Yo de nuevo...

Como podrán ver este capítulo sí que sí tenía que ser de Harry uwu Espero que lo disfruten tanto como yo al escribirlo :* He dejado ver varios aspectos de Harry y bueno, ya verán su reacción al conocer a Draco XD He pensado en que probablemente me tarde una semana por capítulo, porque hay cosas que no he conectado del todo y otras cosas que quiero descartar de mi cabeza (en cuanto a la historia).

Sin más, disfruten el cap uwu


CAPÍTULO 2: HARRY

Denis Creevey, su escudero, dejó caer una de las hombreras de su armadura. Era la tercera vez en esa semana que lo hacía.

Harry era consciente de que el muchacho, que no tenía más de doce, siempre estaba nervioso cuando le ordenaba que lo vistiera con la armadura dorada. Denis asentía en silencio, coloreado de rojo hasta las puntas de las orejas y torpemente le armaba. Si era sincero, Denis era su escudero porque su padre lo había tomado bajo su cargo por un favor que le debía a lord Augustus Creevey, señor de Pozo Enlodado. El hermano mayor de Denis también había venido con él al reino, pero a Harry solía fastidiarle el hecho de que Colin, el mayor, quisiera seguirle a todos lados. Fue puesto a su servicio y cuidado sin siquiera pedirlo, siendo este el típico comportamiento de su rey y señor padre.

— Ten cuidado chico, podría mandar a que te den una azotaina por dejarlo caer más veces de las que me la he puesto esta semana, ¿sabes? — dijo Harry con el tono de voz más alto de lo que pretendía.

Su escudero se encogió y musitó una retahíla de palabras que Harry apenas y comprendió. El muchacho terminó de vestirlo. Le extendió, con manos temblorosas su escudo con la cabeza del león rugiente. El cuarto de las armas siempre olía a metal en sus diferentes estados de conservación. Óxido y cuando el herrero, Rubeus Hagrid, lo trabajaba hacia apenas unos días antrás.

Salió al campo abierto de entrenamiento, donde se encontraban ya varios caballeros armados como él. Esa vez tendrían entrenamiento duro y doloroso. Harry se acercó a ser Ronald Weasley y su mejor amigo para saludarlo. Ser Weasley (o Ron, como lo llamaba Harry) llevaba su armadura de bronce reluciente mal puesta del torso. Parecía no importarle y por supuesto que su amigo no diría nada. No sería él quien lo pusiera en la burla de todos allí. También saludó a ser Seamus Finnigan, ser Dean Thomas y al siempre nervioso ser Neville Longbottom. Todos habían crecido entrenando juntos. En su sola presencia ellos le tenían suficiente confianza para llamarlo simplemente por su nombre de nacimiento, cosa que no era así delante de sus padres o demás personal del reino. Había otros tres caballeros: ser Oliver Wood, que Harry admitía para sí mismo que el hombre tenía una de las mejores punterías jamás conocidas; los gemelos Weasley, que eran hermanos mayores de Ron pero que no solían en su grupo y, por último, el flacucho Colin Creevey, que se estaba entrenando apenas en el arte de la lucha con espada.

Su maestro de armas era ser Remus Lupin, que pertenecía también a la Guardia del Rey. El hombre era delgado, pero aventajaba a cualquiera de los que estaban ahí en velocidad, fiereza y experiencia, pues había luchado en una de las guerras antiguas. Vestía una sencilla cota de malla y sostenía a Luz de luna, su espada, con una de sus manos. Le sonrió a cada uno de ellos y la danza comenzó.

El entrenamiento terminó cuando el sol se colocó en el punto más alto. Harry no sentía los brazos y estaba casi seguro de que se le había fracturado el tobillo cuando ser Wood le dio un golpe tremendo una de sus botas.

