Los personajes no me pertenecen son de Nobuhiro Watsuki.

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Este fic está dedicado a mi hermanita bella:

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KaryKC

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Sé que tarde para actualizar, pero ahora sí, disfrútalo todo tuyo n/n.

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Por kaoru-sakura

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Capítulo II. Solo mía

—Te agradezco que me acompañaras, sé que jō-chan no estará muy contenta porque tardamos más de lo planeado.

—No te preocupes, necesitábamos detenernos a descansar.

Sanosuke sonrió con pesar pues la amabilidad de su amigo jamás le permitiría reconocer que ese necesitábamos era más bien en singular, un singular que lo involucraba solo a él. Pensaría la forma de compensar las molestias innecesarias que le provocó al pelirrojo.

—Debes descansar esa pierna Sano, ¿estás seguro que estarás bien solo? —no pudo ocultar su preocupación por el castaño.

—Jō-chan no estará muy contenta si llegas conmigo para cuidarme, además no debes de preocuparte, ya que cuento con una doctora personal —una sonrisa traviesa se posó en sus labios—. Será mejor que vayas con Kaoru de una vez.

Kenshin miró al castaño de nuevo, cerciorándose de que nada le haría falta, tras despedirse salió de la pequeña habitación que aún ocupaba el ex-peleador. No haría mal en pasar a avisarle a Megumi de su regreso y pedirle que revisara la pierna de Sanosuke en cuanto pudiera. Sin embargo, sus ganas de ver a su hermosa esposa eran inmensas, llevaba un mes fuera de casa, cada día era una tortura y no podía seguir así. Decidió que por la mañana iría por el castaño y lo llevaría a la casa para poder cuidar de él.

Con paso decidido se dirigió a su hogar, necesitaba como mínimo verla. Apreciar esa tierna sonrisa, las miradas tímidas y esa energía jovial que contagiaba a todos. Le gustaba cuando terminaba de entrenar, el sudor corriendo por su delicada piel era incitador, todas las cosas que deseaba hacer con ella pero el temor de que terminara mal lo atormentaban, pues lo último que buscaba era lastimarla. Tal y como pasó en su noche de bodas, aunque la culpa era totalmente suya, Kaoru era tan pura e inocente que la idea de enseñarle ese mundo de lujuria le tentaba sobremanera, despertar ese lado dormido de su alma y gozar del fuego de su pasión. Pues no dudaba de que en ese sentido también lo fuera, más no quería que el precio a pagar fuera dolor; eso no se merecía ella.

Sanosuke era demasiado perspicaz, sabía notar a la primera si algo le pasaba, por lo que en el primer día de viaje logró que le confesara su pesar. Debía admitir que Sanosuke era un hombre bastante instruido en el arte del amor, a pesar de ser más joven que él. Kenshin sonrió al recordar su plática, al fin Sanosuke reconocía sus sentimientos por aquella mujer que lo volvía loco, eso explicaba porque se la pasaban peleando. Alguna vez escuchó la frase de que del odio al amor solo hay un paso; bueno, en ellos encajaba perfectamente.

Si bien él tenía cierta experiencia, su única amante y esposa había sido Tomoe, quién no era primeriza y por supuesto no había pasado lo que Kaoru; sin sangre ni dolor. No contaba con más precedente para saber si era normal o no, ya que después de su pérdida jamás se abrió a ninguna mujer ni compartió cama con nadie y esos temas solo concernían a la pareja. Así que haberse enamorado de la inocencia, gentileza y pureza de Kaoru, fue un descubrimiento sublime. Más eso no lo hacía sentir merecedor de otra oportunidad, cargaba con demasiadas muertes y sangre como para ser feliz, no merecía manchar esa pureza, robar esa inocencia. Motivo por el que le sugirió en muchas ocasiones que mirara a otro lado, había demasiados hombres buenos que podían ofrecerle cosas mejores que él.

Le dolía ser quien le propusiera tal cosa pues imaginarla en brazos de otro lo destrozaba. Sin embargo Kaoru jamás dio cabida a nadie y cuando Sanosuke se unió a los demás abriéndole los ojos al decirle lo estupido que estaba siendo por rechazar el amor sin condiciones que le brindaba la joven kendoka, lo medito con calma, sabiendo que tarde o temprano se rendiría a esos ojos zafiro que tanta calma le traían y más pronto de lo que pudo imaginar ya estaba casado con ella. Por lo que debía terminar de entregarse en cuerpo y alma, Kaoru merecía disfrutar en carne viva todo el amor que sentía por ella. Estaba dispuesto a librarse de las ataduras que solo paralizaba su corazón haciendole más daño, así que la tomaría de la mano para demostrarle hasta dónde serían capaces de llegar juntos.

