Participación mayoritaria de personajes: Kagome, Kikyō, Kagura.

Participación minoritaria de personajes: Naomi, Suikotsu, InuYasha, Naraku.

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Capítulo 34.

—Informes sobre la reapertura del caso de Hiten —movió la mano en señal de avance mientras sus ojos se concentraban en los documentos que revisaba desde la mañana.

Kagura tomó aire y de nuevo se enderezó para desbloquear la pantalla de la tableta.

—La secretaria sigue manteniéndolo archivado y Tōtōsai ha estado tan ocupado en el último caso, que ni siquiera se ha detenido a preguntar por qué después de casi dos meses, no hay respuesta —informó, con una ligera sonrisa. El trabajo de su cartel y el de los demás había hecho que todo se retrase satisfactoriamente, por suerte; no era planeado. Todavía recordaba cuando se había enterado de que querían reabrir el caso y a Naraku casi le había dado un infarto.

—¿Y el comisario? —Inquirió seguido, con voz severa.

—Trabaja en el mismo caso —asintió la pelinegra, con la misma rapidez—, debe estar muy frustrado —ladeó apenas el rostro, pensativa—, pero no hay testigos, qué más da si se reabre.

Naraku dejó su tarea con los papeles y miró a su mano derecha con seriedad, casi molesto.

—No —sentenció—. El miserable de Fujio me dijo que la computadora podría contener evidencia —le dieron ganas de ahorcar al difunto—, pueden sacar cualquier cosa de ahí y vincularnos —hubo un largo silencio en el que tragó saliva y hacía sus cuentas. Era muy peligroso, no solo para él y lo sabía—. La primera en caer, sería Kikyō.

La joven abrió ligeramente la boca, entendiendo. Desde el día en que supuestamente le había pedido perdón por ahorcarla —o esa fue lo que ella dedujo por las circunstancias—, Kikyō parecía algo diferente y notaba que Naraku no lo mencionaba o hacía algo por intentar cambiar esa actitud, casi como si la aceptara. Pestañeó un par de veces, intentando no perderse en sus pensamientos que le decían que algo por ahí andaba raro. Kikyō no tenía ningún futuro junto a Naraku y sabía que él tampoco veía uno junto a Higurashi, pero, aun así, ahí seguían, como si fuera una obligación volver.

—Comprendo —dijo finalmente, recuperando la compostura—. Mantendré los contactos alerta.

Estaba a punto de irse, pero su jefe la detuvo con un ademán, acelerándole el corazón; cada vez que intervenía nuevamente después de que la conversación parecía haber llegado a su fin, siempre era algo malo.

—Kagura… —ladeó el rostro, mirando fijamente a la joven—, la gente parecía muy alegre cuando Hakudoshi volvió, ¿no es así? —Acarició ligeramente su barbilla, analizando lo que decía.

La aludida giró apenas la cabeza y alzó una ceja, apretando los dedos de los pies dentro de los zapatos.

—¿Insinúas que tenía razón cuando te dije que intentaba saborearte? —Vio al pelinegro ponerse serio y echarse lentamente para tras en su silla giratoria—. No —alzó la mano en señal de alto—, no respondas: lo sé.

Naraku cerró los ojos para luego enfocarse en la pantalla de su computador, maximizar y minimizar sin sentido un par de pestañas en el navegador.

—Esta misma noche, podré comprobar si mis suposiciones sobre su plan son ciertas —anunció. Después de unos días para pensar, por fin había concluido ciertas cosas que le avisaban que sus suposiciones podrían ser ciertas y cómo comprobarlas antes de proceder. Sonrió.

—¿En qué estás pensando? —No era bueno cuando los labios de Naraku se curvaban de esa manera.

—Tú y Bankotsu…


Por repetidas veces, la uña de su dedo pulgar golpeteó contra la madera de su escritorio, descargando en ese gesto su ansiedad. La mano izquierda hecha un puño reposaba sobre la mejilla, mientras sus ojos cansados paseaban por el monitor de la computadora, revisando los últimos detalles de su informe, aunque sin demasiada concentración. Pestañeó un par de veces.

