Este es el primer capítulo, es algo largo, no tanto, claro, pero tenía que ser así para dejar claras unas cosas que más adelante serán de importancia.
Es la primera vez que escribiré sobre Draco y Harry y los demás personajes del mundo de JK, así que si me salgo un poco de lo que podría ser su personalidad para el fic y su ambientación, pido disculpas. ¡Haré lo mejor que pueda! En cuanto a la ortografía, siempre lo reviso yo mismo porque no tengo beta, pero igual soy consciente de que tendré más de un error que pueden hacerme notar en los comentarios uwu
Ya saben igual, ningún personaje me pertenece, blá blá blá.
CAPÍTULO 1: DRACO
— Llevas la corona torcida — dijo lady Pansy Parkinson, doncella personal de Draco y mejor amiga desde que eran niños.
Ella se le acercó tanto que sus suaves y redondos pechos tocaron a Draco en su hombro izquierdo. Con manos diestras le acomodó la corona hecha de plata élfica con incrustaciones de esmeraldas alrededor. La verdad era que no le importaba llevar la maldita corona de lado. Si por él fuera, no llevaría nada en la cabeza. Ni tampoco iría a ese estúpido viaje al fin del mundo.
— ¡Por los Dioses, Pansy, nadie me está viendo! — dijo, arrastrando las palabras con un tono de fastidio.
Su amiga le dio un apretón en el hombro tan fuerte que Draco se quejó.
— ¿Qué diablos te pasa? — Ella rio y cruzó las manos en el rezago.
— Si tus padres te vieran ahora mismo, no dirías tantas sandeces, mi lord. — Hizo una leve reverencia con la cabeza, bromeando.
— Debería mandarte a que te ejecuten — dijo Draco con voz gélida.
Pansy fingió que se desmayaba, dejándose caer en los suaves almohadones de su carroza.
— ¿Y qué sería de ti, si no sabes ni bañarte por ti mismo? — Draco se abalanzó sobre ella, tomándola de los brazos y aprisionándola entre su cuerpo y los almohadones. Pansy se quedó de piedra, sintiendo la respiración del príncipe Draco Malfoy a sólo unos centímetros de su rostro; que se puso de un bonito color rosáceo.
— Finjo que no sé para sentir tus suaves manos sobre mi...
Pansy le dio un golpe con su propia frente. Draco no se lo esperaba, por lo que el dolor lo alcanzó como un relámpago y le retumbó como el trueno dentro de su cabeza. Se miraron durante largos segundos que parecieron horas y después se desternillaron de risa.
Draco apreciaba todo lo que su amiga hacía por él desde que tenía uso de razón. La familia Parkinson habían servido a su propia familia durante generaciones, así que el destino de ambos estaba escrito en la historia con algo más que tinta. Ambos aprendieron el arte de la espada, el arco y la lanza; y ambos habían tenido el primer amorío juntos. No entre ellos, pero sí de ser Blaise Zabini, que acababa de ser nombrado caballero hacía ya tres veranos. Blaise era alto y delgado, pero Pansy y Draco lo espiaban desde la torre de este último, que tenía vistas al lado oeste del castillo, donde casualmente se encontraba el campo de entrenamiento para los que se armaban guerreros de su padre y ambos sabían que debajo de la armadura, unos músculos flexibles le adornaban todo el cuerpo color canela. En ese entonces los dos tenían la edad de catorce inviernos y ser Zabini, diecisiete.
Draco tenía la polla tan dura en todo ese tiempo que espiaban al joven caballero. Nunca se había tocado, porque no podía hacerlo por temor de ser castigado por los Dioses, pero había despertado más de una vez con la cama manchada de su propia esencia. Pansy lo sabía, claro estaba, pues ella le hacía la cama todas las mañanas.
— Muero de hambre, iré a pedir algo para picar, ¿algo en especial?
El carromato en donde iban se movía de un lado a otro por el pedregoso camino del pantano, por lo que no tenía demasiado apetito. Además, temía echarlo todo encima de los dos y no sería nada agradable.
— Sólo una copa de agua — Pansy asintió y se fue al lado opuesto a donde estaban. Draco vio que sacaba la cabeza, gritaba unas cuantas órdenes y después volvía de nuevo al interior, con él.