Después de que Denis le retirara la armadura y volviera a dejar una hombrera, de nuevo, Ron y él se dirigieron al interior del castillo. La Torre Sangrienta, llamada así por el color que sus paredes exteriores relucían a la luz del sol, era un castillo de piedra maciza, grande y fortificado en cada puerta saliente. Hacía trescientos veranos había sido construido por uno de sus ancestros, del cual su nombre quedaría olvidado para Harry después de saber el dato, para resguardarse de lo que Harry conocía como "El peligro de la Montaña Neblinosa"; quien quiera que fuera ya no existía, pues de eso se habían encargado los herederos del reino antes de él. El castillo había iniciado por una sola torre que se había extendido a los lados a lo largo de todos esos años. Era una construcción monstruosa y enorme. Cuando era pequeño, Harry solía perderse con facilidad entre todos los pasillos, escaleras y cuartos existentes; terminaba en lugares impensables, como aquel cuarto que tenía cientos de espejos.

Los dos muchachos se dirigieron a la torre oeste más alejada del castillo, donde se encontraban los aposentos de Harry. Por el camino éste saludó a unos cuantos criados, que le hicieron una reverencia. Él les mandó a que volvieran a sus tareas diarias.

— Hay que ver, si me dieran un león por cada persona que te hace una reverencia en cada esquina, sería más rico que las Águilas. — Ron llevaba media armadura, la del torso, aún puesta. La espada le rebotaba del lado derecho de su cadera, donde la llevaba enfundada. Su amigo era ligeramente más alto que él, pero Harry compensaba ese defecto con corpulencia.

— No sé qué esperabas, si soy el maldito heredero de esta prisión — respondió y su amigo borró la sonrisa que comenzaba aflorarle en la cara.

El heredero. No le gustaba pensar en ese hecho, pero sus padres no le dejaban en paz con el mismo tema. Él mismo les había dicho una y otra vez que el trono no era para que él se sentara, y era verdad. Lo que más anhelaba Harry era comandar la misma Guardia Real, o para ser precisos, el ejército del reino. Desde pequeño, cuando ser Lupin le había enseñado a blandir una espada sin filo, no dejó de soñar con el día en que sería el comandante de todos ellos; de todos esos hombres buenos y leales que lo había visto crecer, luchar y madurar.

Desde los trece se lo había hecho saber a su padre, que frunció el ceño y le dijo que su único deber en la vida era heredar el trono carmesí. Implorante, le había lanzado a su madre, la reina Lily, una mirada de súplica, porque si había alguien capaz de hacer entrar en razón al rey, era la reina. Recordó que más tarde ese mismo día cuando, enfurecido había lesionado a ser Longbottom en la nariz durante el intenso entrenamiento, la reina había cruzado unas palabras con él.

— Eres nuestro único hijo, sangre de mi sangre, no podríamos perderte en batalla. — Lo sabía. No tenía hermanos que le sucedieran en dado caso de una muerte prematura, pero tenía algún otro pariente, ¿no? Así se lo dijo a su madre, que sonrió con una pizca de tristeza en sus ojos. — Tienes, sí, pero ninguno sería digno de sentarse en el trono. Habría guerra por la sucesión. Caos entre nuestra gente que, si bien siempre ha sido razonablemente amable contigo y con nosotros, que no te quepa duda de que se alzarían por el trono. — Al ver que Harry iba a replicar, añadió —: No. Lo siento mi príncipe. Podrás tener todo lo que deseas, pero renunciar a tu destino, nunca.

Esas palabras herían a Harry. Destino. ¿Acaso no se podía forjar su propio futuro? ¿Tenía que estar atado a las leyes antiquísimas? Por supuesto que había dejado de pedir su más ferviente deseo, porque sabía que el mismo sermón le sería dado una y otra vez, así que tenía que conformarse en entrenarse hasta el cansancio, ser el mejor y combatir en la guerra (si es que algún día la había).

Antes de comenzar a subir el entramado de escaleras hacia su habitación, la única persona que lo entendía les cortó el camino a los dos. Era ser Sirius Black, comandante regente de los Capas rojas, miembros de los diez de la Guardia. Aparte de tan honorables títulos, era algo así como el padrino de nacimiento de Harry. Su protector. Si bien Ron era su mano derecha, ser Black era la sombra a la espera del peligro, listo con su espada Canina para asesinar a cualquiera que le pusiera un dedo encima a Su Majestad, es decir, al propio Harry.