Llegó a su hogar dándose cuenta de la tranquilidad y obscuridad del lugar. Seguramente Yahiko estaría en el Akabeko ayudando, mientras su adorada Kaoru debía estar acostada ya. Quizá debería prepararle algo de comer, aunque las habilidades culinarias de la joven maestra dejaban mucho que desear, había mejorado bastante, más no lo suficiente para comer sin sentirse mal del estómago por unos días.

Por supuesto que las ganas de verla superó cualquier otro sentimiento. Sin esperar más se encaminó con su innato sigilo a su habitación donde podía ver aún velas encendidas a través del shōji. Estaría leyendo esas aventuras románticas que tanto le gustaban, sonrió pues eso le daría la oportunidad de contemplar esos zafiros que lo volvían loco y con su nueva determinación, robarle unos cuantos besos. Corrió un poco el shōji y la visión de lo que presenciaba lo dejó estático en su lugar.

Parecía una imagen sacada del mejor sueño erótico que podía haber tenido. Kaoru estaba de pie frente al espejo, con su hermoso cabello agarrado con un broche, aunque varios mechones caían rebeldes. La tela transparente de color negro, enmarcaba a la perfección su cintura, cayendo hasta sus pies, una abertura dejaba al descubierto la línea natural de su redondo trasero y solo una tira delgada atravesaba por encima de sus glúteos hasta sus caderas.

Su pulso comenzó a aumentar al ver el reflejo que le regalaba el espejo. Enfrente, dos tiras apenas cubrían los pechos de su esposa que se unían atrás de su cuello, pero la tela negra era lo suficientemente delgada para dejar ver las aureolas rosadas. Noto la respiración de la joven maestra algo agitada, se mordía el labio inferior y un sonrojo en sus mejillas la hacía muy tentadora. Entonces se dio cuenta de lo que sucedía; estaba ligeramente inclinada hacia adelante, sus ojos estaban cerrados abrazándose a la cintura con un brazo y la otra mano se perdía más abajo, en su intimidad.

Kenshin tragó saliva con dificultad, su sangre se alteró ante aquella divina imagen y sintió la urgencia en su entrepierna. Sus sentidos se activaron por completo y como si de un predador se tratase, cerró el shōji sin hacer ruido para acercarse a la pelinegra que aún no se daba cuenta de su presencia.

No quería sacarla de su estado de excitación, deseaba verla terminar. No podía negarle que ella misma se diera ese placer, pero solo mirar estaba haciendo estragos en su propio cuerpo. La necesidad lo apremiaba a unirse a ella, unos gemidos entrecortados empezaron a brotar de los labios de la azabache, haciendo más difícil el resistirse a ir a su encuentro.

Haciendo acopio de todo su autocontrol se quedó clavado en su lugar, siendo un mero espectador de lo surreal que le resultaba ese momento al contemplar a su bella kendoka. Ella merecía todo el amor que le pudiera dar y más. Así que con la férrea determinación con que se enfrentaba al enemigo, decidió que ya no se contendría, este era el perfecto momento para iniciar. Sintiendo como la sangre se agolpaba en un solo lugar de su cuerpo se concentró en el latir del corazón de su amada esposa, que cada vez respiraba más rápidamente. Vio flaquear el cuerpo femenino, por lo que sus reflejos reaccionaron y la sostuvo de la cintura manteniéndola de pie.

La sorpresa se reflejó en sus ojos zafiro que lo vieron entre la neblina del placer a través del espejo.

—Kenshin —pronunció en un susurro trémulo.

—Te ves tan hermosa, eres lo más bello que he visto en mi vida —la voz le salió ronca. Vió como las mejillas se tiñeron de un carmesí más intenso.

Kaoru quiso gritar de la vergüenza, taparse la cara y salir corriendo. El pelirrojo la vio tocarse. ¿Qué pensaría ahora de ella? A pesar del torbellino de emociones que le atenazaba la garganta, algo en los ojos de Kenshin no le permitió emprender la huida, quedándose en sus brazos—. ¿Cuánto ti…? —no dejó que terminara la pregunta.

—Lo suficiente como para despertar mis instintos más bajos —la sostuvo con gesto posesivo, tomó su mano y se llevó los dedos intrusos a la boca. Sin dejar de mirarla por el espejo, el contacto visual era demasiado intenso. De alguna manera ese acto apagó su voz histérica de antes, logrando que la vergüenza pasará a segundo plano. Algo empezaba a despertar entre ellos, algo con una fuerza avasallante que no se detendría.

Kaoru no podía apartar sus ojos de los violeta de Kenshin, que se empezaban a tornar ambarinos, pero lejos de provocarle miedo, estaba temblando de expectación. Jamás había sentido su alma vibrar de deseo; el deseo de que la hiciera suya por completo haciéndole perder la razón. La lengua de kenshin le provocaba un escalofrío delicioso de la punta de sus dedos al resto de su cuerpo, agradecía que el pelirrojo la estuviera sosteniendo de lo contrario ya estaría en el suelo.