— Me han dicho que detendrán este instrumento con ruedas y luego nos traerán lo que he solicitado.
Pansy era una chica guapa. Cabello negro y liso, que le llegaba por abajo de la cintura; nariz respingona, ojos color almendra tostada y una piel deliciosamente bronceada, pues pasaba parte de su tiempo que no tenía que estar atendiendo a Draco, entrenándose con la espada y la daga. Se recostó a su lado y dio unos golpecitos a su lado con la mano para que Draco se echara con ella. Así lo hizo.
Segundos después el carro se detuvo y un criado entró, con una inclinación de cabeza hacia Draco, con una cesta de comida y una jarra de agua y otra de vino. Se retiró haciendo de nuevo una reverencia y Pansy atacó la canasta. Dentro había queso fresco, pan blando, frutos secos y tiras de carne en conserva. Sin quererlo, Draco se encontró minutos después picando el pan que le había quitado a Pansy de las manos.
— Fijiste fe no jerias nafa — Draco le hizo un gesto de asco a su amiga. Odiaba que Pansy tuviera modales de un estúpido ebrio cuando masticaba la comida.
— No hables mientras masticas, es asqueroso. Y sabes que lo odio — Pansy masticó unas cuantas veces más y después bebió vino de una copa.
— ¿Me lo pides como amigo o como mi Señor? — dijo sarcásticamente, pero con una sonrisilla ladina.
— ¿Importa? De todas formas, haces lo que te da la gana si he de serte sincero.
No mucho después y con el carro andando de un lado a otro, Pansy anunció que se echaba a dormir y así hizo. Draco escuchó sus ronquidos poco después, mientras él leía plácidamente antes de que el cielo se tornara púrpura, anunciando el ocaso, que no tardaría mucho en llegar.
Leer era de las pocas cosas que le causaban un tremendo placer a Draco. Como único hijo y heredero a la corona, sus padres no le permitían ser tan liberal como lo era Pansy, por eso, cuando su amiga no estaba junto a él (que era casi todo el día, la verdad) se refugiaba en la biblioteca del castillo.
El Nido de las Serpientes era una fortaleza enorme, de muros de piedra del color del agua verdosa, que le confería un perfecto camuflaje entre aquel terreno pantanoso. Como la mayoría del tiempo la lluvia arreciaba en el lugar, el interior del castillo era húmedo y frío, por lo que siempre había chimeneas encendidas en cualquier parte. Desde la torre que fungía como Consejo Real, hasta las mazmorras donde se encontraban las celdas para los ladrones, asesinos o personas mucho peores. Tenía techos altos y escaleras en forma de caracol, donde Draco amaba resbalar cuando sus padres no andaban cerca. Recordó que hacerlo, cuando era apenas un niño, le asustaba y fascinaba a partes iguales. La adrenalina de ser atrapado y castigado era exultante. Maravillosa.
La biblioteca era la mejor parte del Nido. Cientos de estantes de madera negra repletos de libros de historia, lengua, numerología y los que a él más le gustaban, de magia antigua.
Era bien sabido por todos a lo largo de los cuatro reinos, que la magia se había extinto hacía años. Desde antes de que sus tatarabuelos hubieran nacido. Draco sabía que siglos atrás la magia lo era todo. No todos la poseían, y tampoco podían robarla. Inclusive el antiguo Hogwarts, donde la enseñaban, seguía siendo una leyenda. Se decía que el que lograra encontrar las ruinas de la antigua escuela de magia, sería acreedor a poderes jamás existidos.
Claro que era un mito que solía contárseles a los infantes, cuando recién se enteraban de lo que los adultos llamaban magia. Como a él, por ejemplo. Sin embargo, con magia o sin ella, Draco estudiaba sus diferentes ramas. Desde las más complicadas e inexactas, hasta lo que se seguía conociendo como Pociones. Esa rama en especial llamaba la atención de Draco, pues los maestres que estudiaban durante años en la Ciudad Primera, se basaban en gran parte en las Pociones que hacían los magos en la antigüedad para poder remediar los males que asolaban a los reinos.
Él no quería ser un maestre, y de todas formas no se le tenía permitido vestir la túnica blanca, que era la de los estudiosos, por el simple hecho de que su destino le deparaba una corona y un reino que gobernar.
