encontraban hombres cuando atacaban las embarcaciones que se acercaban a su territorio, y el mismo Tsunadeon se lo había confirmado. Las mujeres quedaban relegadas al hogar y a quedarse en tierra, aunque había unas pocas que no cumplían con esa regla marcada por la sociedad.

–¿Y tu tenías pareja?– Sentía curiosidad. El tiempo que llevaba conociendo a la sirena y las veces que habían hablado, le hacían creer que no. Izuna era demasiado inocente como para haber estado unido a alguien, cosa que significaría que si había tenido contacto carnal.

Negó veloz a esa pregunta y puso una mueca.

–No, aunque los ancianos me estaban empezando a presionar para que aceptara a una pareja, ahora que ya soy considerado apto como reproductor.– Ahora ya se le consideraba un adulto capaz de formar su propia familia o empezar a pensar en ello.

Suspiró imperceptiblemente, se estaba comportando mal con Tsunadeon, el rubio era su amigo y era normal que sintiera curiosidad por ese aspecto de su vida; además él le había resuelto y explicado todas las dudas que tenía respecto a los humanos con mucha paciencia, lo justo es que él también le correspondiera en esas dudas del rubio. Aunque ese tema era algo que le causaba cierta incomodidad.

–¿Aceptar un cortejo o iniciar tú un cortejo?– Para él ahí había una diferencia importante. Si Izuna iniciaba un cortejo, es que se le veía como el macho de la relación o que tomaría ese rol; en cambio si aceptaba un cortejo significaba que tomaría un rol más de hembra.

–Bueno, yo era el más joven respecto a la otra sirena que estaba soltera e interesada en mi. Naga me llevaba unos años ya, él ya era todo un adulto. Yo en cambio hace poco que se me considera como tal.– Sus ojos habían bajado al tocar ese tema, sin atreverse a mirar a su amigo humano. Un leve sonrojo en sus mejillas.

–¿Naga?– El nombre le sonaba de haberlo oído en algún momento.

–Si, los ancianos querían que le tomara como compañero pues era un gran guerrero. Aunque yo era más fuerte, él tenía más experiencia. Él también estaba interesado en tenerme.– Explicó cohibido.

No le pasó desapercibido que Izuna hablaba en pasado de ese tal Naga. Y si, como imaginó, Izuna era tan inocente porque era muy joven, y como supuso era inexperimentado en las cuestiones físicas y muy vergonzoso, notaba como le costaba hablar del tema.

–¿Qué sucede con ese tal Naga? ¿Si estaba tan enamorado de ti, no tendría que haberte seguido?

–Maté a Naga para evitar que él matara a tu primo, a Tobirama. Oí a uno de los vuestros llamarle Senju y recordé que mi hermano se había marchado luego de ayudar a un hombre llamado Senju.

–Hashirama.– "Así que de esa forma se conocieron su otro primo con el hermano mayor de Izuna."

–Exacto. No podía permitir que mi única oportunidad de saber de Madara muriera. Además yo no quería a Naga, no me gustaba y él no estaba enamorado de mi. Solo le atraía mi presencia y mi herencia.

–¿Puedes explicarme eso?

–Dentro de las sirenas tenemos categorías según nuestra pureza y fuerza. Tanto Madara como yo, somos de sangre más pura, de una línea más "real". Nuestros antepasados eran grandes guerreros temidos por todas las otras colonias de sirenas; más rápidos, más potentes, más agiles, más fuertes, más resistentes, unos sentidos más agudos, cierta percepción superior a la media… Se decía que uno de nosotros valía por diez de las otras sirenas, y no quiero vanagloriarme, pero te aseguro que es cierto. Nadie me pillaba en los vuelos y cuando entrenábamos vencía a todos mis rivales con extremada facilidad, encima no me canso tanto como los demás, mi resistencia es muy superior a la media de mis congéneres. Y Naga quería eso, quería unir su línea de sangre con la mía, quería ser más admirado y respetado y, si se unía a mi obtendría eso.

–Pero si sois algo así como la realeza de las sirenas… ¿No tendrían que estar los ancianos desesperados y dispuestos para aceptar de nuevo a Madara y a ti? Eso si quisierais volver, por supuesto.