— Su majestad el rey le solicita en el Consejo Real de inmediato. — ¿El Consejo de su padre?

Harry le lanzó una mirada rápida a Ron, que se encogió de hombros y levantó el mentón, cómo diciéndole "Adelante".


El Consejo Real estaba compuesto por un par de personas que Harry conocía pero que nunca había tratado en persona, pues éstos sólo se reunían con su padre. Solían juntarse tres veces por semana para discutir diferentes problemas o soluciones para el reino, en la torre norte, donde sus padres tenían dispuestas sus habitaciones.

Cuando entró junto con Sirius, distintos pares de ojos se posaron sobre su figura. Harry les miró uno a uno, retándoles, pero ellos se limitaron a saludarle con un gesto de la cabeza. En la mesa rectangular de exquisita madera de roble del Bosque de los Espíritus, estaba ser Shacklebolt, consejero Real Táctico de Guerra tan recto como siempre; ser Alastor Moody, del que Harry no tenía claro cuál era su puesto en el Consejo de su padre; lady Amelia Bones, consejera del oro; Sirius, por supuesto, que comandaba la defensa del reino y la del castillo y el maestre y consejero de voz: Albus Dumbledore. El anciano fue el único que le regaló una sonrisa que a Harry descolocó. Usualmente no veía a Dumbledore a menos que tuviera alguna dolencia realmente fuerte, cómo cuando le curó la fractura de la pierna izquierda, porque el ilustre maestre solía enviar a sus aprendices a todos lados.

Su padre le dirigió un breve saludo y lo invitó a tomar asiento. Se sentó próximo a él, del lado derecho.

— ¿Podemos comenzar con el asunto, Su Gracia? — preguntó ser Moody con una sonrisa que le deformó el rostro lleno de cicatrices. El hombre llevaba un parche en uno de sus ojos, pues se lo habían arrancado en una feroz batalla hacía tiempo.

— Nos hemos reunido el día de hoy para tratar un asunto urgente que implica la colaboración, no sólo de cada uno de ustedes sino también de mi hijo, el príncipe Harry — Al escuchar su nombre proveniente de los labios de su padre, Harry levantó la vista y miró con intensidad a su padre. ¿Qué era aquello? — Como todos estaremos de acuerdo, el reino ha mantenido una paz duradera. El invierno fue duro en el pasado, siendo nosotros gente del sur, pero ya ha pasado. Los días en que temíamos por la vida de cada uno de nosotros y de las personas fuera de estos muros ha pasado. — Hizo una pausa. Harry vio que su consejo asentía fervientemente, excepto Dumbledore, que cruzó los dedos por debajo de la barbilla. — Maestre Dumbledore, ¿por favor?

El anciano asintió con los ojos cerrados, carraspeó y dijo:

— He visto la oscuridad acercarse, como un cuervo en busca de carroña — musitó débilmente.

Harry no entendía muy bien a qué se refería el hombre, pero debía de ser algo de suma importancia, pues el silencio que le siguió fue abrumador. Parecía que todos los demás habían dejado de respirar, hasta su padre, que tenía los ojos cerrados.

— Pero he visto la luz. Dos personas combatiendo juntas, imbuidas de poder mágico extinto hace siglos. Como bien sabemos, esto puede referirse a dos desconocidos como también a dos personas con un destino igual. — Esto último lo dijo mientras le lanzaba a Harry una mirada penetrante.

Silencio de nuevo. Fue lady Bones quién preguntó lo que Harry esperaba.

— ¿Tiene algo que ver con nuestro príncipe, maestre Albus? — Harry esperaba una negativa o cualquier cosa que le hiciera exento de tales palabras.

Pero no fue Dumbledore quién respondió, sino su padre, que lo miró fijamente.

— Nuestro príncipe heredero, leal al trono aceptará contraer matrimonio con el heredero del Nido de Serpientes, como bien se espera de él.