Pansy se removió inquieta entre los almohadones. Draco cogió una manta de lino con bordes esmeralda y se la echó encima del cuerpo. Por una de las ventanitas ya casi no entraba luz. Draco se acercó a cerrarla, pero la vista del exterior le dejó pasmado.
Nunca había salido de los cuatro muros del Nido de las Serpientes, por lo que ver el pantano en todo su esplendor, al anochecer, le fascinó. Realmente era como se le describía. Oscuro, húmedo, pero lleno de vida. Se escuchaban, cada tanto, el croar de una rana o el chapoteo de algún animal que se sumergía en las aguas verdosas. Probablemente los demás reinos contaran con vistas hermosas, llenas de vegetación y fauna variada, pero a Draco le gustaba el pantano. Su pantano.
El cielo se tornó azul violáceo, y pudo ver las estrellas brillando por encima de ellos. Sacó la cabeza un poco para aspirar el aire helado de la noche y se sintió lleno de vida. Detrás de su carroza, una fila de caballeros en montura les guardaba las espaldas y frente al transporte de Draco, el carromato Real, que llevaba a sus padres aún más cómodos que a él. No le importaba. Se suponía que tenía que ir dentro del carro de sus padres, pero si esa era la primera vez que salía del reino, lo haría con la poca independencia que pudiera tener. Así que les exigió a sus padres una carroza para él y para Pansy. Al principio a su padre, el Rey Lucius Malfoy, se mostró poco dispuesto e inclusive furioso por la petición.
— ¡Es la carroza Real en la que debes ir!
Pero su madre, la reina Narcisa, le sonrió y aplacando el mal humor de su esposo, consiguió que Draco tuviera lo que solicitaba.
— Será la primera y la única. Déjalo que vaya con lady Parkinson.
Se alegró, de verdad. Pansy también lo hizo. Juntos dispusieron a los criados a llenarla con adornos que eran del gusto de los dos. Pero el comentario que había hecho su madre aún le rondaba por la cabeza.
Draco era consciente de a dónde se dirigían. A uno de los otros tres reinos, aunque desconocía a cuál. Sus padres habían hablado con él hacía semanas.
— Es una cuestión diplomática, nada más. — dijo su padre en tono calmado.
— Te alegrará el motivo, estoy segura. Después de todo, es tu destino. Siempre lo ha sido. — Había dicho su madre, tomándole el rostro entre sus cálidas manos.
No le quedaba del todo claro a qué se referían. Lo había discutido con Pansy en muchas ocasiones, pero su amiga se mostraba neutra, lo cual era demasiado raro en ella. Pansy siempre estaba de su lado y nunca se guardaba nada para sí.
— Es una visita Draco. Tal vez tendremos que quedarnos una temporada, no lo sé. Lo que sé con seguridad es que tus padres siempre quieren lo mejor para ti, ¿a que sí?
Aquello sólo provocó que en las noches Draco durmiera mal. Pensando siempre en los planes de sus padres para él, en el destino y la diplomacia. Días antes de partir de su hogar, se dio por vencido. Pansy le animó diciéndole que tal vez podrían darse un revolcón con algún caballero del reino vecino. De solo pensarlo a Draco le entraba la risa tonta.
— Tú más que nadie debería de saber que si alguna vez traspaso mi línea, el único al que quisiera es...
— Ser Blaise "Perfecto" Zabini — había terminado Pansy por él.
Y era verdad. Draco seguía espiando a Zabini, que se había convertido rápidamente en un miembro de la Guardia Real. Era joven, decían muchos en el castillo, pero también valiente y era el mejor con la espada doble. Con los años, Zabini había ganado unos hombros anchos y músculos que deberían de ser prohibidos en todos los cuatro reinos. Cuando él le veía, todo recto y mirando fijamente al frente, Draco no podía si no fantasear en que algún día el lamería todo su cuerpo. Incluida su lanza personal.
Volviendo al presente, Draco sabía que ser Zabini estaba por algún lado ahí cerca, porque a dónde fuera que la familia Real iba, Blaise debía de seguirlos.