Botón vital…

Había estado dando vueltas sobre esa palabra por días después de que fuera a casa de Naraku por su llamado repentino para pedir perdón. Bueno, aquel día había sido muy extraño… ella misma lo había estado, con su actitud ligeramente reacia, con cierto miedo —de todos modos, se había suscrito a una academia para poder aprender defensa personal, por lo que claramente se había dado cuenta de que tenía miedo y por primera vez hacía algo para internar defenderse—; Naraku, que parecía ligeramente arrepentido y culpable como nunca antes, no había podido decir una palabra en minutos cuando se reunieron en el despacho de su mansión, en el cual la había encontrado husmeando y por lo que se enojó.

Cuando ella había llegado, Tatewaki recibió una llamada por la que tuvo que salir urgentemente, lo que la dejó un poco inquieta y, aprovechando que las señoritas de servicio le habían dicho «Kikyō-sama, la casa entera está a su disposición», fue por la habitación que más curiosidad le daba: la oficina de él. Y pasando sus dedos pálidos por entre varios libros, notó que uno de esos sobresalía, por lo que, cuando lo tomó, se dio cuenta de que no era ningún libro, sino una especie de caja que contenía un pequeño control con un botón único de color rojo con la leyenda «botón vital», era extraíble. Había acariciado el objeto y estuvo tentada a presionarlo hasta que los gritos de Naraku la alertaron, estaba buscándola; rápidamente, colocó la caja en su lugar y corrió hasta el mueble más cercano cerca de un ventanal para fingir que leía cualquier cosa.

«—¿Qué carajo haces aquí? —Le dijo con tono severo, ladeando ligeramente el rostro para analizar las expresiones de la pelinegra—. ¿Quién te autorizó a entrar?

—¿Le has dicho a las señoritas de servicio que esta mansión está a mi disposición? —Cerró el libro que fingía leer y lo miró, severa, como si una parte de su miedo se hubiera ido. Naraku apenas abrió la boca, cortando lo que diría—. Pues he entrado por eso, ¿tienes un problema?

Él asintió.

—No quiero que husmees. Nadie entra a este lugar sin mi consentimiento, ¿entendiste? —Kikyō se puso de pie ante el tono amenazante y lo miró directo a los ojos—. Nunca más».

Alzó la vista por encima del monitor y enfocó sin querer la mirada en la pared de en frente. Suspiró hondo y después de un par de segundos, ocupó sus manos en buscar su celular en el cajón del escritorio y abrir WhatsApp.

"Necesito hablar contigo, es urgente"

Tecleó el mensaje rápidamente y después de poco, recibió una respuesta ligera.

"¿Qué pasa? Tengo tiempo hoy en la tarde"

"Ya sabrás. Hoy a las 17:30 en la cafetería de siempre"


Kagome miró el perfil de InuYasha de forma fugaz mientras lo veía firmar el documento. Su padre observaba la escena con satisfacción y automáticamente después, también suscribió en la hoja de papel. Su madre extendió el cheque con una enorme sonrisa y aunque su novio sonrió, notó que muy feliz no estaba, lo cual la inquietó.

—Realmente lo agradecemos mucho, InuYasha —dijo Naomi, con una sonrisa enorme.

—Kagome realmente aprendió matemáticas cuando parecía imposible —bromeó Suikotsu, soltando una carcajada que todos acompañaron—. Ha sido un tiempo muy bien aprovechado, hijo y a pesar de lo que pasó con Kikyō —a la pareja, un frío les recorrió la espalda, por lo que se miraron un segundo. Higurashi le puso fraternalmente una mano en el hombro—, apreciamos que hayas seguido tu trabajo con Kagome, por toda tu paciencia y el respeto a ella, a nosotros y a esta casa.

InuYasha tragó duro, evitando los ojos del mayor. Trató de sonreír. Kagome se mordió los labios, agachando la mirada y sintiéndose muy culpable.

—N-no, al contrario… —por fin pudo hablar—, Kagome ha sido una buena alumna y hemos resuelto nuestras diferencias, por lo que la convivencia se hizo más fácil.