Quiso gritar. Golpear a su padre, aunque eso le ganase la decapitación por ley. Sin embargo, sus pensamientos se mezclaron tanto que lo único que dijo fue:

— Aceptaré mis responsabilidades para con el reino, Su Majestad. — Se había puesto en pie y no había esperado que el Consejo se disolviera. Hizo una reverencia profunda a su padre, que le miraba expectante y salió de ese espantoso lugar con las piernas temblando y el corazón palpitándole como loco.


Horas más tarde, Harry apreciaba con detenimiento el extenso bosque que delimitaba los alrededores del castillo a través de los cristales de su enorme ventanal. Absorto en sus pensamientos no escuchó a su madre entrar hasta que esta le puso una delicada mano sobre el hombro. Siempre ella. La reina iba a verlo cada vez que presentía que algo le sucedía a Harry. Siempre había sido así.

— ¿Desde cuándo? — se limitó a preguntar, porque desde que había salido del consejo tenía la sensación de que el enlace se formó desde hacía semanas, meses o tal vez años.

— Tu padre...

Él se giró para enfrentarla. Sentía la rabia burbujearle dentro de su cuerpo.

— Confié en ustedes. Pensé que al menos tú me conocías, madre —. En las mejillas de la reina se deslizaban dos solitarias lágrimas. — Renuncié a mis sueños por ustedes, por el reino, cada cosa que he hecho ha sido para que se sintieran orgullosos de mí. Para no decepcionarles. — No gritó, pero la voz le temblaba tanto del enojo que provocó que su madre caminara dos pasos hacia atrás —. Ni si quiera sé quién es ese hombre que ha dicho Su Majestad. Así que, ¿desde cuándo, mi señora? ¿No ha importado al menos mi opinión?

— Harry, mi vida...

— Padre me ha escupido la noticia que ni siquiera he tenido la oportunidad de procesarla del todo. ¿Acaso yo pedí esto, madre? ¿Es necesaria la unión? — La reina parecía que se hubiera quedado sin voz, pues se limitaba a observar a su hijo.

Harry se separó de la ventana y se dejó caer de espaldas en la suave cama de plumas de ganso. Los doseles que se situaban alrededor de su lugar para descansar estaban abiertos de par en par, por lo que su madre se sentó a su lado.

— Hijo mío, tal vez en estos momentos te sientas incomprendido...

— Siempre ha sido difícil para ustedes tomarme en cuenta. Verdaderamente en cuenta — hizo énfasis al ver que su madre abría la boca. — Ahora mismo siento que no tengo voz ni voto para forjarme mi propia vida.

Era lo que más le dolía. Su madre se rehusaba a decirle la verdad acerca de su pronto matrimonio, por lo que quedaba muy claro para Harry que la unión entre él y el heredero del Nido había sido pactada con demasiada antelación. Siempre me han ocultado todo...

Sintió los dedos de su madre entrelazarse con su desordenado cabello negro azabache. Ni si quiera se molestaba en colocarse la corona de oro. Le acarició el cuero cabelludo con delicadeza, como hacía antaño, cuando Harry apenas era un crío.

— Me destruiría que nos guardaras rencor, Harry. Sé que ahora mismo no piensas con claridad, pero debes de saber que este matrimonio es mera cortesía. El maestre Dumbledore cree que es posible que, si los herederos de los dos reinos más poderosos se unen en más de una forma, revivirán aquello que se cree extinto. — No quería escuchar nada más. No quería saber nada de nadie.

— Déjame descansar, madre. Ha sido un día agotador — escuchó que la reina le hacía caso y se levantaba soltando un suspiro de tristeza mezclado con resignación.

Cuando escuchó como se cerraba la puerta de su alcoba, se desvistió por completo y se metió entre las deliciosas mantas frescas. No durmió de inmediato, pero cuando lo hizo soñó con el hombre que pronto se convertiría en su esposo.