¿Sería extraño si le pedía a Pansy que lo trajera a su carroza? Su amiga sabría el motivo y se haría como la que tenía tareas por hacer, aunque fuera mentira. Entonces él y Zabini se quedarían los dos solos y como el caballero era corpulento; y él tampoco se quedaba atrás, lo más probable es que sus cuerpos tuvieran que estar más cerca de lo permitido.
Perdido en sus ensoñaciones, Draco no se dio cuenta que el carro se había detenido. Fuera, un caballo relinchó. La cabeza de una criada entró, con la mirada gacha, a la carroza.
— Ser Snape le pide su comprensión, Su Gracia, pues los caballos tienen que comer y beber algo. Pero no tomará mucho tiempo. — Draco iba a decirle algo, pero la cabeza de la chica ya no estaba.
Soltó un largo suspiro. El comandante de la Guardia Real, ser Severus Snape, era un hombre recto y sobre todo leal. Draco le tenía cierto aprecio, pues había sido Snape el que le había enseñado con paciencia a danzar con la espada y a soltar de la forma correcta la cuerda de un arco.
— Pansy, despierta, quiero salir. — Pero su amiga apenas y se movió. ¿Era posible que estuviera ebria, con tan solo una copa de vino? Tal vez no había ayudado en que el carro se moviera de un lado a otro todo el tiempo.
Tenía dos opciones. Se podía quedar dentro del carro, leyendo con una vela encendida o podía salir a estirar un poco las piernas, que buena falta le hacía. Con temeridad, decidió salir. Sus padres estarían ya durmiendo o haciendo lo que fuera dentro de su propia carroza, por lo que no podrían verlo fuera. Y Pansy, bueno, no es que no pensara en llevar a su amiga, sólo que ésta se encontraba dormida tan profundamente que ni el sonido de un cuerno de guerra la despertaría. Así pues, se colocó los zapatillos sencillos y se colocó encima de la camisa de seda una capa con capucha negra, que se abrochaba por en medio con unos preciosos botones de oro con el emblema de su casa en ellos: la serpiente plateada.
En el exterior hacía poco viento, pero estaba helando. A sus pies se arremolinó una espesa neblina que provenía del pantano que los franqueaba a ambos lados. Al verle fuera del transporte una criada, que parecía muy joven, se acercó y le ofreció a ayudarle a subir de nuevo a su compartimento.
— No, gracias. He salido a otear a mi gente. — En parte era cierto. Quería ver cuánta gente los acompañaba y al ver la tremenda caravana que lo seguía, dedujo que al menos cien personas, entre nobles, caballeros y criados, estaban viajando con ellos. Claro que tenía la esperanza de ver a ser Zabini que, por magia divina, se acercó, desmontando su majestuoso corcel de pelaje castaño.
Blaise Zabini llevaba cota de malla, y Draco pudo apreciar mejor su figura. Aunque la noche ya había caído sobre ellos, la luna iluminaba los pómulos altos del joven caballero y unos labios carnosos, que Draco quiso besar. El cabello lo llevaba tan corto que parecía estar calvo, pero sólo era una apariencia, pues lo tenía espeso y castaño oscuro.
— Su majestad — dijo el caballero y puso una rodilla en el suelo casi fangoso. No llevaba armadura, pero si la capa color esmeralda reluciente, que lo identificaba como miembro de la Guardia Real. Los caballeros que pertenecían a las tropas de su familia se limitaban a llevar bonitas armaduras con el emblema de la serpiente.
Draco le hizo un gesto para que se pusiera de pie. Tenerlo de frente hacía que el corazón le latiera a cien, y sintió, de repente, un calor que se le extendía por el estómago. Eran casi de la misma altura, pero Zabini le ganaba por al menos unos cinco centímetros. Parecía que el caballero no sabía cómo actuar a continuación. Draco vio que se debatía en escoltarlo de nuevo a su carroza o esperar alguna orden de su señor. Eso le causó un poco de gracia, que no mostró, claro está. Mantuvo una expresión serena y altiva, muy propia de él.
— ¿Me acompaña a caminar, ser Zabini? — preguntó, arrastrando las palabras. Esperaba que Blaise no se diera cuenta que le quería morder los labios, que estaban entre abiertos por su inesperada pregunta.