«La convivencia…»

InuYasha tuvo que apretarse ligeramente la nariz para tapar la ligera sonrisa espontánea que se asomó.

—Sí, eso es verdad —acotó Naomi, también tocando el hombro de su hija. Sonrió, observando a ambos jóvenes frente a ella, notando la tensión que se había generado de repente.

Lo siguiente, fue el inicio de un silencio extrañamente incómodo que empezó a instalarse mientras ninguno sabía cómo detenerlo. Kagome miraba fijo el piso como si fuera demasiado interesante, con una sensación desagradable en el estómago y podía jurar que estaba pálida como una hoja de papel; la sola idea de tener a sus padres y a su pareja en el mismo lugar le estaba causando ansiedad y un miedo que no sabía cómo describir.

—Yo podría… —ante la voz algo dubitativa de InuYasha, la azabache lo miró de inmediato, sin entender nada— brindarle asesoría extra en su tesis —propuso. Intentó sonar muy formal.

—¿Eh? —Kagome no lo pudo evitar… ¡Eso no lo habían planeado!

Y, al parecer, el ambarino sí.

—¿Lo dices en serio? —Suikotsu abrió mucho los ojos, procesando la oferta repentina. InuYasha se refería a una actividad extra, ayudar a Kagome como un tutor privado—. Vaya, no estoy seguro de que pueda molestarte con eso —pensó en sus labores como maestro en la universidad, aunque la idea no era mala—, sería…

—Increíble, InuYasha —para sorpresa de todos, Naomi había interrumpido a su marido para aceptar la propuesta, sin embargo, ya no sonreía tan amplio como antes, más bien, parecía pensativa—. Muchas gracias por ayudarnos y hablaremos de tus honorarios, entonces.

¿Honorarios? InuYasha palideció, ¡ese no era el plan!

Pero, al parecer, sí era el plan de los Higurashi.

—No es nece-

—Nosotros insistimos, hijo —asintió el señor Higurashi, extendiendo su mano para estrecharla.

Antes de corresponder al gesto, Taishō miró para su novia, que le hizo una expresión facial de «ni modo», mientras sonreía, nerviosa.

—Muchas gracias, InuYasha —le dijo después la azabache, desviando la vista hacia sus padres.


Era casi gracioso que después de todo el tiempo que llevaban conociéndose, por primera vez en la vida, ahora estuvieran en un café, conversando como si fueran amigas de toda la vida. Sacó su espejo de mano y se retocó el labial mientras escuchaba los tacones de su cita resonar por el lugar. Sabía que era ella sin verla.

—¿Pediste algo? —Le preguntó, acomodándose el cabello después de haber estado en el tocador. La joven en frente asintió.

—Una cerveza para mí y un chocolate en leche frío para ti —informó, guardando el cristal y centrando, por fin, toda su atención en la pelinegra.

Kikyō ladeó un poco el rostro, metida en sus cosas, ignorando la insinuación burlona de la secuaz, que sugería con esa bebida, que ella era una niña.

¿Cómo tenía que empezar? ¿Qué tenía que decir exactamente para no alarmar a Kagura? Cruzó las piernas en un intento de calmarse. A pesar de que habían pasado unos días, los nervios y la incertidumbre seguían carcomiéndola por dentro, consumiéndola como todo lo que tenía que ver con Naraku. Las teorías que había hecho en su cabeza a veces no tenían sentido, otras veces más, ya que con ese hombre nunca se estaba segura, pero siempre se trataba de algo malo.

—¿Quieres hablarme un poco de la familia de Naraku? —Empezó por lo que pensó, sería la raíz de todo. Masajeó la yema de sus dedos una contra otra, sintiendo su propia piel como si eso la fuera a calmar.

Su compañera soltó una risita de inmediato, tirándose en la silla, cruzando también la pierna y viéndola con una ceja alzada—. Es una broma, ¿no? —Se tronó el pulgar—. Porque no tiene el menor sentido.

