Cómo prometido está...aquí otro cap xd
No me queda decir nada más que lo disfruten tanto como yo al escribirlo. Quisiera dedicarle el cap a SakuraLi-Taisho por ser mi primer review. ¡Gracias!
CAPÍTULO 3: DRACO
Un bardo cantaba La doncella y el dragón cuando Draco se sirvió más patatas ahumadas. Al ver tal gesto, su madre le lanzó una mirada de advertencia, pues se suponía que los criados eran los que servían la cena en los platos de oro reluciente frente a él. No le importo, en cambio, que Pansy le cambiara el plato (que tenía cerdo asado agridulce). Pinchó un trocito con el cubierto mientras veía la cantidad de gente que se había reunido para el banquete de bienvenida.
Decir que en el salón de reuniones había cien personas era quedarse corto. Al menos veinte mesas de madera maciza que debían de medir tres varas o similar, se disponían a lo largo y a lo ancho de todo el lugar, con múltiples sillas. En el alto techo empedrado de roca oscura se encontraban los candiles llenos de velas chisporroteantes, que hacían unas sombras de lo más deformes por tal cantidad de gente. En la pared de la izquierda Draco vio cincuenta barriles de vino de elfo, traído desde la Ciudad Esclava. Los criados no se daban abasto con tal multitud de borrachos coreando y pidiendo más vino y cerveza agria. La comida no se quedaba atrás, si bien no se disponían mesas de banquete, cada una de las que allí había tenía por lo menos treinta platillos distintos: legumbres hervidas en sal, ganso troceado y guisado en una espesa salsa de cebolla, cerdo asado agridulce, tortitas de avena dulce...Era ostentoso y probablemente la comida se desperdiciaría, como ocurría en todos los banquetes, pues la bebida era siempre el centro de atención.
Draco vio a los bardos en una esquina, afinando sus liras, tambores y gaitas; otros más afinaban la garganta para suplir a los demás cuando éstos se agotaran o tuvieran la garganta en carne viva por cantar sin descanso. Echó una mirada a su lado izquierdo. Su familia y Pansy tenían el placer de sentarse en la mesa de la familia real, puesto que pronto serían aliados en más de una forma. Su madre masticaba educadamente un bocado de empanada de calabaza asada y su padre bebía y charlaba muy seriamente con el rey James. En cambio, el príncipe...
La realidad era que Draco no sabía qué pensar de él. En ese preciso momento se encontraba bebiendo vino de la copa más próxima, con la mirada fija en algún punto lejano de aquel festejo. Cuando entró en el salón del trono a Draco no le quedó más remedio que echarle una mirada, ya que era lo único que tenía a la vista. Lo que vio no le desagradó del todo. El príncipe y heredero al trono de la Torre era por demás un joven apuesto; llevaba una armadura reluciente, que le quedaba perfectamente colocada sobre un cuerpo que Draco imaginó grande y musculoso; la piel la tenía de un delicioso color bronceado, de ese tono que sólo las personas que constantemente tenían contacto con el sol poseían y un cabello revuelto y tan negro que dudaba que existiera ese color tan intenso. No fue hasta que llegó a los pies del trono que vio sus ojos, de un intenso verde que parecían atravesarle, pues por alguna razón tenía la vista clavada en él. Sus miradas hicieron contacto por unos segundos y Draco sintió que algo se le atoraba en la garganta. Sí, su mirada definía completamente al hombre frente a él.
Mientras caminaba, junto a su amiga hacia el banquete ella le había dicho:
— Al menos es guapo, infiernos que sí — no le dio la razón, pero tampoco lo negó. Simple y sencillamente que Pansy pensara lo que quisiera con su silencio.
El heredero terminó de beber y dejó la copa en la mesa, pinchó la comida que tenía en su plato y se la llevó a la boca. Tenía grandes manos, con dedos gruesos. Si tan sólo...
— ¿Me estás escuchando? — Los dedos de su amiga chasquearon frente a sus ojos. Draco apartó la mirada del príncipe y miró a Pansy, que tenía la boca medio llena de comida.
— Sí, ¿me decías? — dijo y la morena resopló.
— Si tengo que repetírtelo es que no me escuchabas.
— No te escuchaba, ¿contenta? — replicó mordazmente.
— La verdad es que no, pero ¿has visto a ese pelirrojo guaperas del fondo? — Draco siguió con la mirada en la dirección que su amiga había cabeceado.