Kenshin observaba el hermoso rostro, sus mejillas arreboladas, sus labios entreabiertos y su pecho subiendo y bajando en un precario intento por respirar. Ella no dejaba de verlo a los ojos, como si hubiera lanzado algún hechizo en ella. Sonrió con lujuria, estaba probando de sus dedos el sabor tan exquisito que poseía, un elixir que debía probar directamente de la fuente. Esa mujer le pertenecía a él y solo a él, por lo que se encargaría de hacerle saber todo lo que provocaba en su cordura.

—Te divertías sin mi cariño —el reclamo brilló con algo de malicia.

—Etto… —el aire abandonó nerviosamente sus pulmones, como le explicaría todo aquello, que por extraño que pareciera hacía eso por los dos. Que lo hacía por amor.

—No te preocupes —volvió a interrumpirla— lo arreglaremos de inmediato.

Kaoru miraba como le besaba el cuello dejando un rastro húmedo y caliente con su lengua mientras empezó a acariciarle con una mano uno de sus pechos, lo que le robó un gemido profundo. Las sensaciones no se hicieron esperar, asaltandola sin previo aviso. Cerró los ojos cuando sintió la mano del pelirrojo rozar su zona íntima por encima de la fina tela.

—Mírame —ordenó con gentileza. Ella obedeció en el acto enlazando los zafiros con los violeta de él. Se dio cuenta que los visos ámbar estaban más marcados.

Un jadeo se le escapó de los labios al sentir los dedos de Kenshin invadir su intimidad que estaba más mojada desde que él puso sus manos en ella.

—Quiero que mires lo hermosa que eres y lo que despiertas en mí —se apretó más contra ella, haciendo notar su erección. Ella abrió un poco más los ojos sorprendida por la actitud de Kenshin, no había duda; el tranquilo y pasivo pelirrojo no estaba, se encontraba con un posesivo y demandante Kenshin.

Y le encantaba, esa faceta encendía lo más dormido y profundo de su feminidad, esparciendo el fuego por todo su ser, no era nada comparado con haberse acariciado ella, pues las manos de Kenshin tenían un efecto devastador. ¿Que había cambiado a su noche de bodas? No estaba segura, pero debía llegar hasta el final. El anhelo empezaba a surgir en su centro, justo donde los dedos de Kenshin exploraban con tanta paciencia aún por encima de la seda.

Luchaba por seguir respirando mordiendo el labio inferior que se encontraba inflamado de tanta presión al que era sometido. Estaba disfrutando de las caricias, pero sus manos también querían tocar y explorar aquel cuerpo masculino que antes no se atrevió por vergüenza. Ahora estaba más que decidida a hacer todo lo que su instinto le dijera. Apoyó más su espalda en el pelirrojo, la mano que tenía libre la llevó a la nuca de Kenshin acariciando los suaves hilos rojos. Un jadeo se le escapó al sentir la invasión entre los sedosos pliegues.

—Necesito que me digas si soy muy rudo o quieres más.

Kaoru asintió ligeramente pues de su boca no podría salir ninguna respuesta coherente, se agarró con ambas manos al cuello del pelirrojo ya que él había dejado de sostenerla pues con la otra mano se encargaba de apretar y pellizcar su seno que se amoldaba perfectamente a su mano. Su boca estaba ocupada en una zona muy sensible de su cuello, el tener el cabello recogido le daba la libertad de besar donde quisiera.

La azabache pasó saliva con dificultad, estar viendo de qué forma la acariciaba y besaba el espadachín la estaba volviendo loca, duplicando las sensaciones que la recorrían de pies a cabeza—. Kenshin —su voz tembló en un murmullo aún así él entendió, sus piernas ya no la sostendría por más tiempo.

Kenshin la miró de nuevo a través del espejo, como un manjar que degustaría a placer tan lentamente que rogaría por más. Dejó lo que estaba haciendo para voltearla de un solo movimiento, la apretó contra su cuerpo para que no cayera, ahora tenía de frente esos hermosos zafiros llenos de expectación y amor, la pizca de lujuria brillando en ellos. Sonrió con satisfacción.

—Solo mía.

Y se lanzó a devorar esos labios rosas, invadiendo sin contemplación alguna esa boca que intentaba contraatacar, más no se lo permitiría, esta noche le enseñaría todo el amor y pasión que tenía para brindarle, rompiendo así el último eslabón de su cadena. Sin dejar de besarla le pasó las manos por el cuello, hasta alcanzar el broche, la cascada azabache cayó libremente hasta su cintura, despidiendo ese aroma tan natural en ella, adoraba ver su cabello suelto. Bajo las manos por su espalda hasta tocar su redondo trasero, apretó con algo de fuerza provocando un gemido que quedó atrapado entre sus labios, la levantó y ella en automático enredo sus piernas en torno a su cintura, sintiendo la dureza del hombre que la acariciaba y besaba como jamás había hecho.