–Las leyes son antiguas y duras. No pueden permitirse romperlas, pues sino otras sirenas se sublevarían y habría guerra. Además, se nos considera contaminados por el exterior. Si volviéramos cargando un pequeño de otra colonia o un híbrido con otra especie, se consideraría que el crío es una abominación y se buscaría matarlo para mantener la pureza; eso ocasionaría que lucháramos para evitar el asesinato de nuestro bebé y habría muchos muertos dentro del clan. Al final supondría la muerte de la colonia. Por mucho que nos quisieran de vuelta y nos aceptaran, está prohibido por muchos motivos. Los ancianos tienen que cumplir la ley, aunque eso les suponga perder a miembros muy codiciados para el grupo.

Eso tenía lógica y era claro que si unas normas eran establecidas, todos las tenían que cumplir para evitar conflictos mayores. Aunque otra cosa le llamó la atención, era algo que no había caído con anterioridad. ¿Se podría reproducir una sirena con otra especie, como por ejemplo un humano?

–Ha habido con anterioridad algún caso de sirena que haya tenido hijos con otra especie distinta.

Izuna negó, él no conocía ninguno. Su especie era bastante clasista y no se solían juntar con otras especies, ni tampoco con otros clanes, a no ser que estos fueran absorbidos por el propio, con lo cual pasaban a ser de su misma colonia.

–Aunque me explicaron que hace muchos años atrás, y que por eso se establecieron estas normas tan rígidas, una sirena tuvo un hijo con otra sirena de otra colonia. Los de la otra colonia vinieron a reclamar al pequeño como de su clan y se armó una fuerte batalla donde muchos murieron. Después de eso se establecieron las leyes que tenemos. Pero eso fue hace mucho tiempo, antes de que nuestros ancianos hubieran nacido y todo.

–Pero la sangre nueva en un grupo familiar tan cerrado como el vuestro va bien para fortalecer la especie, sino se va debilitando con el tiempo. Ya sabes, cada vez nacen individuos más débiles para el clan.– La consanguineidad con especies o grupos tan aislados siempre suponía la debilidad del grupo a medida que iban pasando las generaciones.

–Eso se soluciona cuando peleamos con otros clanes para conseguir más territorio. Los vencidos se anexionan al clan y su territorio de caza pasa a ser para el vencedor, los miembros que quedan vivos pasan a formar parte de la colonia y aportan esa nueva sangre que necesitamos.

Pensándolo bien, esa era una buena manera de conseguir que la sangre de un grupo se renovase con nueva genética. Y no podía decir nada en contra de esas actuaciones, ni juzgarlas, pues su propia especie invadía a otras poblaciones humanas por mucho menos que un nuevo lugar para alimentar a los suyos, y encima a los perdedores, los solían esclavizar en vez de unirles como nuevos miembros de la comunidad. Las sirenas eran algo más nobles que los humanos en bastantes más aspectos.

Siguió hablando con Izuna, intercambiando impresiones de sus especies y a la vez enseñándole costumbres humanas, aprendiendo uno del otro. Pero nunca tocando el tema de la sexualidad, ya había visto el bochorno del joven al intentar tratar ese tema en especifico, aunque esperaba que llegaría el día en que podrían hablarlo sin problema, por ahora le daría tiempo al pelinegro. Fuera de eso, le gustaba hablar con la joven sirena y si, le gustaba Izuna y le deseaba, inocencia del azabache incluida, era algo que le daba cierto morbo.

Hacía ya tiempo que fantaseaba con acostarse con el azabache, sus últimos sueños siempre eran eróticos y el protagonista de todos ellos era el joven. Pero Izuna no estaba por la labor, era demasiado cándido en ese sentido y no pillaba sus indirectas, sus roces, si ni siquiera era capaz de hablar de algo así… Nada. Aunque él no desesperaba después de todo el joven era una sirena y ellos tenían otras costumbres y cortejos, algo en lo que el azabache no había querido entrar en detalles.