Kagura meditó en el semblante, en la pregunta, en los nervios que afloraban de vez en cuando en Higurashi y advirtió que su cambio de actitud se debía a eso. Se sintió estúpida porque, de alguna forma, Kikyō se había ganado un favor de ella después de ayudarla a verse con Bankotsu en días anteriores, así que sabía que de esa charla saldría algo interesante.

—¿Notaste las marcas en mi cuello aquel día? —Le dijo, estoica, alzando ligeramente el mentón. Aquello era algo serio y no estaba dispuesta a soportar comentarios sarcásticos, burlones o demás—. Eran los dedos de Naraku alrededor —se indicó el cuello con los dedos alrededor de su garganta—, dedos que me apresaron después de decir algo sobre su padre.

Toriyama tomó aire después de ese comentario, recordando que ella misma le había dicho que Naraku la llamaría y ella regresaría. Kikyō no tenía ya demasiado que perder, lo notaba en su mirada rendida ante todo lo malo en lo que se había metido, notaba que aceptaba que ahora era parte del «lado oscuro» y que solo quería sobrevivir a él… Ya no representaba un verdadero peligro y eso, quizás, Naraku todavía no lo tenía claro. De nuevo, esa sensación de que el fin se acercaba, le hizo mella en el estómago y sintió escalofríos. Las cosas no mejoraban después del plan que Tatewaki le había comentado para desenmascarar a Hakudoshi.

—Onigumo no fue un buen padre —soltó por fin, después de un rato y arrepintiéndose en el acto—, es todo lo que sé.

—Kagura… —se inclinó ligeramente, con los brazos apoyados sobre la mesa—, cuando yo entré al despacho de Naraku, encontré algo muy extraño —decidió ir al grano; era obvio que no conseguiría demasiada información y aquel comentario solo había confirmado sus sospechas, por lo que su pregunta inicial pasaba a segundo plano.

—¡¿Entraste al-?!—Alterada, bajó la voz de inmediato cuando notó que las personas alrededor, se alertaron con su grito. Tragó duro después de ver su entorno y comenzó a mover la pierna derecha sin parar—. ¿Entraste al despacho de Naraku sin su consentimiento? —Masculló entre dientes, viéndola con ojos casi saltones—. ¿Acaso te volviste loca?

El miedo en los ojos rojos era tan evidente, que erizaba la piel; Kikyō pudo notarlo y le quitó el aire. Jamás había visto tanto terror en esa mujer, como si le hubiera dicho que tentó al mismo diablo, era… aterrador, realmente perturbador el abismo que había abierto en las pupilas de esa muchacha. No quiso saber cuánto sufrimiento había detrás de esa fachada ruda y matona.

¿Realmente habría sido tan malo si Naraku la hubiera encontrado con la caja entre las manos?

—¿Te lo parece? —Achicó los ojos, sonriendo de medio lado, irónicamente—. Yo soy quien está en una relación con un mafioso de peso —volvió a tomar compostura y cerró los ojos un segundo, juntando sus manos como si ordenara una baraja de cartas—. El caso es que estuve indagando-

—Husmeando —la corrigió, con el mismo tono incrédulo anterior.

—…un poco —Kikyō la observó, juzgando su reciente intervención, sin dejar de hablar— y encontré algo muy interesante —volvió a encararla solo que, esta vez, había cierta angustia en sus ojos marrones—. ¿Qué es el «Botón vital», Kagura? —Lo soltó y la aludida pareció palidecer aumentando el ritmo cardiaco de Higurashi—. ¿Acaso Naraku está enfermo y yo no tengo idea? —Sin darse cuenta, palmoteó la mesa ligeramente mientras hacía la pregunta, imprimiendo cada vez más desesperación en sus intervenciones—. ¿Acaso me está ocultando que su vida peligra? —Todo pareció calmarse un segundo, cuando el mesero hizo su aparición con las bebidas y un par de postres que Toriyama no había mencionado al principio—. Muchas gracias —lo miró fugazmente desde su posición.

—Disfruten de su pedido —el amable chico hizo una reverencia y se retiró rápidamente.

