Capítulo 4
Hacía cinco días que no regresaba a casa. Cuando lo hizo, encontró a su madre viendo televisión. Los trastos sucios se acumulaban en los rincones. El aire estaba viciado. Como siempre.
—Hijo, hola. Tu padre estaba buscándote.
Sasuke no perdió tiempo preguntándole cuándo lo había buscado o dónde, mucho menos por qué. Su madre no tenía presente esas nociones desde hacía años.
—…las cicatrices tenían la misma forma y estaban ubicadas en las mismas partes del cuerpo. Empieza a circular la hipótesis de un asesino serial…
—Mamá. Me voy a mudar —dijo, sin inflexión en la voz, apenas por encima del volumen de las noticias.
—Oh. No olvides llevar abrigo, hijo.
Él se acercó despacio. Dejó la mochila en el suelo y se subió al sillón. No le importó ensuciar con sus zapatillas el viejo tapizado, que de todos modos tenía ya sus buenos lamparones de grasa. Se acomodó el top negro debajo de su campera de jean y el short, que se le había levantado un poco cuando alzó las rodillas. Se enroscó junto a su madre, en posición fetal. Puso la cabeza en su hombro y apoyó una mano en su antebrazo. Acarició allí, suave, con la punta de los dedos. Buscó sus ojos, sin obtener respuesta. Volvió a bajar los párpados. Presionó contra su cuerpo hasta que, más de un minuto después, logró que ella lo rodeara con un brazo. Entonces, permaneció inmóvil, con la mirada perdida.
—No lo olvidaré, mamá.
Naruto le acariciaba el cabello sudoroso. No había aire acondicionado en la habitación y sus cuerpos entrelazados solo aumentaban la temperatura del ambiente. Sasuke estiró un brazo en el aire, contemplando su largo guante de encaje, única prenda que llevaba puesta.
—¿Aún no soy suficiente inspiración para ti, Naruto?
El subir y bajar acompasado del pecho del rubio se interrumpió de pronto. Sasuke pudo sentir los músculos tensarse contra su mejilla.
—¿De qué hablas?
—No volviste a mencionar la posibilidad de hacer un video.
La actitud de alerta se convirtió en molestia. Naruto expulsó el aire que había retenido como si con ello pudiera espantar las palabras de Sasuke. Pateó apenas las sábanas que se arremolinaban a sus pies. Reanudó el jugueteo con su cabello.
—¿Insistes con eso? Ya te dije que estás por encima de esas personas. ¿Tienes un fetiche con ser filmado o algo así?
Sasuke apoyó un codo en el colchón y se incorporó de un movimiento rápido. Podría haber sido la velocidad de un depredador listo para sorprender a su presa. O el de una gacela. Aterrorizada.
Entrecerró los ojos y le dedicó una mirada gélida. Naruto adelantó el labio inferior como haciendo pucheros.
—No lo haré, Sasuke —persistió—. Tú eres distinto.
Apoyando una palma enguantada sobre tu tórax y descargando su peso allí, Sasuke esbozó una media sonrisa socarrona.
—Soy mejor.
—Sí.
La respuesta había sido instantánea. Naruto sostenía medio cuerpo de Sasuke sobre el suyo como quien se echa debajo de los pies de una divinidad para evitarle pisar el sucio suelo de este mundo. Había levantado una mano y la había metido entre ellos para alcanzar su cintura. La presionaba levemente. De sus ojos brotaba la adoración.
Quien era objeto de estas atenciones se sintió confundido por tanta luz.
—Entonces, ¿por qué no te dan ganas de hacerme esas cosas que te gusta tanto hacer?
Mientras lo decía, una gota de sudor bajó por su cuello. El pesado aire de la habitación cerrada le zumbaba en los oídos. Se mantuvo firme en su posición, aguardando lo que pudiera decir el otro.
Sin embargo, por única respuesta, Naruto puso una expresión indescifrable.
Sasuke había apoyado los borceguíes sobre las tablas de madera del banco en el que estaba sentado y jugaba con los cordones. Llevaba gran parte de las piernas desnudas, pero su suave marfil quedaba oculto tras su camperón verde militar: una de las últimas posesiones de su hermano que aún estaban en su poder. A Naruto no le gustaban, por lo que las había ido descartando. Ahora, aprovechaba el fresco de la tormenta que se avecinaba como excusa para portar aquel abrigo.
Las hojas de los árboles se sacudieron con una súbita ventisca. Las luces artificiales de la plaza se encendieron despacio. Una de ellas lo iluminaba directamente, como si él estuviera en el centro del escenario. Debían de ser cerca de las ocho. Eso quería decir que en una hora más podría retornar al departamento.
A veces, cuando trabajaba en algunas piezas especiales, Naruto prefería darles los últimos retoques en casa y no en su taller. Sasuke abandonaba el edificio a regañadientes.