La recostó en el futón con mucho cuidado, apoyándose en un brazo y sus piernas a los costados de la joven maestra. Ella abrió los ojos observando al predador que tenía encima, disfrutando de sentirse deseada y amada, sabiendo que provocaba esa reacción en el pelirrojo y ahora se convertiría en su amante en toda la expresión de la palabra. Pasó sus delicadas manos por el torso del espadachín, pero en lugar de hacerlo con los dedos usó las uñas para bajar el gi con lentitud. Sin poder evitarlo una sonrisa de victoria se formó en sus labios rosas al ver que la respiración de él aumentaba así como el brillo ambarino.

La dejo que terminara de despojarlo de sus prendas con esa tortuosa lentitud que le estaba terminando de resquebrajar la poca cordura que le quedaba. Cuando ella terminó su labor e hizo amago de acariciar su miembro erguido, con un poco de fuerza le agarró ambas manos y las posó sobre su cabeza, ella lanzó un pequeño grito de sorpresa al verse sometida, las ansias le recorrieron el cuerpo completo. La pregunta apareció muda en sus zafiros.

—Esta noche es para ti, mi amada Kaoru —estiró la frase con una sonrisa lasciva.

El postre estaba servido en bandeja de plata, ¿de dónde había sacado ella esas ropas? no tenía la menor idea, pero era una vestimenta hecha para provocar y despertar las más bajas pasiones. Su cremosa piel resaltaba con el negro transparente, aunque dejaba ver a la perfección lo que había debajo, esa casi invisible barrera encendía su libido de una manera que no había sentido nunca antes.

Deslizó su mano libre desde la mejilla color carmín hasta el seno, donde pasó el pulgar con suavidad encontrando el pezón duro, se entretuvo acariciando, sintiendo la calidez de la piel a través de la tela mientras arrancaba jadeos suaves, ella se retorció cuando en el otro seno sintió la humedad de la lengua de Kenshin, quien con hambre empezó a succionar por encima de la tela. Era una sensación nueva demasiado excitante para el pelirrojo, despertando la necesidad primitiva de poseerla en ese instante, más se reprimió ya que debía llevar las cosas despacio pero sin dejar de empujarla al borde del abismo.

Sin dejar de besar el montículo, bajo su mano por el vientre hasta alcanzar su intimidad, se abrió paso por la fina tela hasta entrar en los suaves pliegues, los gemidos no se hicieron esperar y tuvo que ejercer un poco más de fuerza en el agarre de su mano, pues ella estaba luchando por soltarse. Dócil era una palabra que jamás describiría a su bella kendoka. Dejó el seno para apoderarse de sus labios y ahogar los sonidos de placer, sus dedos buscaron la entrada a ese rincón que guardaba todos sus secretos encontrando la suavidad resbalosa, perfectamente humectada con su exquisito elixir. Los jadeos estaban atrapados en sus bocas, sus dedos se movían con maestría entrando y saliendo con movimientos lentos, provocando el éxtasis en la azabache.

Kaoru no podía creer que con los dedos pidiera brindarle el mar de sensaciones que la estaba arrastrando a ese abismo de placer. No obstante, algo en su centro le pedía un roce mucho más profundo, sus caderas empezaban a moverse por sí solas contra los dedos largos y expertos del espadachín. Su respiración se volvía errática al sentir un cosquilleo en su vientre, era una sensación deliciosamente apremiante que le pedía un mayor ritmo, no obstante el repentino abandono de los dedos en su intimidad, que le soltara las manos y la repentina entrada de aire por su boca la hizo abrir los ojos de golpe, el frío recorrió su ser al no tener la calidez del pelirrojo. El sentimiento de que había hecho algo mal se apoderó de ella, pero así como llegó se fue, los ojos de Kenshin estaban fijos en ella, brindándole una sonrisa que jamás le había dedicado. Una que expresaba lo peligroso que era pero lejos de inspirar miedo, era de deseo, un deseo ardiente que podía sentir quemando cada fibra de su ser.

Esa sonrisa y esa mirada eran solo para ella. ¿Podría hacer que al llegar a la cúspide de las emociones gritara su nombre? Sentía que por fin el fantasma de Tomoe se difuminaba con cada caricia que le brindaba, con cada beso y cada roce dedicado solo a su persona. Eso ayudó a que sus miedos desaparecieran, confiaba en ese hombre como jamás lo haría con nadie. Sus almas amándose por primera vez, dando inicio a algo mucho más profundo. Los ojos violeta se suavizaron, pero no perdieron el viso ambarino. Se lamió los dedos que antes le estaban dando placer, ella se sonrojó con una mezcla de vergüenza y placer al ver lo que hacía.