La joven de ojos rojos observó al camarero como si ahora fuera demasiado interesante mientras su mente daba vueltas en la incesante insistencia muda de Kikyō, que le pedía una explicación a sus inquietudes. Se humedeció la boca con la lengua, sintiendo una leve presión en el pecho y el ritmo cardiaco acelerarse cada vez más. Aquello era la segunda cosa que Higurashi le pedía y la única que era menos peligrosa de concederle; sentía que se lo debía y era por eso que le molestaba, porque el hecho de que le haya permitido reconciliarse con Bankotsu, significaba que ahora estaba endeudada y tenía que hacer algo para compensar ese favor. Y ella no era una mujer de deber, a ella le debían.

Miró hacia todos lados y agradeció que la cafetería estuviera bastante despejada. Carraspeó, recogió las piernas, se enderezó e inclinó ligeramente el cuerpo hacia su compañera. Kikyō la observó con atención, suponiendo que había conseguido que Toriyama hablara.

—El botón vital protege a Naraku, en realidad —soltó, insegura, arrepintiéndose mientras las palabras todavía salían de su boca. La mirada café le indicó que continuara y ella suspiró, frustrada—. Viene desde Onigumo… —continuó, recordando lo poco que sabía. Todos en El Gremio tenían una idea muy básica de que matar a Naraku podía ser fatal, pero solo ella sabía más a fondo lo que en realidad podría suceder—; con su regencia, El Gremio creció —hizo un gesto con sus dedos— y sabes que, en estos negocios, es fácil que tus propios perros te maten para conseguir algo de poder… —sus ojos se perdieron en la nada por un momento, reflexionando y sonriendo apenas cuando reparó en lo que iba a decir—. Yo misma podría matar a Naraku hoy.

Kikyō apretó los dedos contra la mesa, alterada por lo que acababa de escuchar, aunque manteniendo la compostura. Todavía no se acostumbraba a aquellos comentarios.

»—Cuanta más gente te rodea —decidió seguir, notando la reacción negativa—, la posibilidad de muerte es mayor, crece como tu ejército —volvió a tomar aire. De acuerdo, lo diría, basta de estupideces—. En nuestros establecimientos, se encuentra un laboratorio inteligente que cuenta con un sistema de autodestrucción que puede ser activado de forma remota —pestañeó un par de veces, mirando la mesa—; si algo le pasa a Naraku, el sistema de seguridad de las entradas y salidas se bloquea, el laboratorio explota en menos de un minuto y morimos todos dentro.

Para cuando había terminado de hablar, los ojos de Kikyō casi saltaban de sus cuencas.

—¿De qué se trata todo esto…? —Incrédula, negó con la cabeza mientras la secuaz se alzaba su botella de cerveza por fin.

—Esto que te he dicho ya es demasiado —dijo, poniendo el envase sobre la mesa—, probablemente muera mañana —y probablemente no, pero podría pasar.

—¿Ese botón es una alarma de pánico? —Indagó, tratando de procesar la información.

—Reporta que está vivo con su huella dactilar cada día —respondió de inmediato—, lo hace normalmente desde su celular cada vez que lo desbloquea, pero el botón es obligatorio cada día a la misma hora, ya que solo él sabe en dónde está, por eso, cuando sale y no vuelve pronto, se lo lleva.

Kagura sospechaba que dentro de Naraku podría existir alguna especie de chip que monitoreara sus constantes vitales, pero aquello ya era demasiado para soltar y mucho más si solo lo suponía.

—¿Quién puede activar ese sistema? —Nuevamente, las preguntas buscaban entender, saber de más. ¿En qué diablos se había metido? ¿Realmente a ese punto tenía que llegar Naraku? Su vida estaba en constante peligro… de alguna forma, entendía por qué siempre era tan desconfiado, tan duro y controlador. No era fácil vivir así.

—No tengo la más mínima idea —masculló, ya enojada por el interrogatorio—, nadie ha visto a la persona que lo controla, nadie sabe siquiera en dónde quede la empresa de seguridad que le brinda este servicio o si siquiera es una empresa.