Dos días después del Consejo, unos criados subieron a la alcoba de Harry y le prepararon un baño de agua tibia. Él llevaba horas despierto, pues era consciente de que ese día llegaría la comitiva de su próximo prometido. La idea de ducharse y vestirse apropiadamente no le llamaba la atención, puesto que todo lo que sucedía era en contra de su voluntad. Sí. Había aceptado el trato, pero no querría decir que fuese a hacerlo de forma amistosa y agradable.

El día de ayer había tratado de investigar todo lo posible sobre el heredero actual del Nido, pero no encontró muchos datos en la biblioteca. Frustrado, se vio en la necesidad de recurrir a una de las pocas personas a las que les tenía confianza (aparte de Ron, claro está: lady Hermione Granger. Aprendiz del maestre Dumbledore y una de las mentes más a agudas e inteligentes del reino. No es que no conociera a lady Granger, pues de hecho se conocían desde que Harry aprendió a luchar con la espada, cuando recién había cumplido su octavo día del nombre.

Hermione Granger era una de las pocas aprendices que el maestre había encontrado de pura casualidad en el pueblo. Según se rumoreaba, la chica tenía una increíble habilidad para los potajes y la curación. No era magia, porque todos sabían que esta se había extinguido hacía ya bastante tiempo; si no que simplemente la muchacha tenía el don desde su nacimiento. Harry aún recordaba el día que la chica había arribado al castillo.

Había sido un día especialmente caluroso y difícil en su práctica con la espada. Ser Remus lo hizo repetir la técnica de desenfundar la espada y propinar un tajo directo a la cabeza, pero Harry, que usaba una espada de acero sin filo era propenso a que esta se le resbalara de las manos una y otra vez. Al final había terminado con las palmas de las manos enrojecidas y con la piel lastimada. El caballero le recomendó ir a la mazmorra, con el maestre anciano Dumbledore. Obedeció. Cansado, con la cota de malla pesándole sobre los hombros bajó las escaleras con detenimiento. A su corta edad nunca tuvo la necesidad de asistir personalmente con el maestre real, pero siempre había una primera vez.

El lugar era agradablemente cálido pese a estar bajo el suelo del castillo. Velas de luz azulada brillaban por todos lados, creando sombras alargadas por las paredes. Al fondo, una chimenea inmensa abarcaba toda la pared y en su interior un fuego amarillo brillante lanzaba lenguas de fuego a escasos centímetros fuera de su lugar. Múltiples mesas de trabajo estaban repletas de libros, frascos y muestras de insectos y plantas. Había brebajes burbujeando en pequeñas calderas sobre la madera de las mesas, que despedían olores de lo más variopintos: vainilla, romero, hierbafresca…

Pero dentro de la mazmorra no había nadie. ¿Dónde estaba el maestre? Dudando, tomó asiento en un taburete cercano a las escaleras y esperó pacientemente. Seguramente el maestre se encontraba en compañía de su padre, en el Consejo, o simplemente se había ido a conseguir alguna sustancia que requería.

Algo captó su atención. Un brillo plateado provocado por la luz de una de las velas. Curioso, Harry se levantó para ver mejor aquel objeto. Era una bonita espada de plata. Con su escaso conocimiento acerca de tan mortales armas Harry no fue consciente del valor de aquella larga lengua de plata, pero un escozor en sus manos le hizo tomarla. Era ligera y pesada a la vez, dependiendo de cómo se le sostuviera. El metal era tan brillante que el niño pudo ver su propio reflejo. Tenía una inscripción en un idioma que no conocía en un costado y la empuñadura tenía rubíes reales incrustados. Se preguntó si aquella espada era del maestre Dumbledore, aun sabiendo que éstos no portaban armas. Sin embargo, la espada parecía llamarle. Tentarle. La sostuvo firmemente con ambas manos y la alzó frente a él, como una extensión de su propio cuerpo. Acomodó las piernas como ser Lupin le había enseñado y lanzó un tajo a la nada.

— Veo que la espada te responde bien, aunque ya no posee la magia antigua— una voz serena provocó que se girara sobre sus propios talones, con espada en mano, y rompiera un juego de viales de cristal de la mesa más próxima. Los vidrios cayeron al suelo frío y húmedo y soltaron un siseo cuando su contenido se derramó.