Kenshin no podía evitar gozar con ese mar de emociones que desfilaban por el rostro de su amada, pero mucho se debía a la inocencia que envolvía a su dulce Kaoru. Le encantaría hacer miles de perversiones con ella, pero al prometerse ir despacio para no lastimarla, le enseñaría poco a poco. Ahora se dedicaría a explorar la zona que tanto deseaba, pero antes debía asegurar la cooperación femenina, sino tendría que tomar medidas drásticas.

Se movió, arrodillado como estaba, hasta los pies de la azabache y tomando el izquierdo lo alzó a la altura de su boca para empezar a besar, subiendo despacio por ese camino que lo llevaría al rincón que anhelaba probar—. Deseo hacer muchas cosas contigo mi Kaoru —le aseguró con voz sensualmente ronca.

la azabache sintió repentinamente la boca seca y en sus oídos escuchaba el latir de su desbocado corazón, el trato tan íntimo la tomó desprevenida, era algo que siempre quiso pero veía muy lejano pues Kenshin se caracterizaba por ser alguien muy respetuoso, en especial con ella y su honorífico dono—. Necesito saber si vas a cooperar —se detuvo al llegar a la mitad del muslo, ella había retraído la pierna en un acto reflejo al sentir su lengua y dientes en un pequeño mordisco que acentuó sus palabras—. O quizá necesito tomar otras medidas.

Kaoru expulsó en un gemido el aire que retenían sus pulmones ante la afirmación del pelirrojo, por respuesta él arqueó una ceja mirándola fijamente. Sabía que le sería imposible quedarse quieta, estaba descubriendo que su cuerpo era demasiado sensible y Kenshin ya se había percatado también. No sabía que tenía en mente hacerle, pero si de algo estaba segura, era que quería disfrutarlo al máximo. Se sentó sobre sus propias piernas para alcanzar al espadachín y con una sonrisa tierna y pícara se atrevió a desatar el pequeño lazo que recogía sus cabellos rojos en su típica coleta baja. Ella se deleitó con el movimiento de hilos rojos que se desbordaron por la espalda masculina. Siempre había querido pasar los dedos por ese enigmático cabello y sentir la suavidad que poseía, sin embargo su mano fue detenida con delicadeza, recordándole así que no había contestado aún.

—Intentaré portarme bien —respondió en un murmullo suave, sintiendo su pulso acelerarse aún más por la sonrisa predadora de Kenshin.

—¿Ah si? ¿La maestra está dispuesta a ser buena alumna?

Kaoru sabía que la estaba retando, ella como maestra era exigente y le gustaba sacar lo mejor de sus alumnos, así que ahora el pelirrojo usaría eso en su contra. Tenía que demostrarle que así como enseñaba, estaba dispuesta a aprender y con mayor razón si su maestro era Kenshin y si en lugar de artes marciales, era el arte de amar. Le enseñaría lo aplicada que podía llegar a ser.

Kenshin la pondría a prueba, porque decir y hacer eran dos cosas distintas—. Te ves deliciosa con esas prendas —el rubor no se hizo esperar en las mejillas de la azabache—, quiero amarte así, justo cómo estás. —Aun la sujetaba de la muñeca pero con la otra mano le acarició un pecho apretando ligeramente, después pasó la mano por el ancho de la tela que cubría su estrecha cintura—. Pero no quiero romper tan delicada ropa, así que hay algo que quiero que hagas por mi. —La jalo hacia él, haciendo que Kaoru quedará de rodillas a su misma altura. Ella soltaba pequeños jadeos en forma de respuesta, era débil ante sus caricias y miradas. Pero él no estaba en mejor condición que ella, se estaba conteniendo al máximo por no rendirse al primitivo deseo de hacerla suya en ese mismo momento—. Dime Kaoru, ¿harás lo que te pida?

Kaoru sentía el cálido aliento de Kenshin recorrer de su cuello a su hombro tan despacio y sin tocarla realmente, que le erizaba la piel volviéndola loca, anhelando un contacto que no llegaba. Mientras que obligaba a su cerebro a poner atención a las palabras de Kenshin, esa melodiosa voz ronca que solo la hacía derretirse más. Y solo capto lo importante de la pregunta, obediencia—. Hai —fue una respuesta débil pero audible que hizo sonreír a Kenshin.

—Quítate esto —con la mano que tenía cautiva, la dirigió a su zona íntima, disfrutando de la reacción de la azabache.

Ella abrió los ojos que había mantenido cerrados, justo cómo había pensado, la estaba probando. Apelando a su lado más atrevido tomó aire para que la voz no le temblará al responder—. ¿Porque no la quitas tú?

—No quiero reproches a mi método.