A su regreso, la única prueba de que el artista había estado trabajando era lo impecable que dejaba todo. Sasuke tenía la sensación de haber sido expulsado de algo, como si aquella limpieza excesiva estuviera destinada a hacerle creer que cualquier cosa que hubiera ocurrido no había sido más que un sueño. Solía sentir la urgencia de buscar la obra en cuestión, ya se tratara de un video, una escultura o lo que fuera. Quería encontrarla… y destrozarla. Arrancarle cada extremo. Apretar con las yemas sobre la firma de Naruto hasta borronearla, hasta mezclar sus huellas dactilares en ella.
Pero no lo hacía. En cambio, dirigía a Naruto una expresión de desinterés. Era capaz de ignorarlo hasta el día siguiente. Una venganza que los hería a ambos, pero venganza al fin.
Ahora, mientras aún aguardaba en la plaza, se abandonaba a la ansiedad y el aburrimiento.
Por eso, cuando sonó el teléfono lo tomó de inmediato. Consideró que quizás Naruto hubiera terminado antes. No obstante, resopló al ver el remitente. Colgó.
Unos pocos minutos después, le llegó un mensaje.
"¿Ya no vas a contestar mis llamadas, amigo?". El gesto de fastidio era fácil de reconocer en el rostro delicado de Sasuke.
"No", respondió, simplemente.
Guardó el teléfono en el bolsillo y apretó las piernas contra su pecho. Apoyó el mentón en sus rodillas.
Solo faltaba una hora.
Naruto salía a menudo. Siempre aducía trabajo, aunque era difícil de comprobar. Ante la mirada resentida de Sasuke, solo respondía con sus eternos discursos sobre la importancia del arte, sobre lo que significaba para él. El muchacho no refutaba nada. No era el valor de su arte lo que sus ojos oscuros intentaban impugnar. Jamás pretendería nada semejante.
Al partir, Naruto podía llevar un traje, vestir de entrecasa o ponerse perfume. De todos modos, Sasuke inevitablemente lo veía atractivo. Lo imaginaba con sus diversos atuendos cincelando frente a sus múltiples modelos, siempre desnudos, siempre en posiciones desvergonzadas. Lo imaginaba filmando. Entrando en ellos.
¿Cómo los convencía de participar de todo aquello? ¿Era siempre tan directo como había sido con él? Tal vez el mismo día que recogía a un muchacho en un bar, realizaba su escultura y la vendía. Pero era difícil. Todo eso tomaba tiempo. Probablemente los vigilaba, les escribía. Algunas de esas salidas —sino muchas— debían de ser simples citas. Sasuke apretaba todo su cuerpo. Retenía la furia en él hasta olvidársela.
¿Y cuántas de esas veces estaba entregando una obra? ¿Ejercería sobre los clientes el mismo encanto? ¿Sabían lo que Naruto hacía con sus modelos? ¿Era eso parte del encargo? Sasuke tenía en su mente el estereotipo de cliente millonario, viejo baboso, regordete y pelado, con muchos anillos en las manos, y lo veía encargando a Naruto que conquistara a su mesera favorita del restaurante que frecuentaba en las pausas de su trabajo; le pediría que la viera más de una vez, que le dijera ciertas cosas, que la poseyera en distintas posiciones. Quizás, incluso, Naruto debía entregar numerosos materiales, pruebas de todo eso que había hecho, y no solo la escultura o el video en cuestión. Su arte era más que la obra: era él mismo, sus movimientos, su habilidad, su luz cegadora.
Sasuke apostaba a que los clientes proyectaban en él su deseo con morbo. Eran coleccionistas de una intimidad que no les pertenecía, cobardes que se conformaban con aquel placer vicario. Todo eso le daba un poco de asco.
Por ese motivo, aceptaba que Naruto se bañara tan minuciosamente antes de regresar. Podía sentirlo, el olor a limpio, a nuevo. Virgen. Un Naruto cuyo cuerpo se preparaba para él, se renovaba, olvidando a todos los amantes pasados. Un artista único consagrado a una obra de arte única, el alma entera de Sasuke desplegada entre sus manos.
Un artista que estaba allí solo algunas horas al día.
Mientras estaba solo en el departamento, Sasuke veía y volvía a ver los dichosos discos. De vez en vez, claro, algunos desaparecían, tal como las esculturas. O aparecía uno nuevo. Los escenarios cambiaban, las posiciones, la ropa… y ninguno de los actores y actrices se repetía tampoco, si es que se los podía llamar así. Para Sasuke eran ni más ni menos que su competencia.
Trajo a colación su reclamo en varias ocasiones. Naruto pasaba más tiempo con sus "modelos" y sus "actores" que con él. Toda esa gentuza podía verlo trabajar mientras él debía reservarse en el hogar como alguna mujercita inútil del siglo xix, limpiando los muebles y haciendo las compras. Para Naruto eso del video arte era importante, era donde volcaba su corazón. Esos desconocidos sin nombre eran el espacio en el que él se expresaba verdaderamente, con su cuerpo y alma.