Era un caballero que Draco había visto detrás del trono, vigilando. Recordó la mirada de curiosidad que le había lanzado, mientras Draco caminaba lentamente hacia el trono. Tenía el cabello crespo y rojo, no intenso, más bien como el rojo que tenía el cielo durante el inicio del alba. Era muy alto y de complexión delgada, aunque Draco no dudaba que debía de tener el cuerpo definido como era usual entre los caballeros. Lo que no entendía era el interés de su amiga. Si bien Pansy no era una muchacha con gustos específicos, no solía fijarse en cualquier hombre. Como él, su amiga esperaba un compromiso concordado por su padre, por lo que no se hacía falsas esperanzas. Al menos no como él.
Y para lo que me ha servido pensar en eso...
— Debe de ser de la guardia del rey, lleva una capa de tono distinto. — Su amiga, notando ese detalle, pasó a ignorarlo por completo.
Era bien sabido que los caballeros que pertenecieran a la guardia real no podían aspirar a tener esposas, tierras, descendencia o heredar terrenos a su nombre. Su único deber desde que se les colocaba la capa real era el fiel servicio al trono y a las personas que pusieran el culo encima de éste. Como ser Blaise, pensó, consciente de eso.
Hablando del caballero, éste estaba montando guardia a unas cuantas mesas de distancia. Mantenía, como siempre, el semblante serio y el ceño fruncido. A Draco le dieron ganas de pellizcar con los dedos ese espacio entre las cejas morenas.
De pronto se desató una pelea cerca de su mesa. Dos grandes señores, borrachos hasta los talones, se daban de golpes contra la mesa. La gente comenzó a gritar eufórica, inclusive el rey James y su padre. El príncipe Harry miró sin pestañear, interesado en el duelo. A los pocos segundos se les unieron otros dos y tiempo después por todo el lugar se escuchaban gritos de dolor, de ánimos o de miedo. La faena no se detuvo hasta que Su Majestad, el rey James pidió un cese al barullo. Como si fuera actuado, los hombres se detuvieron e hicieron como si nada hubiera sucedido.
— Siempre el mismo espectáculo... — Pansy lo miró divertida y asintió.
— No es un banquete real si no hay al menos una pelea durante la noche.
En eso su amiga tenía razón.
ΔΔΔ
La celebración duró hasta el amanecer. La mayoría cayeron borrachos en las mesas, otros en el suelo de piedra y otros más se tambalearon a dormir a algún lugar más calentito.
Draco se percató de que un pequeño criado se debatía, nervioso, en comunicarse con él.
—Yo...perdone, Su Majestad...So...soy Han Mediaoreja — dijo mostrándole a Draco el hueco donde debía de haber, precisamente, una oreja. — He venido a escoltarlo a su dormitorio, si Su Majestad así lo desea.
Pansy rió soltó una risita, cubriéndose los labios con una de las manos. Draco, en cambio, asintió divertido, puesto que el criado era sumamente tímido y se le había puesto el rostro como el color del caballero que Pansy había adulado en el banquete.
— Sí, lo deseo, ser. — Ante tal nombramiento Han Mediaoreja casi sufre una parálisis de cuerpo entero.
Su amiga y él se despidieron con una leve reverencia de los soberanos del castillo y de sus padres. Siguieron a Han fuera del salón atravesando las pesadas puertas dobles de roble y caminaron por el largo pasillo hasta una bifurcación, donde viraron hacia la derecha. A comparación de su hogar, la Torre Escarlata tenía un clima cálido en su interior. Las antorchas colocadas a ambos lados del pasillo emanaban un calor agradable. Pero bastó sólo un par de pasillos más para que se sintiera perdido. Subieron unas escaleras con cientos de peldaños y llegaron a otro pasillo que se extendía a ambos lados; con diferencia de los demás este tenía varias puertas que Draco supuso, llevarían a los dormitorios. El niño abrió una portezuela del fondo y la sostuvo para que Pansy entrara. Draco se despidió de ella, deseándole un buen sueño.
