Había pasado un mes desde la muerte de Emma, los primeros días el matrimonio estuvo muy unido, el cochero trataba de reconfortar a su esposa con palabras de ánimo aunque para ser sinceros él se sentía de la misma forma aunque prefería ocultarlo para no desanimar más a su esposa, quien apenas comía o salía de la habitación, su antes hermoso rostro estaba ahora demacrado por la pena de haber perdido a su hija. Su cabello rubio estaba enmarañado y descuidado, como si hubiera estado trabajando en el campo un día entero bajo el sol, su piel había adquirido una palidez que parecía casi enfermiza, sus ojos castaños habían perdido el brillo y su cuerpo estaba débil y pálido pues apenas comía. En cuanto al cochero, él dejó de trabajar, aconsejado por sus compañeros de oficio, aceptó el consejo de buena gana, realmente no estaba de humor para llevar los carruajes y otro compañero cubrió su ruta, de vez en cuando alguna de las esposas de sus compañeros lo visitaba para darle el pésame y algo de comida, el matrimonio seguía durmiendo junto aunque apenas se hablaban, su mujer apartaba la mirada de él, no se atrevía hablarla porque no sabía que decir, el cochero había intentado convencer a su esposa para salir a dar un paseo, pero ella se había negado, el cochero sintió una tremenda lástima por su mujer, la mujer se negaba a recibir visitas de los vecinos y rechazaba sus conversaciones y hasta el más mínimo contacto con él, pero no podía enfadarse con ella, sabía que lo estaba pasando igual de mal que él y sabía que cada uno llevaba el luto de una forma distinta, él había intentado continuar con su vida, hablando y desahogándose sobre la situación que vivía con sus compañeros en la taberna.
Aquella noche el cochero había vuelto a su trabajo tras un mes de ausencia, se había despedido de la forma más cariñosa posible de su esposa antes de marchar para realizar su labor, no le gustaba la idea de dejarla sola, pero el dinero comenzaba a escasear y pensó que tal vez les vendría bien a ambos pasar tiempo a solar para pensar en lo que había ocurrido ese último mes. Había trabajado durante unas horas hasta bien entrada la noche y sus compañeros le acompañaron a la taberna tras acabar el día de trabajo. En ese momento se encontraba en la taberna, el grupo disfrutaba de una ronda de cervezas mientras charlaban de cosas cotidianas.
-¿qué tal estás?- preguntó Martin dando un trago a su cerveza.
-Intento seguir con mi vida, aunque ya nada es igual.- mustió sin ánimos el cochero.
-¿Y la policía? ¿saben algo ya?-
El cochero negó con la cabeza.
-Van a dejar de investigar... por falta de pruebas.-
El grupo abrió los ojos, sorprendido.
-Pero entonces... ¿ya está? Después de todo lo que ha pasado.- preguntó el hombre de pelo y bigotes negros, Scott.
-No puedo evitarlo, no puedo hacer nada.- dijo el cochero agarrando con rabia su jarra de cerveza.- sin pruebas no hay sospechosos y sin sospechoso la investigación no puede continuar.-
-Pero debe haber alguna pista, algo, ¿no sospechas de nadie que pudiera hacerlo?-
-La policía concluye que pudo ser un robo con violencia frustrado que acabo en homicidio.- explicó el cochero.- No tienen una teoría mejor. Emma no tenía enemigos ni se juntaba con personas de clase baja que pudieran querer hacerla daño, no hay nada que puedan hacer.-
El cochero se tomó el último trago que quedaba en su cerveza, dejó dos monedas de oro como pago y se levantó para volver a casa.
Durante el camino empezó a pensar en Emma, intentaba no hacerlo, pero no podía evitarlo, para él siempre sería su niña pequeña, recordó todos los buenos momentos que había vivido con ella, cómo la había cuidado cuando estaba enferma, como ella lo abrazaba antes de que se marchase para trabajar, como emocionada le contaba todo lo que había aprendido en clase o lo que había hecho junto a su madre algún día especial; cómo se había emocionado la primera vez que vio la nieve; los recuerdos que acudían a su mente eran cada vez más antiguos, se le pasó levemente por la imaginación aquel recuerdo de haberla regañado por una pelea con otros muchachos, hacía ya mucho tiempo, ahora parecía una nimiedad comparada con lo que había ocurrido, pero por aquel entonces no sabían que aquello ocurriría, de haberlo sabido, habría vuelto a casa esa noche, no habría ido a su último turno de trabajo, tal vez, de ese modo, habría visto a Emma salir de la casa y la habría detenido, habrían hablado y quizá no hubiera ocurrido nada malo, su hija no estaría muerta y la persona culpable no estaría ahora campando a sus anchas por Dios sabe qué lugar, tal vez lejos de allí, tal vez el asesino se pasease de forma burlona delante de sus narices, riéndose por no haber sido capturado por esos inútiles policías.
Llegó a su casa quince minutos después, normalmente tardaba menos en regresar a casa, pero desde hacía un par de días la idea de entrar en su propio hogar le provocaba una angustia interna insoportable, quería a su esposa, pero la situación en su hogar era cada vez más complicada, no, eso ya no era un hogar, solo una vivienda en la que residían él y otra persona, el cochero ya ni siquiera sentía nada al pronunciar el nombre de su esposa, y ella ya no se refería a ellos como una familia, ni como pareja, ya no eran nada. Con un suspiro de derrota el hombre entró en la casa, pero lo que vio hizo que casi le diera un infarto y un escalofrío le recorriera el cuerpo, delante de él se encontraba su esposa, la oscuridad envolvía la estancia pero el hombre podía ver mínimamente los pies de su mujer, colgando y balanceándose lentamente a varios centímetros del suelo, en la cual había una silla de madera volcada, subió la mirada, el cuerpo vertical de su mujer tendía de una cuerda, una soga atada a la barandilla de la escalera en el piso superior, su piel pálida relucía con la luz de la luna que entraba por las ventanas del piso principal.