Sasuke gritó que no quería ser menos. Naruto repitió que no lo era.
Una vez.
Otra vez.
Hasta que, un día, sus ojos azules se oscurecieron.
—Está bien, Sasuke. Si eso es lo que tengo que hacer para que creas en lo que significas para mí, entonces lo haré. Pero déjame planearlo.
—¿…cuánto tiempo necesitas?
—Dame un mes. Entonces, ve a la iglesia abandonada de la avenida A. En el confesionario encontrarás las instrucciones que debes seguir.
—¿Por qué tan misterioso…?
—¿Quieres que sea como con los demás o no?
El tono de Naruto era ahora autoritario, y sin embargo brotaba de él mucho cansancio y alguna forma del dolor.
—…sí.
—Bien. En el confesionario. En un mes.
Su padre había cambiado la cerradura. Sasuke le dio una patada a la puerta antes de emprender el regreso a la casa de Naruto, frustrado. Hacía semanas que no veía a su madre. Por un momento, se la imaginó acurrucada en el sillón. Tan inmóvil como frágil. Tan fría como herida.
Apretó el paso. El eco de sus botas golpeteando contra el asfalto llenó su cabeza. No quería pensar.
Todavía faltaban varios días para filmar el video. Estaba ansioso. Naruto no le había adelantado ningún detalle. Y ahora debía volver al departamento, sin mucho para hacer, con la evidencia en la cara de que Naruto estaba en algún otro lugar, haciendo vaya a saberse qué. O con quién.
Mientras aguardaba la llegada del rubio, deambuló entre sus estatuas de piernas y brazos. Una boca abierta, con la lengua afuera y una imposiblemente verosímil representación de un chorro de saliva, entorpecía sus reflexiones desde la mesa del comedor. La cubrió con el trapo con que debía lustrarla.
Le era cada vez más difícil concentrarse en sus rutinarias tareas de limpieza y mantenimiento del hogar. No era muy dado a nada de eso, en realidad.
En un acto de absurda nostalgia, se echó en la cama con las botas puestas y prendió el televisor. Pasó distraídamente un dedo por dentro de su nueva gargantilla de terciopelo negro; le faltaba el aire. Buscó un canal de noticias.
Escuchó sin prestar real atención las novedades en torno a la economía y la política del país. La inflación… la falta de trabajo… las riñas ridículas entre candidatos a puestos irrelevantes. Luego, los asuntos internacionales, dominados por la guerra. Reservaban para la tercera sección lo más jugoso, lo que más público atraía: los policiales. Sasuke hizo una mueca de desprecio. Aparecían uno detrás de otro los hechos delictivos. Algún robo, algún secuestro extorsivo. Y de pronto algo captó su interés.
Había una chica desaparecida. Joven, bonita. Se temía que se tratara del asesino serial que llevaba casi dos años actuando con impunidad. Describían entonces su modus operandi.
De súbito, Sasuke empezó a sudar.
Se creía que el asesino lograba que las víctimas se acercaran por su propia voluntad, ya que ninguna había dejado señalas de alarma antes de desaparecer. Seleccionaba tanto hombres como mujeres, aunque siempre menores de 25 años. Eran sometidos a todo tipo de actos sexuales. Se especulaba con que participaban de ellos varias personas, por la cantidad de penetraciones que solían sufrir y por la brusquedad de ciertas acciones. Sin embargo, no había ninguna prueba de ello, ya que los cuerpos que habían sido encontrados habían sido escrupulosamente lavados y desinfectados. Debían de utilizar algún proceso químico especial para eliminar todas las huellas.
Los que habían sido hallados, siempre meses después de denunciada su ausencia, estaban en diversos descampados, pero en posiciones tan precisas —y obscenas— que era indudable que los habían ubicado así a propósito, con premeditación, como si la ubicación fuera parte de algún macabro ritual. Todos llevaban profundas marcas en las muñecas y en los tobillos. Tres líneas, dos paralelas y una cruzada.
Sasuke sintió su piel helándose. Miró fijo el rostro de la chica que aparecía en un recuadro en la esquina izquierda de la pantalla, sus facciones amables y aniñadas.
La reconocía.
Estaba en uno de los videos.
Desesperado, desbloqueó su teléfono y abrió el buscador para rastrear los casos anteriores. Su respiración entrecortada se detuvo unos segundos.
Reconoció a todas las víctimas. Si no sus rostros, al menos, las posiciones grotescas en las que los habían dejado. Y la clara firma en sus extremidades.
* * * FIN DEL CAPÍTULO 4 * * *
Notas: ¡Ahhhh solo falta un capítulo! Muchos de ustedes ya se imaginaban por dónde venía la cosa, pero Sasuke acaba de dar vuelta su mundo con este descubrimiento. ¿Qué creen que hará ahora? ¡Estaré esperando sus comentarios! Por cierto, ¿les gustaría que, luego del capítulo final, publique algunas anécdotas sobre el origen de esta historia?