Su habitación resultó ser la del fondo. Le agradeció a Han Mediaoreja y el niño asintiendo le deseó buen sueño. Por dentro era agradable y se sorprendió al ver que estaba decorada con los colores de su casa: verde esmeralda y plata. Las pesadas cortinas de encaje que rodeaban su inmensa cama eran exquisitas al tacto y a la vista. La cama de plumas de ganso estaba cubierta por unas suaves mantas delgadas, probablemente porque la zona del castillo era calurosa en esos tiempos, del color de los ojos de Draco. Cerca de ahí había una mesita de noche con un candil con una vela encendida y un poco a la derecha un librero personal de madera oscura. Draco repasó los dedos por los lomos de los antiquísimos libros; tenía una colección variopinta que iba desde los relatos de los primeros hombres hasta las batallas más recientes. También vio libros de guerra, de sanación y unos cuantos de especies de antaño.
Se dirigió a la tina de baño, donde varios viales con esencias perfumadas reposaban por encima de ésta; un grifo de acero con el busto de la cabeza de un león adornaba el límite superior de la tina, donde probablemente salía el agua caliente. No había más que dar vuelta al grifo, pero a Draco no le apeteció darse una ducha, pero sí olfateó los viales de cristal. Le gustó especialmente uno que olía a jazmín.
Después caminó hasta el ventanal con balcón, lo abrió y salió al fresco aire sureño. Estoy muy lejos de casa, pensó tristemente.
Un sentimiento de añoranza se anidó en su pecho y se fue solamente cuando sintió las primeras dos lágrimas recorrerle las pálidas mejillas. Miró hacia arriba. La luna brillaba intensa entre las nubes nocturnas.
Este es mi nuevo hogar.
ΔΔΔ
Fue Pansy quien lo despertó al siguiente día.
Draco, amodorrado, soltó un gran bostezo y restiró los brazos cual gato. Por las mañanas no solía ser del todo razonable, pues la bruma del sueño se iba hasta que algo de comida se asentaba en su estómago. Miró a su amiga, que iba de un lado a otro por toda la habitación; primero abrió de par en par las pesadas cortinas que cubrían el ventanal, por lo que la luz del sol le dio de lleno en el rostro a Draco, que soltó un gemido lastimero, cubriéndose los ojos con la mano.
— ¡Por todos los Dioses, apiádate de mí, mujer! — dijo en voz muy alta. Pansy le lanzó una mirada que, si estas asesinaran, Draco ya hubiera dejado el mundo terrenal. Ganas no le faltaron para lanzarle un almohadón a su amiga, que se dirigió al cuarto del aseo. Se escuchó el chorro de agua golpear contra la tina.
Resignado, Draco se movió por la cama hasta quedar sentado sobre la orilla. Con la mirada ceñuda se puso las suaves sandalias que Pansy le había puesto al pie de la cama, como hacía siempre. Era rutinario. Él se quejaba de tener que despertar y dejar el mullido colchón, Pansy le dejaba las sandalias, abría cortinas, preparaba su baño y después solicitaba el desayuno.
Todo era igual, con excepción de que no estaba en su habitación, que era fría y húmeda pero reconfortante, sino en un castillo desconocido, entre paredes que probablemente lo vigilarían día y noche, y con el matrimonio a la vuelta de la esquina.
Pansy, al verlo, fue hacia él y tiró de sí para dirigirlo con un poco de brusquedad a la tina. Le ayudó a desvestirlo, aunque no tuvo que hacer mucho ajetreo, pues Draco solía dormir con una sencilla túnica verde, la misma que le había regalado su madre en su pasado día del nombre.
— Date prisa, Dragón, tenemos que estar con la reina lo antes posible. — Lo apremió, mientras lo ayudaba a entrar a la tina.
El agua hervía, literalmente, lo que provocó que Draco soltara un grito de agonía. Pansy le dijo que cerrara la boca y comenzó a darle un masaje en el cráneo. Sí, siempre era igual. Draco se enjabonó el cuerpo con una especie de gel con olor a menta y le dijo a su amiga que quería quedarse ahí para siempre, antes de tener que ir a con su madre. Al decirlo, Pansy negó con la cabeza.
— No me has entendido Draco. La reina Lily ha solicitado tu compañía para desayunar juntos.
Draco lanzó un alarido de pánico. ¡Dioses, cuánta tensión antes del mediodía! El rubio quería ahogarse, pero estaba seguro que su amiga lo traería de vuelta así fuera a cambio de su propia vida. Pero ¿por qué la reina querría desayunar con él después de su llegada? ¿Su propia madre estaría ahí? Lo dudaba un poco, pero siempre cabía la posibilidad de que así fuera.
