Final alternativo 2: Sin nombre
Zib se sentía avergonzado. La forma en que Gaz lo había atrapado, era tan ridículamente sencilla que le hacía sentirse como el peor de los defectos. Sin embargo nada podía hacer para escapar. Su pak estaba al mínimo de energía, le quitaron los pocos nanobots que pudo conservar y había cortado todo tipo de ocupación en el espacio.
—¡¿Qué pretenden?! —gritó —. ¡Les advierto que no obtendrán nada de mí!
Nadie respondió. Las luces se encendieron y las paredes fueron cubiertas por numerosas pantallas. En todas ellas podía verse a un niño humano que, en un principio no le provocaba nada, pero que con cada toma se hacía más familiar.
Vio al niño paseando en un triciclo, divirtiéndose despreocupadamente, también a unos humanos que pretendían ser el niño y una versión más joven de la humana que lo había notado, vio al profesor Membrana en su programa de ciencias y varios estudios que parecían tratar de comprender la locura de ese niño humano.
—Recuerda quién eres —esa voz era la del profesor Membrana, pero Zib no estaba seguro si se trataba de una grabación o si el científico la repetía incansablemente.
Las pantallas comenzaron a mostrar a un grupo de adultos hablando sobre Dib. La mayoría de cosas que decían eran palabras amables y le dieron la impresión de que todos ellos querían a ese niño humano, al compañero de clases que un día desapareció y del que nunca más se supo algo.
—¡Qué hipócritas! —gritó Zib.
Y mentalmente se reprochó por su arrebato. Zib se dijo que él no los conocía, que no tenía forma de saber si decían la verdad o si mentían y sobretodo que no debía afectarle. Una parte de él sabía que no era así y conforme más videos veía, las cosas cobraban sentido.
Pasarían horas antes de que Zib, no, Dib, pudiera entender lo que pasaba. Su memoria comenzó a regresar, recordando quién era él antes de que le llamaran Zib, cómo había sido su transformación y más cosas dolorosas en las que no quería pensar.
El profesor Membrana no lo dejó salir de allí en días. Durante horas lo estuvo sometiendo a transmisiones constantes de su pasado. No omitió nada, ni siquiera los momentos más vergonzosos o cuando la prensa lo había etiquetado de insano. Gaz había trabajado arduamente en esos videos, asegurándole que sus registros harían que Dib reaccionara.
—¿Cómo te llamas?
Dib levantó la mirada. Sus ojos estaban hinchados y la cabeza le dolía por la falta de sueño. Como Zib estaba acostumbrado a no dormir en días, todo sea por el bien de la misión, sin embargo en esa ocasión todo era diferente y se sentía mucho más pesado. Su mente estaba nublada por el peso de la verdad y de todas las mentiras que había escuchado durante tanto tiempo, la mayor parte de su vida, estaba seguro.
—Para los irken soy Zib, su arma secreta, para los terrícolas, Dib, el loco amante de lo paranormal, para Los Resisty, el terrícola que los llevó a la victoria.
El profesor Membrana sonrió al escuchar esas palabras. Si bien era cierto que tenía material de gran parte de la vida de sus hijos, era un científico y le gustaba documentar todo, también lo era que conocía muy poco de Los Resisty y que no había incluido nada sobre ellos. Escuchar que Dib los mencionara le daba la certeza de que no mentía.
—Bienvenido a casa, hijo. Debemos ir con Gaz. La invasión ha avanzado, pero todavía podemos detenerlo.
Dib sabía que gran parte del avance se debía a él. Había notificado al ejército que era un buen momento para atacar y que la Tierra carecía de cualquier tipo de preparación en caso de una invasión alienígena. También había bloqueado todo tipo de comunicación, en caso de que alguien quisiera comunicarse con la OPU.
—No cuentes conmigo. Aborrezco a los irken y nunca podré perdonarles que me lavaran el cerebro, pero desprecio este planeta y a Los Resisty. Me abandonaron por lo que, en cuanto a lo que a mí respecta, no les debo nada.
—¿Qué te hace pensar que nunca te buscaron?
Dib sonrió con amargura.
—Cuando era Zib, era un mercenario. Rastree a muchos de los integrantes de los Resisty. No siempre me tomaba mucho tiempo, eran débiles y se creían intocables, pero cuando los observaba, notaba la forma en que hablaban de Dib —Dib adquirió una expresión sarcástica —. "El niño terrícola que murió por la paz de la galaxia", "La carta secreta de los Resisty", "El niño que murió en el campo de batalla"
—Si hubiera sabido…
—Por favor, no digas nada —lo interrumpió Dib —. Raramente de veía antes de unirme a los Resisty y dudo que eso cambiara después ¿Cuánto tardaste en darte cuenta que me había ido? Apuesto que años. Y luego ¿qué hiciste? No te importó reemplazarme por mi enemigo, a quien más odio. Dime "padre" ¿Zim fue un mejor hijo de lo que yo lo he sido? ¿él cumplió con tus expectativas?