Era el maestre, que miraba a Harry con unos intensos ojos azul a través de los cristales de sus lentillas doradas.

— Yo…— comenzó a decir Harry con voz entre cortada. Pero el maestre alzó una de sus manos, de dedos delgados y el chico cerró la boca.

— La curiosidad no es algo por lo que el humano deba de disculparse. — Harry sintió calor en las mejillas — Mucho menos de usted, mi príncipe. — Para sorpresa de Harry, Dumbledore le hizo una reverencia con un gesto de la cabeza.

— De todas formas, lo hago señor.

Dumbledore se limitó a sonreír. Fue entonces que Harry notó una segunda presencia aparte del maestre. Era una niña, probablemente de su edad, tenía el cabello castaño tan espeso y esponjado que Harry se preguntó si no le molestaba cargar con eso en la cabeza. Llevaba un grueso tomo aferrado con los brazos en su regazo y una túnica que antaño debió de ser blanca. Notando que Harry miraba a la chica, Dumbledore carraspeó y dijo:

— Permítame presentarle a lady Hermione Jean Granger. Será mi aprendiz desde este preciso momento. — La niña era lista, pensó Harry, pues le hizo una reverencia probablemente por la charla con el maestre. El príncipe la saludó con agitando una mano.

Por alguna extraña razón el malestar de sus palmas se había ido en algún punto de su aventura, pues cuando el maestre le preguntó el motivo de su visita, Harry se había olvidado por completo del dolor; además, las manos dejaron de escocerle.

Pasó gran parte de la tarde en la mazmorra, charlando educadamente con el maestre y su alumna.

Harry recordó, también, que había pasado mucho tiempo desde ese momento ahí abajo. Pero sólo cuando Hermione se encontraba sola o con algún otro aprendiz, pues la presencia del maestre siempre le parecía muy intensa, con la cantidad de palabras y consejos que le brindaba cada dos por tres. Conforme crecía eso no había cambiado mucho, pero era verdad que con los entrenamientos tan seguidos y las ganas de Harry por ser el mejor le dejaban muy pocas ganas de bajar a pasar el tiempo con su amiga. Hermione, por el contrario, se la pasaba siempre detrás de un grueso tomo que tomaba de la biblioteca del castillo o se iba por días para conseguir suministros para el maestre y los aprendices, que Harry sabía ya eran seis.

— No hay mucho en donde buscar, si he de serte sincera. — Hermione estaba ojeando un libro títulado Mil hierbas y hongos medicinales, el libro era enorme y viejo, pues las hojas tenían ese tono apergaminado que el papel tomaba con el pasar del tiempo. — Podríamos buscar en los tomos de las genealogías de las familias actuales, pero me temo que no hay mucha información allí.

— Bueno, ¿podríamos al menos intentarlo? — Ella le lanzó un gruñido en su dirección. Hermione odiaba ser interrumpida de su propia lectura.

Habían pasado la mayor parte del día en la biblioteca, lugar que Harry no solía frecuentar muy a menudo, a menos que tuviera alguna lección importante que su padre creía necesario que tomara. Buscaron, como Hermione había dicho en Genealogías de las familias reales actuales; echaron un vistazo en tomos cada vez más grandes y para la hora de la cena, Harry se había dado por vencido. Sólo habían encontrado un párrafo, en Los oscuros pantanos del Nido que decía:

"De los extensos terrenos del Nido de las Serpientes, el pantano es, sin duda, una de las grandes maravillas de los cuatro reinos. Por siglos ha sido distintivo del reino en el norte, sin embargo, en años recientes ha sido explorado por el rey Lucius Malfoy, su Guardia personal y a veces, por su heredero, que es una copia idéntica de su señor padre..."

— Debería de volver ya Harry, el maestre puede solicitar en cualquier momento.

Harry no tomó la cena de esa noche y durmió muy mal, horas después, cuando subió a su habitación.