Como la morena estaba de los nervios, Draco se vistió solo. Se decantó por un exquisito conjunto de sedas plateadas y blancas. Se colocó con cuidado la corona sobre el cabello rubio platino y miró su retrato en el espejo del gran tocador, que estaba a un lado del librero. Su vestimenta acentuaba su pálida piel, pero no de forma grotesca, sino brindándole un aspecto de lo más puro, que era lo que Draco buscaba, precisamente. Ese pensamiento le disgustó tan pronto como lo supo. Era verdad que no se podía zafar de aquel desafortunado enlace, pero ¿no se había propuesto a ser lo más descortés que se pudiera, para que, de alguna forma el rey y la reina se opusieran a que su heredero tomara como consorte a una bestia de hombre? Sí. ¿Entonces por qué le importaba su aspecto y lo que este dijera de él? Sin embargo, al verse, supo que no tenía otra alternativa. Él no sabía cómo perder los modales inculcados desde prácticamente su nacimiento y mucho menos se atrevía a desafiar directamente a sus padres.
Era un completo desastre. Pero has estado a punto de besar a un caballero de la Guardia...Tal vez fue ese pensamiento el que lo impulsó a componer el rostro de tal manera que no dejara entrever sus emociones tan fácilmente.
— Estoy listo — anunció y por el espejo vio que Pansy sonreía de lado.
Sí, ella también estaba lista.
ΔΔΔ
El Salón de la Reina era majestuoso. Grandes ventanales en forma de arco adornaban ambos lados del lugar; encima de Draco se apreciaban los grandes candelabros que, aunque tuvieran velas, poseían entramados de hermosos diamantes y rubíes. La luz del sol, que apenas brillaba tenuemente entre las nubes, atravesaba los cristales de las ventanas provocando destellos de luz de magníficos colores. Había unas cuantas mesas dispuestas en lugares dónde se podían apreciar los jardines del castillo de mejor manera. Al fondo se encontraba la reina, sentada en una lustrosa silla de madera roja. A cada lado de ella, sus doncellas miraron a Draco con sonrisillas cómplices asomándoseles en los labios. Cuando finalmente llegó, antes de tomar asiento frente a la reina, contuvo la respiración y la fue soltando lentamente.
— Es todo un placer que nos acompañe en este pequeño capricho que he tenido de última instancia — saludó la soberana, sonriéndole con afecto.
— El placer es mío, Su Gracia — Draco hizo una leve inclinación de respeto con un gesto de la cabeza.
— Sus modales me complacen, mi señor. — El príncipe asintió, de nuevo.
Los dos se miraron por lo que a Draco le parecieron horas. Notó, para su buena suerte, que el heredero de la reina tenía sus mismos ojos. Dos orbes verdes brillantes rebosantes de amabilidad. No sabía que pensar acerca de la mujer frente a él. Eran dos desconocidos pero ella lo trataba con la naturalidad de dos personas que se conocen desde hacía bastante tiempo. No era difícil deducir de que probablemente así era.
— Marlene, cariño — la reina le hizo un gesto a una de sus doncellas —. Anuncia que estamos listos para el pan y el vino. — La muchacha asintió y haciendo las reverencias debidas, salió por una puerta que había detrás de la soberana.
Draco no pudo evitar echarle una ojeada debidamente. La mujer era preciosa, una belleza a pesar de su edad. Tenía el cabello rojo vivo, como las llamas de las velas, largo y lacio; la corona dorada le quedaba precariamente exacta y provocaba que los mechones del pelo le brillaran. Notó también que en las suaves mejillas se le marcaban unas cuantas pecas del color de la canela. Al compararlas en su mente, Draco pudo ver grandes diferencias entre más dos reinas: donde su madre era recta y mostraba poco la perfecta sonrisa que poseía, la reina Lily era toda sonrisas y desprendía una bondad nata. Narcisa era la contraparte de Lily.
Cuéntame querido, ¿te ha gustado la decoración de tu s aposentos? – Esperaba la pregunta, pero no tenía mucho que decir. Al menos no pensaba explayarse mucho.
— Me ha encantado el detalle de la alfombra. Por raro que le parezca Su Majestad, en el Nido tenía una del mismo material. — Eso era cierto. Cuando Draco se percató de ese detalle la noche anterior, le había perturbado un poco.
— ¡Ah, sí, sí! — los ojos verdes se iluminaron —. Nada hubiera sido posible sin la reina Narcisa, claro está. Ella me ha escrito durante días contándome todo lo posible sobre usted, mi señor.