Le acarició la mejilla y el cuello dejando su mano ahí para besarla profundamente, enredó su lengua con maestría, sometiendola, dejando en claro quien estaba al mando. Se apartó un poco para observar sus ojos zafiro, ambos estaban con las respiraciones entrecortadas. Ella le devolvió la mirada, cristalizada por el deseo, y como si aún esperara su respuesta asintió dejándose arrastrar en esa marea violeta con visos ambarinos. Sin responderle nada volteó la palma de su mano y comenzó a besarla, dejando que sintiera su lengua traviesa. Le tomó la otra mano e hizo lo mismo, besando cada dedo, mordiendo ligeramente las yemas de los dedos. Kaoru estaba extasiada de sentir su piel erizarse con ese simple gesto, cerró los ojos y se dejó llevar por esa sensación que la abordaba con fuerza, obligandola a emitir pequeños gemidos. El pelirrojo la volvió a acostar gentilmente poniendo sus brazos por encima de su cabeza.

Sin dar oportunidad a que ella sintiera otra cosa que no fueran sus caricias siguió bajando entre besos húmedos y pequeños mordiscos, apretando la suavidad de las curvas, degustando el hueco entre su cuello, sus clavículas, esos deliciosos montes que se amoldaba perfectamente a sus manos y que aún estaban cubiertos; porque como ya le había advertido, no le quitaría nada más que ese triángulo que cubría su bocadillo. Bajo aún más deslizándose por ese vientre que algún día, si Kami lo podía bendecir más, llevaría a sus hijos. Dejó el reguero de besos y cuando su brazo ya no podía más, soltó sus manos, pero ella perdida en sus emociones, dejó las manos ahí, sobre su cabeza, sin darse cuenta de la pequeña travesura que había hecho él.

Siguió deslizándose aún entre besos y caricias, sin dejar de darle atenciones por donde pasaba, prendiendo esa blanca piel. Al llegar a la frágil barrera que lo separaba de su objetivo observó las pequeñas tiras, dando un beso en la zona que dejaría marca, escuchó con deleite el fuerte gemido que arrancó de la garganta de Kaoru, sujeto con ambas manos las caderas femenina y se hizo del lazo con los dientes, del otro lo engancho con un dedo para jalar las tiras y bajarlas al mismo tiempo, despojandola del pequeño triángulo que intentaba cubrir la intimidad de su joven esposa.

Abrió suavemente las piernas de Kaoru y como si estuviera frente al fruto prohibido más delicioso se saboreó. Sin poder resistir más, pasó su lengua por primera vez en aquel paraíso, entre aquellos pliegues mojados y calientes provocando

que la kendoka pegara un grito ahogado de sorpresa y placer, no obstante, no le dio tiempo de reaccionar, volvió a sujetar sus caderas para recordarle que había prometido portarse bien. Empezó la exploración por los suaves pliegues mojados, pasando la lengua lentamente entre ellos, disfrutando del delicioso sabor que era solo de él y que de ahora en más podría disfrutar las veces que quisiera, pues ella se notaba más que dispuesta y complacida con aquellos besos tan íntimos que le estaba dedicando. Introdujo su lengua en lo más que pudo en su intimidad sacando más del preciado elixir del que ya era adicto desde que probara de los dedos de ella. Kaoru se arqueó y alzó las caderas para profundizar el contacto. Kenshin sintió su miembro endurecerse y latir tortuosamente, estaba llevando a la locura a Kaoru pero en el proceso también se estaba arrastrando él.

Ignorando su propia necesidad, salió de ella para ir por el pequeño montículo que le regalaría más placer a la azabache, quien se retorcía pidiendo más. Encontró el pequeño centro de placer dedicándose a besar, lamer y morder suavemente, la llevaría a la locura cuántas veces se lo pidiera, porque desde que la conoció se convirtió en su todo y siempre deseo, muy en el fondo de su corazón, que ese momento llegará; el momento de amarla sin freno. Empezó a respirar con dificultad, sabía que su orgasmo estaría por llegar, aumentó la fricción de su lengua en aquella pequeña parte de placer hasta que ella gritó extasiada su nombre y sintió como se tensó todo su cuerpo. Su propio pulso estaba por estallar, de solo verla correrse estaba seguro de que con un solo roce él también lo haría. Así que con toda su experiencia de mantener a raya sus emociones, respiro profundamente para calmarse. Mientras se arrodillaba de nuevo y veía el rostro sonrojado y perlado en sudor de la kendoka. Era una imagen de lo más excitante que volvió a ponerlo en aprietos.

Kaoru se había dado cuenta, al momento de la invasión en su intimidad, que las manos las tenía atadas con el cinturón de Kenshin. ¿En qué momento la amarró? No lo sabía y tampoco es que importara, quiso bajar las manos y jalar los cabellos del pelirrojo, sin embargo la sensación de ser sometida la excitaba lo suficiente como para conformarse con retorcerse bajo las manos fuertes y ásperas del espadachín. Dejarse hacer por los besos y mordiscos que le daba en aquel lugar que ni ella misma se había atrevido, hasta ese mismo día, a explorar. Sin embargo aquellas deliciosas sensaciones que la hacían vibrar la llevaban a nuevos horizontes, aquel movimiento candente con su lengua experta le enseñaba el camino hacia el placer de lo jamás experimentado. La sensación de estarse quemando viva la llenaba por completo asfixiando sus pulmones, logrando solo emitir jadeos entrecortados hasta que llegó el punto en que algo estalló dentro de ella extendiéndose a cada rincón de su cuerpo.