Higurashi suspiró, notando que había ido demasiado lejos esa vez. Muy bien, había conseguido más de lo que esperaba.

—¿Sabes qué? Ordena algo más, que yo invito esta vez —dio por terminado el tema, sorbiendo su bebida.

—Gracias, pero puedo pagármelo sola —la miró ceñuda, ofendida—. Gano más que tú.


Scrolleó por el feed en su Instagram hasta que la aplicación le mostró un aviso que decía que estaba al día. Suspiró, todavía no queriendo salir de la red social, algo aburrida; InuYasha estaba ocupado trabajando a esa hora, Ayame se había ido a la cama muy temprano y en el grupo, también llamaría la atención de los chicos. Sus amigas de la universidad no le ofrecían una buena conversación, de seguro, porque todas querían saber todavía qué había pasado con Dai y ella. Como ya se había empezado a hacer costumbre ese último tiempo, estaba algo distraída y metida en su habitación.

Por supuesto que después de lo mal que había salido de casa aquel fin de semana, le había pedido disculpas al día siguiente, alegando que estaba estresada y ella también aceptó que no había sido precisamente respetuosa y simpática haciéndole tantas preguntas y cuestionando si salía o no… La conversación había ido bien, pero claro que en los ojos de Kagome se contenía toda la duda de por qué carajo su hermana se había inscrito a un curso de defensa personal mientras la observaba ofrecerle su exculpa. Con los antecedentes, por supuesto que no se lo iba a preguntar ahí. La duda había ido subiendo de tono con cada día hasta que, poco después, muy casualmente, Kikyō invitaba a Suikotsu en plena cena.

«—Voy a tomar clases de defensa personal —soltó de la nada, haciendo que Kagome deje su comida al instante y regrese a verla con cara de espanto.

—¿En serio? —Inquirió la azabache, completamente descolocada. Si era muy sincera, pensaba que aquello iba a mantenerse como un secreto, pero Kikyō no había tardado nada en informarlo.

Los padres se miraron con un ligero toque de preocupación, dejando también de comer en el acto. La pelinegra notó el ambiente callado y tenso, sin entender qué estaba pasando. Miró su plato, meditando en si había sido una buena idea soltarlo así, de golpe y en la mesa.

—¿Está todo bien, Kikyō? —Suikotsu fue el primero en hablar, observando cada gesto de su hija mayor. La pequeña seguía atenta también.

—¿Han intentado asaltarte o algo así? —Prosiguió Naomi, con el mismo tono que ocultaba serenidad, pero se sentía desesperado.

La aludida frunció el ceño y automáticamente entendió por dónde iba todo, mermando considerablemente el miedo que había sentido al principio de la conversación.

—¿Qué dicen? Claro que no. —Volvió a cortar el pollo y los presentes suspiraron un poco más calmados—. Solo quiero hacer algo diferente; Kagome nada, yo quisiera practicar algo de combate —masticó la comida. ¿Sonaba convincente? Sonaba, se veía convincente, pero aún no, un comentario más y ya—. Leí un artículo hace poco que decía que es una disciplina que empodera a las mujeres.

¡Bingo! Eso había dado en el clavo. La sonrisa de cada familiar de Kikyō se fue extendiendo de a poco, dando paso a una alegría inesperada.

—¡Eso es excelente, hija! —Alentó Naomi, tomando un poco de ensalada—. Ahora ambas estarán entrenando algo.

Kagome asintió, también volviendo a su plato, sintiendo que el alma ya no le pesaba como antes. Ese había sido un argumento muy acorde a Kikyō.

—Estuve pensando en que… —continuó, cuando el ambiente volvía a ser ligero— papá podría acompañarme.

—¿Qué? ¿No estoy yo muy viejo para eso? —Rio, mirando a su mujer como si buscara aprobación.

—Claro que no, papá —por fin intervino la menor, sonriendo, afable. Le parecía que la propuesta de su hermana era simplemente perfecta, así que no dudó en apoyarla—. Yo creo que la propuesta de Kikyō es maravillosa.