— Sí Su Majestad me lo ordena — Franco, inclinó la cabeza y le hizo un gesto para que Draco caminara por delante de él, pero éste no quería que fuera de aquella forma. Se lo hizo saber de inmediato. Zabini balbuceó, sin decir nada, y después asintió a su nuevo pedimento.
Avanzaron juntos, casi hombro con hombro, entre su gente. Algunos se habían detenido a encender una pequeña fogata para calentarse las manos, pues la temperatura en los pantanos solía bajar al tal extremo que a veces caía un poco de aguanieve por las madrugadas. Las personas lo saludaban, hacían reverencias y suplicaban que se sentara con ellos a devorar alguna cena fastuosa. Draco lo agradeció con una sonrisa, pero declinó a cada uno de ellos de forma amable. En cambio, le pidió a Zabini que le consiguiera algo para calentarse la tripa. Blaise se perdió entre una caravana que estaba repleta de vegetales y volvió con una taza de vino especiado, recién preparado.
— Espero que sea de su agrado, Su Majestad — dijo inclinando la cabeza.
— No tiene que hacer eso cada vez que se dirige a mí, ser Blaise. Me sentiría más cómodo si, por ejemplo, me llama por mi nombre de nacimiento. — Estaba cansado de que el caballero inclinara la cabeza ante él para todo. Pero eso pareció asustarlo muchísimo, porque negó repetidamente con la cabeza.
— No podría...mi señor, si alguien llegara a escucharme que lo llamo tan directamente me quemarán vivo. — Draco se preocupó, en verdad, así que le dijo que se conformaba con que le llamara "Señor" y que no hiciera tantas reverencias, más allá de las necesarias.
Se preguntó si aquello le parecía un tanto extraño a Zabini, que miraba obsesivamente a todas partes mientras caminaban juntos. Se alejaron un poco más del centro de su cohorte, y Draco le pidió que se adentraran un poco en el pantano.
— No creo que sea seguro, mi señor, los hijos del pantano pueden emboscarnos. — Draco sabía de aquellos hombres que se hacían llamar Los Hijos del Pantano, pero como nunca los había visto no creía que existieran realmente. Lo había agregado hace años a su lista de excusas que sus padres ponían para que no saliera.
A ellos se acercó otro guardia, que portaba una lanza de aspecto blandengue, pero que Draco sabía podía perforar hasta el metal hecho por elfos. Hizo una reverencia ante Draco y luego se dirigió a Zabini, a quién le comentó que se pondrían en marcha en unos minutos. Éste le echó una mirada con sus ojos castaños, que parecían negros conforme la noche avanzaba y después le dijo:
— Deberíamos volver, Su Majestad. El camino que sigue es sinuoso y a veces hay tantos huecos en el suelo que se nos dificultará el viaje.
— Si así debe de ser... — respondió Draco asintiendo lentamente con la cabeza.
Luego pasaron varias cosas a la vez. Pisó uno de esos huecos que justamente le acaba de decir ser Zabini y se resbaló, pero antes de que callera unos fuertes brazos le sostuvieron de la cintura. Quedaron frente a frente y un cosquilleo de placer le recorrió a Draco el cuerpo por completo. El otro respiraba con dificultad, por el temor de que Draco se hubiese hecho daño. Allí dónde el caballero le sostuvo, el príncipe sentía oleadas de intenso calor. No le costaría nada levantar el rostro y besar al hombre con quien tantas noches había soñado. Sabía también que Zabini no se negaría. No se atrevería. Se acercó más. Sintió como su pecho golpeó la cota de malla que llevaba el moreno. Sus labios estaban a sólo unos centímetros...
Zabini se alejó. Draco carraspeó y sintió más frío que nunca. ¿En qué había estado pensando? ¡Era un estúpido! ¿Acaso quería que los pillaran in fraganti y que le quitaran la capa a Blaise? Si de algo estaba seguro, era que el caballero se sentía orgulloso de su puesto. Y feliz. Muy feliz. ¿Quería ser él el culpable de arrebatarle eso? No.
— Lo seguiré desde atrás, Su Majestad — Draco se había quedado plantado en donde estaba. Sentía uno de los pies empapados de algo que no era agua. Se sentía humillado.
Alzó la barbilla, miró a Zabini, que no le dirigió la mirada y caminó con pasos rápidos a lo que por el momento era, su única salida.