—¡Kenshin! ¡Aahhh!

No supo si lo dijo en su mente o lo gritó con todas sus fuerzas y fue hasta que recuperó el aliento que encontró a Kenshin observándola, deleitándose con el trabajo realizado. Sintió que todo el calor se agolpaba en su rostro.

—¿Lo disfrutaste?

Kaoru sintió la sequedad en su boca y se lamió los labios en busca de un poco de humedad. Al no encontrar su voz para responder, asintió.

—Porque esto es solo el principio.

Kenshin estaba embelesado con la imagen que le regalaba su inocente Kaoru, con las manos atadas por encima de su cabeza, sus mejillas arreboladas y los labios hinchados de tanto contenerse, el cabello negro desparramadao por el futōn blanco y esa fina tela cubriendo parcialmente su delgado pero bien formado cuerpo. Porque nadie, absolutamente nadie sabría los secretos que ocultaba bajo sus ropas de entrenamiento, bajo esos pesados kimonos coloridos que ella solía usar. La dulzura de ese cuerpo le pertenecía solo a él y estaba tan agradecido que solamente podía hacerla gozar para pagarle semejante dicha.

—Seré lo más cuidadoso posible.

Kaoru sabía que así sería, no tenía porque prometerlo. Además Megumi había dicho que no era culpa de Kenshin, pero le dolía ver esa culpabilidad opacar sus ojos violeta.

—No te preocupes Kenshin, ambos lo seremos —le aseguro en un hilo de voz y subiendo sus manos le acarició la mejilla marcada con el dorso de su mano.

Él aprovechó para liberarla. Algo que le había recomendado el castaño, era que ella estuviera arriba, así podía controlar la profundidad y el ritmo sin lastimarla. Beso cada palma y acarició las muñecas ligeramente marcadas. Se sentó en el futōn y la atrajo hacia su cuerpo, tenía que estar lo más cerca posible para estar atento a cualquier indicio que ella quisiera ocultar. La acomodó a horcajadas encima suyo, quedando su erección justo en el trasero redondo de la maestra. Ella se mordió el labio y emitió un jadeo al sentir el contacto. El solo gruñó, estaba demasiado sensible y estar así solo aumentaba su excitación tornándose dolorosa por no liberar tanta presión.

—De verdad necesito que me digas si debo parar —le acarició la mejilla contemplando el adorable tono carmesí que se apoderó de su rostro, la tomó del mentón para hacer que lo viera—. Te amo Kaoru, perdóname si en algún momento te hice sentir lo contrario.

—Kenshin…

No necesitaba que se lo dijera, lo sabía, ese amor irradiando en sus hermosos ojos zafiro, fue por lo que no permitió que las palabras salieran de su boca. La atrajo y la comenzó a besar despacio, disfrutando de cada rincón, enredando sus lenguas, mordiendo esos carnosos labios rosas. Y empezó a preparar la invasión desde abajo mientras seguía besándola, acomodó su miembro en la entrada caliente y por de más mojada, sin duda en esta ocasión no encontraría barrera que frenará su paso, no habría sangre que le preocupara. Aún así estaba atento por si debía parar. Liberó su boca para besar su cuello, ella se aferró a sus hombros al sentir como empezaba a entrar despacio, estaba un poco tensa y debía relajarse. Kenshin la sentía, estaba nerviosa, debía hacer que dejara de pensar, que solo las sensaciones la llenarán por completo.

Paso sus manos por la delicada espalda mientras su boca bajaba, dejando besos y mordiscos que arrancaban jadeos cada vez más altos. Kenshin empezó a sentir su propio fuego, la necesidad de estar por completo en ella y moverse en busca de la perfecta sincronía. Empujo un poco más, entrando en esa delirante cavidad que estaba tan estrecha, dificultando el paso a su miembro henchido y grande, aún así era tan deliciosamente excitante. Fue la primera vez que le tocó morderse los labios, aún así dejó que el gruñido saliera ronco. Ella estaba tan mojada y lista para él, que eso le ayudó a tocar fondo. Sintió la presión de los dedos de ella en su piel, tenía los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Respiraba agitada pero su rostro no reflejaba aquel dolor que había visto aquella noche. Esa era la señal que necesitaba para empezar a friccionar sus cuerpos.