Poco tiempo después, y tal como predijo en su momento, sus compañeros de navío también estaban rodeando al azabache para hablar con él, intentar llamar su atención y siendo cordiales, incluso demasiado para su gusto, en su afán de ganarse su favor o intentarlo, querían destacar por encima de los demás con el propósito de que el hermoso pelinegro les escogiese. Izuna era deseado por todos, incluso estaba seguro de que su adusto y frío primo sentía los mismos deseos, por mucho que lo camuflara con indiferencia y miradas desdeñosas hacía el joven, aunque también estaba seguro de que el gran orgullo de su albino capitán no le dejaría rebajarse a buscar ningún acercamiento intimo hacía la bella criatura. Era lo bueno de que Tobirama Senju fuera alguien con unos valores tan rígidos, que por mucho que encontrara algo atrayente no caería ante ese algo, con lo cual no era un autentico rival por la atención de la sirena. Pero, por el otro lado estaba Izuna y estaba empezando a creer que el azabache no escogería a ninguno, o al menos a ninguno de los que se intentaban ganar su atención de esa forma tan impertinente y si, él se contaba entre esos. La sirena parecía tener una especie de resquemor hacía el sexo y era algo que aun no le había podido sonsacar. Aun recuerda la conversación con su primo ese día que compartieron una botella.

"Encuentra la manera de que los hombres no intenten nada con Izuna…"

Sonrió al pensar en eso, él no tenía que hacer nada para evitar algo así, pues Izuna mismo no daba la posibilidad de que sucediera nada. Era cordial, era amable, era sociable y simpático… Pero no caía ante la seducción por parte de nadie de la tripulación. Era como tratar con un niño que no pillaba las segundas intenciones y no conocía la malicia a la hora de usar las palabras, para la sirena todo lo que se decía era tomado de forma literal.

Suspiró frustrado mientras bebía de una botella de ron que guardaba en su camarote, en la madera la evidencia de que hacía poco se había masturbado… De nuevo pensando en esa tarde cuando pudieron compartir tiempo con Izuna al terminar ambos sus tareas en el Telemeo. Se había rozado con el joven cuando pasaba muy cerca suyo. El navío en ese momento, estaba afrontando un oleaje algo intenso por culpa de unas corrientes marítimas, se tuvo que sujetar con fuerza al mismo Izuna al estar a punto de caer y, ahí pudo sentir ese cuerpo cálido y delgado pero fibroso y firme, esa fuerza que poseía la sirena, que le sostuvo sin ningún problema y como le ayudó a recuperar el equilibrio. No pudo olvidar en todo lo que restaban de horas antes de retirarse a descansar, ese cuerpo menudo contra el suyo de mayor tamaño y corpulencia, esos brazos delgados pero extremadamente fuertes sujetándole, ese aroma que poseía el azabache y que era tan atrayente… Cómo le habría gustado que esos brazos le hubieran sostenido unos minutos atrás mientras se tocaba a si mismo. Se habría enterrado con suavidad en el cuerpo de Izuna y le habría dado placer mientras la sirena se sujetaba al borde de la mesa y gemía para él, llenando ese cuarto de su sensual y profunda voz. Y poco a poco habría aumentado el ritmo, sintiendo como el sudor cubría sus cuerpos y quizás Izuna habría suplicado por más mientras él le masturbaba al ritmo de sus penetraciones… Pero en cambio había tenido que tocarse a si mismo hasta ver como su esperma caía en la mesa de madera para luego sentarse en su silla y beber de su botella media vacía de ron; mientras veía como su semen seguía allí, en esa ajada madera algo maltratada por los años y el salitre que entraba por la ventana. Suspiró de nuevo, necesitaba sexo y lo necesitaba de forma urgente. Eso que le sucedía no podía ser sano y él era alguien capaz de razonar y saber que llevaba demasiado tiempo sin el contacto de un buen cuerpo para saciar sus bajos instintos. Izuna no tenía la culpa de que sintiera ese malsano capricho por él, o por su cuerpo. Por suerte cada vez faltaba menos para llegar a una isla habitada y sobretodo, decente, donde podrían encontrar lo que sus cuerpos deseaban sin ponerse en riesgo, ni ellos ni su valioso cargamento.

Esa mañana no vio a Izuna después del desayuno, estaba claro que aun debía estar cumpliendo el trabajo que le encomendó Tobirama, siempre lejos de cubierta para no distraer a los demás marineros. Y él mismo se dedicó a sus propias tareas.