— ¡¿Qué hiciste qué?! — el grito de Pansy debía de haber asustado a los caballos que tiraban de su compartimento, porque se escuchó un sonoro relincho.
— Baja la voz, Parkinson — Draco maldijo entre dientes, pues sabía que su amiga reaccionaría de alguna u otra forma. Pero gritando jamás.
Era la mañana siguiente a su escapada nocturna. Mientras tomaban el desayuno, que consistían en avena calentita con chorritos de miel, pan dulce y jugo de naranja fresco. Si bien Draco no quería contarle nada a su amiga, no tuvo más remedio cuando Pansy le miró directo a sus ojos delatores y le preguntó qué era lo que pasaba. Lo dijo todo como si fuese un libro abierto esperando a ser leído. Al principio Pansy se había visto furiosa por no intentar despertarla con más ahínco, pero conforme Draco relataba, a su amiga y doncella se le veía realmente divertida. Exceptuando cuando llegó al momento en que casi besaba a uno de su Guardia Real.
— ¿Te has vuelto un snob? ¿No pensaste en qué pasaría si alguien los veía? — preguntó en voz baja. — Tu padre no solamente le hubiera retirado la capa, Draco, ¡lo habría mandado a ejecutar en ese mismo momento!
Draco lo sabía, o al menos lo había pensado. Pero se había dejado llevar por el momento. Le pidió a Pansy que no volvieran hablar del tema. Y cuando su amiga le preguntó como siempre: ¿Me pides como amigo o como mi señor?", él le había dicho que como lo segundo. No volvieron a cruzar palabra durante el resto de la mañana y gran parte de la tarde.
Pansy leía una novela ligera y él se entretuvo mirando por la ventana. ¿Qué estaría pensando Zabini en ese momento?
Ojalá leyera la mente de las personas..., pensó, pero eso era imposible ¿verdad?
Días después llegaron a un cruce de caminos. Los pantanos habían quedado atrás hacía dos noches y Draco se sentía extrañamente expuesto. Pansy no volvió a dejarlo salir solo por las noches, y por raro que fuera, resultaba que ser Blaise Zabini siempre tenía la guardia en otro punto de la procesión. El clima húmedo y frío había quedado atrás, dando paso a un calor sofocante. Según ser Kennet McKinon, se encontraban en el camino cruzado, que era, efectivamente, un largo recorrido que podía llevarte hacia cualquier dirección. Sus padres, que iban delante, habían tomado el lado derecho que conducía al Suroeste. Draco le preguntó a Pansy a dónde creía que iban.
— Bueno, suponiendo que alcancemos el camino rocoso que lleva hacia el mar, podríamos estar yendo hacia Las Tres Islas. Pero si seguimos recto por este camino nos llevaría directo a Puente Quebradizo, que no es muy común que se cruce. — Draco sabía de geografía, pues sus maestres lo habían educado en todas las ramas posibles en temas de educación. Como Pansy siempre estaba junto a él, también había sido educada, sin proponérselo. Pero mientras Draco era habilidoso en las cuestiones de los idiomas que se hablaban por todos los cuatro reinos, Pansy era un mapa localizador andante. — Deberíamos de cruzarlo si es que nuestro destino se encuentra más allá del puente como, por ejemplo, en El Fuerte Rocoso.
Draco esperaba que no fuera así. Siempre había querido ver El Fuerte Rocoso por su cercanía con el mar negro, pero sabía por la historia que el lugar tenía siempre un olor a salitre y las pendientes que lo rodeaban siempre estaban resbaladizas por el oleaje salvaje que se producía durante las noches en el mar. Era bien sabido que varias personas morían al menos dos veces al mes por las caídas directas al agua.
— Que los Dioses se apiaden si es que mi padre cree conveniente ir a las Rocas. — Bebió de su copa un poco de vino dulce, que acompañó con un bocado de cerdo en salazón.
— No lo creo probable, sólo estoy suponiendo cosas. Si he de serte sincera, Dragón, nuestro objetivo más claro es Torre Escarlata, el reino vecino más al sur.