¡Bingo! Era justamente lo que Draco se imaginaba. Aquello debía de haber sido planeado con bastante antelación. Lo que no terminaba de entender era el secretismo con el que se había hecho todo. Era...curioso.
Unas criadas ataviadas en sendos vestidos sencillos de lana gris marcharon directo hasta la mesita redonda de madera y comenzaron a dejar cubiertos, copas de cristal y charolas con el desayuno. Pan y vino eran un eufemismo, pues la comida se veía de lo más deliciosa. Tortitas de avena chorreadas con miel, huevos de codorniz cocidos dentro del cascarón, tocino ahumado y endulzado, pan con levadura recién horneado y cócteles de frutas frescas. A Draco le gruñó el estómago. Dispuso en su plato un poco de todo y pinchó con un tenedor de oro el tocino. Su estómago lo agradeció con alegría, pero su paladar festejó aquel delicioso trozo de cerdo endulzado. Una doncella les sirvió vino especiado a los dos y Draco solicitó una copa extra de jugo de naranja, que le fue concedido en ese instante.
Comieron en silencio, roto solamente por el masticar de la comida. La reina tenía unas manos delicadas y cada que probaba bocado, Draco se le quedaba mirando de soslayo; apenas y abría la boca al llevarse la comida y disponía de una servilleta de lino blanco cada vez que masticaba. Suponía que era algo que le habían inculcado, como a él, pero de todas formas era increíble de presenciar.
Entre bocados charlaron calmadamente acerca de la diferencia del clima en ambos reinos y la soberana estuvo de acuerdo en que la Torre carecía de lluvias constantes y el frío llegaba con el invierno solamente. Eso le provocó a Draco una intensa añoranza por el Nido y los pantanos que lo rodeaban. Lo echaría mucho de menos.
— Mañana mismo comenzaremos con los preparativos para el anunciamiento — dijo de pronto la reina. Draco tragó amargamente el jugo de su copa. Debía de haberlo esperado, nada que proviniera de las familias reales era cuestión de espera. — Su Alteza Narcisa se ha empecinado en que haya gente noble de los reinos restantes y así será.
Lo decía como si nada, sin saber que por dentro a Draco aquello lo hacía querer vomitar. Después, la reina le escrutó el rostro con la mirada, por lo que el rubio se movió en su silla, inquieto.
— Tiene unos hermosos ojos plata, mi señor. Me siento afortunada de que mi hijo vaya a estar unido a un hombre tan apuesto como usted. — Draco le agradeció, abochornado. Quería salir de ahí lo más pronto posible.
El príncipe no dijo nada a los halagos que la reina le brindaba cada tanto y cuando terminaron el desayuno, Draco fingió que quería dar un paseo por los jardines. La mujer asintió con una sonrisa y pidió que una doncella le acompañara, a lo que Draco se negó, alegando que su propia doncella lo haría sin ningún problema. Necesitaba a Pansy con urgencia.
Así pues, Draco se despidió agradeciéndole el gesto del desayuno y con una reverencia salió del Salón de la Reina. No miró hacia atrás hasta que giró en la primera intersección. Caminó hasta dejar muy atrás aquel lugar que le había puesto de nervios. ¿Por qué tomaban todo a la ligera? ¿Es que nadie pensaba en ellos? Tan sumido en sus pensamientos no se dio cuenta que venía una persona hasta que se dio de bruces contra ella.
El sonido del metal chocando contra su cuerpo lo aturdió y, tambaleándose levantó la mirada para ver a la persona con la que se había golpeado. ¡Por todos los Dioses!
— Debería de tener más cuidado, mi señor. — La voz ronca del príncipe Harry resonó en sus oídos y lo dejó congelado. Quiso responder, pero pareciera que su boca no procesaba palabras. Harry James Potter lo miró y Draco sintió como si le desnudara con la mirada. Dos orbes de color verde. De cerca el rubio apreció que tenía motitas doradas en los iris.
Tragó saliva y finalmente pudo decir:
— Me he perdido... — Era en parte cierto, puesto que al ver el pasillo que se extendía por detrás del heredero de la Torre, Draco no distinguió nada conocido.
— ¿Viene usted del Salón de mi madre? — preguntó de repente el moreno y Draco asintió. — Si, estos pasillos son laberínticos si no se sabe el camino — admitió, mirando por encima de él.