Para cuando quiso ver a Izuna, Tobirama había alejado a todos y era su agrio primo el que estaba hablando con la sirena. Le echó sin contemplaciones y él conocía la suficiente a su primo como para saber cuando no debía contradecirlo. Tsunadeon se consideraba alguien astuto y en esos instantes su malhumorado primo no estaba para jueguecitos ni para que le llevara la contraria. Mirando una última vez al azabache volvió por donde había venido llevándose el libro lleno de historias de aventura y amor. Historias protagonizadas por dioses, semidioses, ninfos y otras criaturas mágicas. Un libro que tenía en su camarote y que sabía que a la sirena le gustaría leerlo. A él especialmente le gustaban las aventuras protagonizadas por el astuto y hábil dios Itachi y como había hallado el amor junto al semidios del río Minato, y todo por querer ayudar a su hermano menor, el libidinoso dios Charasuke, que se había enamorado de un terco ninfo llamado Menma (*).

Estaba seguro que a Izuna le gustaría leer esas historias recogidas en ese libro. Además así practicaría la lectura en el idioma humano, algo que le había estado enseñando últimamente. El azabache era de mente ágil, con una muy buena memoria y estaba aprendiendo realmente rápido, ya casi no se encallaba en los vocablos más complicados y cada vez leía con mayor fluidez.

Pero no se marcha a su camarote de nuevo, se queda en cubierta y mientras ayuda a los demás, va controlando la conversación entre su primo e Izuna. Conoce a su primo y es de armas tomar, poseedor de un carácter espantoso cuando quiere; e Izuna, todo y su comportamiento pacifico, sabe que también tiene un punto que le hará saltar si le provocas demasiado y, seguro que Tobirama es capaz de causar que la sirena se cabree, esa es una misteriosa y gran capacidad que posee Tobirama cuando quiere, hacer cabrear a la gente. En cambio, aunque ve cierta exaltación por parte de Izuna que parece reclamarle a su primo algo, que está seguro que ha empezado su albino familiar; de pronto todo cambia y el azabache se pone rojo, muy rojo y…

¿Eso es una sonrisa? O lo que sería una sonrisa en alguien como Tobirama, claro. Tampoco se le puede pedir más al amargado de su primo.

Y de nuevo la interacción entre esos dos vuelve a cambiar, nunca había visto tantas emociones diferentes en ninguno de los dos en tan poco tiempo. Izuna se ha puesto arisco, su pelo está encrespado y Tobirama tenso se lleva la mano donde su espada. Esto es malo, muy malo si ambos continúan así. Y de paso puede suceder que alguien, que no sea él, los vea. Ve a Genmaru mirar en esa dirección, Tobirama también lo ha notado.

–Hey Genmaru, pásame esa cuerda que no puedo soltar la red ahora mismo.– Era perfecto, una buena distracción en el momento adecuado.– Gracias, es que si la suelto ahora, todo lo que estoy reparando se puede deshacer y tendría que empezar de nuevo.

Le agradece al marinero cuando le acerca la cuerda que le había pedido. Intercambian cuatro frases más a las que no pone mucha atención, por estar preocupado en la tensión surgida entre su primo y la sirena, antes de que su compañero continúe con sus quehaceres. Cuando vuelve a mirar en la dirección donde estaban su primo y el azabache, estos ya han desaparecido.

"Espero que los ánimos se hayan calmado y no peleen"

Esos dos son tercos y algo orgullosos, ha podido comprobar a lo largo de todas esas semanas que Izuna posee un gran orgullo. Y espera que no hayan entrado en la zona de camarotes para poder pelear a gusto sin que nadie les vea hacerlo.

Extrañamente y contra todo pronóstico, ni su primo ni Izuna aparecen con signos de pelea, ni siquiera algun pequeño arañazo o enrojecimiento. Lo cierto es que parecen estar muy bien e incluso ya no ve esa mirada fría y desdeñosa de su primo hacía la sirena. Un momento…

¿Qué era eso? Ese pequeño brillo en los ojos de ambos, esas sonrisas suaves en el rostro de Izuna cuando Tobirama está presente y en la cara de su primo ya no se muestra ese rictus severo ante el joven. Incluso un par de veces les ve hablando de forma cordial sobre mareas y vientos, sobre las islas de ese mar e intercambiando experiencias en batallas.

CONTINUARÁ...

(*) Aquí un poco de publicidad hacía uno de mis one-shots- EL MITO DE MENMA Y CHARASUKE (CharaMenma y leve ItaMinato). Ya que representa que estamos en la Griega clásica, ¿por qué no hacerme autopublicidad (jajajaja) con otra de mis historias de esa misma época? XD