Draco casi se ahoga con el vino. Sintió que el líquido se le iba a los pulmones y por puro reflejo lo escupió. Pansy hizo un gesto de desagrado, pero mordió la manzana verde que comía. De todos los lugares, esperaba, con todo su ser, que no fuera Torre Escarlata o como muchos lo llamaban: Torre Sangrienta. Sabía que era uno de los reinos que más acuerdos políticos tenían con el de su padre, por no decir que algunos antepasados de Draco habían terminado gobernando el reino o viceversa. Además, era consciente de que podría haber pactos que a él no le favorecieran por completo. Como el matrimonio. De sólo pensarlo a Draco se le encogía el estómago y el corazón dejaba de bombearle.
Sabía que tarde o temprano debía de contraer nupcias con algún rey (o reina) o un alto lord de su propio reino. La cosa era que Draco no pensaba en el matrimonio sin amor. Claro que si tenía que hacerlo haría de tripas corazón y aceptaría por el bien de todos, pero no creía posible que hubiera algo más entre su consorte y él.
— Esperemos mi lady, que esta vez sus suposiciones no se conviertan en realidad. — Era común que lo que Pansy pensara e intuyera, terminaba haciéndose realidad. Como la vez que le dijo que no escalara aquella torre resbaladiza y, tonto de él, había terminado con la pierna inmovilizada por más de un mes entero. Se había hartado horrores sin poder salir de sus aposentos.
No vio a sus padres hasta casi una semana después de haber tomado el cruce rumbo al sur. Draco no había esperado que fueran a contarle sus planes, pero lamentablemente lo que comenzó como una agradable cena a su lado, se convirtió rápidamente en una desagradable velada que nunca olvidaría.
Pansy le había ayudado a vestirse y como siempre, le acomodó la incómoda corona sobre el cabello rubio platino. Faltando poco para el anochecer, ser Lancel Roseblood, uno de los caballeros de la Guardia Real le escoltó hasta el lugar de la gran carroza de sus padres. Como sucedía muy seguido en los días pasados, vio a toda la gente preparando sus cenas, levantando carpas para resguardarse del frío y de la noche, y a uno que otro pequeño corriendo de un lado a otro. Él les sonrió y les deseo buenas noches a más de uno que le hacía reverencia. El caballero se quedó flanqueando la entrada, donde ya se encontraba (por mera casualidad), ser Blaise Jodido Zabini haciendo la guardia nocturna.
Éste no le miró, pero inclinó ligeramente la cabeza a modo de respeto y le abrió la portezuela. Si el transporte que Draco y Pansy compartían era grande, el de sus padres lo triplicaba en tamaño y majestuosidad. Debía de ser cosa de la reina que siempre estaba remodelando el Nido cuando no había días de lluvia.
— Mi rey y reina, les agradezco la invitación. — Eran pocas las veces que Draco les llamaba "padre y madre", pues se le había inculcado que ante cualquier persona por encima de él merecía ser nombrado con su puesto. No hincó la rodilla en el suelo, como los plebeyos, ni tampoco inclinó la cabeza, como era costumbre entre su gente; sin embargo, se acercó para darles un abrazo.
La reina Narcisa le dio un beso en la frente y el rey, Lucius, le dio un fuerte apretón en uno de sus hombros. Su padre tenía el semblante más serio y estoico de lo normal.
— La cena se servirá dentro de un momento. Toma asiento, hijo mío. — Como era de esperarse, se sentó a la derecha de su padre, pues era el lugar que le correspondía. Uno de los criados que Draco miró sorprendido, pues no había visto a ninguno al entrar, les sirvió a todos una copa de vino. Dio un sorbo y le supo a gloria. — ¿Qué tal ha ido el viaje? ¿Lady Parkinson ha sido amable con el jinete que tira de la carroza?
— Le ha gritado al menos unas doce veces. La última esta mañana, pues hemos tenido una sacudida enorme dentro del coche y lady Pansy se ha lastimado la rodilla — contestó y sonrió al recordar al pobre jinete, que se había puesto lívido. Si no había sido despedido de su puesto, era porque él había intervenido todas esas veces para calmar a una furiosa Pansy.
— He de imaginarlo. ¿Aún lleva esa daga que le ha obsequiado tu padre y señor? — Draco asintió y todos volvieron a beber de sus copas.