No se esperaba este encuentro, al menos no de esta manera. ¿Cómo salía de esta sin parecer mal educado? Entonces...
— Permítame acompañarlo hasta su destino, príncipe Malfoy.
Decir que estaba impresionado e incómodo era decir poco. Sentía un calorcillo en las mejillas, que rogaba a los Dioses que no se le hubieran teñido con ese espantoso color rosa. El heredero león llevaba una armadura que solían llevar los caballeros para el entrenamiento. Debía de haber estado en el campo, con los demás compinches de armas. Sin intención alguna notó que el cabello le caía húmedo sobre la frente. Lo tenía tan negro. Unos cuantos mechones más apuntaban a todas direcciones. ¿Iría a ver a la reina, su madre? Sí, era lo más acertado, pues dudaba que se hubiera puesto la tarea de buscarlo y llevarlo hasta donde él quisiera ir.
— Se lo agradezco, Su Majestad, pero me basta con que me señale la salida más próxima a los jardines... — Al ver al moreno se relamió los labios inconscientemente, pero ese gesto no le pasó desapercibido al otro, que se le quedó mirando a la boca. Se quedaron en silencio por unos prolongados segundos que a Draco le parecieron eternos.
— No sería caballeroso de mi parte tentar a la suerte y que termine en otro lado. — Sabía que lo había dicho sin malicia, pero a Draco le molestó que lo creyera tan inútil para seguir unas simples indicaciones.
El veneno, que tenía mucho acumulándose en su pecho, salió en forma de palabras frías.
— No soy estúpido ser, puedo encontrar el camino solo.
¡¿Qué se creía ese endiabladamente atractivo príncipe con el cabello de la oscuridad?! Harry titubeó, sacado de eje con las palabras escuetas del rubio. Frunció el ceño y negó con la cabeza repetidamente.
— Si algo llegara a pasarle...
— ¿Deduzco entonces que su hogar no es seguro para mí, ser? — preguntó Draco ácidamente.
— No quise decir eso, sino más bien que tuviera cuidado... — Palabras mal dichas. Draco soltó un bufido, exasperado.
— Si me disculpa. — Pasó por su lado con la cabeza en alto, pero apenas y dio un par de pasos cuando una fuerte mano se cerró en su brazo. Soltó un jadeo de sorpresa y se giró a mirar al príncipe, que tenía las cejas muy juntas y el rostro serio.
El hombre frente a él parecía debatirse internamente, por lo que pudo ver al mirarle directo a los ojos. Esos ojos tan parecidos y a la vez tan diferentes de los de la reina Lily. Harry se pasó una mano por el cabello, echándoselo hacia atrás y dejando al descubierto una extraña cicatriz en la frente. Draco pudo ver que ésta era antigua, probablemente de la niñez, pues los pliegues a su alrededor estaban fruncidos y totalmente curados, como cuando la piel no se recupera de la forma correcta pero no deja marcas tan visibles.
— Me he expresado mal. — Empezó y cuando soltó su brazo Draco sintió un frío inusualmente extraño — Lo que he querido decir es que aún no conoce el castillo, por lo que le será difícil moverse por aquí sin un guía.
— Comprendo.
— Así que me ofrezco a serlo.
¿Qué?
— ¿Disculpe? — balbuceó. ¿El hombre no tenía otras obligaciones?
— Después de todo, podríamos aprovechar el tiempo para conocernos, ¿no le parece, Majestad? — Quiso decirle que no quería conocerlo, que inclusive lo detestaba a pesar de que su cuerpo decía lo contrario. Quería gritarle y golpearlo. ¿Golpearlo?, se preguntó, ¡sí!
Draco lo pensó. En verdad que meditó. Solo era retrasar lo inevitable, ¿no? ¿Entonces por qué le era tan difícil aceptar? Un rostro, también moreno, se le apareció detrás de los ojos. Ser Blaise...Su imposible.
— Su ofrecimiento me conmueve, Su Alteza, pero temo que debo declinarlo.
Giró sobre sus talones y avanzó lo más rápido que sus piernas le permitieron.
No.
No quería conocerlo, ni ahora, ni nunca.
Será tu esposo, le dijo una vocecilla en su cabeza, es retrasar lo que ya se pactó.
Sí, pero no quería decir que Draco fuera aceptarlo tan tranquilamente.
Bueeeeno, ¿merezco un comentario?