—Sería una oportunidad adecuada para compartir un poco más con tu hija, Suikotsu —su esposa también lo animó, tocándole el hombro.

Ante la mirada anhelante de su hija mayor, el padre no tuvo ninguna opción más que asentir, sintiendo también emoción por la oportunidad de pasar más tiempo cerca de su hija, además de salir de la rutina del trabajo. Si lo pensaba mejor, era un combo de beneficios nunca mates ofertado. Sonrió amplio, contento.

—Pues… ya que insisten…»

Con esa conversación, había concluido que todo ese rollo de practicar una disciplina como esa solo había sido una excusa para pasar más tiempo con su padre, lo cual le parecía muy lógico y terriblemente hermoso de parte de su hermana, sin embargo, no dejaba de ser repentino y hasta raro. Suspiró, ahora sus dedos se desplazaban por las stories de sus contactos. No habían hablado demasiado esos días, pero se suponía que todo andaba bien entre ellas. Miró al techo cuando se detuvo en una de las historias, reflexionado… ¿Sería muy raro si le contaba que InuYasha había pedido ser su tutor de tesis? No, quizás no.

Giró la cabeza hacia la entrada de su habitación y bloqueó el móvil cuando escuchó que alguien tocaba su puerta. Notó rápido que era su mamá por los tres golpes seguidos que dio.

—¿Puedo pasar? —La oyó decir desde afuera y automáticamente se acomodó sobre la cama.

—¡Claro, mamá! —Le cedió el paso, recogiéndose el corto cabello solo con las manos como si eso le diera cierto aire organizado.

—Hola, hija —saludó la mujer al tiempo que abría la puerta despacio y entraba de la misma forma— ¿te encuentras bien? —Inquirió como rutina, viendo a su hija por la tenue luz de la lámpara en su mesita de noche. Cerró la puerta tras de sí y empezó a caminar hacia la cama.

—Sí, perfectamente —extrañada, alzó una ceja ante la repentina llegada de su madre y la pregunta. Se veía ligeramente seria y a la vez preocupada, lo cual no pasó ni un momento desapercibido por Kagome—. ¿Pasa algo? —Preguntó y su tono de voz se dejaba notar serio. Naomi se sentó en el filo del colchón con la mitad del cuerpo dirigido a su hija menor.

—Yo no diría que pasa «algo» —soltó, suspirando hondo y cerrando los ojos en ese gesto—, más bien, pasa «alguien» —la miró, leyendo cada expresión de la azabache.

La aludida ladeó el rostro apenas y sus párpados temblaron, intuyendo que una conversación seria se avecinaba.

—¿Cómo?

—Hay cosas que simplemente no tienes el talento de ocultar, Kagome —negó ligeramente con la cabeza, sin embargo y aunque el tema era serio, su voz no sonó molesta o reprobatoria en ningún momento— y necesitamos hablar de esto.

—¿De qué se trata? —Kagome recogió las piernas inconscientemente, poniendo toda su atención en Naomi, con el corazón empezando a acelerarse a niveles insospechados.

—De InuYasha Taishō, claro —expuso, asintiendo como si fuera demasiado obvio y la joven tendría que haberlo intuido—: el ex prometido de tu hermana Kikyō.

Continuará…


Este capítulo debería llamarse «she knows» jajaja. Adoro.

Hola, mis amadas lectoras, es un placer estar aquí una vez más, aunque tarde, pero aquí andamos. Algunas personas sabrán que ya empezó mi proceso de titulación y es gracioso porque coincide con la Kagome de este fic XDDD.

Quiero agradecer infinitamente a cada persona que lee este fic, especialmente a quienes se unieron recientemente: espero que la historia les pueda seguir brindado un entretenido momento de lectura.

Nos leemos muy pronto.

Saludos a mis bellas:

Sarai

Rosa Taisho

Marlenis Samudio

MagoKa

XXlalalulu

Rodriguez Fuentes

AkizukiMeiko

Jennifer Cryssil

Iseul

Nos leemos pronto, espero.