La cena fue servida después. Había no menos de dieciséis platos diferentes. Draco se despachó cisne asado rociado con hojas de romero, batatas cocidas en sal y dos trozos de pan crujiente; y de beber pidió whiskey de malta pura que, aunque no lo toleraba muy bien, le gustaba beberse una copita con sus padres. Charlaron animadamente. O al menos su madre y él, pues el rey se limitaba a mirar a Draco cada cierto tiempo de una forma que le puso nervioso.
Por fin, sin poderse reprimir, le cuestionó de su silencio. Su madre le lanzó una mirada mortificada a su esposo y éste soltó un hondo suspiro.
— Draco, hijo mío... — comenzó y Draco se irguió en su asiento. La comida le había sentado tan bien que de no ser por el asunto en el que se debatía su padre interiormente, él se habría retirado a dormir. — Hay cosas en la vida que son inevitables, como la muerte, lo sabes ¿verdad? — el príncipe asintió, sin saber muy bien a donde querían llegar esas palabras —. Desde que naciste supimos que estabas destinado a hacer grandes cosas. Cosas inimaginables para nosotros. Conforme fuiste creciendo vimos que poseías un talento innato para gobernar. Tenías todas las cualidades cuando cumpliste tu sexto año de tu nombre: eras valiente, honesto, amable y sobre todo había en ti un deseo profundo de ser mejor cada vez. — Draco se sintió cálido por dentro. Su padre no le había dicho tales palabras nunca. — Sólo era cuestión de tiempo. ¡Ah, el tiempo, gran enemigo en estos días!
— Padre...Mi señor. Me ha complacido como nunca escucharle pronunciar palabras de cariño. Pero ¿a qué viene todo esto, si me permite preguntarle? — El rey y la reina se miraron una vez más. A Draco no le pasó desapercibido en gesto que le hacía su madre al rey, dándole un apretón en una de sus blancas manos.
— Mañana mismo, como mucho, llegaremos al reino vecino del sur. La Torre Escarlata nos abre sus puertas y su heredero te abre su corazón. — Draco comenzó a sentir un suave silbido en los oídos. ¿Era lo que se estaba imaginando? —. Te unirás en alma, cuerpo y corazón con el Príncipe Harry James Potter, heredero del sur.
Lloró toda la noche, mientras su compartimento se movía hacia su fatídico destino. Pansy lo consoló, le susurró una hermosa canción al oído mientras Draco se consumía de enojo y tristeza.
Su peor pesadilla se estaba volviendo realidad. Sus deseos se habían ido, así como la luna al amanecer. Pero era inútil intentar oponerse.
— Están destinados desde su nacimiento, Draco, así debe de ser — había dicho su padre en la cena.
Dejó de creer en destinos porque ¿cómo era posible que estuviera atado a una persona que en su vida había visto? Era ridículo el simple hecho de pensarlo. No encontró calma entre los brazos de su amiga y confidente.
— Estaré ahí siempre. Contraigas matrimonio o no, yo siempre te cuidaré las espaldas y el corazón, Dragón, nunca lo olvides. — Sabía que era así. Que sería así. Pansy, cómo él, no creía en el matrimonio sin amor, pero ella no tenía un reino sobre sus hombros.
Recordó que, en algún punto de la charla con sus padres, furioso y sarcástico les había preguntado sobre herederos.
— Hay maneras de concebirlos — dijo el rey, cansado de la mirada asesina de su hijo. — Siempre hay una forma. — Al ver que Draco iba a rechistar, agregó —: Y no hay opción en esto.
Así de fácil su vida había sido decidida. En menos de diez minutos ya no era Draco, príncipe del Nido de las Serpientes; había pasado a ser Draco, el consorte del príncipe Harry Potter. Era jodido e injusto.
De la nada, el rostro moreno de Blaise le vino a la mente, con sus hermosos ojos castaños y el cabello recortado.
Blaise, que no podía mirarle por su culpa.
Blaise, que se había convertido, ahora sí, en un imposible para él.
¿Qué les ha parecido un Draco tan emocional? ¡A mi me encantan esos Dracos! Pero igual no todo será miel sobre hojuelas, aunque aún hay tiempo xd
En cuanto a Zabini...bueno, ya veremos que piensa de todo ese asunto con el príncipe :p
No olviden dejarme un pequeño rw, lo apreciaría mucho.