Uno de los criados le colocó la corona dorada sobre los cabellos tan negros como el carbón. Él hizo un mohín despectivo con la boca y el muchacho que le atendía se alejó rápidamente. A los pocos minutos llegó Denis, su escudero personal para colocarle la armadura. Cuando le colocó el peto, lo sintió apretado y asfixiante empero no se quejó. Se enfundó la espada del lado derecho y él mismo se ató al cuello, con el broche del león rugiendo, la capa carmesí.

Abajo, en el Salón del Trono ya se encontraba medio castillo, que lo conformaban lores y esposas, hijos, la Guardia Real, colocados a lo largo de ambas paredes que rodeaban el trono; familias importantes, bardos, y un puñado de criados, que atenderían las necesidades de los visitantes apenas se adentraran al salón.

Harry esperó, incómodo, al lado derecho de su padre. Su madre, del otro lado del rey, tenía un gesto sereno y apacible, casi cariñoso. En cambio, el rey James Potter, sentado en el trono tenía la espada cogida con las dos manos, la punta de esta se clavaba en el suelo bajo él. Era una imagen imponente, pero a la vez, por la forma de su postura, hacia adelante, daba a entender que era abierto a comentarios, propuestas y visitas.

En la sala no se escuchaba ningún ruido, salvo por la propia respiración de Harry, que le resonaba en los oídos. Cuando la puerta doble se abrió y el anunciante pronunció los nombres de la familia real visitante, las palmas de las manos comenzaron a sudarle y en la espalda sintió un frío recorrerle. Había llegado el momento.

— El rey Lucius Malfoy, gobernante del Nido de las Serpientes. — La voz del lord anunciante resonó por todo el lugar. — La reina Narcisa Malfoy, consorte real. — Dos figuras se abrieron paso. La reina, una delicia de mujer, con el cabello rubio platino lacio y la corona debidamente en su lugar daba un aire que pocas damas dejaban entrever. El rey, un hombre apuesto, alto y con la armadura teñida de algunos lugares de color esmeralda, llevaba el brazo de su esposa entrelazado con el de él. — Y el príncipe Draco Malfoy, heredero del Nido de las Serpientes.

Un joven increíblemente apuesto entró en la sala. Al contrario que Harry no llevaba armadura, pero su túnica larga de seda color verde era tan exquisita de detalles que se escucharon murmullos por todo el lugar. Llevaba las mangas anchas y largas, casi hasta las rodillas y detrás de él, arrastraba la cola de la vestimenta, que terminaba en forma de uve, no tan larga, pero que probablemente era tan incómoda para caminar. Pero ni la túnica ni la corona plateada con destellos de diamantes pudieron opacar al sujeto que la ostentaba. Harry vio que la piel pálida del príncipe acentuaba aún más el color platino de su cabello; corto por los lados y largo de arriba. De la corona le escapaban mechones rebeldes. Un dedo estilizado, unido a una mano larga se entrelazó con el lazo que rodeaba sus caderas estrechas. Era alto, al menos casi de su estatura y su complexión, elegante y delgada, pero musculosa le daba al muchacho un aspecto altanero. En cuanto a sus facciones Harry admiró la barbilla puntiaguda y bien pronunciada y unos labios rosados, como si acabase de comer frutos rojos frescos.

Fueron los ojos los que le hicieron temblar interiormente. Era como ver la plata derretida; a Harry le recordaron al cielo después de una tormenta. Y más parecido a la plata tan hermosa de aquella espada que el maestre Dumbledore poseía en la mazmorra. El príncipe Draco lo miró directo a los ojos. Tragó saliva.

— Dioses misericordiosos... — murmuró para sí.

Estaba jodido.


Ahhhhhh, amo al Draco tan etéreo...Siempre lo he imaginado (en varios fics) de forma tan...espléndida, ¿saben? XD

Y Harry, bueeeeeeeno, ya veremos después que pasa por la mente de este cabezota lol

¿Merezco un rw uwu? Por cierto, gracias a las personas que le dieron Seguir la historia y que la han puesto en sus favoritos, me han hecho el día y la semana xoxo

¡Nos vemos pronto!