Kaoru tenía todos sus sentidos en alerta, al sentir a Kenshin cómo entraba despacio llenándola por completo, era algo mucho más allá a lo que acababa de experimentar, claro que las caricias con los dedos, los besos tan íntimos, todo aquello la llevó al límite, sin embargo nada se comparaba con esa nueva sensación de estar unida a él, de al fin tener la parte que le faltó toda su vida. Las manos de Kenshin acariciaban su espalda, atrapó con sus labios un pezón rosado, lamiendo y succionando hasta que ella le volvió hacer presión en su agarre, toda su piel estaba erizada por aquel mar de sensaciones que la estaba arrastrando. Sus caderas empezaban a moverse ligeramente, su cuerpo le estaba pidiendo aquel dulce movimiento en busca del ritmo indicado, aquel que los llevaría a unir sus almas en una sola.

Ambos empezaron a moverse al principio lento, amoldándose al otro, permitiéndose descubrir la sensación tan maravillosa de estar unidos y encajar a la perfección. Las respiraciones se volvieron erráticas, los gemidos más profundos y los movimientos más exigentes. Kaoru se abrazó al cuello del pelirrojo quedando sus pechos como ofrenda hacia él. Kenshin aprovechó para hacerse con un pezón a través de la tela mojada, mientras aferraba su agarre en las caderas femeninas. La fricción se volvía frenética mientras la electricidad recorría ambos cuerpos.

Kaoru sentía el fuego acumulado en su vientre, el aire no entraba por completo en sus pulmones por más que luchaba por respirar, no podía dejar de anhelar ese contacto, pero quería ver los ojos de Kenshin, ver si estaba igual de perdido que ella. Le acarició la nuca y se despegó de él, quitándole en el proceso lo que estaba besando tan fervientemente. Y entonces lo comprobó, sus ojos violeta estaban más ambarinos pero había una mezcla de ternura y lujuria. ¿Cómo podía un hombre tener esa mezcla en la perfecta medida?

—Kenshin, yo siento que ya no puedo más.

—Déjate llevar mi Kaoru, iremos juntos.

No lo dudo, le tomó fuertemente los hilos rojos de la nuca y lo besó con toda la pasión que tenía mientras sus caderas seguían en un movimiento sincronizado y frenético. Pero la anticipación le quemaba el vientre, era una sensación muy fuerte que la golpeó con fuerza cuando sintió que se extendió por cada célula de su ser, provocando que se quedará quieta y dejará lentamente la boca de su amante. Esposo y amante; que bien se escuchaba aquello. Sus alientos se mezclaban intentando recuperar todo el aire perdido. Sentía un palpitar dentro de ella, abrió los ojos y chocó en directo con los de Kenshin, lo que vio en ellos terminó de disipar la sombra de Tomoe. Solo existían ellos, sus ojos brillaban con tanto amor, tanta dulzura. Y solo hasta que Kenshin le quitó con ternura las lágrimas de sus mejillas se dio cuenta que lloraba.

—Te amo Kenshin.

Él le sonrió de una forma especial y diferente, una que jamás había visto hasta ahora, pero que atesoraría en su corazón para siempre.

—Y yo a ti mi dulce Kaoru.

Deposito un casto beso en sus labios y lentamente salió de ella para acomodarse en el futón, cubrió sus cuerpos con una manta, pues de seguir viéndola con esa fina tela, era capaz de volver a hacerla suya. La acomodó en sus brazos para contemplarla hasta que se durmiera, cosa que ocurriría pronto, se veía agotada.

—¿Después me contarás de dónde sacaste ese atuendo? —le pregunto mientras acariciaba sus largos cabellos azabaches.

—Uhm fue un regalo de Tae. —contestó con una pequeña sonrisa y voz adormilada. Tendría que agradecerle a sus amigas por la gran ayuda que le brindaron. Jamás esperó que el pelirrojo apareciera justo en ese momento, pero de haberlo planeado, no hubiese salido mejor.

—Espero no haberlo estropeado y que lo puedas volver a usar.

Ella emitió una suave risa mientras sus mejillas se tornaban rosadas y se perdía en los ojos violeta de Kenshin, los visos ambarinos estaban más tenues—. Las veces que quieras.

—Pues si te quedas dormida así, no garantizo que en la mañana lo tengas puesto.

Kaoru cerró los ojos para recibir el dulce beso de Kenshin y abrazándose a él cayó profundamente dormida con el latir del corazón de su amado espadachín.

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N/A:

Hola, ¿cómo están? Reportando con el segundo capítulo, ¿aquí quedará todo? ¿Aparecerá otra parejita? ¿Ustedes que opinan? ¿Les gustó este capítulo? Me encantaría saber que opinan, me alegran el día con sus comentarios n/n.

Gracias a las lindas personitas que se tomaron el tiempo de dejarme su opinión, espero seguir contando con su apoyo:

Cam-2002

Ceres Ryu

Les dejo un enorme abrazo n_n.