—Dib… yo nunca… lo siento tanto.
Era extraño ver al profesor Membrana titubear, aún más extraño el escucharlo disculparse, pero la desaparición de Dib había cambiado muchas cosas. El profesor Membrana podía ser un padre distante, podía pasar meses sin ver a sus hijos incluso estando en la misma casa, pero realmente los quería y procuraba que nada les faltara.
Él había programado un droid para que les sirviera comida y este solo funcionaba después de que ambos admitieran que lo querían. Tenía un día al año reservado exclusivamente para ellos y los acompañaba cada vez que tenía la oportunidad, aunque eso era algo que raramente ocurría. Siempre había trabajo, siempre había un nuevo invento o un problema que solucionar.
—He cambiado —le dijo el profesor Membrana —. Puedes preguntarle a Gaz y a David. He estado presente en sus vidas.
Dib le dedicó una mirada triste a su padre. Quizás en el pasado aquellas palabras habrían bastado para convencerlo e incluso le habrían provocado gran felicidad, pero ese no era el momento. Tenía muchos recuerdos, muchas heridas que no le impedían aceptar sus disculpas o querer darle una segunda oportunidad, a él y a la Tierra.
Para Dib recordar su pasado le había hecho abrir nuevas heridas e incluso aumentarlas. Dib se sentía incapaz de recordar los momentos de alegría. Todo en lo que podía pensar era en su padre ausente, en su hermana cruel, en el rechazo de todas las personas a las que conocía, en el abandono de sus aliados y en la tortura a la que había sido sometido, tanto por los irken como por los científicos de su padre.
Dib extendió las pinzas de su pak y las utilizó para elevarse unos cuantos centímetros. La posición en la que se encontraba y su gesto le daban una apariencia un tanto intimidante.
—He estado en una guerra espacial, durante años fui el mercenario de los irken y he ejecutado incontables vidas. Mis pinzas… mis manos están manchadas de sangre. Planeo irme y nada de lo que hagas me hará cambiar de opinión. Por favor, no intentes detenerme o no me haré responsable de las consecuencias.
Dib no mentía al decir que estaba dispuesto a usar la violencia en contra de su padre. Podía recordar, pero no todos sus recuerdos habían regresado, sabía que el profesor Membrana no mentía, pero todo lo que podía sentir era un profundo resentimiento y un deseo por abandonarlo todo.
—¿Sabes que no habrá un futuro si te niegas a pelear? Los irken conquistaran toda la galaxia e irán por ti.
—Honestamente no me importa.
Dib no esperó una respuesta. Odiaba a los irken del mismo modo en que odiaba a los terrícolas, pero eso no le impedía usar sus recursos. Dib utilizó su pak para llegar a la habitación en la que había sido viviseccionado. El humano utilizó sus pinzas para amenazar a todos aquellos que intentaron detener sus planes.
—Solo vine por lo que es mío y una nave especial —Dib levantó dos de sus pinzas —. Si saben lo que les conviene, se harán a un lado.
Los científicos obedecieron. Ellos ignoraban todas las historias que habían en torno a Zib, desconocían todos los asesinatos de los que era responsable y la forma implacable en que perseguía a sus víctimas, pero podían ver su expresión amenazante y reconocían el peligro que sus pinzas representaban.
Dib tomó varias armas, no solo las que le habían quitado en el momento en que fue capturado, también tomó varias armas, consciente de que le esperaba un futuro incierto. Estaba por subir a su nave cuando notó que no estaba solo. Gaz lo había encontrado y no le tenía miedo.
—¿Qué planeas? —le preguntó y su expresión era sombría.
Gaz y su esposo estaban a cargo del ejército y eran realmente buenos en lo que hacían. Ambos eran crueles y despiadados, eficientes en el combate y uno de los pocos humanos que realmente representaban una amenaza para la invasión.
—Me voy, papá —Dib tuvo problemas para decir esa palabra —, él me ha dicho que puedo hacer lo que quiera y he tomado una decisión.
Dib se sintió un tanto preocupado cuando su hermano lo miró fijamente. Si bien era cierto que no la había visto en años, casi dos décadas, también lo era que sabía de su inteligencia y de lo peligrosa que podía llegar a ser. No quería pelear con ella, no quería hacerle daño por lo que prefirió mentir. Dib quería irse y estaba dispuesto a todo con tal de alejarse de esa vida que tanto dolor le había provocado.
—La guerra ha comenzado. Ve al campo de entrenamiento si quieres pelear con nosotros.
Gaz se retiró después de decir esas palabras. Ella no volteó a ver y Dib tampoco lo hizo. Ambos sabían que no volverían a verse nunca más y estaban en lo correcto.
